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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo cincuenta y nueve: De cuando hay sueños raros, besos, proyecciones y cartas

Cuando se acercó a la entrada, estaba seguro de que sólo una persona en todo Slytherin tocaría con los nudillos la puerta de uno de los cuartos de sexto. Al abrir, encontró la cabellera negra de Pansy. Su mejor amiga tenía las manos unidas detrás de la espalda y una expresión cohibida; iba en el pijama blanco de camisón, sobre el que se ponía una bata, que le era común.

Draco fingió que no se daba cuenta de que ladeaba la cabeza y echaba un rápido vistazo al interior de la habitación. Nott estaba tendido en su cama, leyendo, y él, hasta hace un momento, observaba la proyección mágica del cielo, dispuesta en la ventana con el telescopio.

—¿Y Harry? —preguntó con suavidad, casi como si pidiese disculpas por aparecerse media hora antes del toque de queda. Y él sabía, sin que se lo dijese, por qué.

—Ioannidis lo llamó a su oficina —ella lo observó con ojos enormes, así que se apresuró a tranquilizarla lo mejor que pudo—, quería hablarle sobre una oportunidad de estudio, basada en los resultados de sus TIMO's o algo así. Más orientación.

—Oh —exhaló, parpadeando. Él asintió.

—Sí, oh.

Nadie había conversado con ellos respecto al tema. Por supuesto que tampoco esperaban que lo hicieran; desde que nacían, ya tenían un camino marcado. Era una verdad que flotaba entre ellos y los envolvía, en los segundos de silencio que le siguió a su réplica, mientras Pansy tomaba una respiración profunda y se colocaba un mechón detrás de la oreja.

—Espero que consiga algo que le guste.

—Yo también —reconoció en tono quedo, intercambiando una débil sonrisa con la chica. Ya que no agregó más, vio hacia el cuarto por encima del hombro, y de vuelta a ella—. ¿Esperas a que saque las almohadas y deje a Lep dormido en la cama de Potter?

—Sí, por favor —la voz le tembló un instante. Los dos simularon que no se daban cuenta. Ella carraspeó e intentó sonreír, de nuevo—. ¿Por qué en la cama de Harry?

—Aparentemente, la estúpida rata traidora lo prefiere a él.

—Entonces se parece más a ti de lo que imaginaba.

Draco le dirigió una mirada de falsa irritación, por la que se encogió de hombros, sin amedrentarse. Movió al conejo adormilado del alféizar del ventanal a la cama, recogió sus almohadas e hizo levitar una de las cobijas más gruesas que tenía, de camino a la salida. Las buenas noches que le dio a Nott fueron contestadas con un murmullo distraído, como de costumbre.

—¿Ya llevaste las tuyas? —Pansy asintió y se hizo a un lado para dejarle pasar. También se despidió de su compañero de cuarto, que emitió un sonido vago en respuesta—. Déjalo, no hay forma de sacarlo de su burbuja cuando se pone a leer —le indicó al cerrar la puerta y empezar a moverse hacia la Sala Común—. Una vez, me moría de aburrimiento y convertí su colchón en agua, pero ni siquiera se hundió. Sólo siguió ahí, tranquilo y flotando, sin mojarse, y continuó leyendo…

Los pasos rápidos, cortos y sigilosos de su mejor amiga lo siguieron enseguida. No podía contar cuántas veces hicieron aquello, desde muy niños incluso.

En calidad de Prefectos, dieron el aviso de sus intenciones de ocupar el área común. Draco agitó la varita y empezó a armar una tienda de mantas y su propio fuerte de almohadas. Pansy transfiguraba el suelo en una cama para ellos, con magia sin varita que todavía ostentaba los más mínimos fallos. No habría sabido explicar lo orgulloso que estaba cuando completó la tarea y le sonrió.

—¿Sabes? Es increíble que Harry y tú nunca hayan molestado a Nott en realidad —comentó, al agacharse para pasar por debajo de la improvisada entrada al toldo mágico. Cuando Draco la siguió, dejó caer la tela detrás de él para que no estuviesen a la vista, y fue igual que quitarse un peso invisible de encima.

Pansy se tiró hacia atrás y quedó acostada, brazos y piernas extendidos; nada de sutilezas, nada de rigidez. Eso era frente a ojos curiosos, rostros desconocidos, mentes en las que desconfiar. Lucía más cansada de pronto. Él se tendió a su lado, la observó tomar una almohada para abrazarla con fuerza.

—Lo molestamos un poco al final de quinto —recordó, en voz baja, más suave de lo normal. Ninguno lo mencionó—, pero no hizo más que hablar conmigo. Es un sujeto bastante comprensivo. O simplemente es muy bueno para ignorarnos.

—Apuesto por lo segundo.

—Ahora incluso pone silencios a su dosel cuando se acuesta —Pansy soltó una risa ahogada, por la que él asintió varias veces, a pesar de que no lo veía—. Le dije que no era necesario, pero no me cree. Piensa que es mejor no correr riesgos.

—Yo también pondría unos cuantos, por si acaso.

—No es para tanto, ¿qué crees que somos Potter y yo? —al girar el rostro, se percató de que su mejor amiga hacía lo mismo, elevando las cejas. Rodó los ojos—. No es para tanto —insistió, en un murmullo.

—No, de parte de Harry, no. Pero tú eres muy capaz de saltar sobre él y-

—Hey —protestó, pinchándole el estómago, en el único punto de cosquillas que tenía, lo que la hizo retorcerse y patear el aire—, ponte de mi lado.

