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La caja púrpura de Jess por LePuchi

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Notas del capitulo:

¿Qué hay gente tras la pantalla?


Ha pasado un tiempo desde el ultimo capitulo ¿eh? pero finalmente está listo. Costó mucho más trabajo del que hubiese creido y aquí entre ustedes y yo he de confesar que me cuesta un montón escribir los inicios, la trama me fluye bien pero el inicio... bueno tenganme un poco de paciencia por favor.


Quiero agradecer muy especialmente a las personas que me dejan review, de verdad, no tienen idea de lo mucho que me suben el ánimo.


Dicho eso terminamos con los parroquiales así que los dejo con el capítulo, diviértanse.

 

Animal de oficina

 

Seis en punto de la mañana.

Después de una breve zambullida al mundo de los sueños el tiempo debía retomar su curso. El timbre que anuncia una nueva jornada corta el apacible descanso con su escandalo incesante, llevándose entre el repiqueteo el primer insulto que mis labios pronuncian en el día:

—Maldito aparato.

De alguna manera, no sin unas cuantas maldiciones más, me las arreglé para despegarme de encima las tibias mantas. Todavía con el sopor encima me senté en el borde de la cama dejando que mi mirada vagase entre varios puntos que a decir verdad ni siquiera veía realmente.

«Creo que estoy volviéndome a dormir», pienso entre la modorra.

Bostezo. Ojalá pudiera echarme un tiempo más.

Por el resto de la vida, estaría bien.

—¡Taylor! —gritaron de pronto.

¿Por qué todo el mundo es capaz de tener más energía que yo? Incluso mi madre tiene el suficiente ánimo para gritonear a estas horas, carajo.

—¡Taylor! —Volvió a llamar, más fuerte que antes.

Vivíamos en un apartamento en el que las paredes eran más delgadas que hojas de papel de seda y todos los sonidos acababan por filtrarse de una habitación a otra. Todos. Y sin embargo ella no tenía ninguna clase de consideración por los demás; las sonoras pisadas que daba muy temprano por la mañana y muy entrada la noche, el escándalo que armaba cada vez que se ponía al teléfono con Teresa o cuando subía el volumen de la TV a niveles estratosféricos durante el culebrón de las 9 p.m. e incluso las ruidosas reprimendas que me daba cada dos por tres eran buena prueba de su descortesía.

—Vamos Taylor, ¿crees que así conservarás tu empleo? —Otro gesto más de su rudeza: entrar en las habitaciones sin invitación—. ¿Llegando tarde? No es como si fueses una empleada modelo cariño. Además, con lo que te costó conseguirlo y vas y echas a la basura la que probablemente sea tu única oportunidad.

Discutirle era una pérdida de tiempo, aparte de ello yo sabía bien cuan inútil era. Me bastaba con saberlo y prefería si los demás no me lo recordaban también a cada oportunidad que se les presentaba.

—¿Qué haces? —pregunté cuando empezó a recoger toda la ropa que encontró por el cuarto.

—Bailo tap —respondió, blanqueando los ojos con ironía—. ¿Qué te parece a ti que hago Taylor?

—¿Violar mi privacidad?

—Muy graciosa —murmuró irónica—. Junto la ropa para que la lleves a la lavandería.

—Pero, tengo que ir al trabajo.

—¿Y? Llévala de camino. Yo estoy muy ocupada Taylor, tu hermana me ha invitado a almorzar. ¿Sabes que han promovido a Christian a gerente hace unas semanas?

—¿De verdad? —pregunté sin ganas. Era pura cortesía. Lo que concernía a ese tipo no me interesaría ni siquiera si lo habían electo presidente de la nación… bueno, quizá entonces sí, pero sería sólo para preguntarme por qué, cómo y quiénes habían podido elegir un idiota redondo como él.

—Claro, era cuestión de tiempo —respondió con obviedad.

Bueno, de llegar más allá de una gerencia, ya sabíamos la clase de gente que sería tan cabeza hueca como para elegir, de entre todos, a Christian Gale; el rey de los desvergonzados…

—Iremos a celebrar. —Asintió satisfecha—. Teresa tiene un gran hombre a su lado. Adinerado, de buena posición y apuesto ¿qué más se podría pedir? —«Que sea fiel, menos alcohólico y menos controlador», pensé—. Pero claro, un hombre así sólo podría estar con alguien como tu hermana, una mujer a la altura ¿no crees? Preparada, distinguida y hermosa. —Me miró y suspirando como si fuese yo un caso perdido dijo—: Supongo que no todos pueden conseguir algo tan bueno.

Suspiré e intentando cambiar de tema pregunté la hora en la que iban a reunirse.

—¿Quieres venir? —Me miró. Entre horrorizada y reprochándome.

—Si termino el trabajo que me asignen antes del mediodía y sacrifico la hora del almuerzo me sobraría un poco de tiempo para acompañarlos.

La mujer de la que había heredado los rubios cabellos sobre mi cabeza vaciló un momento, conteniendo la mueca de desagrado tanto como pudo.

—Quizá pueda alcanzarlos para el postre, ¿dónde será?

