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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo dieciocho: De cuando un Sly mayor es un idiota (con sus extrañas razones)

Harry se balanceaba sobre los pies y asentía a todo lo que su madre le decía, apenas escuchando lo necesario. Lily quería que comiera bien —no sólo los postres, las tostadas con mantequilla, jugo de calabaza—, que se bañara todos los días, que estuviese pendiente de no quedarse sin ropa limpia, que hiciese la tarea; básicamente, lo mismo que le pidió el año anterior. Le prometió que lo haría y se dejó llenar el rostro de besos, sus ojos recorriendo el andén en busca de una cabellera rubia.

Draco tendría que haber regresado para ese día. No lo había visto desde la madrugada después de su cumpleaños, que salió acompañado por Lily y fue llevado por un traslador al extranjero.

Agosto pasó entre visitas de los Merodeadores y Ron, tardes de acompañar a Pansy y su hermano en el Vivero, noches que se quedaba en el apartamento de Sirius o La Madriguera. Y las cartas, muchas cartas. Dado que compraron casi todo lo que necesitarían a principio de las vacaciones —la señora Weasley tenía bien en claro qué se pedía en cada año de Hogwarts—, contaba con una cantidad inmensa de tiempo libre, para elegir practicar con la escoba y una snitch falsa, o dedicarse a mirar el techo de su alcoba y preguntarse cuándo llegaría la siguiente noticia de su amigo. No creía que hubiese pasado tanto tiempo sin verlo desde que se conocieron.

Además, Draco le tenía noticias.

Apenas podía contenerse de dar saltitos cuando divisó a Pansy, colgada del brazo de Jacint y en una plática incesante con la señora Parkinson. Los Weasley aún no estaban cerca.

—Ya deja que se vaya, Lily —pidió James, con una sonrisa de medio lado que lo hacía ver como si se preguntase por qué su esposa actuaba de ese modo.

Harry se inclinó para despedirse del perro negro que los acompañaba, acariciándole la cabeza, y se rio por las lamidas que la forma animaga de Sirius le dio.

—Una última cosa, Harry. Harry —repitió para capturar su atención. De pronto, tenía las manos de su madre en las mejillas y alzaba la cabeza para verla—, nada de enfermería este año, ¿bien? Cuídate mucho.

—Sí, mamá —le sonrió y besó su mejilla; la mujer se despidió de una tensión que no sabía en qué momento había acumulado. Lo abrazó. Después James los rodeó a los dos con los brazos, estrechándolos con tanta fuerza que casi los alza a ambos del suelo.

Se echaron a reír mientras Padfoot correteaba y ladraba, agitando la cola. Recibió un par de besos más, otro abrazo, peticiones de que se cuidase y les escribiese.

El perro caminó detrás de él, dando ladridos a los estudiantes que les cerraban el paso, y se adelantó para tirar de la túnica de su amiga. Pansy se giró riendo, le acarició la cabeza al can, luego se lanzó sobre Harry.

—¿Sabes algo de Draco?

—¿Has visto a Draco?

Hablaron al mismo tiempo. Se apartaron lo suficiente para intercambiar una mirada. Pansy sacudió la cabeza y se rio. Él negó con una sonrisa.

—¿Dracolín no llega aún? Hola, Harry —Jacint le revolvió el cabello, a manera de saludo. Después lo arrastró hacia Amelia, que se apresuró a abrazarlo, besarle el rostro, decirle que se cuidase y cuidase a Pansy.

Cuando el expreso emitió el primer pitido, un grupo de cabezas pelirrojas corrían para subir a las cabinas, y el niño-que-brillaba fue más que distinguible al final de la columna de los Weasley, atrapado en medio de los gemelos, que le hablaban de algo que le generaba una expresión pensativa.

Ellos dos intercambiaron otra mirada, se despidieron de los Parkinson, y corrieron hacia el tren, los equipajes dejados a cargo de los elfos domésticos, por lo que iban ligeros y rápidos. Draco acababa de detenerse junto a la puerta, permitiéndole el paso a los demás estudiantes atrasados, para revisar el Apuntador. Debía estar buscando a uno de ellos, porque levantó la mirada en su dirección, un segundo antes de que Pansy se arrojase sobre él y le rodease el cuello. Cuando Harry se unió al abrazo, se tambalearon contra una de las paredes del expreso, entre risas y quejidos.

—¡Déjenme respirar, por Merlín! —Draco intentaba escabullirse entre ambos, pero cada vez que lo hacía, con más fuerza lo apretaban—. No es como si no me hubiesen visto en años, sólo pasé unos días en Francia, en serio...

—¡Más de un mes! —Pansy chilló, con un puchero.

Tras llevar a cabo varios intentos más, consiguió zafarse de su agarre, lo justo para moverse hacia el interior del tren y buscar un compartimiento, para el instante en que este se puso en marcha. La niña continuó pegada a su costado, medio colgada de su cuello, Harry los siguió a un paso de distancia, escuchando su débil murmullo sobre el viaje de regreso, algún fallo con los trasladores internacionales y una parada demasiado larga en una oficina mágica.

Hallaron el compartimiento donde estaban los Weasley porque los gemelos tenían las cabezas asomadas; les abrieron por completo la puerta al verlos y los invitaron a pasar, haciendo un montón de preguntas que dieron inicio a una charla sin mucho sentido. Cuando los últimos estudiantes sin asiento recorrían el largo pasillo del expreso, para su sorpresa, Ron se puso de pie y corrió las cortinas para cubrirlos. Al sentarse junto a él, se encogió de hombros y le dijo que no quería que nadie estuviese molestando sin razón en el viaje. Él no le hizo ningún comentario al respecto, pero le rodeó los hombros con un brazo; en el fondo, agradeció que su mejor amigo fuese de ese modo.

Llevaban la primera mitad del trayecto cuando la puerta se abrió de golpe. Harry se puso rígido, y a su lado, Ron lo imitó. El compartimiento quedó sumido en un silencio repentino, hasta que se percataron de que Montague apoyaba un hombro en el marco de la entrada y se cruzaba de brazos con una sonrisa petulante.

—Eh, me parece que interrumpo algo aquí.

—¿Qué quieres, Montague? —Draco reaccionó primero, estrechando los ojos en dirección al muchacho, aunque sólo por unos segundos. El mencionado sonrió más y se metió las manos en los bolsillos.

—Flint los llama.

Harry parpadeó y frunció un poco el ceño. Draco y él contestaron a la vez.

—¿Ahora?

—¿Por qué?

—Reunión de Slytherin, los Prefectos llaman. Tú también vienes, Parkinson, muévanse —giró sobre sus talones y desapareció por el corredor, sin darles tiempo a ninguna réplica.

Los tres Slytherin del compartimiento intercambiaron miradas. Harry se fijó en su amigo, que se encogía de hombros y se ponía de pie.

—Tenemos que ir, ¿no? Quién sabe qué hará Montague si no vamos —hizo un gesto vago y se dirigió a la puerta. Detrás de él, Pansy susurró un "permiso" y salió. Harry los siguió.

Su compañero de equipo, como si supiese que no les llevaría más de un momento llegar a la conclusión de que tendrían que ir, los esperaba en el lado opuesto del pasillo, con la espalda apoyada en la pared. Les hizo una seña para pedir que lo siguiesen y caminaron hacia un compartimiento a una distancia considerable, donde se detuvo para tocar el cristal entreabierto con los nudillos y asomar la cabeza.

