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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo treinta y cinco: De cuando Harry está 'encandilado' (de la forma más obvia posible) por Malfoy

Ronald Weasley tenía dos certezas que nada, ni nadie, habrían podido cambiar en su vida. La primera era lo difícil que resultaba destacar en una familia de siete hijos, donde era el último varón, cuando sus hermanos ya hicieron todo lo que podía hacerse y más. Solía pasar malos momentos, intentando ser un poco mejor, tener lo suyo, igual que ellos.

Lo segundo era que, sin importar el tiempo que transcurriese, era el mejor amigo de Harry Potter.

Cuando Harry se pasaba casi la mitad de las vacaciones prendado de Malfoy, bueno, a él le fastidiaba. Entonces el muchacho recordaba que tenía que verlo también, de pronto, en un día cualquiera, y aquel era el modo en que terminaban las cosas.

—Perdón —canturreó, alargando mucho la "o". Ron emitió un ruido vago, desde el fondo de la garganta—, perdón —insistió, en el mismo tono meloso, que por los años de conocer a la familia Potter y sus allegados, sabía que le copiaba a Sirius Black, a la hora de disculparse; en general, a ambos les funcionaba. Cuando no daba los resultados esperados, optaban por la insistencia, como hizo a continuación:—. ¡Perdón, perdón, perdón, perdón! ¡Perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón...!

Ron estaba acostumbrado al bullicio —una casa con tantas personas no podía estar en silencio, en especial con los gemelos cerca—, pero tener a Harry gimoteándole junto a la oreja, siempre estaba más allá de sus límites. Lo aturdía. Su mejor amigo tenía esa mala costumbre, arraigada desde el primer año en Hogwarts, de aparecerse por La Madriguera con su madre a la hora de la comida, y mientras las mujeres se distraían con lo que él llamaba una charla de mamás, este se le colgaba o se subía a su espalda, a punto de ahorcarlo en el proceso, y comenzaba a zarandearlo, para pedir disculpas.

Él estaba sentado en uno de los lados de la mesa, intentando, en vano, comerse el postre en calma. Los gemelos un rato atrás que se perdieron, igual que su padre y Percy. Ginny, al otro lado del comedor, le dirigía una mirada inquisitiva que pretendía decir algo como "¿otra vez lo hizo?", a lo que él contestaba sin palabras, sólo con darle un vistazo y arrugar la nariz. Entonces su hermanita soltaba un dramático suspiro, dejaba caer los hombros, y se dedicaba a ignorarlos en la medida de lo posible; eso era, más que nada, porque no paraba de darle miraditas furtivas a Harry, a quien no podía interesarle menos si lo hacía o no. A veces, a él, como hermano mayor que era y protector que tendría que sentirse, le daba algo de lástima. Pero se le pasaría un día, ¿cierto?

Mientras tanto, era él quien lidiaba con el Harry de ojos de cachorro que ha roto los platos y no quiere que le griten, las sacudidas, la voz aguda, que cambiaba de tono de improviso, justo en el oído. Y era sorprendente cuántas veces podía pronunciar las disculpas sin detenerse, antes de verse obligado a tomar un respiro; tratándose de otro asunto, incluso lo habría llegado a considerar admirable.

—...Harry —el aludido no dejaba de moverse y lloriquear—. ¡Harry! —gritó, para detenerlo. Él lo hizo, de golpe, y lo observó con un puchero que lo hacía parecer menor de lo que era—. Ya para, compañero.

—Pero...

—No estoy molesto —lo señaló con el tenedor, de forma acusatoria—, pero lo voy a estar si no me dejas terminar de comer, maldición.

—¡Ronald Weasley! —exclamó Molly desde la cocina. Ambos se encogieron por instinto— ¡más te vale que no te haya escuchado decir lo que claramente escuché que decías!

Tragó en seco.

—¡Fue Fred, mamá!

—¡Fred acaba de pasar por aquí y salió! —le replicó Lily, por supuesto, siempre del lado de la matriarca Weasley. Su mejor amigo y él intercambiaron miradas.

—¡Entonces George!

—¡Es que no los podemos diferenciar, mamá Molly! —le siguió la corriente Harry, conteniendo la risa. Los dos giraron la cabeza hacia Ginny a la vez, que negó; tuvieron una discusión en base a asentimientos, sacudidas de cabezas, y bufidos. Después se les unió también.

—¡Yo creo que sí fue Fred, mamá, andaba por aquí cerca! —añadió la niña. Ninguna de las mujeres insistió más con el tema, a partir de ese momento.

Harry le agradeció en voz baja. Ella, ruborizada y con una media sonrisa, se levantó y se alejó rápido de la mesa. Cuando lo observó, en busca de una respuesta, Ron meneó la cabeza y optó por fingir que no sabía nada. Hasta el final, y a menos que la circunstancia dictase lo contrario, la ignorancia era una buena salida.

—¿Entonces no estás molesto porque no haya venido ni una vez desde el comienzo de las vacaciones? —Harry, al quedarse solos, se había sentado a un lado, junto al plato que ya no daba muestras de haber sido ocupado por una tarta de melaza. Él negó, con la cucharilla metida en la boca y sin ganas de apresurarse en darle una respuesta.

Su mejor amigo esperó impaciente, los ojos tristes y enormes fijos en él, aguardando la aceptación a su disculpa, hasta que se terminó el postre por completo.