—Iremos a un lugar del centro, ya sabes, uno de esos sitios que le gustan a tu hermana. Nada espectacular. —Movió la mano en un gesto vago, restándole importancia, aunque ambas sabíamos que seguro sería uno de esos elegantes restaurantes caros—. Pero no creo que debas presionarte de más Taylor, ya habrá otra oportunidad, no queremos que vayas corriendo por todo L’Scolo sólo para comer postre. Además, con el uniforme de la empresa no creo que te sientas cómoda allí Taylor.

—Sí, es posible.

—Además con el incidente de la última reunión yo no sé si Chris se sienta cómodo contigo allí.

Esa fue la gota que colmó el vaso.

No era un secreto que yo no le agradaba mucho a mi hermana o a su horrible marido e incluso a la mujer de pie frente a mí, pero en este último caso ni ella ni yo podíamos huir del hecho de que seguía siendo mi madre y de vez en cuando aún trataba de guardar las apariencias así que había decidido ignorar el empeño que estaba poniendo en sus excusas para que no asistiera a la reunión con los que al final de cuentas, a pesar del desprecio mutuo, seguían siendo mi familia. Pero tenía limites…

—¿Estás bromeando? —Parpadeé incrédula.

—Nunca bromearía con algo así Taylor. —Y de pronto el ambiente pasó de ser incómodo a completamente hostil—. Lo que hiciste no es algo con lo que bromear.

—No hice nada con él. —Recordar ese tema no me gustaba en absoluto. Ignorarlo y pretender que jamás había pasado era una de las pocas cosas en las que coincidía con mi familia, sobre todo porque las contadas veces en las que volvía a la superficie quebraba irremediablemente un poco más la relaciones y terminaba sí o también en pelea—. Se los he repetido a Teresa y a ti hasta el cansancio, pero no parece importarles un comino.

—¿Qué no nos importa? ¡Es el marido de tu hermana! —«Claro», pensé, «el tema sólo les importa porque se trata de El marido de Teresa»—. ¿Estás mal de la cabeza, en qué pensabas?

—¿Qué pensaba yo? ¿¡Qué pensaba ustedes dándole la razón a ese cabrón!?

—¡Cuida tu boca señorita! Esto no es una cantina donde puedas hablar como una cualquiera, es mi casa y mientras vivas bajo mi techo te vas a comportar como es debido. —Empuñó su dedo índice contra mí—. Pero qué puedo esperar de tu lenguaje si tu actitud ya es indecente y poco respetuosa. Pobre Christian —lamentó—, tan buen hombre que es y tú le haces esos desaires.

—No es un buen hombre, jamás será un buen hombre no importa cuánto dinero tenga ni qué tan atento se comporte.

—Jamás ha hecho nada malo. —No pude reprimir una risa amarga.

—Qué rápido se te olvidan las cosas ¿verdad mamá?

—Tú tuviste la culpa. —Sus pupilas destellaron con furia, a esas alturas de la conversación ya ni siquiera se esforzaba por contener su desprecio—. Sabías que estaba un poco bebido y aun así lo arrastraste al jardín.

—Yo no le arrastre a ningún lugar, fue idea tuya que yo saliese de la maltita casa sólo porque ya no soportabas mi presencia en tu perfecto cuadro.

—¡Claro que no quería verte, nos estabas dejando en ridículo frente a su familia!

—¡Pero si no dije ni mu en esa maldita noche!

—Te la pasaste quejándote del trabajo Taylor, ¿qué iban a pensar de nosotras?

—Me importa una mierda lo que pensaran, había sido un día horrible. —En esa época los correos electrónicos llenos de obscenidades no habían hecho más que aumentar en mi bandeja de entrada y yo no sabía el por qué—. ¡Y tu sólo decidiste echarme de la cena, como si fuese un perro!

—Te pedí que salieras a dar un paseo para calmarte Taylor, no seas dramática.

—¿A dónde diablos esperabas que me fuera si estábamos en medio de la nada y lo único que había cerca de la casa de la familia de Christian era el maldito bosque?

—¡Pues al pueblo!

—¡El jodido pueblo estaba a quince kilómetros! ¡Quince!

—Ahí vas de nuevo con tu dramatismo.

—Quizá soy dramática, pero no tenías por qué echarme. Puede que a Teresa y a ti no les guste, pero sigo siendo parte de esta familia.

—¡Parte de la familia! ¿Cómo esperas ser parte de la familia si te la pasas avergonzándonos cada que tienes oportunidad? —Era el mismo argumento que usaba siempre, no importaba lo que yo hiciera, siempre sería una vergüenza ante sus ojos—. Por eso era mejor que te fueras.

—Y estaba dispuesta a irme, madre, pero cómo esperabas que lo hiciera. ¿Caminando?

—¿No lo recuerdas? Pediste a Christian que te llevara.

—¡Ni siquiera pedí su puta ayuda, él se ofreció! ¡Además era otra maldita ciudad! Yo ni siquiera conocía esa ciudad, era la primera vez que iba.

—Encima fue amable contigo.

—¿¡Amable!? —Ya ni siquiera podía contener la incredulidad, estaba al borde de otra crisis nerviosa y si no fuese porque sabía que quebrarme frente a esa mujer sólo le daría armas para humillarme me habría puesto a llorar desde hacía mucho rato—. ¡Oh, claro! Es un amable, un amable hipócrita que ustedes no han querido ver como realmente es: un puerco que se aprovecha de su posición. Es celoso, manipulador, violento y posesivo ¿¡es que acaso planean esperar hasta que decida encerrar a Teresa para reaccionar!?

