Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Luz de luna por BocaDeSerpiente

[Reviews - 24]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Capítulo catorce: De cuando Harry (y Draco) hablan con los centauros (y los profesores)

Lo más lejos que los pasadizos los llevaban era a una especie de pórtico, en uno de los costados de la casa del guardabosque, Hagrid. El túnel del pasadizo era tan bajo que tenían que ir a gatas, la roca de la que estaba hecho, humedeció las manos y rodillas de ambos; Draco se quejó varias veces, en voz baja.

Salieron cuando el semigigante entonaba una estridente melodía desde el interior de la casa. Un gran perro negro, que estaba echado junto a la puerta, se alzó y ladró al verlos, pero el hombre lo mandó a callar y le arrojó un trozo de carne, que le generó más interés que dos niños caminando hacia el Bosque Prohibido.

—Qué útil —su amigo rodó los ojos. Cualquier réplica que él pudiese tener, se le olvidó cuando le puso un brazo por delante para frenar su andar, lo vio fruncir el ceño—. ¿Notas algo extraño, Potter?

Harry dio un vistazo alrededor, y se relajó al darse cuenta de que no había centauros cerca.

Oh.

—Se fueron —musitó y recibió un asentimiento como respuesta—, ¿eso es bueno?

—No estoy seguro.

Intercambiaron una rápida mirada, otro asentimiento, y se dispusieron a adentrarse más al bosque. Draco llevaba al conejo-flor entre los brazos, y cuando alcanzaron un sendero de tierra que se colaba entre los árboles, lo depositó en su mano y lo tendió, igual que lo haría con una ofrenda.

Lo observó por un rato más, inseguro. Ninguno dijo palabra alguna.

A las afueras del bosque, la luna era una fuente de iluminación más que suficiente; sólo conforme avanzaban, el camino se hacía más difícil de distinguir, los árboles se convertían en frondosos, enormes, que cubrían el cielo por encima de ellos con ramas torcidas y crecían cada vez más cerca los uno de los otros.

—Draco...—llamó en un susurro, cuando miró hacia atrás y se percató de que los límites con el patio del colegio ya no eran visibles. Penumbras comenzaban a envolverlos.

No le gustaba.

Estaba a punto de hacérselo saber, cuando un resplandor plateado captó su atención por el rabillo del ojo. Ambos se detuvieron en seco.

Otro, otro, otro, otro, otro. Puntos brillantes flotaban frente a ellos, trazando un camino que se ondulaba y se alejaba hasta perderse entre los árboles.

Se percató de que su amigo tendía la flor, que era Lep, y observaba un punto por encima de ellos.

—Estamos solos —explicó, a lo que sea que fuese responsable de las luces. Dio un vacilante paso hacia adelante—, si pudiesen ayudarnos un poco, les estaríamos agradecidos.

Silencio. A Harry le sorprendió el silencio; sin el canto de una mísera ave, ni el soplido del viento, ni siquiera el ruido de una hoja o rama seca. La noche estaba callada, expectante.

¿Qué tan agradecidos? —después de un rato, una voz melódica irrumpió en el solitario peaje. Las palabras parecieron darle vida a una silueta difusa, reluciente, que se adivinaba femenina.

—Mucho —contestó enseguida. En lo que no debió ser más que la repentina inspiración, se guardó el Mapa y sostuvo una de las muñecas de Harry con su mano libre, tirando de él con suavidad hacia adelante. La expresión de su amigo era inocencia pura al pronunciar lo que vino luego—, somos sólo niños.

¿Niños?

¡Niños!

Niños humanos.

Un coro de voces diferentes se alzó y llenó el sendero. Siluetas brillantes danzaron cerca de los dos, una en particular se aproximó lo suficiente para que, al inclinarse, pudiesen distinguir un rostro de facciones delicadas. Eso —o ella— sonrió.

¿Qué hacen unos niños en nuestro bosque? —preguntó. Harry tuvo la absurda impresión de que sonaba mucho más cerca ahora, mientras tomaba entre sus manos, que eran dos hileras de luz plateada, a Lep, y lo examinaba.

—Vamos a buscar a los centauros.

¿Centauros dice?

¡Centauros!

Los centauros.

—Pero a Harry le dan miedo —elevó la voz, para hacerse oír por sobre el barullo repentino, y jaló al niño, hasta posicionarlo frente a él. Quería protestar, mas se calló cuando el rostro dulce quedó frente al suyo—. Él es Harry —lo presentó, a la vez que le colocaba las manos en los hombros y le regalaba un débil apretón. Su nombre fue repetido por infinidad de voces etéreas—, y yo prometí que lo iba a cuidar para que nada le pase.

¿Cuidarlo?

¡Dice que lo va a cuidar!

Lo va cuidar, qué bonitos.

Se removió al sentir que enrojecía bajo el escrutinio insistente de la ninfa. Alrededor de ellos, los puntos de luz se combinaban para dar lugar a nuevas siluetas; más allá, figuras similares nacían de los costados de árboles, de los arbustos y el suelo de tierra.

En nuestro bosque —anunció la ninfa que hacía de portavoz. Harry se percató de que no movía los labios para hablar, y se estremeció—, ningún niño así de lindo se lastima.

¿Lastimarse? No.

¡Nada de lastimarse por aquí!

No, aquí nunca. No los niños.

No dejáremos que nada les pase —continuó eso —ella—, aún sin soltar a Lep, que conservaba la forma de flor—. Si los centauros les quieren hacer algo a unos niños inocentes en nuestro bosque, los atascaremos en la tierra y tiraremos ramas sobre sus espaldas.

¿Ramas sobre sus espaldas? ¿Por qué no todo el tronco?

¡Podemos enterrarlos!

No hay que exagerar; un buen susto sirve.

Las variadas opiniones se mezclaron en una sinfonía que carecía de sentido. Brazos delgados les rodearon los hombros desde atrás, y por un instante, su campo de visión fue ocupado por destellos de luz, tallos de hojas de un inusual verde para la temporada en que estaban.

Los centauros están más adelante —indicó la voz sobrenatural. Un camino bordeado por un haz plateado se dibujó ante ellos—. Nadie los va a lastimar, porque están en nuestro bosque y ahora son nuestros niños humanos.

—Gracias —Draco esbozó la sonrisa deslumbrante que utilizaba con las estudiantes mayores en las primeras semanas de clase; él tuvo la absurda impresión de que ocasionaba el mismo efecto en las criaturas mágicas, que soltaron risitas y levantaron brisas ligeras hacia ellos.

Jaló su muñeca y lo llevó por el sendero bordeado por los haces de luz. A derecha e izquierda, si giraba la cabeza a tiempo, distinguía las siluetas que se mezclaban con las plantas, las mismas que se perdían en el bosque.

—Eso salió bien, ¿cierto? —preguntó tras un momento, con una sensación de nerviosismo e incomodidad que le resultó casi cómica. Draco debió notarlo entonces, porque bufó y deslizó su mano más hacia abajo, para sostener una de las suyas.

El apretón que le dio fue tranquilizador.

—Sí.

—¿Todas las ninfas son…así?

—No sé si todas —admitió, después de una breve pausa—. El Vivero, el viejo Palacio Parkinson y la Mansión Malfoy tienen algunas ninfas en los bosques que las rodean; esas son así, me dijeron varias veces que adoran a los niños humanos e inocentes, y las cosas que son 'lindas' y no conocen —Señaló de forma disimulada a la ninfa que iba por detrás de ellos. Jugueteaba con las orejas del conejo-flor, enseñándoselo a las demás también.

Harry emitió un largo "oh" y asintió despacio. Dio un vistazo alrededor. Algunas ninfas rieron, otras lo saludaron y se desvanecieron en el bosque.

