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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo sesenta y seis: De cuando Lep es el mejor Golpeador de Slytherin (y Harry se pregunta si Draco está loco)

—¿…es que acaso nunca te has subido a una escoba o qué? ¿Dónde quedaron las lecciones de primer año?

—Mi- mi tío consideró que practicarlo era in- innecesario para un mag- ¡Malfoy!

Draco no permitió que tocara el piso, por mucho que lo tentase la idea de que aprendiese la principal lección de montar una escoba: sujetarse bien, no distraerse en el aire. El niño de trece años quedó a unos centímetros del césped del campo, levitando, con los brazos a los costados, listos para frenar la caída, la boca abierta en una petición de auxilio que no terminó de brotar.

—Gracias —musitó, la cara enrojecida imposible de ocultar, cuando lo levitó más hacia arriba, en posición vertical, como si lo tuviese colgado del cuello de la túnica, para dejarlo de vuelta en la escoba. Sterling se acomodó, aferró el mango con ambas manos y carraspeó. Él rodó los ojos.

—Eres una desgracia para el Quidditch.

—A Nora le va peor. Ella ni siquiera puede subirse a la escoba sola.

—Ella no hace el intento —recordó Draco. La aludida, que estaba sentada en las gradas, junto a él, asintió para darle la razón.

—No intento, no fracaso. No me caigo frente a otras personas —Honora señaló a su compañero—, a diferencia de ti.

El niño ahogó un sonido frustrado, arrancándole una risa silenciosa a la otra. Draco tuvo que volver a hacerlo levitar cuando se resbaló de la escoba, boqueando; lo vio cubrirse el rostro y mascullar al ser atrapado por el encantamiento.

Estaba considerando qué tan buena idea había sido que el equipo le prestase una de las escobas que eran usadas para las pruebas de nuevos ingresos, o si sólo debería dejarlo que aprendiese a sostenerse de una vez por todas, en base a caídas duras y revolcarse en el césped, cuando una de las instrucciones que Harry le daba a los posibles reclutas lo distrajo. Miró en dirección al campo.

Su novio vestía el uniforme de Quidditch, la insignia de Capitán destacaba más cuando alzaba el brazo para captar la atención de los demás Sly, que le daban vueltas al campo y maniobraban a manera de muestra. Amber, la otra protegida que tuvo el año anterior, se encontraba parada a su lado, en una versión más pequeña del mismo uniforme, e imitaba sus movimientos. Si Harry chasqueaba los dedos y pedía que se lanzasen en picada, ella repetía la seña y gesticulaba con los labios, sin sonido, cuando él reprendía a alguno o meneaba la cabeza con incredulidad, la niña se cruzaba de brazos también, se erguía o se restregaba los ojos, justo como el chico.

A grandes rasgos, se salvaba de la tediosa prueba porque pidió ir primero, sola, para obtener el puesto de Buscadora. Harry y uno de los Golpeadores, que lo ayudaba a mantener el orden en las pruebas, bromearon sobre que quisiera arrebatarle el puesto cuando aún no se graduaba. Ella no se dejó amedrentar, así que la dejaron ir por la snitch antes de comenzar formalmente.

La atrapó en menos de diez minutos, con una mano, de pie sobre la escoba. No se veía como una acción que requiriese gran equilibrio (lo que él sabía que era cierto) cuando ella lo hacía, porque no se tambaleó, y descendió de ese modo hasta que estuvo a la altura justa para saltar al suelo. Luego le arrojó la snitch a Harry y elevó el mentón, esperando. Harry sólo se echó a reír y le rodeó los hombros con un brazo al felicitarla.

Todavía no estaba seguro de que fuese a cederle su posición, o a entrenarla para el próximo año. Supuso que ya se enteraría después de las pruebas.

La nueva orden que había escuchado, y que Amber no dudó en copiar justo al lado del Capitán, indicaba que las bludgers iban a soltarse para ver qué tan buenos reflejos tenían.

Ahí fue donde ocurrió el fallo que Draco aguardaba y por el que se encontraba en las gradas, varita en mano.

Peyton volaba sin dificultad, maniobraba lo bastante rápido para no chocar con nadie y no ser golpeado, mantenía el equilibrio a la perfección. El problema fue que, por accidente, vio hacia abajo y el pánico lo abordó.

Draco lo hizo levitar a medio metro del suelo. Estaba pálido cuando Harry y Amber corrieron hacia él, para comprobar su estado.

Era una locura lo que había hecho, en realidad. Nada más sentarse en las gradas para observar a los futuros candidatos al equipo y localizar su cabeza en el grupo de ese año, frunció el ceño. En cuanto notó a los niños que lo acompañaban, se los preguntó, a manera de comprobación:

¿Que Peyton no le tenía miedo a las alturas?

Y ellos intercambiaron una mirada.

Él dice que no le da miedo la distancia, sino caerse —murmuró Sterling, encogiéndose de hombros.

¿Y eso no viene siendo lo mismo?

Pero sabe volar —juró Honora, en apoyo a su amigo. Draco sabía que iba a terminar mal, sin que nadie se lo dijese.

Apostar por uno de los puestos de Cazador, a sabiendas de que no puedes ver hacia el piso sin perder el control de la escoba, era tan poco propio de un Sly que estaba decepcionado de sus anteriores protegidos.

En cuanto Harry llevó al niño hacia las gradas, y volvió a las pruebas, dejándolo junto a un frustrado enano de trece años, Draco se lamentó del momento en que dijo que era una buena idea ser Guardián. Ni siquiera tendría por qué hacer algo por ellos, con sus Juegos ya terminados meses atrás.

—Hay una sala de requerimientos en el séptimo piso —mencionó, de pasada, sin despegar los ojos de su novio en la distancia. Bendito Merlín, ¿tenía que verse así de bien en el uniforme de Quidditch?—. Tal vez sólo te falte acostumbrarte a la altura.

