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Medicina Experimental (Editado) por Izuspp

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Capítulo 2

Entre Gallinas y Huevos

Toda una semana tuvo que pasar el pobre Pete, internado en la clínica de Mineral Town, por culpa del doctor y sus medicinas extrañas. Pero también, por culpa de su desobediencia, ya que no hizo caso a la advertencia que Elli le dio y muy al contrario, se puso a imaginar cosas al mejor estilo de las telenovelas. Lamentablemente, su imaginación de citadino no le daba para otra cosa. Pensaba que en definitiva las cosas en el campo eran muy diferentes, a como las manejaban en la ciudad. Tenía que aprender a confiar en quienes debía confiar y aprender a no recibir comestibles de dudosa procedencia de ahora en adelante.

Al menos en el tiempo que estuvo en la clínica no tuvo que preocuparse por dinero, puesto que le daban sus tres comidas al día y sus medicamentos. En una situación normal, hubiera tenido que pagar todo esto, pero como la culpa fue del doctor, este le dijo que no tendría que pagar absolutamente nada, ni siquiera la cuenta de las atenciones que tuvo por la fatiga. Pero al cabo de una semana, tuvo que irse del hospital y eso significaba que quedaba totalmente a su suerte; dependiendo del poquísimo dinero que le quedaba. Estaba sumamente preocupado porque no podría subsistir más de dos días con lo que tenía.

Al llegar a su granja su preocupación no hizo más que aumentar, ya que todo el tiempo que la había dejado descuidada, sirvió para que el campo se poblara nuevamente de esas molestas malas hierbas. Ahora estaba justo como al principio e incluso peor, porque tenía menos dinero. Y aún debía pagar por el arreglo de las herramientas.

“¡Ahora sí que estoy frito!” pensó.

 Pete no tenía idea de qué hacer en ese momento. No le quedó más que comenzar nuevamente a quitar los hierbajos, deshacerse de las piedras y troncos; para de ese modo tratar de preparar el campo y así tal vez comenzar a sembrar algo muy pronto. Lo bueno era, que al menos ya tenía sus herramientas y no le sería tan difícil como la primera vez.

Ya iba siendo medio día y su estómago rugía como si no hubiera comido en días, pero el granjero pensaba en ahorrar lo más que pudiese y por tanto, no iba a almorzar ese día; ni los siguientes probablemente. Se conformaba con beber agua del río que corría al lado de su granja. A falta de alimento, decidió descansar un rato bajo la sombra del manzano que había en el campo. Se estaba muy a gusto allí, con la brisa jugueteando con los mechones de su cabello, el aire fresco oxigenando sus pulmones y sobre todo, la paz que se sentía en ese lugar. En su vida jamás había estado en un lugar tan pacífico como ese. Estuvo incluso a punto de quedarse dormido, cuando sintió unos toques muy leves en su hombro.

Al abrir sus ojos, pudo divisar una figura frente a sí, pero tardó unos segundos en enfocar y reconocer quién era.

—¿Doctor? ¿qué hace aquí? — Interrogó sorprendido. —Si es para que le ayude con otra medicina, preferiría al menos esperar un tiempo, no me gustaría pasar otra semana en el hospital por ahora. — Dijo medio en burla, pero con algo de verdad.

—He venido a ayudarte, Pete. — Dijo seriamente el hombre, sin dar señas de que la "broma" le hubiese causado la más mínima gracia.

—¿A ayudarme? ¿Como? ¿Por qué?

—Dijiste que no tenías dinero y por mi culpa te retrasaste para poner a funcionar tu granja, así que hablé con alguien para que te diera una mano. — Respondió en el mismo tono serio y con su rostro igualmente inexpresivo. Pete pensaba que eso era muy extraño, pero al fin y al cabo, los campesinos eran amables y solidarios entre ellos; eso ya se lo había dicho a sí mismo y pensó que tenía que acostumbrarse a ello.

—Ya veo. ¿Qué se supone que tengo que hacer entonces? — Preguntó Pete sumamente interesado y presuroso, haría lo que fuera con tal de conseguir dinero.

—Solo tienes que dirigirte hacia la granja de al lado y preguntar por Lillia, la dueña de la granja avícola. Ella te dirá que tienes que hacer. — Indicó puntualmente y dicho eso hizo una pequeña inclinación de cabeza y salió de la granja de Pete.