—Sé que estás encandilado por Malfoy —se encogió de hombros, poniéndose de pie después, para recoger su plato y llevarlo al fregadero, antes de que su madre se desocupase y comenzase a preguntar por qué no lo había hecho todavía.

—No es eso —replicó Harry, siguiéndolo con pisotones que daba como protesta, igual que un niño pequeño, cuando sólo eran ellos dos. Siempre lo había hecho—, ya te dije que Draco no viajó este año porque dice que va a alguna parte pronto, entonces pasó bastante tiempo en casa de Pansy...

—Y tú estuviste encantado de que estuviese cruzando la calle, te la pasaste encima de ellos y te olvidaste de venir —lo cortó, con un gesto vago, en cuanto llegaron a su destino. Se dio la vuelta, apoyándose en el fregadero, para encontrar a Harry boqueando y gesticulando, en un intento vano de dar con una explicación convincente.

—No es eso —insistió, pero Ron lo conocía lo bastante bien para saber que, si se quedaba en silencio y se limitaba a mirarlo, el muchacho se delataría por sí solo. Lo escuchó resoplar, seguido de un infantil sonido de exasperación—, Pansy y yo estábamos preocupados de que él volviese a...

—A portarse como en los primeros meses del año —asintió. No era la primera vez que lo escuchaba; además, había sido uno de los temas del único par de cartas que intercambiaron desde el comienzo del verano—. ¿Lo hizo?

Harry parpadeó, como si la idea de que él preguntase por el estado de Draco Malfoy, lo hubiese sacado de balance. Bueno, ya qué. Ron se había resignado hace tiempo a que no podía sólo sacarlo de su vida, sin quedarse sin mejor amigo (y se negaba a hacerlo). Y culpable de lo que fuese o no, también se habría asustado si se hubiesen llevado a uno de sus padres de pronto y nadie le avisaba.

Una vez, en segundo, Hannah Abbot —Ann, le decía él—, le comentó que, si no le gustaba que alguien dijese que su familia era pobre, él no debía usar nada en contra de las familias de las otras personas, porque lo sentían igual, fuese lo que fuese. Intentaba recordarlo cuando Malfoy era insoportable o, como ese verano, arrastraba a su mejor amigo lejos. No siempre le funcionaba, pero la intención contaba.

Lo vio negar con ganas.

—Está mucho mejor, volvió a inventar cuentos para Pansy, está entrenando a Lep, visitó la casa de su tía, a Snape, trajo algunas cosas de...—Harry tenía una sonrisa vacilante al hablar, como si intentase contenerla, sin verdadero éxito, y no dejaba de moverse, cambiando su peso de un pie al otro y acomodando las manos.

—Y tú estás encandilado con él —sentenció Ron, porque bien, , que era un amigo cercano de su mejor amigo, y tenía que aguantárselo, pero tampoco quería ni necesitaba oír el reporte completo de las actividades de Malfoy desde el comienzo del verano, que estaba muy seguro de que Harry podía darle, si le dejaba continuar.

Emitió un débil sonido de queja al ser interrumpido, cruzándose de brazos. Ron volvió sobre sus pasos para salir de la cocina. Las voces de las madres de ambos, ahora unidas a las de James Potter y Arthur Weasley, se oían desde uno de los estrechos pasillos laterales, en una improvisada salita que Molly montaba para las visitas de los Potter, en particular.

Escuchó enseguida los pasos de Harry detrás de él, camino a las escaleras.

—¡Yo no estoy...!

—¡Harry, amor, ven un momento! —destacó la voz de Lily, por encima de los demás adultos, que se callaron entre sí para dejar a la mujer comunicarse con su hijo— ¡llegó una carta para ti!

No había completado la frase, cuando Ron estaba al pie de la escalera y su mejor amigo ya iba a mitad del trayecto hacia la salita de reunión de los mayores, corriendo y pidiéndole que se la diese. Él sacudió la cabeza y decidió avanzar por su cuenta. Hubo unos murmullos más allá, lo que le sonaba a preguntas de algún tipo, un ruido sordo, pasos acelerados por las escaleras.

Ya estaba tirado boca abajo en una de las camas que se apilaban junto a las paredes, para hacerle espacio a los gemelos, y a Harry, cuando estaba por ahí también, en el momento en que oyó el estruendo de la puerta al abrirse de golpe. No le sorprendió que un peso repentino cayese sobre su colchón, los hiciese rebotar a los dos, y de pronto, su mejor amigo estuviese a un lado de él, con un sobre abierto sin cuidado en una mano, una carta arrugada en la otra, y una sonrisa que sólo asociaba a una causa.

Malfoy.

Rodó los ojos y se tumbó de lado, preparándose mentalmente para la avalancha de MALFOYMALFOYMALFOYMALFOY en que se convertía el otro chico, en los momentos más absurdos. Le hacía pensar en Percy cuando hablaba del Ministerio, Charlie con los dragones, o a los gemelos con una nueva broma. O peor: a Ginny, cuando alguien le preguntaba sobre el propio Harry.

