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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo cuatro: De cuando Draco (y Harry) recibe cartas (e invitaciones)

El cuatro de junio de 1991, Draco volvió a estar de pie frente a la entrada del colegio. Con aire altivo, listo para comprobar algo que él desconocía. Harry se acercó hacia el peculiar par que formaban Draco y su madre, sin saber por qué lucía tan complacido.

Narcissa estaba ahí, con su pulcra postura erguida. Luciendo radiante con uno de esos lujosos vestidos de color claro que se arremolinaban en torno a sus piernas, el cabello sujeto en un moño impecable. Miraba hacia los niños muggles con un gesto airado mientras arrugaba la nariz de forma casi imperceptible, pero sonrió apenas vio a Harry entre ellos.

—¡Tía Narcissa! —el niño la rodeó con ambos brazos y enterró el rostro en la tela suave y delicada de su vestuario, gesto que la sobresaltó, mas no se apartó.

La mujer le pasó las manos por el cabello, de ese modo peculiar que tenía para hacerlo, y le preguntó por las clases. Harry se separó y comenzó a contarles lo que había aprendido ese día, pegado a Draco, con quien caminó abrazado hacia uno de los callejones más cercanos, para poder aparecerse.

La noche anterior se le había dificultado dormir, porque sabía que Draco cumpliría once años el cinco. Se quedaría a pasar la noche en la Mansión, lo que era una experiencia agitada de por sí, y estaría allí en la mañana de su cumpleaños para acompañarlo por el día, cuando recibiese la carta de la escuela de magia a la que asistiría. Harry, que sabía que iría a Hogwarts porque sus padres y los amigos de estos fueron allí, sólo podía rogar por tener igual suerte y encontrar el sello rojo entre el correo de los Malfoy al día siguiente.

La Aparición los dejó en el patio, lo bastante lejos de la reja de la entrada, como para que sólo fuese una línea en el horizonte de su campo de visión. Estaban en un área de césped verde, que se alzaba igual que una pequeña colina y tenía una intersección, construida por caminos de roca a la antigua, que llevaban a diferentes puntos de los jardines y a la Mansión. Narcissa le dio instrucciones a Draco en voz baja, a las que el niño asintió dos veces, y luego de darle otra leve sonrisa a Harry, la bruja se alejó por uno de los senderos.

Su 'anfitrión' se apresuró a llamarle la atención y guiarlo hacia la entrada principal de la casa. Era sólo la segunda vez que estaba de visita en la Mansión, pero sus observaciones seguían siendo las mismas que cuando estuvo ahí antes.

Draco, de alguna manera, consigue ubicarse en los terrenos, y sabe qué caminos llevan a qué sitio, había agregado al registro imaginario, convencido de que, sin importar el tiempo que hubiese pasado ahí, él sí se perdería.

Un plop y la elfina doméstica los recibió cuando subían el tramo de tres escalones de mármol blanco que conducían hacia la puerta. Realizó una profunda reverencia a Draco cuando le pasó, por un lado, y después a Harry, que se detuvo.

—Amo Draco, lo que pidió para el amo Harry ya está preparado y espera por ambos en su habitación, mi señor, espero que sea de su agrado, mi señor. Lía sólo sirve para complacer al joven amo —vio que el aludido rodaba los ojos mientras abría la puerta, y tuvo que contener una sonrisa.

—Gracias, Lía. ¿Cómo estás? —igual que la primera vez, la elfina chilló y se tiró de las orejas en el momento en que se lo preguntó, aunque no podía entender por qué, ¿no se supone que tendría que ser amable y saludar a todos, cuando era invitado a una casa? Harry juraría que sí, porque era lo que Remus y Lily le enseñaron.

—¡Lía está bien! ¡Lía es feliz sirviendo al joven amo! Por favor, amo Harry, ¡confíe en que Lía es una elfina buena!

—Potter, deja de asustar a mi elfina —lo reprendió su amigo en tono suave, sosteniendo la puerta para que pasase. El otro se rio y entró—. Puedes irte, Lía, eres una elfina buena.

La criatura volvió a chillar y se desapareció con un plop, a tiempo para no ver cuando Draco le apuntó de forma acusatoria con el dedo índice.

—¿Qué te dije sobre eso?

—Que no trate a los elfos como personas, se asustan —repitió las palabras que se sabía de memoria, y recibió un asentimiento del niño.

—¿Y entonces por qué te cuesta tanto metértelo en la cabezota y no hacerlo?

—¡Estoy acostumbrado a saludar! —replicó, pero era inútil por dos razones; la primera, Draco ya se había girado y caminaba por el recibidor, seguro de que él lo seguiría sin decírselo (cosa que sí hizo), y la segunda, ¿cuándo había ganado una discusión con el heredero de los Malfoy?

La puerta principal daba hacia un pasillo alargado, que se abría en una sala con dos conjuntos de escaleras, partiendo desde puntos opuestos del lugar y creando un arco perfecto, para unirse en uno de los corredores del segundo piso. Todo era blanco, plateado, o azul pálido, desde el candelabro en el techo, los marcos de los cuadros móviles en las paredes, hasta la alfombra de tela tan suave que a Harry le resultaba una lástima pisarla.

Por lo que había oído durante la visita anterior, las tres puertas apostadas entre y junto a las escaleras, conducían a antecámaras que Narcissa usaba para recibir a los magos y brujas con los que se planteaban negocios, y en el sector del segundo piso que era accesible desde ahí, se llevaban a los invitados que iban a tomar té o amigos de la familia en reuniones formales. Claro que como Harry estaba allí solo y por el hijo de los Malfoy, los dos se desviaban por unos pasillos laterales, disimulados por el ángulo en que estaban construidos, de tal modo que creía que sería imposible notarlos si no sabía dónde buscar; avanzaban en un zigzag entre paredes idénticas, hasta dejarlos en una zona completamente diferente, en la que las puertas eran dobles y de madera, y uno de los lados del corredor tenía un techo de cristal, permitiendo una vista total del patio, los pavos albinos que se contoneaban afuera, los arbustos de criaturas fantásticas y el lago, con un puente de piedra, a lo lejos.

Draco le había explicado que era un espacio más privado. Por lo que entendía, sólo los Malfoy y sus amigos podían pasar, gracias a una barrera mágica que estaba en los cristales y en los corredores de extrañas construcciones. Al fondo del pasillo, unas escaleras menos labradas ascendían en forma de caracol, hacia un ala del segundo y tercer piso, que eran privadas.

Ahí estaba el cuarto del niño. El piso de Draco, prefería decirle Harry, porque tiene una planta completa para él solo, también estaba incluido en el registro imaginario.

El único hijo de los Malfoy gozaba del beneficio de que, la segunda planta, constaba de un corredor estrecho, con una sola puerta doble, de madera blanca con tallados de dragones, que casi se confundía con las paredes del mismo color.

—Antes de entrar —su amigo los detuvo a ambos frente a la puerta, con las manos puestas sobre los bordes de la madera y cerradas en puño. No lo miraba, pero de perfil, Harry notó que parecía buscar las palabras apropiadas para algo—, ya oíste que le pedí a Lía algo para ti.

Él asintió.

—Sólo...no grites —la petición era rara, sin embargo, Potter volvió a asentir para demostrarle que podía confiar en él.