—Nunca le ha puesto una mano encima a Teresa.

—¡Pero a mí sí! —estallé.

—¡Fue tu culpa, Taylor! ¡¡Todo fue culpa tuya!!

—¿En serio?

Me reí, no quería hacerlo, pero una leve carcajada se me escurrió entre los dientes y era bastante amarga e incrédula. Ya sabía que ni ella ni Teresa me habían creído una sola palabra cuando intenté defenderme, ¿pero culparme? ¿¡A mí!? Ya había tenido suficiente con la bofetada que Teresa me dio y aquella absurda e infantil ley de hielo que seguía manteniendo conmigo.

Era más que probable que mi hermana jamás volviese a hablarme.

—De cualquier modo, no hace falta que toque a Teresa, la violencia no es sólo física. —Tampoco me importaba ya mantener la compostura así que le solté aquella frase sin pensarlo ni disimular todo el desprecio que sentía—. No necesitas tocar a alguien para someterlo, lo sabes tan bien como cualquiera ¿o es que ya te olvidaste de papá, eh?

—No vuelvas a mencionar a ese hombre en mi presencia. —El tono de su voz bajó considerablemente, pero el odio que destilaba sus palabras era altísimo en comparación.

—¿Por qué no? —La reté, a esas alturas qué importaba—. ¿Crees que ignorarlo hará que desaparezca? ¿Crees que si pretendes que Christian es una buena persona mágicamente lo será? ¿Piensas que si lo deseas más fuerte voy a desaparecer y así todos ustedes podrán ser felices sin mí? Te tengo noticias Mallory: no lo hará, nada mejorará. Y no importa que tanto lo quieras, yo no voy a desaparecer.

Su semblante se desfiguró en una mueca iracunda y de no ser porque tenía las manos llenas de ropa posiblemente me habría golpeado.

—Se te hace tarde. —Pasó a mi lado chocando su hombro contra el mío antes de plantarme la pila de ropa en el pecho.

Luego de la discusión el día tenía que continuar. Sin embargo, aunque la fugaz ducha no alivió mi malestar, el sonido de las gotas golpeando contra todo sirvieron para amortiguar la voz dentro de mi cabeza que se había puesto del lado de mi madre y me repetía una y otra vez que sí, que todo era culpa mía. Que sería mejor si yo no existiera.

Tal vez lo sería, pero ya lo había intentado y fracasé.

Y si me desvanecía en el aire o moría por mi propia mano no quería darles el gusto de saber que ellos me habían orillado a tal extremo. Aunque así fuera.

Salí de la ducha esquivando a mi madre, no tenía ni tiempo ni ánimo de escuchar lo que fuese que tuviera para decir. Como cada mañana, me enfundé en el monocromático uniforme, era realmente un triste atuendo.

Faltaba el desayuno así que me dirigí a la cocina.

Mi madre estaba dentro.

—¿Vas a comer todo eso? —Me miró enfatizando la palabra todo y observando inquisidora el tazón de cereales entre mis manos—. Bueno, alguien debe usar las tallas grandes ¿verdad?

Renuncié a los cereales frotándome la ceja, la única otra opción era una frugal taza de café. Tomé una. Esta vez pareció conforme y asintió dándole un gran trago a lo que sea que fuera ese desagradable y espeso liquido verde que estaba en su vaso.

—Ni se te ocurra aparecer en nuestro almuerzo Taylor —advirtió.

Y así otro día empezaba para mí, igual que todos, igual que siempre.

Luego de la noche en que me salvaron el trasero en mitad del puente de la bahía la ansiedad dentro de mí fue menos recurrente, lo suficiente para ser capaz de arrastrarme fuera de la cama todas las mañanas, llevarme al trabajo, a por café y de vuelta en una forma medianamente decente. Pero el dolor todavía no se marchaba, perduraba, menos constante. Menos cruel, por su puesto. Dormitando para recuperar sus fuerzas, oculto en algún lugar aislado de mi mente para que yo no pudiera impedir su recuperación. Y aunque de momento era un miembro funcional de la sociedad no podía dejar de preguntarme por cuánto tiempo iba a durar la falsa sensación de paz.

Sobre todo cuando constantemente debía lidiar con mi madre y el tedioso trabajo, contestando cada dos por tres llamadas que me reprochaban por no esforzarme los suficiente para que la contabilidad de los despilfarradores de más arriba cuadrara y tecleando sin ton ni son en el ordenador puesto sobre el escritorio milagrosamente metido en el minúsculo cubículo que delimitaba mi espacio de trabajo.

La compañía a la que le había vendido mi alma por unos cuantos billetes al mes tenía oficinas en una gran torre erigida en el distrito corporativo de L'Scolo. Cuarenta y cinco pisos de cristal y acero, podía parecer bonito visto de fuera, pero dentro era sofocante. Muchas oficinas se establecían allí y algunas, como la encargada de editar una revista, sonaban interesantes. La mía no era de esas.

—Buenos días —saludé deteniendo el ascensor antes que cerrara las puertas.

Nadie respondió.

