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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo cincuenta y uno: De cuando hay un beso, un abismo y una taza de chocolate al final

La cacería de magos idiotas (nombre provisional que luego se quedó porque nadie se inventó otro) se prolongó desde los primeros días del retorno escolar, en enero, hasta mediados de febrero. Como era de esperarse, después de que conversaron con el estúpido de Klean para sacarle algo de información restante (de la que no tenía mucha, de todos modos), y de que Draco le entregase el antídoto, el Gryffindor corrió a avisar a los compañeros de su Casa que estaban incluidos en la apuesta.

En respuesta, ellos intentaron tomar represalias. Cuando pensaba en ello, sólo recordaba haber sido interceptado a mitad de una ronda como Prefecto, cerca de la medianoche, por tres estudiantes mayores, y la persecución a través de los pasillos, con la respectiva ventaja de que se conocía esos lugares y cada rincón y pasadizo de memoria.

Los hizo entrar a un pasaje-cueva, y con los gemelos, que rondaban atentos a la reacción que suponían tendrían los Gryffindor, cerraron las puertas de ambos lados.

A la mañana siguiente, todo Hogwarts se enteró de que tres chicos pasaron la noche en un túnel bajo el castillo. Por una cuestión de orgullo, ninguno los delató cuando McGonagall les preguntó por qué.

Los Hufflepuff se retiraron de inmediato de la apuesta. Lo supo, sin que nadie se lo dijese, porque dejaron de hablarles, de acercarse, y aunque todavía saludaban a Pansy cuando iba de pasada por los pasillos, lo hacían en voz baja, sin llamar su atención más de lo necesario, y por mera educación.

—Vamos a sacarlos del plan general —le dijo su mejor amiga una tarde, en la Sala de Menesteres, sorprendiéndolo en el silencio en que estuvieron sumidos por unas tres o cuatro horas. Draco apretó los labios.

—Pero ellos…

—Ellos se retiraron —señaló, con suavidad—. Vamos contra los idiotas que son demasiado testarudos como para hacerlo. Dejémoslos fuera. Por favor, Draco.

A pesar de que no le gustaba la idea de que pagasen a medias, lo aceptó.

Cuando los estudiantes de las otras dos Casas empezaron a ser más cautelosos a su alrededor, Draco se percató de que necesitaban avanzar al segundo paso, e hizo algo que no se le había ocurrido en los cinco años que llevaba en el colegio de magia y hechicería:

Cruzó al otro lado del dormitorio de varones y tocó la puerta del segundo cuarto de los chicos de quinto. Goyle le abrió. Zabini estaba tendido en su cama cuando entró, y se apresuró a ir a su encuentro, como acordaron.

Iré a buscarte cuando te necesitemos para esto —le había dicho en la enfermería, luego de ver cómo su expresión se contraía cuando terminó de contarle lo que planeaban hacerle a Pansy y él (con especial énfasis en ella, por supuesto).

—¿Ya es hora? —preguntó el muchacho, en cuanto se acercó. Draco asintió.

Su parte en la cacería era bastante simple. Zabini se acercaba al grupo de Gryffindor enojado con ellos, les hablaba de cómo Draco casi lo 'envenenó' con unas gotas de poción en su bebida, y como resultado, se pasó una semana en la enfermería diciéndole sus secretos a todo el que tuviese oídos (y vaya que era bueno, sonaba en verdad molesto en los ensayos, aunque le juró que sabía que lo había merecido por lo de Pansy), y se infiltraba.

Los Ravenclaw fueron menos crédulos y amigables respecto a su presencia, pero a ellos no les interesaba que Blaise hiciese nuevos amigos, sólo que los convenciera de estar de su lado.

Mientras tanto, los gemelos Weasley descubrían maneras de que la Amortentia surtiese efecto al ser inhalada y pudiese ser esparcida por el aire, y Granger utilizaba los oídos plegables inventados por ellos, en la Sala Común de Ravenclaw. Sólo cuando fue descubierta con el artículo mágico en las manos, sus compañeros se volvieron contra ella también. Draco no estaba seguro de lo que ocurrió a partir de ese día; sabía, porque la misma Hermione se lo contaría después, que un tal Anthony la ayudó metiéndola a un pasadizo oculto en la biblioteca privada, para evadir a los chicos, y desde entonces, la acompañaba cuando entraba o salía de la torre.

Un día, Pansy se cubría los brazos de un aceite mágico en que trabajaron por varias tardes, y había un Ravenclaw que llegaba a la enfermería con quemaduras leves en las manos, por intentar sujetarla cuando escapó al ser interceptada en una ronda nocturna. Y al siguiente, uno de los Gryffindor más testarudos se caía de la escoba, a sólo dos metros del suelo, en una práctica.

Draco juraría, bajo tres gotas de veritaserum que su padrino le dio, no tener nada que ver con el accidente, y no sería una mentira. Pero estaba convencido de que su mejor amiga sí podía ser la razón del esguince en el tobillo del muy idiota, aunque nunca lo confirmó.

Por las próximas semanas, Pansy pasó más tiempo metida en el baño de Myrtle y enfrascada entre libros, de lo que la había visto alguna vez. Cuando Zabini se le acercó en la Sala de Menesteres, él observó, desde el otro lado del lugar, que le hablaba en voz baja, ella levantaba la cabeza, le dedicaba una mirada larga, y luego asentía. Aunque era claro que podrían tardar un tiempo en resolver sus asuntos, Blaise se sentó a conversar con Pansy un par de veces, en las mazmorras, lejos de ojos curiosos; Draco recordaría haber pensado que él, probablemente, no sabría tratar a una ex pareja.

