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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo dieciséis: De cuando Harry perdió su tarea de Astronomía (ah, también se arregló todo, ¡pero lo importante aquí es que perdió su tarea!)

Resulta que destruir una de las salas más importantes de la colonia a nivel histórico, intelectual y social, no evitó que las criaturas les estuviesen lo bastante agradecidos por liberarlos del efecto de la magia, como para no llevarlos hacia afuera cuando descubrieron que tenían dificultades para moverse. El líder, Magorian, se pasó un rato mascullando acerca de ser tratados como unas "mulas ordinarias" y "poseer más cualidades que eso", pero terminó por inclinar la parte superior del cuerpo para Draco, mientras Harry se subía con ayuda al lomo de Firenze, que no paraba de disculparse por lo que sea que hubiesen hecho cuando estaban enloquecidos por el poder de la piedra de la luna.

Ojalá los humanos fuesen igual de agradecidos y considerados.

Lo que despertó a Harry en una de las camillas de la enfermería, de hecho, fue un susurro contenido.

—...estúpido niño insolente...

Y tenía la ligera impresión de que sólo una persona era capaz de ir a decirle eso a un niño, tirado en la camilla de una enfermería, en plena recuperación.

Rodó para quedar sobre un costado y abrió los ojos despacio, forzándose a enfocarlos un poco, a pesar de la falta de lentes. La enfermería estaba casi vacía, a excepción de esas dos camas, una junto a la otra, que ocupaban, la silueta de Pomfrey era recortada contra la luz de las ventanas. Snape, inclinado sobre uno de los extremos del colchón, le siseaba a Draco en voz baja.

—...no le quedarán cicatrices por las heridas, pero eso- tiene que verlo, profesor...—decía la enfermera. Harry quería saber qué era lo que tenían que ver, pero los párpados le pesaban; lo más probable era que le hubiesen pasado un cóctel de pociones curativas en algún momento, dada la forma en que se sentía flotar en una nube, con la cabeza cada vez más algodonada.

—¿...y el otro mocoso? —ese era Snape, no había duda. Harry creyó percibir un peso que se hundía en un lado de su cama, mas tenía tanto sueño y estaba tan cómodo entre las mantas, que no podía obligarse a que le importase.

—Tampoco creo que le queden las cicatrices —contestaba Pomfrey en tono suave, casi cariñoso.

Luego una ola agradable venía a llevárselo a un sueño aún mejor.

Cuando volvió en sí y abrió los ojos, la luz del día lo cegó, forzándolo a parpadear. Murmuró protestas para sí mismo, porque no era justo que las mañanas fuesen tan brillantes cuando él quería descansar.

—Buen día, señor Potter —una voz femenina lo recibió. A él le tomó un momento reconocer a Pomfrey, cuando le dejó una bandeja de comida sobre la mesita junto a la cama, y lo sujetó por debajo de los brazos, para alzarlo hasta dejarlo sentado, apretando las almohadas y recostándolo sobre estas—, coma, por favor.

Harry la vio retirarse en dirección a una oficina en el fondo de la enfermería, rodeada de cristales, lo que le dejaba un panorama completo del lugar, en caso de que ocurriese una eventualidad.

Intentó aclarar su mente al llevarse una cucharada de la papilla de lo que fuese que tuviese adelante, y mascar más de lo necesario. Desvió la mirada hacia un costado al percibir un vestigio de movimiento. Se encontró con que Draco no sólo estaba despierto, sino que se giraba para quedar de lado, y lo observaba.

—Buenos días —su amigo arqueó una ceja al verlo atragantarse con la masa que le dieron por desayuno, en su prisa por contestarle—. Espectacular, Potter, nos salvamos de los animales y los centauros para que te mueras ahogado en la enfermería.

Harry frunció un poco el ceño y le dio un sorbo a su jugo de calabaza, antes de hablar.

—Hola —le sorprendió lo rasposa que tenía la voz, al igual que la punzada de dolor en la garganta que siguió a pronunciar una simple palabra. Bebió más jugo, a la vez que su amigo se tensaba desde la otra cama, y usaba las manos para sentarse erguido.

—¿Necesitas a Pomfrey?

Él negó con ganas y se tocó la garganta un par de veces. Draco asintió.

—Ella cree que debimos gritar cuando todo explotó, y nos lastimamos allí también —se llevó una mano al cuello y frotó la piel, encogiéndose de hombros. Si le dolía, no daba nuestras de ello; tras un momento, flexionó las piernas, envolvió sus rodillas con los brazos. Fue como si estuviesen de vuelta en la Sala Común el día anterior, cuando le estaba asegurando que el Calamar Gigante pasaba demasiado cerca y él se negaba a prestarle atención, porque sonaba a una locura.

Sonrió.

—¿Qué fue lo que te dijo Snape?

—¿Lo escuchaste? —Draco torció la boca. Al siguiente movimiento, se percató de que tenía una mano vendada, se preguntó por qué—. Básicamente, me llamó insolente, estúpido, tonto, mocoso, y todo lo que sea más o menos parecido. Estaba tan dormido cuando vino que sólo le dije que sí —se burló, ladeando la cabeza para apoyarla sobre sus brazos doblados.

—¿Eso significa que está muy molesto o lo normal?

—Lo normal, esa es su forma de preocuparse.

Harry emitió un sonido de desagrado, algo que sonó a un "eh", que hizo al otro sonreír. Notó que tenía sanados la mayor parte de los cortes visibles, algunos incluso estaban cicatrizando, desvaneciéndose a una velocidad imposible mientras lo veía; supuso que su estado era similar.

Dio algunas cucharadas más a la papilla, se quejó de que no les diesen un desayuno mejor, después de lo que pasaron. Cuando estaba por tomar más jugo, se quedó paralizado por una revelación que no le gustaba en lo más mínimo.

—Draco.

—¿Hm? —lo incentivó el otro desde la cama de al lado, donde rebuscaba un libro entre las mantas, para instalarse a leer.

Harry lloriqueó. Junto a él, un movimiento generó susurros de tela.

—¿Qué te duele? —Draco tenía los ojos muy abiertos, alternándose entre él y la oficina de la enfermera, cuando repitió el sonido lastimero.

La dignidad.

A su amigo le tomó unos instantes reaccionar. Primero, parpadeó. Luego frunció el ceño y le arrojó una almohada. La mirada que le dirigió, haciéndolo parecer la causa de todos los males del mundo, debía ser un parecido que ostentaba con su padrino.

Él comenzó a reír.

—Tenía mi tarea de Astronomía lista cuando se inundó la Sala Común —protestó, sin dejar de sonreír. El entendimiento alcanzó a su amigo, al menos hasta que elevó las cejas, en una cuestión silenciosa—, casi lista —admitió, haciendo un gesto vago con la mano que no sostenía la cuchara—. Esto no es justo.

