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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo diecinueve: De cuando los Sly siguen estando algo locos (pero resulta que son buenos amigos)

Harry estaba ahí la primera vez que sucedió.

No había pasado más de dos días desde el inicio del curso. Era una de esas mañanas tranquilas en las que podían desayunar en el Gran Comedor; pocos estudiantes estaban levantados a esa hora, no tenían clases hasta el segundo período y podían tomárselo con calma. Pansy tarareaba mientras probaba las diferentes mermeladas en bocados pequeños de una tostada, Draco regañaba por segunda vez en los últimos cinco minutos a Lep, que intentaba subirse a la mesa con las patas delanteras.

No la vieron de inmediato. Una lechuza pequeña, marrón y de motas más claras en el pecho, revoloteó hacia su mesa y estuvo a punto de estrellarse contra el plato de huevos revueltos de su amigo.

El niño-que-brillaba rodó los ojos, masculló acerca de animales poco entrenados, dueños irresponsables y correo sin razón, se sacó una golosina de un saco miniatura que guardaba en la túnica y se la tendió, a la vez que desataba el trozo de pergamino que le colgaba de una pata. Dejó que el ave se marchara por las aberturas del comedor, antes de desenrollarlo y darle un vistazo.

Que se quedase quieto de pronto fue, para Harry que estaba sentado a su lado, la pista de que algo ocurría. Cuando abandonó la tostada a medio comer en el plato, este decidió que no eran imaginaciones suyas, pero Draco volvió a enrollarlo, se lo metió en la túnica, y reanudó su desayuno sin decirle una palabra a ninguno de los dos.

Frente a ellos, Pansy le dirigió una mirada inquisitiva, a la que sólo pudo responder encogiéndose de hombros y boqueando.

"¿Viste?" dijo con el movimiento de labios, sin emitir sonido alguno. Harry frunció el ceño al negar. ¡Él no leía el correo de otras personas!

La niña debió comprenderlo porque se acomodó en el asiento y utilizó un tono suave cuando se dirigió a Draco.

—¿Esa no es una lechuza de Hogwarts?

Él la observó de reojo, la máscara Malfoy de indiferencia puesta en su lugar. Le dedicó su atención al conejo, entregándole un trozo de fruta y apartando las orejas de sí mismo, para que no le llenase la ropa de pelaje. No volvió a mirarla cuando respondió.

—Supongo que sí.

—¿Supones?

—Sí, Pansy, supongo.

Ella volvió a ver hacia Harry, como si pensase que él lograría darle una respuesta que no encontraría de otro modo. De nuevo, sólo pudo encogerse de hombros.

—¿Fue una carta equivocada? —probó. Draco giró la cabeza, apenas lo suficiente para que pudiese verlo de perfil.

—Sí.

Aguardó un momento más; al no tener ninguna réplica de ellos, se limitó a terminar su comida y mantener a su conejo lejos de la de los demás. Pansy, desde el otro asiento, gesticuló en dirección a ambos, con una pregunta silenciosa en los ojos. Harry observó a su amigo, luego a ella, y se encogió de hombros, por tercera vez.

Por aquel entonces, creía que si algo le llegaba a ocurrir a Draco, se los contaría. Pero no lo hizo, y al menos por ese día, no insistieron más al respecto.

En la tarde, cuando les tocaba una práctica de Quidditch y Pansy estaba en la sección avanzada de la biblioteca, buscando libros de Encantamientos que pudiesen ayudarla, se desviaron del camino al campo. Harry se detuvo al final del tramo de escaleras que daba hacia la Lechucería, cuando el otro niño empezó a subir. Sólo cuando estaba por perderse de vista, lo miró por encima del hombro.

—Dame un momento, Potter.

Él asintió despacio, sin pensarlo, y lo observó desaparecer en la parte alta de la torre. Justo como dijo, no le tomó mucho, quizás ni siquiera un minuto. Al bajar, lucía más que dispuesto a arrastrarlo a la práctica.

Ya que no le contó, él no preguntó.

0—

Harry lo vio cerrar las cortinas del dosel de su cama, dejándolos a ambos apartados de los atisbos de luz verdosa de las mazmorras y cualquier mirada de Nott, si es que se molestaba en sacar la cabeza de su propio espacio y apartaba los ojos de sus libros un segundo, lo que era poco probable. Draco se reacomodó sobre el colchón, con las piernas cruzadas, y apartó los pergaminos en los que él estaba escribiendo una carta para su madre, contándole los sucesos de esos primeros tres días de clases.

Un rato atrás, su amigo se había instalado frente a él, pero dado que llevaban a cabo anotaciones en papel y medidas, ocuparon extremos opuestos de la cama y no intervinieron en el trabajo del contrario. En algún punto, debió tomar una decisión, o de otro modo, no habría captado su atención de forma tan clara.

—¿Qué pasa?

—Creo que ya sé cómo hicieron los Merodeadores para que el Mapa se borrase y volviese a dibujar —soltó de sopetón, dando un breve vistazo a sus papeles. Apretó los labios un instante—. Y tengo una idea de cómo se puede mejorar, pero tendríamos que preparar un borrador para probarlo.

Harry parpadeó. Le llevó unos segundos darse cuenta de a qué se refería y comprender sus palabras.

Mejorar.

Contuvo una sonrisa, guardó la primera cuartilla de su correspondencia en el sobre que ocuparía después, y se inclinó hacia adelante para estar más cerca de los pergaminos de trazos del castillo, acotaciones de caligrafía precisa y otra idéntica, pero más descuidada por la rapidez con que escribía, montones de sumas en las orillas del papel.

—Tengo la teoría de que se puede hacer con una combinación de hechizos de reconocimiento y magia conjunta, diciéndole a quién no mostrarse específicamente, o qué revelarle a ciertaspersonas —habló más acelerado de lo usual, pasando las páginas y poniéndolas en una pila que, a sus ojos, carecía de sentido; su amigo observaba el papel como si tuviese cada secreto del universo—. No pudieron haberle dicho sólo a quiénes mostrarse, porque no podrías usarlo, y si lo hubiesen adaptado sólo a sus familias, yo nunca lo hubiese abierto. Esta magia nos tomaría muchísimo tiempo, porque tenemos que investigar, reinterpretar, probar, y no es seguro que salga bien, pero sé que Severus tiene pociones con las que humedece los manuscritos de sus recetas para que no se dañen, y tintas especiales para desvanecer la letra, darles colores, cambiarla si alguien más las ve; estoy seguro de que puedo averiguar cómo se hacen. Incluso podría conseguir algunos de los ingredientes, pero te aviso que no deben ser pociones simples…

Draco alzó la mirada hacia él cuando transcurrió un momento y no hubo respuesta de su parte. Harry no sabía qué clase de expresión tenía, sólo que debía ser una muy cómica, por la manera en que él lo observó como si hubiese enloquecido.

