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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo cincuenta: De cuando una serpiente muerde

Los últimos días del primer trimestre escolar fueron los más metódicos y planificados, fuera de las fechas importantes para los sangrepura, que Draco había experimentado en su vida hasta ese momento. Se pasaba tardes enteras sentado en una de las mesas de la Sala de Menesteres (para no levantar sospechas), con Granger y Pansy, frente a pergaminos, listados, y las horas se le escapaban cuando estaba metido en el laboratorio, con los calderos como única compañía.

Snape intentó hablar con él un par de veces tras lo sucedido, pero se le escabullía con la ventaja que le daba poseer un mapa encantado que mostraba a todos los habitantes del castillo. Decidió que su padrino no tenía por qué hacerse una idea de sus actividades. Quizás porque sabía que lo frenaría.

Una noche, Harry escribía una carta para Sirius Black, y él observaba por encima de su hombro, medio apoyado en la espalda de su compañero, mientras le dictaba los nombres de los ingredientes que necesitarían. El cómo tenía pensado hacérselos llegar, era un verdadero misterio; cualquiera de los elfos suponía una buena opción.

Al día siguiente, Draco daba algunas vueltas en el mismo pasillo, en los alrededores al jardín interno del colegio. Tenía una idea. No era una buena idea, pero seguía siendo una, y no podía menospreciarla, si pretendía tener algo listo antes de las vacaciones. Los días eran una cuenta regresiva y faltaban manos y cabezas que pensasen en cómo escaquearse de este asunto.

¿Y quién mejor que ellos, al fin y al cabo?

Se detuvo. Respiró profundo, se recordó por qué lo hacía, y avanzó en una línea recta, con la frente en alto, hacia el tumulto que se formaba en el centro del patio, estudiantes menores de Gryffindor y Ravenclaw, en especial, que rodeaban a los gemelos. Fred y George estaban terminando la demostración de cómo funcionaban unos caramelos vomitivos para saltarse las clases, camuflando sus palabras e intenciones, en caso de que algún profesor se acercase cuando no lo tenían previsto.

Draco se paró cerca de la línea delimitada que formaban los estudiantes y alzó un brazo. Saludó. Uno de los gemelos, Fred, creía, fue el que atravesó la multitud para alcanzarlo.

—¿Quieren ganar algo de dinero y aprender a hacer mapas mágicos? —fue lo que le preguntó. El Weasley parpadeó, su sonrisa vacilante haciéndose más amplia conforme transcurrían los segundos.

—¿De cuánto dinero estaríamos hablando?

—¿Cuánto quieres?

Fred simuló rascarse la parte de atrás del cuello, sólo para tener una excusa para volver el rostro y fijarse, en la distancia, en su hermano.

—Necesitamos demasiado para las pruebas, los ingredientes…

—Tendrás algunos socios si vienes —aclaró, a sabiendas de que aquello le ganaría su interés—, socios con bóvedas bastante llenas en Gringotts.

—¡Eh, George! —oh, acertó. Se sentía complacido de adivinar con cuál de los gemelos hablaba— ¡deberías venir a escuchar a este chico!

Veinte minutos, un par de propuestas y tratos, regateos y una resumida explicación después, Draco entraba a la Sala de Menesteres con dos nuevos compañeros y llamaba al resto. Las chicas —Luna en esa ocasión, también— y Harry, estaban alrededor de un pergamino, y levantaron la cabeza cuando los escucharon acercarse.

—Llegó la artillería pesada —anunció, con una media sonrisa, ahogando un quejido cuando uno de los hermanos Weasley le dio un manotazo en la espalda, riéndose de la elección de palabras.

—¿Cómo es que ninguno nos había dicho que iban a…

—…joder un poco a unos imbéciles? ¡Hubiésemos venido…

—…hace siglos!

Fred y George eran unos aprendices más veloces de lo que podría haberse imaginado. En cuanto reunieron los materiales, sólo tuvo que colocarse en la cabecera de la mesa y realizar el procedimiento, sin ninguna consideración extra, y ellos copiaron cada una de las cosas que hacía. No formularon ni una pregunta, hasta haber completado los tres nuevos mapas, improvisados, que se dibujarían al contacto con ciertas varitas solamente.

—¿Desde cuándo tienen esto…

—…y por qué tampoco lo sabíamos?

—Secreto —Draco se llevó el índice a los labios y se divirtió un rato con las protestas de los gemelos, en vano.

Una pequeña petición a su madre, que se extrañó porque le hiciese el pedido vía lechuza, y recibía por correo el maletín mágico de laboratorio portátil que Snape le dio hace meses. Mandó a Lía a instalarlo en uno de los cuartos vacíos de la Casa de los Gritos. El profesor comenzaba a sospechar cuando pasaba tiempo de más en las mazmorras.

—¿Qué estás haciendo, Draconis? —preguntó una tarde, tal vez porque veía que estaba inclinado sobre un pergamino, escribiendo, tachando y corrigiendo, en silencio, desde hace más de una hora. Y ambos sabían que no podía tratarse de una tarea.

—Cosas de adolescente, Sev —replicó, distraído, sin despegar la mirada del papel. Ya casi lo tenía.

—¿Algo por lo que debería preocuparme?

—Para nada.

La siguiente respuesta tardó un poco más en llegar.

—No dejes que te atrapen.

Draco dejó de escribir un segundo, luego soltó un bufido de risa.

—Eso nunca.

0—

—Si no lo haces…

—…toda esta causa será en vano.

—La misión fracasará…

—…y habremos trabajado para nada, Draco.

Lo sabía, en serio. No necesitaba esas dos voces irritantes que revoloteaban alrededor de él y se lo recordaban. Sólo quería un momento, para aceptar lo que haría y no vomitar en el intento.

Los gemelos apodaron 'la causa' a la situación desde que les comentó sobre la apuesta con él y Pansy como objetivos. Entonces se olvidaron de las promesas de galeones, con idénticas expresiones de desagrado, y uno de ellos —esa vez, no podía decir que estaba seguro de cuál—, le aseguró que ayudarían, porque era lo correcto.

(Aun así, Harry y él hablaban con Sirius por cartas para conseguirles algunos préstamos, de dinero Black, por supuesto)

—Se encantador —George se metió en medio de su campo de visión, con los brazos extendidos, como si fuese a retenerlo de salir corriendo. Era probable que pensase que tenía que hacerlo—, ¿puedes ser encantador?

—Creo que sí puede —el tirón en la mejilla era de un burlón Fred, parado detrás de él, por lo que le gruñó. Cuando lo repitió, Draco giró el rostro y le mordió un dedo, haciéndolo saltar—, ¡no! ¡No puede, George, no puede! ¡No puede y esto se irá a la…!

