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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo cincuenta y cinco: De cuando hay anillos mágicos y dones de por medio

—¿…cómo fue que rompiste tu varita?

—La versión oficial es que Potter la tomó por error, se la metió el bolsillo trasero del pantalón y se sentó encima.

Padrino y ahijado, profesor y estudiante, se dedicaron miradas igual de largas y calculadoras. Era obvio de quién había aprendido Draco a estrechar los ojos sólo lo suficiente para hacerle creer al contrincante que podía leer su mente, incluso sin utilizar legeremancia.

Por supuesto que era un efecto que no funcionaba sobre Snape, que meneó la cabeza, con esa expresión impaciente que hacía tan seguido en presencia del adolescente en los últimos meses.

—¿Y cuál es la versión extraoficial? —inquirió, en un susurro contenido.

El chico simuló considerarlo un momento, mientras abría y cerraba los dedos sobre el borde de la sabana de la camilla, que le cubría hasta la cadera, y por ende, ocultaba el pijama blanco que Pomfrey prestaba para la enfermería. Cualquier otro se hubiese apiadado de cómo arrugaba el entrecejo, por debajo de la venda que le envolvía la cabeza, con una presión suave de temperatura cambiante y ajustable, para ayudar a la contusión que tenía.

De nuevo, Snape era una excepción, y conocía lo bastante bien al heredero de los Malfoy como para tener en claro que buscaba ganar unos valiosos segundos para inventarse una de sus historias, o decidir si valía la pena contarle la verdad. El hombre entrecerró los ojos y tamborileó con los dedos sobre la bandeja ya vacía en que le fue entregado el desayuno, a un lado de la cama. Él también estaba sentado allí, en un incómodo mueble que Pomfrey conjuró cuando lo vio entrar, en lugar de estar en el Gran Comedor, con la mayor parte de los residentes del castillo.

—La agarré —comenzó, al parecer, después de optar por decirle la verdad— y se partió en cuatro.

El profesor elevó las cejas de forma tan imperceptible, que no se habría percatado, si no llevase toda la vida observando y memorizando sus gestos. Esperó. Ya que él no agregó más, se apretó el puente de la nariz.

—Las varitas no sólo se rompen, Draco.

—Díselo a la mía —apuntó hacia la mesa que tenía en el extremo opuesto de la cama, donde yacían los trozos inservibles de madera.

—¿Hiciste algún tipo de hechizo, conjuraste algo que no debías, excediste una de tus capacidades, de manera tal que…?

A medida que hablaba, el muchacho negaba, una y otra vez. El mago bajó el tono de voz hasta detenerse por completo, con un resoplido.

—Sólo la agarraste.

Sólo la agarré —repitió, a pesar de que detectaba la incredulidad del profesor. No tenía nada que lamentar, porque era la verdad, así que le sostuvo la mirada durante los eternos segundos de silencio que vinieron después de su declaración.

Tras rodar los ojos, Snape se cruzó de brazos y se reclinó en el respaldar del asiento. En él, no lucía como si fuese una postura cómoda.

—Le escribiré a tu madre para contarle cómo Potter fue un idiota y que hagamos una cita para que tengas una nueva la próxima semana —indicó. Draco asintió en acuerdo, aunque no quería despedirse de su varita; sabía que era ridículo pretender repararla—. ¿Algo más que quieras decirme, antes de que vaya a ejercitar mi paciencia frente a los estudiantes post-crisis mágica?

Él apretó los labios unos instantes. Sin darse cuenta, su mirada vagó por la enfermería, hacia la única camilla ocupada, además de la suya.

Harry continuaba dormido. No le sorprendía; solía creer que, si no fuese por el movimiento del dormitorio y sus llamados, el muy tonto faltaría a la primera hora de clases con bastante frecuencia.

—Puedes preguntar —el tono de su padrino estaba cargado de una exasperación afectuosa, que no habría esperado que dirigiese a nadie más que él, Pansy o Lucius, cuando le contaba sobre la juventud de este último.

—¿Qué hay de la Colmena? —cuestionó, en cambio, sin despegar los ojos de su compañero. Lucía tan sereno, tan pacífico.

Harry era un lindo ángel muggle. Mejor que cualquiera que hubiese conocido en el verano, con Granger explicándoles a él y Pansy sobre la cultura de los no-mágicos.

—El Ministerio envió agentes para llevar a los Lullaby a algún sitio seguro, en que no pudiesen hacer daño a ningún humano, y supongo que planean dejarlos allí un tiempo. Realmente no me he preocupado por preguntar qué hacen con ellos, cuando los encuentran.

—Ni siquiera se supone que existan —mencionó, al recordar los pergaminos de Lunática.

—Entonces asumo que los Inefables se encargan de ellos —Draco no quiso saber de qué manera lo haría, ni él se lo dijo—. A la reina todavía la están buscando, pero están seguros de haber encontrado un rastro que los llevará hasta ella pronto.

Draco permaneció callado. Si no hubiese sido porque conocía la sensación de la intrusión en su cabeza, y no la percibió, habría creído que su padrino le leyó los pensamientos antes de agregar:

—Por ahora, todavía corre cierto peligro, y lo hará hasta que se la lleven a ella también.

Asintió, escueto. No era nada que no hubiese concluido por su cuenta, sólo que escucharlo lo hacía un poco más realista. Más preocupante.

—¿Por qué no han hecho nada respecto a eso?

Snape no le respondió. Tras un rato de silencio, giró el rostro hacia él, y descubrió que el profesor miraba al adolescente dormido, para luego negar.

—La verdad es que no sé qué está esperando Albus para redirigirlo a San Mungo, lejos de la reina, donde se pueda tratar.

Él tampoco lo sabía. Cuando Snape se marchó, para comprobar cómo iba el desastre en el castillo, seguía sentado en la camilla, un poco adormecido, preguntándose si debería comenzar a preparar una explicación para Lily sobre por qué o cómo permitió que eso le sucediese a su único hijo.

Sería lo menos que esperaba, si le hubiese ocurrido a él y Harry tuviese que contarle a su madre.

Suspiró y se recostó contra las almohadas que tenía de respaldo. No quería imaginarse la cara que haría cuando se lo dijese.

Lo odiaría de por vida.

No volvería a pisar Godric's Hollow jamás. Incluso él mismo se habría maldecido, de sólo oír las palabras que resonaban en su cabeza.

"Señora Potter —porque el 'tía Lily' quedaría en el olvido, claro—, a su hijo le quitaron las emociones frente a mí"

Sí, lo odiaría tanto, y Draco lo aceptaría. Se merecía algo peor que ello.

Recordaba poco y su mente divagaba. Cuando despertó, era de madrugada, jadeaba, una capa de sudor lo cubría, y volvió a caer sobre la cama por un repentino mareo y un acceso de nauseas, las extremidades le fallaban. Pomfrey no se molestó en explicarle nada cuando le hizo beber una pócima adormecedora que detuvo cualquier consecuencia de los golpes en la cabeza.

La siguiente vez que abrió los ojos, Pansy estaba a un lado de su cama, y fue la que le contó que Granger y ella arrastraron a Harry fuera de la Colmena, mientras los profesores contenían a las criaturas. A él lo encontraron ya inconsciente, Snape se llevó un corte misterioso en el brazo al atravesar la Colmena para recogerlo, Fénix estaba inquieto rondando por el castillo, y Dumbledore, de acuerdo al mapa que ella recogió para mantenerlo fuera de la vista de los maestros, daba vueltas en su oficina igual que un verdadero león enjaulado.