—¡Gracias! — Gritó el granjero a ver al doctor alejarse, pero este únicamente hizo una seña con la mano, indicándole que lo había escuchado. Pete no perdió más tiempo y enseguida entró en la casa para mirarse en el viejo espejo del baño. Se arregló y se limpió, asegurándose de que no estaba lleno de tierra por haber estado trabajando en el campo y emprendió presuroso el camino a la granja continua.

En efecto, era una granja avícola, afuera había un enorme encierro con muchas gallinas, un enorme gallinero y también a un lado estaban unos extraños contenedores que no tenía idea de para qué servían. Supuso que debía ser muy difícil cuidar a tantas gallinas y se preguntaba precisamente cómo podrían ayudarle con su problema en ese lugar. Iba a tocar a la puerta de la casa, pero notó que estaba abierta así que entró cautelosamente, en seguida una jovencita con el cabello rosa y una apariencia bastante infantil, pero de extraordinaria belleza; se acercó sonriente a él.

—Eres nuevo en el pueblo ¿cierto? Mi nombre es Popuri y es un gusto conocerte— Le saludó la chica efusivamente, con su vocecita tierna y chillona. —¿En qué puedo ayudarte?

—Hola, mi nombre es Pete. Acabo de llegar hace unas semanas, es un placer. — Contestó Pete educadamente. En ese momento lo que más le interesaba era resolver su problema así que dejó las formalidades a un lado – Verás, estoy buscando a Lillia, el doctor me dijo que viniese a hablar con ella y…

—¡Mamá! ¡Mamá, ven pronto! — Sin dejar que Pete terminara de hablar, la chica gritó fuertemente haciendo que sus tímpanos casi explotasen.

—¿Por qué tantos gritos? Aquí estoy...— en ese instante una mujer idéntica a Popuri, bajó por las escaleras que daban al segundo piso de la casa. La mujer probablemente era la madre, pero se veía tan joven que podían pasar por hermanas, Pete comprendió de inmediato de dónde venía la belleza de la otra chica.

—Buenas tardes, ¿es usted Lillia? Yo soy Pete, acabo de mudarme a la granja continua hace unas semanas y el doctor me dijo que...— Un leve sonrojo cubrió las mejillas de Pete, le daba vergüenza decirle a Lillia que no tenía dinero y que el doctor le había enviado allí por ese motivo.

—¿Así que tú eres Pete? Sí, el doctor me habló de ti esta mañana cuando fui a verlo para mi tratamiento. Ya sé cuál es tu problema y puedo ayudarte. — Dijo la mujer amablemente. — Mi hijo Rick está por llegar, hablaremos con él para que te diga lo que tienes que hacer. — Dicho eso por la puerta apareció el joven de gafas y cabello rubio, que Pete había conocido uno de esos días en los que iba a la posada por las noches. Si no se lo dicen, jamás hubiera creído que él era el hijo de Lillia o el hermano de Popuri, no tenían parecido en absolutamente nada; probablemente se parecía a su padre.

—Rick, hijo ven acá. — Lo llamó la madre. El rubio se acercó y al ver a Pete le ofreció su mano saludándolo, a lo que el granjero respondió con un leve apretón de manos. Entonces Rick se dirigió a su madre nuevamente para preguntarle que se le ofrecía. Esta le llevó lejos de Pete en donde no los escuchara y le explicó la situación.

—Ya veo. ¡Entonces manos a la obra! — Dijo Rick con entusiasmo, haciéndole una seña a Pete para que lo siguiera.

—¿Qué tengo que hacer? ¿Qué te dijo tu madre? — Se atrevió a preguntar al no aguantar más la incertidumbre.

—De momento, te voy a enseñar todo lo que tienes que saber sobre las gallinas. — Contestó Rick.

—De acuerdo. — Contestó dudoso. Para Pete era algo totalmente nuevo. En su vida jamás había tocado una gallina, tal vez solo cuando estaba en su plato ya frita. Más luego, se dijo a sí mismo que se suponía que él era ahora "todo un granjero", a pesar de no haber sembrado ni una mísera papa; y era su deber aprender el oficio de las granjas avícolas.

Rick entró al corral y Pete lo siguió, sorprendiéndose al ver la cantidad tan enorme de gallinas y pollitos amarillos que había dentro del lugar. Había paja esparcida por el suelo del gallinero y compartimentos para el alimento. El rubio se acercó a unos contenedores pequeños que había en la pared y le mostró a Pete como dispensaba una porción de alimento para gallinas.