—¡Sh! —su gemelo lo hizo callar—. Ahí viene.

Los tres se quedaron en el más absoluto de los silencios por unos instantes. No hubiese sido una sorpresa que alguno contuviese la respiración.

A Draco le picaban las palmas por las ganas que tenía de maldecirlo, apenas vio que Klean entraba al patio, despreocupado, charlando con una chica de su Casa. Tenía la misma reacción con el resto de los involucrados en la apuesta.

—¡Lo tengo! —Fred saltaba, chasqueando los dedos, y se posicionaba junto a su hermano. Con ambos cubriendo el umbral de la salida, Draco perdió de vista al imbécil—. Piensa que es Harry.

—¡Eso es! —celebró George, aplaudiendo—. Imagina que es Harry…

—…y díselo como lo harías con él. Y se…

—…malditamente encantador. ¡Anda!

—¡Anda! —lo apremiaron los dos, al unísono. Él bufó.

Bueno, si se imaginaba que era Potter, resultaba casi soportable. Al menos, tendría por seguro que las palabras no se convertirían en arcadas ante su horrible y traidora cara.

Asintió para sí mismo, maldiciéndolo sólo dentro de la seguridad de su cabeza, y cruzó el patio con prisas. Era mejor hacerlo antes de arrepentirse.

Klean empalideció cuando lo observó acercarse. Idiota. ¿No se suponía que los Gryffindor eran más valientes que eso?

—Yo- —la voz se le atascó, el imbécil quería huir. Su compañera lo abandonaba. Vaya, lo de la lealtad de los leones era relativa, al parecer—, yo quería- sé que no hemos hablado mucho estos días —Merlín, Merlín, Merlín. Imagina que es Harry, es Harry, es Harry. Sí, imagina que es Harry—, pero quería decirte que no fue mi intención lo que pasó. Estaba muy, muy molesto ese día, con Potter, nos habíamos peleado y…—oh, sonaba bien, creíble. Harry no sólo era un buen tranquilizador, también servía de excusa—, estuvo mal, lo sé. Perdí el control.

Tenía un sabor amargo en la boca. ¿Así se sentían las personas cuando se suponía que se disculpaban? No le gustaba. Nunca fue de ese modo con Harry.

El Gryffindor aguardó un momento, mirándolo. Al pensar en las palabras de los gemelos, intentó mostrar la expresión más contraída que le era posible. Para ello, se hizo a la idea de que acababa de reprobar Aritmancia. Funcionó.

—Bien —Klean suspiró—, yo tampoco debí insistir tanto.

No me digas. Se abstuvo de rodar los ojos por pura suerte. Debía estar más concentrado.

Cuando le palmeó el hombro al 'aceptar' las 'disculpas', Draco se tensó y contuvo el impulso de apartarse de golpe, como si le quemase, y escupirle en la cara. No. Harían algo mejor, nada más tenía que ser paciente.

Al caminar de regreso con los gemelos, lo codearon y fastidiaron por un largo rato, a causa de la expresión de desagrado que no se le quitó durante varios minutos.

0—

Draco se retiró la capa de invisibilidad con un suspiro. Sabía que debía parecer una cabeza flotante cuando se apoyó contra la puerta cerrada de la enfermería, porque Zabini, que leía un artículo de una revista de Quidditch desde una de las camillas, empalideció.

—¿Has venido a torturarme un poco más? —murmuró. Draco fingió considerarlo.

—¿Crees en fantasmas vengativos, no sólo como los del castillo?

—Sí.

—¿Te dan miedo?

—Bastante —a pesar de la expresión contraída que tenía, las respuestas eran inmediatas y concisas; supuso que el efecto todavía se mantenía. Era sorprendente que no se le hubiese pasado ya.

—¿Lamentas lo de Pansy?

—Muchísimo —dejó caer los hombros y se inclinó más hacia él, hacia el borde de la cama, como si al fin pudiese contestar aquello que quería—, más que nada. No funcionábamos, Malfoy, pero yo no- no hubiese- no quería-

—¿La quisiste? —lo cortó. Zabini asintió.

—Sabes que sí. La quiero. La quiero muchísimo. Sólo…la quiero diferente ahora.

Se preguntó por qué sonaba a que tenía sentido.

—Entonces hay algunas cosas de las que tenemos que hablar…

—¿Tú lo hiciste? —fue el turno de Blaise de interrumpirlo. Draco apretó los labios y dio un vistazo alrededor; las demás camillas estaban vacías—. No hay nadie. ¿Lo hiciste? Entendería si lo hiciste.

—…no vine a hablar de eso.

—Quiero disculparme. ¿Me ayudas a disculparme?

Él soltó una pesada exhalación.

—Puedes hacer algo mejor que disculparte.

0—

—Pst, psst, pssst —si fuese cualquier otra persona, Draco le habría reclamado por abrir la puerta del cuarto acondicionado para hacer de laboratorio y asomarse, sin pedir permiso. Como se trataba de Harry, tuvo que apretar los labios para no sonreír, y meneó la cabeza—, psssst, Draco. Los demás preguntan si te metiste de cabeza al caldero o te convertiste en un Puffskein por error.

—Ni lo uno ni lo otro.

Habló con suavidad, porque estaban solos y no era necesario alzar más la voz. Terminó de embotellar la poción del caldero, la acomodó en uno de los estantes, junto a la docena extra que tenía, y comprobó que el segundo caldero estuviese hirviendo a fuego lento. Oh, si Snape supiera para qué utilizaba su libro del Príncipe Mestizo y las lecciones de pociones avanzadas.

Le dio un último vistazo al libro, en especial a las instrucciones al pie de página y en los laterales, mientras oía a Harry cerrar la puerta y caminar hacia él. Ya que el aire continuaba impregnado, no le sorprendió que inhalase profundo y suspirase después.

Se detuvo y giró el rostro, al caer en cuenta de lo que acababa de respirar. Esperó.

De pronto, Harry se echó a reír.

—¿Por qué huele a tarta de melaza? —la sonrisa divertida y feliz le sacó pliegues en las mejillas y achicó sus ojos. Volvió a tomar una bocanada del aire afectado por las mezclas.

Para Draco, olía a la tierra del campo de Quidditch después de la lluvia, cera de escobas de alta gama, chocolate suizo. Y la maldita tarta de melaza. Lo consideró un momento, luego frunció el ceño.