Él, por una vez, se limitó a enseñarle la carta y ocultar la sonrisa en el papel. Ron no tenía ganas de ponerse a descifrar lo que ponía la escritura pomposa y estilizada que se presentaba allí, pero, para su sorpresa, el texto no era tan largo como cabría esperarse, y Malfoy había resaltado un trozo, encerrándolo en una cuadrado de tinta azul, que tenía una fecha, lugar y hora. Y conocía bien los tres.

Oh, no, ¿era en serio?

¿Ni siquiera en el Mundial de Quidditch iba a estar libre de Malfoy?

Ron se echó hacia atrás, para quedar recostado de espaldas, extendió los brazos a sus costados, y soltó un resoplido largo y exasperado. Junto a él, Harry no paraba de mover los pies mientras releía —o terminaba de leer— el contenido de la carta, más allá del punto de encuentro. Al parecer, estaba resuelto el misterio de por qué Malfoy no había viajado y hacia dónde iría.

Y él, de nuevo, tendría que resignarse a esa inevitable presencia que conllevaba ser el mejor amigo de Harry Potter. Sólo para sí mismo, reconocería que a esas alturas, ya le resultaba un poco difícil imaginarse a uno sin el otro.

0—

Lo que Ron recordaba de la mañana en que salieron hacia el punto del traslador que consiguieron para ir hasta el lugar del Mundial, era que tenía sueño. Demasiado sueño. La noche anterior, con Harry en la cama de al lado, que arrimaron hasta dejar pegada a la suya, hablaron de todo lo que se les pasaba por la cabeza, mientras se intercambiaban las cartas que Hermione les había enviado con postales muggles de un viaje con sus padres, que a ambos les resultaban de lo más interesantes —a él más que a su amigo, incluso—, porque las imágenes no se movían, ¿por qué no se movían? ¿Qué sentido tenía, entonces? Pero era bonitas, y los mensajes de la chica los hicieron reír a los dos.

Estaba tambaleándose del cansancio cuando alcanzaron la colina, con un par de trasladores de lo más extraños; una bota raída, una moneda de plata, un collar de perlas. Sabía que su padre y un compañero de trabajo de este, localizaron unos, y James Potter, en calidad de Auror Jefe, buscó otro, para que pudiesen viajar con mayor comodidad por ser un grupo grande, desde que Sirius y Remus se les unieron alrededor de medianoche, con un griterío —de parte del primero solamente— para que los dejasen dormir en La Madriguera.

No estuvo muy seguro de lo que pasaba a su alrededor hasta que se toparon con el compañero de su padre, y detrás de este, Cedric Diggory. Y él, como todo buen Hufflepuff que aspirase a ser Prefecto en quinto, conocía a Cedric.

—¡Mira, mira, es él, es quien te dije! ¡Cedric! —jaloneó a Harry en cuanto lo tuvo cerca, y sin preocuparse porque este se echara a reír y se burlase de su emoción, corrió hacia el muchacho mayor, comenzando a dar tumbos alrededor de él, saludarlo, preguntarle por sus vacaciones.

Cedric era, más que sólo un Prefecto, quien se encargaba de pedir los bocadillos de media tarde a los elfos, el que revisaba las chimeneas en invierno en la Sala Común de Hufflepuff, calmaba a los primeros años que lloraban por extrañar sus hogares, y se prestaba para explicar algunas lecciones básicas a los que tuviesen cara de andar perdidos, los fines de semana. Ron le debía un par de buenas notas; no iba a negarlo.

Así como los Gryffindor podían sentirse orgullosos del director Dumbledore y McGonagall, los Slytherin tenían a Snape para mantener su mala imagen, y ellos tenían a Cedric. Y a Sprout, aunque en un grado completamente diferente, porque era la profesora que más los consentía.

Quizás por la expresión que tenía —y prefirió no saber cuál era—, su madre dejó que tomase el mismo traslador que Cedric y su padre, y arrastrase a Harry con él, incluyéndolo sin ningún aviso en su plática con el Prefecto. Sonreía cuando vio a los dos presentarse y estrecharse las manos; un momento más tarde, eran jalados por la fuerza de la magia que los llevaba al punto de encuentro del Mundial, arrojados en un vórtice, y él se sentía perdido hasta que parpadeó y encontró al resto de sus familiares en los alrededores.

Su madre y Lily comenzaron a organizarlos, porque iban a montar las tiendas mágicas primero, y eran demasiados para permitir que se dispersaran en medio de la multitud que ya debía llevar horas ahí, dada la forma en que se veían hileras de tiendas de otros magos, algunas incluso con banderines y escudos de familias sangrepura, como si todavía estuviesen en el siglo en que aquello tenía un mínimo de relevancia para alguien más que ellos.

Ron estaba más que contento de sentarse en el césped un rato, con Harry, los gemelos y Ginny, y ver a sus madres y Remus acomodar todo, mientras James y Sirius se perdían en busca de comida, y Arthur platicaba con Amos Diggory. Cedric, que por ser el mayor, se suponía que los cuidaba, hizo un truco de magia muggle con una moneda, para deleite de su hermanita y de él, que empezaron a pedir que lo repitiese; Harry no dejaba de reírse de su comportamiento, y tanto Fred como George maquinaban sobre alguno de sus planes que acabaría en desastre sí o sí, y en los que optaba por no inmiscuirse.

