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'KKM! Cortejo {WolfYuu} por amourtenttia

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Notas del capitulo:

¡Hola, hola! Ahora sí, a emocionarse en las notas. Ahh~ Hay tantas cosas nuevas que he metido -según yo nuevas, en realidad son retomar cosas que se dicen antes y así- en este fanfic que estoy impaciente. ¿Recuerdan desde cuando se medio dice que Greta cumple años? Estoy escribiendo el cap 10 y no hay modo que empiece la fiesta. Aunqueee, ya es el día, y la noche. Estoy enmedio de una pelea/no-tanto-pelea que traerá resultados favorables para todos menos WolframLOL. Luego entenderán... Ya casi empiezo el 11 jujuju, tengo un pedazo escrito, pero no sé si es del 12 u 11 todavía jajaja. A veces siento que les cuento puras incoherencias, lo siento.


¿Qué decir sobre estos últimos dos? Estuvo divertido. Leí tantas veces sobre Wolfram celoso por todos lados que ahora convertir a Yuuri en el "monstruo de celos injustificados" ha sido un logro personal. Como una meta de esos juegos en el PS3 o algo. Así de bien me sentí LOL. 


Cabe decir, aunque es spoiler, les advierto, que viene una escenilla o dos medio r-16 que intenta ser r-18 pero no mucho. Según yo no está tan gráfica, intento no serlo... De hecho, el otro día leía una autora que me gusta diciendo algo como "A cierta edad uno ya no quiere idealizar tanto las relaciones entre X y Y por esto y aquello..." Lo entiendo, y a la vez dudo, ¿cuándo llegaré a esa edad? JAJAJA, porque juro que no puedo evitar escribir cosas sin sentido a veces, demasiado sacado de ideas no muy realistas, pero X. Todos gozamos, espero.


En fin~ Espero les gusten ambos capítulos, y si tienen alguna sugerencia no duden en decirlo. ¿Qué tal y me dicen "Haz que Shibuya sienta celos de Murata?" -porque lo he pensado, en serio, pero no sé si pegue bonito como lo creo-, y yo digo VA. JALO JAJAJAJAJA.


Disculpen mis tonterías en serio, lo siento... A veces.


Disfruten la lectura :3

Wolfram von Bielefeld, pronto de Shibuya, gustaba de creer que para ciertos temas podía comportarse como un hombre imperturbable. 89 años de vida junto a los desplantes de su madre, el ceño fruncido de su hermano, y las locuras de Weller debieron haberle preparado, por lo menos, un 90% para el incierto futuro que le esperaba en su vida adulta. Todo ese entrenamiento había funcionado bien... Hasta que su moreno prometido llegó a su vida. Shibuya —pronto de von Bielefeld— Yuuri era un hombre especial en más de un sentido. No solo por ser el Maou, o ganarse el título del ser más hermoso en la tierra —a ojos de Wolfram, y muchos otros, a decir verdad—, sino más bien debido a su encantadora personalidad, digna de un ser tan demoníaco como él. Y Wolfram hubiese estado en lo correcto en imaginarse imperturbable de no ser por el tremendo desplante que le armaba justo en ese instante.
 
Shinou mismo le daba una probada de su propia medicina. No había mejor explicación.
 

—Yuuri, no puedo simplemente correrla del castillo solo porque no te gustó como me miraba. ¡Tu mismo quedaste contento con su trabajo! ¿Qué excusa quieres darle? Celos injustificados no son motivo... —intentó decir, pero se mordió la lengua a media oración

 
Si a él Yuuri le decía algo parecido...
 

—¡¿Injustificados?! ¡Tu viste lo que hizo!

 
Y Wolfram no podía decir que no lo había notado.
 

—¡Ella te quiere en su cama! 

 
Aunque quizá eso era un poco una exageración. Pero, ¿qué podía decirle? Hace años él no dudaba en decirle cosas mucho más vergonzosas, no que le gustara recordar su actitud celosa, era parte de él, una parte muy importante... Seguía siendo de esa manera. Si las cosas fueran distintas, él estaría siendo el intransigente en esa discusión.
 
Se encontraban encerrados en el despacho del Maou, lugar que no destacaba por ser el más discreto, pues desde fuera cualquiera podía verlos vociferar, pero era lo suficientemente grande como para ahogar los gritos de ambos.
 

—¡No voy a encontrar a otra costurera a esta hora! —dijo el rubio, empezando a desesperarse — ¡Y no vamos a cambiar el vestido de Greta a último minuto!