Los niños dentro oscilaban entre el primer y segundo año; Harry reconoció a Nott, en el puesto junto a la ventana, y lo saludó moviendo una mano.

—Slytherin de segundo año a reunión con los Prefectos, detrás de mí —siguió avanzando. Los tres se miraron, se encogieron de hombros, y continuaron detrás de él; al cabo de unos instantes, los viajeros del otro compartimiento se les unieron.

Hicieron una pequeña pausa por segunda vez, para buscar a unas niñas de la misma edad, y se dirigieron al final del tren. Percibió, más de lo que vio, la tensión en Pansy, cuando se acercó a Draco y empezó a susurrar furiosamente.

—...Greengrass...—captó. Al verla por el rabillo del ojo, se percató de que tenía un puchero y el ceño fruncido.

Pero fuese lo que fuese que le molestaba, no lo supo, porque Montague abrió la puerta que daba hacia otra cabina del expreso, los incitó a pasar, y varios eventos se sucedieron de repente.

Las luces titilaron, para después apagarse por completo. Fueron empujados a un espacio que se sintió reducido para al menos diez niños. Hubo una risa, un sonido estridente, un olor acre. Luego algo viscoso, frío, reptaba por encima de ellos, algunas de las niñas gritaban, hubo tropiezos, trastabilleos, choques entre los estudiantes.

—¡Lumos! —la luz blanca lo cegó y lo obligó a entrecerrar los ojos. Draco sostuvo la varita con una mano y se estiró para jalar a su amiga detrás de él, mirando en todas direcciones, hasta que lo encontró; le tendió la mano que le quedaba libre—. Enciende una luz, Potter, el tren es prácticamente parte del colegio.

Harry lo sujetó y sacó su propia varita para replicar el hechizo. Más allá de ellos, Nott tenía la suya alzada para ver lo que les caía de algún punto en el techo, otro estudiante usaba un lumos para iluminarse a él y al grupo de niñas que estaba más cerca, quienes dejaron de gritar casi de inmediato.

—¿Serpientes? —la voz de Nott fue una exhalación.

—¡Ese Montague, nos ha metido en un sitio lleno de serpientes...! ¿Qué se cree? —Blaise Zabini, otro estudiante de segundo, masculló, haciendo gestos con su otra mano, para que los cuatro que lo acompañaban —Bulstrode, Crabbe, Goyle, la que él supuso que era la niña Greengrass— realizasen el encantamiento también.

Draco le apretó la mano; le pareció que no era consciente de haberlo hecho.

—Pansy, no te acerques —elevó más la varita, apartándose de las serpientes que caían, después bajó el brazo para fijarse en las que ya estaban en el suelo, saliéndose de su camino con pequeños saltos.

—Pero, mira, Draco, no son...

El siseo de la serpiente a la que su amiga se acercó, los hizo dar un brinco a todos. El animal se irguió, una figura extraña recortada contra las luces de los hechizos, y se abalanzó sobre ella. Los dos intentaron alejarla de la serpiente, pero fueron demasiado lentos.

Pansy emitió un breve "oh", y de pronto, todo estaba en calma. Las serpientes ya no les caían encima, las restantes se deslizaban por el suelo sin llegar a tocarlos. Las luces titilaron, aunque permanecieron apagadas otro rato.

—No son reales —anunció la niña, enseñando ante la luz de las varitas el dedo meñique, en el que la serpiente que pretendía atacarla, se enroscó, transformándose en tres bobinas de un anillo oscuro, hecho de relieves.

Tras un momento, se acercaron al centro de la cabina y se agruparon en torno a ella.

—Se parece a los que llevan los Sly mayores, ¿no? —Zabini recorrió a todos con la mirada, en busca del acuerdo que esperaba encontrar; lo recibió en forma de asentimientos y débiles murmullos.

—Flint nos dijo una vez que los usan a partir de segundo año —añadió Harry, frunciendo el ceño—, ¿creen que...?

Antes de que hubiese terminado, Draco se agachó para tomar una de las serpientes, que se deslizó por su mano y se le enrolló en el dedo meñique, del mismo modo en que hizo con la niña. Los demás comenzaron a imitarlo despacio, vacilantes.

—No hacen nada más, ¿cierto? —preguntó Pansy, con los ojos puestos en el anillo.

—¿Alguno se siente mal? ¿Raro? —Nott alternó la mirada entre su mano y el resto de estudiantes—. Avisen si les pasa algo.

—Yo estoy bien —Zabini se encogió de hombros.

—Bien —agregó Crabbe. Goyle asintió.

—Incluso es lindo, si se fijan —Greengrass sonrió de forma débil y se lo presumió a Bulstrode, que le dio un empujón sin fuerza y asintió también.

Las luces del vagón volvieron a encenderse. Parpadearon, hubo quejidos, ojos entrecerrados, manos que se alzaban para cubrirse del resplandor blanco. Se encontraban solos al final del expreso.

—Yo digo que le lancemos un serpensortia a Montague —mencionó Draco en voz baja, haciendo una floritura con la varita para apagar la luz sin decir una palabra, pero no la guardó. Zabini se rio.

—No tengo idea de cómo se hace eso, pero si tú nos enseñas, podríamos hacerlo en su compartimiento, ¿verdad, chicos? —murmullos de aprobación de los niños que lo acompañaban llenaron el compartimiento. Harry se percató del instante justo en que los ojos de su amigo brillaron, esa sonrisa feroz que lo hacía ser más Black que Malfoy formándose en su rostro.

—Tengo mejores ideas para lo que podrían hacer, sobre todo esos dos —apuntó a Crabbe y Goyle con la varita. Zabini volvió a encogerse de hombros.

—Las ideas son bienvenidas, Malfoy.

—No creo que debamos hacerle algo —intervino Pansy, en un susurro, que atrajo la atención del resto hacia ella—. Debe tener una razón, ¿no?

—Sí, que es un idiota, esa es la razón para todo lo que hace.

—Estoy de acuerdo con Parkinson —Nott calló a Zabini—. ¿No se acuerdan de lo que nos han dicho sobre estos anillos? Se ganan, después del segundo año. Meterse a un vagón con serpientes suena tan...sencillo.

—Tan poco Slytherin —añadió Draco, asintiendo. Para su sorpresa, se guardó la varita en la manga y giró la cabeza hacia él—. ¿Tú qué crees, Potter?

Harry boqueó, encogiéndose al convertirse en el foco de las miradas de sus compañeros. Su amigo rodó los ojos, le dio un último apretón a su mano, y lo liberó.

—¿Podría —musitó; nada más decirlo, sintió ganas de golpearse la cabeza contra una pared invisible— ser algún tipo de, ya saben- como un mensaje, una bienvenida?

—Una prueba —Pansy asintió con ganas—, podría estarnos probando, para que entráramos en pánico y saliéramos corriendo.

—Eso suena a Montague —reconoció Draco—, y a Slytherin. ¿No salieron unos chicos corriendo por los vagones el año pasado?

—Sí —Bulstrode chocó las palmas, capturando la atención de los demás—; eran de segundo, gritaban sobre sanguijuelas encima de ellos y un estudiante mayor que los engañó. Una de las chicas iba en mi compartimiento, la escuché.

—Eso lo resuelve, ¿no? Montague es un idiota y les juegan bromas a los de segundo.