La mayoría de las clases estaban canceladas, como parte de un acuerdo tácito entre estudiantes y profesores, y los elfos reponían los daños de la pérdida de control por el efecto Lullaby. Gran parte de los residentes del castillo pasaban la mañana en sus dormitorios, débiles, con los ojos vacíos, sin pronunciar más que una o dos palabras e incapaces de responder por lo sucedido.

Y así sería hasta que el efecto que causaba la coronación, la magia de los Lullaby, se detuviese. Primero, los enloquecía. Después, drenaba las emociones y los vaciaba.

Justo en ese momento, mientras Draco estaba en la enfermería, todo Hogwarts era vaciado. Algunos, aquellos que habrían podido ir contra la compulsión porque tenían ese sentimiento fuerte, menos vaciados que los otros, pero no se trataba de una buena noticia, de cualquier modo.

El aroma almizclado prevalecía.

Cuando se lo pidió, Pansy sacó el fragmento de la piedra de la luna del bolsillo de la capa que le quitaron a Potter, levitándola de vuelta a Draco. La tenía bajo la almohada. No creía que fuese necesaria de nuevo y Harry no la requería.

Harry.

Su mejor amiga no tenía idea de qué era de la Colmena o los Lullaby, porque se pasó la madrugada entrando y saliendo de la enfermería, de su cama a la de Harry y de regreso, pero fue bastante clara respecto al efecto que el anillo tenía sobre su compañero.

—Escuché a Pomfrey decir que el anillo levanta una barrera en torno a su cabeza que bloquea las emociones. Poco a poco, las deja de sentir, y luego de generar, y se quedará vacío. Y cuando él lo haga, el anillo terminará de absorber al resto de Hogwarts y los pocos magos que todavía quedan en Hogsmeade.

Tardaron demasiado. Tal vez si hubiesen llegado antes. Si los profesores hubiesen estado presentes desde el inicio. Si él hubiese tenido la varita.

O si, sencillamente, hubiese estado en el dormitorio, con Harry, como solía hacer antes de que aquel desastre los afectase a ambos. Antes de ser un imprudente. Idiota.

Idiota. Idiota. Idiota. Idiota.

Ahora era Harry quien pagaba por ello.

Si hubiese estado allí, lo habría detenido, o lo habría acompañado.

Algo. Habría hecho algo. Lo que fuese.

Cuando hizo lo que le vino en gana, no se le ocurrió que sería Harry quien lidiase con las consecuencias. En especial, no con unas tan severas como aquella.

Harry no volvería a sentir una vez que el anillo terminase de absorber sus emociones, y por lo que sabía, en base a los pergaminos de Luna y conclusiones de lo que escuchó por aquí y por allá, sería el momento en que la reina aparecería para reclamar la pieza y escapar, sin el resto de su capturada Colmena, con los sentimientos que pudo recolectar en Hogwarts.

Todavía se imaginaba lo que le diría a Lily.

"Señora Potter, yo no estaba con su hijo cuando decidió ir solo al bosque, a ver qué pasaba"

"Señora Potter, yo no quería ver a Harry cuando todo esto ocurrió"

"Señora Potter, yo lo estaba evitando y lo dejé solo"

Draco se sentía tan idiota.

0—

Alrededor del mediodía, Pansy volvió a pasar por la enfermería. Vio a Harry dormir, le recordó que tenía que probar bocado de la bandeja de almuerzo que tenía a un lado de la cama y se negaba a siquiera observar, y se retiró cuando se percató de que no conseguiría nada de él.

Sabía que esa actitud no haría más que preocupar a su, ya de por sí angustiada, mejor amiga. No podía evitarlo.

Más tarde, Granger se asomó e intentó picarlo para que reaccionase. Él no se movió más que para dedicarle lo que, años más tarde, ella diría que fue la mirada más fría que le llegó a dirigir desde que se conocieron.

Snape vino después, otra vez. Se sentó a un lado de su cama, leyó en voz baja un libro de historia ligeramente tergiversada, como si no tuviese nada que hacer (aún si se suponía que tenía que cooperar con la contención de daños), y cuando le preguntó, le contó que Luna Lovegood también estaba en el dormitorio, igual que la mayor parte de los estudiantes, inmóvil bajo el efecto Lullaby que la dejaba sin emociones poco a poco. No hablaron más después de ello.

Draco veía a Pomfrey ir y venir, con los ojos cristalizados, tomándose un respiro de vez en cuando. Si le costaba mantenerse centrada bajo el embrujo de la reina, lo disimulaba mejor de lo que habría atribuido a una medimaga.

Cada vez que la puerta se abría, se volteaba y esperaba una cabellera roja oscura o una réplica de la despeinada cabeza de Potter, contenía la respiración, formaba puños con la cobija, y se decía que, fuese lo que fuese, iba a aceptarlo. Pero ni Lily, ni James, ni siquiera Sirius, se mostraron en toda la tarde, y él llegaba a un nuevo nivel de inquietud cuando la enfermera le preguntó si quería cenar.

Luego llegó Dumbledore. Tenía ojeras notorias, aunque el asunto no superaba las veinticuatro horas, y la nariz enrojecida bajo los lentes de media luna. No dejaba de estrujarse las manos mientras conversaba con Pomfrey, en susurros, ante la cama de Harry.

Él los observó. La enfermera fue llamada para atender a una estudiante de Hufflepuff que entraba en una especie de crisis y necesitaba calmantes, y cuando salía, la enfermería regresaba al sepulcral silencio. El director le daba la espalda y miraba a su compañero dormido.

Quería creer que intentaría lo que era mejor para Harry, pero como tampoco era la persona más confiada del castillo, no pudo evitar hablar, al caer en cuenta de que Pomfrey se tomaría varios minutos en regresar.

—¿Por qué no ha avisado a su familia y a San Mungo? Cada minuto que pase aquí, hay menos posibilidades de-

—No se puede quitar —Dumbledore lo cortó, callándolo de golpe. No había dejado el tono suave, a pesar de que le notaba los hombros rígidos bajo la túnica—. Es magia antigua; podrías incluso cortarle el dedo y no dejaría de absorberlo a él, a todos, y sólo la reina puede retirarlo.

Draco tragó el nudo que amenazaba con formársele en la garganta. Un peso frío se instalaba en su estómago.

Permanecieron callados por un rato.

—¿No hay otra manera? —se le ocurrió preguntar, titubeante.

La respuesta se demoró unos segundos en llegar.

—Estuve aquí, por la madrugada —empezó, dándose la vuelta para encararlo, aunque no hizo ademán de cruzar la enfermería. Unió las manos por delante de sí mismo—. Buscaba dentro de su cabeza. Las paredes que bloquean sus emociones podrían quitarse, pero el riesgo es demasiado alto; no puedo llevar a la locura a un estudiante, incluso si ayudo al resto. Arrancarlas supone un daño permanente a su mente, uno que ni la mejor oclumancia arreglaría, dejarlas le quita las emociones para siempre una vez que la reina venga por el anillo, y reemplazarla —una pausa. Draco podía jurar que fue sometido a un escrutinio tras esas gafas—, bueno, es la opción que he considerado durante todo el día.

