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En la oscuridad, oigo los latidos de tu corazón y te sigo por keruchansempai

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Notas del capitulo:

¡Hola! Me pedisteis una continuación así que aquí está. ¡Espero que os guste!

PARTE III: EL SECRETO MEJOR GUARDADO

 

PRÓLOGO

[BRANDON HATTERING]

Mis piernas estaban entumecidas y la humedad se filtraba por mis pantalones, empeorando la fiebre que habría sido ligera de otro modo. La parte entre mi hombro y mi cuello dolía mucho: los colmillos de Evangeline habían rasgado la carne como mantequilla hasta llegar al hueso. Yo sabía que ella no entendía lo que estaba sucediendo, su parte humana había sido consumida y era la loba quien tenía el control, pero ahora mismo no podía mirarla sin recordar que se había abalanzado sobre mí con la intención de matarme. Una parte de mí la culpaba por no protestar, por no arañar con desesperación en busca de una salida, una manera de recuperar el control y de esa manera proteger a su hermano pequeño. Protegerme a mí. Ella debía estar viéndome desde detrás de esos ojos amarillos, debía estar viendo mi sufrimiento. ¿Por qué no luchaba?

-Buena perrita –el hombre apareció de entre las sombras, vistiendo ropa andrajosa. Era alto y enfermizamente delgado, tanto que podía ver el perfil de su cráneo. Su piel era tan delgada como un pergamino. Él se detuvo junto a Evangeline y acarició su cabeza. Ella permaneció en su forma de loba durante todo el tiempo, un indicativo más de que había perdido el control por completo-. Preciosa perrita. Preciosa –siguió acariciándola hasta que al final la soltó-. Ahora déjanos solos.

La loba se marchó, casi a desgana.

-Es un placer volver a verte, amigo mío –dijo Gravil Janstead con sus ojos rojos fijos en mí-. Toma, bebe esto. Es agua. Como ves, soy cortés con mis invitados.

-Creo que ha pasado tanto tiempo desde que tuvo uno que ha olvidado sus modales –levanté las cadenas que me aprisionaban-. Lo educado sería que me soltara. Podríamos charlar mientras tomamos una taza de café.

-Puedes soltarte cuando quieras –se encogió de hombros-. Ambos sabemos que puedes romperlas. Los cachorros no soportan la plata, tú en cambio… has crecido bastante desde la última vez. Eso es bueno, tu sangre sabrá mejor aún.

-¿Por qué?

-Porque has estado íntimamente en contacto con la naturaleza –se encogió de hombros-. Has usado tu magia. Has dejado que ésta invada tu interior, recorra tus venas y te purifique. Sabes diez veces mejor ahora.

Gravil Janstead estaba contento de verme tanto como yo estaba horrorizado. Si había algo peor que ser un descendiente de los Primeros Lobos ese algo era que un vampiro milenario adicto a la sangre supiera que lo eres.

Lo conocí hacía casi seis años, cuando me presenté en su casa en busca de un experto en licántropos con la intención de que me ayudara. No supe que era un vampiro hasta que vi sus colmillos, de otro modo nunca lo habría buscado. Mi breve visita terminó con ambos retenidos por la policía y siendo interrogado, y días después, cuando volvió a atacarme junto a otra vampiresa, terminó con la muerte de ella. No volví a verlo, hasta ahora.

Ojala nuestros caminos hubieran continuado separados.

-Quiero que me deje ir –le dije-.

-Yo no contaría con eso. No creo que sepas el milagro que representas. Por primera vez en muchos siglos siento ganas de vivir. Me imagino el cuarto lleno de cachorros, decenas de ellos para perpetuar tu linaje. Decenas de ellos listos para exponer sus cuellos.

-¿Qué quiere decir? –sentí un escalofrío-.

-No te impacientes. Te lo contaré más tarde. Ahora debes beber y alimentarte. ¡Gendry!

El sirviente apareció. Era un anciano bajito y gordo, un tipo nervioso que no sabía qué hacer con sus manos.

-Ve a por la comida –ordenó Gravil-.

-¿Va a matarme? –pregunté cuando el hombre se fue-.

-Claro que no –él sonrió, mostrando sus dientes manchados con la sangre de la señora Harrison-.

-¿Qué va a hacer conmigo?

-Te lo he dicho: hablaremos de eso más tarde. Quiero que comas y te mantengas fuerte.

-Está loco –le espeté. De repente no podía quitar los ojos del cuerpo destrozado de la señora Harrison, al final de la pequeña celda. Era como un accidente de coche-.

Gravil siguió mi mirada.

-Debería retirar el cuerpo, ¿verdad? Debe estar volviéndote loco. ¿Hueles la sangre?

-No –mentí innecesariamente-.

Él se rio.

-Debes estar teniendo problemas para resistir los impulsos. Eres un animal, después de todo; la sangre siempre te llamará.

-No.

-¿Nunca has despertado con el sabor de la sangre en la boca? Sabes que no es real, que todo ha sido un sueño, pero aun así puedes saborearla.

-Eso es parte del pasado.

-Tal vez. Es una lástima para ti que sea el presente de tu querida hermana.

Sentí la ira llenarme. Si Gravil no hubiera colocado protecciones en la celda –el mismo tipo de protecciones que teníamos en el subterráneo de casa- habría saltado sobre él.

-Ella no se resiste –continuó él-. Le encanta cazar. Humanos, principalmente. Es una perrita lista, una perrita fiel a su amo.

-Te matará a ti también, algún día –le dije, intentando que la ira se enfriara. Yo lo sabía. La loba podía estar contenta con Gravil ahora, teniendo todas sus necesidades cubiertas, pero entonces un día decidiría que podía hacer todo eso por su cuenta y que no lo necesitaba-.

-Los amos listos mantienen la correa bien sujeta –me respondió-. Vendré a visitarte más tarde, Brandon Hattering. Oh, y te dejaré a tu amiga –señaló a la señora Harrison-, después de todo, lo tienes controlado.

Escuché su risa alejándose. Cerrando los ojos, alejé la imagen de la señora Harrison. Pero olía la sangre y olía la muerte. La bestia en mí rugió, demandando una caza propia, y yo continué apretando fuertemente el puño alrededor de mi humanidad. Pese a que el lobo había aceptado mi supremacía, la provocación era demasiado fuerte. Tenía que escapar de aquí cuanto antes.

 

CAPÍTULO 1: ALBERTON

[BRANDON HATTERING]

En este mundo hay todo tipo de criaturas. Desde hadas, eternamente al servicio de los magos, hasta dragones, atraídos irremediablemente por los objetos brillantes. Hay ogros también, avariciosos y de malas costumbres. Y gigantes, con sus grandes leyendas, aunque de esos quedan pocos. Hay vampiros, asesinos por naturaleza y de carácter peligroso. Y luego están los hombres lobo, condenados a vivir entre el mundo humano y el mundo de los depredadores.

Ese soy yo. Un hombre lobo.

Y las cosas acaban de empezar.

***

2 semanas antes…

En el pasado pensaba que vivir entre magos podía ser difícil en ocasiones, sobre todo cuando me veía obligado a ocultar mi naturaleza. Ahora me daba cuenta de que era todavía más difícil vivir entre humanos sin habilidades mágicas, quienes no tenían ni idea de que ésta existía siquiera. Había vivido toda mi vida en un barrio mágico, había asistido a un colegio mágico y había trabajado en una tienda dirigida por una bruja. No era como si hubiera estado aislado –aunque en un barrio distinto, vivíamos en la misma ciudad-, pero habían pasado cinco años desde que me había movido libremente por las calles de Londres y la tecnología había avanzado mucho, así como la forma de comportarse de la gente.

