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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo sesenta y cuatro: De cuando Harry es aplastado por duendecillos y Draco perseguido por un dragón

—…tienes que dejar de hacer eso.

—No parece que te moleste.

—No me molesta —Harry evitó mirarlo, porque sabía que se encontraría una sonrisa victoriosa una vez que lo hiciese. Aun así, no pudo mantenerse indiferente, porque a su novio le dio por reclamar la atención de la que se creía merecedor, atrapando su labio inferior entre los dientes y dándole un tirón sin fuerza. Abrió la boca por reflejo, dejándose arrastrar por otro de esos besos largos, que le hacían preguntarse cómo pudo haber vivido tantos años sin disfrutarlos.

Ese 31 de julio se rompieron varias de las tradiciones de cumpleaños entre los Potter y los Merodeadores, por no hablar de los Weasley, que lo tenían por miembro honorario de la familia. Harry todavía estaba dormido cuando Draco llegó vía flu, solo. Lily lo recibió mientras terminaba de preparar el desayuno, pidiéndole que fuese a despertarlo.

Así, lo primero que Harry escuchó el día en que cumplía los diecisiete años, fue la voz de su novio llamándolo. Al abrir los ojos, su visión borrosa, somnolienta, captó al chico que se subía a horcajadas sobre él e intentaba, sin éxito, peinarlo y echarle el cabello hacia atrás, para besarle el rostro. Cuando se enteró de lo que lo llevó ahí, estaba tan agradecido con su madre por pedirle a Draco que fuese temprano, que la abrazó apenas puso un pie en la cocina. Ella lo rodeó, se rio, y fingió que no sabía por qué tenía esa sonrisa tonta.

Desayunaron los cuatro. También fue la primera de muchas veces en que Draco Malfoy y James Potter se sentarían frente a frente en un comedor, ellos dos observarían a uno y al otro, temerosos de que fuese a ocurrir algún estallido repentino de magia, o algo peor. Ambos se limitaron a concentrarse en el único punto en común por el que podían llegar a un fácil acuerdo: Harry.

No estaba seguro de cuál estuvo más sorprendido, entre Lily y él, después de terminar, en el momento que James hacía levitar los trastes hacia el fregadero, y escucharon una risa contenida de Draco por lo que fuese que le hubiese dicho.

—…pero tú deberías saberlo mejor que yo —insistía James, en ese tono que él le había escuchado reservar para novatos entre los Aurores cuando tenían una primera misión difícil o estaban cansados del trabajo poco después de empezar—, tendrías que haber pedido permiso a su padre.

Para su sorpresa, Draco en verdad volvía a reírse. Su voz estaba impregnada de una burla que no era maliciosa, cuando le replicaba.

—En caso de que el padre esté ausente en el preciso instante, la madre también es un buen gestor. Reglas básicas de cortesía sangrepura, señor, ¿es que hace tanto que las estudió que ya no lo recuerda?

—…Merlín, Lily te dijo que sí y a mí nadie me contó, ¿cierto? —como el adolescente se limitaba a ahogar la risa, el hombre empezaba a protestar, de forma exagerada—: ¡No lo puedo creer! ¡Traicionado por mi esposa!

Harry no tenía idea de lo que se suponía que estaba escuchando. Junto a él, Lily le pasó un brazo sobre los hombros; cuando la miró, se llevó el índice a los labios y le guiñó.

—Vamos a dejar que tu papá termine de limpiar —dijo, con suavidad, arrastrándolo consigo en cuanto asintió, lejos del comedor. Los débiles murmullos de la conversación que dejaban atrás se hicieron ininteligibles.

Cuando se suponía que volvió al cuarto para cambiarse, Draco lo acompañó y se tiró en su cama, tan relajado como si fuese propia, a hablarle sin despegar la mirada del techo, sobre planes que tenía con Regulus, en calidad de heredero de los Black. De algún modo incomprensible, aquello terminó en Harry fingiendo que huía por el cuarto y doblándose de la risa, el otro chico atrapándolo apenas se distraía, los dos rodando por la cama en un enredo de extremidades, hasta que Draco quedó encima de él, aprisionándolo contra el colchón, y decidido a que su regalo por la mayoría de edad bien podrían ser suficientes besos para dejarlo sin aliento por el resto del día. No es que a Harry no le agradase la idea.

Draco se reacomodó sobre él, utilizándolo como si de un lujoso almohadón se tratase, con las piernas entrelazadas a las suyas, los codos flexionados y brazos sobre su pecho, la barbilla apoyada en estos. Esos ojos grises no se despegaban de él, una sonrisa ligera, feliz, tiraba de las comisuras de sus labios hacia arriba. Harry también sonrió. Se dedicó a delinear el contorno de su mandíbula con el pulgar, para después sostenerle la mejilla, y dejar que recargase levemente el rostro en su palma.

—¿Qué? —inquirió, sin parar de sonreír, cuando se dio cuenta de que no le decía nada, ni se movía, pero su mirada se convertía en esa que le advertía de que algo se maquinaba dentro de aquella cabeza rubia.

La respuesta se demoró unos segundos en llegar.

—¿Qué es lo que piensas hacer en agosto?

Harry elevó las cejas.

—¿Agosto? ¿Este agosto? Quieres decir…¿a partir de mañana? —arrugó el entrecejo al verlo asentir y se mordió el labio, pensativo. Tenía la vaga sensación de que lo que contestase sería importante—. Supongo que me quedaré en La Madriguera unos días para ver a los Weasley, visitar a Sirius y Remus, acompañar a Pansy al Vivero…¿salir contigo? —ofreció, vacilante, con un rastro de timidez que causó que la sonrisa de su novio fuese un poco más amplia. Carraspeó—. Aunque no creo que la tía Narcissa tenga muchas ganas de dejarte salir estos días tampoco, ¿cierto?

No hacía falta explicar por qué. Draco emitió un largo "hm", sin moverse ni un centímetro encima de él.

—De hecho, voy a salir —Lo pronunció despacio, medido, como si aguardase una reacción de su parte ante lo que fuese que estaba por soltarle—. A viajar, incluso.

Al entender el punto, Harry dejó escapar un débil "oh", y por reflejo, lo envolvió con los brazos. No se le había ocurrido que Draco viajaría ese año, ¿por qué no lo haría? Era casi una costumbre para los Malfoy.

Que él estuviese ahí, no debería ser razón para posponerlo o negarse. Y aparentemente, no lo fue en ningún momento.

No sabía si estaba bien sentirse un poco desilusionado.

Draco se estiró para darle un beso, que él no correspondió, sin pensarlo, sacándole un bufido de risa.