Él frunció el ceño.

—¿A qué se refiere con 'reemplazarlas'?

—Una magia lo bastante antigua y poderosa podría liberar su cabeza de las paredes, reanudando el curso de sus emociones, y regresar las que tiene el anillo. Todo volvería a su sitio, la reina sería capturada en su estado más débil, y la pieza se podría destruir para no volver a ser utilizada.

Una magia antigua y poderosa.

Una magia que libera.

Una magia que maldice, porque el contrahechizo siempre se hace después del encantamiento original.

Una magia como la que haría a alguien vivir miles de años y pasar de humano a animal.

Draco tanteó la almohada detrás de él. La energía que emitía el fragmento de piedra era una ola apenas perceptible.

Su cabeza era un hervidero de ideas. El director lo dejó reflexionar sin interrupciones, aunque estaba seguro de que sabía que algo tramaba.

Si pudiera…

Entonces, por primera vez, cayó en cuenta de que Dárdano podría haber tenido mil razones para terminar como estaba.

Merlín. Draco se dejaría atrapar en el cuerpo de un pájaro, si estuviese convencido de que lograría que Harry fuese Harry, de nuevo.

Levantó la mirada. Los pensamientos se mezclaban, se confundían.

En el otro lado de la enfermería, Dumbledore sacudió la cabeza, despacio, como si fuese la respuesta silenciosa a una pregunta jamás realizada. Draco observó la almohada y sus dedos que se cerraban sobre el borde.

No.

Giró la muñeca para apartarla. Ante el movimiento, un reflejo de la escasa luz que se colaba por la ventana golpeó el metal de su anillo familiar y le envió un reflejo luminoso. La "M" parecía brillar más que nunca.

Había algo que  sabía hacer.

Había algo que podía hacer.

Cuando se levantó de la cama, lo hizo tan rápido, tan brusco, que dio un brinco por el frío suelo bajo sus pies y se tambaleó con otro mareo. Un encantamiento no verbal lo sostuvo y lo ayudó a recuperar el equilibrio, y por reflejo, volvió el rostro hacia el viejo director.

Dumbledore asintió, pensativo.

—Digamos que mi decisión de no contactar a los Potter y el hospital fue acertada —se acomodó las gafas, al tiempo que emprendía el camino hacia la salida. Se detuvo cerca de la puerta, sin mirarlo—. Cuento con que las suyas también lo sean, señor Malfoy.

Él no pudo evitar bufar.

—No lo mataría resolver las cosas que pasan en su colegio por una vez, profesor —escupió el término y lo escuchó despedirse, antes de salir. Maldito viejo loco. Ojalá la Asociación de Padres lo cambiase pronto.

Al quedarse de pie en medio de la enfermería, no supo por qué, tenía la certeza de que Pomfrey se tardaría más de lo debido. Era probable que tuviese que ver con Dumbledore, que casualmente, iba a visitarla justo cuando ella tenía que salir. Ese viejo era capaz de planearlo todo.

Decidió que no le interesaba si Albus Dumbledore intentaba usarlo como solución, o no, porque él habría llegado a resoluciones más problemáticas por su cuenta, si no hubiese estado ahí para darle la última señal.

Avanzó con pasos lentos, vacilantes. Nunca le pareció que un tramo de unos metros fuese tan largo, tan tortuoso.

El Legado familiar aún no era suyo, en teoría. La Mansión y la magia Malfoy bien podrían mandarlo a la mierda, no surtir efecto por no reconocerlo, o hacer lo contrario y dejarlo sin una oportunidad que se le presentaba una sola vez en la vida.

Y no era del todo una sorpresa descubrir lo poco que le importaba. Mientras funcionase, cumpliría cualquier trato.

Él no podía dejar así a Harry.

Cuando se detuvo junto a su cama, sentía el pecho tan apretado que no entendía cómo era que todavía podía respirar.

Que se enojase. Que lo odiase. Estaría bien.

Que sintiese. Sólo que sintiese.

No podía imaginar un mundo donde Harry no estuviese riéndose en las prácticas de Quidditch y apretando la mandíbula cuando le decía que no fuese un idiota o un cretino.

No existía ese mundo.

No podía dejar que existiese.

Se sentó en la incómoda silla a un lado de la camilla y se quitó el anillo. Lo hizo girar entre los dedos, lo dejó contra su palma, lo detalló, como si fuese la última vez que lo vería en la vida.

Cuando tenía trece, era un motivo de orgullo portar el anillo que lo identificaba como heredero.

Cuando tenía trece, era algo digno de presumir, algo de lo que podía jactarse.

Era el Legado de su padre. Y la confianza de su madre.

Era sentirse mayor, más maduro, más preparado. Era lo que esperaba desde que veía a Lucius Malfoy en su despacho, con una pluma y pergamino. El anillo idéntico a ese resaltaba contra la piel pálida, y él le decía cuán importante era.

Cuánto significaba.

Pero por aquel entonces, era sólo un niño pequeño y no conocía a Harry.

Aquello no significaba más que Harry.

Por primera vez en su vida, Draco Malfoy en verdad suplicó, murmurando el encantamiento con los labios contra la letra metálica de la pieza. Que funcione, que funcione, que funcione.

Libera su mente.

Protégelo.

Nada debe controlarlo. Nada debe decidir sobre él.

Ni siquiera yo.

Protégelo.

Libera su mente.

Apretó los párpados y esperó.

Y esperó.

Y esperó.

Podría haber gritado cuando pasó un momento y nada ocurrió, pero después abría los ojos, notaba el anillo más caliente, la "M" titilaba con un resplandor tenue, se apagaba, y él sabía —sentía— que el Legado lo había aceptado.

Se estiró para sujetar una de las manos de Harry, titubeó. Decidió colocárselo en el dedo índice.

Algún día, cuando aquello quedase reducido a otra de sus extravagantes historias, diría que ver la pieza familiar deslizarse sobre su piel y ajustarse por magia, lo llenó de una sensación que sería la causa de la siguiente, y posiblemente más firme, determinación de su vida.

Él iba a casarse con Harry. Entonces el anillo tendría otra buena razón para estar ahí.

No era un jodido capricho.

Besó la 'M' que tenía grabada, destilando ondas de magia leves, los nudillos del chico, y volvió a dejar su mano sobre un costado de la cama. Cuando, tras un momento, el anillo de la piedra en forma de corazón perdió el tamaño y le quedó un poco más grande de lo apropiado, Draco se lo sacó sin ninguna dificultad.

0—

Orión, ¿por qué metiste la cabeza de tu hermano en el estanque de la fortuna, otra vez?

Yo no fui. Antares quiso hacerlo. Antares, dile que quisiste hacerlo…

Cuando Harry abrió los ojos, la cabeza le palpitaba. Los vestigios de un extraño sueño se difuminaron. No lo recordaría, hasta años más tarde.

Bostezó y se llevó la mano a la boca, para disimularlo, porque no estaba seguro de dónde estaba. ¿Qué era ese techo tan, tan blanco?

Oh.

Oh.

Sí, ya recordaba. No era la primera vez que despertaba bajo ese mismo techo.