Bueno, podía atribuir ese instante de ablandamiento a Harry. Últimamente tenía más que antes y con buenos motivos; cuando lo hacía, su novio lo observaba con una media sonrisa, contento de que intentase no ser tan egoísta. Eso lo emocionaba. Un poco.

Era ridículo, por supuesto. Se sentía como un adolescente de catorce años que quería impresionar a la persona que planeaba llevar al Baile de Yule, y ya era un adulto a nivel legal, ¿no deberían haber cambiado ese tipo de emociones?

Cuando el niño le preguntó sobre la Sala de los Menesteres, se distrajo dándole las indicaciones, bajo tres miradas con diferentes grados de curiosidad. Al volver a girar, se percató de que Harry había aprovechado unos segundos en que los candidatos estaban ocupados, para mirar en su dirección.

Le sonrió, guiñó, y regresó a sus asuntos.

Draco pensó en lo absurdo que era que el corazón le latiese tan rápido, sin darse cuenta de que las comisuras de sus labios tironeaban hacia arriba también.

—…Hogwarts llamando a Malfoy, Hogwarts llamando a Malfoy.

Observó de reojo a la chica que se acercaba, con una ceja elevada. Hermione subió a las gradas, pidió permiso a los niños de tercero, y se abrió un espacio para sentarse junto a él.

—Debe ser bastante difícil concentrarse en cómo juegan cuando tu novio está ahí, con su uniforme, coqueteándote…—lo codeó. Draco rodó los ojos.

—No es algo que puedas entender, claro. Goldstein es demasiado miedoso para subirse a una escoba e ir contra el equipo de Slytherin.

Fue el turno de ella de rodar los ojos.

—Su fuerte no es el deporte, bien. El mío tampoco, ni siquiera me gusta —se encogió de hombros—. Puedo tener conversaciones largas e interesantes con él, lee los mismos libros que yo. ¿Qué más se puede pedir?

Draco lo consideró. Oh, no le importaría que Harry leyese un poco más. O que comenzase a hacerlo, fuera de lo que necesitaban para las clases, al menos.

Por otro lado, también le gustaba la atención que le daba cuando le hablaba de un libro, que aunque sabía que no leería, le daba la libertad de soltar su opinión sobre cómo fue. Una cosa compensaba a la otra.

Hermione había apoyado el codo en su rodilla, el rostro en la palma de su mano, y disimulaba a medias una pequeña sonrisa, como si fuese consciente del camino que tomaban sus pensamientos. Carraspeó y procuró sólo dar un vistazo más hacia su novio, para concentrarse en ella después.

—Supongo que es el mejor para ti, Granger.

—Oh, ¿qué había hecho yo sin el gran e inteligente Draco Malfoy para alentarme a salir con este maravilloso chico que…?

La calló con un gesto, arrugando la nariz.

—Entendí el punto, ¿de acuerdo? Ahórrate el drama innecesario. No era en serio cuando te advertí que me lo dirías un día.

Hermione sonrió de lado. Tras un bufido de falsa exasperación, él también lo hizo.

Era bueno ver cuando tus ideas tenían resultados favorables.

—Ya que eres tan listo —dramatizó, gesticulando, sólo para sacarle otro bufido. Se rio por lo bajo al conseguirlo—, Pansy y yo pensamos que deberías venir a nuestra reunión de hoy.

Aquello sonaba extraño. Volvió a fijarse en el campo y luego en los mocosos caóticos de los alrededores; Harry le explicaba a su protegida sobre la prueba que llevaban a cabo los candidatos. Del otro lado, Sterling y Honora escuchaban lo que Peyton decía, con tanta solemnidad como si acabase de estar al borde de la muerte y sólo la magia de Merlín lo hubiese rescatado.

—¿El club se reúne?

Estaba seguro de que nadie le avisó. No había visto a Pansy tanto como de costumbre afuera de la Sala Común, o de día, en general, y pasaba tanto tiempo en el escritorio, contestándole a Regulus y cumpliendo sus peticiones, que no había ido con el club de Astronomía o a jugar ajedrez con Weasley.

Sin embargo, la bruja meneó la cabeza, haciéndolo fruncir el ceño.

—¿Entonces qué es?

—Una charla de chicas —ella se encogió de hombros y Draco levantó las cejas.

—¿Te das cuenta de que no soy una chica, Granger? —se abarcó de pies a cabeza con un gesto, luego apuntó hacia su novio—. Le puedes preguntar a Harry, si no me crees. Sé que mi etérea y majestuosa belleza te ciega, pero…

—¿Acabas de usar "etéreo" y "majestuoso" para describirte a ti mismo?

Sus hombros se sacudieron durante su esfuerzo fallido de contener la risa.

—Es lo mínimo que puede describirme. Todavía estoy buscando palabras más sublimes; acepto sugerencias.

—Egocéntrico —pronunció, despacio. Fingió enumerar con los dedos—, narcisista, cretino, exagerado…

—Aburrida comelibros.

—Estúpido sangrepura —Hermione se rio de la expresión confundida de Draco.

—¿Cómo eso es un insulto?

—¿Por qué no? —se encogió de hombros—. Todo está en cómo lo digas, igual que con "sangresucia".

Todavía intentaba encontrarle sentido cuando Hermione se removió en el asiento, uniendo las manos sobre el regazo, y se aclaró la garganta, más seria de pronto.

—Pans y yo vamos simplemente a hablar, en serio. Pero entre ciertas cosas, queríamos preguntarte si sabes algo de…eso.

Cuando ella cabeceó en determinada dirección, eso quedó claro para ambos.

Luna estaba en la parte más alta de las gradas; se suponía que había ido acompañándolo, porque se la topó en uno de los pasillos cuando decidió que quería ir a ver a su novio en uniforme de Quidditch. Estaba de espaldas al campo, además. No dejaba de observar en dirección al Lago Negro y la extensión de césped que los separaba del castillo; de vez en cuando, miraba a través de la abertura de su anillo familiar Lovegood. No le había hablado, ni se acercó desde que se instalaron en diferentes puntos de los puestos.