Uno pensaría que "no grites" es lo que debes decirle a alguien a quien estás a punto de enfrentar a una bestia enfurecida, a un reto inexplicable, o incluso una situación aterradora. Nada semejante ocurrió cuando Draco abrió para que los dos entrasen.

La habitación constaba, también, de un recibidor; una sala, con mesas de cristal, sillones de tonos pálidos, y unas cortinas que iban del techo al piso, para cubrir un balcón hecho de una vidriera multicolor, que daba al lago. Cuatro puertas de diferentes tallados y maderas estaban apostadas en diferentes puntos del lugar. Harry sabía, por boca del mismo dueño tanto como por la experiencia, que una llevaba al baño, otra al vestidor, la tercera a una sala que se convertía en casi cualquier cosa que Draco quisiera, y la última, al verdadero dormitorio. Fue a esa a donde se dirigieron.

De la única vez que se quedó a pasar la noche, pudo reconocer un encantamiento que disfrazaba el techo de la habitación con un cielo nocturno lleno de constelaciones y el piso de cristal que lo reflejaba dándole un aspecto cósmico. Como si estuvieran flotando.

Draco tenía baúles de juguetes, estantes de sus cuentos favoritos y de los ejemplares de las lecciones que tomaba, y una colección de snitches de juegos importantes en la historia del Quidditch de los últimos cien años.

Pero la enorme y mullida cama, cubierta por un dosel satinado, no estaba a la vista, porque más de la mitad del suelo y paredes estaban tapados por un trayecto de rieles, de al menos medio metro de ancho.

Harry se olvidó de la promesa que le hizo y gritó cuando la locomotora hizo un llamado. La elfina Lía apareció sobre la cabina principal de un tren escarlata, en una de las esquinas del cuarto, que comenzó el recorrido frente a sus ojos.

Era el expreso Hogwarts. Draco le había llevado el expreso. Y Harry sólo podía gritar más, saltar, chillar y zarandearlo del brazo, mientras que su amigo lo veía con una leve sonrisa.

En el momento en que el tren frenó delante de ellos, Harry tenía la respiración entrecortada y una sonrisa tan amplia que le comenzaban a doler las mejillas, pero sólo fue capaz de ensancharla cuando Draco le sujetó la muñeca y tiró de él para que lo siguiese.

El niño empujó uno de los techos de una cabina, levantándolo al igual que una tapa, para revelar un espacio acolchado y dispuesto como un asiento, en el que se subió. Levantó otra y arrastró a Harry adentro, antes de que tuviese tiempo para procesar que estaba dentro de una versión de metro y medio de alta del expreso, Lía lo ponía en marcha por segunda vez. ¡Se estaban moviendo por todo el dormitorio!

La miniatura-no-tan-miniatura del expreso de Hogwarts marchaba entre chu-cu-chu-cu-chu-cu, que ambos niños comenzaron a imitar, y aunque gritó de nuevo cuando se subieron a las paredes, enseguida descubrió el hechizo antigravitacional que Lía usaba para mantenerlos a los tres, y al expreso, por el camino adecuado. Pasado un rato, Draco se puso de costado y Harry se inclinó hacia adelante, y en el punto de unión de ambas cabinas, hablaron de todo lo que sabía del colegio de magia, incluidas las aventuras de los Merodeadores, que conocía por Sirius.

Narcissa entró una hora después y los encontró discutiendo sobre qué apodos usarían, siguiendo el ejemplo de la generación de los padres de Harry. Los bajó del tren sólo por la promesa de un pastel luego del almuerzo, que comieron en un área del jardín preparada por ella, una mesa con sombrillas en medio de los rosales.

Bajo un acuerdo mutuo y silencioso, los niños se corretearon de vuelta a la habitación de Draco, con la apuesta de que el que llegase primero, decidiría qué jugarían. Harry ganó. Se subieron al expreso de nuevo, para que los llevase al cuarto de requerimientos, mientras la elfina usaba magia para modificar el camino de los rieles y atravesar la sala que los separaba de este.

El cuarto, cuando llegaron, se convirtió en una versión reducida de un campo de Quidditch, con casilleros donde aguardaban uniformes de dos equipos diferentes que no existían y a los que les dieron nombres, y un par de escobas. A pesar de que estaban solos, liberaron la snitch y las bludger, y se persiguieron de un lado para el otro.

Los dragones salvajes de Wiltshire ganaban por diez puntos a los Cervatillos de Godric's Hollow, por los tiros, pero fue Harry quien atrapó la snitch.

No le importó escucharlo presumir todo el camino, de vuelta en el expreso y guiados por Lía, del cuarto de requerimientos al baño. Como los dos acordaron, Narcissa no les permitiría poner un pie fuera, ni mucho menos ir a la cena, si estaban sudorosos por el partido, así que una vez llegaron a esa conclusión, la decisión a tomar fue sencilla.

El baño de Draco, por supuesto, no podía ser uno normal. Encerrados en un cubículo a un lado de la puerta, estaban el lavamanos, retrete y una ducha, pero fuera, la estructura era de piedra y se asemejaba a una cueva amarillenta, y un conjunto de más de diez canales de agua serpenteaban por el piso, ascendían por una pared y finalizaban en una fosa de aguas termales, que el niño usaba a modo de bañera.

Sólo en calzoncillos, nadie más que ellos y Lía, que vaciaba un jabón espumoso y colorido dentro de la tina enorme, presenció la pelea dentro del agua, en la que nadaron detrás del otro, se hundieron y se empaparon de pies a cabeza. Harry consideraba que estaba en desventaja por tener que dejar los lentes afuera, sobre la pila de ropa de ambos, pero fue Draco el que terminó tosiendo por el exceso de líquido que le lanzó.

—¡No seas animal, Potter! —le gritó, un segundo antes de abalanzarse sobre él para ponerle la cabeza bajo el agua. Después que también tosiera, decidieron hacer una tregua.

Lía desapareció luego de decirles que no dudaran en llamarla, si necesitaban algo, y se dedicaron a flotar sobre la superficie líquida por, al menos, media hora. Para cuando Draco se terminó de lavar el cabello, salió, y se puso una toalla alrededor de la cabeza, los dos tenían la piel de los dedos arrugados y se burlaron de que parecían unos magos ancianos.

Siguiendo las órdenes del niño, Harry, que aún se reía, se colocó sobre un peldaño que tenía la tina en un lado de los bordes, de espaldas a la roca, echó la cabeza hacia atrás para dejarse lavar el cabello, que Draco luchaba por desenredar y luego peinar, porque según él, no iba a tener un invitado desarreglado en su casa. En retrospectiva, lo último que recordaba era haber estado apoyado contra las rodillas de Draco y cerrar los ojos, conforme unos delgados dedos le recorrían las hebras en un masaje lento. La sensación de simple y llana suavidad lo sumergió en una burbuja de paz.

Casi se quedó dormido, hecho que provocó las burlas de Draco. Después de llamar a Lía, fueron conducidos hacia los vestidores, envueltos en una bata de algodón. La alcoba estaba conformada por toda clase de estantes, cajones y pasillos enteros que abrían las puertas a distintos armarios, entrecruzados en un patrón que parecía tener sentido para el dueño, pero no mucho para Harry, que se limitó a bajar del expreso y seguirlo. Lía había dejado su ropa, tendida en un espacio que estaba dispuesto para ese tipo de invitados. Su amigo arqueó una ceja al ver el pijama de dos piezas, azul oscuro, de snitches doradas.