Aún quedaban unas horas para el partido de la final, por lo que cuando estuvieron listos, pudieron pasar un rato dentro de la tienda, robándose dulces que los adultos sacaron de quién sabe dónde. Estaba instalado en una hamaca que se balanceaba sola, con la boca llena, mientras intentaba explicarle a su mejor amigo por qué estaba claro que Bulgaria iba a ganarle a Irlanda, y cualquiera que dijese lo contrario, no tenía ni la más remota idea de Quidditch, cuando la cortina que cerraba la entrada se hizo a un lado, y se percató de que ahí se avecinaba otra avalancha de MALFOYMALFOYMALFOY, desde que Harry giró la cabeza y una sonrisa se abrió paso en su rostro. Y adiós a la tranquilidad.

Sirius, que se suponía que salió de nuevo para ir por unas bebidas para los adultos y saludar a Peter, que cubría el evento para El Profeta, estaba en la entrada, sin el líquido prometido, con ambas manos presionadas sobre los hombros de un Draco Malfoy que parecía más bien vestido para el Yule, que para un evento deportivo. Pansy Parkinson, que no se quedaba muy lejos con su floreado vestido blanco y zapatos de tacón bajo, se sostenía de uno de sus brazos, y no dejaba de dirigirle miradas curiosas al hombre, como si se preguntase por qué actuaba de ese modo.

—¡Adivinen a quiénes me conseguí en el camino! —gritó Padfoot, en un tono demasiado similar a un ladrido, que para alguien que no supiese de su condición animaga, habría resultado extraño.

—No puedes estar alejando a niños de sus familias...—comenzó Lily, que se apresuró a saludar a ambos con abrazos y besos en la cabeza.

—No vi a nadie importante con quien tuviese que dejarlos o pedir permiso, y me los traje —Sirius se encogió de hombros, dándoles empujones débiles a los dos, para que avanzasen—, tampoco se pueden dejar a unos niños solos por ahí. Míralos, dicen "sangrepura" y "ricos" por todas partes, la pequeña incluso tiene cara de que no sale de su casa.

Y ahí dio inicio a una disputa entre Lily, Molly, Remus y Sirius, que no dejaba de excusarse en vano, guiñándole a su ahijado, quien no tardó en ponerse de pie para ir con sus amigos. Desde la hamaca, todavía atiborrándose de dulces y sin ganas de ser condescendiente en su propia tienda, Ron lo observó tambalearse cuando Pansy se lanzó sobre él a cubrirle las mejillas de besos, como si no se hubiesen visto en décadas, para luego abrazar a Malfoy, que susurró algo, a lo que negó, y después apartó el rostro, dando un vistazo al lugar, hasta reparar en su presencia y la de los gemelos. Saludó con un escueto asentimiento y una expresión apenas fastidiada, antes de ser arrastrado por Harry hacia ellos, y que los dos tomasen asiento en otra hamaca, en la que no podían lucir más fuera de lugar con sus ropas caras y aires de superioridad.

Pansy saludó al resto del clan Weasley con una sonrisa y comenzó a balancear las piernas sobre la hamaca, riéndose por lo bajo. Malfoy no dejaba de mirar de reojo a los adultos que bajaron la voz al hablar de ellos.

—¿A dónde quedó la nana elfina...? —se burló uno de los gemelos, haciendo ademán de apoyarse sobre la espalda de Draco con todo su peso, lo que él esquivó, dejándolo caer a un lado y en el suelo. No tuvo tanta suerte con el otro, que dejó la barbilla sobre su cabeza, a pesar de las quejas que daba.

—¿...o es que se escaparon? —el otro completó, con un ruido ahogado que pretendía ser de pura sorpresa. Malfoy logró apartarlo, al fin, de un manotazo.

—No, vinimos con Jacint —ante sus caras, Pansy les explicó, en voz baja y suave, que se trataba de su hermano mayor—, que debe estar a punto de cruciar a alguien, por habernos alejado del punto de encuentro —añadió, subiendo el volumen de ciertas palabras, y girando la cabeza hacia los adultos, a Sirius en particular, que se rio con fuerza. Malfoy rodó los ojos.

—Pansy, Draco, ¿sus madres van a venir? —preguntó Lily después de un momento, intercambiando una mirada con Molly, que él se temía que pasase, porque conocía a ambas lo suficiente para saber que no iban a dejar a unos "niños" solos por ahí.

Los dos negaron a la vez, Pansy más rápido, y Malfoy sin mucho interés.

—Madre opina que el Quidditch es un deporte demasiado brusco y ordinario para una dama —recitó ella, de una forma que advertía de la cantidad de veces que tendría que haberlo escuchado en su vida. Escuchó el bufido incrédulo de Ginny, que se cruzó de brazos y apartó la mirada—. Vine por mi hermano y Draco, más que nada.

—Mi madre dice más o menos lo mismo —Malfoy se encogió de hombros—, añadiendo que si algún día viene a un Mundial, será porque yo juegue en el.

Fue el turno de Ron de bufar. Harry le dio un codazo, pero Malfoy, en cambio, le dirigió una mirada que parecía decir "sí, es una dramática". Sabía, desde el preciso momento en que contestaron y las mujeres comenzaron a cuchichear entre ellas, que no tardarían en convertirse en un grupo más grande.

—¿Y su tienda dónde está, niños? —agregó Molly, en el tono cantarín y dulce con que hablaba a los ajenos a la familia o a sus hijos cuando se comportaban bien. En especial lo primero.