Aquello de ir al trabajo quizás habría sido un poco más llevadero si mis compañeros fuesen agradables y tuvieran la suficiente decencia de al menos devolverme los buenos días que seguía dirigiéndoles por costumbre. Nadie lo hacía. Todos eran un montón de ineptos influenciables que tampoco cumplía bien su papel de empleados. No es que yo fuera especialmente magnifica, de hecho, admitía que era bastante mediocre, pero al menos no me creía todo cuanto iban diciendo por allí de los demás.

El corporativo que me empleaba ocupaba en total catorce plantas del edificio, repartidas entre el piso veintitrés al treinta y seis, además de una bodega en el sótano. En la vigésima octava parada del ascensor, donde bajaba yo, todo estaba pintado de color crema. Unas quince o veinte personas ocupábamos el espacio, cada una con un cubículo propio y una oficina privada para el supervisor. Los techos allí daban la impresión de ser más bajos y la luz blanca que iluminaba el espacio irritaba los ojos.

Allí se consumían mis mañanas, entre el sonido del tecleo y las montañas de informes que misteriosamente sólo se acumulaban encima del escritorio que me pertenecía. Algunas veces me daba la impresión de que allí dentro únicamente trabajaba yo.

Despegué la mirada de la pantalla y aguantando un bostezo miré alrededor, las paredes pintadas de triste color pálido no hacían que la habitación se viera más grande y la luz artificial de las lámparas fluorescentes tampoco ayudaban a que el espacio fuese agradable. Todo lo contrario. Pilas de papeles, ordenadores, sillas, escritorios, personas, todo parecía tan… prefabricado. Ahí no había ventas, lo único parecido al aire libre era un gran papel tapiz que cubría una de las paredes del fondo y que mostraba la imagen de una gran extensión de pasto verde. Tal vez la falta de ventanas se debía a que si las hubiera varios empleados habrían tratado de tirarse desde ellas para poder terminar con la monotonía. Lo único rescatable para ver era el reloj que colgaba de la pared y que indicaba que todavía faltaban algunas horas para poder escapar de aquella prisión.

Aunque termine no tienes donde más estar, me recordó una burlesca vocecilla dentro de mí.

Tenía razón, mi vida oscilaba entre el trabajo y una de las mil cafeterías que servían brebajes insípidos a los infelices oficinistas del rumbo. Detestaba el trabajo y las cafeterías tampoco resultaban muy acogedoras, pero estar allí era mejor que volver al apartamento que supuestamente era mi hogar, prefería estar allí lo menos posible y evitar darle a Mallory la oportunidad de recordarme cuán miserablemente fallida era mi vida o lo mucho que odiaba que fuese su hija.

Fuera de esos lugares no había más para mí.

Si tu hogar se convertía en un infierno no había sitio donde huir.

—Fernsby. —Una mano flacucha de dedos nudosos apareció de pronto en mi campo visual agitándose de arriba abajo—. ¡Fernsby! —llamaron una vez más obligándome definitivamente a prestarle atención.

—¿Qué quieres Maximilian? —Levanté la mirada del teclado del ordenador para ver con desagrado al hombre que me estaba interrumpiendo.

—Es señor Barebone para ti. —Ajustó su corbata irguiendo la espalda, lanzándome una mirada de superioridad en toda regla.

Maximilian Barebone, un nombre demasiado rimbombante para un sujeto demasiado insignificante, era uno de mis compañeros de trabajo. Un sujeto casi tan escuálido como una astilla y lidiar con él era casi tan molesto como clavarse una en el dedo.

—Como digas —respondí.

Teóricamente Max y yo compartíamos el mismo rango jerárquico dentro de aquel lugar, pero en la práctica las cosas eran un poco diferentes pues ese sujeto de dientes torcidos y grasiento pelo apelmazado había perfeccionado el arte de la adulación. La mayoría ahora le encontraba agradable, pero no siempre lo habían hecho. Cuando ambos éramos todavía unos novatos él funcionaba como alguna especia de payaso de la clase extrapolado al mundo laboral y extrañamente parecía inmensamente feliz con ello. No fue hasta la llegada del nuevo supervisor, del que no tardó en ganarse su confianza, que Barebone alcanzó un nuevo escalafón dentro de esa oficina. Al principio me pregunté si adular la falta de sentido de nuestro jefe era simplemente la manera en que Maximilian sobrellevaba la jungla laboral, después de todo ¿quién en su sano juicio podría admirar al troglodita fortachón de David Malone? Nadie, eso quería creer. Para desgracia mía descubrí que mi escuálido colega aspiraba a ser como Malone y ya que jamás lograría ser ni la mitad de lo que él era, literalmente porque el jefe era tres o cuatro veces más ancho, se valía de su sombra y la simpatía que le tenía para ganarse a todos dentro de ese tugurio.

Poseía una destreza increíble para las palabras, tal vez ese único talento suyo lo utilizara de formas cuestionables pero era tan bueno en ello que por desagradable que fuese había que reconocerle al menos eso.

—Y ¿qué es lo que quieres? —Meterme con él probablemente me trajese problemas, pero no estaba dispuesta a llamarlo señor Barebone.

Eran pequeños actos de rebeldía como esos los que me ayudaban a no perder del todo la cordura al final del día. Aunque también eran esos mismos actos los que me ocasionaban la mayoría de los problemas para empezar.