A principios de febrero, cuando Zabini convencía a los Ravenclaw y Gryffindor de que existía una manera de expulsar a Pansy y a Draco, aquello estaba otro nivel. Palabras mayores, dijo uno de los gemelos, George, cuando le hablaron de la idea con que terminarían con las apuestas.

En retrospectiva, se lo debían a Luna.

Ellos realmente creen que Pansy y tú son magos oscuros y tenebrosos, sedientos de sangre —se quejó la chica, en un débil murmullo, cuando estaban en la zona de los thestral, dándoles de comer a unas crías que Hagrid les permitía visitar a menudo.

Ahí, descubrió cómo acabar con aquel tema.

Era la idea más extraña que había tenido hasta entonces, dejando la modestia de lado. Lo único que pudo ayudarlo a tener su plan completo, sin embargo, fue la intervención de Neville Longbottom.

Longbottom, a quien ya conocía por tener la mala fortuna de convivir en el laboratorio y los salones de Defensa contra las Artes Oscuras al mismo tiempo que el curso de Gryffindor, los encontró a Pansy y a él en los pasillos, de regreso de la biblioteca a las mazmorras, y los detuvo para contarles, entre balbuceos y gestos exagerados, que algunos estudiantes mayores de su Casa estaban inventando rumores sobre ellos.

—¡…di-dicen que hacen rituales oscuros en el baño del segundo piso! ¡Hablan con los fantasmas y recogen plasma, y- y que llevan marcas de serpientes y calaveras en los brazos!

Neville quería advertirles para que los tres, ellos como 'víctimas' y él como testigo, fuesen a hablarlo con el profesorado. Decía que algunos de sus compañeros de quinto incitaban a los menores de Gryffindor a creerlo, pero lo hacían a manera de broma, según le dijeron; ellos en verdad no eran tan tontos para pensar (después de años conociéndolos) que harían tales estupideces en el colegio. Fuera tal vez, no dentro. Aquello no sonaba precisamente agradable para Draco, pero supuso que era lo mejor que se le podía pedir a una cabeza llena de leones.

El problema eran los de séptimo, en especial. Los de sexto, conscientes de que les quedaba un año allí, estaban cada vez más retirados de la apuesta, y con el paso de los días, los nombres que tachaban en la Sala de Menesteres superaban a los que continuaban marcados como objetivos. Si no se retiraban por las buenas, prometían dejarlos en paz deprisa, sin que tuviesen que poner mucho esfuerzo en pensar en cómo atraparlos o asustarlos. Y cumplían.

Nunca agradeció tanto la nobleza gryffindoresca hasta esos días. Los del grupo de Ravenclaw, que no eran idiotas por completo, preferían salirse cuando recibían una visita de los chicos, en la salida de los baños, los pasillos oscuros, o en el patio, de regreso de la Lechucería.

Por supuesto, no podían —y Draco no quería— explicarle a Longbottom el complejo juego que se llevaba a cabo dentro de las paredes del castillo y bajo las narices de estudiantes y profesores por igual. En cambio, Pansy le sonrió al chico, que se ruborizó por completo, le agradeció el 'aviso' con un beso en la mejilla que lo dejó boqueando, deslizó un brazo por debajo del suyo, y ambos se alejaron sin darle ninguna respuesta al pobre Neville.

Pero claro que recordarían sus palabras sobre los rumores cuando estuviesen terminando de planear el paso final, contra los séptimo año de Gryffindor y Ravenclaw que todavía estaban dentro de aquella retorcida persecución de ambas partes.

Luego Draco diría que fue una de las noches más largas de su estadía en Hogwarts, pero habría valido cada segundo.

Las piezas comenzaron a caer donde les correspondía antes de la hora de la cena, cuando estaba en la Sala de los Menesteres, sentado frente a un sillón y con el brazo izquierdo extendido sobre las piernas. Luna, inclinada frente a él, dibujaba con un pincel mágico en la piel de su antebrazo, una calavera que expulsaba una serpiente móvil por la boca; tenía que admitir que era bastante interesante el resultado. Frente a ambos, Pansy se aseguraba de haber memorizado los encantamientos que necesitarían.

Sería un espectáculo para recordar, una historia que iba a contar. Y él amaba inventarlas.

Los gemelos comprobaban túneles que iban hacia el segundo piso, a través de los mapas improvisados, y Granger, que no dejaba de dar vueltas de un lado al otro de la sala y ser perseguida por un enloquecido Leporis, que había perdido el control desde que estuvieron de regreso en Hogwarts, les decía que aquello sólo podía resultar mal, muy mal.

Pansy y él faltaron a la cena, para levantar las sospechas que Zabini no haría más que incrementar, cuando buscase a los estudiantes mayores en el comedor y actuase horrorizado frente a ellos.

Tienes que lucir asustado —le había indicado, la tarde anterior, cuando practicaban frente a un espejo que la Sala les proporcionaba. Ambos estaban de pie y Pansy, desde una silla a unos metros, los observaba con atención—, tienes que hacerles pensar que podríamos derribar el colegio entero si nos diese la gana. Di lo que quieras de nosotros, lo que suene peor. Tienen que creer, más que nunca, que podemos ser lo que han pensado desde hace meses.

