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Falling fou you. por Aika-chan

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La yema de sus dedos repasan las líneas de la cicatriz que posa justo sobre su corazón, mientras suspira por quinta vez en unos pocos minutos. La observa en silencio y detenidamente en el espejo de su habitación y frunce aún más el ceño. Simplemente no puede verla de otra forma que no sea con desagrado.

No estaba a gusto con respecto a aquella mancha, era bastante notoria, abarcaba desde el centro de su pecho hasta un poco más abajo del inicio de la clavícula, y quién la viera adivinaría que fue rechazado. Le incomodaba tanto verla que terminó ignorando la figura en el espejo y pasó a sentarse en el borde de la cama.

Su cabeza saturada por los comentarios inseguros que su Omega suelta a diestra y siniestra le inflingía dolor de cabeza. Odiaba que su Omega sienta pena de aquella vieja herida y detestaba estar, ciertamente, de acuerdo con el sentimiento.

Intentó restarle importancia a la cantidad de cosas que murmuraba su Omega sin parar, teniendo en mente que no se debía dejar afectar por banalidades, sin embargo, cuando tocó el tema sobre Daiki, aquel que lo tenía tan acomplejado, la barrera que construyó se derrumbó. Le susurra con un grito de tristeza ahogado que no se debe dejar ver desnudo frente al moreno, evitar a toda costa que vea la fea cicatriz porque, con gran convicción, el Omega le aseguraba que Daiki ni siquiera voltearía a mirarlo.

En ese punto es cuando los sentimientos lo superan y con un amargo sabor en la boca no puede retener las lágrimas que asomaban en sus ojos rubíes. El sólo pensar que Daiki no le quería ni siquiera tener cerca le dolía demasiado, tanto que siente como el Omega en su interior chilla asustado por la ayuda de su Alfa ante la idea de abandono, un chillido triste que mezcla el desconsuelo y la exasperación.

En contra de todo el remolino de emociones que estaba sintiendo, debía calmarse. Si algo perturbaba su paz emocional, mental o física, Daiki se enteraría casi al instante; su conexión se lo haría saber.

— Es inútil que intentes bloquear nuestra conexión, ya alertaste a mi Alfa y a mí.

Taiga levantó la vista del suelo, encontrándose con los preocupados ojos azules en el marco de la puerta. Tan rápido como pudo se colocó la camiseta que arrugaba en su mano y permanece en silencio con la cabeza gacha para eludir la escudriña mirada de Daiki.

El moreno levantó una de sus cejas confundido por el raro comportamientos de Taiga. Estaba en la sala mirando desinteresadamente la televisión, cambiando de canal sin encontrar algo que captara su atención cuando de repente su instinto de protección hizo saltar una alarma en su cabeza junto con su Alfa, quien gruñía buscando a su Omega que se sentía abatido y mal, por ende, Taiga también se encontraba mal.

Debido al beso de hace unos meses y al haberlo aceptado como su pareja, se creó una conexión entre ellos por la cual ambos podían sentir lo que el otro sentía o quería, aunque era medio difuso dado que el lazo no estaba completado. Pero, pese a ser algo confuso lo que Taiga sentía, Daiki no iba a darle vueltas al asunto, por ello se encontraba allí, oliendo el nerviosismo provenir de Taiga.

— ¿Qué ocurre?, no te ves muy feliz.

— No es nada. —El moreno se acercó y acunó en su mano izquierda el rostro del menor, por su lado, Taiga se acurrucó y refregó contra la misma, percibiendo un poco del aroma de Daiki y notando cómo drásticamente todo el desastre en su interior se apaciguaba. — Estoy cansado, sólo éso.

Daiki gruñó completamente inconforme con la respuesta vaga, casi decepcionado.

— Mientes.

Taiga entró en pánico cuando Daiki retiró su mano y éste, cuando el aroma a miedo se intensifica, siente un vacío en su pecho. Le estaba rogando que se quedara con él no sólo con su aroma, sino que su mirada trémula le pedía que se no se vaya.