—¿La casa vieja de Pansy era tan linda como la tuya? —susurró, al darse cuenta de que, a medida que se adentraban entre los árboles, el sendero que las ninfas hicieron para ellos sólo se extendía en un interminable zigzag, hasta perderse de vista.

—Mucho más, pero no se lo digas —Draco le mostró una débil sonrisa, que se borró tan rápido como apareció. Luego se palpó la túnica, por debajo de la cobija que llevaba alrededor de los hombros—. Podríamos ayudarnos de las ninfas para hacer la parte del Mapa del Bosque Prohibido.

Harry asintió. Por un rato, lo escuchó murmurar sobre algunas ideas que tenía para su mapa; colocar viñetas de colores para mostrar de qué Casa era cada persona —no estaban seguros de cómo hacerlo, sólo que necesitarían pintura, probablemente—, hacer que el exterior pudiese disimularse para cuando lo transformase en anillo —no tenían idea de cómo o a qué—, conseguir que la forma de anillo se mantuviese —Draco aún trabajaba en eso—, entre otras.

En algún punto, la vereda por la que caminaban se ensanchó, los árboles, de troncos todavía más gruesos, comenzaron a crecer dispersos, el cielo sobre sus cabezas volvió a ser visible, un intenso tono de azul, manchado por los puntos brillantes que eran las estrellas y sin una sola nube que pudiese arruinar la imagen.

Se detuvieron al inicio de un claro de tierra grisácea, con la textura de la arena; en el centro del espacio, yacía una estructura entretejida de tallos y enredaderas, que constituía un túnel, y se alargaba en forma de cuerno, para finalizar en una segunda entrada. Más allá, un risco daba hacia otra sección de bosque.

Harry pasó unos segundos boquiabierto, mientras la ninfa que hacía de portavoz se materializaba junto a ellos, abrazando a Lep. Hasta donde se hallaba su línea de horizonte, el Bosque Prohibido continuaba, ¿y todo eso estaba ahí, en Hogwarts? ¿Cómo es que los estudiantes no entraban y lo veían?

Los centauros están por ahí —la ninfa señaló el lado derecho del túnel—, entran por ese y salen por el otro, y así, se revela su pueblo. Los ojos humanos no pueden verlo, pero allí está; magia muy poderosa evita que sean encontrados. A menos que quieran serlo.

Los niños intercambiaron una mirada y asintieron, Draco con los labios apretados, Harry con el ceño un poco fruncido.

En serio, ¿en qué se metieron?

—¿Nos acompañarán? —preguntó su amigo, incluso antes de que diesen un paso en la dirección indicada.

Por supuesto.

La ninfa le tendió al conejo-flor, Draco lo envolvió con un brazo, permitiéndole regresar a su forma natural. El animal olisqueó el aire y movió las orejas, después se transformó en un trozo de tela de la cobija que llevaba encima.

Harry se obligó a respirar profundo y no ceder al impulso de salir corriendo. Él era más valiente que eso.

Lo creía, al menos.

—¿Vamos?

El otro asintió.

—Vamos —aceptó, pero les tomó un momento dar un paso hacia adelante y animarse a llegar al túnel.

Ralentizaron el ritmo a medida que se acercaban; podían sentir la presencia de las ninfas alrededor de ambos, igual que la de la magia que incrementaba la presión del aire. Frenaron justo frente al túnel y lo observaron unos instantes.

Volvieron a mirarse, asentir, y avanzaron al mismo tiempo.

El suelo del túnel estaba hecho del mismo material que las paredes, era oscuro y el frío se concentraba ahí dentro de un modo en que no lo hacía en el claro. Draco le apretó la mano una vez, aunque él tuvo la impresión de que buscaba infundirse más valor a sí mismo.

Quizás los dos lo necesitaran.

En ningún momento giraron, a pesar de lo prominente que se veía la curva en la parte exterior. Alcanzaron un punto de luz, y al atravesarlo, tuvieron que entrecerrar los ojos para no encandilarse.

Harry escuchó a su amigo ahogar un jadeo, y sintió, más de lo que vio, el sobresalto que tuvo.

Parpadeó para enfocar la vista y ajustarse a las luces nuevas. Melodías de flautas llenaban lo que antes fue un sepulcral silencio nocturno, acompañadas del ruido de los cascos al golpear el suelo y el débil murmullo de voces, en una lengua que no podía distinguir.

El túnel se abría paso en una calle principal de tierra, plana, ancha, de la que surgían muchas más en un complicado entramado, bordeando pintorescas casas que crecían en los troncos de los árboles. Lámparas de distintos colores, con forma de lágrimas, pendían de hilos invisibles de las ramas y postes de madera al inicio de cada nueva sección.

Los centauros se movían sin una dirección específica, se detenían a charlar, cargaban con sacos, arcos, y en general, se veía más similar al Callejón Diagón de lo que se habría atrevido a imaginarse.

—Vaya —musitó Draco. Él sólo pudo asentir en señal de absoluto acuerdo.

—Vaya —repitió.

De algún modo, no bastó más para que las criaturas reparasen en ellos. Uno a uno, los centauros se giraron y detuvieron su andar para observar a los niños humanos que acababan de irrumpir en su hogar.

El túnel, como ellos lo veían momentos atrás, no existía; desde ese lado, lucía como la entrada a una extraña cueva, rodeada de más árboles. Se dieron cuenta de que era la única salida visible.

Draco estaba rígido, aferrado a su mano y a su conejo, y no despegaba la mirada de los centauros más próximos, que comenzaban a susurrar entre ellos. Harry no estaba mucho mejor.

Uno de ellos eligió ese momento para acercarse, despacio. Tenía unos arneses entrecruzados en el pecho, como una x, y el arma que portaba era visible en su espalda. Sin mencionar la obviedad de que les doblaba el tamaño, e incluso más.

—Niños magos. Bienvenidos —un ruido de cascos se alzó en respuesta, y él levantó un brazo. Callaron enseguida—. Yo soy Magorian, líder de esta colonia de centauros, y esperábamos su visita como portadores de la piedra de la luna.

Harry miró hacia su amigo, que a su vez, lo observó a él. Draco lo señaló y le pidió que hablase con un gesto.

—Sí, eh- sobre eso —murmuró, cambiando su peso de un pie al otro—. Enrealidadnosotrosnotenemoslapiedraenestemomento.

Hubo un instante, en que el niño-que-brillaba permaneció tenso a su lado, y los centauros no tuvieron ningún tipo de reacción, que le hizo pensar que nada saldría mal, que ellos entenderían.

Pero luego el centauro inclinó la parte delantera del cuerpo y flexionó las patas, sólo lo suficiente para quedar a una altura similar a la de ellos.

—¿Qué?

Harry dio una brusca inhalación, pero no tuvo idea de cómo continuar.

—Nosotros —Draco hizo una breve pausa al capturar la atención de los centauros. Los recorrió con la mirada, él podría jurar que escuchó cómo tragaba en seco— no tenemos la piedra. Ni siquiera la tocamos alguna vez.

Los centauros permanecieron inmóviles y callados, por lo que pudo haber sido una eternidad. Después uno de aspecto más esbelto y joven, se adelantó al líder, e imitó su postura inclinada para observarlos a los ojos.

—Los centauros no matamos potros de ninguna especie —explicó primero, dando un vistazo alrededor, en lo que pareció ser una especie de recordatorio para el resto de los suyos, luego se dirigió a ellos—. Están aquí como invitados, tal cual las estrellas nos lo han dictado. Incluso si no llevan con ustedes la piedra de la luna, tienen su esencia grabada encima, y esto es lo que estaba predestinado a ser. Por favor, vengan con nosotros y siéntase cómodos entre los nuestros, a pesar de las obvias diferencias entre nuestras razas.