—¿Esa es tu forma de decirme que me vas a extrañar? —preguntó, uniendo sus frentes. No tenía escape de ese modo; incluso si no observaba directamente esos ojos atentos, brillantes, podía sentir cómo estos sí lo veían a él, de cerca.

—Perdón —musitó, al percatarse de que, quizás, evadir sus besos no era la mejor manera de demostrarlo. Lo estrechó más, y aunque puede que hubiese sido con fuerza, Draco no se quejó—. Sí, sí te voy a extrañar.

Entonces la siguiente vez que Draco sonrió y lo besó, Harry se dijo que tenía que aprovechar ese día.

—Pues te tengo una buena noticia —declaró de pronto, interrumpiendo los besos cortos, fugaces, apenas roces, que Harry le dio uno tras otro, una vez que hizo ademán de apartarse. Draco se rio por lo bajo de su expresión lastimera cuando lo detuvo—: tal vez…no tendrías que extrañarme.

Le tomó unos segundos procesar esas palabras y hacerse una idea de lo que pretendía decirle.

—¿No vas a ir? —frunció el ceño, confundido. El chico meneó la cabeza.

—Prueba otra vez, Potter.

—¿Vas a…? Merlín —exhaló, cuando cierto pensamiento cruzó su mente—. No. No lo harías…

—Ajá —Draco asintió, lento, como si le hubiese leído el pensamiento—. Lo hablé con Regulus, le pregunté a la tía Lily y…

—¡No puedo creer que no me dijeras! —se quejó, a pesar de la sonrisa maravillada y aliviada que se le dibujó.

—Te lo estoy diciendo justo ahora.

—Sabes a lo que me refiero —rodó los ojos, más divertido de lo que le habría gustado admitir.

—Tranquilo, es una pregunta y puedes negarte a venir. Pero si te decía y querías venir, y luego no conseguía los permisos, me iba a sentir muy culpable y tú podías ponerte triste…

Harry se estiró para darle otro beso, por el puchero que se le formó. Draco pareció recordar algo entonces.

—La tía Lily me contó que tu padre hizo eso por ella cuando se graduaron de Hogwarts, porque le iba a pedir que se casaran —mencionó, de pasada, como si hubiese algún tipo de explicación allí que él no podía entender, y Harry se lo hizo saber al arrugar el entrecejo.

—¿Y eso qué? Tú no me vas a pedir matrimonio.

—Podría hacerlo —se encogió de hombros, ante la mirada sorprendida que le dedicó—. Cumples la mayoría de edad mágica. Técnicamente, podríamos casarnos hoy mismo, si mi Legado está de acuerdo en aceptarte, y sé que lo está. Y-

—Merlín —exhaló, mitad suspiro y mitad risa—. Draco, ¿te estás escuchando?

—¿Por qué nopodríamos casarnos?

—Tenemos diecisiete —ya que su novio arqueó una ceja y esperó alguna otra razón, más convincente, boqueó por un momento, al intentar dar con algo más—, ni siquiera nos hemos graduado. No tenemos trabajo y se supone que, de todos modos, es una decisión demasiado importante, porque los magos vivimos mucho y- y no debe tomarse así- y- y yo no he pensado- tú entiendes, es- en- ahm-

El rostro le ardía cuando escuchó la risa vibrante de Draco, que enterró el rostro en su pecho al intentar callarse o disimularlo. Harry se quedó callado, demasiado aturdido para enojarse o avergonzarse más.

—Por Merlín, ¡Harry! —al verlo ladear la cabeza, completamente recostado en él, con esa sonrisa abierta que sólo tenía cuando se sentía en confianza, acompañada de un leve rubor en las mejillas, no pudo hacer más que soltar una pesada, temblorosa, exhalación, y pensar que, tal vez, casarse no sonaba mal cuando esa sería una imagen recurrente en su vida. Hasta podía decir que hacía latir a su corazón más rápido—. Sé que no podemos casarnos hoy mismo, ¿crees que no tomo esas cosas en cuenta? Madre me mataría si me caso antes de salir de Hogwarts.

Se demoró unos instantes en analizar lo que respondió. Al hacerlo, también se rio.

—¿Ese es tu único motivo para no casarnos hoy mismo?

Draco asintió, sin un segundo de vacilación.

—¿De verdad? —lo oyó emitir un vago sonido afirmativo— ¿y qué harías si a la tía Narcissa no le importase?

—Te llevaría a ver aNyx.

—¿Qué es eso?

—Es una forma sencilla de decirle a la casa más antigua de la familia Black, no la más grande, pero sí la más hermosa y mágica, y en donde se celebraban las ceremonias más importantes —indicó, con suavidad, reacomodándose para capturar sus labios en un beso corto. Siguió hablando tan cerca que los rozaba al pronunciar cada palabra:—. Te mostraría el lugar, te daría el regalo Black que te corresponde, la ceremonia sería de enlace mágico. Te besaría justo después, así —con una sonrisa que intentaba retener, sin éxito, le dio otro beso—, saldríamos a dar un paseo, para que veas lo que sólo alguien relacionado a un Black puedever, y te haría mío apenas tenga una pequeña oportunidad, para completar el trato.

Al callar, lo observó con ambas cejas levantadas, a la espera de su reacción. Harry estaba sin palabras, conteniendo el aliento. El corazón le latía tan fuerte y tan rápido que le tronaba en los oídos.

—Supongo- supongo que no suena mal —admitió, entre balbuceos, desviando la mirada. Draco volvió a recostar la cabeza en su pecho.

 que no suena mal.

Harry no tenía idea de que sonreía, cuando empezó a trazar líneas imaginarias en su espalda, distrayéndose. Incluso el silencio era relajante; le permitía oír la respiración acompasada de Draco, el roce de las telas de su ropa cuando se movían un poco, el latir enloquecido de su propio corazón.

—Lo tomaré como una buena señal —le escuchó decir, al elevarse unos centímetros. Draco plantó un beso, a través de su camiseta, a su pecho, justo donde quedaba el corazón. Harry se ruborizó al notar que tendría que haber oído sus latidos, por la posición en que estuvieron—. ¿Significa que sí quieres venir conmigo?

Él fingió que lo pensaba, sólo para conseguir que lo mirase con incrédula diversión. Se rio.

—Bien, ¿pero a Regulus no le molestará que ande por ahí, cuando tendría que enseñarte sobre sus cosas sangrepura y de herencia?

—Regulus llevó a mi padrino un montón de veces cuando tenía mi edad, a pesar de que se supone que le prohibieron hacerlo —bufó.