Se sentó a su lado y palmeó su pierna, admirando embelesado las mejillas con un tono rosado y los labios formando un leve puchero, sin embargo, Taiga se sienta en su regazo. El regocijo lo invadió cuando todo el cuerpo del de cabello rojo fue rodeado por sus brazos y no se mostró reacio hacia el gesto. Mejor aún fue cuando el menor apoyó su cabeza en el hombro del moreno, haciendo que su pecho se inflara de felicidad puesto que eso demostraba que Taiga confiaba en él al dejar su cuello expuesto. En silencio esperó que el menor hablara, mientras tanto, él disfrutaba el enterrar su nariz en los alborotados cabellos, algo largos, que desprendía el suave aroma dulzón perteneciente a Taiga.

— Aomine, ¿tú me amas?.

En comparación a antes, la confusión que atacó ahora a la, algo idiota, mente de Daiki era increíblemente superior, prácticamente lo dejó sin palabras.

— Pensé que había quedado claro. ¿Por qué preguntas éso?.

— No sé... fue una idiotez, olvídalo. —Elevó apenas las comisura de sus labios y se levantó de su cómodo asiento. — Prepararé el almuerzo, ¿quieres algo en especial?.

Taiga huyó rápidamente hacia la puerta, siendo detenido rotundamente por la voz de Daiki.

Tan agradable fue el escalofrío que recorrió su cuerpo que tuvo que pararse y asimilarlo, sinceramente le encantó la manera en que, de los labios del moreno, salieron aquellas palabras, de forma tan maravillosa, casi mágica. Nunca había experimentado semejante sensación de satisfacción y emoción.

Se vio obligado a girar, necesitaba oírlo nuevamente. Sus sentidos enloquecieron y derritieron cuando su Alfa se encontraba justo frente suya. Daiki se aproximó a Taiga, rozando juguetonamente sus labios, induciendo el desenfrenado impulso de devorarlos, sin apartar la intensa mirada penetrante que tornaba incontrolables sus instintos más bajos. Las manos morenas trepaban descaradamente por su cuerpo, entrelazándose en su cintura y arrimando más sus cuerpos. Los labios por fin se deleitaron con el sabor ajeno, dejando de ser un banal y hambriento roce.

— Dilo una vez más. —Susurró extasiado, era la primera vez en los meses que llevaban juntos que el mayor decía algo así.

Daiki sonrió sobre sus labios y volvió a dejar fluir las palabras de su boca.

— Te amo, te amo demasiado.

Taiga tembló entre sus brazos de regocijo, el aire se llena de feromonas de la extrema felicidad que siente el Omega, y Daiki por fin soltó el agradable ronroneo que tenía atorado en la garganta. Esconde su nariz justo en donde yace la glándula de feromonas y aspira tanto como sus pulmones le permiten, saboreando el perfecto aroma acaramelado. Taiga se aferra a la espalda del otro con fuerza al sentir cómo se exparse el aroma del Alfa, tanto que parecía querer combinarlo con el suyo.

— Escucha y escucha con mucha atención, porque puede que no lo diga muy seguido.

Daiki se alejó un poco de Taiga, lo suficiente para poder verse a los ojos pero sin dejar de tocarse. El menor aguardó paciente, viendo al otro cerrar los ojos y regularizar su respiración.

— Entiende que, desde que te conocí hasta ahora, siempre fuiste y serás toda mi vida. Mi mundo gira entorno a ti, incluso cuando no soy consciente de ello.

Y Taiga sabe que está hablando con la mayor de las sinceridades, puede identificar con claridad cómo quiere transmitirle todo el amor que no le cabe en aquellas simples palabras pero de gran significado para él puesto que Daiki no solía expresarse en lo absoluto, era más de acciones.

Estaba a punto de tirarse encima del moreno para agradecerle, para besar todo su rostro y marcarlo con su olor para que ningún otro Omega o Beta pusiera su mirada sobre él, pero no llegó debido a la fuerte declaración del Alfa.

— Formemos un lazo.

Tuvo la intención de responder, inclusive entre abrió sus labios, pero su boca no emitió sonido alguno, quedando con la quijada colgando. Sus manos, que antes se esmeraban en aferrarse de la camisa del mayor, lo empujaron lentamente.