En consecuencia, llevaba aquí una semana y ya era el rarito de la residencia.

No nos equivoquemos, entre mis vecinas había una agradable anciana que se pasaba el día trayéndome comida y pellizcándome las mejillas, pero eso no quitaba el hecho de que a veces se me quedaban mirando como si fuera un extraterrestre. Como cuando me sobresaltaba al escuchar un ruido completamente normal, como el de la lavadora al finalizar el programa. La señora Harrison, así se llamaba mi vecina, había llegado a regalarme un libro que se llamaba ‘Extraterrestres: entre nosotros’ y se había quedado mirándome de manera insistente y sonriendo. Luego me enteré de que había sido una broma y que esperaba que me riera, pero en ese momento solo pensé que prefería que me tachara de alienígena a que supiera la verdad.

Llevaba una semana viviendo en el pequeño pueblo de 420 habitantes de Alberton, situado en el estado de Montana, Estados Unidos. ¿La razón? Este era el lugar donde mis padres habían pasado los últimos dieciséis años. Y también era el lugar donde estaba mi hermana Evangeline. No había una comunidad mágica en Alberton, de manera que era ideal para esconderse de los magos (lo que me beneficiaba tanto a mí como a Evangeline, pero no explicaba por qué mis padres habían escogido este pueblo).

Me había pasado los últimos siete días esperando que mis padres reconocieran mi presencia y vinieran a hablar conmigo; estaba seguro de que en un pueblo tan pequeño ya sabrían de sobra que estaba aquí. Por mucha molestia que me produjera esperar era mejor que llamar a su puerta y pretender que podía perdonarles, porque no era así. Pero, llegados a este punto, tenía que comenzar a aceptar que no pensaban presentarse. Si les daba más tiempo harían las maletas y se marcharían.

Lo que era una desfachatez porque yo era el único que debería sentir deseos de huir de ellos, no al revés.

 -Cariño, ahí estás –la señora Harrison se acercó. Vestía una falda de volantes con sombrero incluido y todo. Al verme con la mano extendida hacia la puerta frunció el ceño-. No irás a irte ahora, ¿verdad? ¡Hoy es el tan esperado día de espiritismo! El señor Rooche se ha esforzado mucho para prepararlo todo. ¡Y te hemos guardado una silla!

-No estoy muy entusiasmado con eso del espiritismo… -intenté escaparme pero ella se colocó delante de la puerta-.

-Insisto –sonrió-. Sube ahora mismo.

-Señora Harrison, en serio…

Una ceja alzada fue todo lo que necesitó para hacerme volver sobre mis pasos. Maldije a medida que subía las escaleras. La anciana era un encanto pero se volvía loca cuando se trataba de espíritus. Llevaban celebrando el día del espiritismo desde hacía veinte años, ¿no se daban cuenta de que no servía para nada?

Me encontré con el señor Rooche en el piso de arriba. Me mandó una sonrisa enorme en cuanto me vio y dijo:

-Tu presencia nos ayudará mucho. Los espíritus tienen una gran conexión contigo…

Perfecto. Lo que me faltaba.

Una hora más tarde empezó el espectáculo de los locos. El señor Rooche despejó la habitación y quitó la alfombra, lo que dejó a la vista una serie de símbolos y círculos dibujados en la madera. A saber en qué estaba pensando la casera cuando le permitió al señor Rooche destrozar el piso: yo desde luego no dormiría en constante presencia de un símbolo que teóricamente llamaba a los muertos.

El señor Rooche nos hizo formar un círculo y tomarnos de la mano. Yo quedé entre Olivia Clarke, una chica un par de años menor que yo que siempre parecía estar aburrida, y Jeremy Milford, con quien apenas me hablaba desde que lo descubrí espiándome en los baños comunes. Solo tener que juntar la mano con él me ponía de mal humor, y que al otro lado estuviera la antisocial Olivia no ayudaba.

La única que parecía emocionada por estar aquí era la señora Harrison, pero eso no me extrañaba. El señor Rooche no contaba porque se dedicaba profesionalmente a echar las cartas.

-¡Oh, espíritus, os llamamos! –gritó el señor Rooche, elevando las manos-.

Las luces parpadearon y luego, con un sonoro ‘plof’, se apagaron. Alguien chilló. Yo sabía que la casera, que era la única que no estaba en esta habitación, era probablemente la que había cortado la luz.

-¡Te oigo! –dijo el señor Rooche-. Hemos contactado con un espíritu –nos explicó-. Espíritu, háblanos.

El señor Rooche prosiguió a ofrecernos un monólogo muy bien montado. La señora Harrison resplandeció de emoción. Olivia Clarke soltó un momento mi mano para frotarse la nariz y un poco más tarde para bostezar. Jeremy Milford miró con insistencia el reloj de la pared; suponía que el hecho de que le amenazara aquella vez con romperle todos los huesos sirvió para algo después de todo. Natasha Durke, que vivía en la habitación enfrente de la mía, pareció que iba a desmayarse del susto. Por último, Thomas Gillian parpadeó una y otra vez mientras observaba al señor Rooche; el pobre chico no tenía más de quince años.

Todos estábamos concentrados en el espectáculo del señor Rooche, por eso cuando la puerta se abrió con gran estruendo y chocó contra la pared todos saltamos de nuestros puestos, incluso yo. Natasha se puso a gritar y hasta el señor Rooche estaba pálido.

‘Fiuuuuuuuuuuuuuuu’.

El viento sopló con fuerza y nos estremecimos. Me levanté en alerta y entonces una figura apareció en el umbral. Una figura oscura e imponente…

Natasha se desmayó. La figura se acercó y de pronto, con la luz de la luna reflejada en su rostro, descubrimos al intruso.

-¡Joder, Parker! –salté. Ni siquiera me di cuenta de que estaba temblando violentamente. Me había enfrentado a muchas cosas en los últimos años, incluidos dos vampiros, pero la paranoia de Natasha me había afectado tanto como a los demás-.

-La puerta estaba cerrada.

Miré a Adam Parker, mi antiguo compañero de clase y la persona que me había colado ilegalmente en Estados Unidos. Cuando me trajo aquí, viéndose cualquier cosa menos complacido por tener que poner en riesgo el honor de su familia (¿qué le habría pasado de haberse descubierto que estaba ayudándome?), no pensé que volvería a verlo. Suponía que iba a seguir sorprendiéndome para no perder la costumbre.

Y, dios, estaba aún más guapo de lo que recordaba. Llevaba una camisa azul que hacía juego con sus ojos y por primera vez su cabello estaba desordenado, lo que en realidad le sentaba bien.

Giré la cabeza hacia Natasha solo para no verlo. Ella seguía desmayada. Parker se acercó.

-No es la primera vez que una mujer se desmaya al verme, pero al menos las otras veces lo hicieron con alegría.

Le lancé una mirada de pocos amigos.

-No es momento para alardear.

-No, claro que no –sonrió con diversión-. ¿Qué estabais haciendo exactamente aquí?

Sentí que el rubor subía por mi cuello pero la señora Harrison se me adelantó.

-Estábamos contactando con un espíritu. El señor Rooche estaba hablando con él cuando tú, jovencito, lo has asustado.