Se estiró y retorció en el colchón; cuando hizo ademán de sentarse y empujar las cobijas hacia abajo, se percató de que una presión sobre un lado de estas se lo impedía. Al girar, descubrió que la presión era un peso, y se trataba de Draco, dormido en una posición incómoda en una silla junto a la camilla, con la cabeza apoyada en el borde del colchón.

Extendió el brazo hacia él y enredó los dedos en su cabello rubio platinado, jugando con los mechones, acariciándole, hasta percatarse del vendaje que le envolvía una parte del cráneo. Bendito Merlín. ¿Qué hicieron ahora?

—Draco, Draco…—su voz pastosa era la señal más obvia de lo adormilado que estaba. Los párpados le pesaban, los pensamientos no terminaban de hilarse.

Cuando su compañero parpadeó hacia él, enderezándose, hubo un instante de incredulidad. La imagen de un Draco que soltaba una exhalación de puro alivio y se levantaba para abalanzarse contra él, era una de las muchas, muchas que quedarían grabadas en la mente de Harry por el resto de su vida.

Medio segundo más tarde, Draco le sujetaba las mejillas, lo hacía volver el rostro, miraba sus ojos, luego parecía buscar alguna herida. Si no creyese que era poco probable, habría jurado que se volvió loco cuando dos brazos lo rodearon y estrecharon con fuerza suficiente para arrancarle un quejido.

Aquel no podía ser Draco Malfoy.

Luego recordó. Aquel probablemente era Altum, pensó, intentando apartarse.

—Espera, espe- espera-

Movió la cabeza y se sacudió, en vano. Él le acunó el rostro, por segunda vez. Harry no podía explicarse por qué era diferente de cuando lo hizo en el claro del bosque y la Colmena, si era Altum.

Cuando capturó sus labios, sin embargo, tuvo por seguro que no podía ser ella. Ahogó un jadeo de sorpresa, casi cayéndose hacia atrás y de regreso al colchón por lo imprevisto del movimiento, y llevó ambas manos a su pecho para empujarlo. No utilizó tanta fuerza como le hubiese gustado.

—Espe-

Otro beso lo callaba. Era la pelea más absurda que tuvieron alguna vez; Harry intentaba quejarse y alejarlo, Draco lo detenía con otro beso, sus extremidades no reaccionaban a la orden de quitarse, y cuando volvía a abrir la boca, el muy idiota se aprovechaba para hacer más profundo el contacto. Eran un desastre de quejidos, sonidos estrangulados y el sabor de las pociones medicinales.

La verdad es que era un poco difícil pensar en esa situación, porque era tan correcto, tan tranquilizador para una parte de él que no sabía que necesitaba ser calmada, que las protestas disminuyeron poco a poco, y en algún momento, Draco tenía los dedos en su cabello, los enroscaba, le daba un ligero tirón, quizás inconsciente, quizás no; en ese punto, Harry no tenía idea de qué hacer consigo mismo, aparte de dejarse arrastrar por sus besos.

Si el ruido sordo de un objeto contra el suelo, no hubiese roto el silencio tácito de la enfermería, podría haber considerado que era una opción pasarse el resto de su vida ahí, prendado de sus labios.

Draco jadeaba cuando se apartó, al igual que él, por un aliento perdido que no podía echar en falta tanto como habría creído que debía. No soltó el agarre en su cabello y levantó la cabeza, la sonrisa que se le dibujaba era ladeada, esa que ponía cuando se avecinaban los problemas.

—Hey, Weasley —volvía a fijarse en Harry, con ojos brillantes que le hicieron estremecer por dentro; luego lo dejaba ir y se sentaba en la silla junto a la camilla, cruzando las piernas, como si nada hubiese ocurrido.

Harry se tomó un momento para voltearse. Sentía que el rostro completo le ardía, le costaba conectar un pensamiento con otro, y tenía una emoción cálida y cosquilleante alojada en la parte baja del vientre que parecía indispuesta a darle una tregua.

Bajo el umbral de la entrada a la enfermería, un Ron algo pálido arrugaba la nariz en señal de disgusto.

—Amigo, ¿es en serio? Es- —emitió un ruido vago, de desagrado, que hablaba por él, y recogió el baúl mágicamente reducido que se le cayó unos segundos atrás, para caminar hacia ellos—. Es Malfoy —murmuró, cuando estaba más cerca, causando que el mencionado elevase una ceja por ese comportamiento que hacía parecer que no estaba presente.

—Sorpresa, sorpresa, Comadreja. Te sabes mi apellido…

Ron dejó caer el baúl miniatura en su regazo, con más fuerza de la necesaria.

—Vete a la mierda, Malfoy.

—Con gusto —Draco sonreía, como si en verdad no le hubiese dicho nada, y se levantaba, llevándose el baúl consigo a la oficina al fondo de la enfermería. Mientras su mejor amigo ocupaba la silla en que él estuvo cuando entró, les hablaba sin mirarlos—. Creí que le tocaba a Granger.

—Está ayudando con el recuento en Ravenclaw —replicaba él, más aburrido que hostil.

—¿Y Pansy?

—En las mazmorras, imagino. Lunática se me perdió hace rato, se suponía que veníamos juntos, para que Snape no me fuese a mirar mal sólo a mí.

—Pasó por aquí, preguntó cómo seguía y se fue. No me dijo a dónde.

—Ah.

Harry tenía las cejas arqueadas, a causa de la inusual plática entre ambos, cuando Ron volvió a centrarse en él. El chico se inclinó más cerca.

—¿Cómo te sientes, compañero? ¿Bien, mal? ¿Más o menos? ¿Crees que besar a Malfoy sea efecto secundario? ¿Debería llamar a Pomfrey o…?

Le cubrió la boca con la palma antes de que hubiese terminado. Fue el turno de Ron de elevar las cejas. Detrás de él, Draco hacía quién sabe qué y se escuchaba un débil traqueteo y el tintineo de un cristal.

Cuando su mejor amigo se echó hacia atrás para que lo soltase, esbozó una sonrisa cansada y resignada.

—Creí que tardarían más —mencionó, encogiéndose de hombros—, incluso aposté con Parkinson a que no sería sino hasta séptimo o después de Hogwarts.

Él arrugó el entrecejo.

—¿Qué cosa?

—Ya sabes —rodó los ojos, y con un gesto, lo abarcó a él y apuntó hacia atrás, a donde estaba el otro Slytherin—, lo tuyo con Malfoy, amigo. Pero ella juraba que sería en sexto, y Lunática decía que no llegarían al verano así como estaban.

—¿Cómo estábamos? ¿De qué hablas?

Ron torció la boca, se tomó su tiempo para recoger un vaso de cristal y llenarlo con el agua de la jarra que disponían en la mesa de noche, para Harry. Bebió un sorbo, sin dejar de observarlo por encima del borde.

—Bueno, parece que…cambiaré mi apuesta. Le diré a las chicas que estoy de acuerdo con Lunática; no pasan del verano —asintió, solemne, bajo la mirada confundida de su amigo.

—¿De qué hablas, Ron?

—Nada —le palmeó el hombro con su mano libre y se terminó el agua, para depositar el vaso de vuelta en la mesa—, hablaba conmigo mismo. Cosas sin importancia.

Harry mantuvo las cejas alzadas, pero ya que el otro no le dijo nada, resopló. Estirándose cuanto era capaz, intentó ver por detrás de él, hacia Draco; no podía.