— N... No sé si yo... quiera.

¡Qué mentira más grande!. Podía sentir literalmente su interior quemándose hasta dejarlo en carne viva, ardía como el infierno y dolía como tal debido a que su Omega se quejaba y rasgaba su interior por decir semejante estupidez.

— ¿Qué no quieres?, Kagami, puedo sentir tu felicidad y la de tu Omega, él está más feliz que nadie.

Estúpido Omega.

— Es que no estoy listo.

Ante aquellas palabras Daiki no pudo hacer más, no iba a obligarlo a formar el lazo ya que traía sus problemas el lazo forzado, como por ejemplo la infertilidad dado que el Omega no quiere tener crías de ese Alfa pese a tener su celo.

Por su lado, Taiga veía las diversas emociones de pesadumbre pasar por el rostro de Daiki, sintiendo un malestar en el pecho. Por supuesto que deseaba tener ese lazo, moría por tener algo tan fuerte e indestructible que lo uniera para siempre a Daiki, pero éso significa desnudarse y desnudarse significa dejar expuesta su cicatriz y, como un eco más fuerte que su propia voz, la inseguridad le grita fuertemente.

— Me ocultas algo, puedo sentirlo. —Arrugó en el entrecejo y, aunque el tacto con Taiga le encantaba, se soltó completamente de él. — Yo soy tu Alfa, ¿por qué me ocultas cosas?. Me hace sentir totalmente inútil el no poder ayudarte con tus problemas, el que no confíes de corazón en mí.

El menor quiso soltar un quejido cuando la tristeza y decepción del moreno le llegó de golpe. Quizá no lo sentía completamente del todo, pero aún así era desolador saber que provenía de su pareja, una tortura. Fue suficiente al instante en que escuchó al Alfa del moreno gimotear por su propia ineficiencia como uno.

— Cuando intento ir más allá... escapas de mí como si te diera asco mi tacto. Es una tontería, pero, ¿acaso prefieres a alguien má...?. —El pelirrojo le tapó la boca con sus manos.

— Ni se te ocurra decir semejante locura porque juro que te coseré los labios aquí mismo.

Taiga bajó sus manos hasta las contrarias y las guió hasta su rostro, dejando primero un pequeño beso en la izquierda para luego acunar su rostro entre ellas. Miró a los ojos azules y entendió que no debía —ni podía— mantener secretos a su pareja eterna.

— Yo... a mí... es...

— Kagami, no entiendo nada. —Lo escuchó chistar para después tomar aire.

— ¡Me da pena mi cicatriz!. —Gritó un poco frustrado de que Daiki no entendiera rápido —o que no le pudiera leer la mente—.

En su cabeza ocurría lo siguiente; el mayor se mofaba de él y se iba para siempre de su vida. Estaba tan seguro que pasaría algo así o similar, que lo descolocó completamente fuera de sí que Daiki comenzara a llorar junto a esa insoportable presión desgarradora en su pecho. Es bien sabido que el dolor no le pertenece porque su Omega gritaba desconsolado por confortar a su Alfa.

Taiga se abalanzó sobre el moreno, abrazándolo por el cuello y acariciando sus cabellos. Daiki permaneció quieto.

— Lo siento tanto...

Daiki también odia esa cicatriz porque le trae al presente memorias que detesta y aborrece, recordatorios de lo que su insensatez y terquedad casi le quitan; lo más preciado que tiene en su vida.

— Aomine, no me molesta la cicatriz en sí, tengo miedo de que no quieras tocarme o, siquiera, verme por ello. —Entrelazó sus dedos en los cabellos azules, a sabiendas de que lo relajaba. — No soportaría que me repudiaras.

— ¿Cómo puedes pensar éso?. ¡No tienes una idea lo mucho que quiero tocarte, hacerte mío y marcarte como mi Omega, así todos sabrán que tienen a alguien con quien pelear si se atreven a mirarte!.

El menor entrecerró los ojos enternecido y la comisuras de sus labios se elevaron en una sonrisa que no podía contener, al igual que la felicidad que no dejaba de crecer dentro de él. Otorgaba pequeños besos por las mejillas de Daiki, limpiando a la vez la abatida expresión. El aroma que soltaba el mayor era simple y únicamente cautivador, lo invadía de pies a cabeza y le encantaba la sensación, resguardándose en su cuello donde más se concentraba la deliciosa fragancia.