—¿Conoces a alguien que huela a tarta de melaza? —inquirió, con el tono más normal que podía, dándose la vuelta, de nuevo, para limpiar la mesa de trabajo recién construida y apagar la llama bajo el segundo caldero. Listo. Era la última reunión del club de duelo por el año, Harry estuvo enseñándoles a las chicas cómo atacar un muñeco de madera, Weasley no estaba, él se metió en el laboratorio nada más llegar, y ahora al fin terminaba.

—No —Harry vaciló—, aunque yo la como mucho —se rio, para después dar otra prolongada inhalación—. También hay- algo más, algo raro. Me recuerda un poco al té con leche.

—No te gusta el té con leche —observó, extrañado.

—Sabe horrible, nunca entendí cómo lo tomas todas las mañanas.

Draco se quedó inmóvil cuando cayó en cuenta de lo que acababa de oír. Boqueó de una manera poco digna para un Malfoy, que le hizo agradecer estar de espaldas a su compañero, y tuvo que dejar las manos sobre el borde de la mesa, porque comenzaron a temblarle.

¿No era…?

No. Sería ridículo, ¿cierto?

Aunque no haría daño comprobar, ¿o sí?

No. Debería decirle lo que era primero.

¿Verdad?

—¿Todas esas son para 'la causa'? —la pregunta, a pesar de que no fue por completo repentina y constaba de un sencillo susurro, lo hizo saltar. Fue por pura suerte que no derribó nada con el brusco movimiento.

—¡Sí- sí! —sentía que el rostro empezaba a arderle. Se aclaró la garganta. Merlín, ¿por qué la tierra no sólo se lo tragaba y ya?—. Algunas son para la próxima semana y otras para el segundo trimestre.

Harry emitió un silbido apreciativo. Por el sonido de sus pasos, podía asumir que estaba recorriendo el laboratorio improvisado, cerca de los estantes donde ordenó las pociones rosa y de aromas sutiles.

—¿No es demasiado?

Estaba tan concentrado en obligarse a regular su respiración e ignorar los cosquilleos del estómago y el ardor de la cara, que apenas lo escuchó. Se demoró unos instantes en contestar.

—¿A qué te refieres?

Despacio, se giró, recargando la cadera contra el borde la mesa, y lo observó detenerse.

—Bueno- —titubeó, frunciendo el ceño—, tanto trabajo, tanta preparación. Han pasado muchas horas en esto.

—Las cosas bien preparadas son las que resultan mejor, Potter.

—Yo me hubiese parado frente a ellos y les hubiese roto la nariz con el palo de la escoba.

El chico elevó las cejas. Harry, probablemente al percatarse de lo que dijo, le dirigía una mirada de disculpa y se encogía de hombros.

—Si tú fueses el de la apuesta, imagino —aguardó. Harry volvió a encoger los hombros.

—Si fuese yo, los hubiese mandado a la mierda en el momento en que lo supe. Creí que ibas a hacer lo mismo.

Fue el turno de Draco de encogerse.

—Pensé en causarles un pequeño sarpullido y dejarlos sufrir un poco —explicó, bajando más la voz, como si temiese que alguien más los pudiese oír, cosa que no pasaría—. Pero no fue sólo a mí a quien querían usar como deporte, ¿entiendes?

La respuesta tácita flotaba entre ellos. Pansy.

No podía ignorar que jugasen con su mejor amiga, como pretendían hacer con él.

—Yo igual les hubiese roto la cabeza con el palo de la escoba, por cualquiera de los dos —cuando Draco no pudo disimular por más tiempo su sonrisa, su compañero apartó la mirada—. ¿Qué?

—¿Ahora es toda la cabeza? ¿No iba a ser sólo la nariz?

—Se merecen toda la cabeza —Harry puso su mejor expresión solemne—, pero los dejaría ir sólo con la nariz.

—Qué considerado, Potter.

—Por supuesto —él sonrió con ironía—, aprendí de un tal Draco Malfoy.

Él tuvo que obligarse a contener la risa.

—Me han dicho que está un poco loco, ese Malfoy —se llevó una mano a la cara, a manera de escudo, como si hubiese otra persona a la que ocultarle las palabras—, ¿es verdad?

—Bueno, sí, no te mentiré —Harry sonrió más por la mirada desagradable que le dedicó—, pero yo creo que lo dicen sólo porque no saben aguantárselo, y no entienden que es increíble.

Draco no tenía idea de qué contestar. Harry lo soltaba así, con naturalidad, dulce, suavemente. Sonreía, y otra vez tenía ganas de besarlo.

El rostro le ardía. La revolución que se iniciaba dentro de él era dominada por cosquilleos. El abismo que se abría a sus pies, de pronto, era tentador, y el fondo, incluso si se estrellaba al alcanzarlo, lo invitaba con una especie de aliento acogedor que no habría sabido definir. Como si le dijese que la caída no sería dolorosa, si se animaba a hacerlo.

Se relamió los labios, sin pensar, y carraspeó. No sabía qué hacer con sus manos, a dónde mirar, y bendito Merlín, ¿por qué Harry? ¿Por qué tenía que ser de ese modo?

A cualquier otro habría podido ignorarlo con facilidad. No le causaría aquello. No se sentiría como si acabase de correr una maratón muggle, como vio durante el verano que hacían, por alguna razón incomprensible para él.

Tragó en seco.

—Bien, eso- —se puso un mechón de cabello tras la oreja. Harry observaba sus gestos. Su atención, como ya había descubierto antes, se sentía bien; miles de agujas de emoción que lo pinchaban sin dolor—. Te lo dije, ¿no? Soy encantador —intentó sonreír. Harry rodó los ojos, luego todo volvía a la normalidad.

Pero Draco no estaba seguro de cuánto tiempo más podía retrasarlo.

—0—

Las notas llegaron durante los primeros días de las vacaciones de navidad, una tras otra, llevadas por Hedwig y una lechuza parda, más grande, propiedad de su madre, porque su propia mascota se agotaba de tanto ir y venir desde Godric's Hollow a donde fuese que Regulus Black tenía la casa a la que invitó a Draco.

"Leporis ya no se porta como si fuese un thestral hambriento cerca de carne cruda. Hoy lo llevé a nadar y se convirtió en el monstruo del Lago Ness frente a Regulus. Juro que no sabía cómo explicarle que el conejo había visto a la criatura fantástica en un libro.

Dudo que me hubiese creído, pero no hizo más preguntas.

-Draco L. Malfoy, domador de bestias peludas y cambiaformas"

"Nym estuvo de visita hoy, no dejaba de abrazarme. Es tan molesto cuando lo hace, pero la soporto porque somos familia, y es obvio que no tiene idea de educación sangrepura, porque su padre es hijo de muggles.