 

—¡Dijiste que había más opciones! —reclamó el celoso moreno

 

—¡Ayer! ¡Pudiste decírmelo ayer!

 

—¡Ayer no había notado que era tan descarada!

 

—¡Que no me interesa ella!

 

—¡Pero le interesas a ella!

 
 
Y así pudieron haber continuado por horas enteras —justo como podían tardar cuando el rubio se quejaba de sus posibles aventuras, perfectamente fundamentadas, con celos justificables. No así como el Maou, quien no tenía razones para tal espectáculo—, de no haber sido por los golpes insistentes a la puerta. Wolfram le dedicó una mirada de advertencia al menor, que continuaba brillando rojo de frustración, antes de dirigirse a la puerta. Abrió de un golpe, mirando rudamente a quien les interrumpía.
 

—¿Qué? —exclamó, molesto, antes de que se encontrara con unos familiares ojos color lila.

 
Ahogó un quejido, pero suspiró una maldición.
 

—¿Qué quieres ahora, Gunter?—cuestionó, rudamente, sintiendo que una terrible migraña amenazaba con su descanso de esa noche

 
El consejero alzó una ceja de un modo mortalmente parecido al de su esposo, causándole un estremecimiento que intentó ocultar sin éxito.
 

—Quisiera recordarte, Wolfram, que aunque estén comprometidos, no pueden ir por ahí armando estos espectáculos... —dijo, seriamente

 
Y el rubio sintió que volvía a esos viajes fuera del castillo de nuevo, esos donde Gunter se colaba no solo para admirar a su objeto de deseo, sino para vigilarlo a él. Cuando le obligaba a cumplir con sus compromisos. Enumerar las veces que pelearon encerrados mientras Yuuri se largaba junto a su hermano era una pérdida de tiempo y esfuerzo. No había un maldito número.
 

—Yo no... —quiso decir, a punto de repetir la excusa de antaño


 

"Yo no tengo la culpa. Ese enclenque traidor..."
 
Un caballero no podía decir algo como eso. Quiso suspirar. Pocas cosas extrañaría de ser catalogado como compañero... Quejarse libremente era una de ellas. Libre, sin tener que temer por represalias hacia él, porque simplemente Yuuri desconocía lo que tenía facultad de hacer... O las que pudiera tener para con su novio, ahora que era Wolfram el que podía ponerle un alto.
 
Wolfram bajó la cabeza sumisamente, con una expresión orgullosa que no se notaba en su mirada preocupada. Yuuri no soltó palabra alguna, pues el mayor no se había dirigido a él directamente en ningún momento, dándole oportunidad de calmarse de manera paulatina.
 

—No te preocupes, Gunter. No volverá a pasar... —prometió Bielefeld, respirando más tranquilo que antes.

 
El consejero asintió, luego dedicó una glacial mirada al Maou, quien tembló en su sitio, con los celos evaporándose de golpe. ¿Por qué se sentía tan culpable entonces? Las palabras del mayor, semanas atrás, regresaron a su mente de un momento a otro.
 
"—Tenemos permitido sentir celos, como cualquier otra persona—confesó Gunter, un poco divertido, como si no sentirlos fuera inaudito para él, sin embargo se puso serio al seguir— Pero no tenemos derecho de exigir nada por ello... Lord Bielefeld estaba convencido de que exponiendo sus sentimientos le haría cambiar de opinión, yo no estoy de acuerdo con sus méotdos... Si Gwendal se alejara de los hombres que aborrezco por mis deseos egoístas, Shin Makoku no habría prosperado nunca. Y eso pudo pasar con usted..."
 

—Espera un mejor comportamiento de ti, Yuuri —confesó el pelilila, antes de dejarlos solos de nuevo.

 
La puerta se cerró a su paso en con un sonido ensordecedor. La pareja fue llevada a un mutismo absoluto, incapaces de pronunciar palabra alguna tras la realidad golpeándoles de ese modo. Yuuri, quien hubiese crecido a agigantados pasos durante ese tiempo, había dado un gran retroceso al comportarse como un amante celoso e infantil, cuando se había prometido ser un orgulloso compañero, digno del rubio. Wolfram, en cambio, necesitó recordarse que de ahora en más no podía permitirse perder los estribos de aquella manera. Discutir por otras personas era algo que se les daba bien. Malditamente bien. Fuese él o Yuuri —hecho que descubrían esa misma tarde—, ambos se dejaban llevar por sus fuertes emociones. Uno herido por el temor de verlo ir con cualquier persona, y el otro sintiéndose lastimado por la falta de confianza de esa persona que amaba. Un ciclo que parecía no querer detenerse nunca.
 