— ¿Kagami?. —Indagó en cuanto el mencionado se comenzó a refregar contra su cuerpo.

Normalmente hubiera acotado algo indebido, rozando lo vulgar. Gustaba de molestar así a Taiga ya que, no lo diría, pero adoraba cuando fruncía su entrecejo a la vez que intentaba esconder su vergüenza. Sin embargo, cuando el aroma de Taiga, comúnmente algo suave y terso, se volvió de manera repentina fuerte y picante, le fue imposible decir algo. En su oído resonaba la respiración agitada combinada con los leves jadeos que le robaban más de un escalofrío.

El aroma lo mareaba en una agradable manera, provocándole también una intensa fogosidad en su interior. Anhelantes de saborearse, deboraron los labios del otro. Cuando Taiga respondió tan sumiso, reaccionado a las caricias que él le daba, gruñó gustoso porque un Omega sólo responde de esa forma cuando el deseo es mutuo.

Taiga volvía a temblar entre sus brazos, se estremecía cada vez que sus manos rozaban su piel. Estaba en las nubes escuchando los gemidos que escapaban de su húmeda boca, podía sentir a su Alfa ronronear desde su interior y al Omega de Taiga rogando por más besos, pero repentinamente volvió en sí mismo.

Con gran fuerza de voluntad se separó unos centímetros, no muchos realmente. Daiki se tomó su tiempo en observar al Omega; su cabello rojo revuelto, los rosados y húmedos labios por los besos voraces, sus cejas tan raras, su expresión que le rogaba por más de una manera seductora pero a la vez tan masculina debido a sus rasgos. Sin embargo, también vio temor y la idea no le agradó.

— Kagami, tu temor es irracional.

Daiki acarició el cabello rojizo, bajando a la mejilla. Taiga parecía haber recobrado la conciencia cuando el mayor habló, rompiendo la atmósfera romántica y pasional que se había creado debido al aumento de feromonas de ambos.

— Yo cometí un grave error que casi nos cuesta a ambos algo importante y... yo, bueno... agh...

Odiaba totalmente su inutilidad a la hora de expresarse con palabras, quería hacerle sentir su amor, hacer desaparecer la nube negra de inseguridad en la cabeza de Taiga y hacerle entender que ya no será abrumado por la soledad, que jamás volvería a dañarlo, que aunque el comienzo fue triste, promete que el final será todo lo contrario y más.

Explicarle que ahora sabe que se pertenecen el uno al otro.

— Aomine, está todo en el pasado. Debemos centrarnos en el futuro y recuperar el tiempo que perdimos.

Demonios que sí lo amaba, Taiga era un ser intangible y puro.

Llevó al Omega hasta la cama y lo empujó contra ella. Daiki se quitó su camisa porque el calor le era insoportable, luego se posicionó sobre Taiga que casi babeando veía el canela y musculoso cuerpo.

— Aomi... ¡Alfa!.

Era evidente cómo Taiga era dominado por sus instintos, utilizando el típico tono de voz con el cual los Omegas llaman la atención de su Alfa. Daiki urgó bajo la camisa, removiéndola al paso de su mano, a su vez atacaba sin piedad los labios carnosos que soltaba suspiro tras suspiro.

Claro que, pese a sentirse condenadamente bien y decirse a sí mismo que no se preocupara, que Daiki no lo abandonaría después de todo, a Taiga lo acongojó lo rápido que avanzaba el moreno.

— ¡Alfa, no!.

Automáticamente y como si un robot fuese, Daiki detuvo cada unos de sus movimientos y hasta respiración ya que estaba en los principios de un Alfa el no ir en contra de los deseos de su Omega. Estático observó a Taiga hacerse bolita bajo suyo y su pecho dolió agudo, había asustado a su Omega y se vio a sí mismo como la escoria más asquerosa.