Formó un puchero al quedarse callado, para efectos dramáticos, y escuchó el bufido de su amigo con claridad.

—Sólo dile a Sinistra "oiga, profe, ¿sabe? Mi Sala Común casi pasa a la historia de Hogwarts como una nueva parte del Lago Negro, el Calamar Gigante me iba a usar de mondadientes, y casualmente, sólo estábamos dos en ese momento ahí, y yo hacía mi tarea de su materia, ups".

—¡Eso fue justo lo que pasó, no digas ups!

—Suena a una buena excusa.

—No es una excusa —musitó, profundizando el puchero, pero su amigo no se apiadó de él.

—No la voy a hacer por ti, Potter.

—Podrías dejarme ver la tuya nada más.

Draco negó con una media sonrisa. Él frunció el ceño y se estiró hacia el suelo, ignorando el leve vértigo que le revolvió el estómago, para recuperar la almohada, y arrojársela de vuelta. Su amigo ahogó un grito y la esquivó, alzando las manos para cubrirse, por si acaso. Algo brillaba sobre su palma, bajo la venda.

—¡No seas animal, Potter! —el niño se hubiese reído de verlo, si no tuviese los ojos puestos en el destello inusual sobre su piel. Lo apuntó.

—¿Qué es eso?

Hubo un instante en que el heredero de los Malfoy se quedó paralizado. Enormes ojos grises viajaron hacia él de pronto, después hacia su palma vendada, la que bajó hasta dejarla sobre su regazo. Se acomodó la venda de forma distraída, luego el destello ya no estaba, porque lo cubrió mejor con la tela.

—Nada.

—Draco.

—No es nada —replicó enseguida, con un especial énfasis en cada palabra—, Pomfrey cree que se va a calmar en unos días, y Severus dice que es una "consecuencia de mis acciones estúpidas e inmaduras" —imitó una voz peligrosamente cercana a la del profesor. Harry tuvo que morderse el labio para contener la risa y concentrarse.

—¿Te duele?

Su amigo negó, él resopló.

—Bien —se encogió de hombros y continuó con su desayuno.

Mientras comía, Draco empezó a contarle lo que recordaba de lo sucedido, retazos que estaban entre un período de inconsciencia y otro de alerta cuando regresaban, el recibimiento, el traslado por el castillo. Describía haber sido llevado en el lomo de un centauro con una sonrisa y ojos brillantes, se lamentaba de haber perdido sus escobas, aunque ambos sabían que no los dejarían practicar Quidditch por unos días; para entonces, ya tendrían nuevas. Pero ese no era el punto.

Cuando estaban de costado en las diferentes camas, girados para verse al conversar sin forzarse más, llegó la primera visita de una larga lista.

Era Dumbledore.

El viejo director cerró la puerta detrás de él, saludó a Pomfrey desde lejos con un gesto, caminó despacio hacia ellos. Convocó una silla para sentarse en medio de ambas camas, unió las manos por encima del regazo.

—Buenos días, muchachos.

—Buenos días.

—Hola —Harry habló al mismo tiempo que Draco, recibiendo un bufido de su parte.

Al director le hizo gracia verlos, si su leve sonrisa era una pista.

—Tengo entendido que pasó algo muy grande en mi ausencia, y aunque sus profesores me han comentado bastante, quisiera escucharlo de ustedes, si les parece.

Los niños intercambiaron una mirada; la del mayor estaba teñida de desconfianza, la del menor de curiosidad. Draco negó, de forma apenas perceptible.

—Sólo ayudamos a los centauros con algo —explicó después, frente a las atentas miradas de los dos. Observó a su amigo de reojo, para descubrirlo asintiendo.

—No fue nada grande —añadió Draco, en tono desdeñoso, pasándose una mano por el cabello para echarlo hacia un lado. Dumbledore, notó, se fijó en la venda que le cubría la mano. El niño-que-brillaba se apresuró a ocultarla.

El director alternó la mirada entre ambos por unos segundos, luego asintió.

—Opino que lo mejor, por ahora, será que esta historia de lo que ocurrió, no salga de aquí, ¿están de acuerdo?

Ellos volvieron a observarse y asintieron casi al mismo tiempo.

A pesar de la supuesta confidencialidad del asunto, varias canastas de dulces fueron recibidas por Pomfrey en el horario de clases. A las estudiantes mayores de Slytherin que se asomaban por la puerta al dejarlas, Draco les mostraba esa sonrisa que reservaba para cuando hablaba con ellas y lo hacía brillar más. Una o dos llegaron a la cama de Harry, pero su amigo se levantó, pasó a la suya, y se recostaron lado a lado para compartir la canasta más grande que les dieron.

Después llegaron las de sus compañeros del equipo de Quidditch; eran variadas en tamaños, y según Draco, también en las marcas de los dulces. Él, que no tenía idea de si existía diferencia entre un bombón suizo y uno canadiense, se dedicó a probarlos, mientras el otro leía las escuetas notas que los acompañaban, de buenos deseos de recuperación, escritos de manera que parecían corteses e interesados, no angustiados, junto a amenazas sutiles si no estaban mejor pronto, en especial las de Flint, que mencionaba que no iba a buscar dos jugadores suplentes para el partido que seguía, y los arrastrarían al campo en las camillas, de ser necesario. Bueno, esa no fue la más sutil.

Luego del almuerzo, de vuelta en camas separadas, Pomfrey accedió a abrir las puertas de la enfermería para la siguiente visita.

Harry sintió que se le cortaba la respiración cuando divisó un torbellino pelirrojo que corría hacia él. Era Lily.

Su madre, salida de Merlín sabía dónde, se dejó caer a un lado de la cama y lo abrazó con la fuerza suficiente para que la enfermera tuviera que reprenderla.

Le besó cada centímetro del rostro, lo volvió a apretar. Sin previo aviso, lo sujetó de los hombros y comenzó a zarandearlo, llamándole imprudente, regañándolo por tantas cosas que se sintió desorientado, haciéndole un sinfín de preguntas, hablando más, más, más, hasta que pareció recomponerse, momento en que empezó a jugar con su cabello y reírse de lo muy "Potter" que era su comportamiento; él no entendía qué significaba, pero le sonrió al verla más tranquila.

Detrás de ella, James se quedó de pie, con las manos en los bolsillos y una expresión que decía que creía que su esposa dramatizaba, mas era lo bastante sabio para no hacérselo saber. El enorme perro negro que los acompañaba, se adelantó, puso su cabeza encima de una de las piernas del niño, le lamió la mano, y exigió caricias en la parte de atrás de las orejas, sin parar de olfatearlo.

Harry se abrazó al cuello de la forma animaga de su padrino cuando Lily lo liberó de su agarre mortal. Sintió más lamidas del perro, un alegre ladrido en su oreja, que lo aturdió un poco, y siguió con la mirada los movimientos de su madre al dirigirse hacia la otra cama.