—¿Y el anillo se queda con los que fueron molestados? —Greengrass frunció un poco los labios— ¿como una especie de recordatorio?

Aquello parecía que iba para largo. Harry resopló, apoyó la espalda en la pared, y se dedicó a observar el extraño anillo de tres bobinas, mientras sus compañeros intercambiaban teorías y propuestas sobre lo que querían hacerle a Montague a cambio, hasta que Draco caminó al centro del círculo y los calló con un gesto.

—Bien, es suficiente —dictó—. Todos los de segundo fuera de los vagones es sospechoso, incluso para los que sabrán de las bromas de los Sly mayores. Yo digo que salgamos, vayamos a nuestros compartimientos, no mostremos los anillos y hagamos como si nada hasta la noche; dejemos que Montague piense que ni siquiera nos importó, y nos veremos en la Sala Común después del banquete.

—Y le tienes que lanzar un serpensortia —Zabini contenía al risa al hablar—, tenemos que ver a Montague huyendo de una serpiente. No puede haber mejor forma de empezar un año.

—¿No deberíamos planear alguna mentira para los que se den cuenta de los anillos? —tuvo la ligera impresión de que Nott dirigía la mirada hacia ellos tres al decirlo. Recordó que los demás estaban en compartimientos con otros Slytherin o apartados.

Tuvo razón al decirlo. Diez minutos más tarde, cuando comenzaron a desplegarse desde el vagón, en grupos reducidos para no llamar la atención, tenían una mentira planificada, un punto y hora de encuentro entre ellos. Tan pronto como abrieron la puerta del compartimiento, los Weasley saltaron a averiguar para qué los querían los demás Slytherin.

Ginny, que estaba en un asiento junto a la ventana y no habló más de lo necesario el resto del trayecto, fue la que apuntó los anillos que llevaban. El de Harry, específicamente, antes de darse cuenta de que los tres tenían el mismo.

—Es un regalo de Montague, se les da a los Slytherin de segundo —Pansy le mostró una gran sonrisa y les tendió la mano, de un modo que la hacía lucir como si lo presumiese—. Cada uno se lo gana, pero es un secreto, sh.

—No le digan a nadie —Draco se llevó un dedo a los labios. Los gemelos, aunque curiosos, se mostraron encantados de guardar un secreto de otra Casa. Ginny no dijo más, Ron se encogió de hombros cuando se fijó en él.

—A los de segundo en Hufflepuff nos dejan sentarnos en un sillón enorme de gatito —explicó su mejor amigo, sin mucho interés—. Supongo que esa es la versión extraña y retorcida de las serpientes de decirles que son parte de la Casa.

Harry no pudo evitar reírse por lo cierto que era.

—Sí, algo así.

Y tan rápido como el tema salió, quedó relegado al olvido. Hablaron del último partido de Quidditch, de las clases, los profesores de los que Ginny tendría que cuidarse; de algún modo, cuando se dio cuenta de qué pasaba, Pansy se había cambiado de puesto, le trenzaba con listones de colores el cabello a la menor de los Weasley, Draco volvía a estar encerrado entre los gemelos, negociando por un cuento, cerveza de mantequilla, dulces, y unas notas sobre algo que él prefirió no saber qué era, por las expresiones maliciosas de los hermanos y la sonrisa ladeada de su amigo. Si era una travesura y se metían en problemas, lo mejor era que pudiese ser honesto al decir que no tenía idea de qué hicieron.

—¿Sabes? —Ron habló cuando tenía la cabeza metida en la túnica, luchaba por entrar y acomodársela. Sólo estaban ellos y los gemelos, porque sus amigos optaban por cambiarse en los baños, y Pansy había arrastrado a Ginny, diciéndole algo sobre que las niñas no debían arreglarse frente a los muchachos, ni siquiera si eran familia—. Cuando no lo estás escuchando insultarte, hablar de la pureza de sangre, ni que su madre y él podrían nadar en los galeones de su bóveda más pequeña, casi parece un niño normal.

Harry intentó contener su sonrisa. Falló.

—Te agrada Draco, sólo dilo.

—No —Ron arrugó la nariz, como si acabase de olfatear una comida en mal estado. Se jaló el cuello de la desgastada túnica para ajustarla.

—¿Qué tiene? —se encogió de hombros, aún sonriendo—. A mí me agrada mucho.

—Es diferente contigo.

—¿Por qué?

Se dieron la vuelta al mismo tiempo para cerrar los baúles. Harry llamó a Dobby, el elfo que los Malfoy le dejaron a su cuidado, para pedirle que llevase sus cosas al castillo. Cuando le explicó a su mejor amigo al respecto, Ron soltó un bufido de risa.

—De eso hablo, compañero, en serio, date cuenta —levantó una mano, dando inicio a un conteo con los dedos—. Te prestan uno de sus elfos para que estés más cómodo y no cargues tus cosas —uno—. Te deja estar encima de él cada vez que quieres, ¿lo has visto dejándose tocar por alguien, además de ti y Parkinson? Y su madre no cuenta —dos—. ¿Cuándo ha tratado mal a mamá Lily por ser hija de muggles? Con todo lo que habla de ellos, uno pensaría que lo haría, pero ella lo adora, y no creo que sea porque la insulte también. Es obvio que nunca ha oído las cosas que él dice de ellos —tres—. Si no te sacas una T de trol en Pociones y quién sabe qué más, es porque te explica, Harry, te explica, ¿lo has visto explicarle a alguien más? No sé tú, pero cuando yo hago muchas preguntas de una clase, todos me miran como si me fuesen a maldecir; él no lo hace.

—Draco me amenaza con pegarme con libros en la cabeza —mencionó, aturdido por el despliegue de información—, me da codazos, y me dice "animal" cuando hago algo mal muchas veces seguidas.

Ron le dirigió una mirada larga y extraña. Él frunció el ceño.

—¿No son esas cosas las que hacen los amigos?

—¿Nunca has pensado —Ron hizo una breve pausa, en la que vio a los gemelos salir y llamar a Draco en el corredor. Debían estar caminando de regreso, el expreso estaba por llegar a la parada— que es raro?

—¿Te refieres a Draco?

—Sí- no —arrugó el entrecejo—, digo, todo. Todo es raro.

—¿Qué es "todo"?

—Tú entiendes, Harry. Tu papá, su papá, tu mamá, su mamá...

Las voces de sus amigos fueron un murmullo por fuera del compartimiento. Hubo un momento de silencio en el interior de este.

—No entiendo —declaró, cuando descubrió que no podía 'conectar los puntos' de lo que Ron pretendía decirle.

—Tu papá es el Jefe de los Aurores, su papá está en Azkaban. Tu mamá es hija de muggles, la suya es una sangrepura de las familias más viejas y racistas —se encogió de hombros—. Es raro. Es como…ver que una serpiente le tenga aprecio a un pollito.

—Espero que no acabes de decirme 'pollito'.

—Creo que  lo hice.

Los dos se observaron y se echaron a reír. Así fue como los encontraron los demás cuando los llamaron porque el expreso acababa de parar.

—¿Mandaste tus cosas con Dobby? —Draco se detuvo bajo el umbral y desvió la mirada hacia los portaequipaje sobre las sillas, percatándose de que faltaba su parte; asintió. Luego se fijó en Ron, luchando por arrastrar su baúl hasta donde no le estorbase para salir, y los elfos de Hogwarts pudiesen verlo—. Excelente, Weasley, tal vez puedas trabajar de elfo doméstico. Ganarías más que tus dos padres juntos.