—¿Qué? —le espetó. Si no hubiesen estado sólo iluminados por el lumos de sus varitas, que yacían en el borde del colchón, habría creído que el tono oscuro que notó en sus mejillas  era un rubor. Él esbozó una enorme sonrisa.

—Eres un genio, Draco.

El niño se quedó inmóvil, tal vez incluso retuvo la respiración por un breve instante. Luego se enderezó y completó la pila de papeles, de modo que todo lo que le pertenecía estuvo recogido pronto.

—Pensaré que eso es que te gustó la idea y tendré que pasar muchas horas con mi padrino estos días, para conseguir los ingredientes y las instrucciones…

Harry asintió. Al percatarse de que desviaba la mirada hacia unas notas en el pergamino, se echó más hacia adelante y se forzó a quedar dentro de su campo de visión.

También significa que eres increíble por hacer todo esto.

Draco parpadeó. La forma en que boqueó, tomado desprevenido por completo, y la máscara de indiferencia marca Malfoy se derrumbó, lo inundó con una emoción cálida que le dio ganas de reír.

Él tomó una almohada y le pegó en la cabeza con esta, cuando lo escuchó. Harry ahogó un grito. Cayó de lado sobre el colchón, interponiendo los brazos entre su rostro y la nueva arma de Draco.

—Merlín, Potter, no te mataría tomarte algo en serio por una vez —mascullaba, entre golpes sin fuerza que le daba. Harry se retorcía e intentaba dejar de reírse—. Se supone que estoy haciendo esto por los dos, no seas animal, idiota...

—¡No estoy diciendo nada malo! —chilló, arrebatándole la almohada y arrojándola tan lejos como podía, sin sacarla del colchón.

Draco estaba sobre él, con la respiración errática, el rostro teñido de un color rojo que lo oscurecía más a la tenue luz que tenían, una mirada que pretendía ser recriminadora. Y lo único en lo que pudo pensar era en lo afortunado que se sentía.

—Porque se supone que es algo de los dos —siguió al no notar una interrupción inmediata, despacio, bajo, del modo en que sabía que Pansy hacía cuando quería tranquilizar a su amigo—, y yo sólo he ido contigo a explorar el castillo y te he escuchado tener un millón de ideas sobre lo que podríamos hacer para cambiarlo. Tú has acomodado los dibujos, has puesto pasadizos nuevos, quitado los que no sirven. Te pusiste a leer sobre eso en vacaciones; Draco, por Merlín, ¿también lo investigabas mientras estabas en Francia?

Le llevó un momento asentir de forma escueta. Harry sintió que su sonrisa crecía al sacudir la cabeza.

—Allí fue donde se me ocurrió lo de las pociones —aclaró, en un murmullo.

—De eso hablo —bufó—. Prácticamente lo has hecho todo- todo lo que es complicado. Es increíble. Eres increíble —se corrigió a sí mismo, seguro de que no captaría a lo que se refería, basándose en la manera tan extrañada en que lo miraba.

—El mapa es tuyo —le recordó después de unos segundos, en voz aún más baja.

—Tú lo has usado más que yo.

—No habría sabido usarlo, si no me hubieses contado de las claves.

Harry arqueó las cejas.

—¿Me estás dando crédito?

Draco parpadeó, de nuevo. Luego abrió mucho los ojos, como si acabase de caer en cuenta de lo que hacía, y resopló al erguirse, de brazos cruzados.

—No te lo mereces. Es obvio que todo esto se debe a mí, y cuando quede mejor de lo que es, también será por ; a tu pequeña cabeza nunca se le habría ocurrido cambiarlo —elevó la barbilla, en un gesto prepotente que tendría que haberlo molestado, pero lo había visto tantas veces que se limitó a rodar los ojos—. Estoy seguro de que ni siquiera te habrías molestado en averiguar qué hechizos lo hacían ser así.

—No, creo que no lo habría hecho —reconoció él, seguido de un lento asentimiento.

Las siguientes palabras, por la expresión contrariada de Draco, debieron costarle un poco más. Se aclaró la garganta antes de hablar.

—Pero —pronunció despacio, medido—, probablemente, sea una de esas cosas que no habría hecho si no hubiese sido por ti.

Fue el turno de Harry de parpadear. Presionó la almohada, en posición vertical, sobre el colchón, y se abrazó a esta, apoyando la barbilla en uno de los extremos.

—¿Cómo es eso?

Su amigo emitió un leve sonido de frustración y reacomodó la pila de papeles, en tres montones en esa ocasión; él no podía encontrar la diferencia, ni tenía idea de qué método de clasificación usaba, si es que tenía uno.

—Nunca le diría a Pansy que salga conmigo a explorar el castillo de noche —mencionó, en un tono que indicaba que era una cuestión de lógica para él. Harry no entendía qué tendría de malo que lo hubiese hecho, pero se abstuvo de decirlo—, no me metería en problemas como los del año pasado, ni pasaría tanto tiempo leyendo sobre estas cosas. Y creo que tampoco tendría a alguien con quien hablar en Slytherin —apretó los labios después de comentarlo, apartando la mirada.

—Tendrías a Pansy.

Él lo observó por un instante. Negó.

—Severus me explicó que los dormitorios de las mazmorras se adaptan al número de estudiantes; los cuartos más grandes son para cinco, y los usan los años que no tienen más estudiantes. Somos seis varones en segundo. Si tú- —una breve pausa, en la que tomó una inhalación, que no habría sido perceptible si no se hubiesen quedado en un sepulcral silencio cuando se calló—, si- si no hubieses venido a Slytherin, tendríamos un cuarto para todos. Zabini no es de confianza, aunque me podría llegar a agradar, y Crabbe y Goyle son brutos y se les nota desde lejos, deben ser peor de cerca, y a Nott, bueno, no podría acercarme demasiado a Nott, incluso ahora, porque su familia y la mía están a niveles y en situaciones muy diferentes en este momento, y él tiene que saber que lo mejor es que no nos vean juntos y- —se detuvo. Otra inhalación—, y  que no tendría nadie con quien hablar.

Entonces Harry comprendió, de golpe, que el problema no era alguien con quien hablar.