—Harry es el inocente aquí, mejor lo apoyo a él.

Draco la observó boquiabierto, ella sonreía. Negó con fingida decepción, masculló sobre traiciones y dolor, hasta que Pansy volvió a levantar la mirada hacia el techo, soltando una pesada exhalación. Su sonrisa se borró; él calló.

Permanecieron sumergidos en ese cómodo y sereno silencio, apenas interrumpido por susurros lejanos, pasos del área común, que no podían entrar por completo gracias a encantamientos amortiguadores que colocaba en las cobijas al levantar la carpa.

—Lo vi, cuando cerré los ojos —indicó ella, de repente, su voz convertida en un murmullo que no bastaba para alterar la sensación de calma—. Otra vez ese momento.

Él asintió. No tenía que voltear el rostro, de nuevo, para saber que ahora ella sí se percataba del gesto.

Sabía que se había ido a dormir temprano, tras una práctica en el club que terminó en una guerra de pintura mágica, y ella utilizando magia sin varita a un nivel que no lo había hecho con anterioridad. Por supuesto que era de esperarse que estuviese agotada.

Esperó, de regreso al silencio casi imperturbable y familiar, a que seleccionase bien las palabras con que pretendía continuar. Ella era así, la conocía lo suficiente para no presionarla.

—Creo que estaba más cerca, más nítido.

Aguardó. Como no siguió, tomó una profunda bocanada de aire, que soltó en una exhalación ligera, y volvió a asentir.

Pansy sólo tenía dos tipos de sueños, visiones cuando cerraba los ojos, que podían ser disminuidas cuando se tomaba las respectivas pociones para dormir. Una, la que la atormentaba desde niña, era su propio cuerpo siendo consumido por la magia negra, dentro del círculo maldito que su tía Bella hizo cuando quiso experimentar con el lugar al que van los que mueren. La otra era una imagen difusa de ese destino, oscuro, frío, vacío. Solitario.

De un tiempo para acá, cuando consiguió el anillo familiar, para ser más precisos, también tenía otro: uno de su padre. En el verano, le había contado que Stephan Parkinson estaba ahí, frente a ella, a pocos pasos, donde no podía distinguir su figura ni tocarlo, pero no tenía que hacerlo, porque sentía que era él.

Pero ese sueño se convertía en una desesperante pesadilla cuando el mago se perdía, tragado por la oscuridad más absoluta; ella quedaba sola en un sitio que desconocía y al que temía.

—¿Todavía no has podido oír lo que dice? —se le ocurrió preguntar, cuando le pareció oportuno. Se suponía que percibía murmullos distantes, que aún no identificaba.

—No.

Y de regreso al silencio. Estaba bien, así era cómo funcionaban; Pansy no le pedía que se quedase cerca, ni él le decía que lo haría. Ella se tomaba su tiempo para hablarle, él no hacía más que uno o dos comentarios, si es que le contestaba. No se forzaban a decirse nada, ni siquiera las palabras de aliento que podrían haber sido útiles, porque no eran su estilo, y la chica no esperaba más de Draco.

Él estaba en verdad agradecido de que fuese de ese modo.

—¿Te diste cuenta de que la falda de Greengrass está unos centímetros por encima de lo que debería, según el reglamento? —puntualizó, con fingida solemnidad. La risa ahogada de su amiga, que tardó unos segundos en hacerse perceptible, lo valió.

—¿Tú oíste a Milli hablando con Tracey de teñirse el cabello, en el almuerzo? —Pansy se puso de costado, apoyada en un codo, y él meneó la cabeza, lo que la instó a continuar—. ¡Teñirse! Imagínalo, y no cualquier color. Quiere ser rubia.

Cuando arrugó la nariz, ella se rio con más ganas.

—¿Milli rubia? ¿Qué clase de pesadilla es esa?

—Justo eso pensé. Su piel no quedaría bien con el cabello rubio, lo mejor que podría hacer sería…

La dejó que siguiese hablando de todo y nada, de los temas más ridículos posibles, de las pociones para el cabello de Granger, los collares de Luna, el atractivo Buscador de Hufflepuff que era un idiota en el fondo y no sabía nada de Historia, de la última carta de su hermano. En algún punto, le agarró la muñeca; Draco simuló no percibir el leve temblor de sus manos y lo fría que tenía la piel, porque aquel tampoco era su estilo, sino el criticar juntos las decisiones de McGonagall respecto a los Prefectos de Gryffindor y el cómo Dumbledore, poco a poco, debía estar por convertirse en un viejo mago senil, hasta que sus hombros se relajasen y Pansy tuviese una sonrisa que le era fácil, que debía mantener en su rostro siempre, porque era lo mínimo que se merecía su mejor amiga.

—…y entonces yo le dije: "Blas, no seas tonto, en serio, los dos sabemos que no puedes esperar que Crabbe y Goyle elijan sus carreras sin preguntarte tu opi…" —sus palabras quedaron en el aire cuando sintieron una ligera vibración mágica en el aire. Ambos miraron hacia la improvisada entrada cubierta de tela, un momento antes de que una sombra estuviese del otro lado.

—¿Pans? ¿Draco?

Harry. Se sentó enseguida, sin pensarlo, jalando de la mano con que ella lo sostenía, por error. Pansy se levantó con más calma y usó la varita para despejar el hueco por el que pasaban.

El chico no tuvo que agacharse tanto como ellos para quedar debajo del borde, no dio más de un paso dentro de la carpa mágica. Sonreía.