Narcissa también había entrado en algún momento; a diferencia de su madre, la señora Malfoy era, más bien, una brisa suave, con su aspecto pálido y su ropa de colores neutros. Se había sentado en la orilla del colchón sin que él se percatase de su presencia. Tenía las manos de su hijo sostenidas entre las suyas, el pulgar de una de ellas trazando caricias sobre el vendaje. Lo que fuese que hablasen, era una plática tan silenciosa, que no pudo distinguir nada aun cuando Lily ya no lo acribillaba con preguntas.

—¿Algo que contarnos al buen Padfoot y a mí, Harry? —lo distrajo su padre, sentándose de reversa en una silla, de modo que las piernas le colgaban a los lados del respaldar, los brazos le quedaban apoyados sobre este.

El niño vio que Narcissa presionaba los labios sobre la frente de su hijo un momento, cerraba los ojos. Luego se apartaba despacio, poniéndose de pie para cederle el paso a Lily, que se lanzó sobre él y lo atrapó en otra versión de la secuencia abrazo-regaño-pregunta-beso-más abrazo que Harry acababa de experimentar. Intentó no reírse de la expresión de Draco, que no se decidía entre estar contento por la presencia de ambas y la atención, preocuparse o lucir culpable, y apenas atinaba a responder un cuarto de lo que ella soltaba.

Sacudiendo la cabeza, se concentró en su padre. James lo observaba con una mirada curiosa; de inmediato le sonrió y se acercó para pasarle un brazo alrededor de los hombros.

—El Calamar Gigante casi me come —fue lo que se le ocurrió. James se empezó a reír, el can ladró y sacudió la cola. Pronto lamentó haberlo dicho, porque su madre estaba de regreso en un instante y quería detalles, volver a palparle el rostro y brazos para asegurarse de que estaba completo, darle más besos. Harry, que la amaba aunque exagerase, se dejó arrullar como si todavía fuese un niño pequeño —¡tenía once, era casi un adulto, por Merlín!—, y les contó sobre la inundación a la Sala Común de Slytherin.

Una hora después, cuando Pomfrey avisó que necesitaba darles otra dosis de medicina de sabor asqueroso, Lily había decidido que iría a hablar con Snape. Arrastró a un James exasperado y a cierto animago quejumbroso a ofrecerse de voluntarios para ayudar a reparar los daños de los "pobrecitos niños de Slytherin", decía ella. Narcissa se salvó de ser incluida en sus planes cuando le mencionó una reunión y algunos términos que Harry no comprendía, pero su madre sí, a juzgar por cómo soltó un "¡ah, es verdad!", así que se despidió de la otra mujer y ambos niños, abandonando la enfermería tan rápido como había llegado.

La señora Malfoy le dedicó un instante más a su hijo cuando las puertas se cerraron detrás de ellos; a lo que sea que le dijese, Draco asentía con una expresión serena. Cuando uno esbozó una leve sonrisa, el otro también lo hizo. Harry deseó haber tenido la cámara de Pansy. Aquello se veía muy similar a las escenas de ángeles muggles que le gustaban a su madre, con la forma en que la luz de la ventana los hacía brillar a ambos.

Después Narcissa se puso de pie, de nuevo, y pasó por su cama. Sin borrar la sonrisa ligera, le acarició el cabello de ese modo especial que tenían los Malfoy, que no lo desordenaba más. Harry también se ganó un beso en la frente.

—¿Seguro que te sientes bien, Harry?

El niño asintió con ganas, se lo juró dos veces más antes de que se quedase tranquila. Aun así, cuando se iba a marchar, le recordó que podía llamar a Lía como si fuese su elfina, por si necesitaba algo, y si ella resultaba estar ocupada con Draco, a un elfo llamado Dobby.

Una vez solos, Pomfrey les hizo beber tres pociones amargas. Harry tosió a causa de una y tuvo que tragarse una dosis extra, mientras Draco se burlaba de él en silencio, por estar más acostumbrado a los sabores de las pociones de bebés, que eran dulces, y los remedios muggles.

Tuvieron unas horas de paz, en un limbo que consistía en dormir un rato, conversar en voz baja mirando el techo, e intercambios de dulces de las diferentes canastas a los pies de sus camas. Luego Pomfrey abrió la puerta para un tal Longbottom, que estaba lastimado por un encantamiento mal ejecutado, y unos niños aprovecharon la oportunidad de colarse.

Harry tuvo una sensación cercana al déjà vu cuando un torbellino de cabello oscuro y túnica atravesó la enfermería y se tiró encima de Draco, sólo que en esa ocasión, lo tumbó sobre el colchón. Se convirtieron en un enredo de extremidades, mezclado con risas bajas, en especial de parte de la niña.

Mientras Pansy comprobaba que su mejor amigo estuviese en una pieza, Ron lo alcanzó y lo envolvió en un apretado, pero breve por suerte, abrazo. Después se dejó caer en la silla junto a su camilla, y le robó unos dulces sin disimulo; incluso lo escuchó balbucear sobre lo maravillosos que eran. Harry rodó los ojos y no se quejó cuando los gemelos Weasley también lo abrazaron, sacudiéndolo, fingiendo voces agudas para regañarlo como si fuesen su madre.

—Compañero, ¿qué te pasó? —preguntó con la boca llena y el ceño fruncido—. Todo Hogwarts está hablando de que dos de primero estaban en las mazmorras cuando se inundó, y luego te pierdes todo el día y apareces en la enfermería. Avísame para la otra, y así Fred, George y yo no te buscamos como locos.

—Todos dicen...—comenzó un gemelo.

—...que casi mueren —el otro hizo un gesto dramático con las manos, que fue secundado por su hermano enseguida.

Él se encogió de hombros y dio un vistazo hacia la otra cama, donde Pansy estaba colgada del cuello de su amigo y este le hablaba en voz baja. Notó que Ron casi se atragantó al verlos, como si nunca hubiese considerado que ellos también se preocupaban; de nuevo, tuvo esa curiosa impresión de que miraba a Draco igual que si fuese la primera vez que lo hacía.

—No creo que fuera para ta...¡oh! —se interrumpió con un grito ahogado y una risa cuando sintió un peso caer sobre su espalda. Giró para corresponder el abrazo de Pansy, que parecía que había decidido que ya que Draco estaba intacto, tenía que asegurarse de que él también lo estuviese. La niña se subió a la cama, haciéndole preguntas sobre cómo se sentía.

Los gemelos usaron la oportunidad para dirigirse a la cama de Draco y empezar a molestarlo con gritos, una de sus cancioncillas y expresiones teatrales; sin embargo, uno, no supo cuál, le acomodó la almohada, otro le preguntó si le dolía la mano vendada. Terminaron por desviarse a una charla sobre remedios caseros y horribles que les daba Molly, cómo Narcissa llevaba a Draco frente a Snape al más mínimo signo de dolencia o enfermedad; claro que el profesor no se tomaba la molestia de suavizar los sabores de sus pociones curativas para él.