—¿En serio crees que no habrías hecho un amigo aquí? —no pudo evitar el deje de incredulidad y el bufido que acompañaron sus palabras—. Todavía tendrías a Pansy —insistió también. Draco rodó los ojos.

—Pansy es una niña, y más que eso, es Pansy.

—Pensé que confiabas en ella.

—Confío en ella —asintió sin el menor rastro de duda. Harry se sintió desorientado—. No es lo mismo, Potter, no seas tonto.

—Creo que no estoy entendiendo algo.

—Qué sorpresa.

Draco se echó hacia un lado para esquivar el manotazo que pretendía atinarle. Volvió a enderezarse y repasó uno de los bordes de un pergamino con el índice, aunque sus ojos estaban puestos en él.

—Pansy me adora, por si no lo has notado.

Él frunció el ceño y se mordió el labio inferior un instante.

—Lo dices como si fuese algo malo.

—Lo es —ladeó la cabeza y apartó la mirada un momento, luego se centró de nuevo en él—, casi siempre.

—Es tu mejor amiga y te quiere, ¿cómo puede ser malo? —Harry parpadeó cuando lo vio negar repetidas veces, despacio—. ¿Qué?

Adorar y querer no es lo mismo, Potter.

—¿Cuál es la diferencia?

Draco emitió un largo "hm" y jugueteó con la bata que tenía encima del pijama, tironeando de un extremo de la cinta con que la cerraba.

—Míralo así: Sirius te adora —aguardó su asentimiento para continuar—, pero la tía Lily te quiere. ¿Cuál es la diferencia? —utilizó sus palabras exactas y arqueó una ceja.

Él se tomó un instante para pensarlo. Su madre podía ser demasiado cariñosa, o exagerada, se irritaba con facilidad. Sirius estaba loco y le gustaban las bromas.

—Sirius nunca me ha regañado —musitó, con la vaga sensación de que acababa de tener una revelación—, ni siquiera cuando le dimos una serpiente de tres cabezas. Le pareció divertido que lo hiciéramos, en realidad. Mamá sí lo hace, y se molesta, y a veces llora cuando se preocupa demasiado por mí o por...

Por papá.

Se abstuvo de añadirlo. Draco debió captarlo, de todos modos, y asintió.

—¿Ya lo entiendes?

Harry dejó la almohada a un lado y flexionó las piernas, para pegarlas a su pecho y rodearlas con los brazos.

—Supongo que sí —se encogió un poco de hombros—. ¿Qué crees que habrías hecho entonces, si yo no estuviese aquí?

—Molestaría a los de Gryffindor —Draco arrugó la nariz—, tal vez también a los de Hufflepuff. Me moriría de aburrimiento.

Su amigo bufó cuando se percató de que volvía a sonreír.

—No me gusta que molestes a los demás.

—Lo sé.

—Así que es muy bueno que yo esté aquí.

No recibió una respuesta. Draco tomó uno de los pergaminos de la pila del medio y se lo tendió, aclarándose la garganta por segunda vez.

—Aún no puedo mantener las transformaciones del borrador, pero ya sé que se pueden deshacer rápido si lo necesitamos de...

—Podrías haber dicho que  es bueno que esté aquí y no ignorarme —estiró la pierna para darle una patada sin fuerza y volvió a acomodarse. Draco le regresó el gesto y dobló las suyas.

—Nunca pedí un amigo, fuiste tú el que llegó con su cabezota despeinada y se escondió detrás de unas macetas, pensando que no lo veríamos. Deberías ser el que diga lo maravilloso que es tenerme cerca.

—Es maravilloso tenerte cerca —recitó, en el tono más solemne que podía permitirse cuando aguantaba la risa.

Draco se quedó callado unos segundos y revolvió los papeles, sin dirigirle otra mirada.

—…te decía que me falta práctica con la transfiguración —prosiguió. Harry comenzó a reírse—. Cállate, Potter —le arrebató la almohada para darle con ella de nuevo en la cabeza. Rodó por la cama, cogió la otra y se lo devolvió.

De alguna manera, terminaron dando vueltas en un enredo de cobijas y extremidades sobre la cama, dándose almohadazos, hasta que Harry rodó fuera del colchón, su grito ahogado y el ruido sordo de la caída haciendo eco en el cuarto. En la cama más alejada, Nott asomó la cabeza desde un lado de las cortinas.

—¿Se están peleando? —preguntó, con voz calmada.

Harry, medio sentado, medio agachado en el piso, con una mano en su adolorida espalda, y Draco, de rodillas sobre el colchón, en el centro de un desastre de papeles, negaron al mismo tiempo. Nott arqueó las cejas, les dio un último vistazo, luego volvió a meterse dentro de su dosel.

Un momento después de que hubiese desaparecido entre los pliegues de la tela, los niños intercambiaron una mirada y se echaron a reír. Draco masculló acerca de lo malos compañeros de cuarto que debían ser, mientras estiraba las manos hacia él y lo ayudaba a subir a la cama; después fue Harry el que tuvo que reorganizar los pergaminos como su amigo dictaba, entre débiles protestas y uno que otro almohadazo.

Una vez que lo tuvieron más o menos decente, se recostaron en lados opuestos de la cama, y escuchó al niño-que-brillaba hablar acerca de lo que pensaba que podían hacer con el mapa y cómo conseguirlo.

0—

Cuando tomaron la decisión de que Draco tendría que averiguar sobre las recetas para las tintas especiales, les llevó una semana tener una menor idea de con qué ingredientes tendrían que contar, otra más para contactar a Sirius a través de los fragmentos de espejo y preguntarle si podía conseguírselos.

Estaban a mitad de septiembre cuando los anillos de serpiente ardieron en contacto con su piel. Draco y él ocupaban uno de los sillones frente a la chimenea. El niño le acariciaba la cabeza a Lep, que estaba sobre su regazo, de forma distraída, y acababa de meter a su túnica un trozo de pergamino que una lechuza —la misma marrón de las últimas ocasiones— le había dado durante la cena. Pansy estaba sobre un sillón más pequeño, frente a una mesa que tenía abarrotada de libros. Los tres levantaron las cabezas al sentir la quemazón.

La Sala Común de Slytherin se encontraba casi vacía a esa hora, a excepción de ellos tres, y un grupo de quinto que caminaba en dirección a los dormitorios.

—¿Qué hacemos? —Harry se inclinó hacia ellos, con un pequeño puchero.

—No nos dijeron a dónde teníamos que ir cuando pasará, sólo que habría reunión —aclaró Draco, desviando la mirada hacia los pasillos que daban a los cuartos. Por ahí, dos de las niñas de su año, y el grupo completo de Zabini, estaban bajando.