Ron, al percatarse de sus intenciones, volvió a sonreír y miró hacia atrás por encima del hombro.

—Ah, sí, el idiota —bufó, cruzándose de brazos a la vez que se reclinaba en el respaldar del asiento. Lo detalló por un rato, en silencio, con esos ojos calculadores que tenía sólo para el ajedrez, y se rascó la nuca después—. ¿Sabes qué me ha sorprendido en serio? —señaló hacia atrás con el pulgar—. Malfoy copió las pociones de Pomfrey, bajo la supervisión de Snape, para dártelas.

¿Qué?

De nuevo, intentó ver por detrás de él. Maldito Ron con su estatura que lo superaba. Maldita enanez Potter. Todo era culpa de su padre.

—Ella está muy ocupada justo ahora —se encogió de hombros, otra vez—. Y el único que ha insistido en que no podrá un pie fuera de la enfermería es Malfoy, así que…

Dejó las palabras en el aire, a propósito. Harry tragó en seco y agachó la cabeza, cuando sintió que el rostro volvía a arderle.

La siguiente vez que lo buscó con la mirada, Ron optó por levantarse, y pudo distinguir a Draco frente a una mesa con un gotero y un frasco, concentrado en lo que hacía.

—¿Nos vemos en la cena? —lo rodeó con un brazo, por un instante. Harry asintió, distraído. Luego lo vio marcharse y regresó su atención hacia lo que su compañero hacía.

Draco, a pesar de que en ningún momento se fijó en él, esbozó una débil sonrisa.

—¿Qué pasa, Potter? —cuestionó, con un claro deje de diversión que, aunque sabía que no hacía nada incorrecto, lo inquietó un poco. Titubeó, de nuevo.

—¿Qué es- qué pasó?

Su compañero se tomó todo el tiempo necesario para terminar la preparación, la agitó, olisqueó por encima del borde cuando la consideró finalizada, y volvió sobre sus pasos hacia él. Cuando se la tendió, Harry elevó las cejas.

—Te quitará la migraña y te devolverá fuerzas —indicó. El chico arrugó el entrecejo.

—No tengo migraña.

—¿Tienes que esperar a tenerla? —Draco rodó los ojos. Deslizó la cadena del Apuntador fuera de su ropa, le dio un vistazo y lo volteó, para enseñárselo. Señaló una hora determinada—. Faltan cinco minutos. Cuando se acabe el efecto de la última que te di, vas a tener migraña.

Harry observó el frasco entre sus dedos, después otra vez al chico que volvía a ocupar la silla junto a la cama. Carraspeó. No estaba muy seguro de qué hacer, de cómo moverse o cómo no hacerlo; cuando levantaba la mirada hacia Draco, inevitablemente, se fijaba más de lo justo en sus labios, y él debía notarlo, porque esa sonrisa problemática de medio lado estaba a la vista.

Un silencio incómodo se extendió entre ellos. Harry intentaba, en verdad intentaba, no pensar en lo ocurrido momentos antes de la llegada de su mejor amigo, porque el vértigo súbito amenazaba con atacarlo, y oleada tras oleada de emociones hacían que todo fuese un poco más confuso.

Cuando empezó a dolerle la cabeza, emitió un débil quejido. Junto a él, Draco arqueó una ceja. Se bebió la poción.

—¿De verdad le copiaste la receta a Pomfrey? —se le ocurrió preguntar, al regresarle el frasco vacío, porque sentía que enloquecería si sólo seguía ahí, sentado, mirándolo sin decir nada.

—Sí. Más o menos. Snape me dio algunos consejos que ella no.

—¿Y hace cuánto que estás aquí?

Entonces se animó a volver a observarlo, sus ojos alternándose entre los del chico y sus labios, sin que fuese un acto consciente. Él se demoró unos segundos en contestar.

—Dos noches, un día y medio.

Harry abrió mucho los ojos, pero no agregó más.

—¿No has salido? —balbuceó cuando lo vio negar— ¿para nada?

—No —le confirmó, con una suavidad impropia de su compañero—. Pansy también estaría aquí, pero la mandé a dormir después de la primera noche, y ahora Granger me está haciendo el favor de distraerla y tenerla de un lado al otro, para que no se quede metida aquí todo el día.

Granger me está haciendo el favor. Bueno, aquello era nuevo. Supuso que la incredulidad se le dibujó en el rostro, porque Draco se rio por lo bajo.

Le llevó otro momento volver a hablar.

—¿Qué te pasó en la cabeza?

—¿Qué es lo último que recuerdas? —dijo, en cambio. Harry le frunció el ceño por ignorar su pregunta.

Recordaba el enojo. Recordaba querer gritar y golpear algo.

Recordaba la actitud rara de todos. El bosque. Una Lullaby que quería llevarlo a conocer la Colmena.

Más allá de ese punto, su mente estaba cubierta por una bruma espesa que no le dejaba saber lo que seguía.

—Altum quería llevarme con ella —puntualizó. Draco asintió, como si lo sopesase unos instantes.

—Bueno…pues resulta que a tu nueva amiga no le gustó que yo también quisiera casarme contigo.

El pesado silencio volvió a caer sobre ellos. Harry lo observaba, aturdido. Draco le devolvía la mirada con tal expresión de calma, que lo habría hecho dudar de lo que acababa de oír, sino fuese por el extraño brillo en sus ojos.

Harry no sabía qué hacer bajo esa mirada que parecía atravesarlo. No era desagradable, simplemente diferente.

—¿Y qué pasó con los Lullaby y la gente de Hogsmeade? —decidió continuar, girando el rostro para no verlo. Aun así, sentía la atención de Draco sobre él.

Era tan vergonzoso. Todavía podía percibir el tacto de sus labios, el movimiento lento.

Se obligó a concentrarse en lo que le contaba.

0—

—¿Por qué Dumbledore no hace esto?

—¿Cuándo Dumbledore ha hecho algo, si puede enviar a otra persona? —replicó Draco a su mejor amiga, sin detenerse—. Estoy casi seguro de que tiene una cabeza de Slytherin bajo esos gorros horribles que se pone.

—Un Sly de mal gusto —Pansy se rio por lo bajo.

Los tres caminaban por uno de los senderos del bosque, detrás de la profesora Ioannidis. Era de noche, poco después del toque de queda; asistieron a la cena en el Gran Comedor y esperaron por los pasillos a que los demás estudiantes se marchasen, para salir con la bruja y el Augurey, que sobrevolaba por encima de sus cabezas en ese preciso instante.

Harry vio, de primera mano, algunas de las aulas que todavía estaban en reparación, unos pasillos cerrados para los estudiantes, armaduras y cuadros amontonados para ser reemplazados o restaurados, si es que lo último era posible. Draco le explicó que el efecto Lullaby que se extendió desde la Colmena, en cuanto Altum le colocó el anillo de las emociones, alteró a la mayoría de los estudiantes y Hogwarts se sumió en el caos.

En Hogsmeade, gran parte de los habitantes se retiraron lo suficiente para no sentir más que una ligera inquietud, pero los que quedaron, consiguieron abrir una zanja con métodos y propósitos indeterminados, incluso para ellos mismos. Al menos, se decía que no hubo heridos. Tampoco en el colegio hubo verdaderas lesiones, mas todos estaban agotados tras la absorción, y unos pocos tuvieron colapsos nerviosos en las horas siguientes, que los dejaron inconscientes en los dormitorios.