—Hace tiempo que no hacían esto —comentó, levantando un brazo para tirar de uno de los pedazos de tela que conformaban la extraña estructura, que no se cayó porque Draco la devolvió a su lugar con un encantamiento. Harry se mostró avergonzado y vaciló un poco, para después fijarse en él—. ¿Van a dormir aquí?

La pregunta no iba dirigida a Pansy, a pesar del plural. Sintió cómo su amiga lo soltaba, y al volver el rostro hacia ella, se dio cuenta de que le mostraba una pequeña sonrisa.

"Ve" formó con los labios, sin emitir sonido alguno. Draco la observó un momento, luego de nuevo a Harry.

Se encogió de hombros e intentó sonreír con humor, a la vez que soltaba un dramático suspiro.

—Sabes cómo es —rodeó la cintura de la bruja con un brazo, arrancándole un mal disimulado bufido de risa—, no puede vivir sin mí. Soy como el aire que respira.

—Sí, seguro —el chico sacudió la cabeza y se rio. "Mañana" gesticuló Draco, en silencio; lo vio asentir—. Buenas noches, Pans.

—Buenas noches —Pansy se zafó de su agarre y se estiró para darle un abrazo al otro, seguido de un leve beso en la mejilla. De él, se despidió con un escueto asentimiento y una huida nerviosa de su mirada, antes de dejar caer la tela para tapar la entrada.

El silencio perduró unos instantes. Pansy lo rompió al suspirar.

—No tenías que hacerlo…

—No me voy a morir por dejar de pasar una noche con Potter, ¿sabes? —se cruzó de brazos, elevando el mentón.

Con otro suspiro, apoyó la cabeza en su hombro.

—Sentiré que te privo de algo que es importante para ti si-

Draco la calló apretándole la nariz entre el índice y el dedo medio. Ella emitió un quejido ahogado y se apartó de golpe, mirándolo con ojos enormes.

—¿Qué fue eso? —cuestionó, llevándose las manos a la cara. Él contuvo la risa.

—Charlie me hacía eso en el programa de Rumania cuando pensaba que estaba diciendo tonterías.

—¿Weasley? —asintió y ella parpadeó, otra vez— ¿qué clase de tonterías podrías estarle diciendo  a Charlie Weasley?

Simuló que lo consideraba un momento, con una sonrisa que se abría paso en su rostro.

—Algo así como "¿puedo sostener a la dragona más malhumorada de la Reserva? Es para que me tomes una foto que le quiero enviar a mi futuro esposo".

—No te creo que le hayas dicho eso —musitó, boquiabierta. El chico se encogió de hombros.

—Tal vez sí, tal vez no. Nunca lo sabrás.

—¡Pero si ni siquiera hablas del tema conmigo!

Otro encogimiento.

—Charlie no me conocía, no le dije su nombre, y no pareció tener prejuicios. Además, hacía frío, y no hay mucho que hacer en Rumania después de las cuatro de la tarde cuando el clima está así…—recordó, arrugando el entrecejo. Pansy todavía estaba incrédula.

—Draco Lucius Malfoy, no puedo creer que lo hablaras con un perfecto desconocido antes que conmigo.

Tenía que hacer un esfuerzo para contener la risa, en ese punto.

—Hagamos algo —la señaló con un dedo, luego a sí mismo—; yo te digo un par de cosas sobre este…asunto —Ella negó ante su elección de palabras—, y tú me explicas qué pasa con ese chico de las flores y su correspondencia secreta en el verano. ¿Tu hermano sabe de él?

—No le vayas a decir —pidió en un escandalizado murmullo, agitando las manos. Una sonrisa radiante se le dibujó al comenzar a hablar, sin trabas. Le brillaban los ojos.

Draco deseó que siempre pudiese verse así.

0—

—…te dije que ellos serían mejores que tus niñas —lo vio rodar los ojos y no le importó. Aquel era justo el resultado que se esperaba.

La Primera Prueba de los Juegos de Slytherin de ese año se llevó a cabo en el Bosque Prohibido, una noche de sábado, bajo la supervisión severa y silenciosa de Ioannidis, de pie junto a la linde de los árboles. Dárdano, que sobrevolaba las copas de los mismos, y las ninfas a las que les pidieron el favor, hacían de cuidadores extra, por si acaso.

La tarea consistió en cruzar el bosque, hasta el claro de los túneles de los centauros, recoger una de las cuatro flores que no se abriría más de una hora durante esa única noche del año, luego volver, sin dejarse intimidar por las ilusiones de magos de capuchas negras y máscaras blancas, que eran controladas por Zabini y Nott, apostados en troncos huecos que se suponía eran secretos; Mortífagos, les llamó Draco con dramatismo cuando les habló del reto.

El equipo que llegase primero, tendría la ventaja de que su Guardián podía enseñarles un hechizo de magia avanzada a utilizar en la Segunda Prueba, el próximo lapso escolar. Y era el suyo.

Draco podría jurar que estuvo a punto de suspirar cuando vio asomarse la cabeza rubia de Peyton desde el costado de un árbol, llevando a su compañero de la muñeca. Sterling estaba pálido y con las rodillas raspadas, pero nada que un encantamiento sanador no hubiese curado mientras les aseguraba que lo hicieron bien.

Le siguieron los mellizos de Pansy, en la huida de un grupo de Mortífagos, alcanzando la salida casi por accidente. Por una milésima de segundo, las niñas bajo el cuidado de Harry después, con una conteniendo el llanto, y alrededor de un minuto más tarde, Dárdano dio el aviso de que el grupo de Daphne tenía inconvenientes; uno de los niños se había quedado atascado en la telaraña de una falsa araña gigante, el otro no podía sacarlo sin terminar igual, además de que la flor que llevaban ya estaba a punto de marchitarse, por lo que el tiempo del reto se acababa.