Así que cuando Blaise hacía una actuación digna de varios aplausos y les avisaba que estaban por abrir la Cámara de los Secretos, allí, debajo de sus pies, aquello se tornaba en un asunto serio para los chicos y uno en verdad divertido para Draco, sentado junto al lavabo en el baño del segundo piso, con un hechizo de escucha que Zabini lo dejó utilizar en él para mantenerse al pendiente de cómo se desarrollaba todo.

Qué crédulos, qué nobles. Ni siquiera se les ocurrió avisar a un profesor, justo como Hermione predijo que harían.

—Hasta yo podría creer que estás mal de la cabeza cuando sonríes así —escuchó que Granger le decía. Ella comprobaba los últimos detalles acerca de la entrada, con Pansy, mientras aguardaban las indicaciones de los gemelos de estar en posiciones—, ¿desde hace cuánto puedes ponerte los ojos negros en la esclerótica? ¿Es algo que practicaste para hoy?

Él meneó la cabeza, sin dejar de sonreír ni perder la postura relajada. Si no fuese un trabajo poco digno para un Malfoy, podría dedicarse al teatro mágico, pensaba con humor.

—Lo aprendí porque quería jugarle una broma a Nott y asustarlo, pero olvidé que a él nada le asusta —soltó un resignado y dramático suspiro, que hizo a su mejor amiga reír por lo bajo.

—Creí que ibas a decir que era para llamar la atención de Harry —comentó ella, desviando su atención del cuaderno desgastado entre sus manos a él. Dejó de sonreír cuando Draco también lo hizo, al menos por un momento.

—No. No lo hice por Potter.

No hablaron más durante la espera.

Harry era un tema en el que no quería pensar en ese instante. Suponía que estaba en las mazmorras, en el dormitorio, solo, porque los últimos días era imposible estar cerca de Weasley, que parecía enganchado a una Hufflepuff de su año. Tampoco era buena idea recordárselo a Hermione, a quien se le ensombrecía la mirada cuando volvía a rememorar el día en que los encontraron besándose en un pasillo.

Cuando los gemelos avisaron que estaban listos y veían a sus 'objetivos' acercarse, Pansy se bebió una poción de pársel para abrir la entrada a la verdadera Cámara, bajo la mirada asombrada y emocionada de Myrtle, que era consciente de lo que tenían en mente, y descendieron sin prisas. Draco llevaba una capa negra, que le dejaba a la vista los brazos recién 'tatuados' cuando los movía, y se concentró en hacer que el cabello, que estaba recogido en una cola, se le pusiese negro a medida que avanzaban hacia la Cámara.

—Si tuvieses palabras celtas y runas en vez de una serpiente y calaveras, y un velo…te parecerías mucho a mi padre —le dijo Pansy, cuando se detuvieron en la sala vacía, frente a la antigua estatua de Salazar Slytherin.

—¿Me estás diciendo que me veo viejo? —la pinchó en el costado, a modo de protesta, y ella se rio. Pansy se reía más esas últimas semanas, pero sólo en presencia de él y las chicas. No sabía qué pensar al respecto.

—Sabes que no —rodó los ojos, se cambió el cuaderno desgastado de un brazo al otro, y suspiró—. Voy a esperar allá y terminar de prepararlo, ¿sí recuerdas qué hacer?

En respuesta, Draco realizó la reverencia más complicada e innecesariamente larga y profunda de su repertorio, y le sonrió.

—Haré teatro si no consigo buenos TIMO's, Pans, ¿con quién crees que estás hablando?

Vio a su mejor amiga meterse a la estatua del Fundador a través de la boca, que se abrió bajo otra orden de la poción pársel, y esperó. La noche anterior visitaron la Cámara con Myrtle, sólo para dibujar en tiza blanca el círculo de runas en que ahora estaba parado, recordándose los pasos a seguir. No era como si fuese muy difícil, a decir verdad.

Granger era un soporte fuera de la Cámara, escondida en alguna parte del baño al que sólo Myrtle tenía acceso por lo general, y acompañada de uno de los mapas improvisados. Los gemelos, apostados en pasadizos, se asegurarían de mantener a los chicos en el camino adecuado sin ser vistos, y Lep, que estaba más insoportable que nunca, aceptó adoptar la forma de un perro mediano, negro y huesudo, de una consistencia más o menos gaseosa, que le hacía pensar en los thestral, que sería el que estuviese detrás de sus invitados, para que no hubiese desertores de último minuto. Tuvieron tiempo suficiente para retirarse. Era momento de cortar sus opciones.

Cuando escuchó un bramido lejano y el sonido de alguien que caía por la pendiente de la entrada, tuvo que hacer un esfuerzo por contener la sonrisa.

Se bebió varios tragos de la poción de pársel, agradeciendo dentro de su cabeza a Hellen Rosier, que todavía les contestaba cada carta desde el otro lado del mundo por sus prácticas de Inefable, respiró profundo, y comenzó su renovado acto, girándose para estar de espaldas a ellos cuando hubiesen entrado.

Aquello era una locura. Probablemente, una de la que se reiría por los próximos años cuando todo acabase.

