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La invitación del fuego por chibibeast

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Notas del capitulo:

Hello~

Hace rato dije que el segundo cap era el final, pero me convencieron de hacer una tercera parte. Este sí es el final y ya xd

III

 

Habiendo aclarado sus sentimientos y mentes, decidieron descansar el tiempo suficiente antes de alejarse de aquel lugar consumido por el pánico, el fuego, la sangre, … el olor a muerte. El pueblo de Nagasaki era una sinfonía de lamentos. Necesitaban alejarse rápido de allí, marcar distancia entre el clan Yoshiwara y el clan Kashide, porque en el caso de que les encontraran, no perdonarían sus vidas.
Descubrirían que les traicionaron, que intentaban huir con el enemigo y que permitieron la muerte de sus aliados. Los matarían sin piedad. 

Las heridas de Yuu les alentaban el paso, pero Yutaka se las arregló para perder la pista de cualquiera que quisiera darles persecución. Atravesaron el bosque que delimitaba a Nagasaki, tomando breves descansos, recuperando energías y disipando aquella incomodidad entre ambos; la confesión de Yutaka y la respuesta de Yuu aún retumbaban en sus tímpanos.

Sin embargo, había algo que se aglomeraba en el pecho del —ahora— ex samurái: el remordimiento por abandonar a su clan; era un traidor, un desertor, su honor estaba manchado y eso jamás podría borrarlo. A sus ojos, él era una alimaña, un vil ser que aprovechó la situación para recuperar aquello que hacía tantos años consideró perdido. La voz de su hermano menor llamándole le impedía caer en la inconsciencia, las manos frías de este sobre su piel le traían de vuelta del abismo en el que estaba permitiéndose descender.

—Si se enteran que mi cadáver no se encuentra entre el motón de caídos en el cuartel del Yoshiwara, no dudarán en seguir mis huellas. Buscarán hasta dar conmigo y te asesinarán por el simple hecho de estar a mi lado.

—Entonces, moriré feliz. —la mirada insatisfecha del otro le instó a no decir incoherencias. —No existe verdad más pura en mí que mis sentimientos, Yuu.  Además, nunca permitiría que arrebataran mi vida, sin antes aferrarme a ella con mis fuerzas y defenderla con todo el valor posible.

—¡No lo entiendes! Lo que hice para alejarte, para mantenerte con vida será en vano. No me acerqué a ti en estos diez años, incluso luego de saber que Suzuki había muerto, porque tu supervivencia vale más que el capricho de volver a verte. —respondió a la pregunta que sabía estaba a punto de ser formulada. —Manteníamos contacto por medio de cartas cortas, camufladas con su oficio y bajo un nombre falso.

—No me di cuenta. Akira siempre fue sereno, no actuaba sospechoso ni sus palabras sonaban a mentiras. —recostado a un árbol, apoyó la cabeza en el tronco y contempló el cielo nocturno abundante de estrellas, semi bloqueado por las hojas. —En aquel entonces, él y yo… tú lo sabías… no hiciste nada.

—Te lo dije, esperaba que te dieras cuenta que allá afuera hay personas mejores que yo para enamorarse. —acomodó un brazo, apartando la herida de la aspereza del tronco, el cual yacía a su costado izquierdo. —No supe más de ti, hasta hoy.

La frondosidad de los árboles impedía el paso de la luz de la luna, lo poco que se colaba, iluminaba el cuerpo cansado de Yutaka, haciendo brillar el sudor que resbalaba de sus sienes hacia el cuello, donde se anidaban en las clavículas marcadas y algunas traviesas gotas se escurrían al pecho, siendo absorbidas por la tela del yukata. Su hermanito creció, vaya que lo hizo. La temperatura elevada del verano no perdonaba ni a la noche. 

—¿…Shima?

El tono de interrogación le sacó del análisis, no se había percatado que Yutaka le hablaba y que ahora todo su ser se volcó en él, asediándolo con esos irises oscuros, acusándolo de algo que no alcanzó a entender.

—¿Disculpa? 

Obtuvo un gruñido, previo a la repetición de la pregunta.

—¿Era de tu conocimiento que mi amante actual era Takashima?

—No. Tampoco conocía que pertenecías al clan que planeábamos atacar.

—Estuve casi dos años con ellos, ¿cómo es posible que no supiéramos del otro?

—Takashima no sólo era un samurái digno, también era un embaucador excepcional. Aunque no tengo manera de constatar que sus sentimientos hacia ti no hayan sido reales.