—Siempre se me olvida que ellos…ya sabes.

Draco se encogió de hombros. En el silencio que siguió a esas palabras, Harry le dio algunas vueltas a la idea de viajar.

—¿Y a dónde vamos?

—A que conozcas a Nyx.

Boqueó. Su novio volvía a elevar las cejas, aguardando.

—Dime que lo de que tu madre no te deja casarte antes de graduarnos es en serio.

—Es muy en serio —aceptó, con un asentimiento. Harry soltó una risa ahogada, que le hizo fruncir el ceño—. ¿Qué?

—Pensaba que, si tienes otro de esos momentos de locura —Draco protestó por el modo de llamarlo, pero él no se calló:—, eres muy capaz de ignorarla y casarte de todas formas apenas pisemos Nyx.

Entonces su novio sonrió, de lado. Se le ocurrió que era la sonrisa de cuando estaban por meterse en problemas, o conocía las consecuencias de lo que tenía en mente.

—Draco, no nos vamos a casar hoy. Ni mañana. Ni ningún otro de los treinta y un días que tiene el mes de agosto —aclaró, despacio, en voz baja. Él no lució afectado.

—Lo sé.

Parpadeó. Bien, aquello no se lo esperaba.

—Pero dijiste…

—Dije que podríamos. Yo quiero —recalcó las palabras. Harry tragó en seco—, es obvio que tú no. Cuando quieras, será. Por mí está bien, mientras sigamos juntos.

Tras decir esto, se recostó de nuevo en su pecho.

—Draco-

A pesar de que lo llamó y este, con un suspiro, volvió a ladear la cabeza para verlo, no tenía idea de qué decirle.

—Granger me explicó que los muggles no planean sus matrimonios como los sangrepura —comentó, de pronto, cuando él todavía intentaba idear algo—, y los mestizos son más parecidos a los muggles en ese sentido. Es natural para nosotros, madre sólo me pidió que me graduase primero, pero hemos hablado de "cuando me case" desde que tengo memoria. Sé que no es lo mismo para ti y está bien, en serio.

Harry quería preguntarle en qué momento o por qué habló de un tema como ese con Hermione, desde cuándo pensaba así, y tantas otras cosas; en cambio, lo que hizo, aquello para lo que su cuerpo reaccionó, fue deslizar las manos hacia sus mejillas y besarlo. Draco sonrió contra sus labios por un instante. Al separarse, sacudió la cabeza.

—Linda forma de rechazarme.

—No te estoy-

—Sh —debió darse cuenta de que hablaba en serio por el modo en que se le quebró la voz. La idea de que pudiese creer que en verdad lo decía, que era un rotundo no, lo atormentó, y ni siquiera el beso que recibió en la mejilla pudo relajarlo por completo—, te estoy diciendo que lo sé. Era broma, Harry.

Se aclaró la garganta, trazando, de forma inconsciente, el contorno de su rostro con los pulgares.

—Draco- yo nunca- yo no-

—Sí, ya sé —insistió, en tono tranquilizador—. Séque estarás en mi futuro, Harry, eres lo único por lo que estoy dispuesto a esperar. Podré ser muy caprichoso, pero reuniré toda mi paciencia para hacer las cosas de la forma en que estés más cómodo. No te preocupes por eso.

Él no pudo hacer más que observarlo con ojos enormes, los labios entreabiertos, mientras Draco se alzaba para quedar a horcajadas sobre él. Desde arriba, lo miraba con una sonrisa cariñosa. Estuvo seguro entonces, si es que alguna vez dudó, de que no querría a alguien más de ese modo. Ni con esa intensidad.

Harry acababa de extender los brazos en su dirección, para jalarlo más cerca, de nuevo, para abrazarlo, besarlo, lo que fuese que necesitabacon tanta desesperación para demostrarle cuánto significaba para él, cuando la puerta del cuarto se abrió con un ruido estruendoso. Draco bufó y se cruzó de brazos, viendo por encima del hombro. Medio segundo más tarde, un empujón lo apartaba hasta tirarlo en el colchón.

—Interrumpo intencionalmente antes de que vuelvan a perder el control de sus…instintos adolescentes —Sirius, sentado tan erguido como era capaz, en medio de ambos, simuló el tono de voz de suave reprimenda con que Lily le hablaba a los Merodeadores cuando se trataba de un tema que no podía evitarse y al que debía rendirse. Harry observó a su padrino con horror y este se echó a reír, esa risa escandalosa e histérica que tenía, al darle un manotazo a una de las rodillas del otro con sangre Black—. Lily quiere que bajes para ayudarla con ya-sabes-qué.

Draco se retorció en el colchón y se levantó, apoyándose en un codo. Dirigió al hombre una mirada burlona, y completamente adrede, se inclinó hacia Harry para capturar sus labios en un beso largo, del que intentó resistirse un instante, sólo para olvidarse de su audiencia después. Al menos, hasta que oyó la risa descontrolada de su padrino, doblándose desde el abdomen, con una mano extendida frente a la cara, como si pretendiese usarla de escudo para sus ojos.

Harry seguía aturdido por el beso, relamiéndose los labios, con una sensación cosquilleante en el cuerpo, cuando su novio se deslizó fuera de la cama y salió. No cerró la puerta detrás de él y comprendió por qué enseguida: apenas se fue, su padre y Remus se asomaron. El primero entró vacilante, dando vistazos hacia el pasillo, el segundo permaneció con la espalda apoyada contra una de las paredes, saludándolo con un gesto. Carraspeó y se obligó a sentarse en el colchón, fingiendo que no había estado distraído por Draco, antes de la interrupción.

El silencio llenó el cuarto. Era tan incómodo que no podía hacer más que rehuir de la mirada de su padre y juguetear con sus dedos, el calor en su cuerpo apaciguándose más lento de lo que le habría gustado.

—Antes- antes de que bajes —empezó James, gesticulando con ambas manos, titubeante. Dio una ojeada a Remus, en busca de apoyo. Él se encogió de hombros—, quería hablar contigo. Pero ahora decidí que padfoot es mejor para estos temas porque tiene experiencia —declaró, hablando deprisa. Palmeó el hombro de su mejor amigo, que abrió mucho los ojos al entender lo que decía—. Así que yo los veo abajo, sí, bien- eso.

James salió bajo la reprobatoria mirada de Remus y la incrédula de Sirius, que luego se volvió hacia él y se aclaró la garganta con fuerza. Era extraño ver a su padrino intentando lucir serio, acomodándose en el colchón, y a la vez, lo suficiente inquieto como para juguetear con sus dedos también.