Y la razón por la que, más tarde, Draco bajó usando la franela de mangas largas de su pijama, junto a un pantalón de seda blanca, y Harry usó la parte inferior del suyo, y la franela ajena, era un misterio. En un momento, estaban frente a ambos conjuntos, intercambiando miradas y compartiendo sonrisas, para después estar corriendo por el pasillo y escaleras abajo. Sólo el flash de una cámara los pudo frenar.

Narcissa bajó el artefacto, justo cuando la fotografía mágica brotaba de la parte inferior, y la agitó frente a los dos niños, que estaban estáticos al final del tramo de escaleras.

—Se ven tan lindos, van combinados —Draco fue el primero en reaccionar, acercándose a su madre para pedirle la fotografía y apretando los labios al verla, para evitar sonreír. Cuando Harry se acercó, el niño se apartó y ocultó la imagen entre los pliegues de su camisa, le sacó la lengua y ambos volvieron a corretearse por los pasillos de la Mansión, que se llenó por el sonido de sus risas.

0—

La mañana del cinco de junio los atrapó en posiciones opuestas sobre la cama, uno junto al otro y hechos un ovillo, con las mantas y almohadas dispersas por el colchón, y los brazos estirados hacia un lado, las mangas de dos telas tan distintas rozándose. Al final del día anterior, revisaron el terrario, jugaron a las escondidas con Lía, y vieron las estrellas artificiales brillando en el techo, compartiendo una de las cabinas del expreso Hogwarts, que se movía a un ritmo más lento a esa hora. Narcissa pasó a darles las buenas noches con besos en la frente, y estuvieron lo que pudo ser una eternidad, escondidos bajo las mantas, Harry sosteniendo una lámpara mágica y diminuta, y Draco leyéndole una colección exclusiva de cuentos de Beedle el Bardo.

No supo en qué momento se quedó dormido.

Lo primero que vio al despertar, fue un montón de blanco. Le tomó unos segundos identificar las cobijas y el dosel de la cama, antes de darse cuenta de que usaba una de las piernas de Draco como almohada.

Parpadeó un par de veces, rebuscó los lentes en el amasijo de cobijas -porque, al parecer, olvidó dejarlos sobre la mesa de noche-, y ahogó un grito cuando se giró y encontró los enormes y azules ojos de Lía, la elfina, que estaba de pie junto a la cama. Ella hizo una reverencia, luego le habló con voz suave, para no despertar a Draco:

—El desayuno y sus regalos esperan al joven amo —dijo, y con un plop, desapareció.

Harry se sentó despacio en la cama, callando un bostezo contra la palma de su mano. El cumpleañero aún continuaba dormido, tenía los dedos cerrados en un puño, alrededor de una manta, y su entrecejo estaba fruncido de forma apenas perceptible. Aquel detalle lo hizo preguntarse qué andaba mal, y se inclinó sobre él, para revolverle el cabello y sacudirlo de los hombros.

—Draco, Draco, Draco. Feliz cumpleaños, Draco... ¡Draco!

El mencionado se removió, abrió los ojos y las pupilas desenfocadas se fijaron en Harry. El rubio emitió un sonido lastimero. Harry se detuvo, todavía encima de él, y esperó a que se frotase los párpados, mirase el cuarto como si tuviese algo que comprobar, y soltase una exhalación de alivio.

—¿Mal sueño? —Draco asintió, él jugó más con los mechones rubios y sonrió—. Feliz cumpleaños —repitió.

Su amigo volvió a asentir, empujándolo por el pecho para que se echase hacia atrás, y así, poder sentarse. Las bromas sobre el "nido de pájaros" que Harry tenía en la cabeza, no tardaron mucho en llegar, pero lo permitió, porque era su cumpleaños, lo hacía sonreír y le borraba el rastro de lágrimas que la pesadilla le dejó, y ambos fingieron no notar.

Draco llora cuando tiene pesadillas, agregó al registro imaginario. No es que lo culpara, él también lloraba por algunas; sólo le parecía curioso, porque cuando se quedaba y tenía una en Godric's Hollow, Harry se encontraba en un cuarto vacío al despertar, y al ir a la cocina, Draco estaba junto al mesón, hablando con Lily. Nunca lo había visto tenerlas.

Harry le repitió el mensaje de la elfina, y él sonrió y los arrastró a los dos fuera de la cama. Se corretearon al baño, entraron en el cubículo y compartieron el lavamanos al cepillarse; Draco se lavó la cara, e hizo otro intento de domar el incontrolable cabello Potter, con ayuda del gel de magnífico aroma.

Apenas pusieron un pie de vuelta en la sala de estar, escucharon la puerta abrirse. Pansy fue un torbellino de color cuando entró, con sus listones en el cabello, las flores en la falda del vestido y los zapatos rosa, y se abalanzó sobre el cumpleañero nada más verlo.

Draco dio un paso hacia atrás por el impacto y se dejó abrazar, con una mano en el hombro de ella, durante el rato que le llevó felicitarlo, darle los buenos deseos en el nombre de Merlín, de su magia, y tantas otras cosas más, que Harry había aprendido a atribuir a los sangrepura que sí tomaban en cuenta las tradiciones. Por supuesto que, cuando le dio un beso en la mejilla y lo soltó, no se salvó de que ella también se le colgase del cuello para saludarlo, alabando lo que le había hecho a su cabello, aunque todavía presumía de mechones rebeldes.

No hubo quien la callara cuando se percató de que llevaban pijamas "a juego" y ni siquiera era la hora del desayuno. La niña le pasó un brazo por encima de los hombros a cada uno, los pegó a los tres, y los hizo caminar en sincronía por el pasillo y escaleras abajo, entre risas y órdenes cada vez que uno de ellos perdía el ritmo.

Por uno de los corredores laterales, a los que el acceso era limitado, se dirigieron a un área de comedor para más de treinta personas, que ignoraron por completo, para avanzar hacia otra más alejada, con un sencillo mesón y una vista al patio, a través de un pórtico de cristal y madera blanca. La señora Parkinson ocupaba una silla hasta que los vio entrar. Se levantó, se acercó a ellos y abrazó a Draco, repitió el conjunto de felicitaciones y bendiciones de su hija, e incluso unas cuantas más, antes de besarle la cabeza y continuar con Harry.

Narcissa, sentada en una silla alta cercana al mesón, extendió los brazos, y su hijo caminó hacia ella, le sujetó las manos para besarle el dorso, le dio los buenos días, y se dejó acunar el rostro y besar en las mejillas. La mujer tenía una sonrisa que, sin ser amplia, no dejaba de ser resplandeciente, unió las frentes de los dos y le cantó en un suave murmullo, con palabras que no pudo identificar.

—La canción de los Black —Pansy, parada junto a él, le explicó. Tenía las manos unidas tras la espalda y sonreía, mirando enternecida la escena—, habla de las estrellas y la luna, es muy bonita. Tía Narcissa le dice todos los años que, cuando Draco nació, fue la noche más brillante de los últimos doscientos años, y que todas las constelaciones se mostraron para celebrarlo —Y más bajo, añadió:—. Por eso es tan engreído.