Los niños sólo atinaron a asentir, pegándose más el uno al otro, entre la multitud de centauros. El que acababa de hablarles, se enderezó.

—Yo soy Firenze —hizo un gesto con la cabeza que podía interpretarse como un saludo, y los rodeó para posicionarse detrás de ellos—. Adelante, son los primeros magos en tener libre acceso a nuestro territorio.

Harry avanzó primero; su amigo lo siguió de inmediato, sin dejar de ver alrededor.

Los centauros que estaban cerca se hacían a un lado para abrirles paso, sin decir nada. Desde las ventanas redondas y las amplias puertas de las casas, las cabezas de criaturas más jóvenes se asomaban, para descubrir qué era lo que pasaba.

Firenze los siguió hasta que se escabulleron del tumulto de criaturas, después volvió a posicionarse frente a ellos y los detuvo, estirando los brazos a ambos lados de su cuerpo.

—¿Nos van a matar? —fue la primera reacción de Draco; si la voz le tembló, ambos fingieron no percatarse.

—No —aseguró el centauro, seguido de una sacudida de cabeza—, es la verdad que no herimos potros de ninguna especie, así como no nos gustan que hieran a los nuestros. Y son invitados; les dije a los demás que esto ocurriría así, es como estaba predicho por las estrellas.

—Así que nada de matarnos —insistió el niño, apretando los labios después. Firenze volvió a negar.

—Tengo mucho que he preparado para ustedes, como los únicos magos que han venido en milenios. Por aquí, por favor; cualquier pregunta que tengan, será contestada en la Vidriera.

El centauro se giró y se encaminó hacia el final de la calle, donde las casas se convertían en árboles comunes. Los niños se demoraron unos segundos en ir tras él.

—No nos quieren matar, deberíamos estar felices —comentó Harry en voz baja, dedicándose a balancear sus manos unidas para calmar su nerviosismo. Percibió la tensión por un momento en su amigo, antes de que soltase una larga exhalación.

—No estoy seguro de que "feliz" sea la palabra, Potter.

Como respuesta, él intentó sonreírle, a pesar de que temblaba por dentro. Draco rodó los ojos, pero se le notaba más relajado.

Firenze los guio hacia una plaza circular, donde estaban las últimas construcciones en árboles, y el resto del Bosque retomaba su forma al llegar al final de la civilización oculta. En el centro, se alzaba una estructura de cristal, que contenía, a simple vista, plantas. A Harry le recordó a los invernaderos del colegio, aunque un poco más grande.

—Por aquí, por favor —volvió a indicar el centauro, acercándose para atravesar el cristal frente a sus ojos. Desde el otro lado, donde se veía distorsionado, les tendió una mano.

—Uno normalmente no sigue a extraños por un bosque y entra donde le dicen —mencionó Draco, entre dientes, con el ceño fruncido.

—Tú querías venir, ¿no? No vas a saber qué quieren sin entrar —le replicó, haciendo uso de una seguridad que no sentía, pero que lo hizo enorgullecer por la manera en que sonaba. Su amigo lo miró de reojo, bufó, y lo jaló detrás de él para pasar.

Atravesar el cristal, de hecho, fue más semejante a pasar por debajo de una columna de agua tibia. Un instante, estaban observando a Firenze y la silueta de las plantas detrás; al siguiente, volvían a tener al centauro al frente y descubrían que el lugar distaba mucho de ser lo que aparentaba.

Para empezar, el techo estaba compuesto de fragmentos cuadrados de cristal, que mostraban diferentes puntos del cielo; allí donde había una constelación, una delgada línea de luz unía los puntos adecuados para revelar la silueta. Las plantas que crecían eran de esas flores enormes, que sólo pueden abrir después de la medianoche, el suelo estaba cubierto por una manta gruesa de colores pasteles, rodeada de mesas bajas, construidas a partir de la base de un tronco, canastas, y más plantas. Un centauro estaba sentado sobre la tela.

—La Vidriera es el segundo lugar más sagrado para nuestra colonia —les explicó Firenze, a medida que los llevaba hacia la manta, a través de los surcos donde crecían las flores—, el primero es el Oráculo, donde interpretamos las señales del cielo para los nuestros; allí no pueden entrar humanos. Aquí vemos las estrellas, admiramos la belleza del cielo nocturno, y enseñamos a los potros a hacer lo mismo, para que pasen más adelante al Oráculo —les dirigió una rápida mirada al alcanzar la manta. Hubo un deje de algo similar a la débil diversión, en su voz profunda y suave, al agregar:—. Las estrellas dijeron que serían unos potros, así que consideré que este era el mejor lugar para recibirlos. Tomen asiento, por favor.

Escuchó a Draco resoplar, pero aceptó sentarse en una de las orillas de la manta, con las piernas cruzadas. Harry emitió un sonido de satisfacción por la textura de la tela, y estiró las piernas; se sintió tentado a recostarse, mas un codazo de advertencia de su amigo le impidió hacerlo.

—No seas animal, Potter, siéntate derecho. Somos invitados.

Las palabras fueron recibidas por una risita del centauro joven que estaba sentado al otro lado de la manta. Ambos se fijaron en él. Era delgado, de una crin de un color cercano al blanco.

—Es Bonnie —añadió Firenze, tomando asiento a una distancia igual de los dos niños y el potro—, y se supone que está haciendo la predicción del día de mañana.

El centauro joven tuvo la decencia de lucir avergonzado y regresar a unos apuntes que tenía desperdigados alrededor. Permanecieron, por un rato, atrapados en un silencio que era interrumpido sólo por el momentáneo rasgueo de la pluma que el estudiante utilizaba para trazar líneas en el papel.

—Creo que deben tener preguntas —mencionó Firenze después, uniendo las manos por delante. Bonnie levantó la mirada, a tiempo para recibir un asentimiento, y se puso de pie para alejarse; luego de medio minuto, regresó con una bandeja que colocó ante los niños en la manta, y volvió a su trabajo—, así como nosotros también las tenemos. Si pueden contestarme algunas, yo haré lo mismo por ustedes.

La comida es segura para humanos —intervino la voz tersa de una de las ninfas, que se desplegó igual que un haz de luz en torno a ambos, y volvió a desvanecerse. Firenze observó el trayecto sin una muestra de asombro.

La bandeja que acababan de poner frente a ellos, contenía varias tazas de diferentes líquidos aromáticos, y dos pequeños platos, uno que soportaba unas piezas cuadradas y blancas, de aspecto esponjoso, otra con un tipo de caramelos redondos, de un amarillo verdoso, que desconocía. Draco le dio un apretón a su mano, para luego soltarlo y tomar una taza humeante; Lep aprovechó el permiso implícito de su dueño, para olisquear y moverse hacia la bandeja, de la que tomó uno de los dulces cuadrados, y se echó, dedicándose a mordisquearlo de a poco para deshacerlo.

—¿Por qué pensaron que era buena idea ir a avisarle a Dumbledore y cercar el castillo? —su amigo fue directo al punto. Tuvo el impulso de reprenderlo por no haber comenzado con una pregunta que no sonase tan brusca.

Firenze acababa de tomar una taza también y la hacía girar despacio en una de sus manos. Si le molestó el comentario, no lo demostró, y Harry se sintió aliviado.

—Estaba escrito en las estrellas —una pausa, en la que dirigió una mirada al aprendiz, después dio un sorbo a su bebida—, pero aclaraba que no vendrían si no eran bien avisados. No los culpamos; ni los magos se molestan en entrar a nuestro bosque, ni nosotros acostumbramos a darles una buena bienvenida. Es la ignorancia mutua la que nos ha mantenido a salvo y prosperando por siglos.