—Bueno, sí, esto- ajá —volvió a carraspear, e igual que un momento atrás hizo James, buscó auxilio en Remus, quien suspiró.

—Habría sido más fácil si lo hubiesen hablado con él hace años —comentó, con el tono resignado de quien lo ha dicho varias veces, sin ser escuchado en realidad. Sirius le dedicó una mirada desagradable, que los llevó a tener una conversación en base a gestos y expresiones faciales, que Harry no podía comprender—. Siendo honestos, Sirius, el hecho de que James ni siquiera pudiese conseguir un abrazo de Lily hasta los diecisiete, no significa que Harry…bueno, eso.

—Es que- maldición —Sirius dejó caer los hombros—, estoy seguro de que tú ya sabes todo lo que te podría decir sobre…eso.

—Tú no sabes si él ya…sabe —recordó Remus, vacilante, y se ganó un resoplido del otro hombre.

—Eso es porque tú no viste al cachorro Malfoy encima de él cuando entre. ¿A quién engaña prongs con esto? Es obvio que ellos…—terminó gesticulando con las manos—. Lily le dijo a James que tenía que hacerlo hace años, ¡y él le juró que lo había hablado con Harry!

Harry arrugó el entrecejo, repasando las palabras en su mente para entender a qué venía la extraña charla.

—Debieron decirle cuando Lily se los pidió —siguió Remus, que abandonó el cuarto meneando la cabeza. En cuanto desapareció por el umbral de la puerta, Harry aguardó una explicación de su padrino, pero este se limitó a colocarle una mano en el hombro y sonreír.

—Buena charla, cachorro —luego también se fue.

Cuando decidió bajar con el resto, encontró a su novio en la cocina, imitando los movimientos de varita de Lily al alzar el pastel de cumpleaños con una mano, mientras con la otra se cubría parte del rubor de un rojo intenso que le cubría las mejillas. Junto a él, la bruja tarareaba y sonreía.

—¿Y a ti qué te pasó? —susurró al pararse a su lado. Draco lo miró de reojo y se lamentó por lo bajo.

—Tu madre pidiéndome que tenga cuidado contigo en el viaje, fue lo que me pasó.

Harry estaba por preguntar a qué se refería, cuando Lily se dio cuenta de que estaba ahí y se dispuso a abrazarlo y felicitarlo. Poco después, la chimenea se encendería cuando Ron llegase, también tendría que ir a la puerta dos veces, para abrirle a Pansy y Hermione, así que las cuestiones se le olvidarían, hasta que al comer pastel, notase a su padre visiblemente incómodo, hablando en voz baja con Sirius, en una esquina.

De pronto, James resoplaba, protestaba de forma infantil, y caminaba hacia él, inclinándose sobre su espalda, al ponerle las manos en los hombros. Por reflejo, Draco, que era el que estaba sentado junto a Harry, se apartó y lo observó con su inherente cautela.

—¿Les puedo robar al cumpleañero por una hora?

0—

Tenía un par de palabras que podían haber descrito el Museo. Imponente, formidable. Enorme. Antiguo.

Cuando James le soltó el brazo, la Aparición los había dejado en el exterior de la muralla, una descomunal estructura de piedra amarilla, finalizada en picos y torres pequeñas, por donde podría haberse asomado algún vigía en otra época, que se alargaba tanto como su visión le permitía notar, y contaba con una única entrada: un puente levadizo, al estilo medieval, que abría camino sobre una fosa, con encantamientos que debían disimular su verdadero tamaño.

Tal vez intimidante era la palabra adecuada.

—¿La casa ancestral de los Potter? —su pregunta no fue más que una exhalación, amortiguada, llevada lejos por el sonido del viento. Su ubicación estaba en algún punto escondido en un bosquecillo; no podía saber dónde con exactitud.

—Sí —James tomó una profunda, brusca, bocanada de aire. Harry tragó en seco. Hombro con hombro, permanecieron un rato en un tenso silencio, ambos jugueteando con los dedos, hasta que se pasaron una mano por el cabello a la vez; al darse cuenta, un par de risas nerviosas y agudas se les escaparon.

—¿Me vas a llevar con el Legado? —inquirió, en voz baja. Su padre asintió—. Así que hoy heredo, por mi cumpleaños.

Se metió las manos a los bolsillos, volvió a analizar la estructura que se le presentaba, y escuchó a su padre emitir un largo "hm".

—La herencia- el Legado de los Potter es un poco diferente. Yo nunca te exigiría-

—Sí, sí, custodios de tesoros y puertas, lo sé —lo cortó, con un encogimiento de hombros—, se hereda a los diecisiete, se mantiene el control y bla, bla, bla.

James parpadeó y se ajustó los lentes.

—¿Y tú cómo sabes eso?

—Draco y Hellen.

—¿Hellen? —cuando le recordó la Inefable que fue a visitar en el Ministerio durante el incidente de las vacaciones pasadas, soltó un apenas comprensible "ah" y asintió—. Bueno, está bastante acertada. Es cierto que se nos conocía como custodios, también lo es que aún mantenemos gran parte de las propiedades antiguas intactas, y los portales a otras casas sangrepura continúan en funcionamiento.

—¿De verdad? —otro asentimiento. James se desordenó el cabello, de nuevo.

—Pero eso no es todo lo que conforma el Museo, y entrar puede ser algo…shockeante. Yo salí corriendo la primera vez que los vi, pero seguro tú eres más valiente que yo. Espero.

En el momento en que le palmeó el hombro y emprendió el camino hacia la fosa, Harry sólo sintió una curiosidad que lo hizo seguirlo. Su padre se detuvo en el borde, levantó la mano en que portaba su anillo familiar, que destelló un instante. En un parpadeo, el puente se movió, sin hacer ni un ruido, y descendió para ocupar el correspondiente lugar sobre la caída. Avanzó; Harry detrás de él.

Un pasadizo de casi dos metros de largo separaba el final del puente del patio interno. Allí, el Museo también era similar a las edificaciones más antiguas del mundo mágico; patio cuadrado, de tierra, pasillos abiertos, con arcos, columnas haciendo de ventanales, umbrales para pasar, unas escaleras sin barandillas que brotaban de los costados, pegadas a las paredes, para alcanzar la cima de los muros y un segundo piso de dispersas habitaciones.

—¿Viviste aquí? —preguntó. No podía imaginarse a un joven James pasándose el verano ahí, tirado en el piso de tierra, con los ojos puestos en ese cielo que era demasiado azul y brillante para alguien que se hubiese acostumbrado a los días fríos y grises de Londres.