Harry atinó a soltar un "oh" y luego sonrió también. Draco tenía una expresión suave y feliz, sin sonrisa, con las mejillas cubiertas de un tenue rubor, cuando los llamó para que se acomodaran en torno al mesón y se unieran al desayuno de cumpleaños, que no podía ser otra cosa que panqueques de masa de chocolate, con trozos de fresa y galletas.

—Cuando termines, quiero que revises los regalos que ya llegaron, y luego puedes ir a cambiarte y jugar con Pansy y Harry —pidió Narcissa, y luego ella y Amelia se sumergieron en una plática de temas que no les importaban, mientras los tres niños se comían los panqueques y discutían acerca de si intentarían encontrar el nido del Augurey, que según Draco, habitaba el patio, o si jugarían a las atrapadas cerca del lago.

Atendiendo a la orden de la dueña de la casa, el cumpleañero y sus invitados desfilaron de vuelta al comedor gigantesco, donde estaban las cajas, cubiertas por papel de envoltura de diferentes colores, y cartas con que lo felicitaban.

Draco y Pansy se sentaron, y dieron inicio a un ritual que le resultó de lo más aburrido a Harry, porque como heredero sangrepura, tenía correo de aliados comerciales de la familia, no sólo obsequios. Se dejó caer en una silla, dobló los brazos bajo la cabeza, y vio que su amigo clasificaba y apartaba las cartas de aquellos que le daban buenos deseos por cortesía o interés, en una pila, que recibiría una respuesta pre-estructurada más tarde.

Se enteró de que llegaron a los regalos cuando Pansy gritó un "¡dame eso!" y le arrebató de las manos un paquete sencillo, con un rictus de desagrado mientras leía la etiqueta.

—Greengrass —escupió, dejando la caja aparte, y contrario a lo que esperaba, Draco sólo rodó los ojos y no se quejó.

—¿Quiénes son los Greengrass? —preguntó Harry, levantando la cabeza al fin, sólo porque la amenaza de quedarse dormido ahí se cernía sobre él. La niña lo observó un momento, como si tuviese algo que considerar, y luego se cruzó de brazos.

—Unas niñas que persiguen a Draco.

—Eran amigas de Pansy, hace mucho, dejaron de serlo cuando...oh, mira este —el cumpleañero les llamó la atención, elevando un paquete encogido, que sólo estaba acompañado por un pedazo de pergamino. Draco mostró una media sonrisa—. Lo manda mi padrino.

—¿Más cosas extrañas para pociones? —ella arrugó la nariz.

Él la ignoró y comenzó a organizar una montaña de cajas, de los que, por lo que entendió, consideraba que sí valían la pena o eran de "personas importantes".

Harry volvió a recostarse y los escuchó discutir al respecto.

—Los Crabbe.

—¿Por qué te envían algo los Crabbe?

—Los Goyle.

—Seguro te lo mandaron porque los Crabbe enviaron algo.

—Zabini.

—Ugh, dile a tía Narcissa que pase eso por un encantamiento de seguridad.

—Flint.

—A mí también me enviaron algo, nada muy lindo.

—Black —Harry prestó especial atención a ese punto, frunciendo el ceño. El cumpleañero observaba el paquete casi con vehemencia—, el primo Regulus. Esperen.

Abrazó la caja contra su pecho, se levantó y se alejó, en dirección a la sala del mesón donde estaban conversando las mujeres, antes de que tuviesen tiempo de hacer alguna pregunta. El menor comenzó a hacer conexiones. Black. Black, como Sirius. ¿Que no era Regulus, el hermanito de Sirius?

Primo. La palabra resonó en su cabeza. ¿Regulus Black era primo de Draco? ¿Sirius lo era? ¿Su padrino Sirius, ese Sirius? Se lo preguntaría la próxima vez que lo viese, ¿cómo es que nadie se lo había dicho?

—Siempre manda algo —aclaró la niña, probablemente, ante la cara de desconcierto que debía tener. Ella le sonreía, comprensiva—; madre dice que lo favorece, sea lo que sea eso, pero suena a que es bueno.

Harry estuvo de acuerdo. El niño no tardó en regresar; ya no llevaba la caja, sino un objeto redondo y de una larga cadena ajustable. Se sentó entre los dos y presumió de la pieza, sellada por un cristal, con números, punteros y letras de otro idioma.

—Apuntador mágico, francés, reliquia de la familia Black —elevó la barbilla en un gesto de superioridad y balanceó el objeto desde la cadena—. Madre dice que colgaba de la casa principal cuando era niña; nadie lo tocaba.

Pansy intentó tomarlo, pero él fue más rápido, se echó hacia atrás y se guardó el Apuntador en la manga del pijama, con ese movimiento practicado con que también deslizaba la varita blanca.

—¿Qué hace? —Harry se inclinó hacia adelante, aún con el ceño un poco fruncido. Draco lo notó y le tocó el entrecejo, para que lo relajase.

—Se te queman las neuronas, Potter —se rio, y el mencionado resopló—. Madre dice que hace de todo. Muestra norte, sur, este y oeste, longitud y latitud, arriba y abajo, hora, fecha...y debería servir para encontrar cosas. Dijo que vamos a visitar al primo Regulus esta semana, para agradecer y que me enseñe a usarlo.

Ambos niños asintieron a las palabras del otro, al parecer, convencidos de que era un buen regalo.

Reanudaron la tarea ardua y fastidiosa de clasificar lo que restaba. Harry sintió una leve punzada en el pecho al darse cuenta, en el momento en que estaban por terminar, de que la pila de los socios de los Malfoy y los que enviaban algo por interés, era más grande que la de los amigos o conocidos de Draco. Si a este le importó, lo disimuló bien.

El cumpleañero estaba alardeando de que Jacint le envió, desde Durmstrang y en secreto de las Parkinson, una snitch que le faltaba en su colección de partidos relevantes de Europa, cuando Narcissa entró con un paquete encogido.

—...madre se estaba quejando de que sacó dinero de la bóveda, si nos hubiese dicho que era para esto...—Pansy se calló de golpe y descruzó los brazos al verla. Draco siguió su ejemplo y se enderezó, dejando la pelotita en la mesa.

La señora Malfoy se paró junto a los tres y le tendió la caja, en un papel sin color ni diseños, carente de etiquetas.

—Tu padre me pidió que te lo diese, lo hemos planeado desde hace más de un año.

Esas sencillas palabras iluminaron el rostro de Draco, que tragó en seco y extendió una mano temblorosa para sostenerlo. Se relamió los labios, y miró el regalo durante un rato, ojos muy abiertos, como si no supiese si gritar o llorar.

Después de que su madre le tocase el hombro y le diese un beso en la cabeza asintió, más para sí mismo y se sacó la varita de algún pliegue del pijama, sorprendiendo a Harry, que no recordaba haberlo visto ocultarla en ningún momento. Hizo crecer la caja, hasta que se convirtió en un armazón alargado, que no pudo sostener con ambas manos y dejó en la mesa. No dudó al abrirla, pero el jadeo y el cambio de su respiración, les advirtió de lo que significaba para él.