— Quiero hacerte la persona más feliz de la tierra. —Susurró luego de que su cuerpo dejara de estar tan rígido. Para él, era más que un Omega, era una persona maravillosa. — Quiero utilizar mi vida entera para hacerte feliz... Taiga.

El Omega salió de su escondite, sorprendido por la pronunciación de su nombre de pila, y el cual sonaba más que exquisito en los labios de Daiki.

Tomando una respiración profunda, calmó sus acelerados pensamientos y, por primera vez en meses, dejaría que las cosas fluyan y depositaría su eterna confianza y frágil corazón en las manos de Daiki. A su Alfa.

— Daiki, soy todo tuyo.

El mencionado, sonriendo como idiota, besó tiernamente los labios ajenos. Sin prisa ni vehemencia, una demostración de cariño tranquila.

De a poco fueron enredando sus extremidades, Taiga abrazó por el cuello a Daiki y éste se aferró a su muslo y cintura.

Despojó al menor de su pantalón, dejando el boxer y la camisa aún, debía ir lentamente para no alterar a Taiga. Su mano viajó desde la rodilla hasta su cadera, apreciando los pequeños espasmos que sufrían sus músculos. Sin cortar el beso y ahogando un gemido de Taiga, recorrió desde la pelvis hasta los pectorales, donde encontró la causante de todo mal.

Expectante a lo que ocurriese a continuación, Taiga se dejó hacer cuando Daiki quiso quitarle la camisa.

Unos segundos pasaron y Daiki se quedó absorto viendo la hermosa figura de Taiga, tan perfecta y etérea que lo inducía a pecar por desear ferviamente corromperla. Sin embargo, se contuvo y, con sumo cuidado, con la loca idea de que si lo tocaba con un poco de fuerza de más podría romperlo, se acercó al pecho de Taiga, donde yacía la cicatriz.

Un ligero toque de labios, enviando cosquillas por todo el cuerpo del menor, escuchó una leve risa por su reacción. Fue allí, viendo a los ojos a su espléndido Alfa, quien lo miraba como si fuese su objeto más importante a adorar, con su corazón quemándose en amor, que Taiga dejó de oír las incesantes voces que hastiaban su mente.

Por supuesto, Daiki notó el cambió ya que su Alfa interior no pedía reconfortar a su Omega, en cambio pedía otra cosa totalmente diferente. Con cierta idolatración acarició el cuerpo firme y musculoso bajo suyo con la intención de memorizarse hasta cada minúsculo detalle. Las piernas que rodeaban su cintura eran lampiñas, algo común en los Omegas, no obstante, eran vigorozas y fuertes. La pelvis marcada con el tan conocido corte en "V" le provocaba el impulso de probarla con su lengua. De todas formas, nada es más tentador y exitante que el embriagante aroma del lubricante natural del Omega.

Entonces, Daiki supo la razón de las erráticas acciones de Taiga. Pero antes de tomar cartas en el asunto, Taiga pasó sus manos por el pecho del moreno, bajando hasta la mitad del torso para subir repentinamente su mano hasta la cabeza del Alfa y atraerla hacia abajo para que sus bocas tuvieran otro contacto salvaje. Labios se encontraron con lengua y dientes, privándoles de una respiración normal la intensidad del mismo encuentro.

El aroma de Taiga era simplemente una cosa de otro mundo, el mejor que llegó a sentir. Era dulce como el diablo, seductor y cautivador. No podía compararlo con nada más que con la gloria, era perfecto. En su interior surgía atolondradamente una insaciable necesidad de tocarlo, de poseerlo, quería marcarlo, hacerlo completamente suyo. Su Alfa interno gruñó fuerte e histérico, ansioso de clavar sus colmillos en la glándula de feromonas del Omega para que ningún otro Alfa tuviera el atrevimiento de mirarlo.

Por su lado, el de cabello rojizo sentía el insoportable calor aumentar cada vez más en todo el cuerpo, leves contracciones en su vientre bajo lo hacían sacudirse y rozar su sensible piel contra el torso descubierno encima suyo. El copioso lubricante natural desbordaba y su entrada palpitaba.

Oh Dios, había entrado en celo.