No era tan diferente de la manera en que había estado comportándose desde principio de año. Ya no la hallaba en la biblioteca, se demoraba en responder a las notas entre clases, e incluso cuando daban de comer a los thestral, tenía un aura ausente y no lo fastidiaba con charlas innecesarias de sentimientos, secretos o temores, como de costumbre.

Suspiró.

—Sí, puede que sepa algunas cosas —admitió, lento, medido. Tampoco planeaba traicionarla de ese modo, a la primera oportunidad—. ¿Por qué?

—Pans cree que deberíamos hacer algo. Es deprimente verla así.

—¿Y tú qué crees?

Hermione emitió un largo "hm", cambiando de posición un par de veces durante esos instantes.

—Está actuando extraño, más extraño de lo normal en ella, eso es seguro. Me preocupa.

Draco volvió a detallarla. Luna, de por sí distraída, parecía ajena a lo que la rodeaba. Más de lo normal, añadió también para sí mismo.

—Bien. Pero nada de decir "charla de chicas", en serio, es perturbador.

—¿Qué tiene de malo?

—Hay algo muy importante que me diferencia de ti y Pans, y planeo que siga siendo así.

—Uy, perdóneme, señor Muy Masculino Malfoy.

Él carraspeó, se enderezó, y elevó el mentón, en una pose aún más teatral de lo usual.

—Considérate perdonada, simple mortal.

Hermione sacudió la cabeza y ahogó la risa contra la palma de su mano. Él sonrió a medias, pero cuando quiso añadir algo más, una escoba pasó frente a ambos. Lep iba sobre el palo.

Se puso de pie y le frunció el ceño a los tres niños.

—¿Quién subió a Leporis a la escoba?

Al mismo tiempo, levantaron los brazos en señal de paz.

—¡Se subió solo! ¡Saltó y se subió! —afirmó Sterling, encogiéndose un poco. Ambos lo secundaron.

A unos pasos de distancia, la escoba sin control golpeó a un posible candidato al equipo, y lo tiró.

Draco se apretó el puente de la nariz y fue a buscar a su conejo, cuando este llevaba tres derribados.

0—

—…así que Harry dijo que los que fueron derribados por el conejo, no podían pertenecer al equipo, y que para las siguientes audiciones, va a poner a Lep como una prueba aparte de reflejos y velocidad, en lugar de las bludgers —completó Hermione, arrancándole una carcajada a la otra chica, que miró hacia él en busca de una confirmación. Draco asintió, con todo el aire solemne que era capaz de reunir, mientras terminaba de pintarle la uña del meñique de "verde Slytherin". No quería dejar ni una gota fuera y marcharle la piel.

Estaban en el dormitorio de chicas de séptimo de Ravenclaw, que para su sorpresa, era bastante relajado con respecto a los invitados. La única condición que tenían para entrar fue que ellos resolvieran el acertijo, sin ayuda de Hermione, lo que no fue un problema con Pansy a un lado.

El cuarto contaba con cuatro camas, dos desocupadas en ese momento, una con el dosel cerrado, y aquella junto a la que los tres estaban sentados, en la alfombra, con almohadas y mantas para mayor comodidad.

En la Sala Común, les dieron algunas miradas de reojo, nada más; los que podían haberse alterado o mostrarse reticentes por su visita, se graduaron el año anterior. Allí nadie parecía preocuparse demasiado por quiénes fuesen, mientras mantuviesen la voz baja y no arruinasen los libros de la biblioteca privada colocada por Rowena. Incluso le concedieron a Pansy permiso de tomar uno, bajo un severo juramento de que lo cuidaría.

La protección en las escaleras, como ya sabían, lo dejaba pasar por su nulo interés por las chicas, motivo de algunas bromas de parte de Hermione, que silenció con una insinuación sobre que, en definitiva, el cuerpo deHarry le gustaba más que el de una mujer. Ahí, la chica enrojeció, y Pansy se cubrió el rubor al reírse de sus palabras.

Dentro del cuarto, tampoco encontraron oposición o molestia alguna, así que su única queja podía ser que fuesen más pequeños que los de Slytherin, pero se le olvidó cuando notó que Pansy sacaba unos esmaltes de uñas del baúl de la otra chica. Amaba esas cosas desde que Nym se las mostró, unos años atrás.

—Un poco más y Lep se hubiese convertido en el próximo Golpeador estrella de los Sly —su mejor amiga hizo un sonido ahogado y él la reprendió, con un débil manotazo en el dorso, por haberse movido. Acababa de tomar otro esmalte y estaba trazando una serpiente en forma de "S", que quería que fuese perfecta; no podían interrumpirlo dando saltos.

—Habría recibido un gran apoyo de todas las Casas —Hermione le siguió la corriente, a la vez que agitaba las manos en el aire, porque según ella, la capa inicial de azul se secaría más rápido si lo hacía. Él lo dudaba, pero no tenía pruebas que le hicieran creer lo contrario, así que la dejaba.

—Y era mejor que muchos de los candidatos de este año, se los aseguro —afirmó, echándose hacia atrás para admirar su obra maestra en cuanto estuvo completa.

Le había hecho el escudo de los Parkinson en el pulgar, luego el color del Lago Negro (que, para quienes vivían en las mazmorras, no era tan negro), una imitación del plumaje de Fénix, una copia de la "L" del anillo de Longbottom que ahora llevaba, y la serpiente de Slytherin, en ese orden, del índice al meñique.

—A ver —exigió, colocando las manos como quería que ella lo hiciera. Pansy tenía una sonrisa divertida mientras lo observaba examinar cada pequeña obra de arte. Estaban perfectas. Asintió para sí mismo—. Ahora deja las malditas manos quietas, no toques nada, y no arruines mi trabajo, Pansy Parkinson.