Cuando el alboroto creció, a causa de los gemelos, Harry estaba enterado de que Dumbledore ofreció una historia acerca de un objeto mágico que alteró al Calamar Gigante y los centauros, dejando a los profesores como héroes y a ellos dos como víctimas muy valientes. Aunque le hizo gracia, no se sintió con ganas de refutar nada, e intercambió una mirada divertida con Draco, cuando los demás se marcharon.

—Así que casi nos comen, el objeto fue "sacado" del castillo para siempre, y les debemos la vida a Ioannidis y Severus —el niño-que-brillaba se rio y se encogió de hombros—. Vamos a recibir unas cuantas canastas más de estas, Potter.

No se equivocó. El grupo de Hufflepuff que acompañaba a Ron, envió dulces para ambos, al igual que otros estudiantes mayores de Slytherin, que les contaban que la Sala Común estaría renovada esa noche y todos querían oír la historia sobre su inundación. Decidieron que Draco se las contaría; su amigo esbozó una sonrisa amplia ante la noticia.

Más tarde, para completa sorpresa de Harry, una lechuza se escabulló por una ventana que Pomfrey dejó abierta. Les entregó un par de notas de buenos deseos y ramilletes de flores de la señora Parkinson. Él se imaginó a Pansy corriendo a contarle a su madre, y a la mujer desocupándose para enviarles algo, lo que lo llevó a tener un arrebato de cariño hacia ambas.

Ron apareció una vez más, para preguntarle cuándo lo dejaban salir. Se retiró cabizbajo cuando se enteró de no sería hasta el día siguiente a primera hora. Snape también volvió; se acercó a Draco, luego de dirigirle a Harry esa mirada que lo hacía sentirse más pequeño de lo que era, y habló con él un momento. Antes de irse, les aclaró que sus castigos seguían en pie, tal cual acordaron, después se giró con toda la dignidad y el aire teatral que su capa le otorgaba.

Como si no hubiesen tenido suficientes sorpresas por un día, Hermione Granger entró a media tarde, cargada de libros, saludando a la enfermera con una sonrisa tímida. Se dirigió a la cama de Harry, que era la más próxima a la puerta, y pasó la mirada de uno al otro, para volver a dejarla sobre él.

Se irguió tanto como le era posible al hablar.

—Sólo quería saber cómo estaban. Se veían muy mal ayer con esos pájaros detrás; era horrible.

Al notar que Draco la observaba como si hubiese enloquecido, Harry se apresuró a hablar y las palabras le salieron atropelladas.

Estamosbiengraciasporlodeayer —carraspeó al darse cuenta de que, probablemente, ella no había entendido nada—. Gracias, por, eh, lo de ayer- lo de los pájaros. Fue una buena idea.

El bufido de su amigo cortó lo que fuese que ella iba a contestar. Ambos lo observaron.

—Es obvio que utilizó mi idea con los libros —declaró, llevándose un bombón a la boca, por lo que quedó a mitad del trayecto cuando vio a Hermione asentir y sus ojos se abrieron de sobremanera.

—Muy inteligente, requiere más control del que parecía. Tuve que practicar varias veces para que me saliera —explicó ella a un Draco que acababa de olvidarse del chocolate en su mano.

—¿Qué?

—Los demás Ravenclaw no estaban sorprendidos de que lo pudieses hacer —continuó. Aunque permanecía con una expresión seria, sus ojos brillaron con algo similar a la diversión—. En nuestra Sala Común, creemos que tú y Pansy habrían sido buenos Ravenclaw. Algunos dicen que lo hubieses sido si no tuvieses un corazón de piedra y fueses una serpiente rastrera, y que arrastraste a Pansy a un supuesto "lado oscuro", lo que es muy ridículo —ella se encogió de hombros y luchó por contener la risa.

Draco parpadeó y bajó el bombón. La máscara de indiferencia marca Malfoy estaba en juego, ni siquiera los dedos manchados de chocolate podían disminuir el efecto cuando se dirigió a ella de nuevo.

—Estoy seguro de haberte llamado "sangresucia" la última vez que nos vimos, ¿qué? ¿No escuchas bien o crees que es una forma de decirte que puedes venir a hablarme como quieras?

Hermione no se tensó por más de una fracción de segundo. Se cambió el peso de los libros y sacudió la cabeza, chasqueando la lengua.

—A eso me refiero con "serpiente rastrera" —no se inmutó cuando Draco tuvo la varita en mano medio segundo después. Harry no supo ni de dónde la sacó—. Malfoy, que yo me enoje porque me digas "sangresucia", es como si tú te enojaras porque yo te dijera "sangre limpia" o "sangrepura"; no es como si uno decidiese en qué familia nacer. Lo horrible sobre ti es la forma en que lo dices, tu actitud, tanto como que pienses que en verdad significa algo. Seguramente, hasta tú sabrás, en el fondo, que es inmaduro y-

—Vete —le susurró, entre dientes.

—Sí, bien. Los Ravenclaw de primero vamos a hacer un club de Astronomía. Dicen que a los Black les interesa y tú eres medio Black; por si dejas tus prejuicios arcaicos y quieres ir, empezamos en febrero, si conseguimos los permisos —ella volvió a girarse hacia Harry y mostró una débil sonrisa—. Dumbledore nos ha contado algo muy interesante en el almuerzo, pero nuestra Casa tiene otras teorías. Si quieren convencer a alguien y seguirle la corriente, tendrán que inventarse algo bueno sobre por qué medio colegio los vio siendo atacados por aves domesticadas mágicamente e inofensivas. Que descansen.

Se retiró.

Harry frunció el ceño a la puerta cerrada, aturdido. Ambos se sumergieron en un silencio tenso, sólo interrumpido por el golpeteo de la varita de Draco contra su palma.

—¿Crees —dijo, después de un momento; él estaba preparado para reprenderlo por la forma en que le habló a la niña, o para entrar en pánico al no saber qué inventarse sobre las aves, pero no hizo nada al ver que su amigo apretaba los labios. Cualquier rastro de rabia por su comportamiento, se desvaneció cuando escuchó su tono vacilante— que haya suficientes Slytherin para formar un club de Astronomía, si se lo pido a mi padrino?

—No lo sé.

Él formó un puchero apenas perceptible mientras observaba la pared. Harry se dijo que no podía ser normal que quisiera tanto abrazarlo y reír al mismo tiempo.

—¡Me llamó arcaico! ¿Qué se cree?

—¿Qué es arcaico?

Como repuesta, su amigo le dirigió una mirada incrédula y no agregó más quejas.