Para que todo rastro de la magia Lullaby se esfumase y ellos pudiesen tener por seguro que los afectados se recompondrían, debían romper el anillo. No podía ser en un sitio cerrado, ni cerca de los mismos afectados, porque los profesores tenían la teoría de que crearía una ola expansiva mágica que podía causar más daño que bien al liberar las emociones que consumió.

Además, tenía que ser Harry quien lo destruyese.

Así que ahí estaban, de camino al claro más alejado del Bosque Prohibido. Pansy estaba enganchada de su brazo; parecía incapaz de soltarlo por más que medio minuto, ansiosa como estaba por asegurarse de que no estuviese bajo ninguna consecuencia imprevista, efectos secundarios, lo que fuese. Tenía ojeras que arruinaban su linda cara, y por primera vez desde que la conoció, la encontró desaliñada.

Me hubieses dicho —fue lo único de lo que lo acusó, en la enfermería, después de haber corrido de vuelta cuando recibió la noticia de que estaba despierto. Se subió a su cama, derribándolo con un abrazo, y lo estrechó tan fuerte que a Harry le dolieron los músculos—, pudiste- pudiste avisarme, y yo- yo hu- hubiese ido contigo. Puedes contar conmigo también…

Ella no estaba enojada, a diferencia de Snape, que le recriminó sin pausas lo imprudente que fue cuando pasó por allí, o Hermione, que le preguntó si había perdido la cabeza cuando se le ocurrió ir al bosque solo, de noche. Pansy estuvo asustada. Harry pensaba que eso era peor.

Se sentía lo bastante culpable para no oponer resistencia a su agarre firme, ni decirle nada cuando le echaba ojeadas de reojo, como si intentase asegurarse de que continuaba igual de bien que un instante atrás.

Por delante de ellos, Ioannidis abría la marcha, una sombra que se perdía en la oscuridad y el vestigio lejano de su silueta bajo capa tras capa de tela. Draco iba sólo un paso detrás de ella. Era el que llevaba el anillo.

—No hay ningún peligro de que los Lullaby puedan venir por él ahora, ¿cierto, profesora? —su amiga se dirigió a la otra bruja en voz dulce, apenas vacilante. Aún lo tenía abrazado.

—Los Lullaby fueron llevados por el Ministerio a un lugar donde no alteren a los magos —indicó Dárdano, con un graznido—, las barreras fueron ampliadas hasta Hogsmeade, de manera que no podrían entrar de nuevo.

—¿Y la reina?

—Sigue perdida —reconoció, tras un momento—, pero la encontrarán tan pronto como el señor Potter haya destruido el anillo. Es una cadena. Terminará por romper los demás y quitarle la mayor parte de la energía, al menos, la suficiente para que pueda ser capturada también.

Por unos segundos, a medida que se aproximaban a su objetivo, lo único que se escuchó fueron sus pisadas. Luego Pansy siguió.

—¿Qué les hacen en el Ministerio?

La respuesta se demoró unos instantes más de lo justo.

—Probablemente lo mismo que con el resto de las criaturas mágicas peligrosas para las comunidades de magos, señorita Parkinson.

—Reubicarlos —agregó Draco, con un encogimiento de hombros—, es el procedimiento estándar, dicen.

Ninguno habló más durante el trayecto.

Cuando alcanzaron el claro en que se encontró con Altum, Ioannidis agitó la varita para colocar un tronco cortado frente a él y Draco dejó el anillo ahí. Lo único que debía hacer era utilizar un reducto, a la distancia suficiente para que las astillas no lo golpeasen al volar en todas direcciones.

Respiró profundo y levantó la varita.

Del otro lado del tronco, Altum lo observaba con los grises ojos entrecerrados. Se preguntó por qué los demás no reaccionaban. Luego se dijo que, en realidad, no podía estar ahí, porque era traslúcida y veía lo que estaba detrás de ella.

—No lo hagas, lindo —su voz sonó tan cerca que podría haber jurado que la tenía levitando detrás, inclinándose sobre su hombro. Se tensó—, no quieres hacerlo. Lastimarás a mi Colmena. Me lastimarás a mí. ¿No éramos amigos?

Harry pensó que intentar quitarle las emociones de por vida al otro, no estaba incluido en su concepto de amistad. Al verla, ya no sentía ni siquiera las oleadas de tranquilidad, a pesar de que identificaba ahora la magia que desprendía sólo con estar allí.

Apuntó. Arrojó el hechizo y se echó hacia atrás.

El anillo quedó reducido a trizas en el tronco, también destrozado. Altum no volvió a aparecer.

Dos días más tarde, Snape les contaría que notificaron a Dumbledore de que la capturaron. Aunque en ese momento, claro, no tenían idea de que ocurriría tan rápido.

Poco a poco, las emociones regresaban a sus dueños cansados, en forma de hileras traslúcidas y apenas perceptibles, que se enroscaban y viajaban por el aire. Harry las observó por un rato, hasta que un aleteo lo hizo volverse.

Draco, de cuclillas, le ofrecía un fragmento de piedra de la luna a Dárdano. El Augurey lo atrapó con el pico y esperó.

Cuando la transformación concluyó, el aire en el claro era denso, a causa de la expectación. Incluso Ioannidis estaba inmóvil.

Dárdano soltó una pesada exhalación, apretó el fragmento entre los dedos y levantó la cabeza. Negó.

—Todavía podemos buscar otras —le recordó al hombre, que esbozó una débil sonrisa.

—Lo sé, Harry, gracias. Con permiso —ninguno de los adolescentes supo a qué se refería cuando se puso de pie de un salto. Llevaba la piedra en una mano al acercarse a la profesora, a quien arrastró unos metros lejos, en una plática en que no dejaba de gesticular.

—Debería haber una manera de localizarlas —escuchó que decía Pansy. Ambos, Draco y él, asintieron de forma distraída, dándoles espacio a los otros dos.

0—

—…porque te he dado mi don, y ahora tengo que pagarlo.

Era extraño pensar que un objeto así de pequeño pudiese contener tanto poder, algo tan increíble, único en el mundo. Harry no dejaba de hacer girar la mano, con los ojos puestos en el anillo oscuro de los Malfoy que llevaba en el índice, desde que estaban ahí, esperando.

Cuando se imaginaba a Draco colocándoselo, su estómago tenía una sacudida y debía retener el aliento por unos instantes. Al preguntarle, específicamente, qué don le dio, lo que recibió fue un:

Libertad.

No estaba seguro de lo que se suponía que debía significar, o si, por casualidad, existiría un don mágico que se llamase de ese modo. Había decidido preguntarle a Pansy y Hermione, cuando estuviesen de regreso.

—¿Harry? —Narcissa se asomó desde detrás de una de las columnas. Llevaba un vestido largo y un tocado complicado, y él, a quien Draco le juró que no tenía que tomarlo como una ocasión especial, se sintió tonto dentro de su ropa de diario que sacó del baúl con prisas, porque se les hacía tarde—. Acércate, anda.

Era sábado. Las clases se retomaban a un ritmo lento, a los profesores no parecía importarles; al menos, no a los que no daban Pociones, porque Snape mandó un ensayo por cada día perdido. Ellos tenían un permiso firmado por el director para ir a la Mansión Malfoy, e incluso tomaron la chimenea conectada al flú de su oficina.