—¿Ves? Todo ya está con la medida exacta, tú solo tienes que depositar una porción en cada compartimento y ellas llegarán a comer por su cuenta cuando tengan hambre. — Le explicó sonriente. En ese momento Pete notó que Rick de verdad amaba su trabajo, ya que continuó hablándole sobre las gallinas, los huevos, los productos que se podían hacer con estos, las recetas, el cómo empollar los huevos y un largo etcétera. Siempre hablaba radiante y sonriente, como si estuviese fascinado en todo momento, definitivamente eso se llamaba amor por su profesión.

Hacia las cinco de la tarde, a Pete le daba vueltas la cabeza de tanta charla sobre gallinas y huevos, pero había sido una experiencia enriquecedora, ahora sabía muchas cosas que le serían de utilidad en un futuro, pero se preguntaba: ¿cómo era que todo eso le iba a servir para solventar su problema de dinero?

—Bien, creo que es todo lo que tienes que saber. Al ocultarse el sol, las gallinas van a dormir, así que el trabajo con ellas es únicamente de día, pero también tienes que procurar que estén encerradas muy bien porque a los perros salvajes les gusta atacarlas. A partir de mañana, te quedas solo. — Dijo finalmente con una amplia sonrisa.

—¡¿Qué?! ¿Cómo que solo? — Preguntó Pete, sin ocultar ni por un instante lo alarmado que estaba.

—Claro que sí. Te pagaremos por ayudarnos unos días con las gallinas ¿o para qué creías que era todo esto? Quiero verte mañana aquí a las cinco de la mañana en punto. — Sentenció, en tono más bien amable.

—Está bien, —se resignó — nos vemos mañana. — Dicho esto, Pete salió como alma que lleva el diablo en dirección a la posada. No tenía idea de si podía hacer lo que le pedían, pero no tenía otra opción, ya todos se habían tomado muchas molestias para ayudarlo. Desde el doctor que habló con Lillia pidiéndole el favor, hasta ella y sus hijos, que estaba seguro de que no necesitan a alguien que les cuidara a sus aves. Le quedaba de por demás claro, que ellos eran expertos en eso y entre los tres se bastaban para manejar su granja de maravilla.

Entonces Pete notó las pocas monedas que bailaban solitarias en su bolsillo, definitivamente necesitaba el dinero y haría lo que fuera para conseguirlo. Entró a la posada dispuesto a cenar, el estómago le rugía como león hambriento desde la tarde, pero no podía darse el lujo de tres comidas al día, así que estaba ansioso por cenar. Como de costumbre Ann le recibió con una sonrisa, alegando que hacía una semana no iba a comer allí, a lo que el joven le contó todo el rollo del doctor y su medicina extraña.

—¡Ese doctor y sus tónicos! La última vez hizo que Cliff tomara uno de esos y pasó tres días con un dolor de estómago insoportable. — Relató la Ann.

—¿Quién es Cliff? — Preguntó Pete, al no saber de quién hablaba la chica. De inmediato notó un leve, casi imperceptible rubor que cubría las mejillas de esta y comprendió la situación.

—Es un joven muy tímido ¿sabes? Vive aquí en la posada desde hace algún tiempo y precisamente cuando acababa de llegar justo como tú, el doctor le atacó con su medicina. — Explicó la chica – Él, no ha podido hacer muchos amigos, se la pasa todo el día en la iglesia y prácticamente solo habla con Carter el pastor. Aunque yo he intentado acercármele y dice que soy una buena amiga para él. Tal vez tú puedas hablar con él y hacerte su amigo, después de todo son muy parecidos, los dos vienen de fuera del pueblo y todo eso. ¿Me harías ese favor? —Ante esa petición que la joven acompañó con una gran sonrisa, Pete no podía negarse. Además, mientras más amigos tuviese allí mucho mejor.

—Muy bien, lo buscaré en la iglesia cuando tenga la oportunidad. De momento, ¿podrías traerme lo más barato que tengan en el menú? — Dijo riendo nerviosamente

—¿Lo más barato? ¡No te preocupes! Ya que me ayudarás con Cliff, hoy tu cena va por mi cuenta. — Dicho esto la joven le guiñó un ojo y salió rápidamente hacia la cocina a traer la comida para Pete.