— Alfa... ¡Alfa! ¡L-Lo necesito, por favor, rápido!. —Lloriqueó, quería aliviar la impetuosa necesidad de unirse al Alfa, a Daiki.

— Omega... Mi Omega. —Retumbó en el cuarto el barítono, tan grueso y gutural que hizo vibrar cada partícula en Taiga.

Sus caderas chocaron, friccionando sus penes erectos y duros. Las mordidas y pellizcos que Daiki repartía por todo su cuerpo lo elevaban a un estado de perdición, sintiendo en su suceptible piel absolutamente todo. El menor disfrutaba cada segundo que transcurría, aunque su cerebro esté nublado por una interferencia estática de lujuria y placer. Las virilidades fueron atrapadas por la mano de Daiki, quien comenzó a masturbarlos. Se sentía bien, demasiado bien, y lo más probable era porque quién lo hacía era Daiki.

— ¡Ah, Alfa detente!. —Gritó cuando sintió que se venía, no quería vernirse aún. Daiki detuvo sus movimientos.

Sus respiraciones agitadas volvían a la normalidad, inhalando la mayor cantidad de aire. Ni bien Taiga se tranquilizó un poco, su interior punzó necesitado y más lubricante natural se generó. En el tiempo que llevaba siendo Omega, nunca vio tanta cantidad de líquido, supuso que era porque tenía a Daiki muy cerca ya que en sus anteriores celos prefirió usar supresores y pasarlo solo en casa para no tener que mostrarse frente a Daiki por el pudor que su cuerpo le causaba.

Vaya que la situación cambió.

Ahora estaba boca abajo, elevando sus caderas a la vez que sus brazos le fallan y su rostro se hundía en el acolchado, exponiendo al Alfa su fruncida y virgen entrada.

— ¡Por favor! No puedo soportarlo más...

Lloriqueó tan lastimeramente cuando notó que Daiki no pensaba hacer nada, moviendo las caderas sin un ritmo para captar la atención de éste.

— Realmente hubiera insistido más en pasar tus celos contigo si te ibas a poner así. —Carcajeó y, de imprevisto, soltó una bofetada en uno de los glúteos. El gemido que escapó de Taiga fue precioso para Daiki.

La yema de sus dedos rozaron la rosada entrada y Taiga literalmente se deshizo en un manojo de gemidos, al alejar el dedo un hilo de lubricante colgaba de éste y se lo llevó a la boca, sintiendo en sus papilas el mismo olor dulzón que antes lo había rodeado.

— Daiki, te queiro ahora... Estoy listo para recibirte Alfa... ¡Rápido!.

Daiki apretó entre sus poderosas manos el pene de Taiga, escuchando el tierno chillido que soltó. Debía calmarlo un poco —ahora en otro sentido— o lo haría llegar con sólo sus palabras.

— Tranquilo, primero debo prepararte bien o podría lastimarte.

Se inclinó sobre la espalda de Taiga, mordiendo apenas los hombros en lo que un dedo ingresó en el interior de Taiga. Lo sentía un poco incómodo, pero nada que no pudiera manejar. No obstante, si antes con sólo mirarlo perdía el control de su mente, ahora estaba a los pies de la puerta hacia la locura cuando Daiki plantó suaves besos y rozó con la punta de su nariz la zona erógena en su cuello, aquella que era un manojo de feromonas a explotar, provocando que su cuerpo eliminara todo rastro de tensión, suplantada por una intensa excitación ante la intromisión de un segundo dedo.

Taiga no podía acallar sus gemidos, cada extremidad de su cuerpo se regocijaba de placer. Sus quejidos temblorosos hacían que Daiki se sintiera bien, no sexualmente, sino moralmente. Hacía sentir bien a su Omega, podía percirvirlo levemente por su conexión, eso era razón más que suficiente para estar contento consigo mismo y sus capacidades para satiafacer a su Omega en sus necesidades básicas.

Y por supuesto, llegó el tercer y último dedo. Los movimientos de tijera se transformaron en un ida y vuelta, saliendo y entrando de Taiga a su gusto, yendo desesperadamente despacio o frenéticamente rápido. Aquello estaba volviendo loco al Omega.