Alrededor de una hora después, Pansy cenó con ellos en la enfermería, en una silla en medio de ambas camas. Seguía ahí cuando un búho se metió por la puerta en un descuido de Longbottom, que ya se iba, y se posó frente a Draco, con una canasta de bombones envueltos en un papel que los hacía lucir como snitches y otros como galeones. La niña se rio de una aparente broma privada entre ellos y su hermano mayor, que era el remitente.

Draco bufó para disimular el rubor que le cubrió las mejillas y se cambió a la cama de Harry, para volver a compartirle de sus dulces, hasta que Pomfrey avisó que faltaba la última dosis de medicina y Pansy tenía que irse, si no quería estar por los pasillos en el toque de queda.

De algún modo, todavía estaban en la misma cama cuando un ruido sobresaltó a Harry, y este abrió los ojos, descubriendo que se había dormido sin darse cuenta, además de que tenía el brazo acalambrado porque Draco se encontraba encima. Intentó sacarlo sin despertarlo, pero fue inútil, un par de ojos grises se fijaron en él, antes de que el niño se sentase en el colchón y mirase a la puerta.

Harry lo imitó, sin disimular un sonoro bostezo, y se acomodó los lentes.

Era de noche otra vez; aunque la enfermería tenía las luces apagadas, incluso en la oficina de Pomfrey, no estaba a oscuras, por la luz que entraba desde las ventanas.

Una figura pequeña cerró la puerta al pasar y avanzó con pies descalzos, que no producían sonido alguno, hacia las camas que ocupaban. Percibió la tensión de su amigo por unos instantes; de pronto, tenía la varita afuera y apuntaba, sólo para bajarla medio segundo después, cuando un rostro familiar se detenía junto al colchón y les sonreía de forma leve.

—¿Qué haces...? Por Merlín, tus piernas —ahogó un grito. Guardándose la varita, tomó un brazo de Harry y comenzó a zarandearlo, mientras le señalaba a Bonnie y murmuraba.

El joven centauro, en realidad, no lucía como uno. Aún llevaba el cabello largo, la prenda blanca con que lo conocieron, pero en ese momento, la tela se alargaba hasta formar una túnica que le llegaba más abajo de las rodillas e incrementaba su aspecto andrógino por la similitud con un vestido; en lugar de la parte de caballo, sólo estaban dos piernas.

—Hasta cierta edad, nos convertimos en esto si atravesamos el túnel para salir del pueblo —explicó con voz suave, como si fuese una reacción que esperaba. Él se imaginó que sí. Mientras Draco aún estaba llamándole la atención al respecto, Bonnie se adelantó y les colocó unas coronas de laurel sobre las cabezas; sólo entonces, su amigo se calló.

Draco se llevó una mano al cabello, tocó la corona y se la ajustó. Después hizo lo mismo con la de Harry, al notar que se le resbalaba y le caía hacia los ojos, moviéndole los lentes en el proceso.

—Es un agradecimiento, de los demás centauros. Pensaron que lo apreciarían más si venía de uno que no hubiese intentado atacarlos —agregó, a la vez que unía las manos por delante de su cuerpo—. También es una invitación.

—¿Invitación a qué? —preguntó el niño-que-brillaba.

—Con la sala del Oráculo reconstruida, la piedra se va a recibir como corresponde, con un ritual nocturno y una celebración. La colonia acordó que los querían ahí.

—¿Ya lo reconstruyeron?

—¿No se supone que los humanos no entran al Oráculo? —ambos hablaron al mismo tiempo e intercambiaron una mirada con cierto deje de diversión. Bonnie habló con la pausada calma que les recordaba a Firenze.

—Con los esfuerzos de todos, estará listo para mañana a media tarde. Los humanos nunca entraron, hasta ayer, que un potro se metió para poner la piedra en su sitio —sus ojos se desviaron hacia Draco por una fracción de segundo; continuó casi imperturbable—. Es justo que estén, será los únicos a los que den permiso de entrar, y entre los más viejos, es un honor. Firenze dice que podría quitar la mala imagen de los humanos que les dejó el que se llevó la piedra.

Harry tenía que aceptar que sonaba razonable. Sólo por si acaso, a pesar de darles de alta a la mañana siguiente, no se les exigiría asistencia a las clases hasta el que venía después, y era de noche, por lo que tampoco debía suponerles un problema. Estaba convencido de que Lily tuvo algo que ver con esa medida tomada por los maestros.

Casi podía sentir que su amigo atravesaba el mismo proceso mental para llegar a esa conclusión, porque lo vio asentir, despacio.

—¿Podemos llevar a alguien?

—Los humanos que quieran llevar son bienvenidos, siempre y cuando no entren con malas intenciones y se marchen cuando deban. Las estrellas han decidido que tenemos que ser generosos, pero sólo ustedes dos entrarán al Oráculo; los demás tendrán que esperar afuera.

—Es justo —reconoció Draco, desenredándose de las cobijas para ponerse de pie e ir hacia su propia cama.

Luego de que Bonnie le hubiese dado algunos detalles más acerca de la ceremonia —qué llevar, qué usar, y otras cosas en las que Harry no se habría fijado por su cuenta—, se marchó.

0—

En la mañana en que les daban de alta, Harry volvió a ser despertado por los siseos contenidos de Snape, esa vez, sentado en uno de los lados de la cama de Draco, que permanecía recostado, con las cobijas hasta el pecho y los brazos fuera.

—...ni se te ocurra, mocoso, primero me convertiría en maestro de Adivinación, antes de hacerlo.

—¿Eso un ? —el niño le mostró una media sonrisa a su padrino, que soltó un sonido similar a un bufido.

—No te sorprendas cuando en tu copa aparezca un líquido que no tendría que haber estado ahí, Draco.

Para su sorpresa, la sonrisa de Draco no hizo más que crecer. Tras unos instantes, la expresión del profesor también se suavizó, un poco, pero después debió percatarse de que estaba despierto, porque giró la cabeza hacia él, soltó su apellido como si fuese un tipo de veneno, y se marchó con ese ondeo y susurro de capa que le era tan típico.

Pomfrey les dio la última dosis de medicina asquerosa, para asegurarse de que no tendrían cicatrices, y les permitió desayunar ahí. Se prepararon para salir con los pijamas blancos de la enfermería, e ir a las mazmorras directamente, pero la enfermera retuvo a Draco por un momento, así que Harry salió solo.

Frenó en seco nada más dar un paso en el corredor. Por reflejo, cerró la puerta detrás de sí.

El pasillo ante la enfermería estaba a reventar, en especial dado que Hagrid estaba ahí, y el gigante guardabosque ocupaba más espacio que el grupo mismo que lo acompañaba. Pansy era la primera junto a la puerta, ya lista para ir a clases, a simple vista. Detrás de ella, sus compañeros de Quidditch, encabezados por Flint y Montague, y algunos otros estudiantes de Slytherin, también aguardaban.