Tiene algo que quiere enseñarme. Si es interesante, te lo mostraré cuando pase por allí antes del Yule.

-Draco L. Malfoy, hijo obediente y primo generoso."

"Hay una nueva escoba en el mercado, Harry, ¿has visto los artículos?

Es demasiado corriente para un regalo de navidad, ¿cierto?

Todavía no me dices qué quieres.

-Draco L. Malfoy, pensando en qué se le obsequia a los cuatro-ojos"

"¿Cómo sigue el recogemagia? Nym me ha gritado por varios minutos, preguntando cómo es que no dejé que ella lo viese antes de dártelo. Me contó que si lo frotas un poco por fuera, te dirá si ya está listo para abrir pronto; si no brilla, tendrás que llevarlo contigo por más tiempo.

Salúdame a la tía Lily.

-Draco L. Malfoy, intentando que la loca Aurora de la familia no le destroce los tímpanos"

"Hay un sitio increíble por aquí, donde la luz de la luna atrae polillas luminosas e hipocampos bebés. Leporis lleva una hora persiguiendo a una polilla y echa a correr en la dirección opuesta cuando ella intenta posarse en su nariz. Miedoso.

Cuando esto sea mío, te lo mostraré.

-Draco L. Malfoy, siendo considerado con el pobre Potty que pasa navidades en ese valle seco e infértil"

"Pansy vino hoy. Me ha parecido que está mejor, ¿cómo la has visto tú estos días?

Me hizo bailar con ella una antigua canción nórdica que a Regulus le encanta y Jacint se ha reído como nunca de mí. A veces me pregunto si en verdad tiene la edad que dice tener. Preguntó por ti.

Me prometió darnos algunas noticias las próximas semanas sobre la Marca y la piedra. Está ocupado con la mudanza hacia ese pueblo en medio de la nada donde lo harán trabajar.

-Draco L. Malfoy, dudando de la cordura de ese tonto mago"

"No es que a mí me importe, ¿de acuerdo? Pero Pansy y Granger no dejan de decirme que Weasley no contesta las cartas que le mandan. Hablé con los gemelos por flú y dicen que no le pasa nada.

Haz algo. Esas dos me estresan cuando se ponen nerviosas, y no está bien que me estrese en vacaciones.

-Draco L. Malfoy, estresado e indignado"

"Hoy quemó un árbol por error. Bueno, yo digo que fue un error. En la Reserva, están seguros de que tiene mi mal carácter, como si yo hubiese podido influenciarla durante mis semanas allá, cuando apenas estaba salida del huevo.

Tal vez sea cierto.

Definitivamente, Harriet es lo segundo más fascinante que he visto en mi vida. Te la envío para presumir que yo tuve a esa linda criatura entre los brazos, cuando todavía no suponía un peligro para la vida de los demás.

-Draco L. Malfoy, orgulloso de su bebé reptil"

La última llevaba una fotografía vacilante, como si la persona detrás de la cámara se hubiese movido con prisas para apartarse. Harriet medía al menos metro y medio más que en la última imagen que tenía de ella, cuando Draco la cargaba, las escamas le brillaban allí donde la luz del sol las tocaba, y estaba en una clara posición defensiva, patas flexionadas, alas extendiéndose. Podría jurar que incluso percibía el gruñido, sin necesidad de estar presente.

Si algo podía habérsele pegado de Draco durante su estadía, debía ser el carácter. Bastaba con ver sus ojos verdes, llameantes, amenazando con lanzarse o cerrar los dientes sobre el que se le acercase en mal momento. No se podía luchar contra esa bomba puesta a contrarreloj que sería su mal temperamento.

Harry sonrió para sí mismo, despegó la fotografía de la nota, y las guardó. La primera iba a una caja de cosas importantes, donde tenía la del verano también, que sacaba de vez en cuando sólo porque tenía un deseo inexplicable que observar al Draco sonriente y relajado que aparecía allí. La segunda quedaba en la pila de pergaminos de otra caja. No botaba ninguna.

No sabía por qué la idea de tirarlas hacía que se sintiese triste. Su madre, que era consciente de los tesoros extraños que conservaba, se lo permitía sin decir una palabra. Él le estaba agradecido por ello.

Cuando llegó la nota número catorce, estaban próximos a la navidad, y Harry intentaba que la escalera en que Peter se subió, realizando florituras con la varita para hacer levitar las decoraciones que pondrían en la casa Potter, dejase de temblar bajo su peso. Hedwig, que la llevaba en esa ocasión, tras una merecida noche de descanso, le picoteó la oreja para capturar su atención. Parecía estar apresurada.

No había desdoblado el pergamino, cuando escuchó el estallido de las llamas verdes en la chimenea. Medio segundo más tarde, volvía el rostro para encontrarse con que Draco se agachaba para pasar por el borde y entraba a la sala, sacudiéndose motas de polvo y alisando los pliegues inexistentes de su atuendo, y sin darse cuenta, el agarre en la escalera se le resbalaba.

Draco lo localizó y saludó con un guiño.

Si Peter no tuvo un desagradable encuentro con el suelo, fue porque reaccionó a tiempo cuando Harry perdió el control sobre la escalera, y logró lanzar un encantamiento al piso para que lo recibiese igual que una almohada gigante. El hombre lo miró por un momento, incrédulo, y después se echó a reír, llamando la atención del resto de los Merodeadores y atrayéndolos a la sala, justo cuando el rostro de Harry ardía más, y más, y más.

Tenía la cara enterrada entre las manos cuando sintió un débil codazo a un lado. A través de las rendijas que dejaban sus dedos, vio a Draco.

—Hey, no ignores a los invitados.

No te ignoro, quería lloriquear. Si no hubiese sentido las miradas de Sirius y James igual que agujas clavadas en su piel, se hubiese abalanzado sobre él para abrazarlo, de nuevo. Quería tanto, tanto hacerlo.

Ya que los Merodeadores hablaban, su madre estaba ocupada, y escaparse mientras Draco respondía a las preguntas corteses de Remus sobre cómo se encontraba, estaba fuera de discusión, lo que hizo fue mantener los brazos a los costados, abriendo y cerrando los dedos, en un vano intento de calmar el anhelo que no comprendía. Ni siquiera habría sabido definir lo que quería, hasta el momento en que su compañero se detuvo, le agarró la muñeca, y lo arrastró hacia la cocina, excusándose con saludar a Lily.