-¿He asustado a un espíritu? –Parker se rio-.

Thomas se acercó a nosotros viéndose como si fuera a vomitar de un momento a otro. Nos miró lastimosamente.

-Será mejor que no le contéis esto a nadie –amenazó antes de salir corriendo-.

-¡Ánimo panteras! –gritó la señora Harrison con diversión, básicamente burlándose del chico. Thomas formaba parte de las Panteras de Alberton, el equipo de fútbol americano del instituto-.

El señor Rooche vino y palmeó el hombro de Parker.

-Es bueno tener más jóvenes entre nosotros. Los espíritus apreciarán tu colaboración…

Parker lo miró con horror.

-En realidad nosotros nos vamos… -dije, tomando a Parker del brazo y siguiendo rápidamente el ejemplo de Thomas-. Pero nos encantará estar en la próxima reunión, allá al año que viene…

Me fui antes de que al señor Rooche le diera tiempo de ponerme al corriente sobre el calendario real.

-Las cosas se están complicando en Inglaterra –me dijo Parker mientras subíamos la escalera-. La gente se desespera porque la policía no ha conseguido atrapar a tu hermana, y muchos están desconformes con que te dejaran marchar a ti.

-Puedo suponerlo –y de verdad podía. Si fuera al revés yo tampoco me sentiría muy seguro-.

-Además algunos licántropos han salido a la calle a reivindicar sus derechos. Están enfadados porque comienzan a tacharlos a todos de peligrosos y tienen miedo de que revoquen las leyes que se promulgaron a su favor, más que nada porque fue tu abuela quien logró que aprobaran la mayoría. El caso está comenzando a adquirir interés internacional.

-Eso no es bueno.

-Exacto. A pesar de que en Alberton no hay una comunidad mágica, siempre cabe la posibilidad de que algún turista te reconozca. Lo mejor para ti es solucionar pronto el tema de tu hermana.

Le había pedido a Thomas que se pasara por la casa de mis padres y tirara por debajo de la puerta la carta que les había escrito. Si el chico me había hecho caso y si mis padres la habían leído tal vez recibiera alguna noticia mañana. Aunque sabía que necesitaba acelerar las cosas, una parte de mí nunca estaría preparada. Les había odiado por demasiado tiempo.

-¿Alguien se ha dado cuenta de que me he marchado? –le pregunté a Parker-.

-Solo ha pasado una semana –se encogió de hombros-.

Al ver que la conversación había finalizado y que me seguía de todas formas le pregunté:

-¿Piensas quedarte?

La primera vez que pisamos Alberton ni siquiera esperó a que encontrara alojamiento, simplemente me dejó junto al río con la maleta en la mano y se marchó sin decir una palabra. Básicamente por eso no había esperado que volviera tan pronto y menos para quedarse.

-Estaré aquí un tiempo.

Así fue como Adam Parker se autoinvitó a pasar la noche.

 

 

CAPÍTULO 2: REENCUENTRO

[BRANDON HATTERING]

El sol me dio directamente en los ojos al despertar. Por un momento parpadeé con confusión, habría jurado que cerré las cortinas antes de irme a dormir. Sin embargo, estaba demasiado cansado como para pensar en ello, así que me giré de lado y subí las sábanas para ocultar mi cara.

Alguien carraspeó.

Por supuesto ahí es cuando recordé que Parker estaba en mi apartamento, por lo que deduje que se trataba de él. Excepto que no lo era, como bien descubrí cuando abrí los ojos para encararlo.

Mi padre, Gael Hattering, estaba parado junto a la cama. Me quedé mirándolo, sin poder creérmelo del todo, y al cabo de un rato me incorporé lentamente. No desvié la mirada de él, ni siquiera cuando vi por el rabillo del ojo que el anteriormente nombrado Adam Parker entraba en la habitación sorbiendo de un vaso de cartón.

-Oh, ey, ahí está, señor Hattering –Parker le pasó una bolsa del Trax Bar-.

-¿Ya has comprado el café? –Gael elevó una ceja-.

-No había casi gente en la cola.

Ver a los dos hablando como si fueran amigos me dejó tan perplejo que ni siquiera pude indignarme. Parker se sentó en el borde de la cama sin mi permiso y explicó:

-Tu padre ha llegado a las nueve. Llevamos una hora esperando que te levantes. Si me lo preguntas, eres peor que los osos cuando hibernan.

-¿Qué demonios…?

-Sin embargo, sucede que odio los reencuentros tanto como las despedidas. Son tan soporíferas. Así que comenzad con los abrazos o los gritos cuando me haya ido. Tengo… -miró el reloj- una reunión dentro de cinco minutos. ¿Estoy bien? Es difícil saberlo con ese espejo diminuto que hay en el baño –pausa-. Qué tontería, siempre tengo buen aspecto. Al menos no tengo un nido en la cabeza como alguien –me señaló e inconscientemente me toqué el pelo-. ¡Adiós!

Tras su salida lo único que pude hacer fue parpadear mientras miraba el lugar por donde había salido. Jamás había visto a Parker tan excitado, probablemente fuera la cafeína del Trax Bar. O tal vez se había dado un golpe.

-Bran –me llamó mi padre-.

Dejé de mirar la puerta y lo miré a él. Estaba… cambiado. Mayor. Bueno, obvio, hacía dieciséis años que no lo veía, pero no era solo eso. Era el tipo de vejez que se da con el estrés y el cansancio.

-Gael –dije-.

Él hizo una mueca al escuchar su nombre. Le sostuve la mirada, retándolo a protestar. Al final asintió secamente y miró hacia otro lado.

-Estás aquí por Evie.

-Sí.

Volvió a asentir y dijo:

-Te llevaré con ella.

Ese fue el emotivo reencuentro que tuvimos dieciséis años después de que me abandonara. Mi padre siempre fue muy especial.

***

Media hora después estaba frente a la casa de mis padres. Como la mayoría de las casas de Alberton no era estéticamente bonita, pero tenía el jardín mejor cuidado y el alfeizar de la ventana estaba lleno de macetas con flores de todos los colores y tipos. Me acordé de Soyana y de cómo ella mantenía la cabaña de la manada limpia y llena de flores, haciendo que en general todos los licántropos que vivían en ella quedaran fuera de lugar. Incluso en los sitios más insospechados había lugar para la belleza.

Aunque pareciera egoísta, me molestaba descubrir que mis padres vivían felizmente en esta preciosa casa en la otra punta del mundo, sin preocuparse por lo que habían dejado atrás.

-Ahí está tu madre –dijo Gael-.

Dana Hattering estaba parada a un lado de la casa; acababa de llegar de la parte trasera. Vestía unos pantalones cortos, una camiseta de tirantes y un sombrero de paja y en una mano llevaba una pala. Ella se quedó estática cuando me vio, con una mano en el corazón y los ojos abiertos de par en par. Su cabello, antaño negro, ahora estaba completamente blanco, pero seguía siendo guapa.

No sé cómo habría reaccionado con ella, se me hacía difícil pensar que la habría ignorado sin más; de todos modos nunca lo sabría porque en ese momento la puerta de la casa se abrió y de ella salió Evangeline llamándome por mi nombre. Ella se abalanzó sobre mí y me estrechó con fuerza.

-Ev –dije, acariciando su cabello rubio-.

Estuvimos abrazados durante un largo tiempo, hasta que Evangeline comenzó a temblar.

-Lo siento –musitó entre sollozos-. Lo siento.