Su mejor amiga rodó los ojos, pero él optó por ignorarla, y se centró en sacudir el frasco de esmalte azul medio. Le indicó a Granger que le apoyase una mano en la rodilla y no se fuese a mover, ni aunque Merlín reviviese en ese cuarto. Las escuchó hablar de temas que le interesaban poco durante un rato, concentrado como estaba en que las líneas onduladas quedasen aceptables, para imitar las olas del mar.

—…entonces llega Tracey y me pregunta si me importa que ella quiera salir con Blaise, y-

—¿Y te importa? —se le ocurrió preguntar, sin apartar la mirada de su trabajo en proceso.

—La verdad es que no —Pansy soltó una débil risa. Podía imaginar que se encogía de hombros, no tenía que verla para confirmarlo—. Merlín, sí, salimos, me gustaba, yo le gustaba. Eso fue hace un tiempo y éramos- bueno, cometimos errores. No voy a creer que va a tener una- una especie de-

—¿Abstinencia? —ofreció Hermione, ganándose un vago sonido afirmativo de la otra chica.

—Sería ridículo. Si salen y son felices, bien; Blaise es mi amigo también y todo eso.

—Qué Puff —Draco arrugó la nariz. Le ordenó a Granger apoyar la otra mano en él, luego prosiguió con su trabajo—; avísame si cambias de parecer.

—¿Para qué?

Él se detuvo por una fracción de segundo para sonreír, altanero.

—Alguien aquí tiene la llave del armario de ingredientes de Sev y muchas ideas que le gustaría probar.

Pansy entreabrió los labios, incrédula. Hermione, a su lado, frunció el ceño.

—¿Cómo…?

—Oh, vamos, él me la dio. Es un buen mentor, dentro de todo —se encogió de hombros—, al menos para mí.

—Probablemente piense que te mantendrá distraído y dejarás de molestarlo —él tuvo que admitir que era posible y contestó con un sonido afirmativo, regresando su atención a las olas que pintaba.

—Pero no creo que te las hayas dado pensando en que podrías hacerle algo a unos compañeros…

Esa vez, ambos Slytherin observaron a la chica con las cejas arqueadas. Hermione gesticuló, después torció la boca.

—Bueno, supongo que él te conoce.

Draco volvió a encogerse de hombros.

—¿Le dijiste que estás trabajando en otra cosa? —inquirió Pansy, tras unos segundos donde nada fue más relevante, dentro de su vida, que la línea ondulada al final del meñique. Vaya que era una tarea difícil.

—Puede ser.

—¿Y es verdad?

—Puede ser —repitió, con una risa baja, que le ganó un codazo de protesta de su mejor amiga.

Continuó con su labor, ellas retomaron sus conversaciones sobre chicos, citas y otros temas por los que se burló cuando la ocasión se dio.

—No actuarías así si hablásemos de Harry —replicó Hermione, entrecerrando los ojos, y se llevó una mano a la frente, fingiendo desmayarse—. "Oh, Harry, ¡mi amor! ¡Mi futuro esposo! ¡He estado enamorado de ti desde los once años! ¡Mírame, por favor! ¡Te ves tan magnífico en tu uniforme de Quidditch, que no presto atención al juego, sino a ti…!"

Draco la apuntó de la forma más amenazadora que podía con el palito que venía en el esmalte de uñas.

—Primero, yo no hablo así —puntualizó, estrechando los ojos—. Segundo, Harry es espectacular en su uniforme, y más importante aún, a los once, Pansy quería casarse conmigo y yo quería casarme…con Jacint, probablemente.

Hermione ahogó una carcajada. Pansy elevó las cejas.

—¿Qué? —bufó—. Jacint tiene su encanto, si ignoras el hecho de que canta desafinado en la ducha, las manías cuando estudia…y otras cosas extrañas. Es atractivo, al menos.

—¿Más que Harry? —intentó fastidiarlo la Ravenclaw, llevándose otra reprimenda por moverse tanto cuando sus uñas todavía no estaban secas. Él rodó los ojos.

—Nadie lo es más que Harry.

Dejó que intercambiasen murmullos y se riesen, mientras sopesaba cuál de los otros tonos de azul sería el apropiado para completar su siguiente obra maestra, o si debía arriesgarse con el blanco directamente. Cuando comenzaron una plática sin sentido sobre el uso de unos pendientes que estaban de moda entre las hijas de muggles, se desviaron hacia otros puntos, y les llevó alrededor de media hora centrarse en lo que se suponía que iban a hablar esa noche.

Para entonces, ambas chicas estaban recargadas en un costado del baúl, con las piernas extendidas sobre las mantas, otro de los doseles cerrados. La compañera de Granger se había limitado a mirarlos, saludar, cambiarse en el baño y meterse a su cama, y Draco decidió que era agradable; le recordaba a Nott. Él se encontraba tendido de lado a lado de las cobijas, los brazos en alto, examinando sus uñas negras, pensando en qué más podría hacerles, cuando el nombre surgió.

—…pero en verdad no sé por qué Luna habrá dicho que no.

—¿Qué hizo Lunática ahora? —preguntó, bajando las manos y acomodándolas al nivel de su torso, donde no se rozasen, para no arruinar el esmalte en proceso de secado.

—Más de lo mismo de las últimas veces —Pansy apareció por los bordes de su campo de visión cuando se inclinó hacia él. Se recogía un mechón rebelde detrás de la oreja—. Mione dice que tú sabes de eso.

Soltó una teatral exhalación y emitió un "hm".

—Sí, algo así, más o menos.

—¿Deberíamos preocuparnos por ella?

—No —contra su voluntad, ahogó una carcajada—, no, no es…tan malo.

—¿Qué es? —Hermione también se estiró para que la viese. Él rodó los ojos.

—A Lunática le gusta alguien —se encogió de hombros ante las miradas sorprendidas de las chicas. No podía explicarse cómo es que no lo dedujeron por su cuenta.

—¿Quién?