Él contuvo una sonrisa al darse cuenta de por qué esperaban.

Cuando la puerta volvió a abrirse y Draco salió, no tardó en detenerse también, parpadeando hacia el extraño comité, aunque sin dar un verdadero signo de que le afectase, hasta que lo vio.

Hagrid tenía a los pies una jaula pequeña, donde Lep olisqueaba el aire. Tan pronto como su dueño salió, el conejo se giró en su dirección y empezó a tocar los barrotes con las patas y nariz.

—La niña lo estuvo buscando desde ayer por el bosque —les comentó, a la vez que alzaba la jaula y la abría. Lep saltó y agitó las orejas en el aire, para alcanzar los brazos de Draco, que no sólo lo recibió, sino que lo apretó con fuerza contra su pecho; el conejo cambió el pelaje de gris a rubio platinado.

—Montague la vio y nosotros nos unimos casi en la noche —concretó Flint, que a pesar de tener una cara de pocos amigos, mostró un gesto similar a una sonrisa al ver al niño con su mascota—. Cuida de esa rata, se atoró en un agujero muy raro y estaba transformándose en diferentes animales y cosas cuando llegamos, intentando salir.

—Quería ir hacia ti, intentó entrar a la enfermería desde que lo metimos al castillo —Pansy sonrió a su amigo—, pero queríamos que fuera una sorpresa de recuperación. ¡Sorpresa! —alzó las manos y se rio.

—¿Y para mí qué hay? —cuestionó Harry, en un falso tono ofendido, que le arrebató una risa a la niña y un bufido al capitán de Slytherin.

—Para ti, Potter, media docena de vueltas al campo de Quidditch en las prácticas de esta semana, en vez de la docena completa. Y nada de amenazas de lanzarte bludgers si no atrapas la snitch, sólo hasta después del próximo partido.

Cuando Harry reconoció que era su forma de animarlo y sonrió. Se dio cuenta de que, después de todo, le gustaba estar en Slytherin. No era que no le gustase antes, pero quizás no fue hasta ese día, que se percató de que  era su Casa. Y estaba bien, tanto como lo habría estado si hubiese sido el Gryffindor que deseaban en su familia.

Pansy se despidió para ir a sus clases después de haberles preguntado cómo pasaron la noche y darles un beso en la frente a cada uno. Flint se llevó a los muchachos del equipo casi a rastras para que cada quien retomase su rutina, fuese cual fuese. Hagrid alabó las capacidades de Lep, antes de marcharse.

Draco, notó, no dejó de abrazar a su conejo en el trayecto hacia las mazmorras, a pesar de lo que le susurraba —"estúpida rata fea"—. Sólo cuando estuvieron en los dormitorios, tras comprobar que Nott estaba en sus clases, su amigo enterró la cabeza en el pelaje grueso de su mascota y le permitió lamerle la mejilla; Harry lo observó con una media sonrisa hasta que se calmó lo suficiente para levantar la cabeza, aclararse la garganta y fingir que nada había pasado.

Él nunca le contó a nadie que algunos dulces especiales de los Malfoy, preparados por Lía, se colaron a la cabaña del guardabosque en una canasta anónima, ni que hubo otra cuando el equipo de Slytherin ganó el siguiente partido. Sabía que Draco lo negaría si llegaba a mencionarlo, así que decidió que formaría parte de esos pequeños secretos en que consistía una vida alrededor de él.

El día se les fue entre pergaminos, las bandejas de comida que Lía les servía, las pláticas de Pansy cuando pasó a la hora del almuerzo y permaneció con ellos por la tarde en el cuarto —luego de haberle pedido permiso a Nott, de nuevo, que se limitaba a encogerse de hombros y decirles que no tocasen sus cosas—. Harry terminó su tarea atrasada de la semana pasada; con los apuntes que su amiga tomó para ellos, incluso adelantó algunas. Cuando se lanzó sobre los dos niños y los derribó sobre la cama en un abrazo, no estaban muy seguros de a qué se debía, pero tampoco hicieron un gran esfuerzo por quitárselo de encima.

Para la noche, alrededor de la hora de la cena, Pansy se excusó para ir a su propio dormitorio, y Draco empezó a rebuscar en su baúl. Harry, que sabía que no tenía nada dentro que él no hubiese visto con anterioridad, se limitó a observarlo desde la cama, donde estaba recostado, mientras mascullaba y miraba de una prenda a la otra.

—¿Qué haces? —preguntó después de un rato; su amigo ni siquiera le dio una ojeada al escucharlo.

—Te busco algo decente con lo que ir a la ceremonia, Potter, ¿qué más? —arrugó la nariz ante un suéter deshilachado, que dobló y metió hasta el fondo, cubriéndolo con más ropa. Luego señaló donde lo ocultó—. Estoy muy seguro de que tía Lily no te puso eso en el baúl.

El niño se rio.

—No —reconoció—, pero es mi favorito y Sirius me dijo que podía poner lo que quisiera ahí.

—Sirius Black no es un buen referente sobre lo que se puede o no se puede hacer.

—Es mi padrino —hizo una breve pausa, mordiéndose el labio, y dio una vuelta en la cama para quedar boca arriba, por lo que perdió de vista al otro—. ¿Qué es "referente"?

Oyó con claridad el bufido de su amigo.

—Este año, te voy a regalar un diccionario.

—Ugh, qué horror.

Harry se dedicó a observar su techo por el resto del tiempo que le tomó decidirse. Para el momento en que le lanzó una muda de ropa y una túnica verde oscura, que estaba muy seguro de que no le pertenecía, estaba medio adormilado. No pudo replicarle porque la hubiese arrojado sobre su cara, debido a que su amigo despareció dentro del baño, con su propio conjunto doblado bajo el brazo.

Resopló y continuó observando el techo del dosel. El agua de la ducha era un débil murmullo a lo lejos, que resultaba más que relajante, pero de nuevo, fue interrumpido antes de quedarse dormido, por una puerta que se abría y cerraba de forma estruendosa.

Sacudiendo la cabeza, se sentó en el colchón, a tiempo para ver a Draco salir, ya arreglado, y encargarle la ropa sucia a Lía, que llegó y se fue con un simple par de "plop". El niño llevaba el cabello peinado hacia atrás, de ese modo que le hacía preguntarse por qué le era imposible hacer lo mismo con el suyo. Una túnica azul oscura con bordes más claros le cubría la camisa blanca de manga larga y el pantalón. El Apuntador estaba a la vista, pendiendo de la cadena en su cuello, y junto a este, la diminuta esfera de cristal indestructible que resguardaba una begonia.