—Sobre eso...—Pansy vio de reojo a su amigo, al tiempo que Malfoy se sacaba un objeto diminuto y cuadrado, de un pálido azul, de un bolsillo, para mostrarlo a los demás.

—Jacint va a estar en serio, en serio, molesto —susurró él, frunciéndole el ceño al objeto, como si este fuese el responsable de todos sus males—. Sólo quería ver cómo funcionaba, y se me olvidó regresárselo.

—Ups —la chica formó un puchero, ambos se observaron y se encogieron de hombros a la vez.

Está de más decir que hubo dos nuevos miembros en la tienda del clan Weasley, combinado a la familia Potter y los Merodeadores. Molly no tardó en reabastecerlos de dulces, apartando las manos de sus hijos para que los tres que no lo eran —y Sirius, que comía igual que uno—, cogiesen primeros los suyos.

Cuando un hombre joven se asomó por la cortina de la entrada, con la varita levitando sobre la palma y señalando en una dirección en concreto, igual que una brújula o un Apuntador, Ron estaba escuchando las divagaciones de sus hermanos, porque Malfoy había comprado una bufanda del equipo de Bulgaria, que ahora tenía enroscada en el cuello, e intentaba que un sombrero rojo se le quedase quieto a Harry, quien no dejaba de reír cuando su cabello lo movía de lugar al encresparse de nuevo.

—Draco Lucius Malfoy —murmuró él, estrechando los ojos. El aludido se quedó quieto, el sombrero resbalándose de sus manos y siendo atrapado por el otro—, ¿qué fue lo único que te pedí que no hicieras?

—Que no me moviera de donde nos dejaste —para su gran sorpresa, Malfoy se giró hacia él, con las manos detrás de la espalda y una expresión angelical que nunca le había visto, más que cuando intentaba convencer a un profesor de que lo dejase salirse con la suya en clases.

—¿Y qué fue lo que hiciste?

—Me alejé —volvió a susurrar, sin vacilación o titubeo; a pesar de que lucía como un niño reprendido, no agachaba la cabeza ni apartaba los ojos de los del hombre. No podía esperar menos de alguien tan orgulloso.

—¿Y mi hermana?

Oh, así que ese era Jacint Parkinson; apenas podía reconocerlo ya. Ron vio a Malfoy señalar en dirección a Pansy, que estaba sentada en una hamaca e intentaba convencer a Ginny de que se dejase trenzar el cabello. El hombre se relajó al mirarla, y después de comprobar su estado, se acercó al resto de adultos para saludar y disculparse, en un tono más suave que el que utilizó antes, por haber entrado así a su tienda.

—Draco —dijo, tras un momento, haciendo que él volviese a interrumpir su plática con Harry—, ¿te llevaste nuestra tienda?

Malfoy volvió a sacar el objeto de su bolsillo para arrojárselo, y este, que lo atrapó en el aire, continuó hablando con los otros adultos, incluso después de que Pansy se le hubiese acercado para abrazarlo de costado, casi enterrando el rostro en su camisa.

Tampoco podía decir que estuviese sorprendido cuando, alrededor de la hora del partido, el hombre se llevó a los dos, bajo la excusa de que debían poner la tienda en su lugar reservado e ir a los palcos, o se meterían en problemas con otros magos.

—...no querrías ir, son todos socios de la familia y sus hijos...—escuchó que le respondía Malfoy a Harry, que le preguntaba por qué tenía que quedarse allí. Luego se despidieron, y su mejor amigo se tumbó en la misma hamaca que él, robándole la mitad del espacio y un par de chocolates.

Ron emitió un falso sonido de exasperación.

Encandilado —musitó, sólo para ellos dos, haciendo referencia al tema del día anterior y su comportamiento. Harry resopló y lo ignoró, metiéndose un dulce a la boca, pero no dejó de mirar hacia la entrada por un rato.

Molly y Lily los organizaron, otra vez, cuando se dispusieron a ir al campo. Un bullicio general los recibió nada más poner un pie fuera de la tienda, por lo que comprendió que insistiesen en mantenerlos a todos a la vista, o se habrían perdido entre la multitud.

Sus puestos, como le oyó decir a su padre y repetir mil veces a los gemelos, estaban en un sitio increíble para ver el partido, por lo que apenas llegaron, Ron y Harry se inclinaron sobre la barandilla, con los ojos fijos en el campo. Mientras las personas se acomodaban y preparaban para dar inicio al juego, una figura pequeña y que destacaba por su desordenado cabello castaño, se abrió paso a trompicones hacia ellos.

—Permiso, permiso, ¡disculpen, permiso! ¡Necesito pasar! —Hermione alzaba la voz en un esfuerzo por hacerse oír, para no tener que codear o empujar a nadie, lo que era inútil, porque prácticamente era el único modo de avanzar allí.

La muchacha jadeaba y estaba sudorosa cuando los alcanzó, saludó a Harry con un apretón en la mano, y a él, junto a los otros Weasley, con un movimiento de cabeza, mientras luchaba por recuperar el aliento.