Sus compañeros recorrieron la sala con un vistazo, se fijaron en ellos, y se dispersaron para colocarse en diferentes muebles, alejados entre sí. Un momento más tarde, Nott entró desde los pasillos de las mazmorras, acompañado de la niña Greengrass y uno de los Guardianes, Bole.

Los anillos quemaron por segunda vez, hubo algunos quejidos y sacudidas de manos disimuladas, en intentos de calmar la sensación vaga de ardor, más fastidiosa que dolorosa. Los de quinto se perdieron por el corredor.

Flint llegó desde uno de los pasillos que daba a los dormitorios, silbó, del modo en que lo hacía para llamar la atención de su equipo de Quidditch, y caminó hacia la pared por la que se accedía al pasaje. Hizo un gesto vago, a la nada, luego se detuvo frente a esta.

Cuando un sonido de arrastre precedió a la abertura que se abrió, revelando a Hellen, los niños en la sala se pusieron de pie. La muchacha les sonrió desde lo alto del tramo de escaleras que llevaba abajo; tenía la antorcha verde en una de las manos, y aún vestía la túnica del uniforme, a pesar de que era tarde.

—Por aquí —indicó, dándose la vuelta para guiarlos hacia abajo. El grupo de Zabini fueron los primeros en seguirla, después Flint, los demás niños fueron detrás. La columna finalizaba con Bole.

Alcanzaron el Salón de la Fama entre murmullos. Montague ya estaba allí, con una canasta de mimbre a un lado, las manos metidas en los bolsillos de la túnica.

El grupo de niños se volvió a separar, agrupándose de acuerdo a los equipos escogidos, y vieron a los mayores formar un círculo en el que intercambiaron susurros. Hellen asintió a algo que le dijeron, y se giró hacia ellos.

—La primera prueba se puede cumplir en el plazo desde el día de hoy hasta el primero de noviembre —comenzó a decir ella, agachándose para recoger el cesto—. Y se trata de fantasmas.

—¿Fantasmas?

—¿Qué se supone que vamos a hacer con ellos?

—No esperarán que traigamos uno, ¿verdad?

Las voces se mezclaron, hasta que fue imposible distinguir de quién era el comentario que escuchaban. Flint tuvo que volver a silbar, esa vez con un ruido agudo que los hizo encogerse, para provocar el silencio en el salón.

—Escuchen antes de hablar —dictó. Al ver que nadie la volvía a interrumpir, sacó un frasco de la canasta y se los mostró—. Quiero que sus líderes de equipo vengan aquí y tomen esto, y lo cuiden, porque son los únicos que tenemos y no pueden hacer la prueba si los pierden o rompen.

Draco se adelantó para ir a recogerlo, junto a Zabini, Nott y Greengrass. Hellen les habló en voz baja y los dejó regresar con sus equipos.

—¿Qué es, qué es? —Pansy se acercó para descubrir de qué se trataba la prueba, pero el frasco que su amigo sostenía, era similar a uno de los viales que utilizaban en las clases de Pociones, con un corcho para mantenerlo sellado. Estaba vacío.

—No tiene nada —observó Harry, frunciendo el ceño.

—¿Para qué son? —Nott alzó la voz para hacerse oír por encima de las débiles pláticas de los demás.

—Queremos que nos traigan plasma.

—¿Plasma? —fue Greengrass la que miró al resto, en busca de alguna respuesta.

Pansy, junto a ellos, dio un pequeño brinco y ahogó un grito.

—Quieren que cacemos fantasmas —soltó, llevándose ambas manos a la boca y mirando a los Guardianes con ojos enormes y asustadizos.

—No cazarlos —Bole replicó, en tono suave—, eso nos metería en problemas a todos. Queremos un poco del plasma que compone los cuerpos espectrales de los fantasmas, sólo una muestra.

—¿Cómo se recoge eso? —preguntó Draco.

—Esa es una buena pregunta —Montague esbozó una sonrisa burlona, a la vez que daba un paso hacia adelante—. Los frascos están encantados por un primo mío para contener el plasma en particular, y el corcho absorbe cualquier tipo de magia que quieran utilizar para ayudarse. No son irrompibles, pero resisten bastante.

—Dependiendo del fantasma, el plasma se puede conseguir de formas distintas. Por eso tienen más de un mes para averiguar cómo hacerlo.

—Pero eso no es todo —Bole los sorprendió, arrebatándole algunos quejidos a varios de ellos, que pensaban que ya era suficiente con tener que buscar una parte de un fantasma—, porque esta prueba tiene tres reglas importantes que a Hellen se le están olvidando.

La muchacha soltó una risa culpable y se encogió de hombros, a la vez que daba un paso al frente y retomaba la palabra.

—Primera regla: aunque pueden conseguirlo de cualquier fantasma de Hogwarts, ellos no deben saber que lo hicieron —elevó el índice, continuó con el dedo medio—. Segunda regla: pueden buscarlo en un sitio donde estén solos o sean ustedes y los fantasmas, está prohibido que algún otro vivo los vea mientras lo hacen, en especial estudiantes de otras Casas y profesores —levantó el anular también—. Tercera regla: juego justo.

—No queremos trampas, ni jugarretas, ni peleas entre los equipos —añadió Bole—. Esto no es Quidditch, y los Slytherin no van contra otros Slytherin. Pueden ayudarse, hablar de la prueba, investigar juntos, pero no usar el mismo método para conseguir el plasma; tienen que avisarnos cómo planean obtenerlo, y es muy probable que estemos cerca cuando lo hagan, para asegurarnos de que no se pongan en peligro.

—Sí saben que no nos dijeron nada sobre cómo conseguirlo, ¿verdad? —Zabini se cruzó de brazos, con el entrecejo fruncido.

—Les toca leer mucho —Montague se rio, sin ganas—. Y una cosa más: recuerden que los Guardianes les dirán lo que no pueden hacer, no lo van a resolver por ustedes.

—Si tienen alguna duda, pueden preguntarle a sus Guardianes —Hellen los alentó con un gesto amplio—, pero por lo demás, es mejor que los llevemos de vuelta a la Sala Común.

Harry estaba por girarse hacia sus amigos, cuando sintió la mano de Pansy cerrarse alrededor de su muñeca. Ella sostenía también a Draco, y tiró con suavidad de los dos.

—¿No deberíamos...? —dejó las palabras en el aire, con el ceño un poco fruncido y un puchero.

—¿Qué cosa?