La imagen tendría que haber sido bastante tétrica. Él era una figura pequeña a comparación del tamaño descomunal de la Cámara vacía, todo de negro, hablando en una lengua siseante y extraña. Cuando los pasos se detuvieron en el umbral entre el túnel y la sala, la boca de la estatua se abría, y el Basilisco emergía como si respondiese a un llamado secreto.

Si Riddle era un mago asombroso por inventar una ilusión tan vívida como la que enfrentaron en el segundo año, Pansy era aún mejor por recrearla sola, escondida detrás de esos muros.

—¡Alto!

Draco no tuvo que hacer gran cosa, en realidad. Recordaba haberse dado la vuelta y contener la risa al ver las caras pálidas que le devolvían la mirada, los idiotas que daban un paso hacia atrás y se encontraban con el perro furioso en que Lep se había convertido por una noche, y creían comprender que su falso valor no tenía cabida allí dentro.

¿Quién podía estar tan loco como para interponerse en el supuesto camino de un mago oscuro, en un lugar secreto que no debería existir, y que manejaba una criatura de la máxima categoría de riesgo?

Hicieron falta pocas palabras, ningún discurso demasiado preparado, y una risa ahogada e irregular, que copiaba de la memoria lejana de su enloquecida tía Bellatrix. Cuando levantó el brazo y el Basilisco de Pansy avanzó según la indicación, ellos ya corrían hacia la salida, despavoridos, gritando, tropezándose entre sí, y el perro igual de falso los perseguía ladrando.

Se quedó solo en la Cámara, de pie, conteniendo la risa, y se dijo que era una de las mejores historias que se atrevió a imaginar alguna vez. Se merecía un premio a la creatividad.

—Pansy, estamos listos, ya se fueron. Hazlo desaparecer —avisó tras unos instantes de silencio, su voz resonando entre las paredes de la Cámara.

Porque se agachó para borrar el círculo de runas, nunca escuchó los pasos que se alejaban con inusual calma, por los túneles.

0—

Media hora más tarde, el mismo grupo de aterrorizados adolescentes que salió de la Cámara irrumpiría en la biblioteca, poco antes del toque de queda, y llevarían a dos profesores y al director hacia una mesa apartada, en donde Hermione desplegó una carta estelar para Pansy y él, que fingían hacer los apuntes faltantes para la próxima clase de Astronomía en un pergamino desgastado.

Con ojos y cabello de vuelta a la normalidad y una de las capas del uniforme, bajo la excusa de tener frío, Draco representó la inocencia personificada ante los reclamos y acusaciones de los chicos.

—¡Es horrible lo que dicen de ellos! —exclamó Hermione, que no había oído de los rumores, así que la tomaron en verdad por sorpresa cuando comenzaron a decirle a Dumbledore lo terribles y peligrosos que, se suponía, eran.

—¡Lo vimos! ¡Todos lo vimos! —oh, ese Klean en serio era otra clase de idiota, ¿es que no aprendía? ¿Sus dos neuronas no conectaban?

—Estuvimos en las mazmorras hasta ahora —argumentó Pansy, en un tono dócil y tranquilo, que lo llenó de orgullo—, queríamos revisar esto antes de que fuese demasiado tarde, porque olvidamos que era para mañana.

Snape, que era uno de los profesores acompañantes, estrechó los ojos. Era obvio que no les creía ni una palabra, pero tampoco los delató.

—Cincuenta puntos menos a Slytherin por cada uno —dictó McGonagall, la otra profesora que iba con Dumbledore, y tras la que sus adorados Gryffindor se escudaban—, y un mes de castigo por…

—¿…por estar en la biblioteca de noche y hacer una tarea a último momento? —intervino Snape, con el entrecejo arrugado—. De ser así, sus Gryffindor me deben años de castigos por faltas en mi clase y sus deberes.

—¡Por asustar a sus compañeros! —corrigió ella, con el rostro enrojecido por la rabia.

—¿Desde las mazmorras, o desde la biblioteca? —insistió el profesor, haciéndola boquear. Era curioso, no había visto a nadie que causara ese efecto en la bruja. Su padrino subió un peldaño en su escala imaginaria de respeto.

—…pro-profesora, si- si me permite…

Varias cabezas se volvieron cuando Neville Longbottom se aproximó desde uno de los pasillos entre los estantes, cargado de libros que depositó en su mesa. Le ofreció uno a Pansy, con una sonrisita nerviosa, y ella debió captar el punto, porque lo recogió y le agradeció, como si lo hubiese enviado a buscarlo.

—Yo- yo estuve con ellos antes, en- en la cena. Me estaban ayudando con- con algo, por eso no estuvieron en el comedor, y luego- luego fueron a las mazmorras y volvieron —contó a la profesora, encogiéndose bajo la mirada de McGonagall, no más de lo que solía hacer en las clases regulares—, y un mes de castigo sería…

—…demasiado —aceptó Dumbledore, con un asentimiento—. En vista de cómo han resultado los acontecimientos, yo digo que estos chicos deben ir por un calmante de Pomfrey y dejar que los estudiantes aquí presentes terminen su mapa para mañana, si no queremos meternos todos en problemas con Sinistra.

—¡Pero, Albus…!

—¿Sí, Minerva? —inquirió, sin alterarse. La bruja alternó la mirada entre sus aterrorizados estudiantes y los que estaban en la mesa, reconociendo, de mala gana, que la historia no tenía sentido.