Su mano se cerraba sobre su piel, quemaba y cosquilleaba, y era extraño que sólo tuviese dichas sensaciones allí donde tocaba. Poco a poco, a medida que avanzaban, el agarre descendió. Cuando alcanzó su mano y pensó que lo soltaría, por un impulso, se aferró a sus dedos, de la forma más torpe y absurda que podría haberse imaginado.

Sólo se avergonzó más cuando Draco no hizo ademán alguno de soltarse y llegaron así a la cocina, para ser recibidos por una sonriente Lily, que quería todos los detalles del reciente viaje. Su madre no mencionó que jugueteaban con los dedos por debajo de la mesa de vez en cuando, ni le hizo comentario alguno cuando su compañero se marchó.

0—

El día de navidad se despertó en La Madriguera, compartiendo cuarto con Ron, los gemelos y un Sirius echado de la otra habitación por alguna disputa con Remus. Se arrastró fuera de la cama porque quería ir al baño, y caminó entre bostezos por el pasillo. Si había alguien más despierto, él no se enteró.

Cuando iba de regreso, escuchó el repiqueteo contra el cristal de la ventana, y halló, al otro lado, el búho imperial que sólo podía asociar a los Malfoy, con un paquete enorme (la dichosa escoba, pensó con diversión) y una nota. Típico de Draco.

"Si no me dices qué quieres por navidad, no tienes derecho a quejarte. La escoba fue personalizada. Olvidé preguntarte sobre eso.

Ven a almorzar a la Mansión. Madre dice que ya debes estar muy alto y ella ni enterada (ambos sabemos que sigues siendo un enano, pero decidí que fuese una sorpresa para ella).

Te esperamos.

-Draco L. Malfoy, que no desea un feliz Yule porque eso sería muy corriente."

Harry sonreía cuando releyó las absurdas líneas.

Para cuando los demás se levantaron, él ya estaba devorando unos huevos revueltos medio quemados y una porción de tarta de melaza sobrante de la noche anterior, vestido y listo para pasar una mañana con los Weasley y correr a la hora del almuerzo. Molly no dejó de exclamar cómo era posible que no la hubiese despertado si quería desayunar, mientras Ron le dedicaba una mirada extraña y los gemelos intentaban quitarle la nota que tenía en un bolsillo, como si fuese la invitación que necesitaba para acceder a la Mansión.

0—

—…sigo sin tener idea de qué es.

—Creí que habíamos acordado que se parecía a lo que queda en el fondo de los calderos de Longbottom.

Él negó con una sonrisa que intentaba reprimir, sin éxito. Tenía la cabeza ladeada en una posición bastante incómoda, mientras le buscaba alguna forma a la masa dorada y brillante que se recreaba gracias a la magia del Oráculo para ellos.

Todavía nada. Llevaban alrededor de diez minutos en el pueblo de los centauros, ya que Draco invitó a Luna y la dejó con Firenze en la Vidriera. La Ravenclaw quería estudiar Adivinación directamente de los centauros, y él no podía culparla, porque sabía bastante bien cómo resultaban las clases con Trelawney.

A su lado, Draco tenía las manos unidas tras la espalda, y aunque no despegaba los ojos de la masa dorada y flotante, tampoco parecía más interesado en esta de lo que lo habría estado acerca de una bola de cristal.

—El Maestro y yo hemos deducido que podría tratarse de algún tipo de colmena —la voz de Bonnie, más áspera que durante la última visita, lo tomó por sorpresa. Se enderezó para verlo acercarse, los cascos apenas producían sonido alguno contra el suelo de cristal reluciente.

—Y yo he deducido, por mi cuenta, que sigues sin mejorar —replicó Draco, con aparente indiferencia. Escuchó el resoplido enojado del centauro joven, que tenía que contenerse, y le dio un manotazo débil a su compañero, que lo observó; Harry meneó la cabeza y le dedicó una mirada de reprimenda, que lo hizo rodar los ojos.

—Ignóralo, está irritable —lo excusó, con una pequeña sonrisa de disculpa, que le sacó otro resoplido a Bonnie.

—¿Cuándo no lo ha estado? —porque Harry se rio ante sus palabras y Draco se cruzó de brazos y no contestó, el centauro se permitió relajarse un poco, posicionándose junto a ellos—. El Maestro ha estado leyendo las estrellas, pero sus mensajes han sido confusos estos días. Están alineándose, muy lento, y podrían cambiar en cualquier momento; hasta el día en que Marte esté en el punto en que esperamos que se coloque, es imposible definir algo con exactitud.

Harry asintió un par de veces, como todo un conocedor del tema. Siempre era la mejor opción cuando se trataba de los discursos largos y complejos de los centauros, para no dar la imagen de un ignorante.

—Así que seguiremos esperando, ¿no?

La respuesta se demoró unos instantes en llegar.

—Bueno —Bonnie vaciló—, sí hemos obtenido algo. Algo sin mucho sentido.

Cuando notó que Draco tenía intenciones de preguntarle si acaso una parte de lo que ellos decían, en general, tenía sentido, le agarró la muñeca y ejerció una ligera presión, que lo detuvo y le sacó un bufido despectivo. Pero se quedó tranquilo, por suerte.

—¿Qué cosa? —preguntó en cambio, en tono amable. Bonnie pareció considerar si debía o no decírselo.

—Una advertencia —musitó, sin mirar a ninguno de los dos—, de que te cuides de los ojos grises.

Harry frunció el ceño. Junto a él, su compañero se tensaba.

—¿Yo? —se señaló a sí mismo, sólo para confirmar que el aviso iba dirigido a él. El centauro asintió—. Eso no es muy preciso.

—¿Cuándo algo de lo que las estrellas dicen  ha sido preciso? —volvió a apretar la muñeca de Draco para que se contuviese. Tras un momento, este deslizó su mano hacia arriba, y sujetó la de él. Harry retuvo el aliento, sin darse cuenta.

—Sé que no es ideal —aclaró Bonnie, en un tono cansado más que enojado, e ignorando a Draco con maestría—, pero es lo que nos han dado las estrellas. Y hasta que ellas decidan permitirnos más información, será todo lo que podemos contar a los Arcanos.

0—

En el camino de vuelta al castillo, hubo un instante en que Luna y Draco se detuvieron delante de él. El aire se llenó de un aroma almizclado durante unos segundos, pesado, intenso, arrebatador. Luego desapareció y continuaron moviéndose.

Fue la primera vez, según recordaba, que las ninfas no los acompañaron en el trayecto.