Draco fue el que asintió y se separó de ellos, para ir con su Guardiana. Ella se inclinó, lo necesario para que quedasen a la misma altura, y escuchó lo que le dijo en silencio, dando leves asentamientos de vez en cuando, hasta que por una frase que debió utilizar, Hellen miró en dirección a ambos. Después comenzó a gesticular al explicarle.

Su amigo asintió, y volvió junto a ellos, después de que Hellen le hubiese dado un ligero apretón en el hombro.

—Sí —fue lo único que le dijo a Pansy, que asintió también, y se dio varios toques en el cuello de la túnica, donde Lep reposaba convertido en un fragmento de la tela, para que despertase.

—Podría decirle a mi hermano que nos consiga los libros de la biblioteca de padre, no sería tan difícil si...

La niña se alejó entre murmullos. Draco la siguió unos pasos, para luego darse cuenta de que Harry no hacía lo mismo y detenerse.

—¿Qué pasa, Potter?

El aludido hizo un puchero.

—No sé de qué hablan en secreto.

Él lo observó por un momento. Se fijó en los demás niños y los estudiantes mayores, luego soltó un largo suspiro, y le tendió la mano. Harry se cruzó de brazos.

—No seas tonto, ven.

—¿A dónde?

Draco cabeceó, en dirección a las escaleras que llevaban de regreso a la sala.

—Te voy a contar, si vienes.

No se necesitó de más para convencerlo. Le sujetó la mano y se dejó guiar de regreso a las afueras del pasadizo, donde sólo estaba su amiga, contemplando la chimenea con una expresión pensativa, sus libros entre los brazos.

—¿Vas a dormir ya, Pans?

La niña asintió.

—Buenas noches a los dos —se aproximó para darle un beso en la mejilla a cada uno, esbozó una débil sonrisa, y marchó hacia los dormitorios.

Draco los hizo caminar en el sentido opuesto, hacia su propio cuarto.

—No me has contado nada —le recordó en cuanto estuvieron dentro, la puerta cerrándose detrás de ellos. Su amigo se rio por lo bajo.

—Paciencia, Potter.

Cuando se agachó junto a su baúl, Harry tuvo una idea bastante clara de por qué retiraba la cerradura mágica y rebuscaba dentro. No se sintió sorprendido de que luego sacase la capa de invisibilidad, y se pusiese de pie, para ir por los borradores de mapas y el original.

—¿A dónde vamos? —repitió, frunciendo el ceño. Draco lo miró por encima del hombro, con una media sonrisa.

—¿Cuántas veces vas a preguntármelo?

—Hasta que respondas, al menos.

Una vez que se guardó los mapas en la túnica, se acercó a él para pasarle la capa por encima de los hombros. Apenas comprobaba que sus pies no fuesen visibles, cuando la puerta se abrió con un estrépito. Nott entró, vio el cuarto vacío en apariencia, y se encaminó hacia el baño.

—Draco —se quejó en voz baja, mientras salían de la habitación. Sus otros compañeros se movían por el pasillo, hacia el segundo dormitorio de los varones, así que tuvieron que permanecer callados y apartarse, pegándose a una de las paredes hasta que hubiesen pasado.

De vuelta en la Sala Común, el grupo que era dirigido por Greengrass, rodeaba a Bole, los demás Guardianes se despedían y retiraban a sus respectivos cuartos. Los bordearon, manteniéndose lejos de cualquier mueble para evitar contactos accidentales, y frenaron junto a la salida por un momento, suficiente para que Bole terminase de despedir a las niñas y la Sala Común volviese a quedar desierta. Avanzaron hacia el pasillo de inmediato; Harry miraba alrededor, Draco le daba un vistazo al mapa y le susurraba a Lep, para que se quedase quieto.

—Draco —insistió, pero en cuanto abrió la boca para continuar, escuchó un tenue "sh". Su amigo le tapó la boca con una mano y los jaló hacia una de las paredes, a tiempo para evitar que Snape colisionase con ellos.

El profesor se detuvo a unos pasos de distancia, recorrió el pasillo con la mirada, como si supiese que algo andaba mal; al no encontrar nada, frunció el ceño y se dirigió hacia su oficina.

Harry se balanceó sobre sus pies e intentó soltarse, musitando con los labios apretados, por lo que sólo generaba ruidos vagos e ininteligibles. Después de un pisotón al suelo y un sonido particularmente fuerte, se forzó a abrir la boca y le pasó la lengua por la palma. Draco ahogó un grito y se echó hacia atrás, tan rápido que estuvo a punto de quitarles la capa de encima.

—No seas animal, Potter —masculló entre dientes, limpiándose la saliva de la mano contra la túnica de Harry. Fruncía la nariz.

—Podrías contestar en vez de sacarnos así.

—Yo no te obligué a venir —estrechó los ojos; aunque estuvo a punto de replicarle, cualquier indicio de una discusión desapareció cuando escucharon un graznido. Dieron un brinco, apegándose más a la pared, y se movieron de lado, lejos del campo de visión de Dárdano, que volaba en círculos cerca de las escaleras que daban al piso superior.

Permanecieron inmóviles por un rato, en silencio. Draco ladeaba la cabeza para que el pelaje de su conejo no le tapase, porque estaba envolviéndose igual que una bufanda en torno a su cuello, y revisaba las áreas más próximas en el mapa. Harry se quejaba con sonidos guturales, sin abrir la boca, y cambiaba su peso de un pie al otro.

—Draco...—comenzó, en cuanto el sonido de graznidos y aleteos se alejó lo suficiente para hacerse una idea de la distancia con respecto al pájaro.

—¿Ahora qué?

—Podrías decirme lo que sea que vayas a decir y ya.

Su amigo emitió un ruido que sonaba a una respuesta negativa, y dio un toque a uno de los bordes del mapa, antes de llevarlo en dirección al primer piso. Harry lo siguió para mantenerse bajo la capa, pero tras un momento, le sujetó el brazo para detenerlo.

—¿Qué?

—Contéstame.

Draco se sacudió para zafarse de su agarre. En un giro, quedaron cara a cara y se balancearon, casi cayéndose.

—No aquí.

—¿Por qué no?

—Porque estamos en medio de un pasillo donde Snape nos puede oír —le dio un manotazo al aire, Harry se apartó por reflejo—. Y Pansy está demasiado cerca.

Parpadeó.

—¿Qué?

El niño-que-brillaba se llevó un dedo a los labios y le indicó que siguiesen caminando con la otra mano, la que sujetaba el mapa. Después de un momento de vacilación, Harry dejó caer los hombros y se movió también.