—Quiero devolver a Slytherin los puntos que le quité.

—No será necesario —masculló Snape—, yo lo haré. Demos esto por solucionado.

McGonagall se llevó a los chicos a la enfermería, junto con Dumbledore, que les dedicó una última mirada por encima del hombro, antes de salir. Draco le sonrió con lo que esperaba que fuese absoluta inocencia y dulzura, y rodó los ojos cuando el anciano desapareció por la puerta doble, volviéndose hacia Longbottom, que no dejaba de cambiar su peso de un pie al otro.

Cuando iba a abrir la boca, sin embargo, un agarre firme se cerró en su muñeca y le levantó el brazo. La capa resbaló bajo la atención de Snape, revelando el dibujo de la serpiente y la calavera.

—¿Tienen algo que decirme? —cuestionó, barriendo la mesa con la mirada. Neville parecía capaz de echarse a llorar e incluso Hermione se encogió un poco. Pansy le regresó la mirada, con las manos unidas sobre el regazo, pero no contestó, así que volvió a fijarse en él— ¿Draconis? —siseó entre dientes. El aludido tragó en seco y esbozó otra ligera sonrisa.

—Quiero hacerme un tatuaje mágico y estaba probando cómo se veía el diseño. No le digas a madre —susurró con prisa lo último, esperando convencerlo. Y no revises mi cabeza, añadió, al percibir el tacto delicado de la legeremancia en un costado de esta.

Su padrino lo observó fijamente, con los ojos entrecerrados, y él hizo lo posible por no cohibirse bajo el escrutinio. Era un Malfoy. Los Malfoy no eran intimidados por sus mentores. Más o menos.

Snape ejerció más presión en el agarre, y de pronto, cuando creía que ahora  estaba en problemas, lo dejó ir y se apartó.

—Recuerda que no podrás ir a Hogsmeade la próxima semana tampoco —indicó, caminando lejos. Ninguno se movió, ni respiró siquiera, hasta que la puerta de la biblioteca se cerró detrás de él.

Luego se dejó caer sobre la silla, con una pesada exhalación, y se percató de que Pansy le hacía una pregunta a Longbottom sobre el libro que le tendió al aparecerse para ayudarlos. Él titubeaba, enrojecía y tartamudeaba al comenzar a hablarle de plantas mágicas.

Interesante. Elevó las cejas, consiguiendo que el chico se pusiese aún más nervioso al caer en cuenta de que lo miraba desde el otro asiento, y pensó que, aunque no estaba mal comprobar sus intenciones antes, puede que no todos los Gryffindor fuesen un caso perdido.

Al fin y al cabo, reconocía esa manera de mirar cuando sus ojos se iluminaron porque Pansy se rio de un comentario absurdo acerca de una planta acuática, y por lo visto, Neville no era muy buen actor.

0—

—Psst, Harry, Harry, psst. Tienes que oír esto. Adivina qué hicimos, fue tan increíble, todavía no puedo creer que nos escapamos de Snape cuando él obviamente sabe que…

Se calló al verlo.

Sí, todavía estaba ese otro asunto. El que quería olvidar, porque ya no sabía qué hacer para arreglarlo.

Harry estaba tendido en su cama, a pesar de que acababa de abrir el dosel de un lado para asomarse, y no podía culparlo, porque eran más de las doce de la noche y tenían práctica de Quidditch al día siguiente en la mañana. Él también pensaba dormir más que de costumbre, pero al cruzar la entrada a la Sala Común, se encontró con que Zabini esperaba las noticias sobre cómo resultó todo, y no era el único interesado en escuchar lo que después se conocería como el 'encuentro con el heredero de Slytherin'.

Pero por encima de todo, lo que en verdad quería era contárselo. Describirle cómo fue, lo que ocurrió, ver su reacción. Aunque nunca lo admitía, lo que más le gustaba de inventarse una historia, era la reacción que podía causar en alguien más sólo con palabras.

Las reacciones de Potter eran sus favoritas desde que eran unos niños. Sólo que, en esa ocasión y como tantas otras las últimas semanas, él se giraba para darle la espalda cuando intentaba hablarle a solas.

Era frustrante.

Ser ignorado dolía más que pelearse por una tontería. Draco hubiese preferido que lo regañase, incluso que le gritase, si lo hacía sentir mejor.

Porque aquello era algo con lo que no tenía idea de cómo lidiar, la rabia y frustración sí le eran conocidas.

—¿Harry?

Por suerte, Nott tenía su dosel cerrado, y supuso que el encantamiento de silencio puesto, así que no tuvo reparos en sentarse en una orilla de la cama.

—Déjame, Draco. Quiero dormir.

Un pinchazo en el pecho. Tomó una bocanada de aire y lo ignoró.

—¿Te sientes mal?

—No —contestaba entre dientes, muy bajo—, sólo no quiero oír lo que dices.

El pinchazo se agudizaba. Vacilaba.

—Pero resolvimos lo de…

—No me importa.

El pinchazo se convertía en cientos de agujas que quemaban en el pecho.

—¿De verdad? —la voz le tembló. Odió que lo hiciese, pero aquello logró que Harry se pusiese boca arriba, ojos llameantes se abrieron y lo observaron bajo un ceño fruncido.

—Sí —replicó, sin despegar la mirada de él—, ¿por qué no vas y le cuentas a uno de tus nuevos amigos? Para ellos tienes mucho tiempo últimamente.