Con cuidado, como si temiese romper algo y arruinar el efecto, Draco tomó la nota breve que estaba en una esquina de la caja y la leyó; un instante más tarde, se cubría la boca con las manos y ahogaba las lágrimas, para evitar que se le escapasen. Negando, se aproximó a Narcissa, la abrazó, y enterró el rostro en su vestido; la mujer le respondió inclinándose para apretarlo con fuerza y acariciándole el cabello, entre dulces murmullos.

Harry vio por encima del borde de la caja. Dentro, sobre una almohada de terciopelo, yacía un telescopio plegable y de color plateado, junto a un mapa estelar enrollado.

"Para que las estrellas te iluminen siempre,

y la luna te recuerde que existe algo más allá,

incluso cuando no puedes verla. Ni a mí.

Feliz cumpleaños número once, Draco. Estás por entrar a la edad de los magos; hazme sentir orgulloso, hazle un buen nombre a los Malfoy.

-Lucius A. Malfoy."

Al dar un vistazo a un lado, se percató de que Pansy también leía la nota, y los ojos se le llenaban de lágrimas, que secó con una sonrisa tierna. Harry también sonrió.

Draco recibe regalos de su padre, desde Azkaban, añadió al registro imaginario. Cuando uno le gusta mucho, no presume; llora. Y es lindo.

Cuando se recuperó, tomó asiento entre sus amigos, tallándose los ojos y asegurándole a Pansy, en voz suave y baja, que estaba bien. Ella le rodeó los hombros y lo abrazó por unos instantes. Harry creyó escuchar que le susurraba, mas no identificó las palabras que usó.

Draco apartó los últimos regalos y le agradeció en un murmullo a Pansy, por lo que fuese que ella y su madre le hubiesen dado. La niña, después de erguirse y lucir orgullosa de sí misma, se inclinó hacia adelante y llamó la atención de Harry, casi pasando por encima de su mejor amigo para lograrlo.

—¿Tú qué le diste? —no sonaba a acusación, ni a burla. Ella sólo lo observaba con curiosidad, como si lo extraño fuese que no estuviese presumiendo de haberle dado algo y no lo opuesto.

Abrió la boca para replicar y la cerró enseguida, el niño-que-brillaba ladeó la cabeza y miró hacia él, los ojos y la nariz aún enrojecidos por el reciente llanto. Estaba por entrar en pánico cuando Draco sonrió y se giró, para encararla.

—Potter me regaló su día —habló con solemnidad, pero de pronto, Harry sintió que haber estado allí desde el día anterior era poco, comparado a lo que pudo haber hecho, en especial porque Lily insistió en que quería darle un obsequio, hasta que Narcissa les aseguró que no era necesario— y me va a dar una promesa en el terrario pronto, de una de las rosas.

Pansy asintió despacio y volvió a sonreír.

—Eso es genial —lo felicitó, como si la idea hubiese sido suya, y se movió para ayudar a recoger las cajas.

Harry sólo aguardó hasta que estuvo distraída, otra vez, con el regalo de la familia Greengrass, para fruncir el ceño y codear a Draco.

—¿Otra promesa? —susurró, y su amigo asintió— ¿y qué quieres que prometa?

Él lo observó de nuevo. En un inesperado arrebato, Draco lo rodeó con un brazo, para juntarlos a ambos, como si lo que estuviese por decirle fuese un secreto.

—Que haremos esto todos los años —contestó, sin vacilar—. Cuatro y cinco de junio, serán míos. Los pasaremos juntos, se caiga el cielo o reviva Merlín, no me importa.

Harry sintió que las comisuras de los labios se le elevaban, a pesar de que tuvo la intención de simular negarse.

—Bien.

La sonrisa del pequeño Malfoy podría haber iluminado una habitación entera. Se alejó despacio y se puso de pie para recoger sus regalos, llamando a Lía para que los llevase al cuarto.

Pansy les dijo que los esperaría en el recibidor de la Mansión, mientras se cambiaban, e hicieron una corta carrera, igual que el día anterior, para decidir quién elegía lo que jugarían.

Draco ganó. Tal vez, sólo tal vez, Harry no se esforzó lo suficiente y le dio ventaja, pero nunca lo admitiría, menos frente a su amigo.

Se metieron al vestidor y se cambiaron entre bromas, codazos y empujones. Y de algún modo, para cuando bajaron, Draco se movía en un pantalón desgastado, que contrastaba con la camisa de botones marca Malfoy, y Harry tenía zapatos que no eran suyos.

—Esta tela es tan rara...—le comentaba, alisando los pliegues casi invisibles de los lados del pantalón beige que había sacado del armario del otro niño.

—Se llama gabardina —lo apuntó, asintiendo repetidas veces, con esa media sonrisa que decía que sabía algo que él no.

—¿Es la que usas bajo las túnicas?

—Sí, casi siempre.

Emitió un largo "oh" y estuvo a punto de chocar con la espalda de su amigo, porque al salir del corredor zigzagueante, este se había detenido. Harry levantó la mirada, y se fijó en Pansy, de pie en el medio del recibidor, delante de una versión miniatura de un barco flotante.

—¿Es otro regalo? —él negó, y Harry frunció el ceño.

Antes de que pudiese contestar, Draco salió corriendo. En su prisa por volver con Narcissa, no se dio cuenta de que lo empujó, y Harry trastabilló y vaciló al acercarse al objeto flotante. La niña continuaba quieta y con los ojos muy abiertos.

—¿Qué es eso?

Pansy boqueó, como si necesitase tomar aire y prepararse para lo que estaba por soltar.

—Es la invitación a Durmstrang.

Algo se derrumbó, dentro de Harry, cuando escuchó la frase. Igual que ella, permaneció inmóvil frente al barco, hasta que el cumpleañero apareció, con las dos mujeres detrás. Amelia ahogó un grito y se cubrió la boca con el dorso de la mano, Narcissa sujetó el barco de ambos lados y leyó el escrito, que estaba sobre una de las velas.

—Bueno —mencionó, ante una audiencia de tres niños ansiosos y una curiosa mujer—, ya sabíamos que esto pasaría, es por tu padre. Lucius quería llevarte allí, aunque yo le insistí en Hogwarts. No tienes nada de qué preocuparte.

Y con esas palabras y otra débil sonrisa, Narcissa se fue, llevándose el barco, a la señora Parkinson y cualquier oportunidad de Harry de entender a qué se refería. Pero aún le quedaban sus dos amigos, que comenzaron a intercambiar miradas y susurrar, recordándole la primera vez que estuvieron juntos y lo fuera de lugar que se sentía.

Harry frunció el ceño y se paró en medio de los dos, que lo observaron sorprendidos.

—¿Cómo que "invitación" a Durmstrang? ¿Vas- vas a estudiar allí? —Draco, en quien tenía la mirada fija, sólo atinó a parpadear. Fue la niña la que le puso una mano en el hombro y captó su atención.

—Las escuelas de magia eligen a sus estudiantes de formas diferentes —dijo ella, con el entrecejo arrugado en una expresión de profunda concentración—. Hogwarts tiene una lista de quienes estudiaron en años pasados, y recibe a sus hijos y otros familiares, y todos los hijos de muggles de Gran Bretaña también van para allá. En Durmstrang te invitan, si cumples sus...requisitos.

—¿Cuáles requisitos?