—Maleducada —bufó—, el supervisor te está buscando. Quiere que vayas a su oficina. —Se dio la vuelta antes que pudiera poner objeción, esperaba que lo siguiera. Lo hice, si en verdad el jefe me había convocado tampoco podía negarme.

Al tiempo que caminábamos iba echándole un vistazo a todos y asintiendo satisfecho cuando todos fingían estar concentrados en sus labores. Sonrió, ajustándose la corbata nuevamente, aunque él se veía a sí mismo como un fiel asistente era poco más que la mascota del supervisor.

—Jefe. —Golpeó la puerta con los prominentes nudillos, pero no esperó respuesta, tomó el pomo y lo giró para poder entrar—. Aquí está. —Con un leve empujón me hizo pasar.

—Fernsby. —Malone levantó la vista de algunos papeles entre sus manos y se recostó en su elegante reclinable de cuero negro dejando lo que inmediatamente reconocí como los informes que le había entregado el día de anterior, sobre el escritorio—. Puedes sentarte si quieres. —Señaló la silla frente a mí, mirándome condescendiente.

El despacho privado era más o menos un cuarto del total del piso, por eso podía albergar muebles tan grandes como el escritorio o la silla, de hecho, ese sólo mueble de madera brillante ya era más grande que todo mi cubículo. Y más que una oficina corporativa normal aquello parecía uno de esos lugares que aparecían en las películas desde donde el jefe mafioso se dedicaba a dar órdenes a sus subordinados; la decoración era excesiva, extravagante y de mal gusto.

—Estoy bien así —respondí—. Maximilian dijo que necesitaba verme.

—Sí, revisé los informes que enviaste ayer. —Una pausa dramática, al fornido sujeto le gustaba mucho hacer esa clase de pausas para que su discurso quedara más interesante y pareciera que te daba la oportunidad de argumentar algo a tu favor, aunque realmente no iba a permitirte ninguna replica—. Están repletos de errores Fernsby, ¿puedes explicarme por qué es eso?

—Corregiré cualquier error y si están estropeados los haré de nuevo.

Me miró como si dijese estupideces y sacudió la mano haciendo aspavientos.

—No, no, no hará falta. Por lo que veo las responsabilidades más grandes no son lo tuyo, no me gusta decirlo, pero estoy decepcionado. —Pausa dramática, para que calara hondo, claro—. Tu desempeño es mediocre Taylor, pero seguro podemos arreglarlo de otra manera ¿verdad? —Entrelazó las manos despacio mirándome de pies a cabeza. Sentir su mirada sobre mí fue desagradable, pero permanecí impasible, fingiendo que no me enteraba de nada.

Supongo que por su distorsionado auto concepto no esperaba que me quedase allí parada mirándolo con ojos vacíos sin pronunciar palabra, menos si se tomaba la molestia de mostrarme su sonrisa de galán enmarcada por un par de hoyuelos y mentón cuadrado. Admitía que era un tipo apuesto y entendía por qué la mayoría de mis compañeras gustaban de él, pero a pesar de ello ¿qué esperaba que hiciera? ¿Qué me lanzara a su regazo a alabarlo? No, no y no. Podía ser una mediocre fracasada buena para nada pero esa cosa pisoteada en el suelo que yo llamaba orgullo aún tenía un poco de vida de vez en cuando.

—Barebone —llamó a su fiel lacayo quién se había quedado como centinela de pie junto a la puerta pero que al escuchar su nombre acudió a su lado—, ¿qué opinas que debería hacer para enmendar sus múltiples fallas?

Intercambiamos miradas. Sus ojos destilaban desprecio y los míos no fueron capaces de soportarle la mirada antes de que se inclinara para susurrar algo al oído de Malone.

A Maximilian le gustaba el poder habría deseado ser él quien tomara las decisiones en lugar de actuar como consejero. Me había confesado en varias ocasiones que si dependiera de su decisión yo ya no trabajaría allí, pero no tenía la autoridad. Podía influir en la decisión, pero personalmente no poseía tanto poder. Le gustaría hacerlo ambos lo sabíamos, le gustaría que suplicara piedad y la verdad posiblemente lo haría porque yo necesitaba ese trabajo, también lo sabíamos los dos, aun así no podía quitármelo ni chantajearme con ello y por eso su personal forma de vengarse era siempre sugerirle a Malone que me diera una mayor carga de trabajo.

—Los haré otra…

—Café —interrumpió el corpulento hombre.

—¿Cómo?

—¿Acaso eres sorda o retrasada? Café Taylor, c–a–f–é, no hay en nuestro escritorio. Tráenos uno. —Agitó la mano hundiéndose en su grotesco sillón.

—Pero yo no…

—¿No? ¿Acaso te escuché decir no? Eres una mujer Fernsby, ya que no puedes hacer bien el trabajo que se te asigna quizá esto sí puedas hacerlo bien. Y en última instancia soy tu jefe, tu trabajo es hacer lo que te diga. —¿Lo era? No, de ninguna manera lo era. Pero no estaba en posición de rebatirle sin tener yo todas las papeletas para perder la discusión así que me mordí la lengua—. Tráeme mi café —ordenó.

—En seguida —murmuré y salí de allí.