—...perdimos el traslador, y al llegar, los del Ministerio querían saber por qué unos muggles entraron al terreno...—explicaba, con la voz estrangulada—...tuve que testificar que eran mis padres, jamás habría salido de ahí con todo ese procedimiento, de no ser porque no éramos los únicos y fueron algo considerados, pero ellos van a tardar unos minutos más- me dijeron que me adelantara...corrí hasta aquí, uf...¿me perdí de algo? —dio un vistazo alrededor, a tiempo para el comienzo de los espectáculos de presentación. Frunció un poco el ceño después— ¿Y Pans?

Por toda respuesta, Harry apuntó hacia unos palcos de sillones mullidos que estaban en lo alto, a varios metros de ellos. Allí, unas niñas intentaban capturar la atención de Malfoy, que observaba con aparente desinterés el campo. Pansy estaba enganchada a su brazo, dirigiéndole miradas irritadas a las otras dos, mientras su hermano platicaba con unos magos.

—Sangrepuras —Harry se encogió de hombros, como si aquella palabra bastase para encerrar cientos de excusas. Por la expresión de Hermione y su pesado suspiro, supuso que así lo sentían ellos.

—Podrían haberse apartado, si lo hubiesen querido —añadió él, aunque no muy convencido—, no es como que el Mundial sea un buen momento para hablar de trabajo, debe ser aburridísimo…y ellos ni siquiera son adultos todavía.

—Pans me explicó que ese es el punto, comienzan a acostumbrarlos a estos regímenes desde jóvenes, y entonces se concentran en...—Hermione dio comienzo a una serie de protocolos y comparaciones entre sangrepura y la 'aristocracia' mugggle, hasta que el presentador llamó la atención de todos para que vieran la entrada de los equipos. Ron se apresuró a inclinarse más sobre la barandilla, hasta que uno de los gemelos lo tomó del cuello de la camisa y lo jaló hacia atrás para que volviese a poner los pies en el suelo.

Los duendes de Irlanda no dejaron de lanzar oro falso a la multitud, que todos intentaban atrapar entre risas. Ron incluso simuló comprarle, con un galeón falso, el sombrero a Harry, para después arrebatárselo de improviso y abrirse camino entre sus familiares y amigos en la huida, hasta que las Veelas capturaron su atención y los dos se quedaron inmóviles, sumergidos en un estado de embelesamiento imposible.

—Son muy bonitas —exhaló Harry, que tenía los ojos abiertos de sobremanera y fijos en ellas. Ron asintió, sin encontrar su voz para darle una respuesta más concisa. Después le escuchó hacer un sonido ahogado, y sintió que tiraba de uno de sus brazos—, ¿no crees que se parecen a Draco?

Y el encanto se rompió. Ron arrugó la nariz al girar la cabeza hacia su mejor amigo, observándolo como si hubiese enloquecido, y tuviesen que abandonar el partido para llevarlo a San Mungo. Harry lucía como si en verdad esperase su respuesta, que lo considerase al menos, y él pensó que era muestra inequívoca de que el frío de las mazmorras le afectó la cabeza.

—Iugh —fue lo único que soltó. No veía nada en común entre esos hermosos seres y, bueno, Malfoy. Harry, con el ceño fruncido en una expresión de profunda concentración, elevó la vista hacia los palcos donde estaban sus otros amigos. Ron hizo lo mismo, sólo para alternar la mirada entre el muchacho rubio y las Veelas, y descubrir que no sólo tenía completa razón en que eran distintos, sino que prefería mil veces observarlas a ellas.

Harry no debió estar tan de acuerdo, porque estuvo girado unos segundos más y percibió una risa silenciosa, antes de que se inclinase sobre la barandilla de nuevo, para presenciar con él el final de la disputa inicial entre las mascotas de los equipos. Cuando las Veelas se apartaron, por la curiosidad, levantó la mirada hacia el palco, pero no encontró nada que pudiese animar a su mejor amigo de esa forma; una vez calmadas las niñas, Malfoy continuaba con los ojos en el campo, e intercambiaba susurros con Pansy, que se inclinaba hacia su asiento, en una postura perfectamente erguida y disimulada.

Se encogió de hombros, le restó importancia, y se dedicó a ver el juego.

0—

—¡...te lo dije! ¡Es que te lo dije, ¿viste?! —le recordaba a Harry, en el medio del barullo de la multitud que pretendía bajar por uno de los lados de las gradas, para salir del estadio a las concentraciones de tiendas en los alrededores—. Era obvio que Bulgaria iba a ganar, sólo había que ver a su equipo, ¡a Krum! Por las barbas de Merlín, ¿puedes creer que Krum no es mucho mayor que nosotros? Bueno, quiero decir, sí, es mayor, pero no tan mayor, dicen que todavía está estudiando, aun así ya lo reclutaron, en realidad es algo muy...

Una risa silenciosa, mal disimulada, lo interrumpió. Frunció el ceño a Hermione, que caminaba al otro lado de Harry.

—Alguien está enamorado —canturreó ella, con una sonrisa dirigida a ninguno en particular. Ron bufó.

—Sólo porque creo que es el mejor jugador que tiene la selección, en este momento, no quiere decir que...

Volvió a quedarse callado, en esa ocasión, cuando se escuchó un plop por delante de ellos, y al instante, una elfina se aparecía frente a ellos, cerrándoles el paso. Enseguida vio que su padre y los gemelos se acercaban, cuestionando si había algún problema. La criatura realizó una profunda reverencia, antes de emitir cualquier palabra.