—Nadie lo sabe —se encogió de hombros—, ni siquiera a Jacint se los dijeron cuando entró. Es un secreto, igual que dónde está y casi todo lo que enseñan.

—Pero no- no es que vas a estudiar allá, ¿verdad? —Harry pensó en el expreso Hogwarts que estaba en el cuarto de Draco, el que había hecho poner sólo para su visita, y sintió pánico ante la idea de entrar al verdadero, si no estaba con él. ¿Cómo podría disfrutar del viaje en el tren, cuando ya había estado en uno (aunque fuera una réplica) y conversó por horas con Draco?

—Podría recibir una invitación de Hogwarts —susurró, pero no sonaba convencido y no veía a ninguno de los dos—, Jacint la recibió. En vez de una carta de aceptación, lo invitaron, y decidió.

—Dicen que a los hijos de dos magos, les llegan la invitación de los colegios a los que ellos quisieran enviarlos —agregó Pansy, más esperanzada, e intentando animarlos con una sonrisa—. Madre dice que a mí me va a llegar una de Beauxbatons y otra de Hogwarts. Yo quiero estudiar con Draco…y contigo, si puedo. Pero sobre todo Draco, porque se asustará sin mí para cuidarlo.

Ella se puso ambas manos en la cadera e imitó el gesto de superioridad con que Draco presumía, ambos niños se rieron, y el ambiente tenso, se relajó. Decidiendo olvidarse de escuelas mágicas y posibles separaciones, fueron hacia el patio y emprendieron el camino al conjunto de árboles que formaban una especie de bosquecillo, en busca del Augurey.

Se comportaron como si fuese la última vez que se pudiesen ver, y en el fondo, en medio de las bromas y juegos, Harry tenía la vaga e incómoda sensación de que podía convertirse en una realidad. Draco lo incitó a subirse al árbol, en que creían haber descubierto el nido del ave mágica, y una rama le cayó encima, lo que hizo a Pansy gritar y a Harry bajar apresurado; el afectado sólo se rio. El pájaro voló por encima de ellos, jactándose de haber escapado de su alcance, y los tres corrieron detrás de este durante varios minutos, antes de llegar a la conclusión de que, a menos que pudiesen volar, no tendrían resultados.

Sólo entonces se les ocurrió llamar a Lía, que por su pedido, hizo al expreso de Hogwarts versión reducida, levitar, con los tres en distintos vagones, para seguir al ave hasta un nido, donde aguardaban un par de pichones. Pansy quiso quedarse con uno, y tuvieron que hacer que el tren se desviase antes de que lo tomase, y sujetarla cuando, por intentar agarrarlos, casi se cayó.

Pasaron, aún subidos en el tren, por una especie de laberinto de rosas, propiedad de Narcissa, donde cortaron la flor que luego Harry plantó en el terrario, junto a la promesa de pasar el cumpleaños de Draco con él. El expreso, conducido por Lía, los llevó hacia el lago después.

Harry y Draco se subieron a uno de los bordes del puente de piedra, a simular que tenían un duelo de magia, en que las varitas eran ramas comunes y los hechizos los fingían. Draco ganó cuando deslizó la varita de prácticas fuera, sin que él lo notase, y lo envió con un encantamiento hacia un lado y hacia el agua. Fue trampa, pero la risa del niño y la de Pansy, que los veía desde una orilla, valieron estar escurriendo y arrastrarse hacia el borde.

Que Draco le dijese que creía que había un kelpie, por otro lado, fue motivo de una pelea de manotazos sin fuerza, hasta que le dio en la nariz, y gritó ese "¡no seas animal, Potter!" que, él insistía, era de sus frases favoritas.

De vuelta a una tregua, se sentaron a cada lado de Pansy, y al igual que ella, sumergieron los pies en el lago, creando ondas débiles al balancearlos. Harry, años más tarde, recordaría haber tenido la impresión de que hablaron durante una eternidad, antes de que Lía apareciese con un plop y avisara que la señora Malfoy quería verlos en el recibidor.

Harry pensó que era exagerado que la mujer lo regañase por la ropa húmeda, cuando él la sentía bien, y en especial, cuando estaba seca, a comparación del momento en que salió del lago. Sin embargo, mientras Narcissa hablaba, se fijó en que sostenía una carta en una mano.

Un sobre con un sello de cera rojo.

El niño perdió el aliento, y ella debió notarlo, porque se calló y lo observó con curiosidad. Un instante más tarde, Harry se abalanzaba sobre la carta, tan ansioso como si estuviese dirigida a él, y ponía frente a los ojos de un Draco confundido, el correo del colegio de Hogwarts.

Su amigo no demoró en entender. Narcissa les explicaba que había llegado recién, aún estaba sellada, pero ellos tres no escuchaban; los niños se juntaban alrededor del cumpleañero, que incluso en esas circunstancias, abría la carta con movimientos practicados marca Malfoy, y la dejaba a la vista de los otros dos también.

El título era una invitación. No necesitaron más.

Pansy y Harry chocaron las manos varias veces y se pusieron a dar pequeños saltos, mientras Draco y su madre leían el resto del contenido. Él sonreía, y su sonrisa sólo lo hacía brillar más, a ojos de Harry.

Nadie habló de cuál era la elección.

Harry y su amiga hicieron un acuerdo silencioso, y se colocaron a ambos lados del cumpleañero, para enganchar cada uno de sus brazos y arrastrarlo de vuelta al patio. No regresarían hasta horas más tarde, cuando les doliese el estómago de tanto reír, Pansy tuviese en los brazos la cría de Augurey que quería, y Lía los persiguiese por varios minutos, repitiendo las órdenes de Narcissa de que volviesen adentro.

El resfriado que le dio por no cambiarse la ropa, le duró dos días. Dos días en que Godric's Hollow fue un desfile interminable de visitas, entre el grupo de los antiguos Merodeadores, siempre pendientes de él, y las Parkinson; sin mencionar que fue consentido hasta el cansancio por Lily, y James dejó de trabajar para pasar tiempo con él. También recibió cartas de Draco, las primeras de muchas, que el Harry adulto, años después, tendría guardadas en una caja de zapatos bajo la cama. Pero eso es otra historia.

0—

El 31 de julio de 1991 empezó con caos y un grupo de pelirrojos, lo que era sinónimo de la palabra anterior, si alguien le preguntaba a cualquiera con cierto grado de raciocinio, que hubiese tenido algún contacto con los Weasley.

Harry estaba en esa etapa del sueño donde pareces flotar en una nube de algodón, apretujado entre las mantas, cálido, seguro, y sin deseos de levantar los párpados. Y de pronto, algo impactaba contra su cuerpo y un peso se cernía sobre él, luego otro, y otro, y otro.

Abrió los ojos con un gimoteo. Ron estaba tirado sobre él, en una pila en la que los gemelos los aplastaban a ambos, y la pequeña Ginny estaba en lo más alto, con los brazos elevados y riéndose por estar fastidiando a sus hermanos, a la vez que los cuatro le gritaban felicitaciones aturdidoras, que merecieron reclamos de sus tímpanos.

Lloriqueó por la sensación de asfixia y dio manotazos al aire, en un fallido intento por quitárselos de encima.