0—

Harry regresaba de una práctica de Quidditch improvisada, que Montague decidió que tendría cuando le ganaron a Gryffindor en el último partido sólo por los puntos conseguidos por la snitch. Por costumbre, alzó la mirada al oír un aleteo, para encontrarse con el manchón negro que se posaba en la cabeza de una de las armaduras de la decoración.

Dárdano le graznó y agitó las alas. El adolescente apoyó la escoba en su hombro, y se acercó a la armadura.

—No he hecho nada —mencionó, sólo por si acaso. El pájaro soltó esa risa chillona que le era tan extraña y sacudió la cabeza emplumada.

—No dije que lo hubiese hecho, señor Potter —el aludido tragó en seco, pero si lo notó o no, no hizo comentario al respecto—. Queremos que pase por la oficina un momento, si no tiene nada que hacer.

Oh, tenía mucho que hacer. Quitarse ese uniforme que se le pegaba a la piel por el sudor y estaba lleno de barro, darse un baño, comer algo. El estómago le rugía. Además, tenía curiosidad por saber cómo iría el comienzo de los planes de 'la causa', ahora que todos estaban de regreso a Hogwarts y la nieve del patio ya estaba derritiéndose para cederle el paso a la próxima primavera.

Apenas el día anterior, en la Sala de Menesteres, Pansy y Draco les enseñaban los regalos conseguidos durante las vacaciones, gracias a las dosis de Amortentia (poción de amor obsesivo, según entendió) que les dieron a los chicos de la apuesta, en secreto. Su amiga tenía vestidos nuevos, capas encargadas a diseñadores importantes del mundo mágico, cajas de dulces extranjeros, una colección de varitas de repuesto a las que podía cambiarle el núcleo y al menos veinte libros más. Draco, en cambio, tenía bufandas con el color de su Casa, artículos para el cabello, un estuche de doce varillas diferentes para revolver pociones, y chocolate, mucho chocolate, el suficiente para que lo repartiese entre todos los involucrados y aún le quedase para sobornos futuros.

Los gemelos no dejaron de burlarse de los idiotas que se los mandaron, con intenciones de llegar a algo, tanto si era por la apuesta misma como por el efecto temporal de la poción de amor. Hermione observó preocupada la escena, y Luna no hizo otro comentario que lo lindos que le parecían los vestidos de Pansy.

Harry se había limitado a mirar y oír. Pansy sonreía al enseñar los regalos, pero sus ojos no estaban brillantes como alguna vez fueron cuando veía los sencillos detalles de Zabini, como notas en el pergamino o un libro que tomaba prestado de la biblioteca porque le recordó a ella. Su compañero, por otro lado, mantuvo esa máscara de indiferencia Malfoy que en tan pocas oportunidades le vio durante el año escolar.

Cuando Draco se percató de su mirada, sin embargo, dibujó una leve sonrisa y le ofreció más chocolates, y él aceptó, todavía aturdido por la sensación de que aquello no era del todo correcto pero, ¿no era lo que se merecían los idiotas?

Luego recordaba que apostaron sobre quién llegaba más lejos con sus amigos, la sangre le hervía, y se le quitaban las ganas de defender a cualquiera. Los regalos no lo compensaban.

Tal vez de esa contradicción derivaba lo ansioso que estaba desde que las clases se retomaron. Por una parte, esperaba que las consecuencias de sus actos les cayesen igual que una bludger directo en la cabeza. Por el otro, temía precisamente cuáles serían las consecuencias.

O peor: cómo terminaría por afectar a sus amigos toda aquella situación.

—¿Señor Potter?

No se dio cuenta de que llevaba un rato en silencio, apretando la escoba con fuerza, hasta que Dárdano sacudió las alas para llamar su atención. Volvió a fijarse en él.

—¿Tomará mucho tiempo? —preguntó en voz baja. Sabía que no lo necesitaban para ese primer paso del plan, pero quería estar ahí.

—No en realidad.

Con un asentimiento, le indicó que fuese por delante, y pronto se encontró siguiendo al Augurey a través de los múltiples pasillos, hacia la conocida oficina. Arrugó la nariz al ser recibido por el fuerte aroma a incienso, y relajó la expresión al adaptarse al olor, unos segundos más tarde. Todo continuaba justo igual que durante la última incursión que tuvieron allí.

Ioannidis lo esperaba sentada detrás del escritorio. Algunos pergaminos y folletos al estilo muggle estaban desperdigados por la mesa, frente a ella, y sus manos enguantadas pasaban las páginas de un libro delgado y de tapa dura, al que no pudo leerle el título.

—Buenos días —pronunció, parado bajo el umbral de la puerta. Dárdano se había dirigido de inmediato a la percha donde podía balancearse y tener una vista completa de la oficina, pero él no se sentía bien con la idea de entrar del mismo modo.

La profesora movió una mano, y detrás de él, la puerta se cerró con un ruido apenas perceptible. Ya que no decía nada, supuso que era su forma particular de instarle a avanzar.

Dejó la escoba apoyada cerca del escritorio y tomó asiento en la silla contraria a la de la bruja. Todavía le quedaban algunos vestigios de la práctica, como el corazón un poco acelerado, la piel ardiente por el rubor del esfuerzo. Lamentó no haberle pedido que se encontrasen más tarde.

La mujer no lo miró hasta después de un momento que bien podría haberse hecho eterno, en que el crujido de la percha de Dárdano al moverse, revoloteo de alas emplumadas y el pasar de páginas, fueron lo único que llenó la sala. Al levantar la cabeza en su dirección, el velo de siempre desdibujaba lo que estaba detrás, pero Harry sintió los ojos que se posaban en él.

—Se supone que esto es un deber de tu Jefe de Casa —comenzó Dárdano, desde la percha, en su lugar. Oh, bueno, podía decir que prefería enfrentarse a su rostro oculto que a lo que sea que Snape debía decirle en su lugar, con aquel rictus de desprecio que se le formaba cada vez que lo tenía delante—, pero he decidido tomarlo con anticipación, porque creo que puedo ser de más ayuda.

—Discúlpeme, profesora —interrumpió, con una media sonrisa—, es probable que Snape me castigue por lo que sea que usted tenga que decirme.

El ave se sacudió con una risa aguda, y saltó hacia el escritorio, para posarse en un punto intermedio entre ambos. Ioannidis le acarició el plumaje con el índice, en un gesto distraído, que inevitablemente, le recordó al día bajo el lago.

Cuando aquello terminase, tendría que preguntar a Draco si el mayor de los Parkinson ya tenía la información extra de las piedras de la luna.

—Hablaremos de tus TIMO's, Harry.

El peso helado que se instaló en el fondo de su estómago le quitó el hambre de improviso. Tragó en seco y luchó por encontrar su voz para contestar con lo que fuese, en vano.