Harry se preguntó, de forma vaga, qué era "prosperar". Sonaba a una de las palabras que su madre usaría en el programa de radio mágica que tenía.

—Claro que no hubiésemos venido —declaró el niño, estrechando los ojos, pero luego de beber de su taza, dejó caer los hombros y bufó—. Su pregunta.

—¿Dónde encontraron la piedra de la luna?

—En Hogwarts —contestaron al unísono. Se tardaron unos segundos en percatarse de que no era una respuesta muy específica—. En un sitio secreto lleno de tesoros —corrigió su amigo.

—En una sala que estaba escondida bajo de un perro enorme de tres cabezas —dijo Harry al mismo tiempo. Una mirada severa le advirtió que se guardase los detalles.

—Un perro de tres cabezas —repitió Firenze, como si fuese la parte de más sentido en la frase—. ¿Puedo saber si tienen alguna idea de qué hace o dónde viene?

—Madre me contó una historia de una piedra que lanzaban desde la luna —recordó Draco; era la misma que él le había narrado esa tarde—, no sabemos nada más.

—Dicen que viene de la luna, justo como en la historia —aceptó el centauro—. Cayó sobre uno de nuestros ancestros, y causó que él comenzase a sentir curiosidad por el cielo, haciéndose el primero de nuestra especie en estudiarlo y empezar a interpretar sus señales. Unió a su colonia y lo convirtió en un arte digno de ser estudiado a fondo, y así, puso fin a la mayoría de las disputas y las luchas de sangre, por revelar la celestial verdad universal.

Sonaba lindo, tenía que admitirlo. Harry asentía, embelesado con la manera en que lo explicaba, mientras que Draco lo observaba con desconfianza desde la parte de atrás de su taza, pequeños sorbos formaron una pausa antes de que continuase.

—¿Y qué hace, exactamente?

—No mucho —Firenze le contestó enseguida—. Nada útil en manos humanas. Produce una luz ideal para estudiar las cartas celestes, revela imágenes si la usan en el Oráculo, como una proyección de los humanos, pero que muestra el futuro. Si la tuviésemos, la guardaríamos, más bien por sentimentalismo, aprecio a nuestra cultura, que por lo que haría para nosotros.

—Pero no es de ustedes —señaló el niño, en voz baja. Al centauro le llevó un momento asentir.

—Un descendiente del mago Godric Gryffindor se adentró en el Bosque, cuando todavía no estaba prohibido, y se la llevó después de una prueba de valor. No se suponía que eso ocurriese, pero cuenta la historia que era joven, ingenuo, y se sintió atraído por el poder que manaba del fragmento de la luna.

Los niños intercambiaron una mirada. Draco apretó los labios y bajó la taza.

—¿Nos está mintiendo?

—Los centauros no mentimos —Firenze endureció más su mirada que su tono al responder. Harry temió que lo hubiesen hecho enojar.

Nunca mienten —aclaró la voz suave de la ninfa que los custodiaba. Draco asintió, despacio.

—El mago que se llevó su piedra debió ser director de Hogwarts después, ¿por qué no la pidieron en todos estos años?

—Las estrellas no lo tenían escrito de ese modo —Firenze inclinó la cabeza y aguardó un momento, para proseguir—, hay mucho más que el cielo tiene preparado para ustedes, pero no puedo decirlo a la ligera, porque no es eso a lo que las señales conducen; todo a su tiempo. Durante años, habíamos presenciado señales que los apuntaban a ustedes dos, porque no cualquiera puede ver ni tomar la piedra.

Harry se estiró para seleccionar uno de los caramelos amarillos, mientras alternaba la mirada entre ellos y los escuchaba hablar. Lep se daba un festín con los dulces blancos, revolcándose entre ellos sin cuidado, moviendo orejas y nariz al hacerlo.

—¿Qué se necesita para verla o tenerla?

—Tienen que ser elegidos por la piedra —el centauro hizo otra pausa, en la que se enderezó—, no estamos seguros de cómo los elige. Las estrellas no han sido del todo claras al respecto, porque son procedimientos que no necesitan nuestra intervención.

Hubo otro instante de silencio, en el que Harry se maravilló por la combinación dulce-ácida del caramelo. Se inclinó para tomar otro.

—¿Por qué no se la piden a Dumbledore ahora? —preguntó en voz baja, encogiéndose de hombros al tener la mirada de los dos sobre él. Levantó el brazo más despacio, consciente de que sería regañado por su amigo si comía y hablaba al mismo tiempo—. Ya vinimos, ya saben que está ahí. Pidan que se las dé y se la podemos traer.

—Eso sería una solución —aceptó el centauro, con una leve inclinación de cabeza—, mucho me temo que las estrellas han dado unas señales diferentes.

Draco retomó la palabra, después de darle un golpe débil al dorso de su mano, cuando intentó tomar un tercer dulce.

—¿Qué dicen sus estrellas que hay que hacer entonces?

Firenze volvió a girarse hacia el aprendiz, que un momento antes, había dejado de simular que estaba concentrado en su tarea. Bonnie parpadeó, asintió, y escarbó en la pila de papeles que tenía a un lado, hasta dar con un rollo de pergamino, que le tendió al mayor.

El centauro deshizo el nudo que lo mantenía doblado, lo puso en la manta y lo desenrolló. Imágenes trazadas a manos, en tinta negra, se revelaban a medida que el papel se extendía frente a ellos.

Un niño en un terreno desierto, que se sentaba a mirar a lo lejos. El mismo niño, que cogía un trozo del suelo en donde estaba y lo arrojaba. El pedazo cuando caía, la Tierra, un bosque, una colonia de centauros.

Los dibujos representaban rituales de las criaturas, donde la piedra estaba en un altar en el centro, y más allá, la construcción del castillo de Hogwarts. Los últimos magos que fueron a verlos, los Fundadores en persona, un trato que hicieron. Le seguía una representación de un adolescente, que vestía el uniforme del colegio, y tres pruebas que tuvo que enfrentar para llegar a la colonia: caer en un agujero de serpientes, ser atrapado por un Lazo del diablo, y ser perseguido por una versión de los unicornios de color negro, que podían ser gruñones y territoriales.

Continuaba con escenas diferentes, en las que el bosque se hacía más pequeño, y el colegio más amplio, los puntos que eran estudiantes aumentaban, mientras que los centauros se reducían cada vez más.

Luego estaban ellos.

Harry ahogó un grito. Podría jurar que Draco hizo lo mismo.

Un dibujo mostraba a Harry, más pequeño de lo que era en ese entonces, riéndose en un sitio al que no detallaban. Otro, a Draco, de pie en una perfecta postura, con las manos unidas por detrás de la espalda y una expresión seria, alguien que la imagen no mostraba bien lo acompañaba.

Estaba una escena en que Harry se acababa de caer detrás de unos matorrales, y el niño-que-brillaba apuntaba con una varita en su dirección, buscándolo con la mirada. Tras algunos símbolos que no conocía, estaba el expreso de Hogwarts, un dibujo en el que ambos estaban arrodillados frente a la exhibición que tenía la piedra de la luna, y la observaban, sin tocarla.

—¿Qué es eso? —la voz de su amigo tembló. Él no podía culparlo.

—Esto es uno de los pergaminos del Oráculo —explicó Firenze con calma, como si no se percatase de sus miradas expectantes, o no le importase—. Tomó años hacerlo, y muchas manos de los nuestros lo han cambiado. Hasta hace relativamente poco, más o menos una década, no teníamos esta última parte, donde están ustedes dos. Aún no está completo.