Su amigo se giró y le tendió el brazo a Pansy, que se enganchó de él. Comenzaron a caminar hacia la salida, detrás de los gemelos y Ginny. Ron le dedicó una mirada que decía "¿viste?".

—A eso me refería —señaló, tropezándose con el baúl al dejarlo caer y resignándose a dejarle el trabajo a los verdaderos elfos. Harry le mostró una sonrisa culpable.

—No debería decir ese tipo de cosas.

Ron se limitó a emitir un sonido incrédulo. Salieron juntos del tren en medio de una marea de estudiantes, algunos más entusiasmados que otros.

—¡Los de primero por aquí! ¡Los de primero! ¡Los de primero por aquí! —el guardabosque tenía un brazo levantado en forma de llamado, aunque era innecesario porque no había niño ni adolescente que no lo viese a la distancia. Saludó con un cabeceo a Harry cuando le pasó por un lado, luego siguió con su labor de reunir a los más pequeños.

—¿Se conocen? —Ron le susurró. Él se encogió de hombros.

—Algo así.

Los de segundo año formaron una línea por detrás de un Prefecto, que los llevó en una dirección diferente a la que tomaban para subirse a los botes. Los niños murmuraban entre ellos acerca del medio de transporte que usaban, pero Harry no entendió a qué se referían hasta que alcanzó el principio de la columna, donde estaban sus amigos y el resto de los Weasley. Ahí vio los carruajes que se movían solos, alejándose con un grupo reducido de estudiantes que subieron primero.

—...tal vez sea un hechizo —decía uno de los gemelos, incitándolos a ir hacia adelante y subir también.

—...o un monstruo horrible, invisible, que espera para comernos —el otro, no sabía cuál, se ganó un golpe sin fuerza de Ginny, que no dudó en devolver al alzarla y llevársela a uno de los carruajes, entre sacudidas y risas.

Ron siguió a sus hermanos, Harry se quedó atrás al percatarse de que Draco no se movía.

—¿Qué le pasa? —musitó a Pansy, que tiraba de una de las manos del niño para llevarlo hacia los carruajes, con un puchero.

—Creo que no le gustan.

—¿Qué cosa?

—Lo que lleva las carrozas.

Harry frunció el ceño, miró hacia los carruajes que se movían solos, luego a su amigo, que tenía los ojos fijos en estos y la piel más pálida de lo normal.

—Pero nada lleva los carruajes.

Ellos los llevan —Draco se zafó del agarre de la niña y apretó los labios un momento—, ¿por qué no los ves?

Antes de que tuviese tiempo de pensar en una respuesta, el profesor Snape se aproximó. Le puso una mano en el hombro a su ahijado.

—Tú vienes conmigo —no dijo más. Tampoco lo necesitaba.

Draco les dirigió una última mirada, resignada, y siguió a su padrino en la dirección opuesta a los carruajes.

—¿Qué es lo que veía? —Harry siguió con la mirada la ruta tomada por su amigo y el profesor. Se giró cuando se perdieron de vista, a tiempo para notar que Pansy lucía pensativa.

—Unos caballitos, no tienen la culpa de ser feos.

Harry frunció el ceño, pero ni él ni la niña tenían alguna explicación, así que se limitaron a avanzar hacia los carruajes y ocupar el mismo en el que se subieron los Weasley. Después de otro vistazo al exterior, para asegurarse de que no notaba ni rastro de las supuestas criaturas que tiraban de la carroza, les preguntó a los demás si sabían algo de eso; los gemelos le contaron rumores sobre lo que podían ser, Ron y Ginny negaron, los otros dos, unos estudiantes mayores, no se molestaron en darle importancia a lo que hablaban. Tal vez para ellos unos carruajes que se movían solos fuese más normal que unas bestias invisibles.

Se reclinó contra el asiento, apoyó la cabeza en uno de los laterales del carruaje, y resopló. Junto a él, Ron le dio un leve empujón para captar su atención.

—¿Malfoy? —medio sonrió cuando se ganó una expresión confundida como respuesta— ¿estás preocupado? ¿Tiene algo que ver con esas criaturas que dices?

Estaba a punto de decirle que sí, de contarle que Snape fue a buscarlo y se lo llevó hacia otra parte. Pero luego pensó en la forma en que el profesor lo arrastró, en cómo él se dejó apartar sin ninguna protesta.

Sacudió la cabeza. Le preguntaría a Draco en persona.

Ron lo miró un instante más, después se unió a la plática de sus hermanos. Harry se dedicó a observar hacia afuera durante el resto del trayecto.

0—

Pansy estuvo inquieta durante el banquete de bienvenida. Se notaba que lo estaba, lo que sólo lo empeoraba; una bruja sangrepura no actuaba de ese modo tan claro, tan obvio. Tan transparente.

Por otro lado, no tenía más de doce años, Harry no dejaba de mirar hacia los lados igual que ella lo hacía, su mejor amigo no se apareció hasta luego de que la Selección hubiese terminado, por lo que era entendible que no hubiese dejado de mover una pierna por debajo de la mesa en todo el rato. Estaba por ponerse de pie para interceptarlo a mitad de camino, cuando se percató de que Draco hacía una breve pausa cerca de la entrada y veía en otra dirección, a algún punto que no pudo identificar, antes de dirigirse a la mesa de Slytherin.

Le abrieron un espacio para que se sentase en medio de ellos. Apenas había ocupado el puesto, le daba permiso a su conejo de tomar la forma normal, y se estiraba en dirección a un plato, cuando los dos se inclinaron hacia él.

Draco se llevó el tenedor a la boca y masticó despacio, prestándole más atención a su mascota que a ellos. Estaba pálido todavía; incluso con el esfuerzo que hacía por disimularlo —y ella era consciente de que era un gran esfuerzo, porque veía su mandíbula apretada, del modo en que hacía cada vez que intentaba contenerse—, era claro que lo afectó verlos a ellos. Que Snape fuese a su rescate y no lo regresara por tanto tiempo, no hacía más que confirmar sus sospechas.

El profesor nunca interferiría sin ninguna razón, ella estaba segura.

Se acercó un poco más. Draco se puso rígido un instante, luego se relajó. Pansy le sujetó una mano y se puso a juguetear con sus dedos, dejándole la otra para que siguiese comiendo por un rato, hasta que se animó a hablar.

—¿Nos quieres contar? —preguntó, en un susurro. Él la miró de reojo, después a Harry, que en cuanto la escuchó, abandonó su plato para dedicarles su completa atención.

Draco bufó y se zafó de su agarre. Emitió un largo "hm", a la vez que alejaba a Lep de un tazón y lo dejaba sobre su regazo.

—Severus me llevó por Aparición a la entrada de Hogwarts, caminamos y nos quedamos hablando en las mazmorras —hizo un gesto vago, tomándose unos segundos para mascar otro bocado—. Me explicó sobre las cosas que llevan los carruajes y por qué las veo y otros no. Sólo eso.

Pansy decidió presionar un poco más.

—¿Y les tomó tanto tiempo?

Él arqueó una ceja, aunque no vio directo en su dirección. Tenía que saber lo que hacía.