—Estuve unos meses, por voluntad propia, para acomodar algunas cosas —su padre le restó importancia con un gesto y siguió su camino, desviándose hacia la enorme puerta doble de madera que estaba al cruzar el patio—. Los de arriba son cuartos, la biblioteca, un comedor, el laboratorio que usaba mi padre. Nada que importe lo suficiente para tenerte aquí en tu cumpleaños, Harry. Lo puedes ver mejor otro día.

Él tenía otra opinión; todo aquello era raro, nuevo, e inesperado de cierta forma, podría haberlo seguido en un recorrido por ese castillo del que no supo nada hasta entonces, si se lo hubiese dado. Por supuesto que James no sabía de su reciente interés por el lado sangrepura de su familia, así que fue directo al pedirle que lo acompañase dentro cuando la enorme puerta se abrió bajo el tacto de sus dedos y un roce con el anillo.

Llegaron a un amplio vestíbulo con múltiples pasillos. Vio más escaleras que se perdían en la ruta al segundo piso, amplios ventanales al fondo que daban a otro patio que habría sido idéntico, de no contar con un pequeño jardín, y una sola puerta, igual que la que cruzaron, que quedó frente a ellos al entrar. Por ahí continuaron.

—Hay algo que se ha mantenido en secreto dentro del Museo por milenios, ni siquiera los Inefables nos han quitado esto —el tono de su padre era tenso, igual que su postura—, y es la razón de que haya decidido que tenías que venir hoy, de entre todos los días, y no podían esperar más.

Harry acababa de abrir la boca para preguntar a qué se refería, qué no podía esperar, cuando James empujó la segunda puerta y se hizo a un lado, para dejarle pasar. Era la sala circular más amplia que había visto en su vida. Debía ser mágica, porque nada de semejante tamaño cabría en un edificio, por muy descomunal que fuese la estructura en cuestión; con el suelo de cristal que le devolvía su reflejo entre destellos coloridos, paredes de roca y un techo constituido por un tragaluz en su totalidad, las puertas, todas de diferentes maderas, tamaños, formas y símbolos, se alineaban en los bordes en una secuencia interminable, superior al número de familias sangrepuras que conocía.

Pero lo que más llamó la atención de Harry no fue el lugar opulento y el claro conocimiento de dónde estaba ni de lo que observaba, sino las criaturas que ahí se encontraban. Más pequeñas que uno de sus antebrazos, con largos sombreros puntiagudos de colores, ojos enormes, curiosos, cabezas grandes de rostros aniñados. Habría dicho, si alguien le preguntase, que eran duendecillos de algún tipo, que se lanzaron hacia ellos desde todas direcciones, corriendo, chillando, llamando a James.

Harry se echó hacia atrás por reflejo. Los observó rondar a su padre, emocionados, hablando al mismo tiempo, agitando brazos diminutos y gruesos, sacudiéndose. El movimiento oscilante de sus sombreros de punta, que se aplastaba y volvía a la normalidad enseguida, era lo más divertido de ver, a excepción del duendecillo que se subió a los hombros de otro para quedar más arriba que sus compañeros y saludar a James, capturando su atención por completo.

—¿Qué son esos? —musitó, con un hilo de voz, sin despegar los ojos de las pequeñas criaturas. Grave error. Varias decenas de ojos se volvieron hacia él de inmediato.

Antes de que se diese cuenta de lo que pasaba, los duendecillos lo derribaban, colgándose de su ropa, sus extremidades, subiéndose a su espalda y cabeza. Hablaban tan rápido y eran tantos, que no podía entender más que palabras sueltas; pronto temió que lo fuesen a aplastar hasta la muerte.

Por suerte, su padre lo salvó al dar un silbido largo, que los inmovilizó. Lo observaron, se miraron entre ellos, y poco a poco, abandonaron a un consternado Harry, de espaldas en el suelo, con los ojos enormes, desorientado.

—¿Qué acaba de pasar?

James se asomó por su campo de visión, inclinándose sobre él. Sonreía divertido y casi culpable.

—Estos son los Potters, pequeños alfareros, o sólo "Alfis", para los amigos —su padre sujetó a uno del cuello de la vestimenta antigua que llevaban y lo alzó para mostrárselo. El duendecillo se retorció en el aire y le hizo pucheros a James—. Son nuestro verdadero Legado.

—Pero las puertas…—señaló hacia estas, a medida que se sentaba—. Creí- ¿no guardábamos tesoros y custodiábamos casas sangrepura?

James asintió, bajó al duendecillo y le ofreció una mano, para que se levantase. Él lo hizo con un pesado suspiro.

—La magia antigua es la más poderosa que existe en el mundo. Una vez que ha superado ciertos límites y barreras, y bien usada, encuentra la forma de abrirse paso…y crear algo —cabeceó hacia los duendecillos, como si fuesen la única prueba de sus palabras que podía pedir—. Ellos son los verdaderos recipientes mágicos. Adelante, prueba a uno.

Harry boqueó y se apartó otro paso, en vano, porque estaba rodeado y los duendecillos lo veían, expectantes.

—¿Cómo que "probar"?

—Mira —James extendió los brazos y pareció considerarlo un instante, luego volvió a sonreír—. Alfi de los Malfoy.

Uno de ellos reaccionó al instante, saltando a sus brazos para reunirse con él. Tenía el cabello rubio platinado por debajo de un gorro azul oscuro, su ropa estaba llena de estrellas pequeñas, lanzas y dragones larguiruchos.

Él se lo tendió. Harry negó, vaciló, cuando lo vio asentir para instarlo a agarrarlo; después lo sujetó con cuidado. El duendecillo se removió y se fijó en el chico.

—Este pequeño es de los más nuevos, porque la familia proviene de Francia. Haz que te lleve a su puerta —gesticuló con ambas manos, supuso, por no encontrar otra forma de explicarse—, se amable. Muerden. Un poco.

Estuvo a punto de soltarlo cuando lo escuchó decirlo. Carraspeó, observó los brillantes ojos negros, sin esclerótica, y luego a James, que lo apremió a intentarlo, con una tensa sonrisa.

—¿Me puedes llevar a la puerta de los Malfoy? Por favor —añadió lo último de improviso, cuando se le ocurrió que era una buena idea. El duendecillo debió encontrarlo aceptable, porque asintió, se bajó de un salto de sus manos y le sujetó el borde del pantalón, para tirar de la tela al empezar a caminar.

Los demás se hicieron hacia los lados para abrirles paso, conforme avanzaban, los montones de ojos seguían clavados en ellos. No podía evitar incomodarse.