—…supongo que hay que ir a rescatarlos —Daphne se encogió de hombros con una pequeña sonrisa y siguió al Augurey, que la guio por el sendero que discurría en el centro del bosque, hacia los niños.

—Voy a decirle a Blaise y Theo que ya pueden desaparecer las ilusiones —añadió Pansy, moviéndose en dirección contraria, hacia los árboles huecos, donde tocó el tronco con los nudillos.

Draco se encargó de recoger las flores mágicas que comenzaban a cerrarse y marchitarse a una velocidad imposible, para quitarles los pétalos y quedarse con las semillas diminutas, amarillas, que tenían dentro. Sprout sólo les pidió que dejasen las semillas en tierra, en los invernaderos, al terminar. No tuvieron que contarle para qué eran, por suerte.

Cuando Daphne regresó con su grupo, también tomó las semillas de la última flor que llevaban con ellos, y se reunieron en la linde del bosque, con los chicos de apoyo, para anunciar los resultados e indicarles que no volverían a lidiar con nada así hasta el siguiente año. Algunos niños estaban más entusiasmados que otros por la perspectiva del tiempo libre, cuando Pansy abrió la marcha de regreso al castillo, junto a la profesora.

Estaba por caminar hacia el invernadero para dejar las semillas donde les correspondía y perderse, una vez finalizada su labor, cuando un agarre ligero en la muñeca lo frenó. Se giró. Sterling lo veía desde abajo, los labios en una línea recta y el entrecejo un poco arrugado.

—¿Todavía te duelen los raspones? —inquirió, porque era lo único que se le ocurría. El niño meneó la cabeza—. ¿Entonces?

Sin respuesta.

—Tienes que irte a dormir, igual que el resto, ¿sabes? Ya podrás vagar por ahí cuando tengas mi edad —a unos pasos de distancia, Harry, que ya se había despedido de su grupo para dejarlo bajo el cuidado de las brujas de camino a las mazmorras, le hizo una seña para avisar que lo esperaba en el invernadero. Él asintió de forma vaga y volvió a centrarse en el mocoso—. ¿Y bien?

—Creo- —una vacilación, desviaba la mirada. Los dedos que se cerraban sobre su muñeca afianzaron el agarre. El enano estaba tan helado que sintió lástima y le arrojó un encantamiento de calor a la ropa—, Peyton- Peyton vio algo raro.

Draco arqueó las cejas. Interesante forma de poner en el foco de atención a otro. Muy obvio, pero útil.

—¿Peyton vio algo raro? —repitió; por primera vez en su vida, comprendió por qué la expresión incrédula de Snape cuando pretendía culpar a Pansy de lo que hacían de niños—. Había muchas cosas raras en el bosque esta noche, no eran reales. Los chicos hacen buenas ilusiones.

El pequeño negó, emitiendo un sonido frustrado.

—¿Una de esas ilusiones era una persona? Una mujer —se apresuró a aclarar, antes de que pudiese recordarle que todos los Mortífagos, los magos falsos del bando contrario, eran personas—, vestida de negro, con-

—Son ilusiones, no te asustes —replicó, rodando los ojos. Sterling sacudió su brazo, sobresaltándolo. Los demás se iban y Peyton era el único quedándose rezagado, porque no dejaba de verlos a ellos. No podía permitir que los dejasen atrás.

—Tenía un colgante —insistió, con una suavidad que le resultó impropia en el tono de un niño de doce años—, con una "P", y era igual que la del anillo que lleva la Guardiana Pansy.

Draco guardó silencio.

—¿Me crees?

Desvió la mirada un instante hacia el sendero por el que su amiga se perdía, el peso helado se instalaba en su estómago. Tuvo que tragar el ácido que le subió por la garganta.

Hace tiempo que no veía ese colgante. O a la persona que lo robó.

—Ve con Peyton —susurró entre dientes, zafándose de su agarre para ponerle la mano en la espalda, de manera que pudiese alejarlo en base a empujones sin fuerza. Sterling se removió, quejándose, y volvió a encararlo.

—¿Me crees?

Mucho, mucho tiempo.

Cálmate, Draco, cálmate.

Esperaría. Podía decírselo a Dárdano, Ioannidis y él revisarían los terrenos.

No tenía que entrar en pánico.

No iba a hacerlo por una estupidez. Tal vez ni siquiera era real, una simple ilusión de Blaise, que pensó que se vería bien si llevaba el símbolo de los Parkinson.

Volvió a guiar al mocoso hacia su amigo.

—Sí —murmuró, detrás de él. No lo dejó voltearse ni seguir hablándole—, por eso tienen que irse.

Se dejó arrastrar con más facilidad a partir de ese punto. Lo acercó al otro niño y aguardó a Dárdano, que regresó cuando debieron notar que les faltaban dos de ellos. Le ofreció el brazo, y el Augurey, pese a la falta de costumbre, se posó en este.

Graznó y agitó las alas.

—¿En qué podemos ayudarle, señor Malfoy?

Él tragó en seco.

—Pídele a Ioannidis que revise el terreno. Puede que alguien extraño ronde por ahí cerca.

Dárdano ladeó la cabeza.

—¿No fue una ilusión? —cuestionó, tras un momento.