Cuando llegaron, la señora Malfoy estaba avisada, a medias, de lo que ocurrido por una carta que le envió su hijo. Sin embargo, Harry tuvo que permanecer en una de las salas para invitados, bajo las atenciones de Dobby y Lía, mientras madre e hijo tenían una conversación en uno de los despachos. Ella lo miró con una sonrisa y lo abrazó; lo trató como siempre al regresar, así que supuso que no estaba enojada.

Fuese lo que fuese que le había contado Draco, lo libró a él de contestar preguntas sobre asuntos en que no tenía ganas de pensar siquiera.

Ahora, ella lo tomaba de la muñeca y lo guiaba a través de un pasillo angosto, blanco, pulido y de columnas a ambos lados, que conectaba una de las alas de la Mansión con una estructura aledaña. Dada su naturaleza mágica, aparecía y se desvanecía a disposición del dueño de la casa, así que era la primera vez que se acercaba.

Al final, la puerta pequeña, oscura, estaba cerrada, y los dos se desviaron hacia un corredor contiguo, que terminaba en una pared.

—Este es nuestro pase —instruyó, mostrándole el anillo Malfoy que llevaba, aunque ella lo utilizaba en el dedo anular, como correspondía a su condición en la familia. Tocó una de las paredes con la pieza, y esta perdió consistencia, difuminándose y convirtiéndose en una barrera traslúcida, que permitía ver lo que pasaba al otro lado—. Habrá partes que no podamos presenciar, por supuesto. Ellos son así. Yo no estuve con Lucius cuando lo tomó el Legado la primera vez, aunque era mayor que Draco por entonces.

Hablaba sin mirarlo, con una voz suave, distante. Harry se imaginó que pensar en Lucius Malfoy no era mejor para ella de lo que sabía que era para su compañero.

Sujetó su mano y le dio un ligero apretón. Narcissa apoyó la cabeza contra su hombro por una milésima de segundo, para darle a entender que lo agradecía, y con otra de sus leves sonrisas, se fijaba en la pared-ventana.

—¿Qué hacen? —cuestionó, ya que no veía más que una habitación similar a una cueva de piedra azulada y oscura, con un cetro clavado en el centro, plateado, sin nada en especial.

—El Legado combina las presencias mágicas de todos los antepasados de la familia —aclaró, justo cuando Draco aparecía desde un extremo del cuarto contiguo y caminaba hacia el centro, con la cabeza en alto y una expresión de perfecta indiferencia—, aceptan o rechazan a los herederos, si no lo consideran al nivel necesario. Pero si Draco pudo hacer lo que hizo, el Legado lo ha considerado y encontrado aceptable. Y sólo tiene que pagar por el don.

—¿Cómo funciona eso?

Narcissa presionó los labios en una línea recta por un instante. Le recordaba a su hijo cuando hacía ese gesto, en particular.

—Mi suegro, Abraxas, pidió que la mujer que amaba y era infértil, pudiese darle un hijo, para no casarse con otra sólo por conseguir un heredero. A cambio —ahí, la voz le tembló. Ambos fingieron no darse cuenta—, ni su rostro, ni su tono, volvieron a demostrar alguna vez lo que sentía.

Un peso helado se instaló en el estómago de Harry. Tragó en seco. Fue el turno de la bruja de darle un leve apretón.

Dentro de la sala, Draco se ponía de rodillas frente al cetro. Era una escena curiosa y extraña. Apenas distinguía algunas palabras lejanas en francés.

No habría sabido definir lo que pasaba. Cambió su peso de un pie al otro. Si no hubiese tenido sujeta la mano de la bruja, quizás habría deseado echar a correr.

—¿El padre de Draco…?

—Oh, Lucius —la vio de reojo, cuando liberó una risa baja, el tinte nervioso la distorsionó apenas—. Él me regaló algo hermoso. Seguridad. La seguridad de que ni mi hermana Bella, ni nadie, podría hacerme daño.

Cuando Harry elevó las cejas, Narcissa le dedicó una sonrisa más confidente.

—Mi esposo no podía hacer magia defensiva. Ni un simple protego. Cambió su seguridad por la mía, cuando supimos que tendríamos un hijo, y todavía no he encontrado a nadie con mejores escudos que los que yo hago —elevó el mentón al terminar, sacándole una sonrisa al chico. Se notaba que esa fue su intención.

—¿Qué es lo que va a dar Draco?

Entonces ambos, al mismo tiempo, volvieron a mirar hacia al frente. Parecía que él contestaba unas preguntas, no podían saberlo; las voces quedaron reducidas a murmullos ininteligibles.

—No lo sé —cuando la escuchó, Harry se percató de que no era la única persona que quería correr lejos en ese pasillo—. Se supone que el Legado sólo regala un don una vez en la vida, a un heredero ya aceptado. Lucius tuvo que pasarse todo un día aquí para conseguir el trato por mi don. Nadie pide antes de hablarlo con ellos, porque algunos precios son muy altos, y ellos pueden ser crueles incluso con los suyos.

Harry no habría podido explicar la sacudida que tuvo en el estómago cuando distinguió que Draco miraba hacia un lado. Hacia la pared tras la que ellos se encontraban.

Luego asentía y contestaba a lo que fuese que las presencias mágicas del Legado Malfoy dijeron antes.

Cuando el chico se ponía de pie, la pared regresaba a ser sólida.

—¿Terminó? —inquirió, con un hilo de voz. Junto a él, Narcissa asintió, en un estado que no era mucho mejor.

¿Qué era?

¿Qué le quitaron?

Harry la soltó y atravesó corriendo el pasillo. Empujó la puerta con el impulso que llevaba y el peso de todo su cuerpo. Casi chocó con Draco, cuando este salía de la otra habitación. Trastabilló para mantener el equilibrio y se detuvo, jadeante.

No veía nada diferente.

—¿Qué…?

Calló. Draco acababa de desviar su atención detrás de él, a su madre, que se apoyaba en el umbral, con las manos convertidas en puños sobre la tela de la falda y más pálida que nunca.

—No fue nada importante, madre —juró, dándole un ligero apretón en el brazo a Harry. Después se acercó a ella y se dejó sujetar las manos, con una expresión casi culpable—, de verdad. Nada que no hubiese estado dispuesto a darles.

Sin embargo, no les contó, ni ellos se atrevieron a preguntarle.

0—

Cuando lo pensaba en retrospectiva, quinto año fue extraño. Al regresar a la normalidad, el colegio retomaba la rutina con una facilidad que debería ser imposible, porque eran magos y brujas, después de todo, y ningún embrujo o maldición podía ser el fin del mundo. Sirius decía que ocurrían eventos inusuales en todos los colegios de magia del mundo.

Recordaba horas en el escritorio, escuchando la charla incesante de algún profesor, los párpados pesados, la cabeza embotada por el cansancio. Recordaba prácticas exhaustivas de Quidditch, el nombramiento de Pucey como Capitán por el período transitorio de los próximos meses, el aviso de que lo entrenarían para ocupar el puesto cuando hubiese llegado a sexto año.

Recordaba, también, una discusión fuerte de Hermione y Ron en los pasillos, la última de ellas, de la que nunca supo la causa. Las noches en la Casa de los Gritos, mostrándoles cómo se hacían los hechizos que Ioannidis pedía para los TIMO's, o estar tirados los seis en el suelo, agotados, en un cómodo silencio que era interrumpido por el estallido de alguna risa o un comentario absurdo.