—No —reconoció en voz queda, alejando a su conejo por segunda vez cuando este intentó abalanzarse sobre unas salchichas. Lo reprendió en esa ocasión—, hablamos más, de otras cosas. Incluso estuvimos a punto de cenar allá, pero le recordé que tenía que ir con ustedes a la Sala Común.

—¿Le dijiste por qué? —Harry ahogó un quejido cuando el niño lo codeó.

—Obviamente no, Potter, ¿qué te crees que soy? —esbozó una media, débil, sonrisa—. Le dije que no puedes dormir sin mí cerca, porque las mazmorras te asustan.

Pansy contuvo una sonrisa cuando ese comentario desató una breve y absurda discusión entre sus amigos. Se dieron empujones sin fuerza, Harry le embarró mantequilla en la mejilla, terminó con el conejo estampándose contra su cara, Draco se rio. Por la hora de la comida, lo demás dejó de importar.

Cuando tuvieron que levantarse y dirigirse hacia las mazmorras, en medio de la marea de estudiantes que anhelaba una noche de descanso en sus respectivos dormitorios, caminaba un paso por detrás de ellos, viéndolos chocar los hombros cada pocos metros, intercambiar miradas, susurros. Sólo se frenó en seco por una voz desconocida que murmuraba a sus espaldas.

—...tendrían que saber lo que hacen, y no dejar que se paseen por ahí como si nada...

—...el padre está en Azkaban, ¿qué creen que le espera a él? De tal palo, tal astilla...

Pansy estrechó los ojos y se dio la vuelta, buscando sin éxito a los que hacían esos comentarios.

Imagina que la magia es aire, podía oír la voz de su hermano, en una de esas lecciones que le dio durante las vacaciones, aire que pasa a través de ti. Lo inhalas, lo conviertes, lo sacas. Respiras sin pensar, tampoco necesitas hacerlo para esto; la mejor magia sabe qué hacer para cumplir lo que tú quieres, sin que pienses en el cómo.

Inhaló profundo. Sopló despacio.

Dos personas gritaron en la distancia; reconoció las voces como las que acababa de oír. Se giró para alcanzar a sus amigos, y tuvo que pisotear los bordes inferiores de su propia túnica, que se prendió en fuego por error.

Bueno, la técnica aún tenía fallos. No era nada que no pudiese pulirse.

En el pasillo que dejaban atrás, se cayó una armadura y se rompió un ventanal. Ella no lo escuchó, o se hubiese detenido.

Llegó con el resto a tiempo para oírlos hablar de la nueva contraseña. Avanzaron hacia la Sala Común una vez que el tumulto se redujo lo suficiente para no ser sacudidos por empujones.

—Aquí en treinta —Draco alzó el Apuntador que le colgaba del cuello, para señalarles la hora que era y cuánto tenían antes de la reunión. Ambos asintieron.

Se fueron en direcciones opuestas cuando tuvieron que ir hacia los dormitorios. Pansy atravesó el pasillo que dirigía al de las niñas, se paró frente a una pared de espejo que le devolvía un reflejo más sonriente y malicioso de lo que ella creía lucir.

—Pansy Parkinson —la niña del reflejo se mordió el labio y le guiñó. Justo donde estaba, el cristal se dividió y apartó igual que una puerta, para darle acceso al cuarto.

De acuerdo a lo que había visto en sus visitas al dormitorio de los varones —al menos, al cuarto que sus amigos compartían con Nott—, la forma de entrada era lo único que los diferenciaba. Tres camas, cortinas gruesas, armarios para cada uno, puestos en los que poner los baúles al pie de los colchones, un baño, el enorme ventanal falso, que daba hacia el Lago Negro y teñía la habitación de tonos verdosos y oscuros.

Lo compartía con Millicent Bulstrode y Tracey Davis; en ese momento, la primera estaba sentada en su cama, semicubierta por el dosel a medio recoger, la segunda se ocupaba de supervisar el trabajo de la elfina doméstica que trasladaba su ropa del baúl al armario. Saludó en un murmullo, que recibió respuestas breves y distraídas, se acercó a su propio equipaje para sacar un cambio de pijama, y se metió al baño.

Treinta minutos exactos más tarde, bajaba el último tramo de escalones que llevaban a la Sala Común, acompañada de Millicent y Tracey, para buscar a sus amigos con la mirada. Encontró a Harry y Draco en lados opuestos de un sillón que no era para dos personas, con las piernas flexionadas para caber, sumidos en una plática que sólo era interrumpida por el aleteo de las orejas Lep, al trazar círculos encima de ellos.

Disminuyó la velocidad de sus pasos cuando un ligero ardor recorrió su mano. La sensación se repitió y agitó el brazo; era del lado en que estaba el anillo. Cerca de ella, escuchó los quejidos de sus compañeras.

Miró alrededor. Sólo había estudiantes de segundo año, dispersos en grupos pequeños, en diferentes rincones de la Sala.

Las llamas de la chimenea se apagaron de golpe cuando una corriente eléctrica le pasó por el brazo. Dio un brinco.

Quedaron sumidos en las penumbras, a excepción de leves atisbos de luz a lo lejos, provenientes de las antorchas que iluminaban los caminos hacia los dormitorios. Pansy se apresuró a ir hacia el sillón donde estaban sus amigos, sintió la mano de Draco cerrarse alrededor de su muñeca. Un lumos la ayudó a identificarlos.

—¿Es en serio? —Zabini emitió un sonido frustrado, a la vez que su lumos atraía a los demás a formar un grupo en el centro de la Sala Común. Ellos tres intercambiaron miradas, Pansy y Harry sacaron sus varitas para hacer sus propias luces, y se unieron al círculo de niños.

Un vestigio de movimiento y el sonido de un arrastre de túnicas hicieron girar a más de uno. Varitas en mano, se dieron la espalda, y cerraron una línea en la que todos veían hacia un punto diferente.

¡Petrificus totalus!

¡Protego!

Dos destellos de luz desde direcciones opuestas, una voz familiar, un quejido, seguido del sonido de un peso que caía contra el suelo. Draco dio un paso hacia adelante, rompiendo la formación, y cumplió con lo que había prometido al realizar una rápida floritura en el aire.

¡Serpensortia!

La Sala Común fue vagamente iluminada por unas antorchas cuando la serpiente se arrastraba sobre un cuerpo inmovilizado, tendido en el suelo. Montague.

El muchacho intentaba jadear a través del encantamiento, lo que tenía como resultado unos sonidos ahogados y sacudidas frenéticas de sus ojos, que giraban hacia todas partes. Fue una chica mayor la que consumió en llamas a la serpiente, antes de que se hubiese acercado demasiado a él, y le quitó el hechizo de petrificación.

Ella se giró hacia los niños, la antorcha que sostenía proyectaba una flama verde, que le daba un aire extraño a su apariencia, casi fantasmagórico. Medio sonrió. Pansy se tomó un momento para reconocerla.

—Son un grupo muy interesante.

—Los del año pasado no se defendieron —agregó otra silueta, recortada a la luz tétrica de la antorcha que sostenía. Sólo cuando se acercó lo suficiente y se posicionó junto a la muchacha y Montague, supo que se trataba de Flint, el capitán del equipo de Quidditch—. Te dije que estos serían buenos, mira nada más, tenemos a Potter y Malfoy, Nott, una Greengrass. Si Zabini llama a su madre, o Parkinson hace estallar algo, vamos a salir jodidos de aquí.

