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Adiós amor por grell li

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Dos de la mañana. El bar semi desierto, nada que resulte extraño en mitad de semana. En un día cualquiera hubiera cerrado hace un rato, pero aun no tenía el valor para dejar de servirle tragos al sujeto rubio del final de la barra. No era la primera vez que lo veía, llevaba cerca de un mes rondando por el lugar. Siempre el mismo asiento, los mismos tragos y después desaparecer por la avenida.

Con los años que llevaba en el negocio, había aprendido a reconocer al tipo de cliente que tenía ante mí: los había locos de felicidad por alguna buena noticia, más que dispuestos a invitar una ronda a todos los presentes aunque el bar estuviera repleto; también estaban los que esperaban una cita, siempre nerviosos y alternando su vista entre el reloj y la puerta del local; o los que estaban dispuestos a acabar con mi inventario por el simple placer de beber hasta perder el juicio; y por último estaban los deprimidos, los que pasaban horas sin decir ni pio, se levantaban de su lugar con los hombros caídos y dejando tras de sí una botella bacía. El rubio de la chaqueta de cuero pertenecía a este ultimo grupo: Siempre una botella de whisky barato y ver a la nada.

Comencé a limpiar el local mientras esperaba a que mi ultimo cliente terminara con su bebida y meditaciones nocturnas. El tipo no parecía enterarse de nada mientras yo iba y venía sacudiendo mesas y llevando embaces de cerveza.

--¿Cuántos tragos necesito para olvidar?

Me giré a mirarle, ya que en un mes entero apenas y había escuchado su voz cuando pedía "Lo de siempre".

--Menos de los que imaginas, hermano.

--No lo creo.

Murmuró mientras se ponía de pie, dejando el dinero justo sobe la barra.

La escena se repitió durante las siguientes dos semanas. El tipo llegaba cerca de las 11, se sentaba en el mismo lugar de siempre y pasaba las horas bebiendo, siempre hasta ser el ultimo cliente del bar. Cuando no quedaba nadie más que nosotros dos, me hacía una pregunta a la cual yo contestaba siempre siendo lo más sincero posible; después él se marchaba.

La madrugada del sábado de la tercera semana, sucedió algo que marcó un precedente. Eran cerca de las cinco, algo habitual debido al día; yo terminaba de secar los vasos que posteriormente iba acomodando sobre la barra. El rubio estaba en su lugar de siempre, aunque esta vez la botella ante él estaba casi llena.

--¿Sabes cual es el problema de todo esto? – Preguntó de la nada, haciendo que levantara la vista de mi monótona tarea para poder prestarle mi completa atención—Que sigo viéndole a través del vaso. Creo que todo esto solo hace que le extrañe más.

Ok, esto era un avance. Yo era un cantinero, pero después de tanto tiempo, estaba seguro de que ya podía sacarme un título en psicología de alcohólicos despechados. Dejé lo que estaba haciendo y me acerqué al punto de la barra en el que él se encontraba, recargué mis brazos sobre esta, y me dispuse a hacer uso de mis dotes de consejero.

—Sé que me estoy perdiendo de la mayoría de la historia, pero sé que ninguna chica...

—Chico— Se apresuró a aclarar.

—Que ningún chico— Corregí— Merece que gastes cuatro mil dólares en whisky. A mi parecer— Tomé la botella y la retiré de su alcance— Es momento de que asimiles lo que sea que te hiciera y continúes con tu vida.

El tipo pareció pensarlo por un minuto. Estaba a punto de regresar a lo mío, y decirle que esta noche los tragos iban por cuenta de la casa, cuando el habló de nuevo.

—Me engaño— Dijo mirando sus manos. Supongo que debe ser un golpe duro para tu ego el que alguien que supuestamente te quiere, termine prefiriendo a otra persona, así que su tímida actitud no me pareció extraña —Estábamos a unos meses de casarnos, y entonces yo llego a casa antes de lo previsto y encuentro las sabanas revueltas y a él besando a un pelirrojo.

El tipo siguió hablando hasta que los primeros rayos del sol iluminaron el bar. Escuché su historia con atención, sabía que necesitaba desahogarse, así que le permití seguir hablando hasta que hubo sacado todo eso que trataba de ahogar en whisky.

—Mis relaciones amorosas han sido un completo caos— Dije tras escuchar su historia— Todas y cada una de ellas, peor que la anterior. Inclusive he llegado a creer que debería dejar de intentarlo con hombre y volverme heterosexual, así que creo que puedo decir que te entiendo. Por todo eso creo que puedo decirte esto: No vale la pena. Así que desde ahora tienes prohibida la entrada a mi bar si es que estás aquí porque ese chico, Castiel, no supo valorar lo que tenían.

—No vale la pena— Concluyó poniéndose de pie y buscando su billetera para saldar la cuenta de la noche —Gracias por escucharme...

—Benny— Respondí a su implícita pregunta.

—Benny— Repitió al tiempo que asentía—Yo soy Dean

El chico se marchó, y yo me quedé pensando por un rato en lo que me había contado. Nadie merecía ese tipo de traiciones, sobre todo alguien que parecía poseer sentimientos tan sinceros... y un físico tan atractivo.

De nueva cuenta cayó la noche, esta vez estaba más que seguro que Dean no vendría, pero cuando pude darme cuenta, estaba sentado en su lugar habitual. Le serví lo de siempre, me permití intercambiar un par de palabras con él, y regresé a mi labor de atender el bar. Un rato después, cuando tuve un momento libre, pude darme cuenta de que Dean se había ido, y que la botella estaba intacta. Cuando la tomé, me encontré con un post-it pegado a esta.

Benny: el amor ha sido una mierda para los dos ¿Por qué no darle una segunda oportunidad con alguien que entienda lo que es tener el corazón roto?

Dean

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