Wolfram necesitó armarse de valor para pronunciar aquello que, en su caso, esperaba siempre escucharle decir. No se atrevió a mirarlo, continuaba de espaldas a él después de todo, simplemente soltó el aire que había retenido, y tomó una gran bocanada antes de explicar:
 

—No existe ningún hombre o mujer, Mazoku o no, a quien pueda llegar a amar de la manera en que te amo a ti, Yuuri... Sé que no vas a creerlo, pero aunque en tu tierra te creas uno más del montón, para mí no hay otro como tu. Eres la representación de todo lo que anhelo, y por lo cual lucho... Lamento si te hago sentir de otra manera.

 
El rubio sintió los tímidos brazos del otro envolviéndolo, y acunó estos entre los propios por sobre su pecho, sintiendo como el otro se apoyaba en su espalda, guardando silencio. Incluso cuando las diferencias entre ambos eran mínimas, el mayor sí que podía jactarse de llevarle unos pocos centímetros de diferencia, apenas los suficientes para saberse más alto. Bielefeld no necesitaba mirarlo para saber que estaba sonrojado, siempre se encontraba así cuando le decía cosas tan vergonzosas. Su propio rostro estaba coloreado con ese amor todavía tierno, siempre sincero...
 

—Sé que es irracional... No estaba pensado. Simplemente no me sentí bien con ella cerca de ti... Lamento no haber considerado tus sentimientos antes —confesó, admitiendo que quizá los locos desplantes no habían sido realmente injustificables— Es solo... No quiero que te miren de esa manera. No delante de mi, al menos... Si pudiera alejarte de las personas que te miran de esa manera...

 
El antiguo regente quiso suspirar, se limitó a sonreír en respuesta.
 

—Entregaste muy pronto tu poder, cariño... Como mi esposo, habrías estado en derecho de encerrarme en la torre más alta de haberlo querido así... —comentó, con cierta burla.

 
Yuuri frunció los labios, no iba a mentir. La idea no era tan mala.
 

—¿Me encerrarás en la torre, amor? ¿A mí? —replicó, fingidamente herido, aunque con cierto calor en su pecho. Si decía algo como eso, no era precisamente porque se imaginara a sí mismo en esa posición.
 

El rubio soltó sus manos lentamente, girando sobre su sitio hasta poder observarlo, sus ojos brillaban de manera traviesa.
 
—Preferiría encerrarte en nuestra habitación para siempre, pero tendría que vivir con la culpa de privar al mundo de tu presencia... Aunque no sé si podría molestarme por eso. Serías solo mío...
 
Claro que Wolfram pensaría en ese tipo de soluciones. ¿Cómo no?
 
El casto beso provoca una risa en el moreno, que envuelve su cuello entre sus brazos mientras siente que lo abraza por la espalda baja, pegándolo a su cuerpo. ¿Quién carajos era Estella? Suspira el nombre del otro cuando siente su nariz acariciando su cuello, dejando besos en éste. Cualquier motivo de enfado se esfumó al instante.
 
Yuuri no pudo evitar recordar las primeras veces en las que el mayor intentaba avanzar en su relación, hace tanto tiempo. Parecía que siglos enteros habían pasado desde esos momentos. "¿Eh? ¿No estamos probando una nueva manera de hacerlo?" recordó que le dijo alguna vez, mientras le pedía que le empujara dentro del agua, la imagen mental tan clara del otro tras suyo, haciendo presión sobre su cuerpo, mientras estaban ambos húmedos debido a lo inesperado del salto a la bañera le provocó un sonrojo intenso, a la vez que temblaba en su sitio. Tan directo y desvergonzado. Siempre afirmando que deberían consumar su unión incluso antes de casados.
 

—Wolfram... —susurró, cuando éste se apartaba lentamente de su piel, todavía abrazándolo.

 
Orbes color esmeralda le miraban con atención. La confusión tiñó éstos cuando percibió un deje de lujuria en las oscuras perlas del menor. Bielefeld tragó grueso cuando los impacientes labios de Yuuri buscaron los suyos, a la vez que sus manos traviesas acariciaban su cuello. Sus manos se afirmaron en la cadera del más bajo, mientras se tensaba. Sospechaba lo que estaba buscando...
 