—¿Qué es todo esto? —Nott fue el que se adelantó a hablar, en voz baja—. No creo que a Snape le agrade lo que sea que estén intentando.

La chica sonrió más.

—Snape sabe bien lo que estamos haciendo.

A modo de confirmación, Pansy desvió la mirada hacia su mejor amigo. Draco los observaba con una expresión extraña, mas no lo confirmaba ni lo negaba. Se preguntó si eso habría sido uno de los temas de los que conversó con Snape.

La muchacha levantó la mano que no sostenía la antorcha, para mostrarles un anillo en el dedo meñique, que destellaba por una gema blanca y redonda en medio de la silueta de una serpiente. Se dio la vuelta despacio, el sonido de metal contra piedra les indicó que acababa de chocar la pieza contra un segmento de roca de la pared. Un ruido de arrastre precedió al trozo que se dividió del resto y se apartó, para dejar paso hacia unas escaleras que descendían.

—Adelante.

—¿Por qué deberíamos? —fue Draco el que preguntó, la varita todavía fija en Montague, quien acababa de levantarse con la ayuda de Flint.

—Todo se los explicaremos allí, entre Slytherin.

—Ya estamos entre Slytherin.

—Donde los de primero pueden oír —ella hizo un gesto con la antorcha, en dirección a los pasillos que daban a los dormitorios—. Las paredes y cuadros pueden escuchar.

—Sólo hablaremos si bajan —agregó Flint, dándole un manotazo en la parte posterior de la cabeza a su compañero, cuando este pretendió decir algo.

Nott les puso un brazo por delante cuando el grupo de niños aún vacilaba, para que los que dieron un paso al frente, se detuviesen.

—Ustedes primero.

La muchacha volvió a sonreír.

—Niños listos —comentó, girándose para adentrarse en la oscuridad del agujero en la pared.

—Ahora tú —Draco agitó la varita de forma amenazadora a Montague, que bufó y mantuvo las manos a la vista mientras la seguía.

Los niños se miraron entre ellos. Zabini fue el primero en avanzar, acompañado de Greengrass y Goyle. Nott fue detrás de ellos, despacio, dirigiéndole una mirada a Flint al pasarle por un lado; el capitán del equipo de Quidditch permaneció semi-apoyado en la pared, cruzado de brazos.

Uno a uno, desfilaron hacia el hueco, hasta que sólo quedaron ellos tres en la Sala Común. Harry se les adelantó, pero frenó ante el tramo de escaleras y observó al muchacho.

—Lo de las serpientes en el tren no fue divertido.

—Lo sé —Flint asintió—, fue Montague. Se estaba cobrando por lo que le hicieron hace unos años; yo los iba a arrastrar a un aula vacía.

—¿Habrá serpientes abajo?

Flint casi sonrió.

—No, Potter, ¿crees que pondría en riesgo a mi Buscador y a uno de mis mejores Cazadores, cuando no hemos tenido ni el primer partido?

—No lo haría —la respuesta de Draco fue apenas una exhalación—, no se puede ser tan estúpido.

—Qué agradable, Malfoy, gracias por defenderme, eh.

Su mejor amigo tiró de ella cuando caminó hacia la pared, Pansy dio un vistazo al muchacho mayor, y se paró junto a Harry.

—Mi padrino tiene una poción muy interesante, sin color ni olor, que podría colarse en unas bebidas de la mesa de Slytherin, si les pasa algo raro a Pansy o a Potter ahí abajo.

Ella sacudió la cabeza e hizo un esfuerzo por no sonreír. A su lado, Harry chocó uno de sus hombros con uno de Draco, sin fuerza.

Flint se rio y le palmeó la espalda para hacerlos bajar.

—Lo mejor de la amenaza, Malfoy —le escucharon decir, mientras bajaban por los escalones, tenuemente iluminados por la antorcha que llevaba el muchacho—, es que no te hayas incluido a ti mismo.

—Te cortaría la mano antes de que me hagas algo, Flint. Y si no soy yo, seguro que Severus sí.

El capitán se limitó a soltar una risa ronca, que resonó en el túnel de piedra por el que se deslizaban. Al fondo de las escaleras, una sala iluminada los esperaba, los demás niños de segundo se acomodaban en una hilera horizontal, hombro con hombro.

Tuvo que parpadear unos instantes para adaptarse al nuevo ambiente. Era una estructura redonda, a la que le seguía un pasillo ancho que se extendía hasta perderse de vista, de paredes, suelo y techo de roca. Cuadros mágicos colgaban a los lados, pequeñas mesas se alzaban aquí y allá, con piezas de metal de formas extrañas.

—¿Qué es esto? —Daphne fue la primera en reaccionar, girándose sobre sus talones para dar un vistazo al salón por completo.

—Esto es el Salón de la Fama de Slytherin. Y ustedes, oficialmente, son bienvenidos a la Casa de las serpientes —la muchacha que abría la marcha se detuvo y apagó la antorcha con un soplido; no la necesitaban ahí, donde más de estas yacían entre las pinturas de las paredes—. Soy Hellen Rosier, de séptimo, y este año represento a los Valiosos. Flint, Montague y Bole están aquí para ayudarme, y a ustedes.

Bole. Cuatro nombres. Pansy frunció el ceño y miró alrededor.

Desde el corredor al final del salón, apareció un estudiante que también los superaba por un par de años, con las manos en los bolsillos de un jean muggle y el cabello tan desarreglado como si acabase de salir de la cama. Era probable que así fuese.

—Suena muy interesante y todo, qué bien por ti que los representas —comentó Zabini, balanceándose sobre sus pies y dando vistazos en torno a ellos—, pero no estoy entendiendo nada, y no creo que ninguno quiera pasar mucho tiempo aquí abajo con cuatro locos.

—Esto es una tradición desde los tiempos de Salazar Slytherin —Hellen resopló y comenzó a caminar alrededor del grupo, cerca de las paredes, a las que apuntó al pasar. Pansy ahogó un grito y tiró del brazo de Draco, al reconocer a los jóvenes que estaban en una de las pinturas. Su mejor amigo también lo hizo.

—Es padre —se movió deprisa hacia la pintura, donde un niño de cabello rubio y uno con gesto cansado compartían un sillón. Sentada en uno de los reposabrazos, Narcissa Black lucía orgullosa, a pesar de no pasar de los doce años—, y madre, y el tío Stephan.

—Mi madre también está acá —a Zabini le tembló la voz cuando echó a correr hacia un cuadro de una niña morena, presumida y altiva, en un sillón que tenía para ella sola.

—Y mis padres —Nott miraba hacia una pintura de un par de niños que sostenían una escultura de una serpiente, en piedra negra, en medio de ambos, como si se tratase de un trofeo.

—Hey, Sev también está aquí —Draco tocó el marco de una pintura, en la que un joven Severus estaba en un sillón. Se detuvo justo al lado, donde otro niño sonreía apenas; Pansy pensó que así se vería su mejor amigo, de tener el cabello negro y ondulado—. Y Reg.

—Mis tíos igual —Daphne se paró frente a unos niños sentados en extremos opuestos de un sillón, y se llevó una mano a la boca.