¿Tan pronto?

Faltaban meses para las pruebas, estaba seguro. Hermione y Draco lo hubiesen apresurado, de no ser así.

No quería que hubiese una T de troll en la boleta que su madre miraría, por Merlín. Se sentía sin preparación alguna, pese a las prácticas en el club.

—Tranquilo, Harry, respira —como obedeciendo a un Imperio, tomó una inhalación brusca. No se percató de que había contenido el aliento hasta que se lo dijo—. Supongo que sabes qué son los TIMO's.

Él asintió. Por supuesto que sabía, no llevaba cinco años en el colegio sin tener idea de qué iba.

—¿Te ponen nervioso?

—¿No ponen nerviosos a todos? —inquirió a cambio, arrugando el entrecejo. Dárdano volvía a carcajearse de él.

—Ponen nerviosos a aquellos que no saben lo que harán. Y tú eres un Slytherin, además; pon tu vista en la meta y el resto se resolverá, sabrás cómo hacer para conseguir lo que quieres. No sería la primera vez —Harry parpadeó. No se esperaba ese tipo de palabras, así que tampoco tenía idea de cómo contestar sin sonar maleducado o balbucear de la forma más estúpida posible—. Pero he pensado al respecto durante este año, y se me ocurrió que un empujoncito y algo de orientación te vendrían tan bien como a cualquiera.

Él no iba a negárselo, así que aguardó a que girase el libro delgado que revisaba cuando llegó y se lo ofreciese.

—¿Qué es esto?

—Opciones de carreras, descripciones del oficio, los TIMO's que necesitas para cada una. Digámosle una guía, ¿te parece? —asintió, distraído. El libro estaba abierto en una página que hablaba de los Inefables—. ¿Has considerado alguna, en particular?

Boqueó un momento, para después negar.

—De niño, pensaba que sería Auror, como papá —explicó, titubeante. Casi podía escuchar la voz hastiada de Draco junto a su oído, diciéndole que los Aurores tenían un lado malo que él no veía. Tal vez fuese cierto, pero la decisión seguía siendo suya. Y sabía que Draco la aceptaría de cualquier modo.

—Auror es una gran carrera —aceptó el pájaro, al tiempo que la profesora asentía—, y va contigo; ayudarías, tendrías acción en tu día a día. Se te reconocería como te lo mereces.

Harry no sabía hacia dónde mirar para que no fuese tan obvio que estaba perdido ante su amabilidad. Ioannidis, aunque nunca los había tratado mal, tampoco era de dar muestras de afecto, y aquel tono, incluso en la voz chillona de Dárdano, le hacía pensar en Lily cuando quería que llegase a la conclusión, por sí mismo, de que tenía que hacer lo que tenía que hacerse (limpiar su cuarto durante las vacaciones, por ejemplo).

Tragó en seco, de nuevo, y le dio una ojeada al libro.

—Pero usted cree que debo ser Inefable —murmuró, volviendo la atención a la profesora y el Augurey, cuando la idea le resultó clara.

La bruja se reacomodó en el asiento, apoyando los codos en el borde de la mesa y la barbilla entre las manos. Dárdano se aproximó más a él con dos saltos breves y un insistente y divertido revoloteo de alas.

—Queremos ofrecerte una nueva perspectiva —indicó, quizás con demasiada suavidad, haciéndolo sentir igual que un niño al que se le hacía una propuesta considerada—, en base a lo que hemos observado y pensamos de ti. Tienes las cualidades, Harry, y eso es algo de lo que no cualquiera puede presumir. Inventiva, valor, intuición en los momentos claves, magia sin varita a tu edad…

¿Qué?

—Yo no puedo hacer-

—Lo hemos visto —Dárdano ladeó la cabeza, sereno— y el señor Malfoy nos lo ha confirmado.

Harry no tenía idea de qué hablaba, pero siguió escuchándolo. Luego le preguntaría a su compañero a qué se referían.

—Eres excepcional, y lo que decidas hacer con tu vida, no será menos extraordinario. Por eso es que queremos que lo pienses. Un Inefable no suele ir a misiones de alto riesgo con Aurores, ni persigue criminales de poca monta —la profesora apuntó al libro que tenía entre las manos, mientras el pájaro continuaba—; pero estarás detrás de escenas. Laboratorios, misterios, los secretos del mundo y la magia. Los Aurores usan sus varitas para hacer el bien, pero un Inefable sabe que a las varitas sólo se llegan cuando el resto ha sido investigado, planificado, revisado.

—No suena mucho a lo que yo hago…—opinó, dubitativo.

—¿Eso crees? —el tono de Dárdano le decía que era justo lo contrario, y de pronto, lo hacía dudar incluso de lo que podría haber jurado momentos atrás—. Escucha, Harry: los Inefables son una de las carreras más misteriosas y complicadas que existen, requieren varios TIMO's y EXTASIS y buenas notas, cartas de recomendación de tus profesores. Si lo que quieres es seguir un sendero marcado y estar dentro de la batalla por la seguridad de la comunidad mágica, eso estaría muy bien, y es una opción tan excelente como cualquier otra, si es lo que en verdad te gusta. Pero si dudas ahora, dudarás en diez, veinte, cincuenta años, y los magos vivimos demasiado para tener estas preguntas rondando por la cabeza. Revísalo, piénsalo. Puedes venir a discutirlo cuando quieras.

Él sólo atinó a asentir, tras una ligera vacilación. Volvió a fijarse en el libro. La fotografía de la recámara del Departamento de Misterios era oscura, extraña, pero tenía un algo que era atrayente para la vista del espectador, y Harry no hubiese sido capaz de negarlo.

—Puedes llevártelo —Dárdano graznó, divertido. El chico esbozó una sonrisa tímida al asentir, otra vez, y cerrar el libro.

—Gracias por la charla, profesora, Dárdano —se puso de pie, el encuadernado bajo un brazo, el otro dispuesto a tomar su escoba. Luego se detuvo—. Y gracias por pensar así de mí.

Si un Augurey pudiese sonreír, él habría jurado que Dárdano lo hacía cuando sobrevoló por encima de su cabeza y lo acompañó hacia la salida. El pájaro se posó en el espacio abierto sobre la puerta y lo observó alejarse.

0—

Aún llevaba el libro bajo el brazo y la escoba en la otra mano, cuando se le ocurrió sacar el mapa. Había hecho una pausa para apoyar la espalda contra una pared cercana, tomarse un momento para procesar la conversación reciente con la profesora, y decidió que era lo mejor que podía hacer.