El Alfi lo llevó hasta una puerta con una cabeza de dragón por pomo, que se combinaba con un tallado en la madera, convirtiendo el cuerpo largo del animal mágico en una "M" abstracta y estilizada, todo en plateados, negros y verdes. Señaló el pomo con una mano de cuatro diminutos dedos. Harry volvió a dirigirle una mirada a su padre por encima del hombro.

"Adelante" lo instó, con un movimiento de labios, sin producir sonido alguno.

Armándose de valor, sujetó el pomo y lo giró. Dio un salto lejos cuando el dragón cobró vida, rugiendo, moviendo la cabeza; apenas la puerta se abrió con un clic, la falsa criatura quedó con la boca abierta. El anillo de los Potter brillaba en su mano. El de los Malfoy lo hacía en menor medida, como si reconociese la cercanía a sus propias pertenencias.

El duendecillo caminó dentro con pasitos breves, torpes, balanceándose de lado a lado. Él se quedó bajo el umbral por unos instantes.

La sala consistía en una habitación rectangular, no tan grande, con dos hileras de mesas que exhibían elementos mágicos de lo más extraños y le traía el vago recuerdo de la primera vez que entró al salón de los directores, bajo Fluffy, en Hogwarts. Sencilla, también de roca, terminaba con dos puertas paralelas al fondo, una de un marrón oscuro y la otra blanca. El Alfi fue hacia allí y posó ambas manos en la primera, viéndolo por encima del hombro.

—Nexo con la casa ancestral Malfoy en Francia —explicó, con una voz suave y amable—. El amo necesita permiso para entrar —fue hacia la otra, donde repitió el gesto—. Pasaje a la Mansión Malfoy actual, en Wiltshire. El amo no necesita permiso para entrar, pero sería cortés preguntar.

Harry parpadeó, aturdido. El duendecillo pareció tomarlo como una señal para seguir, porque empezó a acercarse a las exhibiciones. Tocaba la parte de abajo de las mesas, que era lo único que alcanzaba, y le daba una rápida reseña de lo que estaba ahí. Se lo sabía de memoria, porque no localizó placas para identificar nada.

—…la réplica del dragón de Le Mal foi, de la época de máquinas a vapor, por Lucillé Arianne Malfoy…

—…los collares malditos de Louis Leroy de Lucár Malfoy, utilizados en la Primera Revolución francesa de la Magia…

—…el primer reemplazo para varita conocido, pendiente mágico que canaliza el poder a través de un núcleo de pelo de unicornio, que Jean-François Malfoy diseñó para su hermana menor, Marie-Anne, y terminó siendo propiedad de la señorita Marie-Louise Françoise Malfoy, que lo entregó para custodiar en el año…

—…el prototipo más cercano al giratiempo actual, co-diseñado por Lanceroy Abraxas Malfoy, cuando se trasladaron a Gran Bretaña…

Lo único que tenían en común era el apellido al final del nombre de a quién pertenecía, lo creó o lo entregó a los Potter. Harry sabía que continuaba boquiabierto cuando el Alfi volvió a sujetarle el borde del pantalón para, con ese andar oscilante y rápido, guiarlo de vuelta hacia la sala principal. Con otro rugido, la puerta se selló, el dragón que hacía de pomo cerró la boca y se durmió. Su padre contenía la risa al verlo llegar, un par de Alfis se le colgaban de las piernas.

—¿Qué tal? —preguntó. Lo observó ponerse de cuclillas para agradecer al Alfi por su apoyo, palmeándole la cabeza; la criaturita murmuraba y lucía feliz de ayudar.

—Eso- eso- —Harry apuntó la puerta, al Alfi, luego abarcó el salón, el castillo entero, con un gesto—. Fue genial.

James sonrió.

—¿Y sabes qué es lo mejor? —añadió, enderezándose para pasarle un brazo sobre los hombros—. No tienes que aprender historia porque ellos ya lo saben todo —murmuró, inclinándose más cerca, con un tono tan solemne que a Harry le tomó un instante estallar en carcajadas. Él se le unió enseguida.

0—

—…no puedo creer que tengan el pendiente mágico de Marie-Anne. Mi abuelo se pasó años rastreándolo.

—¿Tú conoces a todos esos? —su novio elevó una ceja, en una expresión incrédula que parecía cuestionarle cómo es que se le ocurría que no los conocería.

—Es algo increíble que puedan tener todo eso guardado, por otras familias, para cuando lo necesiten —añadió Hermione, que lo observaba con fascinación—. Tu deber sólo consiste en cuidarlos, ¿no?

Harry se encogió de hombros.

—Papá dice que si una de las familias nos pide algo que tengamos, se inicia un proceso mágico en el Museo para saber si se puede o no entregar, según las- condiciones que pusieron sus antepasados y…algo sobre vigilar y los Alfis y…sí, cuidar, básicamente —asintió, aunque arrugando un poco el entrecejo tras haberle dado algunas vueltas al asunto.

—Pero es poco probable que alguna familia lo haga, porque se creía que el Museo estaba en ruinas después de uno de los ataques locos de amantes de muggles contra los sangrepura, por ahí, en la época de Grindelwald —Pansy lucía pensativa, quizás preguntándose sobre la sala que compondría su parte y la de su familia.

—¿…qué comen los Alfis? —todos observaron a Ron, que se veía en verdad consternado. Y no por las descripciones del castillo, ni las propiedades mágicas que custodiaban—. No, en serio, están ahí todo el tiempo, y tu papá no había ido en años…¿cómo es que no se han muerto de hambre?

—No son criaturas mágicas, Ron. Son como- como- —gesticuló con las manos, inseguro—, es como si la magia tomase una forma, y son ellos. Y no beben, ni comen, porque viven de magia y-

—Son como un pequeño registro histórico-mágico viviente —puntualizó Draco, rodando los ojos. Ron soltó un largo "oh", aturdido.

Estaban en la sala de Godric's Hollow. Ron y Hermione ocupaban un sofá, en extremos opuestos y con una separación considerable entre ambos, para el poco espacio con que contaban en realidad, lo que dejaba a una despistada Luna en medio. Pansy estaba en un sillón, con los tobillos cruzados. Draco se encontraba sentado sobre el reposabrazos del sillón de Harry, quien se mantenía recargado en uno de sus costados y con un brazo alrededor de su cadera.

—¿Crees que es genial? —preguntó, en voz baja, a su novio, en cuanto los demás se distrajeron porque las chicas le contestaban una pregunta a Ron. Ante la mirada inquisitiva que le dedicó, se encogió un poco, más tímido.