—Ellos son los Valiosos —Hellen capturó de nuevo su atención con un chasquido de dedos, luego les hizo una seña para pedirles que se agrupasen. Algunos vacilaron, otros, como Draco y Zabini, se mantuvieron inmóviles junto a las pinturas de sus parientes; ella les dirigió miradas comprensivas a los que lo hicieron—. Cada año, a los de segundo se les asignan tres pruebas, y los que las completen primero o mejor, se ganan una gema para su anillo y un lugar en nuestro Salón de la Fama, la gloria eterna en Slytherin, el respeto de nuestra Casa. Es un juego, una competencia si así quieren verlo, pero también más que eso.

—Todas las Casas de Hogwarts tienen un 'algo' —fue Flint el que retomó la palabra, su voz potente produjo ecos en la sala—; a los Slytherin se nos reconoce por ser ambiciosos. A menudo, la gente olvida que también somos astutos, que podemos ser inteligentes, valientes, leales. Cuando nos juzgan, eso está bien, porque no esperan gran cosa de nosotros y es aún más entretenido hacer algo grande y dejarlos sorprendidos.

—Se prueban los conocimientos y las habilidades, pero como siguen siendo niños, es más una cuestión de creatividad. Los que tienen más inventiva, ganan —Hellen caminó hacia una de las esculturas en exhibición; sólo entonces, Pansy reconoció que se trataba de la figura de un Basilisco alzado, listo para atacar—. A mi año, le tocó el Basilisco. Una de las pruebas consistía en buscar un tesoro en la parte más alta de todo Hogwarts, sin usar una escoba ni la varita; íbamos solos. Hubo cuerdas, y objetos mágicos para saltar, y alguien incluso utilizó una alfombra voladora que pertenecía a su abuelo. Yo le pedí a Dárdano, el Augurey de Ioannidis, que me subiese, y le di una golosina de mi lechuza a cambio; gané.

—A mi año le tocaba la serpiente constrictora africana —Bole se paró detrás de la escultura de un animal que se enroscaba sobre sí mismo y tenía la punta de la cola metida en la boca—. Íbamos en parejas. Una de las pruebas fue conseguir una pluma de Fawkes, el fénix de Dumbledore. Mi compañera se echó a llorar en su despacho y distrajo al director, y yo tomé una que estaba a punto de consumirse en llamas; ganamos. Otros terminaron arañados, atrapados por el director, o con quemaduras menores.

Hellen se movió al frente del grupo de niños, que volvían a estar formados en una línea, atentos a cada palabra que soltaban. Ella les mostró una leve sonrisa, para después pisar una piedra que sobresalía en el centro del salón circular, de la que se elevó un muro alto y delgado, con cuadros que enmarcaban trozos de pergamino antiguo. Tenían números.

—Nuestras cuentas —indicó, señalando la primera, la que estaba más alta—. Treinta y cinco mil cuarenta días, tres horas y once minutos, sin una entrada a Slytherin de alguien que no pertenezca a la Casa, 'intrusos', como dirían antes —apuntó la segunda—. Doscientos noventa y cuatro mil quinientos cincuenta y cuatro días desde la última vez que un estudiante de segundo se negó a participar. Tres mil novecientos dos días desde que no tuvimos un ganador para el Salón de la Fama —añadió junto al tercero—. Se actualizan por sí solos, dicen que el propio Slytherin los creó.

—¿Nos podemos negar? —la vocecita de Tracey cortó el silencio. Montague fue el que asintió.

—Claro, los que no quieran participar, devuelven el anillo y se van, pero no pueden hablar con nadie sobre esto, ni saber de qué van las pruebas de sus compañeros, mucho menos ayudarlos, o habrá consecuencias.

—¿Qué tipo de consecuencias?

—El último que no cumplió, decidió seguir sus estudios en casa —Hellen los deslumbró con una sonrisa que era toda inocencia y la hacía lucir más joven. Se encogió de hombros—. El Salón de la Fama les da un objetivo a los de segundo año, desarrolla su potencial y mantiene la unidad de la Casa por los próximos grados; nada sirve más para confiar en un compañero, que pasar por un montón de cosas extrañas y difíciles con él. Es divertido, es un desafío, así que nadie los va a obligar. Llevar uno de los anillos de serpiente, y aún más estar entre los Valiosos, es motivo de orgullo.

—Pero hay reglas —Bole agregó—. Y la primera es que, quien quiera retirarse del juego, tiene que decirlo ahora, dar su anillo e irse a su cuarto. A partir de mañana, los anillos no se les pueden quitar hasta el final del año escolar. Hellen usará un encantamiento en ellos, que nadie más sabe retirar, y como hoy, se les van a calentar cuando tengamos que reunirnos por los resultados de una prueba o el aviso de la siguiente.

El silencio se formó en el salón. Los niños intercambiaron miradas, hubo murmullos disimulados, e incluso un sonido agudo de frustración.

—Por Merlín, si mi madre ganó en su año, seguro que yo también puedo —espetó Zabini, cruzándose de brazos. Los comentarios que le siguieron a ese permanecían dentro de la misma corriente.

—Mis padres participaron, ¿por qué no lo haría yo?

—Si mis tíos pudieron, yo también.

—Tiene que ser divertido, si hasta Snape lo hizo de joven.

Se percató, al ver a sus amigos, de que Draco y Harry la miraban a ella a su vez. Pansy sonrió y asintió.

—Padre jugó y ganó —les recordó—, y el tío Lucius y la tía Narcissa también.

—Y nosotros vamos a jugar y ganar —Draco elevó el mentón, con esa sonrisa que prometía travesuras. Harry ladeó la cabeza y se pasó una mano por el cabello.

—Yo no tengo familia en Slytherin, pero supongo que sería aburrido que los dos jueguen y yo no —se encogió de hombros.

—Tú sólo te quieres meter en problemas otra vez, Potter.

—¿Y tú no?

Ambos niños se miraron y rieron por lo bajo, dándose débiles empujones.

—¿Se quedan todos? —Hellen recorrió con la mirada al grupo, del que recibía asentimientos, susurros y sonidos de afirmación—. En ese caso, les presento a la serpiente que les toca —girándose, se deslizó entre las pequeñas mesas instaladas en el salón, y se posicionó detrás de una escultura larguirucha de tres cabezas. Posó una mano encima de la del medio—. Runespoor. La bestia africana de tres cabezas; una es calculadora, una es soñadora, la otra es agresiva y venenosa. Queremos que se junten en grupos de tres para las pruebas, y juren frente a Bole y a mí, que ni una palabra de esto saldrá de aquí, no lo hablarán con nadie más que los que estamos presentes, y si los llegan a descubrir, asumirán su castigo, serán descalificados y no mencionarán nada de lo que vieron ni oyeron esta noche.

Pansy se enganchó a un brazo de Draco y uno de Harry, los escuchó emitir quejidos falsos y reír, respectivamente. Los demás grupos se formaron casi tan rápido como el suyo. Hellen los hizo acomodarse en una columna, para jurar, varita en mano, que mantendrían en secreto el juego de los Slytherin; en cada uno, utilizó un encantamiento largo y complicado en los anillos, que los hicieron sentir que la pieza se apretaba un poco más alrededor de sus meñiques, sin llegar a ser una presión incómoda ni dolorosa.