—Vamos a hacerlo... —pidió el Maou, sobre su boca, mientras él intentaba convencerse de que eso que dijo no era lo que había escuchado.

 

—Yuuri —advirtió, con voz grave, sintiendo como se pegaba más a su cuerpo.

 
En el segundo en que sintió algo duro contra su propia excitación se obligó a tomarlo con más fuerza para apartarlo de su cuerpo, mirándolo con el rostro más rojo de lo que el menor le hubiese visto nunca. Sus ojos mostraban la revolución de ideas que tenía, y por la forma en que estos brillaban, Yuuri advirtió el regaño que vendría.
 

—Enclenque... No podemos hacer nada todavía —le recordó, respirando con dificultad.

 
El moreno casi sonrió ante la imagen. No era el único que perdía la cabeza en momentos como ese.
 

—Pero...

 

—No, Yuuri. No voy a hacer nada contigo hasta que no estemos casados... Lo prometí —informó, y lo que fuera que pensara en ese instante le ayudó a volver en sí, pues el color iba disminuyendo de su rostro.

 
El Maou le miró con el ceño fruncido, perdiendo también la excitación que sintió segundos atrás de manera paulatina. Desvió la mirada, confundido. ¿Ahora era él quien se negaba? ¿Era así como se sentía? Tan lejos, aunque estuviesen uno a un lado del otro.
 

—¿Por qué? ¿No eras tú el que decía que deberíamos...? —comenzó, recordándolo en el pasado, reprochándole con la mirada, alzando el rostro mientras su voz se volvía más grave, hasta que se topó con el fuego en sus ojos

 
Tembló de pura anticipación. Una maldita mirada suya. Ni siquiera tenía que tocarlo. ¿¡Por qué se sentía tan caliente entonces!? Yuuri casi puede jurar que soltó un jadeo nada digno cuando la mirada del rubio le recorrió de arriba a abajo con ansiedad, antes de volver a sus ojos. Dio un paso atrás cuando el rubio se acercó, sus piernas se volvieron gelatina.
 

—Te lo haría aquí mismo, lo juro... Pero prometí hacer las cosas bien contigo... —informó, luego el moreno chocó contra el escritorio, siendo apresado entre éste y su prometido, quien puso sus manos a cada lado de él, atrapándolo.

 
Aunque sus palabras sonaban amables, un brillo en su mirada alertó al Maou. Aunque continuaba hablando sobre como no podían hacerlo, la forma en que le observaba parecía decir todo lo contrario. El más joven se volvió una simple hoja al aire cuando los labios de Wolfram recorrieron nuevamente su cuello, esta vez con más intensidad. El sonido de sus besos lo dejaba suspirando para sus adentros. ¿No se suponía que debían parar allí? Las manos de Yuuri alcanzaron los bordes del escritorio, aferrándose a éste con fuerza. 
 
—Aunque... No tenemos que ir tan lejos... —comentó el rubio, bajando por su cuello, y Yuuri sintió que dejaba escapar un jadeo de sorpresa cuando una de sus manos abrió los primeros botones de su ropa, exponiendo la piel de su pecho, gimió sin poder evitarlo cuando Wolfram besó la piel a su alcance, antes de succionar con ganas, dientes, labios, toda su boca atrapándolo.
 
Era una maldita suerte que toda su ropa fuera de cuello alto, porque ese simple gesto dejaría marcas. ¿Por qué no le pedía que parara?
 

—¿Qué haces...? —consiguió cuestionar el menor, tras lo que pareció una eternidad, solo cuando sus oídos comenzaban a alertarle de los pasos que resonaban a lo lejos del despacho
 
Comenzaba a anochecer, y muchos empleados continuaban ultimando detalles en los arreglos de la fiesta que se llevaría a cabo la noche siguiente. Yuuri supuso que todo el ajetreo que notó entonces —que seguro había sido silenciado antes por la pelea entre ambos—, se debía a que los guardias continuaban moviendo cosas de un lado a otro, corriendo justo por los jardines fuera de su oficina. Seguramente si miraba por sobre sus hombros, distinguiría —no sin cierta dificultad— las siluetas moviéndose a la distancia.
 
—No te muevas... —fue la única respuesta que dio el otro, y Yuuri, quien se había perdido apenas segundos en sus cavilaciones, pronto se encontró a sí mismo ahogando un grito de histeria cuando lo miró agacharse delante suyo.
 