-¿Por qué?

-No te escuché.

Sentí una opresión en el pecho cuando ella comenzó a alejarse, así que la retuve. Mi hermana lloró.

-No te escuché –continuó-. Y por eso pasó lo que pasó. Deberías haberme obligado a volver a casa, estaba siendo tonta.

-No quería que me odiaras, Ev. Tenías derecho a vivir tu vida mientras pudieras.

-Pero hice daño a los demás debido a mi egoísmo. Cuando… pasó, yo no estaba preparada. Ailaan… él estaba conmigo –Evangeline agachó la cabeza-. Pude haberle matado. Creo… creo que los guardaespaldas consiguieron sacarlo a tiempo, no sé, pero no he vuelto a saber de él más que lo que he leído en las revistas.

-Olvida a Ailaan –le dije, sin poder creer que con sus problemas estuviera preocupándose por un ídolo de la música-.

-Nosotros estábamos saliendo –se encogió de hombros-. Seguro que tiene una nueva novia.

La antigua Evangeline estaría muriéndose de celos y preparando bromas crueles contra las nuevas novias de Ailaan. La actual Evangeline se limitó a agachar la cabeza y limpiarse las lágrimas. Nunca fui celoso y comenzaba a pensar que, como ella ahora, se debía más a la falta de confianza que a algo inferido a mi carácter. Saber que Evangeline estaba perdiendo la fe en sí misma, cuando siempre había sido alegre y carismática, me hizo sentir mal.

Tiempo después, cuando conseguí tranquilizar a Evangeline, vi que mi madre se acercaba con pasos vacilantes. Me entró el miedo. Era fácil tratar con mi padre: él nunca exigía más de lo que le daban. Pero mi madre… aun cuando todo su rostro expresaba con claridad que pensaba que iba a ser rechazada con brusquedad ella se acercó de todas formas.

Hui de su trayectoria haciendo que mi hermana se moviera hacia la casa. Ev no vio nada malo en mi repentino deseo de entrar y me condujo hasta el interior con una sonrisa. Aproveché para decir, bien alto y claro:

-Tienes que venir conmigo. Dejar Alberton.

La sonrisa de Ev se borró.

Vi el momento en que mi madre se detenía, como si acabara de topar con una pared invisible. Bajó la cabeza y salió de nuevo de la casa. Mi padre la siguió, no sin antes mandarme una mirada condenatoria. Me dije que era lo mejor; yo nunca podría perdonarla. Y no quería un enfrentamiento.

-¡No puedo marcharme! –Evangeline me encaró-.

-¿Por qué?

-B-Bueno… para empezar, no estoy preparada. A-A veces me transformo aunque no haya luna llena y…

Era peor de lo que imaginaba: ella tenía tan poco control que la loba conseguía imponerse cuando quería.

-Soy el más indicado para enseñarte qué hacer para que eso no pase, ¿no? –le dije, cruzándome de brazos-.

-Vale, bien, seguro. Pero de todos modos no puedo dejar solos a mamá y papá. Ellos me han ayudado cuando no tenía otro lugar adonde ir.

-Sin embargo, ahora estoy yo aquí.

-¡Eso no lo soluciona! No puedo marcharme sin más.

-Pues yo no pienso quedarme aquí.

Evangeline apretó los dientes en la primera reacción hostil que le veía después de cinco años separados. Casi parecía ella misma.

-Estás siendo ridículo –ella alzó el mentón-. ¡Y no has saludado a mamá!

-Ev…

Ella se giró y escaneó la habitación. Hizo una mueca de consternación cuando no vio a nuestros padres.

-¡Y los has espantado!

-Bueno, en primer lugar, yo no quería saludarlos.

-¿Ah, no?

-No, así que mejor para mí que se hayan ido.

Ella puso una mirada lastimosa y ya no fue capaz de mirarme. Siempre me había esforzado en agradar a todos (y con todos me refería mi familia), constantemente preocupado por perder su cariño, de modo que ella no podía entender por qué de pronto estaba siendo tozudo y amargado.

Por supuesto Evangeline no podía entenderlo; después de todo ella no fue a la que dejaron atrás, sin ninguna carta o explicación. Durante años mis hermanos habían disfrutado de los regalos y de las felicitaciones navideñas de mis padres y a la vez me lo habían ocultado. No podía reprochárselo, después de todo sería muy violento para ellos tener que admitir ante mí que yo era el único al que mis padres habían decidido ignorar. ¿Cómo se saca ese comentario en una conversación civilizada? Podía entender su silencio, pero que además esperaran que fuera todo maravilloso y honorable con los culpables de todo el conflicto era demasiado. No iba a hacerlo, ni siquiera por Evangeline.

Cuanto antes nos fuéramos de Alberton, mejor.

***

Llevaba media hora sentado sobre el viejo puente de madera y viendo las aguas claras del río Clark Fork moviéndose bajo mis pies. Era una sensación agradable: estando rodeado de árboles y agua podía notar cómo la energía pasaba a través de mí y experimentaba una subida de magia. Este era el lugar más maravilloso que había visto jamás; los pájaros volaban por el cielo y podía ver Alberton y todo lo que lo rodeaba a través de sus ojos. Sentía como si pudiera volar con ellos.

Por desgracia, Evangeline no opinaba lo mismo.

-¡No consigo entenderte! –se levantó y pateó una piedra suelta-.

-Tienes que sentir la naturaleza…

-¡No puedo sentir algo que no sé cómo se siente! –gritó, ofuscada-.

-Estoy intentando ayudarte.

-Pues si esto es lo que consigues cuando lo intentas…

Hice una mueca. Yo lo había sospechado desde antes de que empezáramos: Evangeline era incapaz de quedarse quieta durante un momento. Siendo así sería difícil conseguir que se concentrara.

-Dime lo que hiciste tú cuando eras pequeño, no intentes explicarme cosas imposibles –dijo, cruzándose de brazos-. Algo debiste de hacer para evitar transformarte un día cualquiera mientras ibas paseando por la calle.

-Ev… en realidad yo no hice nada específico. Cuando había luna llena me encerraba en el subterráneo, hacía cualquier cosa que tuviera que hacer, incluso he llegado a encadenarme con cadenas de plata. Cuando eso no funcionaba, lo alimentaba con carne. Al lobo, quiero decir.

-La última vez mamá y papá me llevaron al bosque y me encadenaron a un árbol pero logré escapar. La plata no funciona bien y duele mucho. Me quema la piel.

-Ese es el propósito –asentí-. Mira, hay un hechizo… en casa lo tenemos y evita que nos escapemos. Tal vez Gael sepa cuál es y pueda conseguirte algún lugar cerrado donde encerrarte.

-Vale. Gracias.

La cogí de la mano y la insté a que volviéramos caminando al pueblo.

-No tienes que exigirte demasiado. Tenemos tiempo.

No lo teníamos pero si le decía lo contrario se estresaría y le haría más fácil el trabajo a la loba.

-¿Te quedarás en Alberton?

-Sí.

-Mamá y papá se pondrán contentos.

Se me escapó un gruñido.

-Lo dudo.

-¡Lo estarán! Ellos te quieren mucho, Bran. ¿Por qué no les das una oportunidad?

-No.

-No puedes culparlos eternamente. No está bien. Ya no por ellos, sino por ti. No me gustas de esta manera.

-Evangeline.

-¿Qué?