Harry frunció el ceño y se inclinó sobre el papel, para detallarlo mejor. Junto a él, su amigo lo imitó, de un modo más disimulado.

—No pasó justo así —indicó Draco, señalando la última de las imágenes—, lo vimos por error.

—Tal vez esto sea lo que no ha pasado —la vocecita de Bonnie los hizo girar a los tres. El joven centauro se removió, incómodo por la repentina atención, y dio un toque en una de las orillas del pergamino—. Hay más, los Sabios consiguieron lo que podría pasar, si los magos no se libran de la piedra.

Firenze acomodó el papel para mostrar un pedazo que no se veía un momento atrás; aún sostenía un fragmento, enrollado, entre los dedos.

—Merlín —Draco exhaló y se echó para atrás de golpe.

A Harry le llevó unos segundos más darse cuenta de qué era lo que veían en el desorden de líneas de tinta y símbolos.

Las imágenes nuevas estaban dispersas y mezcladas, un Draco mayor que el que estaba a su lado tenía los brazos llenos de arañazos que sangraban, uno de once años llevaba algo en la cabeza, similar a una bandana que sostenía piedras diminutas, otro estaba rodeado de siluetas oscuras y desdibujadas. Los dibujos del propio Harry pasaban de un muchacho mayor que él, de aspecto cansado y malhumorado, a uno de su edad, que corría lejos de las mismas figuras negras que se paraban en torno al Draco de la otra imagen, luego uno que tenía los lentes rotos y una cicatriz que le atravesaba el rostro.

—No tenemos todas las señales —aclaró Firenze. Él no se había sentido más irritado por la serenidad que mostraba hasta ese momento, ¡estaban heridos ahí! Al menos, podía fingir que le importaba que se estuviesen viendo a sí mismos de otras edades y lastimados—. Hasta ahora, creemos que la piedra, de alguna forma, les pegó algo de sí misma, y esto los va a afectar por los próximos días. Las estrellas hablan de sucesos extraños, específicamente, cosas como criaturas mágicas y animales que los siguen, y explosiones de su magia que pueden romper lo que tengan alrededor, pero con el paso del tiempo, el poder de la piedra se tendría que impregnar en el centro de su magia, en su propia esencia —hizo una breve pausa, en la que examinó el pergamino con un vistazo—. Los convertiría en blancos de ataques de las criaturas mágicas, los demás humanos empezarían a alejarse porque se sentirán mal alrededor de los dos, como si no perteneciesen a este mundo, y luego...mis compañeros de la colonia se enojarán. No será un enojo común, será un salvajismo impulsado por el poder de la piedra, que en ese caso, estaría manando de los dos.

—Y eso significa —añadió el centauro joven, en voz queda— que los buscarían, y no se detendrían hasta atraparlos. Podrían enloquecer y matar estudiantes inocentes, derribar el castillo, incluso asesinarlos a los dos, para buscar el poder de la piedra.

—Así que  nos quieren matar —Draco hizo un admirable esfuerzo por parecer divertido, pero su sonrisa era débil y vacilante. Si es que era posible, estaba más pálido de lo usual—, sólo que no ahora. ¿Cuántos tenemos ahí? ¿Catorce, quince? ¿Nos quedan qué? ¿Tres años de paz, antes de ser perseguidos por animales locos y centauros?

—Las conductas extrañas en animales podrían empezar dentro de un año —le contestó Bonnie, poniéndose una mano bajo la barbilla, sin despegar la mirada del papel—, lo de la colonia sí sería en unos tres o cuatro. Pero eso es cuando se trata de una persona, no sabemos si…por ser dos- podría prolongarse, o acelerarse. No hay forma de estar seguros.

—Perfecto.

Su amigo tironeó de las mangas de su túnica, y se apretujó en la manta que tenía encima, invitando a Lep a subirse a su regazo con manos temblorosas. Harry tenía la absurda sensación de que su cabeza no procesaba la información.

¿Que los iban a qué?

Frunció el ceño y sacudió la cabeza.

—¿Qué?

—Es la razón de que la piedra no se toque —Firenze comentó, despacio—. Sólo cierto grupo de centauros, con un equipo específico, puede ponerle las manos encima, o tendrían el mismo destino.

—Nosotros no la tocamos —Draco masculló entre dientes.

—Pero la piedra los eligió.

—¿Nos eligió para ser perseguidos y atacados?

—¿No nos podemos quitar...eso que nos dejó? —Harry intervino en la discusión que se avecinaba, ganándose las miradas de los otros tres. Firenze asintió.

—Si la traen, teniendo mucho cuidado, aquí podemos sellarla.

A Harry le pareció que su amigo murmuraba algo muy poco digno de un Malfoy. Lo miró de reojo, para descubrir que apretaba a Lep entre los brazos y observaba el pergamino, como si este le hubiese ofendido de forma personal.

—Un hombre mago los está buscando —señaló Bonnie, que había echado la cabeza hacia atrás y se fijaba en los cuadrados del cielo nocturno, que titilaban y se movían a un ritmo lento—, a las afueras del bosque.

Tragó en seco.

—¿Crees que...? —apenas acababa de inclinarse en dirección a su amigo, cuando percibió que este se ponía rígido.

—Por Merlín, no.

Draco se puso de pie tan rápido que se enredó entre la túnica y la manta, consiguió estabilizarse tras un segundo, con una indiferencia fingida y un carraspeo.

—Si nos disculpan —comenzó a decir, en un tono claro, que luego se convirtió en un hilo de voz cuando frunció el ceño—, creo que nos acabamos de meter en problemas.

Harry lloriqueó al ponerse de pie también.

—¿Problemas graves?

—¿Tú qué crees? —le espetó en un susurro contenido, él se encogió un poco.

—¿Las ninfas los llevarían a los límites del bosque por nosotros? —cuestionó Firenze—. Aunque todavía tenemos mucho que podríamos discutir.

—Mientras más tardemos, peor será.

Harry intentó no pensar en lo que implicaban sus palabras, y se concentró en el haz de luz que representaba la ninfa, que le contestó al centauro. Este asintió.

Los guiaré —anunció la ninfa, envolviéndolos en una neblina clara, que se dispersó casi de inmediato.

0—

A pesar de lo que Harry podía creer, el trayecto de regreso fue cien veces más largo que el de ida. Firenze los acompañó a atravesar la colonia, en la que los centauros estaban dentro de las casas y ninguno les dirigió más de una mirada; tras pasar el túnel, que los dejó en el lado opuesto al que entraron, fue deber de las ninfas iluminarles el camino de vuelta.

No hablaron.

Harry sentía que sudaba frío, y a cada paso, se estremecía por una nueva ola helada que no dejaba de sorprenderlo, dado que apenas sentían la brisa ahí. Después de unos metros de camino, Draco lo rodeó con la manta, en medio del vaho en que se estaban convirtiendo sus respiraciones tras cada nueva exhalación.

Tenía la absurda sensación de que toda la noche transcurrió mientras iban hacia la linde del bosque. En cuanto alcanzaron el área en que los límites eran visibles, ambos frenaron en seco, y las ninfas apagaron las luces, siluetas los rodearon en la oscuridad.

La figura que aguardaba fuera del bosque llevaba una túnica larga, y la varita que sostenía era notable, porque golpeteaba uno de sus brazos con ella en un gesto de exasperación. Sintió la tensión de su amigo sin verlo.

—Tal vez se vaya si no salimos —mencionó en un susurro, y rogó porque fuese posible.

Lleva un rato ahí —avisó una de las ninfas, que se mezclaba con los árboles.