—“En asuntos del corazón, la razón no tiene cabida.”, él lo decía cada vez que yo señalaba lo ilógico de su comportamiento para conmigo.

—Cuánta verdad en tan sencilla frase.

—Es por ello que haré mi voluntad, no consentiré que otra persona tome decisiones sobre mi vida. Ni tú ni nadie. He elegido mi camino, lo seguiré hasta el final, mas sólo será posible si tú estás a mi lado. No tengo a dónde ir ni a quién recurrir, tú eres mi único hogar, posees el calor en el que quiero, deseo, anhelo y necesito resguardarme. —el tono tenso y firme pasó a ser débil e inseguro, rompió en fracción de segundos la capa gruesa que ocultó la inestabilidad de sus emociones, debido a los recientes sucesos.

Aguantando el dolor, Yuu, se arrastró al frente de Yutaka, envolvió el cuerpo de este, cumpliendo su petición; enredó los dedos entre los lacios mechones, exponiendo el lateral del cuello, donde posó los labios a manera de consuelo. El sudor le supo salado y metálico, pero no le importó. La diestra pasó a la cintura, reposando en la espalda baja, mientras juntaba sus mejillas y murmuraba versos dedicados a las titilantes luces que se cernían en el negro firmamento. Lento, casi tortuosamente, los labios de ambos se encontraron, apenas tocándose. Yutaka fue el primero en ceder, cerró los párpados e inició la caricia; Yuu le secundó, manteniendo un ritmo pausado.

El ardor de la naturaleza les llamaba, el fuego les invitaba a calcinarse en él. El olor de la muerte espesó el ambiente, embotando sus sentidos e infundiéndoles pavor.

 

 

 


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Dificultoso se les hacía el camino, cada paso era un grito de sus almas, resentidas por el dolor físico, luego de haber desaparecido la adrenalina momentánea. Los pies de Yutaka iban lastimados, sus getas no eran aptas para el tipo de terreno pedregoso que recorrían.

Agradecían a todos los seres divinos existentes por brindarles una oportunidad más a sus decadentes corazones. Nagasaki estaba prendido en llamas y, pronto, el bosque tendría el mismo destino.

Cruzaron la frontera hacia Gonjō, en dirección al norte, donde no pensaban quedarse por mucho, sólo lo suficiente para abastecerse de alimentos y medicina; este pueblo tenía mala reputación debido sus habitantes, pero la calidad de sus medicinas valía la pena tolerar el escrutinio desdeñoso y los murmullos desvergonzados. Una vez el primer cartel que señalara ser herbolaria hubiere sido detectado, entraron. La yori y el andar de Yuu captó poderosamente la atención de quienes los veían, un samurái maltrecho deambulaba sus calles, para ellos, significaba que la desgracia se avecinaba, así que alzaban oraciones al cielo para que este y su acompañante salieran de sus tierras con premura.

Yutaka tuvo que regatear, el dueño de la tienda era muy huraño y le cobrara cantidades exorbitantes por el mínimo medicamento que pedía. La exasperación se apoderó de este, estaba a punto de maldecirle y retirarse de allí, cuando de repente, la pesada armadura de Yuu fue postrada a los pies del odioso dueño.

—Con esto basta y sobra para que le dé a mi compañero lo que necesita.

—¿Qué? No puedes hacer esto, hay otras tiendas a las que podemos ir. —reclamó el menor.

—No sólo necesitamos detener el dolor que nos doblega, también necesitamos lavar nuestros cuerpos, alimentarnos y, por supuesto, descansar en el interior de un sitio cálido, no a la intemperie. Aparte, debido al tamaño de esta estructura ha de tener más de dos habitaciones.

—Está usted en lo correcto, aguerrido hombre, mi humilde morada posee un par de habitaciones extra, este pago cubre su estadía aquí. —el tono prepotente del anciano cambió a uno sumiso, al concentrar su inspección en la brillosa coraza, las secas manchas carmesí no les quitaban valor a los detalles grabados. —Una pregunta, mi señor, ¿qué sucedió con el casco?

—Fue arrancado de mi cabeza por la espada de un bravo guerrero y perdido en el campo de batalla.
—Es una lástima que tan lustroso conjunto esté incompleto. —hizo un ademán a ambos visitantes para que lo siguieran al interior de la casa, subieron las gradas al segundo piso, donde el dueño les indicó las habitaciones que podían ocupar.

—Con una basta. —informó Yuu.