—No sé —aclaró, aunque no era del todo cierto. Tenía una sospecha por la que apostar, pero decidió guardársela—. Sísé que es una chica, probablemente de su año, que tiene novio.

—Oh, es- es- —Pansy gesticuló con las manos; al no dar con el término correcto, observó a su amiga—. ¿Cómo es que le dicen los muggles?

—¿Lesbiana? —probó Hermione, pensativa—. Tal vez sea bi. ¿Está así porque cree que no puede hacer nada?

Draco tuvo que hacer una pausa y considerarlo. No podía hablar en nombre de Luna, por supuesto, sólo de lo que conocía.

—Creo que ha estado viendo sus emociones con el Legado de los Lovegood.

—¿Y…? —ambas lo apremiaron con gestos idénticos, que lo habrían hecho reír, bajo otra circunstancia.

—Y nada más. Es todo lo que sé —apretó los labios un momento—, pero supongo que si pensase que tiene una oportunidad, ya lo habría intentado, ¿no? Digo, ella puede ver sus sentimientos. ¿No es eso muy útil cuando te gusta alguien?

—¿Y no has pensado en hacer nada? —continuó Pansy, observándolo dubitativa. Tuvo que contener una sonrisa.

—¿Qué podría hacer yo? Ni siquiera sé de quién se trata. Y no es mi asunto —negó, a pesar de que era obvio que ninguna le creyó. Ahí sí que no pudo evitar sonreír—. Pero tal vez piense en algo, después, si tengo tiempo.

Ellas intercambiaron una mirada, sonrieron, y comenzaron a preguntar. Claro que él fingió no entender lo que decían, hasta que sus uñas estuvieron secas y pudo seguir con su obra de arte temporal.

0—

Harry sonrió al verlo entrar a la Sala Común. Podría acostumbrarse a ello.

Eran alrededor de las once, el toque de queda pasado hace rato. Se desviaron a través de pasadizos para llegar sin ser vistos. Tuvieron que lidiar con Peeves en el camino, lo que les quitó unos veinte preciados minutos, más o menos, pero ahí estaban.

Pansy se despidió y caminó hacia su dormitorio. Draco se agachó para saludar a Lep, que saltó del sillón en que estaba el otro chico y corrió hacia él, rascándole entre las orejas igual que a un perro.

Luego lo dejó y se dirigió hacia su novio. Harry lo envolvió con un brazo, en un movimiento que parecía ser instintivo. Él se sentó en uno de los bordes del sillón lo que, al no ser para dos, lo obligó a pasar las piernas sobre las del otro chico y quedar casi a horcajadas sobre él. Debió hacerle gracia, porque ahogó una carcajada al negar, y se adelantó a cualquier cosa que pudiese decirle, con un beso.

—¿Me estabas esperando? —cuestionó después, con una media sonrisa divertida. Harry empezó a jugar con una de sus manos, entrelazando y soltando sus dedos.

—Tal vez.

Merlín. Estaba tan estúpidamente enamorado de él.

Acababa de apoyar la cabeza en uno de sus hombros, cuando lo sintió removerse.

—¿Y esto? —Harry tenía una mano unida a la suya, el dorso hacia ellos, por lo que le mostraba las uñas pintadas de negro, los pulgares con líneas plateadas que formaban la constelación que le daba nombre. Él lucía divertido cuando lo vio de reojo.

—¿Qué? Es bastante bonito. Se me ve bien —susurró, ligeramente a la defensiva. La tensión que no sabía que había acumulado se desvaneció cuando Harry le besó los dedos, uno a uno. Oh, le encantaba que hiciera eso.

—Sí, se teve bien. ¿Dejaste que las chicas lo hicieran o…?

—No, yo lo hice —cuando Harry elevó las cejas, él también lo hizo. Su novio se encogió de hombros.

—¿Cómo sabías pintar uñas?

—Nym siempre quiso una hermana menor, pero me conoció a mí.

Los dos fallaron en contener la risa.

—Lo haces bien.

—Es normal —ante su mirada curiosa, explicó:—. Los sangrepura en la antigüedad siempre las llevaban de negro. Las pintaban con magia —obvió, haciendo que volviese a asentir—. ¿Quieres que pinte las tuyas?

Requirió un verdadero esfuerzo no reírse de la expresión que hizo al intentar dar con las palabras justas para rehusarse. Draco permaneció observándolo, poniendo en práctica su máscara de serenidad, para no delatarse.

—Ahm- no, gracias —Harry le besó la frente e intentó sonreír, todavía aturdido—. No es lo mío.

Como él continuó mirándolo con las cejas en alto, resopló.

—Ya sabes, no- bueno, eso. Si quieres hacer algo por mí, probablemente deberías regalarme cera para escoba o guantes nuevos de Quidditch, no…pintarme las uñas —vaciló, arrugando el entrecejo en señal de confusión.

—¿Qué tiene de malo?

—Nada —contestó deprisa. Draco aún contenía la risa por dentro—, sólo- está bien para ti, en serio. No es como…para mí. No me…me refiero a que…

Realmente esperaba que no fuese a dar ese tipo de explicaciones cuando estuviesen a punto de empezar un partido importante en la temporada, o al equipo de Slytherin le iría mal.

—¿Y eso por qué?

Harry boqueó. Cuando decidió que era suficiente y estaba por decirle que sólo jugaba, él volvió a hablar:

—Es como- es un poco…¿femenino?

Por un instante, no hicieron nada más que verse. Harry pasaba de la confusión a la culpa, de vuelta a la expresión desorientada, como si supiese que no utilizó el término correcto, pero tampoco pudiese encontrar otro dentro de su cabeza.

—Femenino —repitió, apartándose lo justo para examinar sus uñas.

—No quise decir que- no es malo, por supuesto que no es malo, no digo eso, es sólo que- para mí- yo no-

¿Cómo es que hacía para no fastidiarlo todo el día, si se comportaba así?