— Ahh... ¡Ah...! ¡Alfa, detente! ¡Me vengo!.

— Vente para mí, Taiga. —Dijo un poco bufón, sonriendo complacido.

Dicho y hecho, el menor terminó eyaculando sobre la mano de Daiki, quién hace unos segundo tapaba con su pulgar la punta del pene de Taiga.

— Sé que no querías venirte todavía, pero era necesario así sería más fácil para ti.

Daiki conocía sus dimensiones, sabe que es bastante grande y grueso, algo difícil de tomar sin preparación y más si era una primera vez. Lo último que quería era lastimar a su adorado Omega, por lo tanto, si acaba de venirse, estaría mucho más relajado en comparación a una sencila estimulación.

Taiga dio un pequeño sobresalto cuando sintió algo extremadamente caliente rozar entre sus glúteos. Sin embargo, antes fue empujado y girado sobre la cama, quedando nuevamente bajo el cuerpo del moreno, la expresión del mismo sorprendió algo a Taiga, porque esperaba encontrarse una desquiciada mirada negra y opaca que estaba ida y lejos de la realidad debido a las feromonas del celo, pero se encontró con la sorpresa de que allí, en el rostro de su destinado, estaban los preciosos ojos azules que tanto ama.

Daiki, por mucho que le fascinara semejante escenas servida en bandeja de plata, quería ver el obsecado rostro de su Omega cuando se unieran. Sujetó su mano izquierda, apresadas y enredadas, mientras que se acomodaba entre sus piernas, torneadas y suaves al tacto.

— Relájate, no quiero lastimarte.

Taiga frunció el ceño, decirlo era más fácil que hacerlo.

Inhaló hondo cuando sintió a Daiki ingresar, punzando dolorosamente en su interior ante la necesidad de querer más pero a la vez de incomodidad. Sus piernas sufrían de espasmos, su vientre bajo tenía contracciones que lo hacían gemir, no podía soportar más, deseaba calmar el calor y la ansiedad. Se estaba vovliendo loco y Daiki no ayudaba con su lentitud.

— Taiga.

Automáticamente respondió al llamado de su Alfa con un pequeño quejido, mirándolo fijamente. En vez de palabras, obtuvo una gentil sonrisa y una avalancha del olor de Daiki arrasando con toda su cordura.

Daiki estaba disfrutando su propio juego. Oh, claro que lo hacía.

No existía nada más espléndido que ver cómo su Omega se retorcía, pidiendo por favor y rogando hasta con un hilillo de voz, con sus lágrimas transparentes, provocadas por el placer, asomándose en sus ojos rojos nublados por la misma causa. Su piel perlada y brillosa, a la cual pasó sus labios y lengua degustando el sabor a durazno dulzón, mientras que sus manos tentaban desde el cuello hasta los tobillos.

Tomando desprevenido al menor, impulsó sus caderas, adentrándose completamente en el caliente infierno dentro de Taiga.

— ¡Daiki, Alfa!.

Por Dios, sus gemidos y lloriqueos eran tan hermosos que podía oírlos todo el día. Pero quería moverse, experimentar por fin qué significaba ser uno con su Omega.

Se aferró a la cintura del menor —sin soltar su otra mano de la de Taiga— y comenzó el vaivén, el sonido obsceno que su pene hacía al entrar y salir rápidamente le encantaba, sus caderas chocando y pegándose por el sudor jamás le pareció tan ridículamente excitante. Apreció cómo el rosado pene de Taiga liberaba pequeños hilos de presemen, signo esencial de que sentía tanto placer como él.

La habitación era un conjunto desastroso de gemidos agudos y rotos, sonidos provocados por movimientos ya descoordinados y erráticos que buscaban la liberación placentera del clímax, y la descontrolada inundación del aroma a durazno delirantemente dulce y el de café puro.

El fuerte instinto Alfa empezaba a nublar la mente de Daiki, picándole los dientes ambiciando clavarlos en la bronceada piel de Taiga, justo en su cuello.