Harry pensó que aún brillaba, incluso con las extrañas luces verdes que generaban las mazmorras, y no apartó la vista de él hasta que el niño le volvió a poner el cambio de ropa sobre la cabeza.

—¡Draco! —se quejó, dando manotazos al aire para quitarse la tela de encima.

—Ve a tomar un buen baño, Potter, me voy a armar de paciencia para pelearme con esa cosa que llamas "cabello".

Él hizo una aguda imitación de su voz y las palabras que utilizó, pero tomó la ropa con toda la dignidad que podía reunir a los once años y entró al baño. Cerca de veinte minutos más tarde, cómodo y tibio dentro de la prenda que se ajustaba a su talla nada más ponérsela y tenía el aroma fragante de todas las prendas de su amigo, se encontraba sentado en la cama, delante de un Draco que le pasaba el cepillo por el cabello, usando los dedos para desenredar las áreas por las que el instrumento se atoraba, haciendo un esfuerzo porque estuviese presentable, o al menos, no pareciera que ni conocía la existencia de los espejos, como decía él.

Cuando Pansy se asomó por la puerta del cuarto, con el cabello recogido en bonitos bucles y una larga túnica negra de bordes plateados, Harry giró la cabeza tan rápido que el niño le dio un tirón a uno de sus mechones. Emitió un quejido bajo.

—¿Pansy? ¿Qué...? Ouh —se reacomodó cuando Draco le sujetó la cabeza y lo obligó a mirar al frente, para terminar de encargarse de la parte de atrás, cerca de su nuca—. ¿Vas a venir con nosotros?

—Sí, Draco me invitó. Y a Snape, que anda con cara de pocos amigos en la Sala Común.

Harry frunció un poco el ceño.

—¿A Snape?

—Pensé que tres niños saliendo del castillo de noche, vestidos así, cuando hay un montón de historias de ellos, sólo lo iba a empeorar —explicó en tono suave, sin detener el cepillado en su cabello—. Snape mantiene callados a los Slytherin, y también le dije a Ioannidis; nadie va a acercarse a preguntarle nada a ella, con el miedo que le tienen.

Pansy tomó asiento en un lado de la cama y mantuvo una plática con Draco, que logró desorientar a Harry; hasta que su amigo no dictó que lucía decente, no salieron. Lep se subió a uno de los hombros de su dueño, donde se transformó en un segmento casi perfecto de la túnica, y este le ofreció al brazo a su amiga, que se enganchó a él para emprender la marcha fuera del cuarto.

Tal y como la niña dijo, el profesor Snape ocupaba uno de los sillones, envuelto en uno de sus atuendos negros y sin dar la menor pista de que pronto se iba a mover. Los estudiantes le dejaron un considerable perímetro vacío y hablaban en un tono incluso más bajo de lo normal, para evitar molestarlo, aunque no paraban de dirigirle miradas de reojo, que se incrementaron cuando lo vieron salir de la Sala Común con los tres niños en una hilera organizada detrás.

En el trayecto hacia la salida del castillo, Dárdano trazó un círculo sobre sus cabezas. No fue hasta que alcanzaron la puerta principal, abierta para ellos, que se encontraron a Ioannidis, a mitad de una conversación muy inusual y unilateral con el viejo director, que los saludó y los observó caminar hacia el exterior helado de la noche en Hogwarts. A Harry le pareció percatarse de que Snape hacía un movimiento con el brazo; un instante más tarde, percibía la calidez propia de un amuleto de calefacción, pero si sus conocimientos de los Slytherin estaban progresando, lo mejor fue que no le hubiese hecho comentario alguno, siguiendo el ejemplo de sus amigos.

La cabaña del guardabosque tenía la chimenea y una luz encendidas, mas nadie surgió del interior. En la linde del Bosque Prohibido, unas pequeñas luces blancas flotaban en dos columnas, marcando un camino que no era dificultado por raíces ni arbustos y se adentraba entre los árboles.

Una niña humana.

¿Una niña?

¡Una niña!

La voz se corrió entre las ninfas que notaron su presencia, algunas siluetas difusas, con formas de troncos, hojas y más resplandores, se movieron en torno a ellos. El profesor Snape, que era el que abría la marcha, les siseó y no hizo más ademán de apartarlas. Ellos dos, que ya las conocían, las saludaron. Pansy entabló una breve plática con una de ellas, sin soltarse de Draco ni por un segundo. Ioannidis y su Augurey no hicieron más que continuar moviéndose.

Las delimitaciones brillantes los llevaron a través del bosque hacia el túnel. Fue el niño-que-brillaba quien le tuvo que explicar la función del mismo a su padrino, el que tenía una expresión que lo hacía ver como si esperase recibir una maldición si se aproximaba.

La colonia de centauros estaba justo como la primera noche que la visitaron, lo que le hizo pensar que era admirable lo rápidos que resultaron para reparar los daños. Algunos, los más jóvenes, los siguieron con la mirada desde las ventanas y puertas de las casas-árbol, mientras que otros saludaron con inclinaciones de cabeza o frases escuetas, que hacían a Snape saltar, girarse y estrechar los ojos; él creyó que estaba siendo un poco paranoico.

Al final del camino que atravesaba el pueblo mágico, en la plaza desde la que se llegaba a la Vidriera y el Oráculo, los recibió Magorian, Firenze y Bonnie, de regreso a su estado natural. Harry escuchó a su amigo contarle a Pansy, lo veía todo con ojos brillantes, curiosos, cuáles eran las funciones de ambos edificios.

El profesor resultó indispuesto a dejarlos —al menos a su ahijado— entrar solos al Oráculo, por lo que Ioannidis y Firenze tuvieron que intervenir. Aun así, Draco le aseguró que no lo encontrarían con buena cara cuando volviesen, así que no se dieron prisa.

A pesar de ser una construcción en el interior de un tronco gigantesco, el Oráculo estaba construido por completo de cristales que cambiaban de color, de acuerdo al ángulo en que la luz le daba. Un pasillo recubierto de fragmentos plateados, llevaba desde el agujero que hacía de entrada a un altar elevado, donde aguardaba una base de roca gris con una hendidura, y un par de sillas tejidas, dispuestas junto a la plataforma para que ellos tomasen asiento; los centauros ahí la presenciarían de pie.

Hubo un largo y extraño discurso del líder —Draco le confirmó la sospecha de que hablaba en latín y le siseó que se callara por respeto a ellos, si no querían problemas—, una melodía en flauta tocada por Bonnie, que le hizo un nudo en la garganta, y una versión del cuento infantil sobre la piedra, descrita por Firenze, con centauros como protagonistas, en lugar de magos. Muy bonita. Los agradecimientos escuetos y las nuevas coronas de laureles que les pusieron en las cabezas, causaron que las mejillas le ardiesen, pero su amigo elevó la barbilla y sonrió con suficiencia, brillando aún más entre los cristales tornasol, complacido con la atención.