La oficina tenía una pequeña sección donde había unas cuantas gavetas, un dispensador de agua y una cafetera así que me dirigí allí. Miré el agua mientras se calentaba y se filtraba junto a los granos de café. Quizá unos años antes me habría preguntado qué diablos estaba haciendo con mi vida, ahora no me hacía más preguntas. No tenía caso, mi oportunidad para escapar de toda aquella basura se había quedado en lo alto del puente de la bahía y no me quedaba más remedio que seguir aguantando.

Volví al despacho con una taza humeante en cada mano.

—Tardaste mucho —reprendió Barebone.

—Aquí tiene. —Ignoré el comentario y coloqué ambas tazas en el escritorio.

Malone fue el primero en levantar la suya, la apoyó en sus labios y dio un buen trago. Pero en cuanto el líquido entró a su boca torció el gesto con desagrado y alejó la taza tanto como el largo de sus brazos le permitió.

—¿A esto llamas café? —Se limpió los gruesos labios con el pañuelo que, raudo, le había extendido Maximilian—. ¡Con suerte si es agua marrón, Fernsby! No puedo creer que ni siquiera esto seas capaz de hacer correctamente.

Bueno, era incompetente sí, pero el sabor del café no era culpa mía. En cualquier caso era suya por comprar esa porquería que tenía el descaro de llamarse café y si lo preparábamos en esa cafetera que por poco no se caía a pedazos el resultado era predecible.

Pero no podía decirle algo como eso.

—Ve por otro Taylor, cómpralo si es necesario, pero no nos traigas estas porquerías. —Maximilian, claramente Maximilian, ese sujeto en verdad era desagradable.

—No, no, no seas tan duro con ella Max. —Le sujetó el brazo—. Es una lástima, detesto a las mujeres inútiles, son un fastidio, pero son mejores que las competentes ¿no?

—Ya lo creo señor. —Sonrió cínico.

La paga que recibía en definitiva no llegaba a compensar tantos sinsabores.

Cansada de sus tonterías salí de allí, las teclas del ordenador no iban a presionarse solas, pero Maximilian no iba a dejar pasar la oportunidad de joderme aún más así que me siguió hasta el cubículo de donde me había sacado en primer lugar.

—Hubieras podido evitar eso si fueras más agradable Taylor. —Se inclinó para que nadie más nos escuchara—. Yo hubiera podido defenderte, pero tampoco fuiste agradable conmigo ¿lo recuerdas, zorra frígida?

No me enorgullecía, pero Barebone y yo teníamos una historia truculenta. Habíamos sido contratados casi al mismo tiempo por lo que comenzamos a relacionarnos bastante, teníamos en común el hecho de ser los nuevos y no conocer prácticamente a nadie. En esos tiempos él era un tipo más simpático y yo era alguien menos enfadada con la vida así que las cosas eran menos problemáticas. Un primer año trascurrió y la relación creció al punto de llevarnos realmente bien.

Las cosas se torcieron cuando me invitó a salir.

«Que mal gusto tiene para las mujeres», pensé cuando se me declaró.

Entonces era un buen tipo, pero con suerte le veía como amigo así que lo rechacé, cuando lo hice no lo tomó nada bien. Una mañana al llegar al trabajo todos me miraban más extraño que de costumbre, casi al mismo tiempo comencé a recibir correo y mensajes bastante indecentes de algunos de mis compañeros. Al indagar un poco no tardé mucho en enterarme de la razón, la historia es larga pero el punto es que Barebone corrió rumores por toda la agencia sobre mí que me hicieron acreedora a una cierta reputación y el resto es historia.

«¿Por qué tengo tan mala suerte cuando de hombres se trata?», me lamenté cuando se fue y pude volver a sentarme frente al ordenador para seguir tecleando números que no podían importarme menos hasta bien entrada la hora del almuerzo.

Aunque la oficina tenía el lugar donde podías preparar café no era lo suficientemente grande para considerarse un área en la que se pudiese comer, lo mismo pasaba con el resto de las oficinas de la torre de cristal y por ello el piso cuarenta se ocupaba entero como sala de descanso y comedor. Aunque sólo poco más de la mitad de la planta era visible para los que trabajamos en otras pues el resto pertenecía a la cocina y no podíamos entrar allí. Posiblemente ese era el único lugar de todo el edificio que me gustaba. Amplio, pulcro, con bonitas mesas de formica dispuestas con esmero, algunas máquinas expendedoras, algunos cocineros amigables y unos grandes ventanales de cristal que iluminaban la estancia con agradable luz natural. Todos o casi todos los empleados íbamos allí para almorzar, era barato y menos engorroso que salir fuera para conseguir algo, además no había problemas si decidías llevar tu propia comida. Lo mejor de todo era que rara vez se llenaba completamente porque nuestros horarios y los del resto de oficinistas diferían.

Por mi parte no llevaba nunca comida ni tampoco compraba la de allí, subía únicamente por las vistas y a por cafeína para soportar el resto del turno.