—Cada equipo necesitará un líder —anunció Bole después— y un Guardián. Elijan como líder al que crean que puede llevarlos a la victoria, y para la elección de Guardián, nos tienen a nosotros cuatro. Los Guardianes nos encargamos de protegerlos, y al secreto del juego, frente a los maestros, en la medida de lo posible, les explicamos las reglas en cada prueba, y les decimos qué no pueden hacer. No les vamos a dar respuestas claras ni soluciones, ténganlo en mente, pero si llegan a estar en un apuro, somos nosotros quienes los vamos a sacar de ahí, así que necesitarán tener plena confianza en el que elijan.

—Eso suena a que nadie va a querer a Montague, después de lo que nos hizo en el tren —Zabini se burló, algunos susurros de acuerdo lo siguieron. El aludido bufó.

—Yo sí —Nott levantó un poco una mano. Detrás de él, dos niñas formaban parte de su grupo; una era Millicent, la otra pertenecía al segundo dormitorio, por lo que Pansy no la conocía bien—, Montague al menos es alguien familiar para nosotros. Y algo sabrá hacer.

Los niños se rieron, mientras que Montague mascullaba sobre posibles accidentes que tendrían si seguían haciendo eso.

—¿Quién va a ser nuestro líder? —Harry alternó la mirada entre ella y Draco, deteniéndose por un segundo más en él. Pansy le dio un suave jalón a su mejor amigo para que diese un paso por delante de ellos.

—Draco.

—¿Qué más? Haré ese sacrificio de ser el líder —Draco se aclaró la garganta y se enderezó aún más de lo usual; ambos hicieron un esfuerzo por no reírse de su expresión de autosuficiencia.

—¿Y nuestro Guardián?

El grupo de Daphne, Tracey y otra niña del segundo dormitorio acababa de adelantarse para pedir a Bole. Hubo risitas y chillidos mal disimulados cuando él aceptó y les mostró una media sonrisa. Pansy se abstuvo de rodar los ojos; en cambio, se inclinó sobre uno de los hombros de su mejor amigo, para susurrarle al oído.

—Hellen tiene una piedra en el anillo, Flint no. Conociéndolo, no ganó, y está ayudando porque es de los mayores y coopera bastante con la Casa.

Draco asintió despacio, de forma apenas perceptible.

—Queremos a Hellen.

—¡La íbamos a pedir nosotros! —Zabini, que iba con Crabbe y Goyle, se cruzó de brazos, aunque tenía una sonrisa ligera—. Supongo que nos quedaremos con Flint, ya qué. Eso lo hará más espectacular cuando ganemos.

Flint comenzó a reprenderlos y amenazarlos con abandonarlos si no le tenían respeto como Guardián, a la vez que Hellen caminaba hacia ellos en un revoloteo de su camisón blanco. Se paró y los observó uno a uno, ensanchando su sonrisa.

De nuevo. Hellen Rosier —tendió una de sus manos. Harry reaccionó primero al estrecharla. Draco, cuando le llegó el turno, se inclinó para besarle el dorso. La muchacha asintió, como si acabase de confirmar algo, y le dedicó una nueva sonrisa a Pansy—. Eh, tengo una chica, eso es bueno. El año pasado me tocó un grupo de varones, y no había forma de pararlos de hacer locuras. ¿Serás mi voz de la razón con estos dos, bonita?

Ella no dudó en asentir con ganas y le estrechó la mano.

—Me dijeron que son Malfoy, Potter. Potter, ¿cierto? —repitió, relajando sus facciones cuando Harry asintió—. No es un apellido común aquí. Y Parkinson, ¿verdad? —ella también movió la cabeza, a modo de afirmación—. ¿Quién es el líder?

—Draco —ambos contestaron al unísono, y a su vez, Draco susurró un "yo". Hellen arqueó las cejas por un instante.

—Malfoy. ¿Sabes que tu madre fue la líder de su grupo? Los cuadros lo dicen en una de las esquinas. Si eres tan listo como ella, ustedes tres y yo nos lleváremos bien, ¿de acuerdo? —se agachó un poco, lo suficiente para quedar a la misma altura de ellos—. Ya hablaremos otro día sobre las funciones del líder y los guardianes. Hoy, quiero que suban, vayan a descansar y estén listos para el primer día de clases; recuerden que no se lo pueden contar a nadie. Les prometo que lo haremos maravilloso, ¿bien?

Los tres dieron respuestas positivas. Ella se irguió, dio el aviso de que el tiempo se les había terminado, y recogió su antorcha, para encenderla con un encantamiento, y abrir la marcha de vuelta a la Sala Común.

—Si esto es tradición y es un juego, ¿por qué no sólo decirnos y avisarnos, en lugar de hacer todo lo del tren e intentar asustarnos? —la voz de Zabini resonaba entre las paredes de piedra, a medida que ascendían por los escalones. Ellos iban justo detrás de Hellen, los otros los seguían.

—Montague, ya les dije —replicó Flint—. Se supone que no lo haría después del problema en que nos metió el año pasado. Pero también es una buena forma de probarlos, ¿no? ¿Quién fue el que agarró a la serpiente primero?

—Pansy —fue Draco el que le respondió, ella lo abrazó al percibir el deje de orgullo con que lo dijo. Él rodó los ojos, pero la dejó caminar pegada a su costado.

Alcanzaron la Sala Común, los Guardianes les dieron un momento más para hacerles alguna pregunta, mientras Hellen se ocupaba de cerrar el pasaje secreto. Ellos tres se despidieron y caminaron sin prisas hacia el pasillo que dividía los dormitorios.

Pansy frenó justo donde tenían que ir por direcciones opuestas, y apoyó la barbilla en el hombro de su mejor amigo. Harry, a unos pasos de distancia, se detuvo y los miró de reojo.

—¿Necesitas hablarlo? —murmuró, sin mover los labios más de lo necesario. Percibió la tensión, y posterior pérdida de esta, cuando Draco contuvo un suspiro. Luego negó—. ¿Ni siquiera lo de los carruajes?

Él volvió a negar. Pansy apretó los labios un momento, y se armó de valor para decir, aún más bajo:

—¿Y sobre Francia?

Cuando su mejor amigo se puso rígido, supo que acababa de dar en el clavo. Pero él siempre sería él, así que no se sintió sorprendida cuando se zafó de su agarre con sutileza y dio un paso lejos.

—Sólo fue un viaje, Pans. En serio —vio hacia otro lado, donde Harry lo esperaba, supuso—. Vacaciones, algo divertido. No pasó mucho más de lo que ya les dije en mis cartas.

—Draco...

—En serio, Pansy —insistió, girándose hacia ella. Sus ojos eran dos rendijas desafiantes, la niña sabía que no irían a ningún lado ni llegarían a nada, no esa vez—. Tengo derecho a divertirme un poco, ¿no?

Ella soltó un bufido de risa.

—Claro que sí. Buenas noches —se acercó para depositar un beso en su mejilla, y se despidió de Harry con un gesto, que él le devolvió.

Se quedó allí por un rato, en la intersección entre los dormitorios. Observó a sus amigos dirigirse a su cuarto, Draco sonriendo a algo que Harry le decía, la plática que sólo se escuchaba como un murmullo distante. Aun cuando desaparecieron de su vista, tenía la misma sensación de que se perdía de un detalle, que experimentó cuando su mejor amigo le había anunciado que se iría por un mes al extranjero.

Tal vez podría llamarle presentimiento. Tal vez no.

Decidió que sería buena idea escribirle una carta a su hermano antes de irse a dormir, y tarareó al ir hacia su propio dormitorio.

 

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