—Creo que es muy genial —respondió tras un instante, con una leve sonrisa que tironeaba de la comisura de sus labios. Harry se sintió absurdamente orgulloso por la idea de haberlo impresionado. Dejó que le echase el cabello hacia atrás, sin éxito, y enredase los dedos entre los mechones—. Pero mañana me toca a mí impresionarte, así que tendré que decirle a Regulus que encienda a Nyx.

Ya que escucharlo le recordó que todavía no le avisaba a los demás que estaría de viaje unos días, se apartó lo suficiente para captar la atención de sus amigos y comenzar a hablar. Cuando empezó a anochecer y los vio irse, uno a uno, aún no sabía a qué se refería cuando dijo aquello.

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Si Nyx tenía algo en común con el Museo, él no lo vio. La única palabra que se le venía a la mente si intentaba describir la antigua propiedad de los Black, era confusa.

Nyx se hallaba en la cima de un acantilado, que limitaba con el mar por un lado y un bosquecillo interminable por el otro, en algún punto de Francia, del que nunca oyó hablar. El traslador, que era el único método aceptable dado que el flu no se ponía en funcionamiento para él, debido a una barrera de protección especial, los arrojó en la linde de árboles tras el edificio; lo primero que supo fue que era cegado y tenía que luchar por enfocar la vista.

La casa cuadrada, con terrazas y ventanas cerradas por cortinas, tenía una superficie que aparentaba ser de alguna piedra negra, pulida, impecable, capaz de reflejarlos con ligeras distorsiones. La única puerta era apenas distinguible del resto, porque lucía igual. No la identificó hasta que Regulus se les adelantó y la tocó con los nudillos.

De cerca, y ya que podía apreciarlo con más calma, Regulus no era tan similar a su padrino como quiso creer al conocerlo en la Mansión. Sí era claro el parecido físico (cabello, ojos, piel, facciones, todo gritaba "Black"), pero donde Sirius era alocado, divertido e inquieto, él era tranquilo, tímido y considerado, de un modo que le hacía pensar en los niños pequeños que se han relacionado poco o nada con alguien de su edad. Vestía las túnicas gruesas y holgadas de los sangrepura, pero no se molestaba en alisarlas igual que Draco, y cuando se encontraron en el patio de la Mansión para el viaje, tuvo el detalle de presentarse como correspondía y preguntarle si estaba cómodo con los trasladores. También tenía una manera de hablar completamente diferente al histérico, gritón, de su hermano mayor, excepto, tal vez, cuando se dirigía a Draco, a quien rodeó con un brazo y llamó "feo erumpent".

—Eh, pedazo de mocomurciélago —Draco tampoco se quedaba atrás con los apodos. Iba por delante de Harry, tirando de su mano para llevarlo dentro, y se plisaba la tela de la túnica de cuello alto, llena de símbolos, con la otra—, espera a tus invitados.

Regulus se detuvo bajo el umbral de la entrada, con un bufido. Haciendo alarde de una gracia que sólo podría expresar alguien que hubiese crecido bajo instrucciones de cómo se llevaba a cabo, realizó una teatral reverencia al ofrecerle el brazo.

—Disculpe, señor Potter, que tenga que dejarlo con mi poco cortés y desagradable primo. Si me permite escol-

Yo soy tu invitado —se quejó Draco, estrechando los ojos—, él es el mío.

Entonces el mago se enderezó, lo examinó de pies a cabeza, en un escrutinio por el que el adolescente no bajó la mirada. Luego arrugó la nariz.

—Tú sólo eres el guasarajo. Pensé que hablabas de alguien importante, Draco.

Cuando se dio la vuelta para seguir su camino, Draco masculló a su espalda, sobre magos idiotas que están solos y necesitan una cita. Tiró de él hacia adentro, mientras Harry todavía alternaba la mirada entre uno y el otro, confundido.

—No encendiste a Nyx—observó, en cuanto estuvieron dentro. Las paredes, suelo y techo del mismo material extraño que la parte de afuera, daban la impresión de palpitar con vida propia, formando un entramado complejo de pasillos que no podía diferenciar unos de otros, ampliados por magia para más espacio de lo que parecía desde el exterior.

—Tienes que ir a saludar primero —al oírlo, su novio emitió un vago sonido de desagrado, murmuró un "dame cinco minutos" y se acercó a su primo, que comenzó a acomodarle el cuello de la túnica y los escasos mechones de cabello que el viaje en traslador desordenó medio milímetro, a la vez que le daba instrucciones en voz baja. Draco asentía, con expresión de hastío, sin otra opción que dejarse hacer. No había espacio para bromas cuando el mago le colocó las manos en los hombros y le dio un suave apretón, en señal de apoyo.

Draco se perdió por uno de los corredores que a él se le antojaban idénticos unos a los otros. Ellos dos se quedaron en el pasillo principal, en el que convergían todos estos. Harry cambió su peso de un pie al otro, dio un vistazo en la dirección en que el chico desapareció. Luego se fijó en el mago que los acompañaba, sólo para encontrarse con que Regulus ya lo miraba, con las manos unidas y una débil sonrisa.

—Lamento que no puedas ir con él —pronunció, despacio, con suavidad—, sé que el Legado Malfoy permite que los familiares directos y la pareja vean sus interacciones desde afuera. Pero los Black somos más…reservados.

Se encogió de hombros.

—¿Es lo del cetro en medio del cuarto y- todo eso?

—No —meneó la cabeza y lució pensativo por unos segundos—, aquí hay una estatua de tres cabezas que es bastante…tétrica. Es como una quimera malvada y cínica. Nunca he sabido a cuál tengo que mirar cuando hablo —confesó, frunciendo el ceño en una expresión tan confundida que lo hizo reír sin darse cuenta. Regulus pareció animarse al oírlo.

—¿Y también habla con sus antepasados? —Harry gesticuló, inseguro respecto a cómo explicarse.

—Algo así —el mago realizó un gesto de "más o menos". Una puerta se cerraba, unos pasos amortiguados se aproximaban—, es más bien la esencia mágica de la casa con la que hablamos. Pero es…cruel, y mucho peor que cualquier antepasado.

Cuando estaba por preguntarle por qué, su novio reapareció desde una esquina, desabrochándose los puños debajo de la túnica y el cuello largo. Se detuvo, intercambió una mirada con su primo, y rodó los ojos en algún tipo de respuesta que Harry no comprendía.

—¿Tan mal fue? —inquirió Regulus, titubeante. El chico bufó.