Recorrieron el primer piso a paso lento, haciendo breves pausas cuando un Prefecto estaba cerca, o tenían que doblar en una esquina para evitar a la gata del conserje.

Cuando Draco los guío hacia una torre y comenzaron a ascender, el aire era lo bastante frío para hacerlos tiritar. El niño tuvo que hacer un movimiento de varita para ponerles un encantamiento de calefacción que no produjo mucha diferencia.

Se detuvieron en la parte más alta de una estructura circular, en la que las paredes poseían arcos que daban hacia la noche de Escocia. Draco se salió de la capa y se envolvió mejor en su bata, a la vez que iba hacia la orilla de la torre y tomaba asiento, el mapa en mano, a la vista en todo momento. Harry se quedó, oculto, a unos pasos de distancia.

Cuando exhaló, el vaho fue de un blanco notable.

—Eres malo con los amuletos de calor —mencionó. Oyó el bufido ajeno.

—Hazlo tú mismo, si te crees muy bueno, Potter.

Harry sacó la varita para intentarlo. El resultado fue un frío intenso, ropa húmeda, ambos conteniendo un grito, al mismo tiempo que tiraba de la capa de invisibilidad y Draco intentaba rehacer los hechizos para que no se congelasen.

Diez minutos más tarde, todavía con frío, mas no en peligro mortal, se acomodaron hombro con hombro en el borde de la torre. Él con las piernas colgando, el otro niño con las suyas flexionadas por debajo de su cuerpo.

—Ella va a resolver lo de los fantasmas.

—¿Cómo?

Él no le respondió. Después de repasar el trayecto de una de las viñetas con el índice, cuando creía que ya no hablaría más, lo hizo de nuevo.

—No me gusta mencionarlo cuando está cerca, es tonto, pero siento que me oye y se altera. Pansy siempre me puede encontrar de todos modos —empezó, en voz baja, sin apartar la mirada del mapa—. No estoy seguro de cómo lo hace, le he preguntado a Jacint y me dijo que es como si pudiese sentir mi magia en el aire —hizo una breve pausa, en la que le frunció el ceño a la nada—, como si fuese un olor para ella, y sólo tuviese que seguirlo. Sabe dónde estoy, y sé que también se dio cuenta de que a veces salgo cuando se supone que estoy durmiendo, pero no insiste en que le diga por qué.

Harry no supo qué contestarle, así que sólo se dedicó a esperar que continuase. Su amigo bufó de nuevo, y se frotó uno de los brazos para conservar el calor, sin dejar de prestarle atención al mapa.

—Debería estar hablando con ella ahora —continuó—, no quiero verla llorar.

Él frunció el ceño y se puso rígido. Draco debió percibirlo, porque lo dejó moverse un poco más cerca y no se quejó.

—¿Por qué lloraría?

—Las niñas lloran a veces, creo —se encogió de hombros y volvió a frotarse los brazos—, y ella tiene pesadillas. Se calma cuando se despierta y me ve, pero no puedo estar siempre pegado a ella, lógicamente. Otras veces le pasan cosas peores.

—¿Como qué?

Draco giró la cabeza y lo observó por un rato que pudo convertirse en eterno, sin decir una palabra; tuvo la absurda sensación de que era medido. De que necesitaba asegurarse de que podía decirle.

Apartó la mirada al hablar.

—Voces que le hablan, gente que se le acerca, la rozan, son los que siempre juegan con su ropa y cabello; la dejan en paz de a ratos, empeora cuando se altera. No le gusta mucho, pero no puedo hacer nada porque no las veo, ni las siento —exhaló un vaho blanco y estiró las piernas para, al igual que él, dejarlas balancearse del borde de la torre—. El tío Stephan era un nigromante. No es que Pansy lo sea también, es un efecto secundario, pero Jacint me ha contado que debe sentirse como le pasaba a él. Sólo que ella no lo eligió.

—¿Es como...algo que se hereda?

—No.

—¿Entonces...? —lo alentó. Draco volvió a dirigirle una de esas miradas largas que lo hacían sentir más joven que él.

—Eso es un secreto —pronunció despacio; tras esas palabras, se quedaron en silencio durante unos minutos.

Harry se removió, se mordió el labio, e intentó cubrirse de una ráfaga de brisa helada con la capa de invisibilidad, lo que no funcionó muy bien. A su lado, el niño lo codeó cuando se empezó a mover demasiado.

—No le diría a nadie, ¿sabes?

—Sí, lo sé —Draco apretó los labios un instante—. Lo creo, al menos.

—No lo haría, en serio.

—Fue algo ilegal, así que no es bueno que lo sepas.

Lo soltó de golpe, aún más bajo, como si fuese una respuesta definitiva. Harry se sintió desorientado, hasta que recordó las palabras de Ron.

Tu papá, su papá. Tu papá es el Jefe de Aurores, su papá está en Azkaban…

—Yo no le diría a nadie —él se giró, doblando las piernas, de modo que quedó de cara a Draco, que continuó de perfil—, ni siquiera a mi papá.

Ahí estaba. Percibió la tensión que invadió el cuerpo de su amigo, la forma en que cuadraba los hombros, las facciones que se endurecían. Odió darse cuenta de lo fácil que le era ponerse la máscara Malfoy, lo rápido que lo hacía cuando era mencionado.

—Si yo supiese algo importante —explicó, lento—, se lo contaría a mi padre. Creo que le contaría un montón de cosas, sobre lo que fuese.

—Yo no.

Él no le respondió.

—Somos amigos, ¿no? —Harry estiró un brazo y le puso la mano en el hombro, dándole un leve apretón—. Nunca le he dicho a mamá Molly dónde los gemelos esconden los dulces, ni que Ron molesta al ghoul del ático, ni que Ginny ahorra los knuts que encuentra por la casa para comprarse unos zapatos de tacón. Tampoco le he dicho a mis papás que he visto varias veces a Sirius y Remus besándose —Draco lo observó con los ojos muy abiertos, él se echó a reír—, ¡yo también me quedé así! Pero mi padrino me pidió que no les contase. Él siempre me pide que le guarde secretos, igual que Peter. Aunque eso ya no es tan secreto.

—Es diferente si...

—¿No somos amigos?

—Pues sí —la respuesta fue automática. Harry sonrió.

—Me puedes contar las cosas, lo que sea, no sólo eso. Yo no le diría a nadie, lo prometo.

—Hay cosas que te podría decir y no se las puedes contar a Pansy —él asintió en respuesta—, ni a Weasley.

Harry frunció un poco el ceño.