-Realmente te quiero pero si sigues con esta conversación me iré y no volveré. Voy a decírtelo una única vez más: no voy a perdonarlos. No me importa cuánto hayan cambiado o cuánto lo sientan. No va a pasar.

A ella se le llenaron los ojos de lágrimas. Estaba claro que deseaba añadir algo más, pero no lo hizo. Lo preferí así.

***

Llegamos a la casa poco después. Dana estaba cocinando y Gael estaba trabajando en el taller: por las piezas de madera repartidas por el suelo parecía estar construyendo una mesa. Nos acercamos a él y tras captar su atención le expliqué el hechizo que queríamos realizar. Gael me escuchó y cuando terminé sacudió la cabeza.

-Intenté un hechizo similar con Evie y no funcionó.

-El de casa ha funcionado por años –repliqué-.

-Y no lo dudo. Debió ser obra de alguien que sabía lo que hacía –y a continuación se puso a trabajar-.

-Tiene que haber algún sitio donde podamos investigar –insistí-.

-Pregúntale a tu amigo.

-¿Qué amigo? –preguntó Evangeline-.

-Nadie –fijé mi mirada en Gael-. La gente te contrata para rectificar los daños causados por un hechizo que sale mal. Para arreglarlos primero tienes que conocerlos, de modo que has leído sobre todo tipo de hechizos.

-Me contrataba –me rectificó él-. Desde que vivimos en Alberton no hemos usado casi magia. Dejé mi trabajo y ahora me dedico a crear cosas con mis manos. Hace dieciséis años podría haber contestado tus dudas, ahora no. Si le preguntas a tu amigo tal vez te pueda ayudar; tu abuela una vez me dijo que su casa está llena de libros prohibidos. Probablemente hasta podrías encontrar un hechizo mejor.

-¡No quiero su ayuda! –me crucé de brazos-. ¡Y, a decir verdad, tampoco quiero la tuya!

Ninguno de los dos me detuvo cuando salí del taller. Sin embargo, Dana había salido un momento de la casa y nos escuchó. Diligentemente fingió no ver mi cara de enfado.

-Necesito ayuda cortando patatas.

Y yo la seguí. Puede que no estuviera en buenos términos con mis padres pero estaba en su casa y me daban de comer, por lo que debía proporcionar toda la ayuda que pudiera a cambio.

 

 

CAPÍTULO 3: EN PELIGRO

[BRANDON HATTERING]

Mi madre estaba canturreando mientras plantaba flores nuevas en el jardín. Habían pasado varios días desde la discusión con mi padre y dentro de una semana habría luna llena. Debería estar dándole consejos a Evangeline pero ella me sacaba de quicio: cuando no se quejaba de mis métodos de enseñanza me acusaba de ser intolerante con mis padres. De modo que, de alguna manera, terminé en el jardín con mi madre.

-Los tulipanes son hermosos –me dijo Dana con voz soñadora-.

Yo asentí como acto reflejo.

-A la gente suele gustarle las orquídeas, son un poco más fáciles.

Volví a asentir. No me di cuenta de que estaba tratando de darme conversación hasta que gruñó con fastidio. Me giré a mirarla.

-¿Qué? –pregunté-.

-Me gustaría que me hablaras de ti.

-¿Ah?

-¿Cuál es tu flor preferida?

-¿En serio?

Se encogió de hombros. Me imaginé que en este pueblo perdido no tendrían muchos más temas de conversación.

-Me gustan las amapolas. Son simples y están en todos lados.

-A mí me gustan las flores de cerezo –me dijo ella-. Cuando el árbol está en flor no puedes evitar admirarlo.

La conversación terminó. No sé qué sacó ella en claro pero se le veía más animada.

Me acerqué a la tienda de comestibles para comprar mi merienda. Era una tienda alargada con un cartel en el techo que decía “Valley Grocerly”. Al regresar, Dana me informó que Evangeline y mi padre habían ido al bosque para preparar la cabaña y ver si Gael conseguía perfeccionar el hechizo. Solté la bolsa y corrí al bosque. Tenía una mala sensación.

***

Vi que Dana me seguía pero no aminoré el paso. Para cuando llegué al bosque ella se estaba quedando atrás y jadeaba. Me moví más rápido.

Llegué a la cabaña diez minutos después. No había nadie.

-¿Dónde… están…? –Dana se apoyó en un árbol y respiró con dificultad. Parecía a punto de desmayarse-.

Volví sobre mis pasos para agarrarla de los hombros y hacer que se apoyara en mí. Su cara estaba roja y sus manos temblaban por la actividad. Sin embargo, antes de que pudiera llegar a ella, oí un ruido entre los arbustos. Ella también se puso en guardia.

Una mancha blanca saltó sobre nosotros. Yo ni siquiera fui capaz de ver de qué se trataba porque se movió muy rápido, pero cuando se abalanzó sobre Dana y la mancha se quedó quieta oliendo a su presa la vi: era una loba. Una loba blanca. Por un momento creí estar viendo a Nadin Alven, mi antepasada, pero Nadin era más grande.

Entonces la olí. Era Evangeline.

Me quedé estático observándola hasta que escuché el quejido de Dana. Tenía un corte en la mejilla. Aunque era imposible que Evangeline la infectara porque no había luna llena, vi el terror en sus ojos. Había terror, sí, pero su expresión era limpia y sin recriminaciones. ¿Sabría ella que no podía infectarla y por eso no la culpaba? ¿Importaba infectarse, cuándo era obvio que Evangeline iba a devorarla?

Evangeline le mostró los dientes y se preparó para hundírselos en la garganta. En ese momento reaccioné, cogí a la loba por el cuello y la separé de Dana. Mi madre respiró con fuerza y se alejó arrastrándose hasta que se apoyó de nuevo en el árbol. Entonces me miró. Yo también la miré. Le sonreí.

Evangeline me mordió en el brazo. Realmente hundió los dientes hasta el hueso. Ahogué un grito y aparté su cara, luego cubrí la herida con la mano para detener el sangrado. Era inútil, la sangre salía a borbotones. Sentí que me mareaba.

-¡Bran! –escuché gritar a mi madre-.

La loba estaba volviéndose loca con el olor de la sangre. Estaba casi seguro de que ella preferiría la sangre de un humano corriente y no la de uno de los suyos, pero estaba demasiado hambrienta como para que le importara. Me pregunté dónde estaba Gael.

Cuando vi que pensaba atacarme de nuevo, me transformé. El proceso duró apenas unos segundos y en mi lugar quedó un gran lobo gris. La loba se detuvo y me observó, reconociéndome como un hermano. La consideración no duró mucho, volvió a la carga después de decidir que no le importaba. Yo era mucho más grande, más viejo también debido a que mi lobo despertó antes que la suya, pero Evangeline era endemoniadamente rápida. Comenzaba a entender cómo había sobrevivido al ataque de los policías, un humano corriente no podría enfrentarse a ella cara a cara.

Sentía el miedo de Dana y estaba seguro de que Evangeline también. Muy pronto decidiría ir a por la presa débil y esta vez no se tomaría su tiempo para apreciar la comida. Sabiendo que estábamos demasiado igualados en forma de lobo, volví a mi forma humana. Lo hice en medio de un salto, sin perder el equilibrio.

-Soy más fuerte que tú –le dije-.

La loba levantó los ojos y me miró con odio. Le sonreí ladinamente y dejé que los míos se volvieran de color amarillo y que mis colmillos crecieran. Ella no se movió.

-Puedes comenzar a atacarme.