Tiró de sus brazos y lo sentó en su regazo, sin salir del interior del menor. Éste pasó sus brazos por el cuello del Alfa, atrapando en sus manos los cabellos azules y envolviendo la cintura morena con sus piernas. Daiki lo tomó por los hombros y propulsó su pelvis tan fuerte como pudo, robándole al Taiga un gimoteo que seguramente secó su garganta.

Gruñó junto a su Alfa interior, el menor tiró su cabeza hacía un costado, relevando y dejando expuesto su cuello. Oh Dios, allí se concentraba todo el racimo de feromonas y aroma. Daiki comprendió, sin la necesidad de palabras, lo que Taiga le pedía.

Sus dientes, los colmillos, cosquillearon.

— Daiki... ¡Ah... ah! ¡Por favor!.

¿Quién era él para negarle una petición a su propio Omega?.

El sabor metálico y a durazno en su boca despierta más que nunca sus papilas gustativas, su instinto enloquece de felicdad, lamiendo suavemente luego la herida.

Sus pechos quemaban, justo a la altura del corazón. Era demasiado sofocante pero que no podían dejar de amar y estar tan malditamente feliz como podían por la sensación. Se miran a los ojos, no creyendo la frenética vorágine que se expande a todo el cuerpo.

Sin embargo, Taiga volvió a la tierra cuando, hundido hasta el fondo, se sentía extasiado por aquel falo grueso que lo estiraba tan bien, deseando que el nudo que se hinchaba cada vez más nunca se deshiciese. Estaba es un estado catatónico, obcecado y delirante.

Pensar que se vino únicamente por sentir el nudo de su Alfa.

Daiki explotó dentro de las paredes de su Omega, que se sentía cada vez más lleno debido a que el mayor no mayor paraba de eyacular en su interior. Rodeó con fuerza la cintura del menor y repartió besos por su rostro cansado.

El Omega cayó lentamente dormido, haciéndose ovillo entre el pecho tibio de Daiki y sus brazos que le privaba del frío, sintiéndose protegido y en casa.

[ . . . ]

Acurrucados y con sus extremidades entrelazadas, Daiki aún besaba y lamía la mordia. Estaba feliz por ella, pero le molestaba lo descuidado que fue al hacerla ya que era muy profunda y tardaría en curarse.

— Hm... —Oyó suspirar a su Omega.

— ¿Te desperté?. —Rió ante un bufido.

Aunque la posición de "cucharita" fuera cómoda, Taiga quería ver el rostro de su Alfa.

— Sí, estaba despierto desde hace un rato pero disfrutaba de tus cuidados.

Sus miradas chocaron y brillaron.

Daiki queda emobado, observando la magnífica persona que tiene suerte de tener a su lado. Siente que gira en torno a Taiga, como si fuera su centro gravitatorio eternamente.

Sabe que el de cabello rojo siente exactamente lo mismo, podía sentirlo. Podía sentir esa euforia infinita de mirarse a lo ojos e imaginarse un futuro en donde todos los días sean así, en donde el amor más que puro e innato hacía que el corazón de ambos latieran al mismo tiempo.

Todo su ser estaba vinculado y sincronizado a Taiga y vicerversa.

Taiga, que permanecía en silencio, apreciaba la complementación de sus almas en una sintonía perfecta. Sus olores, durazno dulce y café puro, que por separado eran equilibrados y de justa cantidad de cada uno, ahora yacían combinados, mezclados, sin llegarse a distinguir del todo uno porque el otro estaba impregnado en el primero.

Se sonrieron, orgullosos y mucho más que satisfechos por lo que habían hecho.

Taiga acaricia el rostro de Daiki, éste aceptando manso el mimo, percatándose de cómo un pequeño toque de Taiga lo transporta al paraíso, ardiendo lentamente en la llama cálida de su alma.

Repentinamente, Daiki habla.

— Te entrego todo de mí, así que, por favor, nunca me dejes.

Taiga ronronea cariñosamente, besando la nariz del Alfa.

— Tampoco pensaba hacerlo, Alfa idiota, eres mío ahora.

Daiki carcajeó, sabiendo que, tanto Taiga como su Omega estaban felices de sus palabras, lo podía sentir dilucidamente a través del lazo.

Entre besos y risas rítmicas, comenzaron su día.

 


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