Harry tragó en seco.

—Pero...

—Es Snape —musitó Draco, como si fuese la obvia respuesta a cualquier réplica que pudiese presentar.

Intentó pensar en algo más, pero la noche avanzaba, ellos se congelaban, el profesor no se movía, y aun si querían, no podían permanecer pegados a las ninfas por el resto de sus vidas.

—No se va a ir, ¿cierto?

Draco negó. Fue como si el suelo debajo de Harry, perdiese consistencia. Se pasó una mano por el cabello, en un vano intento de relajar sus nervios, y al percatarse de lo frío que estaba fuera de la cobija, se arrepintió y se envolvió mejor en ella.

—Y tenemos que salir, ¿verdad? —alargó el momento, cambiando su peso de un pie al otro. Notó que su amigo lo miraba de reojo.

—¿Asustado, Potter?

—No —hizo un esfuerzo por enderezarse, quedarse quieto y sonar sincero. Sintió que su amigo se relajaba un poco contra él—, ¿y tú?

—Tampoco —una pausa—. Pero no me emociona que madre se llegue a enterar de esto.

—Yo no quiero que Snape me grite como hace cuando agarro el ingrediente que no es en Pociones —confesó; si quedaba un rastro de tensión en su amigo, se desvaneció entonces. Draco chocó uno de sus hombros contra el suyo, de forma débil.

—No voy a dejar que te grite, tendré que decirle que yo te arrastré hasta aquí.

Harry observó boquiabierto al niño, mientras luchaba por acomodarse a su conejo medio dormido entre los brazos y despedirse de las ninfas, que le hacían prometer que las visitarían. Aunque el gesto era titubeante y desapareció tan pronto como se apartaron, les sonrió a las criaturas del bosque.

—Bueno —su amigo soltó una exhalación blanca. Intercambiaron una rápida mirada, conscientes de que ya no les quedaban oportunidades para retrasarlo más—, supongo que ahora  tenemos que salir.

—Todavía podríamos esperar que se vaya —ofreció, con una sonrisa vacilante.

—Amaneceríamos aquí.

Como si aquello fuese lo único que necesitaba para infundirse de valor, bufó, y los arrastró a los dos entre el sendero de árboles, hacia la salida.

Snape era una estatua inmóvil, con una cara que mataría tan eficazmente como un Avada. Se cruzó de brazos al verlos caminar hacia él, y en un ágil movimiento, se guardó la varita sin que ninguno de los dos se diese cuenta.

—Son unos...niños insolentes, irresponsables, inmaduros, estúpidos —dijo entre dientes, sin esperar a que se detuviesen para rodearlos, posicionarse detrás de ellos, y separarlos con brusquedad—. Meterse al Bosque Prohibido de noche, estar fuera de la cama en el toque de queda, espero tengan una muy buena explicación al por qué no tendría que recomendar que los expulsen…

—No expulsarías a tu ahijado, ¿verdad? —Draco gimoteó cuando tuvo un apretón en el hombro como respuesta.

El profesor sujetó a su ahijado del brazo, jalándolo para que caminase por delante de él, y al otro niño, lo tomó de la parte de atrás del cuello de la túnica, con la suficiente fuerza para que cada tirón casi separase sus pies del suelo. Si la cobija le quedó al niño-que-brillaba, Harry tenía la impresión de que era a propósito, y temblar por el frío de mediados de enero alejó cualquier pensamiento sobre protestar por su trato; durante el tiempo que les llevó caminar al castillo, lo único que le importaba era entrar a uno de los pasillos que se tornaban cálidos por la presencia de antorchas.

Permanecieron en silencio al entrar al castillo, momento en que Snape los empujó y los instó a moverse en dirección a las mazmorras, entre siseos poco disimulados. Llegaron en un tiempo récord, tal vez por las ganas de Harry de echar a correr, y no se encontraron a un maestro ni Prefecto en el camino.

Sin embargo, cuando estaban por bajar al piso inferior, Draco se giró para quejarse de un empujón que su padrino le dio en la espalda con la varita, y sus ojos se abrieron de sobremanera al fijarse en un punto por detrás de ellos. Lo señaló de forma discreta.

Cuando Harry alcanzó a mirar por encima del hombro, antes de que Snape los arrastrase hacia abajo, divisó un pájaro negro posado en el borde de una ventana.

Dárdano.

Oh, Merlín. Snape no sería el único en enterarse de que hicieron algo mal.

Avanzó arrastrando los pies, y pasaron de largo por la antorcha que servía de punto de referencia a la Sala Común de Slytherin, para detenerse ante la puerta del aula de Pociones, que el profesor empujó para ellos. No se detuvo ahí, sino que avanzó hacia el fondo, tocó una pared con la punta de la varita, y abrió, con una grieta, el paso hacia un salón distinto, con unos sillones y un escritorio. Su oficina. Harry se preguntó por qué no la conocieron la última vez que se metieron en problemas con él.

Ocuparon el mismo sofá. Cuando Draco le puso la cobija por encima y lo abrigó, también le permitió pegarse a uno de sus costados; eso le hizo cuestionarse si no sería su manera de intentar consolarlo.

—Primero que nada —Snape habló despacio, en un susurro, que resultaba mucho peor que si estuviese gritando como desquiciado, en su opinión. Rodeó el escritorio para sentarse frente a ellos, y juntó los dedos sobre la mesa—, me gustaría saber en qué estaban pensando.

Harry abrió la boca para contestar, explicarse, balbucear, lo que saliese, pero su amigo le dio un leve codazo. Snape se adelantó a cualquiera de los dos con un sonido cercano al que haría una serpiente enojada.

—No, olvídenlo, está claro que no estaban pensando —prosiguió—, porque si hubiesen pensado al menos un poco, no los habría encontrado en un lugar peligroso y prohibido en medio de la noche, solos y sin ninguna razón. No, no estaban pensando, así que lo que quiero es que ahora  piensen, y me den un par de buenas razones para no mandar las notificaciones que ya tengo escritas, en este cajón, para Narcissa y Lily.

Harry no quería imaginarse la cara que haría su madre si llegaba a enterarse de dónde estaba a esa hora; a ella no le importarían las razones que pudiesen tener. Y algo le decía que no sería muy diferente con la señora Malfoy, dada la forma en que el rostro de su amigo empalideció.

—No hay necesidad de avisarles, Severus —Draco procuró usar un tono de voz suave y sereno. Fue un buen intento, aunque no lo suficiente para convencerlo; por la manera en que los ojos del hombre se estrecharon, a él tampoco. De pronto, recordaba lo que su amigo le había dicho sobre su padrino.

Él siempre se da cuenta de lo que hago.

Tal vez fuese incluso más cierto de lo que querían creer.

—"Profesor" en este momento. No intentes abogar a mí cuando sabes que esto que hiciste está mal —hubo un cambio en su voz, casi imperceptible, pero que causó que Draco apartase la mirada y se aferrase a su conejo dormido. Su expresión era tan suave como alguna vez la había visto cuando los recorrió con la mirada a los dos, y después se inclinó hacia adelante, dirigiéndose a su ahijado—. Draco, mírame. Levanta la cabeza.

El niño obedeció. Tenía un pequeño puchero a medio formar que lo hacía ver más joven de lo que era, y se apoyó un poco en Harry al enfrentar al hombre.

—Conoces tu situación, ya hemos hablado de esto, incluso desde antes de que entrases al colegio, ¿qué te he dicho sobre estas cosas?

Draco apretó los labios un momento, para después volver a apartar los ojos al contestar.