Todavía no discutía el tema con sus amigos. Suponía que Ron apuntaría a ser un Auror, y estaba casi seguro de que Hermione se decantaría por la Ley Mágica, si es que no era atrapada por la docencia. No tenía idea de lo que Pansy o Draco planeaban hacer con el resto de sus vidas, y la sensación de repentino vértigo regresaba al intentar pensarlo, porque significaba que el tiempo se le acababa, que la noción de que perdía oportunidades se hacía más real, tangible.

Se separarían cuando Hogwarts hubiese llegado a su fin. Sólo dos años más.

No.

No iba a pensar en ello, no ahora. No ahí.

Tomó una respiración profunda y buscó las viñetas en el pergamino, una vez que lo hizo aparecer. Recordó que la cacería de magos, como decían los gemelos con diversión, empezaba esa tarde, así que supuso que encontrar a uno significaría hallar al resto, ¿y por qué no acercarse a ver cómo les iba y luego seguir hacia las mazmorras?

En uno de los pasillos que solían estar desiertos del castillo, entre aulas abandonadas, divisó el nombre de Draco y un estudiante que desconocía, pero el color le indicaba que pertenecía a Gryffindor. Vaya utilidad le encontraban a esa elección de su compañero de modificar la predisposición de nombres.

Más allá, en puntos claves, estaban los gemelos Weasley, que debían contar con su propia versión simplista del mapa que sostenía, para ayudarlos en 'captura y escape', como les gustaba presumir esos días. Pansy estaba dentro de un pasadizo, que según recordaba, se localizaba tras una estatua tuerta.

Redujo su escoba y el libro a tamaño de bolsillo y se los metió en el uniforme de Quidditch, y con el mapa en mano como único foco de atención, caminó hacia los pasajes ocultos tras los tapices para acercarse más rápido. Las viñetas no se movían, así que supuso que el plan, fuese cual fuese, estaría puesto en marcha.

Le llevó alrededor de dos minutos alcanzar el ala del castillo en donde estaban. Para entonces, las viñetas de su compañero y el Gryffindor se desplazaron hacia el lado opuesto del mismo pasillo, y él se preguntó por qué los gemelos continuaban tan inmóviles en sus puestos, al igual que Pansy.

Reapareció, empujando el marco pesado de una pintura de hace dos o tres siglos, en unas escaleras laterales que nadie usaba, y descendió con los pasos más sigilosos que era capaz. El corredor que buscaba estaba justo por delante, doblando en la esquina.

Se paró al final de las escaleras y se asomó por un costado de la pared.

Luego deseó no haberlo hecho.

Los gemelos no estaban a la vista, porque se mantenían tras las puertas cerradas de unas aulas abandonadas. Pansy tampoco se encontraba más que en el mapa.

El pasillo, casi por completo vacío, se llenaba de un sonido áspero que le puso los pelos de punta.

—Nos vas a meter en problemas…

—Sh —se reía. No sabía si era más extraño el tono suave con que Draco le habló, o la manera en que el otro le contestaba—, las serpientes no hablan.

Lo segundo más sorprendente era que su compañero no lo hechizase en ese momento, con la posibilidad inminente que se le presentaba.

Draco tenía la espalda pegada a una pared y la cabeza ladeada, su expresión era indiferente como pocas veces le había visto, fría incluso frente a la máscara Malfoy. Por supuesto que el idiota Gryffindor, que lo tenía atrapado entre sus brazos y le besaba y mordía el cuello, no lo notaba.

No estaba seguro de si continuaba respirando o contenía el aliento, de si la sangre le bullía, o si era un ligero temblor lo que percibía en las manos. El pecho se le apretó y la garganta, poco a poco, se le cerró. Dio el mismo brinco que Draco cuando el chico fue por sus labios.

Habría podido jurar que el suelo perdía consistencia bajo sus pies.

Lo siguiente que sabría era que el mapa se le resbalaba entre los dedos y no podía fingir que le importaba. El Gryffindor se apartaba con un grito aterrado, trastabillando hacia atrás.

—¡¿Qué mierda…?!

—¿Lo olvidaste? —Draco se limpió los labios con una expresión contraída por el asco. Los tenía teñidos de un verde intenso y ligeramente brillante, recién aparecido, en especial en donde se unían—. Las serpientes mordemos.

Cuando el otro chico golpeó la pared opuesta con la espalda, bajó la mano con que se cubrió la boca por reflejo, y dejó a la vista la extensión verdosa y supurante que comenzaba a formarse en los alrededores. Emitió un quejido débil.

—¿Qué me hiciste? ¡Tú…!

Ocurrió demasiado rápido. Al instante, tenía la varita afuera, pero habría dado igual que no, porque un expelliarmus lo desarmaba y un desmayo lo enviaba a volar al otro lado del pasillo. Pansy, que lanzó el desmayo luego de que Draco hubiese usado el primer encantamiento, aparecía detrás de un cuadro, con una aparente calma y las manos unidas tras la espalda.

En el momento en que debió hacerse una idea de lo que pasaba, el muchacho se levantó, tambaleante, y echó a correr. No llegó a ninguna parte, claro, porque uno de los gemelos Weasley —no estaba seguro de cuál— salió de un aula abandonada justo frente a él y lo interceptó. El otro, por detrás, arrojó un hechizo zancadilla que lo derribó por segunda vez.

—¡Le diré a McGonagall de esto! —gritó, en vano. Pansy había utilizado un encantamiento de silencio en las paredes. Él se retorcía bajo el hechizo que lo dejaba tirado en el suelo— ¡pagarán por atacarme, están locos! ¡Todos son unos locos! ¡Tienen razón sobre ustedes do…!

Se calló por otro grito agudo, y presionó la palma contra su boca, buscando, desesperado, a Draco con la mirada. Este meneó la cabeza, fingiendo decepción.

—Puedes seguir quejándote hasta que la poción te haga parar en la enfermería de forma indefinida —puntualizó, caminando hacia él. El Gryffindor intentaba apartarse y era oprimido por el hechizo, de nuevo—, o puedes hablar con nosotros y llevarte el antídoto que tengo conmigo, si dejas esta tontería.

—No sé de qué…

—Ahórranos tu estupidez.

—¿Y se supone…

—…que él está en nuestra Casa? —los gemelos negaron varias veces, con incredulidad.

—No pedimos tanto —Pansy se inclinó a un lado del chico, entrando en su campo de visión— y nos lo debes. Sabes que hiciste algo malo.

Tras una leve vacilación, él dejaba caer la cabeza en el piso y exhalaba. Y ellos ganaban.


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