Draco se movió en el sillón, apoyándose en las rodillas, a ambos lados de su novio. Harry lo observó desde abajo, vacilante.

—¿Debería mostrarte que eso no cambia nada? —murmuró sobre sus labios, deslizando las manos por debajo de su camiseta, los dedos fríos contra la piel del torso causaron que Harry tuviese un leve sobresalto y se estremeciese.

—Sabes que en realidad no dije-

Pero él no oiría explicaciones cuando hubiese capturado sus labios, inclinándose más cerca para presionarlo contra el respaldar del sillón y tenerlo aprisionado entre su cuerpo y este. Mientras lo besaba, Harry balbucearía acerca de dónde se encontraban, sólo para colocar un par de hechizos que les impidiesen ser notados luego.

0—

Draco dejó caer la cabeza contra la superficie de la mesa, de lado, de manera que todavía podía mirarlo desde ahí. Regulus, que leía con calma un pergamino y hacía algunas anotaciones en los bordes cuando encontraba otro de esos puntos que necesitaban correcciones, fingía que no se daba cuenta de la forma en que lo veía. Hubiese lloriqueado, de no tener en claro que era un comportamiento inmaduro y absurdo, incluso para él.

Quería estar con Harry.

Era sábado y los chicos estarían paseando por Hogsmeade. Almorzarían en las Tres Escobas, caminarían por la calle central del pueblo, bromearían, harían un par de compras juntos y regresarían al castillo en medio de la marea de estudiantes mayores a trece años. Si el club de Astronomía no se reunía esa noche, era probable que Pansy convenciese a Granger de ir a la Casa de los Gritos, aunque sólo fuese para meterse a la sala de requerimientos y lanzarle maldiciones avanzadas a uno de los muñecos de madera, que no necesitarían hasta que los EXTASIS estuviesen a la vuelta de la esquina, y siendo noviembre, el tiempo era lo único que les sobraba todavía.

Al menos, al resto sí.

Se restregó los ojos, apoyó los codos en el borde de la mesa, y se obligó a alzarse, el rostro recargado en las palmas. Regulus continuaba tranquilo, ajeno a él en apariencia. Era un buen actor.

A finales de septiembre, le había llegado una carta en que le explicaba que tenía que empezar a asumir algunos de los deberes del heredero Black, ya que era mayor de edad. No fue una sorpresa; sin embargo, tenía la tonta esperanza de que pudiese retrasarse un poco más. No creía que pidiese demasiado.

Pero debió saber que no sería posible. Así era cómo funciona el mundo al que pertenecían.

Jacint prácticamente huía de su Legado y apenas pasaba por la casa de su familia desde hace meses, Pansy tendría que permanecer cerca del Vivero un tiempo, mientras este se acostumbraba a Longbottom. Oh. Longbottom. Todavía no le agradecía. Jamás lo hubiese hecho en una circunstancia normal, pero aquello era diferente.

Merlín, tenía que admitir que aquello lo ameritaba. Lo que haría por su Pansy era la digna decisión de un Gryffindor.

Y Draco, bueno, no podía salvarse de las cargas que, una a una, le eran puestas sobre los hombros. Su madre cada vez le pedía más opiniones respecto al manejo de la Mansión y demás bienes Malfoy, que sólo administraría hasta que él pudiese tomar su lugar como era debido. Regulus lo quería ahí, en Nyx, cuando tuviese tiempo.

Si Lucius hubiese estado libre…

Por mucho que extrañase a su padre, esa figura imponente, elegante, difusa, que habitaba en sus memorias y no volvería a ser igual, no quería imaginarse la presión extra que tendría si estuviese allí para verlo convertirse en su heredero.

Le gustaba creer que estaría orgulloso. A la vez, era consciente de que le exigiría incluso más.

Y la verdad era que estaba cansándose.

Desde la llegada de la carta, junto a un permiso que se le pedía al Jefe de Casa y el director, que tanto Dumbledore como Snape firmaron, los sábados en la mañana, nada más tomar el desayuno, se dirigía a la chimenea de las mazmorras y hacia Nyx. No regresaba, con suerte, hasta la hora de la cena. Más de una vez pasó la noche allí, después de haberle avisado a su padrino a través del flu; entonces no pisaba Hogwarts hasta el domingo en la tarde.

Regulus le daba total acceso a la biblioteca y se inclinaba sobre su hombro cuando lo veía escribir, ofreciéndose a ayudarle si tenía dificultades en alguna tarea. Dadas las horas libres con que contaban los del último curso y su hábito de terminarlas pronto, por lo general, lo atrapaba escribiendo alguna nota para Harry y comenzaba a quejarse, arrancándole carcajadas a su primo.

El resto del tiempo, lo hacía revisar documentos, redactar cartas, memorizar más y más, y más. Cuando creía que lo podía dar por terminado y que sería capaz de llamarse a sí mismo Black sin dudar, aparecía otro rollo de pergamino, una fotografía, un libro. Regulus lo miraba con una expresión de disculpa demasiado obvia, que parecía decirle "sé cómo te sientes y lo cambiaría si pudiese, pero no sé cómo hacerlo". Él no podía culparlo, no podía enojarse.

Algún día, esperaba que en una considerable cantidad de años, él tendría que lidiar también con enseñar a su heredero. Ahí, suponía, comprendería lo que sintió Regulus al verlo soltar una pesada exhalación y preguntar si podían hacer una pausa. Estando en su situación, era más que probable que también asintiese y enrollase el pergamino en que trabajaba.

—Voy a pedirle algo de té a Kreacher, ¿quieres? —Regulus tenía una forma de hablar extraña, nunca se le quitaba esa idea de la cabeza. Era como si le hubiesen dicho que sus palabras debían sonar como una especie de comando, y al mismo tiempo, se hubiese acostumbrado a oírlas como si pidiese perdón por cada mínimo sonido que emitía. Como si lo hubiesen obligado a dirigir, estando oprimido.