Luego de cenar, de regreso a su casa, decidió que era mejor pasar a agradecerle al doctor por interceder por él ante Lillia. Aunque ya era tarde, supuso que podía llamar a la puerta, si no le atendían, probaría al día siguiente más temprano.

Llegó a la puerta de la clínica y tocó levemente, esperando unos instantes, al no obtener respuesta alguna decidió tocar con más fuerza. Entonces la puerta se abrió y tras ella la que se asomó fue Elli.

—Pete, ¿estás bien? ¿te ha pasado algo malo? Como verás a esta hora la clínica está cerrada, pero si es una emergencia podemos atenderte. — Dijo la chica, mostrando algo de sorpresa por la visita.

—No, nada de eso, solo quería hablar un momento con el doctor sobre algo personal. ¿Está él en casa?

—Ya veo. Entra y toma asiento, le diré que estás aquí. — La joven dejó que Pete entrara y cerró la puerta, dirigiéndose hacia las escaleras que daban al segundo piso y desapareciendo al subirlas. Pete por su parte tomó asiento en el cómodo sillón negro de la sala de espera de la clínica. Segundos después, la bata blanca del doctor se asomó por las escaleras. “¿Qué nunca se quita esa bata?” se preguntó a sí mismo.

—¿Qué tal te fue con Lillia? — Preguntó con sumo interés en el tono de su voz, pero inexpresivo como de costumbre.

—A partir de mañana tendré que ocuparme de sus gallinas y me pagarán por ello. — Informó. —Aunque no estoy seguro de poder hacerlo. — Confesó un poco cabizbajo.

El doctor se sentó al lado de Pete, un poco más cerca de lo que debería, según la percepción del granjero y lo miró seriamente antes de hablar. —Piensa en esto como una práctica para cuando tengas tus propias gallinas, Pete. ¿O es que piensas vivir de sembrar maíz y tomates solamente?

—No, yo…

—¡Vamos! Sé que lo harás bien. — Junto a esas palabras, el doctor le mostró una leve pero sincera sonrisa. Pete se quedó sorprendido de ese gesto. A pesar de que había pasado toda una semana viviendo veinticuatro horas al día con el doctor, jamás lo había visto sonreír ni un poco. —Tienes que levantarte temprano mañana ¿no?, ve a dormir ya. Cierra la puerta al salir. — Prácticamente lo echó de su casa.

El doctor se levantó, yendo en dirección hacia las escaleras cuando Pete le tomó por un brazo.

—¡Espere! — El rubor cubrió las mejillas de Pete al darse cuenta de su acción tan atrevida, soltando de inmediato al doctor. —En realidad yo venía a darle las gracias por hablar con Lillia. Me salvó de un gran problema. — Dijo, para luego reír nerviosamente.

—Te lo debía por haberte hecho probar esa medicina. Ahora ve a dormir. — Esta vez el doctor subió las escaleras hacia su dormitorio, dejando a Pete en el primer piso.

        Pete se dirigió a su granja, pensando en lo que le esperaba al día siguiente. Pero también, extrañamente pensando en el doctor, aunque no sabía por qué. Simplemente se le hacía bastante fascinante ese hombre, como si tuviese muchos secretos o algo que ocultaba. Finalmente, pensó en que tenía que abandonar sus pensamientos citadinos alimentados por telenovelas y películas yanquis.


 

A la mañana siguiente, se levantó muy temprano y a las cinco de la mañana ya estaba en la puerta de la granja de Lillia.

—Pete, buenos días. — le saludó Rick al abrirle la puerta. Dentro se encontraban Popuri y Lillia, ocupándose de los quehaceres de la casa.

—Buen, día Pete. ¿Listo para cuidar a las gallinas? — preguntó la madre de Rick amablemente; a lo que Pete contestó asintiendo con la cabeza únicamente, no muy seguro de estar preparado.

—Vamos a ver cómo le va, ¿quién apuesta a que no puede? — dijo Popuri, riendo animadamente. –Es broma, es muy sencillo así que sé que lo harás bien. — Le animó, mostrándole una sonrisita inocente. Con los ánimos un poco más altos por las palabras de Popuri, Pete salió de la casa tras de Rick quien le acompañó hasta el corral.