Cuando la piedra de la luna fue colocada por un centauro de cabello canoso, con guantes de aspecto desvencijado, el altar se iluminó con un resplandor cegador, que fue reflejado por cada una de las piezas de vidrio. Una ola de calidez agradable inundó el Oráculo, acompañada de proyecciones en las paredes, que no fueron capaces de interpretar, aunque tenían cierta similitud a fotografías mágicas muy borrosas.

Una vez completada la ceremonia, y tras ser detenidos una docena de veces por centauros que los saludaban, consiguieron salir y toparse con la cara de pocos amigos de Snape, a la que Draco respondió con una sonrisa inocente, antes de correr hacia Pansy y distraer al grupo completo con la idea de una visita al pueblo. De algún modo, Ioannidis y Snape terminaron sentados en una manta en el centro de la Vidriera, mientras que ambos niños bailaban una pieza lenta de la flauta de Bonnie. Harry se reía y les aplaudía por el espectáculo que daban con el revuelo de la falda de Pansy con cada giro.

Nunca supo qué hora era cuando regresaron al castillo, porque tenía la cabeza embotada por el sueño y se colgaba del brazo libre de Draco al caminar —Pansy, en una condición parecida, estaba al otro lado del niño—; ni siquiera los maestros hacían rondas por los pasillos y las antorchas se encontraban apagadas, obligando a los profesores que los acompañaban a iluminarles el camino con las varitas.

Snape los dejó irse al cuarto sin más reprimendas. Por supuesto que no se le olvidó a la mañana siguiente, cuando retuvo a Draco luego del desayuno para hablar a solas.

A comparación de ese fin se semana, el resto del año fue bastante tranquilo.

Luego de que se necesitasen tres profesores para deshacer la barrera protectora que Pansy se impuso a sí misma ante los centauros enloquecidos, eran conscientes de que la niña tenía habilidades, aunque su varita volvió a generar explosiones con cada encantamiento, como si nunca hubiese tenido progresos, así que se limitaron a evaluarle la parte teórica y enviarla un sinfín de veces a la zona especializada de la biblioteca. En una clase compartida con los Gryffindor, en la que un par de estudiantes fueron particularmente desagradables con un comentario sobre Narcissa y la relación con su esposo —entre otras cosas que él no entendió por aquel entonces—, una de esas explosiones de Pansy envió a volar contra la pared a dos de ellos; a partir de ese momento, se hizo todavía más común que susurrasen a su paso a que los enfrentasen de cara. Tal vez fue un avance, tal vez no, porque todavía tenían que ir a desayunar temprano y sus amigos faltaban a las otras comidas en el comedor.

A mediados de febrero, Draco se resignó a la idea de que Harry no era capaz de concentrarse en las tareas como ellos sí lo hacían, por lo que organizó sus horarios para que pasase un día de estudios y uno de práctica de Quidditch, salvándolo de más desvelos innecesarios y jornadas exageradas frente a un pergamino en blanco, sólo de forma temporal. Por el solsticio de primavera, se les permitió la salida de Hogwarts —gracias a Snape— para ir al Vivero de los Parkinson y acompañar a sus madres, que realizaron el ritual anual, mientras ellos hablaban de la forma de las nubes en el cielo.

Los gemelos se hicieron aficionados a sentarse en las orillas de la mesa de Slytherin y negociar con Draco cuando querían oír un cuento; su amigo, como buena serpiente, les hizo pasar malos ratos con una sonrisa demasiado encantadora para tomárselo en serio, lo que sólo avivaba el interés de los hermanos y los hacía reír y desplegar su lado malicioso también.

En algunas ocasiones, Ron empujó a Draco contra una pared y lo sujetó de la túnica, listo para darle un golpe cuando uno de sus comentarios cruzaba la línea. En otras tantas, era Draco el que tenía la varita contra su garganta y lo hacía retroceder, hasta que Pansy y él intervenían. Pero, en general, el hecho de que el otro fuese la única persona que no perdía un juego de ajedrez contra ellos en los primeros cinco turnos, los mantuvo en un intercambio de pullas leves, tratos indiferentes e ignorarse al verse por los pasillos; como Harry no solía compartir el tiempo con los dos a la vez, no resultaba muy afectado.

Draco empezó a pasar algunas tardes en la oficina de Snape —siempre le contaba de un motivo distinto cuando volvía, así que él dejó de preguntar, el otro se acostumbró a darle un breve resumen de lo que quería que supiera al respecto—, otro par de noches las dedicó a dormir con Pansy, en la Sala Común. Al menos dos veces por semana, hacían una incursión nueva por el castillo bajo la capa de invisibilidad; aunque se toparon con Dárdano y este les graznó en varias oportunidades, ni encontraron otra bestia o una sala secreta de reliquias, ni Ioannidis los citó más. Incontables fines de semana los pasaron encerrados en las cortinas de dosel de una de sus camas, con el espejo que los conectaba con Sirius en mano, pergaminos de prototipos dispersos por el colchón.

El cumpleaños de Draco, para sorpresa de Harry, permanecieron en Hogwarts y Snape puso un pastel en medio de la Sala Común. El profesor no felicitó a su ahijado, ni lo abrazó, ni siquiera le sonrió, pero lo vio entregarle un paquete sencillo, y el rostro de su amigo estuvo iluminado el resto del día, mientras los Slytherin lo festejaban. Flint, al enterarse de que Harry le había prometido un juego amistoso en el campo de Quidditch esa tarde, incluso trasladó al equipo completo para que compitieran entre ellos, hasta que anocheció y Snape tuvo que ir a buscarlos, llamándolos irresponsables, advirtiéndoles que no le daría poción al que se enfermase por jugar hasta tarde.

Los duelos que tenían que preparar para las clases de Defensa, claro, se convirtieron en otro juego entre ellos. Para finales de año, a nadie le sorprendía verlos fingir que se peleaban y correteaban por toda la Sala Común. A Snape lo fastidiaron lo suficiente con sus charlas durante los castigos en las mazmorras, que los hizo limpiar calderos a mano; cuando se percató de que no bastaba para callarlos, recortó el período de castigo un mes antes de lo debido.

La última semana de clases, Dumbledore los citó a su despacho. Les ofreció caramelos —que Draco rechazó y Harry devoró—, y les mostró las cartas explicativas que envió a sus respectivas familias por el suceso de los centauros, para que tuviesen fresca la historia que contaban. También les hizo prometer que no se meterían en más problemas, aunque el tono risueño con que su amigo lo dijo, le hizo pensar que al siguiente año no le faltaría emoción.

Cuando, el día de la partida, Harry se sentó en un compartimiento ocupado a la mitad por cuatro Weasley, y del otro lado, sus dos amigos de Slytherin, tuvo la impresión de que era así como se debía sentir la felicidad.

 

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