Ella me atacó.

Su mandíbula se cerró a escasos centímetros de mi cara. Solté un jadeo: decididamente era rápida. Sin embargo, yo no mentía. Incluso sin la influencia sanguinaria de mi lobo, yo era más fuerte. Extendí los brazos y me concentré. La loba seguía moviéndose pero ahora la naturaleza estaba de mi lado. Sentí el viento azotar contra mi cara y el susurro de los árboles, y les llamé. Cuando Evangeline intentó abalanzarse sobre mí de nuevo, un muro de hojas y raíces le cortó el paso. Ella chocó, aulló y solo consiguió pasar la cabeza a través del muro. Se sacudió con ira.

Aproveché para apartar a Dana y llevarla a la cabaña. Acababa de cerrar la puerta tras ella cuando Evangeline consiguió liberarse y cargó contra mí con una furia ciega. Me mordió el cuello y sentí el crash de la clavícula. Mi brazo derecho quedó inutilizado. Si no quisiera tanto a Evangeline habría mandado a la mierda el control y se lo habría dado al lobo, pero sabía lo que eso significaba: Evangeline moriría. Yo no quería eso.

Sin embargo, estaba claro que debía ahuyentar a Evangeline. Si no, ella me mataría a mí.

Con las últimas reservas de energía que tenía, llamé al viento. Veía puntos negros detrás de los ojos y seguramente pronto me desmayaría, pero hice todo lo posible para dirigir el viento hacia Evangeline. Era difícil porque normalmente me movía y me hacía parte de la energía, esa era la manera en la que Niche y Oden me habían enseñado a atacar. Pero no podía levantarme y apenas tuve tiempo de ver si mi ataque había funcionado.

Cerré los ojos y me sumí en la oscuridad.

***

Me desperté sintiéndome como si acabara de arrollarme un camión. La luz del sol me molestaba y me impedía abrir los ojos. Alguien ordenó que cerrasen las cortinas y yo volví a sumirme en la inconsciencia.

La segunda vez que me desperté era de noche. El dolor era tan intenso que sentía una opresión en la garganta, como si ni siquiera tuviera permitido gritar. Miré hacia arriba.

-Bran –me llamó una voz femenina-.

Miré a mi madre. Estaba viva.

De nuevo, me desmayé.

La tercera vez me despertó el murmullo de voces. Eran mis padres, discutiendo.

-Tenemos que llamar a un médico ahora mismo –estaba diciendo ella, con voz temblorosa-.

-No hay manera de que acepten mantener esto en secreto. Cuando sepan quién es…

-¡Eso no importa ahora! Llévate a Evangeline lejos. Yo me quedaré y asumiré las consecuencias.

Ellos siguieron discutiendo. Traté de decirles que no se preocuparan por mí, que me recuperaría solo aunque tuviera que pasar por un infierno, pero lo único que salió de mi boca fue:

-Parker.

Y volví a desmayarme.

***

El olor me despertó. Mi madre estaba parada a un lado de la cama, sosteniendo un pollo. Cuando ella me vio mirarla se aclaró la garganta.

-Evie dijo que te trajera un pollo crudo –hizo una cara de repulsión-. De todos modos no podrías comértelo, estás demasiado dolorido.

Por toda respuesta estiré la mano. Ella me pasó el pollo como si pensara que iba a arrojarlo contra la ventana. Yo lo mordí. Una vez, dos, hasta que efectivamente comer resultó ser una agonía tal que compitió con bailar claque descalzo sobre pinchos de hierro (si es que alguien hacía algo así).

Ella recogió las sobras del pollo con cara de estupefacción, pero no dijo nada.

-Me siento mejor –le dije-.

-Me alegro –hizo una pausa-. Tú… llamaste a tu amigo antes. Pensé que querías verlo.

-¿Parker está aquí?

-Acaba de llegar. Está abajo, con tu padre. Subirán en cualquier momento.

-Vale –miré hacia otro lado-. ¿Cómo está Evangeline?

Ella tardó tanto en contestar que pensé que no iba a hacerlo. Su voz era absolutamente triste cuando dijo:

-Está bien. Ella… regresó a la normalidad poco después de… -sacudió la cabeza-. Perdió la consciencia cuando la empujaste contra el árbol.

Eso fue lo último que hice, en realidad. El viento se llevó a Ev volando y la envió contra un árbol, solo que yo pensé que no había sido para tanto. A decir verdad, me había sorprendido despertar y descubrir que seguía vivo.

-¿Estabas mirando?

-Desde la cabaña, sí. Yo… gracias por salvarme.

Me encogí de hombros. Me salvé de tener que contestar cuando Gael entró en el cuarto acompañado de Parker. Mi padre se veía como si no hubiera dormido en días y tenía un chichón en la cabeza. Él cerró la puerta tras de sí y se quedó donde estaba. Parker terminó de decirle algo y entonces me miró.

-Mierda –masculló, poniéndose blanco-.

Me imaginaba el aspecto que debía tener. Efectivamente me sentía como una mierda. No sabía qué excusa le habían dado a Parker para que viniera pero comprendí que no le habían contado la verdad. Por cómo me miraba, él esperaba encontrarme con un resfriado.

Para cuando el shock abandonó su expresión y pensé que volvería a ser el mismo Adam Parker imperturbable de siempre, éste fue sustituido por la ira.

-¿Quién te ha hecho eso?

Estaba tan sorprendido que no contesté. Él se acercó, miró mi brazo con ojo clínico y luego a mis padres. Ellos retrocedieron por instinto.

Esa pareció ser toda la respuesta que Parker necesitó porque lo próximo que dijo fue:

-Ha sido tu hermana, ¿verdad?

Incluso yo me asusté. Sentí un filo en su voz, como si tuviera que esforzarse por no asesinarnos a todos en este mismo momento. Era una reacción ridícula por su parte, y así se lo dije, pero lo único que conseguí fue que me mandara a callar. Deseé estar en cualquier otro lugar.

-No puedes ser más estúpido, ¿verdad? Siempre tienes que meter la nariz en los asuntos de los demás.

No había manera de que me mantuviera callado después de que Parker me dijese semejante sinsentido.

-¡Es mi hermana!

-Hay muchas maneras de ayudarla sin que termines medio muerto.

-Supongo que tú la habrías abandonado, ya que eres incapaz de preocuparte por los demás –le espeté, demasiado frustrado como para importarme si lo lastimaba-.

-No me tientes. Estoy a punto de darme la vuelta y dejarte solo con tu estupidez.

-¡Pues hazlo! –no pude evitarlo, cogí la almohada y se la tiré a la cara-.

Nada más hacerlo me arrepentí. Pensé que me mataría. Sin embargo, él se limitó a suspirar.

-Consigues sacarme de mis casillas –me dijo. Pensé que esa descripción era más adecuada para él-. No tienes sentido común. Terminas apegándote a las personas que menos lo merecen y eres tan estúpido que piensas que estás a salvo.

-¿Ya has terminado? –le pregunté, gritando-.

-Sí.

A continuación se sentó a un lado de la cama, colocó mi brazo sobre la almohada que le había lanzado y puso las manos encima de la herida. Al principio siseé de dolor y le habría dado un puñetazo con mi mano derecha, pero dado que no podía moverla no había mucho que pudiera hacer.