Sabía que algo así pasaría. Lo supo desde que comenzó a ponerse en marcha en plan, cuando volvió de la prueba con la poción sobre los labios y Harry rehuyó de su mirada en la Sala Común, apartándose de ellos cuando intentaron contarle lo ocurrido, diciéndoles que no quería saber lo que harían.

No. Lo supo desde que Fred le palmeó el hombro después de hablar con Klean y dejarlo ir, y le avisó que el mapa mostró a Harry por un momento, quien después se perdió por algún pasadizo. Fue ahí cuando comprobó que el olor de té en la Amortentia debía estar bastante lejos de ser una casualidad.

Aun así, ignoró esa teoría que tomaba fuerza dentro de su cabeza, con cada día transcurrido, en que Harry se mantenía lejos de ellos, no lo veía, no le hablaba más de lo necesario, y al regresar de otra parte del plan, sólo entonces, le dedicaba una mirada que parecía tener una pregunta fulminante, una que no sabía si estaba listo para responder.

Podía generar tantas consecuencias en base a lo que le contestase ese día, a esos ojos furiosos y heridos, que le daban ganas de pedir perdón por todo, aunque no supiese cómo hacerlo ni qué error cometió en primer lugar.

—Estás hablando enojado, pero sabes que no…

—No quiero oírte, ya te dije, Draco. ¿No puedes dejarme dormir tranquilo?

—Harry-

—Vete.

Las cientos de agujas se unían para formar una sensación caliente, desagradable, que se le extendía hacia los músculos en hileras ardientes, le ascendía por la garganta y cortaba el paso del aire, de las palabras a las que tanto valor otorgaba.

—¿Por qué?

Harry parpadeaba hacia él, titubeaba al oír su tono de voz. No buscaba pelear, y tenía que saberlo, que darse cuenta, ¿no lo conocía lo suficiente ya?

Cuando su expresión se suavizaba, vacilante, Draco pensaba, no por primera vez, que existía un algo fascinante en permitirse observarlo sin disimulo, así de cerca. En que nada, ni nadie, en el mundo, podría hacer que se embelesase como él lo conseguía, y aquello tendría que valer.

Lo hacía. Claro que lo hacía.

¿Cuándo lo descubrió? Ni siquiera habría sabido decirlo. Entendía, pero fingía ser un idiota, un despistado, para no enfrentarlo.

Temía enfrentarlo. Había un abismo lleno de emociones que se abría bajo sus pies, y Harry estaba al final. Él quería tanto alcanzarlo, que su verdadero temor era ser incapaz de retroceder cuando las defensas estuviesen abajo, cuando llegase —porque no era ingenuo y sabía que siempre llegaba— el momento de la retirada.

Tenía miedo de no poder regresar a ser él mismo una vez que saltase al pozo que construyó en años, arrojando sentimientos, desechando los pensamientos, ignorando su propia voz interior, y que acumuló, y acumuló, y acumuló, mientras se decía que lo haría desaparecer con el pasar del tiempo.

El no poder controlarlo era más aterrador que un Avada. Una pesadilla en que iba a sumergirse, porque si lo retrasaba por más tiempo, el abismo lo consumiría en su lugar.

—¿Por qué estás tan molesto conmigo? —susurró, moviéndose despacio, cuidadoso. Harry tenía la boca entreabierta e intentaba pensar en alguna respuesta, y tardaría en notar que lo aprisionaba contra el colchón de su propia cama.

—Hey —dijo de repente, retorciéndose, sin éxito—, hey, ¿qué estás…? Draco, quítate.

Él negó.

—Quítate de encima —volvió a decir. Su garganta tembló cuando tragó en seco. Draco decidió que era otra zona que quería besar, y no era justo que la lista no hiciese más que aumentar, cuando todavía no cumplía ni con la primera.

—Dime qué te pasa.

—No me pasa nada.

Contuvo un sonido frustrado, sólo porque, siendo sinceros, era imposible sentirse irritado cuando prácticamente estaba sobre Harry. Una emoción cosquilleante le juraba que estaba bien hacerlo, el abismo lo invitaba a lanzarse.

Él era prudente.

Él se había considerado prudente.

Quizás nunca lo fue. Quizás perdió la cabeza por Harry, quizás lo hizo incluso antes de conocerlo, en preparación para ese momento en que lo encontrase.

En que se permitiese descubrirlo.

Respiró profundo. Aceptándolo, el aire era más fácil de tomar.

Le gustaba esa cercanía, sabía por qué le gustaba, y era absurdo que siguiese huyendo de la pesadilla, como si pudiese hacerla desvanecer si se cubría los ojos o miraba en otra dirección.

Estaba ahí. Siempre estuvo ahí.

—¿Estás celoso? Porque hacer eso no significó nada.

—¿Qué? —Harry se sacudió. Estaba tan sorprendido que emitió un sonido ahogado, ojos verdes y enormes se alzaban hacia él.

—Te pregunté si estás celoso porque besé a alguien más.

Por unos segundos, ninguno reaccionó. Era probable que incluso contuviesen la respiración.

Después Harry soltaba una temblorosa exhalación y fruncía el ceño.

—No- no es- es- fue-

Harry boqueó. Draco esperó un momento, pero al no obtener ninguna respuesta concisa, decidió actuar.