—Si lo es, no importará. Pero asustó a uno de los niños, y si no lo es, es mejor que lo sepamos ahora, antes de que se repita algo como lo del año pasado.

—Muy listo —el pájaro aleteó, asintió y echó a volar, por delante de los niños, a los que despidió con un gesto.

Se quedó allí, esperando a que estuviesen lo bastante cerca del castillo para convencerse de que nadie en el bosque podría hacerles nada, maldijo el instante en que Montague les avisó, vía lechuza, que serían los próximos Guardianes, y corrió hacia el invernadero donde estaba Harry, solo.

No se detuvo hasta estar bajo el umbral de la puerta, que cerró de inmediato. Jadeaba, la brisa helada de la noche que le golpeó el rostro enrojecido por el esfuerzo, le dejaba una sensación extraña.

Harry estaba sentado sobre una de las mesas de trabajo de Herbología, balanceando los pies en el aire. Arrugó el entrecejo al verlo.

—¿Es que se te declaró el niño o qué? —Draco soltó un bufido de risa, por el que el chico frunció más el ceño.

—¿Te pondrías celoso si digo que sí? —alzó una ceja cuando lo vio resoplar y girar el rostro en otra dirección.

—No empieces.

—Creo que nunca te he visto celoso, aparte de esa vez el año pasado con- —calló. El repentino silencio causó que Harry se volviese hacia él, por lo que notó la sonrisa que se le dibujaba al aproximarse—. Espera,  te he visto, ¿cierto?

—No.

—Sí.

—No.

—Claro que sí —presionó las palmas contra la mesa, a ambos lados de donde estaba sentado, atrapándolo entre sus brazos—. Cuarto año y Lunática, ¿no es verdad?

—No —insistió, pero cuando llevó las manos a su pecho para apartarlo, no empujó. Estaban demasiado cerca. No podía explicar cuánto le encantaba ese reciente descubrimiento de que los ojos de Harry eran más verdes cuando estaban así.

Esperaba que vacilase al acercarse más. Sus labios se rozaron.

—¿Seguro?

—Completamen- —se interrumpió con un ruido ahogado cuando le mordió el labio inferior. Frunciendo el ceño, otra vez, se lo regresó.

Requirió de toda su voluntad no derribarlo sobre la mesa en ese preciso instante y olvidarse de que estaban en un sitio, en teoría, prohibido, en medio de la noche, dejando las normas en algún rincón alejado de esa boca que le apetecía. La respiración de Harry le golpeaba el rostro cuando se aclaró la garganta y se enderezó, apartándose con un paso titubeante tras otro.

Bien, necesitaba más ejercicios de autocontrol. Y esos no se los podía pedir a su padrino.

—Ayúdame con las semillas y nos va-

—Draco —un movimiento que captó por el rabillo del ojo, una mano cálida que sujetaba su mejilla, haciéndolo girarse. Harry se inclinaba hacia él; los labios entreabiertos, pómulos enrojecidos. Podría haber dejado a esa imagen grabarse en sus párpados para conservarla el resto de su vida, y no se hubiese quejado jamás—, sólo uno.

De forma vaga, se preguntó si Harry no sabía que era él la única persona a la que no podía negarse. Lo dudaba. Tal vez fuese cierto que no se imaginaba la magnitud del efecto que le causaba.

Se movió hacia adelante por inercia, hechizado por los ojos verdes que pedían, que exigían, todo aquello que él hubiese entregado sin dudar. Su corazón enloquecía con latidos desenfrenados, pero el resto del cuerpo lo sentía laxo, en una burbuja maravillosa que borraba otros pensamientos y preocupaciones.

—Sólo uno —repitió, enredando los dedos de una mano en ese cabello despeinado que era mil veces más suave de lo que aparentaba a simple vista. Harry se sostuvo de sus costados, sus rodillas separándose para abrirle espacio, sus piernas presionaron la cadera de Draco. Fue él quien se adelantó para atrapar sus labios.

No fue sólo uno.

0—

—…es extraño —Draco asintió, de forma vaga, en respuesta. El chico releyó la carta que tenía entre las manos. Pansy, inclinada por encima de uno de sus hombros, hacía lo mismo.

—Yo no le dije que Harry apuntaba a ser Inefable —comentó ella, arrugando el entrecejo, de ese modo que hacía con tanta frecuencia en las clases de Runas Antiguas y Aritmancia—, ¿ustedes lo hicieron?

—No es una decisión tomada —musitó Harry, cohibido de pronto—. No, no he hablado con ella en un tiempo.

—Creo que le comenté algo sobre los TIMO's que tomamos —Draco se encogió de hombros y murmuró una orden en francés, cuando Lep hizo ademán de subir a la mesa, una de sus patas presionando la orilla de un plato. Lo apartó y lo dejó sobre la silla—, no hay tantas opciones que requieran buenas notas en esos, algo habrá deducido. O simplemente le dio por recordar viejos tiempos, y te excluyó —se burló, con una media sonrisa, de su amiga—; es obvio que siempre nos prefirió a nosotros.

Pansy meneó la cabeza, la leve sonrisa creciendo en su rostro.

—Tal vez quiera presumirnos su trabajo —le siguió la corriente Harry, rodando los ojos con falso fastidio—, o esté intentando que nos unamos a su grupo de investigación apenas nos graduemos.

—Sabe que hacemos buen equipo —Draco elevó el mentón. Su mejor amiga alzó las cejas—, sería una acción lógica.

—Buen equipo —Pansy contuvo la risa y fingió concentrarse en terminar su almuerzo.