—Sangrepura, bla, bla, bla, herencia, bla, bla, Regulus esto, Regulus aquello, madre, el abuelo Orión, bla, bla. Mezcla de sangre, compromiso, casarse con un mestizo, bla, bla, bla, "eres una desgracia", y mucho más bla, bla, bla —se sacó la túnica con un movimiento fluido, practicado, que estaba seguro de que él no podría haber llevado a cabo, quedándose con la camisa manga larga y el pantalón plisado—. Nada que no hubiese oído antes.

—Todavía no están muy felices…

—¿Cuándo sí lo han estado?

Fue el turno del hombre de rodar los ojos. Draco le tendió la túnica a un elfo, que ni siquiera había visto, mismo que la tomó y desapareció con un plop.

—Puedes encenderlo —indicó Regulus, con un asentimiento. Aquello animó al muchacho, que vio a Harry con una media sonrisa, le hizo un gesto para que prestase atención y se colocó de cuclillas.

En cuanto se quitó el Apuntador, la reliquia Black, y tocó el suelo con el borde del medallón, este se encendió. Un camino recto, de dos líneas paralelas, con un intrincado dibujo de tallos y flores mágicas que se abrían y cerraban, se formó en el piso, igual que una alfombra de luz dorada.

Se enderezó, para dirigirse hacia las paredes, sin prisas. Allí donde sus dedos rozaban la superficie, se dibujaban las siluetas de las flores que se extendían, una imitación claroscuro de un cielo y nubes, luego estrellas, pequeños puntos luminosos que se abrían paso hasta el borde entre la pared y el techo. Draco se paró al haber rodeado el lugar, alzó el brazo, mantuvo el medallón sobre la palma abierta, hacia arriba, y las constelaciones empezaron a revelarse en el techo, junto a realistas dibujos de objetos astronómicos como nebulosas y cúmulos, llenos de vívidos colores, que latían, disminuyendo la intensidad de su brillo y volviendo con fuerza a hacerse notar.

Las luces se reflejaban en el cabello de Draco, daban más color a su piel pálida, le iluminaban los ojos. Cuando se dio la vuelta y le sonrió, esperando su reacción, Harry no pudo hacer más que observarlo, pensando en lo precioso que era su novio, y en que si existía un lugar al que su dragón amante del cielo perteneciese, debía ser ese. Como si estuviese de acuerdo con él, la constelación Draco cobró vida para oscilar sobre el chico, en una estela de brillo y puntos luminosos que lo seguían al moverse.

—Y todavía no has visto lo mejor —añadió, divertido; aunque dudaba que existiese cualquier cosa mejor que él simplemente estando ahí, iluminado y feliz, se dejó arrastrar por uno de los pasillos. Apenas alcanzó a despedirse de Regulus con un gesto, y notar que este los veía irse con una expresión divertida.

Si de niños siempre creyó que Draco brillaba, ahí su perspectiva no sólo fue confirmada, sino también mejorada.

Draco creaba la luz de ese mundo. Su mundo.

Cada paso que daba, llevándolo con una mano y al colgante con la otra, encendía la alfombra luminosa, que se convertía de praderas de flores a imitaciones de montañas, riscos, ríos, mares. Rozaba la pared al doblar en las esquinas, la iluminación sólo nacía desde el punto exacto en que lo hacía. Sus pies dejaban huellas de luz que guiaban a Harry y desaparecían tras unos instantes, cuando las siluetas terminaban de formarse. El dragón de estrellas en el techo iba justo encima de Draco, encendiendo la parte de arriba que no podía tocar por su cuenta, enroscándose, sacudiéndose, buscándolo.

Se reía como si estuviese cometiendo una travesura cuando saltó hacia el primero de un tramo de escaleras que iban en descenso, a un área que no había notado cuando estuvieron afuera del edificio. Cada escalón destellaba, se apagaba cuando lo abandonaba, y era casi imposible distinguir uno del otro cuando no los pisaba, así que Harry tuvo que tantear el camino, confiar en su agarre y en que no lo dejaría caer. Por supuesto que no lo hizo.

Alcanzaron una cueva subterránea, que daba hacia una abertura en el acantilado sobre el que fue construida la ancestral casa. Nada más pisar la superficie de piedra, líneas de color y luz se empezaron a dibujar entre las rocas que la conformaban. A pesar de que brillaba, no era un resplandor cegador, molesto; le hacía pensar en un día en que el sol decide ser amable y cálido, sin excederse, logrando que todo se vea resplandeciente.

Cuando Draco lo soltó, jadeaba y tenía el rostro ruborizado por la carrera. Se reía sin aliento todavía, al empezar a caminar de reversa, haciéndole una seña para invitarlo a ir con él.

Su manera de moverse, su sonrisa, su mirada, le dieron una sensación de déjà vu, respecto al cuarto año. El Yule. Su invitación a bailar.

En esa ocasión, sin embargo, su novio se agachó junto a una masa de agua que formaba un estanque en la cueva, se alimentaba del mar del exterior y mantenía un flujo constante que lo enviaba de vuelta hacia afuera y de regreso, sin inquietar demasiado la superficie. Era calma absoluta hasta que Draco generó ondas con un toque de los dedos; desde ahí, las líneas circulares se iluminaron y luego el resto del estanque. El fondo, las piedras, las pequeñas plantas, los hipocampos bajo el agua, de los que le contó por cartas. Los trazos de luz cubrieron cada centímetro, lo transformó, lo mejoró.

Y era Draco, su Draco, quien lo hacía.

Harry no se había sentido tan absurdamente enamorado hasta que Draco levantó la mirada hacia él, todavía agachado, creando ondas en el agua. Expectante. Y lo único que quería era besarlo, besar esa sonrisa abierta, feliz, los párpados de esos ojos brillantes que se teñían, reflejaban la luz exterior, esos dedos pálidos y delgados que eran responsables de dar comienzo a la belleza y maravilla en aquel inhóspito lugar.

Merlín. ¿Era normal sentir que haría lo que fuese por conservar esa imagen que tenía delante por el resto de sus días?

De pronto, soltó una risa ahogada, temblorosa, y a pesar de que el rostro le ardió, no se cubrió, porque no tenía motivos para ocultarse. No de él.

—Te amo tanto —exhaló.

Draco se quedaba inmóvil, contenía la respiración. Lo veía como si acabase de darle una noticia que había esperado toda su vida y que deseaba más que nada. Lo siguiente que sabría era que su cretino sangrepura y yo-mantengo-todo-bajo-control, se levantaba, corría hacia él, lo abrazaba tan fuerte y besaba tantas veces, que Harry sólo atinó a preguntarse a sí mismo cómo fue que tardó en decir lo único que estaba seguro que era una verdad irrebatible.

Que, probablemente, siempre lo fue.


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