—Apunta a la perfección, que no te intimiden los otros —hizo una breve pausa, en la que se fijó de nuevo en su padrino—. Esperan lo peor de mí, así que los puedo sorprender haciéndolo mejor que ellos —terminó de recitar, con una sombra de sonrisa que pudo haber rozado lo afectuoso. Snape asintió, despacio.

Harry alternó la mirada entre uno y el otro. Tuvo la impresión de que no se le había ocurrido considerar al profesor como un ser humano común hasta entonces, cuando estaba claro que lo era, ¿cierto?

Así como Sirius era su padrino, y él lo adoraba, el gruñón hombre que enseñaba Pociones, era lo mismo para su amigo. De cierto modo, se sintió estúpido por creer que Snape sería igual a cómo actuaba en clases cuando estaba con Draco.

—No lo estás haciendo —aseveró él, formando un rictus de desprecio con la boca, que le resultó muy familiar, ¿no era similar a la manera en que lo hacía su amigo?—, no estás cumpliendo lo que le prometiste a Lucius —hubo un segundo en que sintió que el niño se ponía rígido, pero luego pasó. Draco emitió un débil sonido de acuerdo—. Si me dices qué pasó, qué hicieron —ahí sí dirigió una mirada feroz a Harry, que se encogió—, todavía puedo solucionarlo. Sin tratos especiales. Tendrás un castigo como cualquier sinvergüenza que no cumple las reglas, Draco, pero Narcissa no tiene que enterarse.

El niño-que-brillaba abrió y cerró la boca, pareció buscar las palabras adecuadas para explicarse. Le llevó un momento aclararse la garganta y enderezarse.

—Digamos que, en teoría, lo de los centauros es nuestra culpa y somos a los que buscan —Draco se echó hacia atrás, presionándose contra el respaldar del sofá, y aguardó con una expresión que advertía que no esperaba una buena reacción.

Snape guardó silencio, mientras su rostro pasaba por distintos niveles de confusión, incredulidad, a la compresión, y una ira que borró cualquier deje de humanidad que Harry pudo haberle encontrado momentos atrás. De pronto, casi era preferible que tuviese que encarar a una furiosa Lily.

Bueno, tal vez no. Pero en casa, al menos tendría a Sirius como refugio; ahí, sólo eran ellos dos en una cobija, temblando del frío del exterior que aún no los abandonaba, y el profesor, que lucía más dispuesto de lo que debería a maldecirlos.

La diatriba que, estaba seguro, iba a dar inicio en ese instante, se calló cuando Snape se fijó en un punto por detrás de ellos. Ambos niños intercambiaron una fugaz mirada y giraron en el asiento, para encontrarse a Dárdano, que entraba a la oficina y trazaba un círculo en el aire.

El Augurey se alzó hasta el techo y descendió en picado, dibujando una curva antes de tocar el suelo, para volver a elevarse. Allí por donde pasó, una silueta negra apareció tras su paso, hasta revelar a la profesora Ioannidis.

Eso no podía ser bueno.

La mujer inclinó la cabeza a modo de saludo, unió las manos por delante de ella, y caminó despacio hacia Snape, que la miraba de reojo con un gesto poco agradable.

—¿Se puede saber por qué ahora te metes en oficinas ajenas, Circe? —masculló tras unos segundos, cuando vieron a la profesora transfigurar un estante en un sillón mullido para ella misma, con un simple toque de varita y sin usar una palabra. Tomó asiento, cruzándose de piernas y acomodándose los pliegues de la larga falda negra de varias capas, al tiempo que el pájaro se posaba en uno de sus hombros.

—Tenía un asunto con el señor Malfoy y el señor Potter antes que tú, Severus —recalcó la voz aguda del ave, que ladeó la cabeza y fijó los ojos oscuros en los niños—. Sucede que no es la primera vez que los descubro vagando por el castillo de noche; teníamos un trato al respecto. No se supone que pudiesen marchar hacia el Bosque Prohibido en su lugar.

Harry se sintió tentado a replicar que el trato consistía en no dejarse encontrar fuera del toque de queda, y en teoría, no aplicaba al exterior, pero se calló por un sentido de autopreservación, que nació de la mirada amenazadora que su amigo le dio.

—Este es el mismo tema por el que estábamos fuera esa noche —aclaró, aunque en esa ocasión fue por el Mapa; él supuso que era más sencillo dejarlo así. Si les iba bien con los experimentos, no los volverían a encontrar en las exploraciones nocturnas—, y usted lo sabe —se dirigió a la profesora al decirlo. Por un instante, la oficina permaneció en absoluto silencio.

Para su sorpresa, el Augurey inclinó la cabeza.

—Tengamos una charla, Severus. En privado —el pájaro voló hacia el escritorio, graznó frente al profesor, luego se elevó para perderse en el aula de Pociones, que quedaba delante de la oficina. Snape fue reticente a ponerse de pie, pero caminó decidido después de percatarse de que Ioannidis seguía en su sillón, mirando a los niños.

La grieta que separaba la oficina del salón se cerró detrás de él. Draco exhaló un pesado suspiro y dejó caer la cabeza hacia atrás, recostándose en el respaldar del sofá, Lep estaba dormido entre sus brazos, una bola de pelo rubio platinado, en imitación de su dueño.

Ioannidis hizo un gesto que captó la atención de Harry. Una de sus manos, de piel tostada bajo un guante de encaje negro, apenas sobresalía de las mangas anchas del vestido, al pedirle que se acercase.

El niño observó a su amigo, titubeó, y se inclinó hacia un lado, deshaciéndose, muy a su pesar, de la manta que lo abrigaba en el proceso. No quedó junto a ella, porque se sentó en el borde del sofá, pero la mujer colocó su palma hacia arriba y lo señaló, él hizo lo mismo.

La profesora movió su mano para ponerla encima de la de Harry, que enseguida sintió un objeto delgado que caía sobre esta. Ioannidis le sujetó los nudillos y le cerró los dedos en torno a lo que acababa de depositar. Con un giro de muñeca, indicó que se girase y volviese con Draco. Él asintió, medio aturdido, e hizo lo que le pedía.

Su amigo lo recibió dentro del refugio que consistía en la cobija, lo envolvió, y se acercó para ver lo que llevaba.

—¿Qué te dio?

Harry se encogió de hombros y abrió la mano. Un pergamino viejo, doblado, que tuvo que estirar con cuidado.

Eran instrucciones.

Frunció el ceño y desvió la mirada hacia la profesora, que se llevó un dedo al área del velo donde se adivinaba la forma de su boca. Negó. Draco acababa de arrebatarle el papel y susurraba algo para sí mismo.

Cuando la pared se separó con un sonido de arrastre, ambos saltaron, y el pergamino, de nuevo doblado, quedó metido en el bolsillo de la túnica de alguno de los dos, escondido por la manta. Giraron la cabeza para observar al profesor caminar de vuelta, el pájaro sobre su hombro, esquivando los manotazos que le daba para quitárselo de encima.

—Debería castigarlos hasta junio, decirle a Filch que saque sus cadenas engrasadas y los cuelgue de los tobillos en la entrada principal, donde todos puedan verlos, y después expulsarlos e ir con sus madres a detallar el nivel de peligro en que se metieron por jugar con magia más antigua que Hogwarts. No puedo creer que Albus tenga cosas tan peligrosas en el colegio. Si al menos avisase, pero no, ni siquiera eso hace el viejo...—decía entre dientes, mientras avanzaba. No dejó de soltar amenazas al bordear el escritorio y volver a sentarse, aunque sí les dedicó una mirada gélida a ambos, que terminó por centrarse en Draco—. Esperaba más de ti.