—Es la verdad —él, en cambio, simuló que no se daba cuenta de lo que le causaba gracia. Harry alternó la mirada entre uno y el otro, después se distrajo cuando el conejo mágico se arrojó sobre su regazo, reclamando atención. Estúpida rata traidora y pegajosa.

Esa mañana, junto con el correo semanal de los Parkinson con sus buenos deseos, y la caja de bombones de su madre, encontraron dos cartas que suscitaron especial interés en ellos, sobre todo porque los tenían a ambos como destinatarios y la lechuza no supo a quién entregarla, así que la colocó en la mesa, en el punto medio entre los dos.

La primera, la más corta y concisa, de una estilizada caligrafía que les era familiar, pertenecía a Hellen Rosier, su Guardiana de segundo año. La bruja les daba las felicitaciones por conseguir el puesto en los Juegos de esa temporada, supuso que Montague se lo habría contado, algunas recomendaciones de hechizos de vigilancia si tenían que alejarse por un tiempo indeterminado de sus protegidos y no tenían ganas de correr riesgos (el mismo encantamiento que utilizó en ellos tres, añadía, con lo que podría haber sido diversión, a través del papel), y les hablaba de su trabajo en el Ministerio, como Inefable recién graduada. Aparentemente, podía hacerlos bajar hasta cierta área del Departamento de Misterios, si usaba como excusa que creía que se convertirían en futuras adiciones para el cuerpo de Inefables.

Harry intentó mantener la calma cuando le pasó la carta para que la leyese, pero él notó que sus ojos se abrían un poco más de lo justo y la comisura de sus labios tironeaba hacia arriba. No tenía idea, todavía, de cómo le iba con esas charlas que tenía con Ioannidis, que parecía en verdad interesada en su preparación. Lo tomó como una buena señal.

Alguien necesitaba preocuparse al respecto; su padrino, lamentablemente, no lo haría. Snape juraba que estaba dispuesto a seguir los pasos de su padre para convertirse en Auror, y le había dicho que consideraba una pérdida de tiempo tratar el tema con Potter, al igual que lo habría sido con Pansy o él.

La segunda carta, que permanecía sellada con una cera verde de un símbolo que habría reconocido en cualquier momento y lugar, lucía como si fuese más gruesa, tal vez dos o tres cuartillas; tenía por emisor a Jacint Parkinson. Sólo había un asunto por el que Jacint enviaría una carta con los nombres de los dos, cuando un par de días atrás intercambió algunas con él, en privado.

Decidieron que la leerían en la Sala Común, o mejor, en la tranquilidad de los dormitorios de chicos de sexto, donde a Nott no le interesaría su aura conspiradora, y continuaron con su almuerzo en calma, uniéndose a las diferentes pláticas del resto de los Sly. Zabini quería que fuesen en grupo a Hogsmeade en la última visita antes de vacaciones, como vio hacer a los Hufflepuff y Gryffindor en otras semanas, Daphne preguntaba si alguien vio a su hermana menor, Tracey le juraba que estaba con ese novio suyo de séptimo que todos consideraban una mala influencia y un peor pretendiente, Crabbe y Goyle se peleaban por un panecillo, con otros quince por delante…

Nada fuera de lo común en la mesa de las serpientes.

Cuando la conversación se desvió hacia el tema de la tarea, Draco confirmó, como ya suponían sus compañeros, que tenía la suya lista; Pansy hizo lo mismo. Harry todavía se quejaba, por lo bajo, sobre cómo era injusto que él, por lo general, no los viese hacerla, cuando salieron del comedor y se toparon con un tumulto de estudiantes, encabezado por Ioannidis y Dumbledore.

Se detuvieron. Barrió el pasillo principal con la mirada, Pansy arrugaba el entrecejo. Harry no dejaba de estirar el cuello y ponerse de puntillas, para intentar, sin éxito, ver por encima de las cabezas de los que ocupaban el corredor. Los murmullos se mezclaban, se confundían, hacían que cualquier explicación que pudiesen extraer con la cercanía y sin preguntar, fuese ininteligible.

Luego el director giraba en su dirección, el bullicio se silenciaba. Cuando Dumbledore alzaba el brazo para hacerles una seña de que se acercasen, los estudiantes seguían su ejemplo al girarse y los localizaban.

—¿Qué hicieron ahora? —murmuró Pansy, sujetándole el brazo. Ellos intercambiaron una mirada, diferentes grados de confusión se reflejaban en sus ojos.

Tenía una lista interesante de faltas a las normativas del colegio, fácilmente organizada dentro de su cabeza.

Estar fuera de la cama tras el toque de queda, romper el frasco de una poción de Snape por error y no decirle, la primera y única ocasión en que faltó a una clase porque se quedó dormido (recostado en Harry), besarse en el invernadero de noche, en los rosales, la vez que montaron una pequeña escena en los vestidores después de una práctica y que el equipo todavía no le perdonaba a Potter, como nuevo Capitán…

Pero ninguna de las razones que se le ocurría para una audiencia con el director, explicarían qué hacía ahí, por qué los otros estudiantes se amontonaban alrededor de él, ni para qué los llamaba. A menos que fuese a darles una reprimenda pública, lo que dudaba; Dumbledore podía ser un viejo senil, inadecuado para el cargo, pero aún era un Gryffindor noble, y mantendría esos asuntos en la privacidad relativa de su oficina, creía.