Seguro que podía cometer una mínima imprudencia. Otra más. Sólo una.

Déjame hacer una imprudencia. Tengo permiso de hacer una imprudencia a mi edad.

Quiero que sea esta.

Quiero que seas tú.

Draco recargó parte de su peso en el colchón, sobre sus brazos, y se inclinó para besarlo. Fue rápido, apenas un roce. Se apartó enseguida, casi cayéndose de la cama por la velocidad a la que se sentó. No sabía decir si se encontraba aterrado, emocionado, o ambos.

Cuando Harry reaccionó, se cubrió la boca con una mano y se sentó, flexionando las piernas contra el cuerpo. Puso el otro brazo entre ambos para mantener a Draco lejos.

—No- —titubeó—. No vuelvas a hacer eso.

—¿No puedo?

—No —Harry meneó la cabeza. Aún no se retiraba la mano de la boca y estaba seguro de que, si hubiese encendido un lumos, lo habría encontrado ruborizado hasta las orejas.

—¿Por qué no?

—¿Como que por qué no? No llegas y- y besas a alguien y- y no- ¡no funciona así!

—Obviamente no, Potter —respondió, en voz baja. Harry bajó la mirada a sus labios cuando lo hizo, sólo por un instante.

—No vuelvas…a hacer eso —repitió.

Draco sonrió y se volvió a inclinar hacia él. No pensaba besarlo, sólo quería sostenerle el brazo para que lo bajase y dejase de cubrirse así. Lo sorprendió encontrarse cayendo de la cama medio segundo más tarde.

El latigazo de dolor lo obligó a ahogar un quejido al golpear el suelo. No fue un empujón. Harry todavía mantenía una mano en su boca, el brazo un poco flexionado.

Fue algún tipo de magia. Sólo que no estaba seguro de a quién pertenecía.

—Harry-

Luego venía el estallido que se esperaba.

—¡No vuelvas a hacer eso! —gritó. Bien, tal vez todavía tenía un pequeño problema con los gritos; se encogió, sin darse cuenta, cuando volvió a arremeter contra él— ¡eres un idiota, eso debería significar algo! ¡No puedes besar a quien te dé la gana y esperar que- que…! ¡Eso no se hace así! ¡No soy un Gryffindor con que debas desquitarte! ¡No soy un maldito capricho!

Draco recibió el impacto de una almohada contra la cara, sus reflejos arruinados por lo aturdido que estaba. Lo siguiente que sabría era que el dosel se cerraba y encantamientos le impedían abrirlo desde afuera. Harry, aparentemente, malinterpretó algo.

Harry nunca entendía, se dijo.

Tú tampoco te explicas bien, se regañó a sí mismo. Jamás lo haces.

Por Merlín. ¿Cómo podía creer que era lo mismo besarlo a él, que a ese idiota de Klean?

No era igual. Nunca sería igual.

Draco abrazó la almohada que le había arrojado, sin poder creer que el simple aroma lo reconfortaba ya que nada más lo haría. Aún con las emociones colisionando, incapaz de asimilarlo, se preguntó si tendría que ir a dormir con Pansy esa noche en la Sala Común.

Tenía el rostro enterrado en la pieza, así que tuvo que apartarla cuando escuchó los pasos frente a él. Levantó la cabeza. No hubo verdadera decepción, porque no esperaba a Harry, de todos modos.

Nott lo observaba desde arriba, brazos cruzados sin rigidez, una expresión de cansada resignación.

—…creí que habías puesto el hechizo silenciador —reconoció, al darse cuenta de cómo tendría que haberse oído lo que acababa de pasar para su compañero de cuarto. Él se encogió de hombros.

—Éramos sólo Potter y yo, y estaba leyendo, no pensé que fuese necesario hoy.

Bueno, aquello lo tornaba vergonzoso. Una emoción más para el desastre que se formaba dentro de él no haría gran cosa, ¿cierto?

—¿…quieres que le pida a los elfos una taza de chocolate caliente? —preguntó, después de que transcurrió un largo rato y Draco no dijo nada. Ante su mirada inquisitiva, bufó—. Yo me tomaría una, si acabase de…ya sabes, pasar por eso.

Vaciló. Nott le ofrecía la mano y lo instaba a ponerse de pie, supuso, porque se veía ridículo tirado en el piso.

—Quiero sufrir tranquilo —murmuró al final, apretando más la almohada contra sí.

—Qué irónico —el muchacho sonrió a medias, apremiándolo, y él negó.

—En serio. Voy a pensar en lo idiota que soy, lo terrible que es hacer cosas imprudentes y por qué no quiero volver a besar a nadie más en lo que me queda de vida, y-

—Merlín bendito —Nott se rio. Era extraño oírlo reír, así que se quedó callado, mirándolo hasta que se detuvo, con un gesto de disculpa—. Sé que te gusta Potter desde segundo, deja de lloriquear, algún día esto iba a pasar porque los dos son iguales y no pueden ser más idiotas. Ahora lo dejarás procesar lo que pasó, respirar un poco lejos de ti, y en unas semanas a lo mucho, sí que voy a necesitar esos hechizos silenciadores más que nunca.

Draco parpadeó. Sabía que estaba boquiabierto, y era poco digno para un Malfoy, pero no podía evitarlo.

—A mí no-

Nott arqueó las cejas. No habría sido capaz de explicarle a otra persona porque no podía pronunciarlo, sin sentir que se trataba de una mentira tonta en la que fue atrapado.