Harry habría jurado que su amigo contuvo el aliento y se estremeció, pero cuando intentó volver a pegarse a él, Draco se zafó de las cobijas y se alejó, recostándose en uno de los reposabrazos del sillón, sin mirarlo. Temblaba; él quiso creer que era por el frío.

Algo en su pecho se retorció.

Si Snape lo notó o no, se limitó a sujetarse el puente de la nariz y hacer un sonido de frustración por lo bajo. Harry decidió que Sirius era un mejor padrino.

El Augurey se posó en el escritorio, frente a ellos. Les llamó la atención con un aleteo y un graznido.

—El profesor Snape y yo acordamos que les serán quitados cincuenta puntos, a cada uno. Me ayudarán en las clases de Defensa hasta final del año, y cumplirán castigos de dos horas las noches de los viernes y sábados en las mazmorras, después de la cena —el pájaro volvió a soltar un horrible graznido—. La situación le será comentada al director, que nos indicará cómo proseguir cuando haya regresado de su viaje de día y medio a Bulgaria. Hasta entonces, tienen prohibido poner un pie fuera del castillo, y de preferencia, deben mantenerse en un sitio sin ventanas, por lo que las comidas les serán llevadas a la Sala Común de Slytherin y los Prefectos serán avisados de sus limitaciones.

Los niños asintieron, sin emitir una palabra, ¿qué podrían decir que aligerase la situación, después de todo?

Harry sólo podía desear su cama. Se frotó los párpados por debajo de los lentes e hizo el ademán de ponerse de pie; como ninguno lo detuvo, se levantó y caminó hacia su amigo, que bufó y lo imitó, con los ojos puestos en el suelo. Lo que dolía dentro de su pecho, volvió a molestarlo.

—Dárdano se va a quedar con ustedes hasta que hayamos solucionado esto —añadió Snape, antes de que se hubiesen alejado lo suficiente del sofá. De nuevo, no hubo respuesta verbal de ninguno.

Caminaron arrastrando los pies hacia la salida, el Augurey trazó una línea irregular por encima de ellos, hasta que llegaron al pasillo. No se molestó en mantenerse alejado cuando dijeron la contraseña que les dio el acceso a la Sala Común.

Dárdano tomó rumbo al dormitorio, seguido de Harry. Draco se quedó atrás.

Al darse la vuelta, divisó a su amigo a unos pasos de distancia, de pie en medio de la sala, sosteniendo a su mascota dormida y con la misma expresión que ponía en las clases en que necesitaba descifrar algo.

Harry miró hacia la puerta del cuarto de los niños de primero, lloriqueó, se obligó a parpadear y enfocarse entre la bruma del cansancio. Regresó sobre sus pasos, hasta detenerse frente a su amigo. Se balanceó sobre sus pies y carraspeó para llamar su atención.

Los ojos grises que lo observaron estaban apagados.

Boqueó, sin saber qué podía decir que cambiase ese detalle. Dio un brinco cuando Draco se inclinó hacia adelante y apoyó la frente en uno de sus hombros, siendo esa la única parte de sus cuerpos que tenían contacto en los centímetros que aún los separaban. Se sintió tonto por contener el aliento durante unos segundos, pero después de soltarlo en una lenta exhalación, descubrió que todavía no tenía idea de qué decirle.

—Puedo sentir tu cabeza sobrecalentándose mientras intentas entender algo, Potter, te va a salir humo de las orejas —Draco arrastró las palabras. Por unos segundos, frotó la nariz contra su hombro, antes de esconder por completo su rostro en la tela de la cobija que portaba encima. Harry balbuceó algo —no estaba seguro de qué— en respuesta, y sintió la sacudida de una débil risa como si fuese la suya; un orgullo absurdo lo inundó.

—¿Qué tienes? —susurró después de un momento, porque tenía razón, no comprendía. Pero quería hacerlo.

Quería entender a Draco.

Al niño le llevó un momento y un largo "hm", responder.

—Mi cabeza también me va a explotar —otra sacudida débil, aunque apenas escuchó los vestigios de la risa sin humor—. Casi estreso más a madre, y padre se habría decepcionado de mí. No entiendo cómo a ti no te importa —añadió la última frase con mayor velocidad, sorprendiendo a Harry—, ¿no sientes que vas a morir de preocupación, si le causas más problemas a la tía Lily?

Él frunció el ceño, y sólo porque sonaba importante, lo consideró un poco más.

—La verdad, no —musitó luego. Estaba seguro de que Lily, a pesar de los regaños, los castigos y la rabia, podría perdonarle lo que fuese.

También estaba convencido de que la señora Malfoy era igual, por lo que el temblor de Draco no tenía sentido para él.

—Ella no se va a enterar —le aseguró entonces, porque eso era lo que necesitaba oír, ¿no?—, Ioannidis y Snape van a hablar con Dumbledore y él lo va a arreglar, y estaremos castigados, pero no tiene que saberlo. Hasta haremos que los castigos sean divertidos, vamos a ensayar los duelos falsos y tendrás una razón para fingir que me maldices, y- podemos fastidiar a Snape mientras corrige cuando nos toquen los fines de semana en las mazmorras.

Draco volvió a reír; se escuchó más honesto esa vez. Harry sonrió.

—Y mañana nos van a tratar como reyes, trayéndonos la comida hasta el cuarto y todo, ¿no te has quejado de tener que subir hasta el comedor varias veces?

—Sí —reconoció su amigo, con voz queda.

—¡Pues ya no más! Y obviamente vamos a usar ese tiempo para que me ayudes con mi tarea, porque no llevo la mitad todavía.

—Te dije que tenías que hacerla a tiempo, Potter —su amigo le dio un golpe sin fuerza en el hombro. Él se rio, satisfecho de tener a su Draco de vuelta—. Ahora te da risa, pero cuando no te quieran en ninguna Academia por tus pésimas notas, y tengas que vivir bajo un puente muggle, no te gustará.

Harry se rio de nuevo.

—¿Y qué si termino viviendo en el puente de piedra de la Mansión Malfoy? ¿No me llevarías comida?

—No, muérete de hambre por no estudiar cuando tenías que hacerlo —espetó el niño—. Y ese puente está sobre el agua, no podrías estar ahí.

—Me la pasaría con la ropa mojada para que me tengas lástima y me dejes pasar a tu casa.

—¿Y mantenerte después? No seas vago, Potter.

—¿Por qué no? —evitó el golpe que contestaba a su pregunta por mera suerte, echándose hacia atrás, de manera que Draco perdió su refugio.

El niño-que-brillaba lo vio con los ojos entrecerrados, y por una vez, él comprendió de quién provenía el gesto.

Le sacó la lengua.

De algún modo, terminaron correteándose hacia el cuarto, empujándose por las escaleras, chocando con la puerta. Nott, que estaba dormido y con el dosel cerrado, no se llegó a enterar de la lucha estúpida que llevaron a cabo al cambiarse, en un enredo de túnicas, cobijas, y risas en medio de la oscuridad de las mazmorras, que los hizo quedar con una prenda propia y una ajena. Al entrar en el baño, se dieron cuenta de que tenían partes de los pijamas equivocados y se burlaron por un rato, mientras compartían el lavabo para cepillarse, porque Draco insistía en que le quedaban mejor ambas que a él.

Harry no creía que su amigo hubiese dormido demasiado aquella noche, porque montó el telescopio junto al cristal que daba al Lago Negro, y se sentó a admirar la réplica del cielo fuera del castillo, pero él se acostó en el alféizar de la falsa ventana, apoyó la cabeza en sus piernas, y pronto fue llevado por el sueño, apenas consciente de los dedos que intentaban peinarle las hebras del cabello.

Tuvo un sueño lindo, que no recordó a la mañana siguiente.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).