—A mi amo le complacería que el señor Harry Potter y amigos se acercaran al área reservada del tercer palco del estadio —recitó. Más de una mirada se dirigió a Harry, que parpadeaba y acababa de soltar un "oh", al asentir.

—Harry, muchacho, ¿de quién es? —preguntó Arthur, inclinándose sobre el hombro de este, que lo observó de reojo.

—Es Lía —mencionó, desconcertado ante la falta de reacción de los demás, como si el nombre tuviese que sonarles de algo, al menos a Hermione y él—, la elfina de Draco.

Ron bufó.

—Lo hubieses dicho antes, ¿qué quiere Malfoy? ¿Necesita escoltas para atravesar la multitud? ¿Cree que no puede juntar su presencia con la de los magos normales...?

—Al amo le complacería que el señor Harry Potter y sus amigos se acercaran al palco —repitió, en tono igual de solemne, con los enormes y cristalinos ojos puestos sólo en Harry, que se giró y comenzó a darle explicaciones a Arthur.

Cuando se decidieron a asistir, eran Sirius y Remus, en calidad de guardián y adulto responsable —no hacía falta aclarar quién cumplía cuál función—, los que los acompañaron, moviéndose a contracorriente por detrás de la elfina, hasta alcanzar unas escaleras más estrechas que las generales entre las gradas, que los apartó de la multitud y los desvió en dirección al elegante palco de tonos pálidos. Ron comenzaba a removerse, incómodo de estar en un lugar que a simple vista costaba demasiado para poder imaginar que lo ocupaba, en cuanto llegaron a la parte alta donde había divisado antes a aquellos tres.

—...es, por supuesto, una tontería —escuchó la voz del hermano mayor de Pansy, un momento antes de verlo, con un pie frente al otro para estabilizarse sobre el palo de madera de una escoba, los brazos extendidos para conservar el equilibrio, y la cabeza girada en dirección a los magos con los que conversaba. Luego se dejó caer con gracia, sentado, sobre esta, y balanceó una pierna. Le pareció que se percataba de la llegada de todos, incluso sin haber dado un vistazo en su dirección—. Ahora, si nos permiten, mi hermana y el joven Malfoy tenemos que atender a algunos compañeros de gran importancia.

Por insistencia de Remus, permanecieron a unos pasos de distancia, mientras los magos se despedían de Jacint Parkinson y Malfoy con apretones, y dedicaban inclinaciones a Pansy, que hacía una reverencia corta tras otra, les sonreía dulcemente y agradecía los cumplidos por lo bajo. No les pasaron por un lado al retirarse, con sus hijos detrás, sino que se marcharon por unas escaleras en el extremo opuesto, por las que no tardaron en desaparecer. El hermano de Pansy ya estaba de pie, con la escoba a un lado, cuando se acercaron, y lo vio desordenarle el cabello a Harry, sin fuerza, antes de saludar a Remus y Sirius con un respeto que se mezclaba con diversión, como si se conociesen, pero no quisiese sobrepasar un límite imaginario.

—¿Por qué nos llamaste? —preguntó Harry a Malfoy, que recorrió con la mirada a los que estaban ahí, y esbozó una lenta sonrisa, que sólo tenía, le pareció a él, un destinatario.

—Creo que esto les gustará —puntualizó. Cuando estaba claro que iba a indagar más al respecto, una ráfaga de aire y el sonido fugaz del desplazamiento de la brisa, los hizo volver la cabeza hacia el centro del estadio, desde el que se aproximaba una figura imponente, encima de una escoba.

Llevaba uniforme todavía, jadeaba un poco, pero aun después de la ducha y el descanso que se merecía, Ron hubiese reconocido a Viktor Krum donde fuese. Contempló, boquiabierto, cómo se bajaba de la escoba al alcanzar el palco, y con movimientos que eran menos gráciles y fluidos en tierra que sobre el artículo volador, se aproximaba a Jacint Parkinson, para estrechar su mano e intercambiar un abrazo flojo, con palmadas en el hombro, y un par de palabras en un búlgaro rudo, que no habría sabido distinguir, incluso si conociese algo sobre el idioma.

—La niñita Parkinson —expresó, en un tono igual de duro, y la forma en que se inclinó frente a la muchacha, para sostener su mano y besarle el dorso, resultó, más bien, torpe—. No nos habíamos visto desde que estabas así —indicó, con una altura determinada por su palma en el aire, que no le llegaba ni siquiera al pecho. Pansy se rio.

—No es que ahora esté más alta, a comparación tuya, Viktor.

El jugador pareció tomarlo como algo bueno, porque mostró un amago de sonrisa, que no bastaba para suavizarle el rostro de facciones definidas, y avanzó para detenerse frente a Malfoy. Ron no se podía creer que estuviese escuchándolo felicitarlo por el buen partido y el resultado, y mucho menos que Krum se mostrase complacido de oírlo y estrechase su mano también.

Por la expresión aturdida de Harry, que tenía la mirada puesta en el intercambio, el silbido sorprendido y encantado de Sirius, y el Remus-sin-palabras, supuso que no era el único que no estaba seguro de lo que pasaba ahí, justo frente a ellos. Quien no lucía desorientada, aunque no habría sabido decir por qué, era Hermione, que avanzó hacia la otra chica tan pronto como esta le hizo una seña para que se acercase.