—Tienen que ir —señaló su mejor amiga, apremiándolos con débiles empujones en la espalda. Le pareció que Harry tragaba en seco, para después caminar por delante de él. Para su pesar, no le quedaba más opción que seguirlo; no podía dejar que enfrentase tantas miradas solo, ¿cierto?

¿O sí?

No, no podía. Con un bufido incrédulo, fue detrás de él.

Se posicionaron a los lados del director, esperando algún regaño, explicación, que se les exigiese dar cuenta de algo, lo que fuese. Draco tenía una serie de excusas pre-fabricadas en orden, ensayaba la voz de discúlpeme, profesor, no quise hacerlo, soy un buen chico, dentro de su cabeza, e incluso estaba por ponerse a hacerle pucheros, cuando se percató de la razón por la que estaban ahí.

Bueno, no tenía que ponerse a actuar frente a Dumbie, al menos.

—Creo que los están buscando —mencionó el director, con un toque de humor que causó que le dirigiese una mirada desagradable. No era como si a él le importase, por supuesto; se lo recordó al regalarle un asentimiento sereno, acomodarse los lentes media luna y darse la vuelta. Los estudiantes murmuraron más a su paso, conforme se alejaba.

—Arcanos.

Bonnie hizo sonar los cascos al golpear el suelo bajo el umbral de la entrada principal del castillo, se inclinó apenas lo justo para considerarlo una señal de respeto, luego aguardó, con los hombros bien cuadrados y una expresión de perfecta solemnidad que le daba ganas de pincharlo para que perdiese la calma. Como de costumbre.

Harry se relajó de inmediato.

—¿Qué pasa? ¿Por qué no tomaste forma humana cuando saliste? —le preguntó cuando caminó hacia él, en el espacio que los estudiantes curiosos le abrieron cuando se dieron cuenta de que su intención era acercarse. Draco fingió que no notaba las miradas que les echaban al seguirlo, de nuevo.

—El bosque ha considerado que ya no puedo continuar mezclándome con los magos, Arcano Potter.

—¿Y no podías llamar más la atención viniendo? Creo que todavía faltan uno o dos estudiantes que no se dieron cuenta de que estás aquí —agregó Draco, en tono mordaz. El centauro estrechó los ojos hacia él, de forma apenas perceptible, y relinchó.

—Esta es la entrada.

—Sí, para humanos.

—Bueno, eso no es lo importante —se apresuró a intervenir Harry, con una sonrisa de disculpa a Bonnie—. Estás siendo un idiota —masculló, entre dientes, después, de manera que nadie más que Draco podría haberlo escuchado cuando avanzaron detrás del centauro fuera del castillo.

Draco rodó los ojos, pero no comentó más. A cambio, mientras descendían por el terreno de césped que separaba el colegio de la linde del bosque, sintió unos dedos que rozaban los suyos y buscaban entrelazarse. Bien, podía contener algunas de sus opiniones si tenía ese resultado, decidió, uniendo su mano a la de él.

Harry era lindo cuando simulaba que no notaba lo que hacía, conversando con el centauro con un tono un poco más agudo, que lo delataba tanto como el carraspeo que le siguió a su contacto, y el leve tono de rojo que le cubrió el rostro. Podría haberlo besado ahí mismo. Era difícil intentar no hacerlo.

—¿Para qué- viniste? —se interrumpió en mitad de la plática, cuando Draco se puso a dibujar líneas imaginarias con el pulgar sobre un lado de su palma. Adorable.

—Hay un movimiento importante que necesitan ver antes de regresar a las colonias humanas —Bonnie le contestó con un tono severo, que logró capturar su atención también. ¿Alguna señal? No le picaba la Marca, ni recordaba que lo hubiese hecho durante los últimos días—. No puede esperar.

—¿Descifraron algo? —se le ocurrió cuestionar. El centauro se tomó unos segundos para responderle.

—No exactamente. Pero sabemos quién puede hacerlo.

Aquello lo hizo fruncir el ceño.

—¿A qué se refieren?

—El Maestro está convencido —notó que elegía la palabra con mayor cuidado. Supo por qué enseguida— de que el Arcano Potter puede descifrar lo que las estrellas están diciendo.

Draco alzó las cejas. Junto a él, su compañero tuvo un leve sobresalto y se enderezó, señalándose a sí mismo con la mano que tenía libre.

—¿Que yo qué?

Bonnie asintió, sin voltearse para dirigirles la mirada. Harry lo observó, preguntas silenciosas en sus ojos, a las que no pudo contestar con más que un encogimiento de hombros.

—Inténtalo.

Harry tomó una profunda bocanada de aire y asintió, volviendo la cabeza hacia al frente. Sus manos continuaban unidas.

0—

—…es un cetro.

—¿Conoces algún lugar en donde intervenga uno? ¿O algo relacionado a uno? —las preguntas de Firenze eran claras, pronunciadas con esa suave calma que caracterizaba su habla. Draco pasó la mirada de uno al otro y aguardó, mientras Harry se mordía el labio inferior y hacía una expresión concentrada. Asintió.

—Algo así, más o menos.

—Ahora, mire la secuencia completa —indicó el centauro, tirando del mecanismo del Oráculo para ponerlo en movimiento.

Draco estaba sentado en el suelo, junto a un Bonnie malhumorado tras uno de sus más recientes comentarios, cruzado de brazos y negándose a dirigirle la mirada. El jefe de los centauros, los observaba desde la entrada, en un solemne silencio imperturbable.

Harry se encontraba en el centro del suelo de cristal, restregándose las manos una contra la otra en un gesto meramente nervioso. El entrecejo un poco arrugado, murmuraba para sí. Cuando lo localizó con la mirada, Draco asintió para indicarle que todo seguía en orden; al fin y al cabo, se suponía que él lograría identificarlo.