Por algunas semanas, Draco pasó tanto tiempo en el alféizar de la ventana del cuarto, con la proyección mágica del telescopio, que Harry comenzó a temer que se fuese a sumir en ese estado decaído que tuvo durante tercero. No fue así. Una noche, apagó la proyección, dobló sus pergaminos y se paró junto a su cama.

—¿Quieres jugar Quidditch?

Harry elevó las cejas y se apresuró a sentarse en el colchón, apartando a Lep, que había adquirido la costumbre de acurrucarse encima de él desde que su legítimo dueño parecía más ausente.

—¿Ahora? —su compañero asintió, como si no viese lo inusual de salir al campo y montarse en las escobas una noche de primavera, alrededor de las once—. Ya pasó el toque de queda.

—¿Cuándo empezamos a prestar atención al toque de queda?

Ahí, no pudo hacer más que reírse y aceptar, luego volarían bajo amuletos de calor e impermeables durante dos horas. Y a la mañana siguiente, era Draco quien se asomaba por el dosel para tirarle una almohada y decirle que se levantase, o lo iba a dejar.

Otra noche, en una fecha que no podía recordar en específico, intentaba terminar un ensayo sobre la cama, a pesar de que las cobijas lo tentaban a acurrucarse y dejarlo para después, cuando vio un folleto mágico que pasaba delante de su rostro.

—¿Esto es tuyo?

Harry no sabía en dónde había encontrado el papel que Ioannidis le entregó durante la charla sobre ser Inefable, en lugar de Auror. Asintió y lo tomó, dubitativo.

—Estaba en mi escritorio —aclaró, quizás por su mirada confundida. Y ya que él no le dijo más, ni hizo ademán de seguir con la tarea, bufó y se sentó en la orilla de la cama, cruzando las piernas—. ¿Sabes? Los Inefables no sólo investigan en el Departamento de Misterios, también viajan mucho. Encuentran las cosas más extrañas. Yo diría que es un trabajo interesante, lo harás bien; es perfecto para un alguien tan terco y curioso.

Él le frunció. Draco no se inmutó.

—Siempre pensé que sería Auror —mencionó, igual que aquel día con Ioannidis, y para su sorpresa, el chico apoyó las palmas en el colchón, se estiró hacia atrás, despreocupadamente, y siguió mirándolo con una leve sonrisa.

—Y yo siempre pensé que lo serías.

—¿No odias a los Aurores?

Draco le dirigió otra de esas miradas que lo hacían sentir como un niño, haciendo las preguntas incorrectas, aunque con un deje afectuoso que le generó una emoción cosquilleante en el cuerpo.

—No serías sólo un Auror, serías Harry Potter, el Auror. No odio a Harry. La mayor parte del tiempo.

Y cuando Harry comenzó a protestar, él se limitó a burlarse, hasta que se detuvo.

—¿Tú qué harás? —se le ocurrió preguntar después, con el folleto entre las manos. Draco, tumbado de lado a lado de su cama como si le perteneciera, tenía los ojos puestos en el techo y emitió un sonido vago, imposible de distinguir entre afirmación o negación.

—Presentar tantos TIMO's como sea posible, por si acaso, cumplir mis deberes, cumplir mis deberes, cumplir mis deberes…ah, y cumplir mis deberes. Tal vez malgastar una parte de la fortuna Black mientras los cumplo —se encogió de hombros, ante su mirada asombrada.

—¿Draco Malfoy no tiene ningún plan sobre qué hacer con su futuro?

Él giró hacia un lado, para quedar de costado. Lo miraba desde abajo, porque Harry continuaba sentado.

—Tengo muchos planes; ese es el problema.

No sabía por qué aquello no era una sorpresa.

—Ambicioso.

Draco sonrió más, como si fuese un cumplido.

—Sí, lo sé.

Se sumieron en el silencio. Era en momentos así, a solas, en un ambiente tranquilo, donde Harry sentía una inquietud que lo hacía removerse en su sitio, porque no sabía qué más hacer.

Todavía tenían escapadas de noche, visitas a la biblioteca. Su compañero se colaba a su cama, ocupaba su escritorio. Le importaba poco que se quejase, porque los dos sabían que era en vano, que nunca sería en serio.

Sin embargo, también existían instantes en que Draco se quedaba quieto y lo veía como si hubiese descubierto algo fascinante en él. Como si él fuese fascinante. Y no decía ni hacía nada, así que Harry deseaba un agujero que se lo tragase, para huir de esa mirada que le dedicaba.

Instantes en que estaba demasiado cerca.

Instantes en que creía que el corazón se le saldría del pecho y Draco podría oírlo, frente a él.

Instantes en que volvía a fijarse en sus labios, recordaba la tarde en la enfermería, que no hablaron al respecto, y las ansias que crecían eran enormes, inexplicables. Incontrolables.

Pero luego vinieron los TIMO's. Visitas a la oficina de Ioannidis para discutir el tema, conversaciones con Snape, que en algún momento del año, comenzó a verlo con los ojos entrecerrados y más iracundo que nunca, aunque no podía explicarse el por qué. Estudiar, rehusarse a estudiar, ser arrastrado para estudiar más.

Pansy se encargó de las tutorías de Transformaciones e Historia, Hermione los ayudaba con Herbología y Encantamientos. Draco demostró ser, justo como predijo, un maestro de Pociones tan impaciente como el propio Snape, por lo que se dedicó a tratar la parte teórica y dejar que 'resolvieran por su cuenta' en la práctica. Las materias opcionales se las dividieron.

Harry se durmió en la biblioteca varias veces, fue jalado de camino al comedor cuando pretendía escapar de los libros, y recibió un verdadero sermón de Pansy y Hermione, acerca de tener que prepararse para los exámenes, si quería llegar a ser Auror. No comentó con nadie más, ni siquiera Ron o sus padres, que llevaba el folleto de Inefable a todas partes, dentro del maletín.

Sólo cuando llegó la temida época, aplicó TIMO's casi idénticos para dos tipos de profesiones. Al salir del último examen, se dio cuenta de que Draco, que presentó los mismos que él, sonreía como si acabase de recibir una buena noticia.

Por decisión y planificación de su compañero (¿quién más, sino?), tuvieron una botella completa de whisky de fuego en la Casa de los Gritos, durante la última reunión del año, al finalizar los exámenes. Luna, que estuvo presente en todo el proceso, observándolos estudiar con ojos curiosos y acompañándolos gran parte de las veces, lo ayudaba a servir y levitar los vasos.

—Sólo un vaso por persona —instruyó, con los ojos entrecerrados, a la espera de que cualquiera se opusiese. Ya que no ocurrió, él sí se sirvió dos, arrancándoles algunas quejas al resto.

Mientras Harry lo veía ser arrastrado por Pansy, coaccionado a poner una canción de la radio mágica y bailar con su mejor amiga, que era la más complacida con el fin del período de exámenes, un recordatorio vago, lejano, empezaba a instalarse en el fondo de su mente.

"¿Has considerado que lo que sientes por el cachorro Malfoy sea algo más que una simple amistad?"

Sí, lo era.

Vaya que lo era.


Fin del Libro 5.


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