—Viktor, Viktor, mira, te quiero presentar a la señorita Hermione Granger, una de mis compañeras en Hogwarts, que también es una de las brujas más inteligentes que he conocido —agregó, con una sonrisa. La aludida intentó reír y reprenderla por exagerada, a lo que la otra sólo negaba. Krum repitió la inclinación y el beso en el dorso, aunque más lento y metódico, y sujetó su mano por unos segundos más de lo que era necesario. Hermione estaba ruborizada cuando lo felicitó por su logro; en esa ocasión, él actuó con mayor modestia.

—Y ellos son compañeros míos —no supo que Malfoy se les había acercado, hasta que lo escuchó detrás de ellos, instándolos a acercarse con débiles empujones en la espalda—, grandes fans tuyos. Harry Potter y Ronald Weasley.

Ron estaba a punto de hiperventilar cuando estrechó la mano del jugador estrella de su selección favorita, que además, había ganado la Copa Mundial de Quidditch. Que estuviese ahí, dispuesto a compartir un momento con ellos, en lugar se celebrarlo con su equipo, como cabría esperar, era una fantasía imposible.

Y que los acompañase hasta la tienda, en una conversación tranquila sobre el deporte y cómo fueron los entrenamientos, combinados con su regular asistencia a clases el resto del año, fue suficiente para que presumiese delante de los gemelos por horas, casi tanto como lo hizo el propio Malfoy cuando le preguntaron al respecto.

—Por supuesto que conozco a Krum —replicó sin dudar. Estaban dispersos en las hamacas, las camas y los sillones de la tienda Weasley, ahora que sólo quedaban familia y amigos; Pansy les hacía 'colitas' a los gemelos, que se encontraban sentados en el suelo, frente a ella, intentando molestar a Ginny, Hermione disfrutaba del balanceo constante de la hamaca, Harry y Malfoy compartían un sofá que no tenía aspecto de haber sido pensado para dos personas, cuando podrían estar más cómodos en otros asientos. Bueno, él no era quien para juzgar—, Jacint es varios años mayor, lo ayudó con algunas materias y con la fama que el Quidditch le trajo; no es un chico muy listo, pero es increíble, en serio. Una vez, intentó enseñarle a Pans a jugar, ¿lo recuerdas?

Ella asintió con una sonrisa, a la vez que admiraba su labor en los gemelos, que cantaban que eran 'hermosos' con esos peinados, balanceándose desde donde estaban sentados.

—Me subió a su escoba —explicó ella, cuando se hizo obvio que los demás esperaban algún tipo de detalle—, pero no fui capaz de mantener el equilibrio. Me raspé las rodillas y mi hermano lo regañó, pero nada fue peor que cuando madre nos encontró en el patio. Estaba enojadísima. El pobre Viktor aguantó toda la reprimenda con la cabeza abajo y sin decir ni una palabra; a mí me pareció que era muy listo entonces, porque de haber dicho algo, madre se habría puesto peor.

La idea de una mujer de mediana edad, hogareña, que regañaba a un jugador reconocido a nivel mundial, por un accidente casero con una niña, sin duda, los divirtió a todos.

Permanecieron ahí, ocupando la mitad de la tienda sin reparos, por algunas horas, hasta que Molly comenzó a dar las órdenes de alistarse para ir a la cama, y Jacint, al mismo tiempo y quizás a propósito, decidió ir por los dos adolescentes que tenía bajo su cuidado, dejar que se despidieran de sus amigos, y llevarlos a su propia tienda, que estaba en una sección especial, aislada del bullicio general y con más espacio unas de otras.

Ron no podía dejar de pensar en lo increíble de haber asistido al mundial, y además, haber conversado con un jugador, incluso cuando todos estuvieron acomodándose en las camas y las luces mágicas se apagaban bajo el toque de la varita de Lily o Molly, que advertían, en vano, a Sirius de que lo dejarían afuera si se unía a la celebración alocada que había a unos metros, en la concentración. El hombre se veía con todas las ganas de asistir, a pesar del agarre firme de Remus en uno de sus hombros y las negativas que le susurraba.

Tomó la parte inferior de una litera, se tumbó en el colchón, a admirar la parte de arriba con una sonrisa hasta que el cansancio lo venciese, y llegó a ver a Harry cuando alcanzó la escalerilla que daba hacia la de arriba. También parecía entusiasmado. Rodó los ojos.

Encandilado —canturreó Ron, sólo por el placer de fastidiarlo un poco, porque, bueno, también era uno de sus deberes en la cláusula de amistad.

Su mejor amigo emitió un sonido de protesta y escuchó el rechinido del colchón, cuando se movió sobre este. Un momento más tarde, una cabellera desordenada se asomaba por un costado de la litera, cabeza abajo y ahora sin los lentes.

—No tanto como tú con Viktor Krum —imitó ese tono burlón, le sacó la lengua, y se reacomodó, sin darle tiempo a idear una respuesta.

Ron boqueó, hasta que se dio cuenta que no tenía sentido idear nada increíble que contrarrestase sus palabras, ahora que Harry ya estaba tendido y listo para dormir. Oh, a veces cómo odiaba ser el mejor amigo de ese tonto.

Pero, de nuevo, era un hecho del que sabía que no se libraría.


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