Muchos iban en grupos. Yo no, evidentemente, pero por sorprendente que fuera no era la única persona solitaria en el lugar ya que junto a los ventanales había otra mujer comiendo apaciblemente alguna cosa desde un recipiente plástico. No era la primera vez que la veía allí, pero a diferencia mía a ella sí se le acercaban las personas y, de nuevo a diferencia mía, no lucía incomoda mientras charlaba con alguno de sus compañeros. Siempre que estaba allí tenía una presencia curiosa ¿cómo definirla? Se mimetiza. Era lo que más se acercaban mis reflexiones para comprender lo que aquella mujer lograba, no podía describirlo, pero era como si al estar allí fuese parte de la decoración o uno de los lindos muebles del comedor. Y no en un mal sentido o de manera despectiva, no, mirarla me resultaba increíblemente pacífico; como cuando miras un árbol y te sientes inesperadamente cálido cobijado bajo su sombra.

No mentiré, al principio su actitud de dedicarse a mirar como la vida pasaba frente a sus ojos me desquiciaba, pero ahora le envidiaba. Cuando me miraba al espejo el reflejo que me devolvía la mirada estaba hastiado, triste y miserable. Yo quería verme tan apacible como la mujer del comedor que siempre tenía un gesto sereno en la cara, misma que, aunque había observado repetidamente, me avergonzaba admitir que no recordaba completamente. Sabía que era castaña, que era más o menos alta y que su complexión era media pero fuera de esos datos básicos no recordaba el resto, lo que recordaba de esa mujer era la tranquilidad que irradiaba.

—Aquí tiene su café señor —pronunciaron a mi espalda y no tuve ni que volverme para saber de quienes se trataba.

—Gracias, nena. —Malone sorbió un trago de la bebida—. Esplendido, creo que algunos podrían aprender una cosa o dos de ti. —Pasaron a mi lado y como si el comentario no fuese obvio ya de por sí me miró y dijo—: ¿Verdad, Fernsby?

—Hola Taylor. —Una de las mujeres que componían el grupo se rezagó unos momentos para apretarme el hombro.

—Hola Celia. —Celia era la nueva chica del sequito de Malone. Era muy bonita, su rostro redondo le daba un aire adorable y su cabellera dorada resplandecía con la luz, por eso no me extrañó que el jefe y su despreciable lacayo cayeran atontados por sus encantos. Pero no era igual que el resto de mujeres que buscaban el reconocimiento del jefe, era astuta, lo suficientemente lista para hacerse la tonta y que resultara creíble.

A diferencia del resto de mis compañeros Celia no me agradaba pero tampoco me desagradaba, la consideraba una víctima del medio, a veces hasta la compadecía. En sus meses de prueba la habían puesto a mi cargo ya que nadie más quería encargarse del nuevo y limpiar los desastres que provocara. Sin embargo, ella era mucho más capaz de lo que esperaba, apenas cometió fallos esos meses. Una chica lista, eficiente y capaz, que a pesar de todo vivía a la sombra de su propia belleza. Varias veces intentó probar su valía, sin éxito, todos la trataban como si no fuese más que una muñeca de cara bonita así que se había rendido. Sufría por ello, lo notaba en las miradas de disculpa que me lanzaba disimuladamente cada vez que alguien decía algo estúpido sobre mí. Conocía su bando y lo despreciaba, pero cambiar un barco estable por uno que está destinado al naufragio no era sensato, éramos animales de oficina y al fin y al cabo mantenerse a salvo era instintivo, por eso no le guardaba ningún rencor.

Ella jamás hizo nada ni pronunció palabra en mi contra.

La comitiva se sentó en la mesa tras la mía y como no tenía intenciones de soportar sus tonterías me levanté, abandoné mi lugar y salí del comedor. Tras pensarlo un momento también salí del edificio.

El distrito corporativo de L’Scolo tenía la particularidad de ser la zona con mayor venta de café en toda la ciudad, tenía sentido si pensábamos en los cientos de asalariados que peregrinaban diariamente hasta allí. Por supuesto yo era una de esas infelices y aunque no los había visitado todos para afirmarlo rotundamente, ninguno de los sitios en los que había estado cuando buscaba mi dosis diaria era especialmente bonito, sin embargo, lo que servían era lo suficientemente fuerte para mantenerme despierta el resto de la jornada y ya que al salir de la torre me había dejado el vaso dentro del comedor decidí que iba a entrar a una. Después de todo todavía necesitaba mi cafeína.

—¡Buenos días! —Una sonriente muchacha de piel morena y pelo teñido de púrpura, de pie tras el mostrador, me dio la bienvenida—. ¿Qué te ofrezco?

Expreso, doble, por favor —pedí, no necesitaba pensarlo mucho.

—Seguro. —Quitó el último vaso de una pila acomodada con esmero al lado de la caja registradora y aguantando un marcador negro en la otra mano preguntó—. ¿Tu nombre?

—Taylor.

—Imagino que lo quieres para llevar ¿sí?

Lo dudé un poco, el tiempo que tenía para el almuerzo no era tan largo y debía volver cuanto antes a la oficina. Por otro lado, no tenía ganas de verle la cara ni a Malone ni a Barebone ni a nadie de la oficina aún.

—No —dije. «Al diablo con la oficina», pensé—. Lo tomaré aquí, por favor.

—Enseguida. —La chica volvió a poner el vaso en la pila sin escribir mi nombre sobre él—. Siéntate donde gustes.