—Oh, entiendo. —carraspeó— Les avisaré cuando la cena esté lista, el baño está abajo, úsenlo cuando les apetezca. —Y se fue.

Estando solos, Yutaka ayudó a Yuu a deshacerse de las demás telas de su traje, dejándole con una sola capa.

—No puedo creer a ese viejo, jugando conmigo y a ti llamándote “mi señor”. —bufó el menor de los amantes.

—Gonjō está atestado de codiciosos, muestrales una pieza de oro y los tendrás bailando en tus manos.

—Le diste tu yori, seguro reconocerá el símbolo del Yoshiwara grabado a la espalda.

—Te equivocas, mi amado, el único interés de este poblado es la riqueza: oro, plata y bronce, dependiendo de cuál ofrezcas serás tratado. Líneas intrincadas rellenas de oro, es lo que ese viejo ve.

A los minutos, bajaron al baño, una tina de madera rebosante de agua tibia y vapor les esperaba, igual que tres baldes al lado de esta para rellenarla. Se ayudaron mutuamente, tardaron buen rato limpiando a consciencia las aberturas en sus pieles, descubriendo los rincones que el avance de los años se había encargado de desarrollar. No era el momento ni el lugar adecuado para entregarse y aceptar la invitación a ser abrasados por el candor de su amor.

Rodeado por el frío de la noche, Yutaka lavaba sus ropajes, mientras la cena era servida y Yuu tomaba las medicinas. Traían puesto unos harapos que el dueño “amablemente” les ofreció. Cenaron dentro de la habitación, silenciosos terminaron. Durmieron en el mismo futón, compartieron sábanas, repeliendo el frío.

Partieron al alba. Yutaka estaba decidido a emprender la misión de recuperar sus pertenencias, sin saber quién había ganado o si la pequeña casa que consiguió con tanto esfuerzo había sido arrasada durante el incendio. Yuu aguardaba escondido entre las matas, orando a los dioses por su regreso a salvo; se sentía desvalido, su honor como samurái ya era irrecuperable. Si no fuese por el sincero amor de Yutaka, se habría suicidado la noche anterior. Su amado cargaba la espada del ex amante, la defensa en caso de ser descubierto.

El sol despuntaba casi completo del horizonte, su mente estaba en contra suya, imaginando el peor escenario. Planeaba ir en busca, aunque fuese de un cadáver. No fue necesario, ya que reconoció la figura que se acercaba seguro hacia él, traía consigo una carreta.

—¿Tuviste algún problema? —se aventuró a preguntar.

—No nadie me volteó a ver siquiera. Todos lloran sus pérdidas, buscan algo que salvar, a la vez que lamentan su suerte. —dieron paso al este, conversaban mientras avanzaban. —Mi clan está extinto.

—Debemos ir a un lugar donde nadie me conozca y no esté bajo supervisión de guerreros renombrados. 

 

 

 

 

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Atravesaron cuatro pueblos, haciendo trueques por comida, ropa y cobijo. Viajaron durante meses, aprendieron uno del otro, compartieron secretos, penas, dudas; supieron expresar su amor sin palabras. Yuu, lento pero seguro, amó el ser de Yutaka. Ya no eran hermanos, ese lazo fue roto desde el instante que se dispusieron a traspasar la línea invisible que les separaba.

Llegaron a un punto en el que ya no deseaban continuar viajando, así que se asentaron en un campo apartado del resto de viviendas, donde construyeron con sus propias manos los cimientos del que sería su hogar hasta que dieran el último aliento de vida.

Yutaka continuó siendo un herrero, forjando piezas de reducido calibre: cuchillos, navajas, hachas, lo que la gente le pidiera hacer. Yuu transcurría los días observando con adoración y cariño a su amado. De vez en cuando platicaban con los ancianos, jugaban con los niños y, curiosos, se unían a las actividades que las mujeres realizaban en medio de risillas a costa de su torpeza. Las noches les pertenecían a ambos, solos los dos, las telas representaban gran estorbo, se deshacían de ellas presurosos, deseoso de acariciar la —ya no tan— tersa piel, de sentir el calor ajeno y hundirse en las carnes del contrario; sus voces se unían al coro nocturno del baile que ejecutaban las ramas de los árboles al soplido del viento.
 

 

Esta nueva vida, labrada de las cenizas esparcidas y las brazas aún refulgentes, sea longeva. Semejante al sedentario roble, al bello cerezo y a la tierna camelia.

Notas finales:

Ok. Logré mi cometido, los protas no murieron jajajaja

Esto es todo. Byte bye~


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