Shibuya habría discutido sin pensarlo demasiado, si no hubiese sido porque sintió la mano del rubio rodéandole por encima de la ropa, sacándole un jadeo. Se tensó como nunca antes en su vida, cuando los pasos de los guardias se hacían más fuertes. ¡Cualquiera podría verlos!
 
—Mientras no te muevas mucho, y no hagas mucho escándalo, no debería haber problema... —le dijo Wolfram, adivinando sus pensamientos, a la vez que le miraba desde abajo con un brillo malicioso en sus preciosos ojos verdes
 
Yuuri quiso insultarlo, realmente deseaba hacerlo, pero también necesitaba que hiciera algo de lo que le estaba insinuando. Su rostro estaba sonrojado por completo, pero el calor de su cabeza no se comparaba con el calor que sentía recorrer por todo su cuerpo. Wolfram parecía estudiar sus reacciones, pues continuaba mirándolo con atención, su mano aun sobre el bulto del otro, que parecía endurecerse más bajo su tacto.
 
Shibuya experimentó un nuevo nivel de ansiedad cuando las manos del rubio subieron un poco hasta alcanzar la hebilla del cinturón que usaba, el silencio de la habitación fue solo llenado por los bajos sonidos que provocaba el rubio al momento de desabotonar el pantalón del moreno, segundos antes de que bajara el cierre de éstos. Se estremeció cuando la suave tela de su ropa interior se deslizó con mortal facilidad por su piel ardiente... Un cálido aliento acarició su excitación.
 
Yuuri necesitó aferrarse con un poco más de fuerza a la mesa, temiendo que sus piernas dejaran de sostenerle en cualquier momento. Echó la cabeza hacia atrás, mientras sentía la boca del otro rodeándole. Gimoteó su nombre en suspiros apenas perceptibles. Respiraba con dificultad. Sentía que podía tocar el cielo nocturno con la punta de sus dedos. Se negó a observar los ojos verdes que le taladraban con la mirada, pues se sentía justo al borde de un abismo de placer que nunca antes había experimentado. Cuando una mano nívea alcanzó la suya, colocándose sobre ésta, Yuuri volvió a temblar.
 
Desde su posición, Wolfram observaba maravillado, como quien aprecia una verdadera obra de arte, a la vez que continuaba moviendo su boca por toda su extensión. El cielo, que comenzaba a oscurecerse, bañado en estrellas apenas perceptibles, coronaban la imagen erótica de su prometido, quien se aferraba al escritorio como si le fuese la vida en ello, a la vez que su rostro exhibía el placer que sentía en ese momento. Su morena piel rojiza debido a la vergüenza y excitación, su ceño ligeramente fruncido por el esfuerzo, los labios que apretaba intentando acallar los sonidos vulgares que escapaban cada tanto... Wolfram bebió la imagen más hermosa que hubiese presenciado nunca —con el deseo de poseerlo siendo más fuerte que antes— como si fuese alguien privado del agua por décadas enteras. Succionó, besó, lamió... No se contuvo en absoluto, y casi pudo sonreír cuando Yuuri arañó sin notar la madera entre sus manos. Wolfram deseó sentir esos mismos dedos en su espalda, mientras se hundía en su cuerpo. Su propia erección demandaba atención... Entonces por fin, luego de insistir en silencio por lo que pareció un milenio, Yuuri le miró. Y sus ojos negros llenos de deseo, aunado a su rostro teñido de placer, enmarcado con el anochecer tras suyo, coronándolo como el amo y señor de todas sus fantasías, le provocaron un insano deseo por mandar a la mierda todo el autocontrol que poseía. Contuvo las ansias de desnudarlo ahí mismo y, en cambio, soltó su mano para luego guiar ambas a las caderas del más bajo. Wolfram hundió sus dedos tan dolorosamente en su piel que Yuuri jadeó con una mezcla de dolor y placer. Terminó sin remedio alguno en la boca del otro, sin saber qué demonios lo había golpeado. 
 
Wolfram intentó recibir todo en su boca, tosió un poco, pero no se permitió desperdiciar ni una gota. La sola imagen del rubio arrodillado delante suyo, limpiando la comisura de sus labios con el dorso de su mano, llevándose los restos de su esencia a los labios hizo que Yuuri sintiera todavía más ganas de poder estar en su habitación, de conseguir algo más...
 