—¡Cuidado con el cumpleañero, chicos! —Charlie Weasley, que se quedaba en La Madriguera durante las vacaciones de sus hermanos ese año, se apoyó en el marco de la puerta, y los menores tuvieron un rotundo éxito al ignorarlo. No tanto cuando fue Molly quien se paró a su lado.

—¡Abajo, abajo! ¡Lastiman a Harry! Oh, ¡pobre Harry! ¡Abajo, les dije! —los aspavientos que hizo al caminar hacia ellos, terminaron por alejar al niño de un posible final aplastado, pero antes de que tuviese tiempo para celebrarlo, recibió uno de los abrazos maternales y rompehuesos de la mujer, seguido de cientos, no, miles de felicitaciones y palabras dulces en susurros, a las que no pudo reaccionar de otro modo que avergonzándose y sonriéndole.

Los hermanos Weasley hicieron gala de un comportamiento ejemplar, al menos para ellos, al felicitarlo delante de la mujer. Ron lo abrazó hasta que le dolió y tuvo que golpearle la espalda para advertirle que moriría ahogado. Ginny fue, quizás, aún más brusca al revolverle el cabello, y los gemelos se volvieron a abalanzar sobre él para tumbarlo en el colchón, diciendo frases que el otro completaba. Molly los seguía regañando después de que Harry hubiese encontrado los lentes y estuviese agradeciendo a Charlie, que sólo le puso una mano en el hombro y sonrió al felicitarlo.

La mujer comenzó a sacar al grupo de pelirrojos del cuarto, mientras Harry se deslizaba fuera de la cama y bostezaba sin disimulo. La alcanzó en la puerta y tiró de uno de los pliegues de su desgastada túnica.

—¿Por qué vinieron tan temprano, mamá Molly? —ella agachó la cabeza y lo miró como si estuviese preguntando algo que era obvio, pero le pasó un brazo alrededor y caminaron por el pasillo juntos, en un balanceo lento y cómico.

—Es un día especial, Harry, teníamos que estar aquí para ti.

El niño tuvo un arrebato de cariño, por el que la abrazó fuerte, y al escuchar la voz de Ron gritar "¡mamá Lily!" y los pasos apresurados en el piso inferior, la soltó y corrió hacia abajo, ¡porque él también quería saludarla!

Vio a su madre cuando Ron daba saltos alrededor de ella, la mujer cargaba a Ginny y le llenaba las mejillas de besos, en un curioso despliegue de fuerza, dado que hace años no alzaba a Harry, y eran casi del mismo tamaño. Él se acercó con un puchero, que logró captar su atención, y de nuevo, fue envuelto por unos brazos amables, arrastrado en una compleja y divertida rutina de cumpleaños.

James lo encontró cuando iba camino al comedor y se negó a soltarlo, al menos, por cinco minutos, en los que le hizo cosquillas, le recordó que lo amaba y que no estaba orgulloso de nada más de lo que lo estaba de ser su padre. Hasta que Lily escuchó, y luego tuvo que agregar "y de casarme con tu madre, no olvidemos eso", de lo que todos se rieron.

Harry estaba comiendo tostadas con un Ron parlanchín cuando Remus y Sirius llegaron por la red flu; el primero, sonreía y llevaba un paquete envuelto en papel escarlata, y el segundo, no le dio importancia a que estaba desayunando, lo levantó, lo hizo girar en el aire y colgar de cabeza, entre felicitaciones, hasta que fueron regañados por Lily y Molly. Peter no estaría presente por un trabajo importante de corresponsal en el extranjero, pero envió un campo miniatura y móvil de Quidditch, que representaría a tiempo real los partidos que estuviese oyendo en la radio, y decidieron que podían perdonarlo por el obsequio.

La casa de los Potter era un ajetreo constante en la organización de la fiesta, con Lily intentando mantener bajo control a los Merodeadores (en especial Sirius, que quería llevárselo a dar una vuelta en la motocicleta), y Molly ordenando a sus hijos a ir de un lado al otro para acomodar las cosas, entre los cuales, sólo Percy parecía más que dispuesto a hacerle caso, y Charlie obedecía, sin dejar de unirse a las bromas de los gemelos, para cuando sonó el timbre. Su madre le dijo que era para él, y compitió con Ron por ver quién llegaba antes a la puerta, sólo para que al abrirla, este se echase para atrás al descubrir a las Parkinson.

Pansy se abalanzó sobre él, en un torbellino de color, risas, besos en la mejilla y felicitaciones al estilo sangrepura. Se le colgó del cuello y se quedó ahí, prendada, mientras Amelia le besaba la frente y lo bendecía, y luego un poco más, obligándolo a caminar y llevarla consigo, gesto que les hacía gracia a los dos, pero no a su mejor amigo, quien se mantuvo unos pasos detrás al oírlos conversar animados del regalo que le darían.

Arthur se Apareció media hora más tarde, para sorpresa de los invitados, acompañado de Bill, que tuvo que pasar por el sinfín de preguntas sobre su estado de salud de parte de Molly, antes de acercarse al cumpleañero y darle un abrazo. Como Weasley honorario que era, la casa se llenó del barullo justo en una familia numerosa y sus amigos, y las mejillas le dolían de tanto sonreír, tanto como el estómago por haberse reído de los gemelos.

Pero 'algo' faltaba. Incluso en medio de gente que le repetía que lo quería y lo abrazaba, que lo conocía de toda la vida, que sabía qué le daba risa y le tenía la confianza para jugar a que lo secuestraban y lo sacaban de la casa (de nuevo, Sirius, insistiendo en el paseo en motocicleta), no estaba completo.

Y el 'algo' llegó alrededor del mediodía, cuando la chimenea mostró una llamarada verde, y Jacint se deslizó fuera, presumiendo de haber cumplido la mayoría de edad y tener menos restricciones de magia, al hacer levitar los paquetes de regalos detrás de él, con un Draco Malfoy sobre los hombros, ruborizado, con la túnica desarreglada y chillando para que lo bajase. Narcissa fue la siguiente, en uno de esos vestidos resplandecientes y con un tocado igual de cuidadosamente preparado, de los que se olvidó cuando Harry se lanzó sobre ella para abrazarla.

Ella le dio un tipo de bendición mágica, en forma de una figura imaginaria que le dibujó en la frente, y le pasó una mano por la cabeza, de ese modo particular que no lo despeinaba más de lo que ya estaba, mientras Draco le jalaba el cabello al hermano de Pansy y se quejaba de estar muy grande para esos tratos, haciéndolo reír. Los Weasley, que se aproximaron para averiguar la causa del alboroto en la sala, sólo sirvieron para empeorar el mal humor y la vergüenza del heredero Malfoy, hasta que pudo bajar y dar una escueta felicitación a Harry, que fue interrumpida cuando Pansy los abrazó a los dos y los forzó a quedarse así un momento, bajo la excusa de que "se debe felicitar bien".

El resto de invitados permaneció unos segundos en silencio, lo que cesó cuando Lily se acercó a saludar a Narcissa y le besó la cabeza a Draco; luego los Weasley debieron decidir que los recién llegados no eran ningún peligro, porque fueron arrastrados por la marea agitada, y cuando se quiso dar cuenta, compartía mesa con los niños pelirrojos, Draco, Pansy y Jacint; estos tres últimos tenían al frente una considerable porción de comida, cortesía de Molly.