Resopló.

—Que sea mucho chocolate entonces —se sujetó de su mano y se dejó levantar con un tirón, apenas quejándose porque le produjo un leve dolor en el brazo.

—¿Sabes que, en serio, tienes que ser terriblemente idiota para hacer lo que acabas de hacer, de esa forma? Hay algo llamado "sutileza" y esta cosa fascinante a la que le dicen "cursilerías" que…

—Sólo te dejaré decirme idiota por hoy. Mañana te maldeciré.

Se observaron por un momento. Nott sonrió.

Idiota.

—Oh, no-

—Idiota.

—…ahí vamos…

—Vamos por ese chocolate, idiota.

Mientras intentaba no reírse del absurdo método para animarlo de su compañero, lo siguió fuera del cuarto.

Si no hubiese tenido la cabeza llena de ideas discordantes, tal vez habría notado el hechizo silenciador de Harry en el dosel, para que no lo escuchase gritar, hablar consigo mismo y dar vueltas en la cama.

O que el aroma almizclado del aire que llevaba meses rondando los alrededores del castillo, por alguna razón, ahora se percibía también en las mazmorras.

0—

A Luna Lovegood le gustaba la clase de Adivinación.

La profesora Trelawney era excéntrica y hacía que la hora de la materia fuese más divertida con sus gestos teatrales. Le gustaba la teoría aplicada, las bolas de cristal brillantes, ¿beber té en el escritorio, a mitad de la clase, como parte de la tarea? Era un sueño hecho realidad. Literalmente. Luna había soñado que así sería la escuela de magia cuando sus padres le hablaban de Hogwarts.

Pero sabía que la mujer tan agradable que los educaba, era una bruja de poco talento, más que para la actuación, y ella quería aprender.

Los centauros, en cambio, hablaban del cielo, las estrellas y los planetas, con una devoción tan firme, tan intensa, que era sorprendente e inexplicable que los magos no utilizasen los métodos que predicaban. Firenze, el Maestro, la recibió con brazos abiertos y pezuñas amables, y la hizo entra a la Vidriera, sentarse, escucharlo hablar de constelaciones, alineaciones y significados, y que por sobre todas las cosas, eran las estrellas quienes dictaban qué teníamos que saber y cuándo debía saberse.

Las estrellas parecían contar con vida propia entre los centauros, y era fascinante. Luna tenía tendencia a admirar lo fascinante, incluso si nadie más le encontraba sentido, así que no era una sorpresa que pronto se convirtiese en una discípula atenta y servicial.

Si Firenze quería que leyese el mapa estelar de esa noche, ella le preguntaría si quería sólo las estrellas, o los objetos celestiales.

Si le pedía que revisase los dibujos guías de los planetas y sus movimientos en un libro antiguo, ella le diría que, por favor, le diese permiso de traspasarlos a otro pergamino, para estudiarlos por su cuenta en el castillo.

Si le ordenaba que se sentase con Bonnie para revisar el arte de las cartas, ella lo dejaba hablar y hablar, memorizaba aquello que le decía, y no interrumpía, porque entonces era el centauro joven el nuevo Maestro y ella todavía quería aprender de él.

Visitaba el pueblo de los centauros sola, o con Draco. Las últimas semanas, notó, Harry y él estaban distanciados, aunque como de costumbre, su amigo hablaba poco del tema.

Decidió que luego le instaría a conversarlo con Harry. Estaba segura de que todo tendría sentido si sólo lo hablasen.

Cuando iba por el día, procuraba tener sus deberes listos, porque solía olvidarse de que tenía que regresar y dejar ese encantador lugar, hasta que el Maestro de turno se lo recordaba. Por las noches, perdía horas de sueño que no le hacían falta.

En esa ocasión, era media tarde, y si se marchaba tan pronto, era porque Bonnie le indicó que había movimiento en el Oráculo; ahora que sabía lo que significaba, comprendía que era importante y ella bien podría volver otro día.

Las ninfas del Bosque Prohibido, que también eran adorables, no estaban por los alrededores. Luna se preguntaba por qué.

Caminaba por el sendero que llevaba a la salida, mientras hacía planes que luego olvidaría o modificaría, como buscar a Draco para preguntar si ya habló con Harry, o ir por Pansy y pedirle que la ayudase a hacer otro collar de piedras, porque parecía que él iba a necesitarlas. O podría ir con Hermione, si es que no estaba hablando, otra vez, con Anthony. No quería interrumpirlos.

Esa semana, habría varios cambios, y ella lo sabía, así que necesitaba prepararse. Se suponía que llegarían pronto.

Ahí estaba.

Su hilo de pensamiento se cortó cuando se detuvo. Lo sentía. Lo esperó desde la mañana y al fin lo sentía.

El aroma almizclado llenaba el aire, lo condensaba, lo convertía en una sensación pegajosa y agradable contra su piel, acogedora a la vez. Inusual, diría ella, curiosa.

Bonnie y ella lo predijeron unos días atrás, y ahora se cumplía.

Respiró profundo, pero a diferencia de tantas otras veces a lo largo de los últimos meses, el olor no se desvaneció poco después.

Supo que estaba comenzando, así que corrió lo que le quedaba de camino, porque tenía que llegar con Draco antes de que viese cualquier otra cosa.


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