Las gallinas estaban ya despiertas y cacareando, y los nidos estaban ocupados por una enorme cantidad de huevos que Pete no había podido ver el día anterior por haber llegado en la tarde. El rubio entonces le indicó que debía recoger todos los huevos y colocarlos en los empaques que tenían dispuestos para su posterior venta. Pete pensó que recoger huevos era una labor muy sencilla y estuvo mucho más confiado. Rick se retiró, dejándolo solo en el corral.

—¡Manos a la obra! — Exclamó con entusiasmo, dirigiéndose con un canasto a recoger los dichosos huevos. Todo iba muy bien, hasta que una gallina comenzó a aletear muy cerca de él, casi volando sobre su cabeza y comenzando a picotearlo. A Pete casi se le cae el canasto con todos los huevos, pero no pudo evitar que algunos se salieran y terminaran rompiéndose en el piso.

Dado a que se escuchaba un gran alboroto en el corral, Rick decidió ir a ver qué pasaba. Cuando llegó la escena era más que cómica: una de las gallinas aleteando y atacando a Pete y este, bajo ella rogándole para que no lo picoteara más.

El rubio ahuyentó al ave siseando y ayudó a Pete a levantarse, ya que había ido a parar al suelo.

—Gracias Rick. Disculpa, pero los huevos…— No pudo terminar de hablar porque su voz fue ahogada por la escandalosa carcajada del rubio, quien no pudo aguantar más la risa por ver toda esa escena.

—Descuida, esa gallina es así siempre con todos. Creo que solo deja que yo tome sus huevos, ni siquiera mi hermana o mi madre pueden hacerlo. —Explicó aún entre risas, mientras Pete, a quien no le había hecho ni pizca de gracia; se preguntaba por qué diantres Rick no le había advertido eso desde el principio.

Luego de ese episodio, el resto de la mañana transcurrió sin más novedades o incidentes. Pete pudo ver que era bastante sencillo en realidad y hacia el medio día ya realizaba todo el trabajo muy confiado.

Por suerte para él, Lillia le invitó a almorzar, así que no tendría que pasar hambre ese día. En la tarde le tocó un trabajo no tan glamoroso: limpiar la paja del corral. Pero no se quejaba, después de todo iba a recibir un pago; que efecto, recibió al final del día. Era una pequeña cantidad de dinero, pero al menos le iba a servir para un par de comidas.

Pete se despidió de todos, prometiendo estar temprano al día siguiente, pero antes de que se fuera, Rick lo llamó desde la entrada de su casa.

—Toma. —El rubio tomó la mano de Pete y cuidadosamente depositó un huevo en esta.

—¿Un huevo? Gracias, me servirá para el desayuno de mañana y…— Antes de poder terminar su frase, recibió un leve manotazo en la cabeza por parte del otro joven — ¡Hey! ¿Por qué me la violencia? — Preguntó, enfadado por el reciente golpe.

—¡No es para que te lo comas, es para que lo empolles! Parece que la inteligencia no es una de tus virtudes.

—Oh, para que lo empolle. — Repitió sorprendido. — Gracias por esto Rick y por el golpe también. —Rio incómodo.

Pete se fue rápidamente hacia su granja, entrando en el abandonado gallinero de ésta al llegar.

—Parece que tengo que limpiar este lugar. — Dijo para sí.

Buscando y buscando, encontró la incubadora. Era una especie de nido como los demás, pero con una bombilla que daba calor para el huevo. Cuidosamente, Pete colocó el huevo en la incubadora y accionó en interruptor, pero la bombilla no encendió, lo cual era de esperarse. Por suerte tenía otra en casa y fue a traerla de inmediato, instalándola y dejando el huevo incubándose, sumamente emocionado por la idea de que empollara.

Durante seis días Pete siguió esa rutina, ayudando en la granja avícola. Cada día que pasaba adquiría más experiencia y le era mucho más sencillo y divertido el trabajo. Lo mejor de todo era que le pagaban lo suficiente para comenzar a subsistir. El domingo descansaban en la granja y tenían la tienda cerrada, por lo que decidieron que Pete también tendría el día libre, así que ese día pudo levantarse mucho más tarde.

Como todos los días, Pete fue a ver el huevo que Rick le había regalado y cuál fue su sorpresa al ver que efectivamente un pequeño pollito amarillo había salido del cascarón. En seguida corrió a ver a Rick y cuando lo encontró alimentando a las gallinas de la granja, le tomó de la mano y lo haló, explicándole en el camino lo que había ocurrido.