Mirándolo bien el local no se parecía a los otros que había por el rumbo, la decoración era menos minimalista. Las lámparas de filamentos colgando del techo le daban un aire antiguo y las tazas no eran blancas como en las otras cafeterías sino de colores. También tenía unas muy curiosas​ losetas en el piso que simulaban​ madera envejecida, las paredes estaban pintadas de un suave tono verde y los delantales de los dos muchachos que trabajaban allí eran de un brillante escarlata.

Expreso doble —anunció un joven camarero dejando una taza de color menta sobre la mesa—. Que lo disfrutes.

—Te lo agradezco.

Soplé por encima un poco, el vapor se curveó llevado por mi aliento y cuando volvió a danzar verticalmente el aroma tan característico me golpeó deliciosamente los sentidos. Beber café era uno de los pocos placeres que mi aburrida vida me permitía. Mi cuerpo estaba habituado a recibir al menos un par de tazas al día y siempre me parecía que reaccionaba mejor teniendo un par de mililitros de cafeína disuelta en agua corriéndome por las venas así que en verdad necesitaba ese humeante brebaje amargo y oscuro que contrastaba notoriamente contra la cerámica pintada.

Di un sorbo. Cerré los ojos degustándolo. Suspiré. Estaba perfecto.

Morningello cocodrilos, gracias por continuar con nosotros sintonizando el 104.9 de FM. El momento de leer lo que nos han enviado a través de nuestras redes ha llegado ¿no les encanta esta sección?

Casi me atraganté con el café al oír esa voz, las vértebras me crujieron en el cuello cuando volví la cabeza rápida y violentamente para buscar a su dueña. Pero en la cafetería no había nadie más que yo y los muchachos que preparaban las bebidas.

¡Vamos allá! El primero del día es de @Ross_Ita quien nos dice que no ha dejado de pensar en el muchacho de los ojos tristes que se topó en el tranvía, pero más importante aún quiere saber cuál es el libro que tenía entre las manos. ¿Cuál es muchacho? ¡Díselo! —Era la radio, la voz que me había puesto de los nervios estaba saliendo del aparato—. @MarkiiR23 dice: ¡Hey Patt, regresarme el peluquín de Meredith! Yo pregunto: ¿Meredith, por qué rayos usas peluquín? Y ¿Patt, por qué se lo quitaste? Finalmente @Stemper pregunta: ¿por qué los alpinistas suben montañas? —Algunas risas salieron de la radio y a ellas se sumó la de la muchacha que me había preparado el expreso—. Sí, bueno, verás, la respuesta es ¡porque están ahí!

El muchacho había vuelto a pasar junto a mí, a saber por qué pero antes que se fuera conseguí sujetar su manga.

—¿Qué estación es esa? —pregunté, con voz más histérica que de costumbre.

—Ga–galactic —titubeó— Dart.

—¿A qué hora termina? —El chico me miró con cara de no saber y en medio de alguna especie de colapso cerebral temporal le proferí un grito apenas contenido—. ¡El programa, carajo, habló del programa!

—Uhhm bueno, yo no creo–

—El siguiente programa inicia poco antes de las tres. —Me informó la mujer tras la barra, no me sorprendió ni me pregunté qué diablos hacía escuchando la conversación entre el camarero y yo—. A éste que escuchamos le quedan un par de horas.

—¿Dónde está la emisora? —El semblante del muchacho languideció.

—No es–—el muchacho se toqueteó las manos lanzándole una mirada temerosa a su compañera. Pero ella pasó completamente de su mirada.

—No es una estación de L'Scolo —explicó ella que no se había alterado ni un ápice

—¿Dónde está? —urgí, aunque ya intuía la respuesta—. Es una estación de Saint Michael ¿verdad? —En L'Scolo cualquier cosa que proviniera de los vecinos, aunque no estaban prohibidas, eran mal vista por lo que la reacción de joven vendedor era completamente comprensible.

La que sorprendía era la actitud despreocupada de ella.

—Sí, lo es, por favor no le digas al gerente que la sintonizamos —rogó el chico.

—Deja de ser tan nerviosos hombre, ¿qué más da que se lo diga?

—¡Nos van a despedir!

—¿Por escuchar la radio? No seas ridículo. —La chica, que había salido de detrás de la barra y ahora estaba junto al muchacho, le propinó un fuerte golpe en la espalda a su compañero—. Eso de que las ciudades se odien son tonterías y aún si fuese verdad ella no parece mala gente. ¿Verdad?

Asentí, no me interesaba delatarlos eso era cierto, por otro lado, realmente tampoco les estaba prestando demasiada atención. Mis pensamientos estaban fluyendo en un alocado remolino de incertidumbre barajando miles de posibilidades y al mismo tiempo no pensando nada pues, aunque pudiera equivocarme, aunque bien podría ser cualquier otra persona, aunque podría ser sólo mi imaginación creía que la voz de la radio era la misma que la de la mujer del puente.

 

Notas finales:

Espero que la demora haya valido la pena.


Por cierto no el número del cap no esta mal, la numeración en esta historia es especial ya lo verán explicado más adelante.


Por cierto, otra vez, y para los que alguna vez leyeron Vida de Perro (¿hay alguien que se acuerde de esa historia todavía?) he estado trabajando como loca en corregirle varios errores y en los capítulos finales así que pueden esperar uno nuevo pronto.


Y así con todo eso dicho llegamos al final de ésta emisión, recuerden decir por favor y gracias y coman sus vegetales.


-Ilai out.


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