Cuando separó un poco las manos de la herida vi lo que estaba haciendo y ahogué un grito de sorpresa. Parker había hecho esto antes, el día que me ayudó a restaurar el libro y curó mis manos quemadas. Como aquella vez, la herida comenzó a curarse sola. Pero era una herida muy seria, el mordisco había penetrado hasta el hueso y me había arrancado centímetros de carne. Para cuando terminó, Parker transpiraba.

Vi a mi madre acercándose. Ella se acercó por mi lado derecho, se puso de puntillas para ver lo que Parker había estado haciendo y casi se cae sobre mí cuando tuvo un vistazo de mi brazo. Yo también miré. La herida había desaparecido por completo y la piel era lisa y sin cicatrices. Si alguien viera mi brazo nadie creería que acababa de morderme un lobo.

Mi padre también se acercó. Él no fue tan comedido.

-¿Qué has hecho? –le preguntó a Parker, mirándolo a los ojos-.

Parker no contestó, lo que no me extrañó: nunca le había visto darle explicaciones a nadie.

-Gracias –le dije. A mi modo de ver, nada le obligaba a ayudarme-.

Él se rio e hizo un gesto hacia mi clavícula.

-Acércate.

Me moví hacia su lado de la cama y expuse mi cuello. Por como maldijo estaba claro que no había pensado que sería tan malo.

-El hueso está roto.

-Sí –respondí con voz monótona-.

-Eso debe doler.

-Algo.

-Un poco más que algo, diría yo. Ese es un infierno de mordisco. Un poco más cerca del cuello y estarías muerto.

Traté de que no se notara lo mucho que me afectaron sus palabras. Mi hermana me había hecho esto, era difícil aceptar que había estado tan cerca de matarme. Por primera vez en mi vida pensé que no sería lo suficientemente fuerte como para verla de nuevo. Aunque la quería, y mucho, no podía pensar en ella sin recordarla lanzándose contra mi yugular. No sabía si este sentimiento algún día se iría.

Parker recitó algunos conjuros para soldar el hueso y luego curó la herida de la misma forma que antes. El dolor remitió hasta desaparecer. Me sentí como nuevo.

-Estoy viéndolo y todavía no me lo creo –masculló Gael, mirando a Parker con algo que casi parecía odio-. ¿Qué demonios eres?

“Le tiene miedo” pensé.

Mi padre era capaz de enfrentarse a su hija pero veía a Parker haciendo un poco de magia y se trastornaba. Pero, realmente, ¿esto era un poco de magia? Nadie era capaz de curar a la gente de esta manera. Los médicos, al menos los que eran magos, trataban a sus pacientes con pócimas y hechizos y no eran ni de lejos tan eficaces. Un paciente podía estar un mes en el hospital en vez de los dos meses que le tomaría curarse de forma natural, pero nada como salir curado en pocos minutos. No había manera en este mundo de lograr lo que Parker había hecho tan fácilmente.

Tal vez él pensara que por eso le hice llamar, porque recordaba la vez que curó mis manos, pero lo cierto es que en aquel momento pensé que iba a morir y quería verlo por última vez. Desde luego Parker no tenía por qué saber eso.

-¿Estás bien? –me preguntó mi madre-.

-Sí –moví un brazo y después el otro. Sentía un poco de incomodidad, como si mi cerebro se negara a creer que el cuerpo había dejado de doler, pero no era tan malo-. Estoy muy bien.

Ella pareció deshacerse como un flan. Cogió una silla y se sentó. Se veía como si la hubieran condenado a la silla eléctrica y luego al último minuto la hubieran encontrado inocente y la hubieran puesto en libertad. Pese a que sabía que no se había preocupado por mí en todos estos años, una parte de mí sintió una nota de alegría infantil. Seguramente Parker tenía razón y era la persona más estúpida sobre la faz de la tierra. Si tuviera un mínimo de inteligencia me apartaría de ella antes de que pudiera volver a abandonarme.

Sin embargo, probé que era idiota porque extendí mi mano y cogí la suya. Ella dio un saltito, me miró como si no acabara de creérselo y a continuación estalló en llanto. Mi mirada se cruzó con la de Parker, la mía algo perturbada, y él me hizo un gesto con la cabeza hacia ella. Tentativamente me deslicé al borde de la cama y apreté su hombro. Cuando por respuesta ella me abrazó se sintió lo más natural del mundo. Sentí el olor de su pelo, a tierra y sol. Cuando era pequeño olía exactamente igual porque se pasaba horas y horas en el jardín.

Seguía enfadado con ella, probablemente nunca olvidaría que me había abandonado cuando más la había necesitado, pero estaba cansado de apartarla de mi lado cuando había tan pocas personas que quisieran estar conmigo. Y extrañaba tanto a la abuela que sentía como si pudiera languidecer hasta morir. Mi madre era parte de la abuela, su sangre, y era difícil pasar eso por alto cuando se parecían tanto.

-Gracias por salvarme… -repitió, pero esta vez no me sentí incómodo-.

Tal vez ella entendía lo complicado que era para mí estar en esta casa y supiera que no merecía una segunda oportunidad, pero los humanos rara vez hacemos caso de nuestros propios consejos cuando queremos algo desesperadamente.

Quizás ya había empezado a perdonarla.

 

 

CAPÍTULO 4: INSOMNIO

[BRANDON HATTERING]

Parker se quedó esa noche. De no haber estado tan absorto con la nueva familiaridad madre-hijo probablemente me habría dado algo cuando comprendí que solo había una habitación libre, que era la que estaba usando yo, lo que significaba que iba a tener que dormir conmigo.

Ahora Parker estaba en el baño y yo estaba mirando la cama y preguntándome qué arreglo íbamos a hacer (¿realmente no pensaba meterse en la cama conmigo, no?). Aquí… entre las mismas paredes y en la misma cama… No, Cristo, eso sí que no. No dormiría en toda la noche. O, peor aún, me pondría en evidencia…. Lo que no era tan malo, porque así al menos se marcharía.

Parker entró en ese momento, vistiendo aún su ropa. En la mano llevaba un pijama verde.

-Tu padre me lo ha dado… No estoy seguro de que quiera que se lo devuelva.

-Se le pasará.

O puede que no se le pasara y decidiera quemar el pijama solo porque Parker se lo había puesto. Había visto el miedo en sus ojos. Yo había pensado que nunca más dejaría que el miedo le hiciera apartar a las personas, o al menos había tenido esa esperanza ya que había acogido a Evangeline, pero su reacción con Parker había sido tan injusta como la que había tenido conmigo hacía dieciséis años.

-¿Has curado a Evangeline? –le pregunté. Parker había curado los arañazos de la cara de mi madre, por lo que asumí que haría lo mismo con mi hermana-.

Él me miró con dureza.

-No pienso hacerle ningún favor después de lo que ha hecho.

-Pero…

Me callé cuando empezó a quitarse la ropa. Con la cara roja como un tomate, me di la vuelta y fingí que arreglaba unos papeles en la mesa. Él no se dio por enterado.

-¿Pero? –preguntó después de un momento-.

-Yo… -carraspeé y me di la vuelta. Él ya había terminado de vestirse y estaba quitando la colcha con tanta brusquedad que casi me extrañó que no la rasgara. A continuación, se metió bajo las sábanas-. Ella no sabía lo que hacía y… -me detuve-. ¿Es que piensas dormir en la cama?

-Por supuesto. ¿Dónde esperas que duerma, en el suelo?

-Pues…

-No voy a dormir en el suelo.

-No digo que lo hagas. Solo…

-Solo nada. Métete dentro de una vez.