Nunca le digo a Ron sobre las cosas que me cuentas.

Draco parpadeó; por un segundo, lució genuinamente aturdido. Por supuesto que se recuperó pronto.

—Pero siempre me dices a  sobre lo que él te cuenta.

—Claro —se encogió de hombros ante la mirada inquisitiva que le dirigió—, no es lo mismo decírtelo a ti que a Ron, él se lo contaría a todo el mundo, o a los gemelos, que es igual que contárselo a todo el mundo.

Su amigo asintió despacio y fijó la mirada en el mapa por unos instantes, siguiendo los trayectos de las viñetas más próximas.

—No sé cómo se supone que sean los amigos normales, pero creo que eres uno muy bueno, Potter.

—Tú también eres bueno, casi siempre —Harry se rio por lo bajo y le dio un débil empujón, que él devolvió.

Se dieron manotazos sin fuerza por un rato, echándose hacia un lado y removiéndose en la orilla de la torre, hasta que otra ráfaga de aire gélido los estremeció y se detuvieron, jadeantes, ruborizados y tiritando. Draco volvió a comprobar que no hubiese nadie cerca en el mapa.

—¿Crees que —el niño-que-brillaba hizo otra pausa, exhalando sobre sus manos y frotándolas un poco, para obligarse a entrar en calor— podrías a- ayu...? —emitió un sonido frustrado y sacudió la cabeza.

—¿Qué?

Odio tener que decirlo.

Harry hizo un esfuerzo por contener la risa, por el tono de niño mimado con que lo dijo.

—No soy adivino, tienes que decirme —su burla recibió una patada sin fuerza, que sólo lo hizo reír. Draco le dedicó una mirada larga, otra vez.

—A nadie, ¿verdad?

Él asintió y trazó una "x" sobre el lado izquierdo de su pecho, a través de la túnica, con el índice.

—A nadie.

Su amigo tomó una profunda bocanada de aire.

—Necesito ayuda para cuidar a Pansy.

Parpadeó. Luego de un momento, frunció el ceño, y relajó su expresión casi de inmediato.

—¿La tienes que cuidar de...eso que la molesta? Como- ya sabes, bueno- no, la verdad es que no entiendo.

La risa de Draco fue clara y ligera, amortiguada en su mayoría por las ráfagas heladas, se cubrió la boca con una mano para hacer del sonido todavía más imperceptible. Harry se preguntó, de forma vaga, por qué no se permitía reír así más seguido.

—Nunca entiendes nada, Potter.

—Explícame —lloriqueó, puchero incluido.

Él soltó un suspiro dramático y dejó caer los hombros, con un gesto de teatral resignación. Harry rodó los ojos.

—Sí sabes que casi todos los sangrepura estudiamos en casa, ¿verdad? —aguardó su asentimiento de comprobación para continuar—. No muchos tienen un horario fijo, nos queda bastante tiempo libre. La mayor parte del día, la pasaba en la oficina de padre. Pansy hacía lo mismo con el suyo.

—Pero el suyo era nigromante, ¿se veía como Ioannidis?

—¿La oficina? Sí, más o menos. ¿Él? Se veía peor. A veces le decía que se parecía a una sombra que se movía por toda la casa —arrugó un poco la nariz—, siempre estaba frío y tenía un olor feo que se mezclaba con aroma a pergamino viejo. Pero sonreía bajo su velo, y nos consentía a Pansy y a mí.

—¿Tampoco hablaba?

Su amigo sacudió la cabeza.

—La única vez que se le tenía permitido hablar era por la noche de Walpurgis, una celebración muy vieja. Él no tenía un pájaro que hablase en su lugar.

Harry asintió e intentó unir la información nueva con la que ya tenía.

—¿Le enseñó algo a Pansy?

—Sí- no, no. Algo así.

—No te estás explicando muy bien.

El niño bufó.

—Cuando éramos más pequeños, Pansy y su hermano no se llevaban tan bien; él se quedaba en el patio, y ella prefería encerrarse en la oficina del tío Stephan. Siempre le gustó leer, y ahí había muchos libros, podía leer lo que quisiera —una pausa, una inhalación profunda, seguida de una exhalación blanca—. Estuvo en ese lugar más tiempo del que debería. Los espíritus que hablaban con su padre, se acercaron, era muy joven, no entendía- y se puso a jugar con ellos.

—¿Jugaban?

—Sí, sólo jugaban, como si fuesen personas normales. Pansy se escondía y la encontraban, o le contaban historias de sus vidas —se encogió de hombros—. No tendría que haber sido nada. El tío Stephan decía que todos los niños pequeños pueden hablar con los espíritus, y cuando crecen, ya no lo hacen.

—Pero ella todavía lo hace —Draco asintió—, porque hicieron algo, ¿fue...fue su papá?

—No —espetó enseguida, con más brusquedad de la que debía pretender, por el modo en que apretó los labios y desvió la mirada después—, él nunca le habría hecho nada malo. La quería muchísimo.

—¿Y quién fue?

En el momento exacto en que Draco empezó a tirar de uno de los bordes de su túnica, creyó conocer la respuesta.

—Draco —no recibió más que un "¿hm?" como respuesta, así que se inclinó para forzarse a entrar en su campo de visión. Ojos grises y opacos lo observaron—, ¿fue tu papá?

Él tragó en seco.

—No. Padre no habría lastimado a una niña.

Harry se limitó a mirarlo, hasta que la máscara de indiferencia que pretendía colocarse, se quebró. Su amigo se encogió un poco.

—Madre tiene otra hermana —musitó—, se llama Bellatrix. No hizo cosas muy...buenas, hace años, y mis padres la tuvieron retenida en la Mansión, escondida, para que no fuera a Azkaban; la cuidaban, ella tenía la locura de los Black. Muchas veces estaba bien, jugaba conmigo, cocinaba con magia, y a veces, sólo- ella se ponía mal, y empezaba a gritar, y a hacer cosas malas, así que mi madre me alejaba. Se aburría en casa y le gustaba experimentar, así que se hizo duelista, vidente, criadora de serpientes…cualquier cosa que pudiese aprenderse de libros y con práctica, lo podía hacer.

—Incluso ser nigromante.

Draco asintió, sin dirigirle la mirada.

—Incluso eso —le confirmó, en un murmullo—. Pidió algo de ayuda al tío Stephan, él la dejó ir a su casa, entrar a su oficina, tomar sus libros. La nigromancia no es sencilla, y ella estaba acostumbrada a que todo le saliese bien.

—¿Y no lo hizo?