Draco comía de a bocados pequeños, y tenía un tenue rubor todavía, por el que intentaba molestarlo codeándolo y pinchándole la mejilla con el índice. Dejó de hacerlo porque, en un giro, él le dio una mordida a su dedo y le dijo que no molestara a un dragón cuando almorzaba; el único que no se rio de la cara de Harry, fue Ron, en el extremo opuesto de la mesa, de brazos cruzados, como si estuviese listo para abalanzarse sobre ellos en cualquier momento.

Los gemelos, en una "broma de bienvenida", como les gustaba llamarlas, mancharon a Draco de jugo de calabaza, desde la costosa túnica al cabello, que le escurrió gotas. Los Weasley se rieron, sólo Ginny pareció algo desconcertada por la actitud de sus tres hermanos, y Harry temió lo peor cuando vio que su amigo entrecerraba los ojos y hacía ese movimiento de muñeca, con el que sacaba la varita.

Por suerte, Jacint lo frenó a tiempo, para que no la revelase ni actuase. Él alabó la broma con un tono suave y le sonrió de forma tranquilizadora a Harry, pero cuando chasqueó los dedos, una onda expansiva de magia se desplegó en el aire, desde su posición, y el comedor se llenó de un humo oscuro. No tardó más que un instante en esfumarse, entonces, Draco estaba impecable y sonreía de lado, y los gemelos eran los empapados por jugo.

Fred y George fueron los que más se burlaron, señalándose a sí mismos y al otro, y halagándolo por habérselas regresado. Uno de los adultos gritó por un 'uso indebido de la magia', del que Draco y Jacint fingieron no saber nada; los gemelos decidieron que el hermano de Pansy era una nueva especie de ídolo para ellos. Cuando continuaron con el almuerzo, incluso Ron parecía a punto de echarse a reír, y Harry no podía estar más feliz de tenerlos a todos reunidos en una mesa.

La carta de Hogwarts fue una mera formalidad, cuando estaban seguros de que le llegaría, pero la fiesta se hizo más animada a partir de ese punto, si es que era posible. Vio a James sacar a bailar a Lily, y a Sirius compartir una pieza con Narcissa (en "aras de los viejos tiempos" aclamaba el mago, burlón), antes de arrastrar a Molly a una danza improvisada y rendirse, para ir detrás de Harry y hacer un último intento, que sí resultó, de llevarlo a un paseo.

El cómo, la siguiente vez, Draco terminó en la parte trasera del asiento de la motocicleta, mientras Sirius se carcajeaba, Lily le gritaba, Remus hacía un encantamiento desilusionador, y Narcissa empalidecía, era un misterio. Uno que no necesitaba resolverse, si se fijaba en la forma en que los ojos plateados del niño brillaban cuando descendieron, y en la sonrisa con la que escuchaba al hombre hablarle del vehículo.

Harry confirmó sus sospechas acerca del parentesco entre ellos, mientras la siguiente ola de movimiento los regresaba adentro, y Sirius era acribillado por no sólo subir a su ahijado a la moto, sino a otro niño, que no tenía permiso de su madre para hacer algo tan peligroso. Cuando creyeron que Narcissa estaba por reprender a Draco por subir, o por dejarse llevar al menos, esta sólo lo estrechó y lo mantuvo cerca de ella por un rato, como si necesitase asegurarse de que estaba bien. De que seguía ahí.

Nadie la cuestionó por eso, aunque el culpable no se mostró arrepentido en lo más mínimo.

En el momento en que Draco le pasó el paquete encogido en que estaba su regalo, los gemelos Weasley decidieron que, por un día, se merecía ser un miembro honorario de la familia. Lily hizo que el expreso de Hogwarts de metro y medio volviese a la normalidad, acomodó los rieles para hacer un recorrido por toda la casa, y los niños (junto a un entusiasmado Sirius, un Jacint que sonreía incómodo, arrastrado por su hermana, y un Charlie que no paraba de reír), se subieron a los asientos-cabinas.

Draco se sentó en la primera, a un lado de la locomotora que no expulsaba humo, y cruzó las piernas con esa sonrisa que le decía que sabía algo que él no. Harry, que ocupaba la segunda, se removió y esperó lo que fuese a decirle.

—Como tú me diste una promesa, por hoy, sólo por hoy —Lo apuntó con un dedo para enfatizar el punto, inclinándose hacia él—, te puedo dar un cuento. Si quieres.

Enseguida asintió con ganas y le sujetó la muñeca para zarandearlo, lo que lo hizo rodar los ojos.

—Pero no delante de...los Weasley —masculló entre dientes.

—¡¿Por qué no?! —se quejó con un puchero. Harry no desistió y lo sacudió con más fuerza, y su amigo le dirigió una mirada larga y aburrida, antes de suspirar. Reconoció el gesto; era el suspiro de Remus cuando no podía detener una locura de Sirius, y de Lily cuando James llevaba algo demasiado lejos.

Harry le sonrió y disfrutó de la tibieza que le llenaba el pecho, cuando, sin darse cuenta, se echó más hacia adelante para apoyar la cabeza en una de las rodillas del niño-que-brillaba.

—En el andén 9¾, un niño con una cicatriz y unos feos lentes —comenzó, con esa voz solemne con que narraba, rozándole la frente y moviéndole los lentes después—, y un cabello horrible, parecido a un nido de pájaros —Harry se rio. Draco envolvió los dedos en torno a unos mechones, y siguió acariciándole la cabeza por un rato, más concentrado en las palabras que en sus acciones—, llegó justo cuando el tren rojo se marchaba. Chu-cu-chu-cu-chu-cu-chu, chu-cu-chu-chu-chu-cu-chu, se oía, el Expreso de Hogwarts se alejaba rápido, y ni corriendo lo iba a alcanzar. Chu-cu-chu-cu-chu-cu-chu, chu-cu-chu-chu-chu-cu-chu, los únicos que quedaron fueron él y su lechuza, y sabía que era su culpa, porque su madre, Lily, le había dicho cientos, no, miles de veces, que debía tener el baúl listo por las noches, antes de empezar el año escolar. Pero él nunca hacía caso. Chu-cu-chu-cu-chu-cu-chu, chu-cu-chu-chu-chu-cu-chu, y el tren ya no estaba a la vista. Claro que ese niño no se quedaría allí, a que lo regañasen o algo peor, y la vergüenza de ir por sus padres para que lo llevasen, era demasiado grande, así que él tomó una decisión. Chu-cu-chu-cu-chu-cu-chu, chu-cu-chu-chu-chu-cu-chu…el Expreso se calló al fin. Él iba a seguirlo, ¿pero cómo? Bueno, pues empezó con...

Harry nunca se lo dijo, pero ese mismo día, Sirius le mencionó lo increíble que le pareció el cuento, y unos meses más tarde, los Weasley, Ron incluido, admitirían que deseaban volver a escucharlo. Pero eso también es otra historia.


Fin del Libro 0.


Siguiente: Libro 1. Harry Potter y la piedra de la luna.

Introducción: Harry está entusiasmado por comenzar su primer año en Hogwarts, sin tener idea de lo que le espera. Una pequeña travesura lo llevará a un problema por el que alguien tiene que pagar el precio. Ciertas consecuencias podrían afectar al resto de los estudiantes, o perseguirlos durante toda su vida


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