-No creo que sea buena idea ponerme a tu alcance cuando estamos discutiendo. Tienes un carácter horrible.

-¿Estamos discutiendo?

-Yo estaba diciendo que Evangeline no tiene la culpa y que me molesta que tú se la des.

-Eso no es discutir, es una prueba de que tú eres idiota y esperas que los demás también lo seamos.

-¿Cómo puede ser tan difícil para ti entender que es mi hermana?

-Yo no tengo hermanos, así que no lo entiendo.

-Podría pasarle lo mismo a tu madre.

-No. No podría. Ella no pondría su vida sobre la mía. Y yo, por mucho que te guste pensar lo contrario, me quitaría la vida antes de hacerle daño.

Sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas. No entendía cómo podía ser tan insensible. Lo peor de todo es que siempre había sido así y yo no tenía razón para desear que fuera de otra manera.

-¿Estás diciendo que mi hermana debería suicidarse? ¿Es eso? –se parecía demasiado a lo que Etainne me decía siempre, que el mundo estaría mejor sin mí y que debería morir. ¿Pensaba Parker lo mismo de mí?-.

-Yo no he dicho eso -apretó los dientes y miró hacia otro lado-. Solo estoy diciendo que no debería esperar que los demás arreglen sus problemas.

-Ella no hace eso…, nosotros la ayudamos porque la queremos. Si tú quieres tanto a tu madre también la cuidarías, aunque ella intentase convencerte de que lo más honorable es dejarla morir. ¿Me equivoco?

-No –admitió-. La diferencia es que yo podría ayudarla mejor que tú.

-Entonces ayúdame con mi hermana.

Él me miró fijamente. En cualquier otra circunstancia se burlaría de mí y me preguntaría cómo demonios había llegado a la conclusión de que él haría algo (cualquier cosa) por mí. Pero me había ayudado hoy, me había curado y luego había hecho lo mismo con mi madre. Aunque no quisiera ya me había ayudado bastante.

-Tu padre me tiene miedo –dijo serenamente-. ¿Me lo tienes tú?

-No.

-Entonces eres un iluso.

-Si fueras a hacerme algo ya lo habrías hecho. Todas las veces que discutimos en el colegio… ahora entiendo que podrías haberme hecho mucho más daño.

-Desde luego tú no te contenías ni un poco con tus puñetazos.

-Sigo pensando que te lo tenías bien merecido.

-Tú tampoco eras un dechado de virtudes.

-Es verdad –dije, sin apartar mis ojos de los suyos-. Admito que muchas veces pagué mi frustración contigo. Eras el único que podía hacerme frente.

-Qué suerte la mía –rodó los ojos. Iba a contestarle pero él se tumbó en la cama y cerró los ojos-. Acuéstate de una vez. Quiero dormir.

-¿Me ayudarás? ¿Con mi hermana?

Él abrió un ojo.

-Tú te ayudaste a ti mismo bastante bien.

-Tuve mucho tiempo para aprender. ¡A ella la acusan de asesinato!

-Quizás se merece la sentencia.

-Lo sé.

Parker suspiró y masculló un “Te ayudaré”. De no ser por mis sentidos agudizados por el lobo no le habría escuchado. Satisfecho, caminé lentamente hasta mi lado de la cama. Para cuando me atreví a apartar la colcha y tumbarme a varios palmos de distancia él ya estaba dormido.

Yo no dormí en toda la noche.

***

Bien temprano en la mañana, a una hora en la que probablemente estaría durmiendo a pierna suelta de no ser porque no había pegado ojo, Parker se levantó y comenzó a hacer ruido por la habitación. Aparenté estar dormido, sin embargo cuando se quedó parado junto a la cama, a un palmo de mi cara, tuve que abrir necesariamente los ojos.

-Levántate –me dijo-.

Volví a cerrarlos y me giré, quedando de espaldas a él. Si se iba podría dormir un poco… tal vez… La verdad es que su olor impregnado en las sábanas y en la almohada no iba a ayudarme mucho. Pero siempre sería mejor que levantarme.

-Si quieres que te ayude, levántate –insistió-.

-¿Con mi hermana? –pregunté, negándome a mirarlo-.

-Sí.

Me levanté. Él salió de la habitación en cuanto le quedó claro que iba a obedecer, de modo que fui hasta el baño y me di una ducha rápida. El agua estaba helada y para cuando salí estaba tiritando. Cogí una toalla y me enrollé en ella, apreciando el momentáneo calor. Descalzo, me desplacé en puntillas hasta mi cuarto y en dos zancadas llegué hasta la cama. Las chanclas estaban bajo ella y no me tomó ni diez segundos ponérmelas.

-Listo. Ahora la ropa.

Miré hacia la silla, donde había colocado la ropa limpia la noche anterior. En el respaldo estaba el pijama de mi padre. Cogí mi ropa y me vestí rápidamente.

Parker me esperaba abajo. Estaba sentado a la mesa y hundiendo un trozo de pan en un huevo frito. Se lo metió en la boca y me miró. Me extrañó que se hubiera tomado la molestia de cocinar.

-¿El Amo quiere algo más? –preguntó una voz. Venía de detrás de la encimera así que tuve que entrar en la cocina para comprobar que se trataba de… alguna especie de criatura vestida con uniforme de sirviente. Tenía cuernos en la cabeza, como el demonio que vi en su casa la última vez que estuve allí, pero era enorme y de piel verde-.

-¿Has traído un… ogro? –pregunté, con la boca abierta de par en par-. ¿Cómo te atreves?

-Willow no dirá nada. Por cierto, es una ogresa. No seas grosero.

-¡Has puesto el paradero de mi hermana en peligro!

-Willow ha trabajado en mi familia desde que era pequeño. Me es leal. Y si no lo es, lo pagará.

La ogresa no se inmutó. Le hizo una reverencia respetuosa y para cuando terminó estaba sonriendo con algo que parecía orgullo.

Levanté el mentón, negándome a reconocer la locura de ambos.

-Dijiste que ayudarías a mi hermana.

-Primero tengo que verla. ¿Sabes dónde está?

-¿No está aquí?

-En la casa no. Deben haberla encerrado en algún sitio.

-Se lo preguntaré a mis padres cuando bajen –me quedé mirándolo-. Por cierto, ¿cómo vas a ayudarla?

-De alguna manera.

-¿Y esa es…?

-No lo sé. Lo descubriré en su momento –apartó con una mano la silla a su derecha-. Siéntate conmigo. Hay comida para ti también.

Me senté a su lado, primero con cierta desconfianza, pero eventualmente me relajé. Parker no apartó la mano de la silla; con solo retroceder un poco su mano tocaría mi piel por encima de la camiseta. Si lo hacía como si no fuera gran cosa, como si no me diera cuenta…

Me sonrojé. Él elevó una ceja.

-¿Qué pasa?

-Nada.

Me miró fijamente y yo aparté la mirada. Me pasó un pedazo de pan.

-Come. Necesitas recuperar las fuerzas –cerró los ojos un momento-. Yo me quedé frito nada más apoyar la cabeza contra la almohada. Utilicé demasiada magia, creo.

-Gracias por, um…

-A veces eres un incordio, pero no iba a dejarte morir, ¿verdad? –sus ojos no abandonaron los míos por lo que pareció una eternidad-.

La llegada de mi padre rompió el momento.

Parker apartó la mano de mi silla y empezó a comer con la cabeza agachada.


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