—Sí, hubiese sido una buena nigromante, pero decidió que era demasiado trabajo, muchos sacrificios, mucho tiempo. También la aburrió.

Harry frunció el ceño.

—¿Qué tiene que ver eso con Pansy?

—Mi tía quiso experimentar —volvió a tirar del borde de su túnica, tomándose un momento para inhalar profundo—. La nigromancia habla de una línea fina entre los muertos y vivos, y ciertos tipos de magia que sólo se pueden usar si das algo a cambio. Hay un ritual- se supone que lo hacen los nigromantes avanzados, los que están listos para serlo toda su vida, ellos- ellos trazan un círculo y entran, y les pasan cosas.

Él se estremeció, aun antes de haberlo escuchado proseguir.

—Ella metió a Pansy en el círculo.

El silencio se formó entre ellos por un rato, apenas interrumpido por el aleteo lejano de un ave. Draco revisó el mapa de nuevo. A él le llevó un momento más encontrar su voz.

—¿Eso no la haría una nigromante?

—No es tan fácil, no funciona así —replicó su amigo, negando—. La magia del círculo reconoce a quien está dentro, lo que ha hecho, es un ritual viejo, no- no se puede sólo engañarlo, saltártelo. Pansy era una niña, no una nigromante especializada, no estaba lista, no tendría que haber estado ahí dentro cuando comenzó.

—¿Cuando comenzó qué?

Él agachó la cabeza un instante, luego lo miró y sacudió la cabeza.

—No lo sé, nadie lo sabe. Fue…simplemente horrible.

Harry sintió que un peso helado se instalaba en su estómago cuando cayó en cuenta de un detalle.

—¿Tú estabas ahí?

Draco se limitó a observarlo, en silencio.

—¿Estabas con ella? —insistió, en un susurro.

—Afuera. Yo…estaba afuera del círculo. Mi tía me petrificó, antes de que fuese a buscar a Jacint y su padre. Ella estaba bien, nos estaba- nos explicaba algunos términos, y de repente, se puso gritar y se puso mal y…

Fue su turno de quedarse callado. Tras unos segundos, continuó.

—No se habla de eso en casa; pudo haberla matado. Los espíritus avisaron al tío Stephan, él y mi padre la sacaron de ahí, mi tía Bella volvió a estar encerrada en la Mansión por un tiempo, abajo, sola —apretó los labios un instante—. Pansy no habló por días, pero luego su padre la llevó a un día de campo, y hablaron, y cuando volvió, ella era la niñita que siempre se me tiraba encima a abrazarme cuando me veía. Estuvo bien hasta que él murió, y- ya sabes cómo es ahora.

Soltó una larga exhalación.

—Siempre pensé que ustedes dos eran extraños.

—¿Ya no lo piensas? —había un deje de humor seco en su tono. Él negó.

—Mamá dice que Sirius está medio loco porque su familia los trataba mal a él y su hermano. ¿Cómo más van a ser los dos, si a ella la usaron para un experimento con muertos y tú estabas en la misma casa que una mujer loca que hacía todo tipo de magia? —se cruzó de brazos. La emoción que bullía dentro de él y le quemaba las venas, lo sorprendió—. Pensándolo bien, incluso son muy normales con todo eso.

El silencio volvió, aunque por un tiempo más corto.

—Potter.

—¿Qué?

—Gra...cias —masculló entre dientes, arrugando la nariz con claro desagrado—, pero si Pansy se entera de que te lo conté, voy a negarlo todo y dejaré de hablar contigo de cosas importantes.

Harry no pudo evitar sonreír.

—Tienes permiso de lanzarme un serpensortia si se entera.

—No necesito tu permiso para maldecirte —Draco bufó, pero casi sonrió al verlo de reojo—. ¿Crees que podrías ayudarme con ella entonces?

No hubo ni un atisbo de duda cuando asintió con ganas.

—¿Qué tengo que hacer?

—Jacint siempre me ha dicho que tengo que evitar que se altere, ¿has visto las cosas raras que pasan cuando se pone así? —él pensó en las explosiones que empujaban a los estudiantes que hacían comentarios desagradables sobre Draco, en la primera vez que estuvo en su casa, por la fiesta de cumpleaños, y asintió de nuevo—. Creemos que tiene algo que ver con eso.

—Mantenerla tranquila no es difícil, Pansy pasa mucho tiempo feliz.

—Ahora sí suele estarlo —hizo una pausa, en la que se talló los ojos con cuidado—. Ella va a buscar una forma de tener el plasma, pero no estoy seguro de que sea una buena idea que se acerque tanto a los fantasmas del castillo.

—¿Por qué?

—Son espíritus, Potter —él rodó los ojos—. El Barón Sanguinario, al menos, nunca se le ha acercado. Se va hacia otro lado cuando ella pasa por donde está, pero no sé cómo reaccionen los demás, y quiero- no, no sé, no quiero que le pase algo más. Tal vez no le afecte ni siquiera, pero me pone un poco nervioso.

Harry asintió y se dedicó a mirar el patio del colegio, bajo la escasa luz de la noche. Junto a él, Draco se removió para darle otro vistazo al mapa.

—Draco.

—¿Hm?

—Cambié de opinión —enseguida percibió la tensión en su amigo, por lo que giró la cabeza de nuevo hacia él, con una media sonrisa. Se relajó un poco al verlo.

—¿Sobre qué? —cuestionó, cauteloso, medido.

—Sobre que casi siempre eres un buen amigo —se encogió de hombros, y sin darse cuenta, amplió su sonrisa—, en realidad, lo eres todo el tiempo.

Draco sonrió.

—Pero eres malo con otras personas, y no tendrías que molestar a los de otras Casas, y...

—Cállate, Potter —le dio un empujón sin fuerza, él sólo fue capaz de echarse a reír y lanzarse a abrazarlo, derribándolos a ambos sobre el duro y frío suelo de la torre.

Cuando el ruido sordo del impacto llamó al Augurey de la profesora Ioannidis, Harry y Draco ya estaban de pie al final de las escaleras, con las espaldas pegadas a la pared, los hombros rozándose, la capa de invisibilidad encima; tuvieron que contener la risa en todo el trayecto a las mazmorras, mientras que el pájaro se les acercaba con cada recorrido que hacía a los pasillos.

No fueron descubiertos esa noche.

Tampoco durmieron mucho. Harry decidió que le gustaba hablar dentro de las cortinas del dosel de su cama, después de que Draco pusiese un silencio alrededor, porque no había forma de que alguien los molestase tan tarde.


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