Por lo que sabía de los Black, no era una interpretación tan errada.

Asintió de forma vaga, casi un cabeceo.

—Con leche y azúcar.

—Con leche y azúcar —repitió, a manera de afirmación, con ese deje divertido que tenía para recordarlo. No sabía qué le hacía tanta gracia, pero tampoco se molestaba en descubrirlo.

El plop le avisó del elfo que venía y se iba, después del leve murmullo que era la voz de su primo. Regulus se puso de pie, se estiró por debajo de la gruesa túnica llena de símbolos antiguos, y caminó hacia la ventana, como de costumbre, para dar un vistazo hacia afuera. A veces se preguntaba si estaría esperando a alguien, permanentemente.

Draco volvió a restregarse los ojos. Ante él, una pila de documentos revisados se amontonaba, desde el nivel de la mesa hasta la altura de sus hombros, el primer bote de tinta se acabó, el segundo estaba recién destapado, lo que le quedaba por leer aún era bastante para que temiese no volver esa noche al castillo. Supuso que sus ilusiones de dormir con Harry, otra vez, tendrían que ser dejadas en el olvido.

Los Black no contaban con tantas propiedades como otras familias sangrepura. No poseían viveros, construcciones para instalar criaturas mágicas, o una nómina de personal que los cuidase, como los Parkinson, ni estructuras antiguas perdidas en medio de la nada, consideradas leyendas, que no se llevaban ni una décima de una fortuna decente en manutención, como los Potter. Tampoco invertían sus galeones en producción y distribución, como el caso de los Lovegood con su revista El Quisquilloso, y en definitiva, no tenían nada en común con los Weasley.

Ellos dividían la fortuna en cámaras de Gringotts, dispersas, bajo diferentes nombres y condiciones para acceder. En general, cada una estaba destinada a cumplir una función específica, y de estas, había por montones en los registros familiares. El apellido de su madre aparecía en la industria de telas, tejidos y túnicas, zapatos, varitas, imprenta, locales del Callejón Diagón y otros recónditos lugares de la comunidad mágica a los que los muggles no podían aspirar a entrar, en los Departamentos del Ministerio, escobas y equipo de Quidditch.

A la larga, era más sencillo decir en dónde no estaban los Black que donde sí. Familiares muertos manejaron diferentes puntos de vista, resoluciones e ideas, que al morir, retornaban a las manos del heredero de la línea principal, lo que dejaba a Regulus en medio de la telaraña de deberes más grande, intrincada e innecesariamente confusa que podía imaginarse. Sin contar que su primo, en lo que debía ser lo más cercano a un acto de rebeldía contra sus padres, había adquirido una botica con la que ingresó a los Black al mundo de los pocionistas, y en varias obras de caridad, como las ayudas económicas al área de Enfermedades Mentales de San Mungo y contribuciones a grupos experimentales de magia que no solían retribuir nada más allá del respectivo crédito y agradecimientos.

Draco debía conocer hasta el más mínimo detalle del origen de cada galeón y qué se haría con este más adelante.

Era una mierda. No tenía otra forma de definirlo.

En momentos como ese, cuando se obligaba a recordar por qué lo hacía ("eres un sangrepura, Draco, mantienes un Legado, es un honor"), había adoptado el hábito de echar la cabeza hacia atrás, recargarse en el respaldo de la silla, y observar al dragón de puntos brillantes que lo seguía por toda la casa. Una de las características que más le gustaba de Nyx era que las constelaciones reconocían a aquellos magos de sangre Black, y cada uno era buscado por la suya.

Del mismo modo en que Draco lo perseguía, se enroscaba sobre su cabeza, brillaba más cerca de él, Leo se la pasaba rondando alrededor de Regulus, cuyo nombre provenía de la estrella más notoria de dicha constelación.

Era como vivir en una casa hecha para ellos, como si la magia los envolviese, les diese la bienvenida, los arrullase.

Nyx era, posiblemente, el lugar más precioso que había visitado en su vida. Sin los muebles costosos, sin los lujos, sin los jardines amplios y los animales que eran mascotas exóticas. Nada se comparaba a la familiaridad que lo invadía con esas líneas luminosas que se dibujaban a su paso, que lo regresaban a su cuarto en la Mansión cuando era niño y se quedaba mirando el techo de estrellas, que reaccionaban a su presencia por naturaleza.

Como si no hubiese otro lugar para él.

Regulus le explicó que la magia de Nyx producía un efecto similar en cualquiera que llevase la sangre Black. A Draco le gustaba pensar que era más personal que eso.

De ser capaz de comenzar de cero, habría elegido vivir ahí.

Cerró los ojos con otra pesada exhalación. Los músculos, uno a uno, abandonando la tensión acumulada. Le dolía la espalda por la rígida postura que tenía que adoptar, el cuello por tanto girar en busca del pergamino adecuado, la muñeca de escribir; estaba prohibido utilizar vuelaplumas, era considerado una falta de respeto hacia el destinatario de las cartas o la causa del documento. Tenía la vista cansada de ver las mismas letras de caligrafía estilizada que nunca odió tanto como entonces. Las sienes le palpitaban.

Volvía a estar erguido en el asiento, atento y tan relajado como le era posible, cuando Regulus caminó de vuelta desde uno de los ventanales. Su primo se detuvo junto a la mesa, lo observó un momento, y le mostró lo más similar a una sonrisa que había tenido desde que lo vio llegar.

—Hoy deberías irte temprano.

—¿Estás tan viejo que ya necesitas lentes? —apuntó la pila sin terminar con la varita, que era más un accesorio que un artefacto útil cuando estaba allí—. Eso es lo que me falta.

—No te puedo pedir que hagas en un día lo que yo he hecho por veinte años, Draco.

Nunca sabía bien cómo reaccionar cuando utilizaba ese tono. De por sí, hablar con él era como un viaje impredecible por el mismo sendero, una y otra vez, siempre con una sorpresa en algún punto; si hacía parecer que le seguía pidiendo disculpas, Draco se desesperaba.