—Di lo primero que se te venga a la mente —indicó el centauro mayor, justo cuando la proyección en dorado destellaba—, Bonnie lo anotará todo.

En respuesta, el centauro más joven fue por pergamino y papel. La representación de una vara dorada, clavada en el suelo frente a Harry, finalizada en una punta redonda, apenas identificable, se desvaneció en otro destello, para dar lugar a dos piezas que flotaban ante los enormes ojos verdes.

Una cadena, un medallón circular que pendía de ella. Desaparecía primero. Un anillo.

—Me recuerda a las joyas del Legado sangrepura. Aquella —apuntó el anillo.

Una sacudida, una ventisca de oro y plata que echaba a Harry hacia atrás y sacudía su cabello, obligándolo a colocar los brazos en cruz por delante de él, para protegerse un poco. Luego se disolvía todo.

—Frío…—protestaba por lo bajo, rodeándose a sí mismo después.

Cuando Harry giraba sobre sus talones, en una vuelta completa, se demoraba unos segundos en encontrarse de frente al enorme perro oscuro que el Oráculo formaba. Se quedó quieto, paralizado. La criatura se agazapó, como si fuese a saltar sobre él; hubiese escuchado el gruñido, si fuese uno verdadero.

—Se ve familiar —declaró, estrechando los ojos, en un murmullo.

—¿No será Sirius como Padfoot? —ofreció Draco, ladeando la cabeza, como si el cambio de ángulo fuese a darle una respuesta que no obtendría de otro modo.

Harry pareció considerarlo. Dio un paso hacia adelante, y al ver que no se movía, estiró una mano en su dirección. Lucía como si midiese la altura del perro, en relación a él. Negó.

Padfoot es más pequeño.

—Tal vez el Oráculo no es muy preci-

—No existe nada más preciso que el Oráculo —le siseó Bonnie, haciéndolo rodar los ojos.

—Ajá, claro.

Su compañero seguía observando al perro, ahora con una mano bajo la barbilla.

—¿Harry? —llamó, con suavidad. Él emitió un vago sonido para hacerle saber que lo escuchaba— ¿ves algo? ¿Tengo un novio vidente y no lo sabía?

Se percató del instante exacto en que rompió la concentración de Harry, cuando el significado tras sus palabras lo alcanzaron. Balbuceó una respuesta, girando el rostro en una dirección diferente a la que él estaba. Draco sonrió, orgulloso de un modo absurdo, porque le encantaba aquella reacción.

—Digamos que es Padfoot —lo escuchó murmurar a Firenze—; es mi padrino. Estaré pendiente de él estos días y preguntaré si ha notado algo raro. Es una pista válida, ¿no? —agregó lo último con una mirada de disculpa, que el centauro rechazó con un gesto.

—Es más que válido, si el designio de las estrellas es que sea de ese modo, Arcano Potter.

Draco quería palmearse la frente y rodar los ojos al mismo tiempo. No tenía idea de qué veía de maravilloso Lunática allá, pero estaba seguro de que la adivinación jamás sería lo suyo.

Por suerte, tampoco creía que fuese a necesitarla alguna vez, fuera de ese ámbito.

0—

Como predijo, la carta de Jacint era larga, pero pronto llegaron al fragmento que más les importaba.

"...el siguiente punto que me interesa tratar con ustedes es la Marca y la esencia de la piedra. Haciendo muchas preguntas y metido de cabeza en algunos libros llenos de polvo (tengo alergia y es tu culpa, Dracolín), descubrí una clasificación antigua de cicatrices (de nuevo, la traducción no es posible, y el pasar de un idioma a otro lo hace todo muy extraño) mágicas. Sé que no se trata de heridas mágicas comunes, de las curadas en San Mungo, por la manera en que las describe. Un veterano rompe-maldiciones dice que pueden llamarse "marcas" o "alteraciones"; creo que es justo lo que buscan.

Estas cicatrices tienen tres formas de funcionar. Contacto directo/herida; una porción de la magia salvaje/sobrenatural (la traducción, de nuevo) entra en el cuerpo del afectado e impregna el núcleo mágico. Contacto indirecto/residuos: funciona igual que una mancha accidental de aceite, en un sentido metafórico, dice que no necesita contacto directo y no afecta el cuerpo del mago, pero también llega a su núcleo mágico y puede ser más problemático a largo plazo, porque no suele dar señales visibles y difícilmente se percibe antes de que tenga consecuencias.

La tercera sólo afecta el cuerpo y no interfiere con el núcleo mágico del individuo, dejando señales visibles en su piel. No creo que sea la de Dracolín, sin embargo, porque dice que necesita de algún tipo de protección o una circunstancia especial para que el individuo no se vea alterado a nivel mágico.

Todavía investigando, desde Patras,

Jacint L. Parkinson…"

Lo preocupante era la postdata.

"PD: Pansy escribe más emocionada estos días. Si mi hermana tiene una pareja y ninguno me ha contado, los tres se las verán conmigo cuando pise Inglaterra. Tengo hechizos nuevos demasiado suaves para usarlos en duelos que quiero practicar."

—Pansy no tiene novio, ¿cierto? —Draco lo observó un momento al oír su pregunta, emitió un largo "hm", le echó otra ojeada a la carta. Luego negó.

—No. Todavía no.

—Jacint nos va a hechizar de todos modos, ¿no?

—Probablemente.

 

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