—Sabía que ese huevo estaba pronto a nacer. Tendrás tu propia gallina ¿no estás feliz, Pete?

—Claro que sí, —contestó el granjero un poco pensativo —pero, me da un poco de lástima que esté aquí solo. Rick, sé que hoy tienen cerrada la tienda, pero ¿podrían hacer una excepción y venderme una gallina y un poco de alimento? — Pidió. Ya había ahorrado suficiente dinero para comprar una buena cantidad de semillas o una gallina, pero se decidió por la segunda opción, al menos así su pollito no estaría solo en ese enorme gallinero.

— Sólo por esta vez. En seguida te los traeré. — Rick salió rápidamente del lugar y poco después regresó con un saco de alimento para gallinas al hombro y una gallinita marrón en sus manos.

—Todos tuyos. — Dijo sonriente, mientras se dirigía al dispensador para vaciar el contenido del saco, no fuera a ser que el torpe de Pete lo derramara todo afuera.

—¡Muchísimas gracias! —Exclamó el granjero, radiante y emocionado; ya que al fin estaba consiguiendo prosperar. Rick se despidió luego de cobrar lo de la gallina y la comida; no sin antes advertirle que llegara temprano como siempre al día siguiente.

Pete estaba muy contento con su nueva gallina y su pollito. Un par de días después de haberla comprado, la gallina puso su primer huevo y Pete, que no se había olvidado de lo que le había pasado semanas atrás; sabía que iba a hacer con el. Lo tomó cuidadosamente y lo limpió, saliendo camino a la posada, era muy temprano, así que supuso que “él” todavía estaba allí.

Esperó sentado en una mesita de la posada, mientras desayunaba por insistencia de Ann y sin decirle el motivo por el cual llevaba a cuestas ese huevo. Finalmente, Gray apareció por las escaleras que daban a las habitaciones.

—¡Gray! — Le llamó Pete, poniéndose de pie y dirigiéndose hacia él rápidamente.

—Pete… ¿cómo has estado? No hablábamos desde que, bueno… —hizo una pausa incómoda antes de continuar. —sólo hemos hablado una vez en realidad. —Recalcó mientras escondía su rostro bajo la visera de su gorra, como era su costumbre.

—Lo importante, es que tú me llevaste al hospital cuando caí enfermo y no había tenido la oportunidad de agradecerte. — Dijo Pete alegremente y mostrándole la mejor sonrisa que pudo.

—Ah eso… No fue nada, cualquier otro lo hubiera hecho.

—Quería agradecerte de todos modos, ¡así que toma! — Pete tomó la mano de Gray, para entregarle el pequeño huevo. —Sé que no es la gran cosa, pero, es el primer huevo que da una de mis gallinas, es algo así como especial, —el granjero comenzó a sentirse un tanto incómodo. —sé que no es mucho, pero no tengo nada más. — Concluyó, ruborizándose por lo tonto que resultaba ser su regalo de agradecimiento.

Pero Gray estaba mucho más rojo que un tomate en pleno verano, sus manos un poco temblorosas, sostenían el huevo que miraba con sus azules ojos muy abiertos. Parecía más bien, como si le hubiesen dado una hermosa y cara joya; en lugar de un simple y pequeño huevo. —¡No es tonto! Al contrario…—pudo decir antes de hacer una profunda y exagerada reverencia y salir casi corriendo del lugar.

—¿Y qué le picó? — La voz de Ann se escuchó a las espaldas de Pete.

—Ni idea, pero espero que le haya gustado el regalo. Si no fuera por él, quién sabe qué hubiese pasado conmigo. — Aseguró pensativo. — Tengo que irme a trabajar Ann, prometo que el siguiente huevo que mi gallina dé, será para ti, has sido muy amable conmigo.

—Hablando de amabilidad ¿ya has ido a hablar con Cliff?

—Verás, con todo lo del trabajo y las gallinas se le había olvidado por completo. –Prometo ir esta misma tarde. — Dicho eso, Pete salió corriendo del lugar sin dar tiempo para que la joven le riñera.

Pero él era un hombre de palabra, y esa misma tarde, luego del trabajo, iría a la iglesia a hablar con el famoso Cliff que tanto le preocupaba a su amiga.

Continuará…


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