El rubio se puso de pie, Yuuri ni siquiera supo cuándo, pero él ya había inclinado su cuerpo en su dirección, a la espera del lento beso que el rubio depositó en sus labios, separándose por pocos segundos, antes de volver a besarlo. El Maou continuaba temblando ligeramente cuando las manos del rubio arreglaban su ropa, comenzando por sus interiores, antes de subir correctamente sus pantalones, luego pasando a su cinturón... Tan perfeccionista que pareciera que nada había pasado allí.
 
Los besos disminuyeron de intensidad, hasta que apenas unos cuantos roces se perdieron. Wolfram finalmente se alejó, mirándolo con una paciencia infinita, el amor y el deseo aun brillando en sus orbes. Yuuri deseó poder decir algo, pero no había palabra que pudiera expresar nada de lo que sentía.
 
—No te desveles demasiado —advirtió el rubio, con una sonrisa ligera— Mañana estaremos ocupados —le recordó, ahora caminando lejos de él.
 
Wolfram casi alcanzaba la puerta cuando el menor finalmente pudo decir:
 
—Te amo...
 

—Lo sé —respondió divertido el rubio, dedicándole una mirada antes de salir.

 
Yuuri solo le miró desde allí con una sonrisa ocupando sus labios, más feliz de lo que se había sentido nunca. Al menos ahora tenía una preocupación menos... ¿Cómo pudo pensar por apenas un instante que el otro no le deseaba también? Le tomó un rato más antes de confiar en sus piernas de nuevo como para atreverse a salir de allí, igualmente sentía que se cargaba un letrero en la frente que gritaba lo que había pasado. Fue vergonzoso regresar a su cuarto, pero lo logró con la sonrisa escrita hasta en sus ojos.
 
Esa noche, el rey durmió plácidamente, como nunca antes. Satisfecho completamente... Sin saber que el futuro consorte pasaba justo por un evento contrario. A varias habitaciones de distancia, Wolfram no conseguía calmarse. Ni siquiera un largo baño con agua helada había disminuido su excitación. Pudo calmarse por un rato, y comenzaba a disfrutar del baño cuando se atrevió a relajarse, cerrando los ojos. Fue un tremendo error. La visión de Yuuri alcanzando el orgasmo un rato atrás ocupó su mente por completo, su mirada suplicante volvió a hacer estragos en su sexo. 
 

—¡¿En qué carajo estaba pensando?! —se reprochó el rubio príncipe, hundiéndose en el agua que estaba ya más templada, y con una resignación colosal, su mano de deslizó bajo ésta también— Oh, Shinou... Cuando Conrad sepa... —se lamentó, casi deseando que nombrar a su hermano deshiciera el calor que sentía, la promesa de esperar a casarse gritando en un rincón de su consciencia.

 
Ni siquiera la imagen de sus hermanos mayores regañándole fueron suficientes para apagar su excitación. Wolfram soltó un gemido frustrado al darse cuenta, miró la distorcionada imagen de su miembro por sobre el agua. Se rodeó con algo de fuerza, y cuando soltó un jadeo supo que no había mejor solución a su problema.
 
"Estúpido enclenque" pensó, rendido, comenzando a mover su mano con parsimonia "Con su estúpida cara bonita". Imaginó su rostro, y cerró los ojos concentrándose en imaginar los labios del otro recorriendo su cuerpo. Wolfram era usualmente feliz estando solo... Sabía dónde tocarse y qué hacer para contentarse. Sin embargo, en ese justo instante, por más empeño que pusiera, no lograba calmarse. 
 
Esa noche Lord Bielefeld no encontró consuelo alguno, sino que se vio rodeado con recuerdos e imágenes que solo comenzaban a torturarle. Por primera vez en años, Wolfram no durmió inmediatamente. Maldijo su condición como Mazoku ligado al elemento del fuego... Perdió la cuenta de la cantidad de veces que necesitó tocarse para finalmente caer rendido por el cansacio físico y mental que le provocó no sentirse satisfecho, por mucho que la imagen de Yuuri bailó bajo sus párpados. Mejoró un poco cuando se imaginó cómo sería hundirse en él... Pero no fue suficiente. No debió sorprenderse por ello. Ni siquiera una fantasía donde estaba el moreno arrodillado entre sus piernas fue lo suficientemente buena.
 
Wolfram ya no estaba muy seguro de ser capaz de mantener su palabra para entonces. Especialmente si Yuuri volvía a decirle algo así. Para cuando cerró los ojos, tenía certeza absoluta de que en la próxima ocasión, su inconsciente prometido no escaparía fácilmente de sus manos. Por mucho honor que pudieran perder.
 
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