El idiota de Regulus no había hecho nada malo.

—Si no lo hago hoy, lo haré mañana, y si no, la otra semana-

—Tal vez la otra semana no deberías venir —opinó, en voz baja. Draco parpadeó y luego arrugó el entrecejo.

—Estoy seguro de que no me he equivocado en nada.

—No, no lo has hecho —su primo arrastró la silla para tomar asiento, media fracción de segundo antes de que el plop de Kreacher, que se inclinaba en reverencias tales que su nariz golpeaba el suelo, y los colmaba de halagos, volviese. El elfo levitó la tetera y tazas hacia ellos, les dejó un plato de galletas de vainilla en el centro de la mesa, flotando, para que ni una migaja tocase los papeles o la tinta. Luego volvió a desaparecer; el silencio, por un rato, apenas fue interrumpido por Regulus comiéndose una galleta—. Cuando tenía tu edad, pensaba que no había nada más aburrido en el mundo que pasarme un fin de semana haciendo esto, en lugar de estar metido en el laboratorio con Sev.

Aquello lo descolocó un poco. Se tomó su tiempo para darle un sorbo al té —el té de Kreacher era otra de sus cosas favoritas de acompañar a su primo—, y seleccionar una galleta de entre la montaña de bordes perfectamente delineados.

—Creí que te había puesto una maldición de lengua enredada para que no fueses a mencionar su nombre, o algo así —Regulus estrechó los ojos en su dirección por unos instantes.

—Esos nunca han sido temas para discutir con un niño.

Fue el turno de Draco de entrecerrar los ojos. Su primo sonrió a medias, sobre el borde de la taza.

Le llevó un momento, y otra galleta, decidirse por preguntar.

—¿Alguna vez pensaste en abandonar? —Regulus parpadeó hacia él, extrañado—. La herencia, el Legado. La familia.

—¿Cómo podía abandonar a mi familia, cuando madre decía necesitarme después de que Sirius se fue de casa?

Él asintió, en silencio. Quizás no sonase del todo convincente, quizás alguien más preguntaría; Draco no. Lo entendía. Hubiese reaccionado de la misma manera, estaba seguro.

—¿Tú lo has pensado? —le devolvió la pregunta. Su reacción fue instantánea, firme.

—Nunca —luego vino la vacilación, la duda que lo asaltaba y lo hizo masticar de más el borde de la galleta, mientras sopesaba sus palabras. Regulus se lo permitió, paciente, sereno, como si ya supiese de antemano que vendría algo similar—. Sólo quisiera retrasarlo un poco.

—No debe ser fácil tener que quedarse en la Mansión hasta que el Legado te conceda permiso.

—Un año —puntualizó, con el ceño fruncido—, es lo que le dieron a padre y a mi abuelo. A veces es más, a veces menos. Todo dependerá de mí, supongo. Tenía esperanzas de que no fuese necesario, los registros dicen que una vez no lo hicieron con uno…pero cada día pienso que es tonto esperar que sean así de considerados, tomando en cuenta que no me puedo rehusar a sus condiciones, después de haber conseguido el don.

Cuando el puesto se tomaba por completo, cuando el heredero se entregaba al Legado Malfoy, no podía pasar más de ciertas horas fuera de la Mansión, hasta que los procesos mágicos e inexplicables que se llevaban a cabo dentro, se hubiesen ajustado. Las consecuencias variaban y eran impredecibles. Por ese tiempo, el heredero no solía estudiar ni trabajar; en su mayoría, se limitaba a cumplir deberes familiares desde el despacho instalado allí.

—¿Él lo sabe?

A Draco le hubiese gustado poder enojarse porque diese justo en el punto clave, el que más le preocupaba.

Negó. Regulus emitió un largo "hm", haciendo girar una galleta a medio comer entre sus dedos.

—Te lo dije: se me ocurrió que no sería…necesario. Es una idea tonta, ya sé.

—Dijiste que podías retrasarlo un poco, ¿Cissy no te iba a ayudar?

—Podrían darme unos meses cuando haya salido de Hogwarts —se encogió de hombros—, un año, dos tal vez, si insisto. La magia del castillo lo evita por sí mismo, pero como soy mayor de edad ahora, tengo que ir con el Legado, justificarme. Sino, en cualquier momento podría hacerme el llamado, arrastrarme allí, y quién sabe cuánto tiempo tomaría para que pueda llevar una vida normal.

—Escuché que Lucius estuvo fuera demasiado tiempo una vez cuando le tocó su año de adaptación. Cissy estaba horrorizada cuando se enteró de lo que le pasó.

El mago dejó las palabras en el aire, a propósito. Draco se limitó a asentir.

—Nunca me habló de eso. No son temas para discutir con un niño —le regresó sus propias palabras, lo que lo hizo sonreír y asentir.

—Al menos usas la cabeza, aunque seas un gusarajo.

Estaba a punto de replicarle, cuando vio que le pedía silencio con un gesto. Se cruzó de brazos, lo observó terminar el contenido de su taza, y deslizar un sobre fuera de la manga de su túnica. Se lo extendió.

—¿Qué es? —cuando Draco lo examinó, sin tomarlo, el mago rodó los ojos.

—Es un obsequio, tómalo.

Tiró de la cadena del Apuntador, comprobó la fecha que ya sabía que era, y frunció el ceño. No era un día especial.

—¿Bajo qué concepto? —inquirió, al recibirlo. Lo volteó entre sus manos; nada importante. Era un simple sobre, sin sello de cera, remitente o destinatario. Supuso que no se trataba de una carta.

—De acuerdo, suficientes deberes para ti por hoy —Regulus lo sorprendió al desvanecer todos los documentos sobre la mesa con un barrido mágico y un simple movimiento de muñeca. Se apoyó en el borde, claramente divertido por su expresión estupefacta—. No quiero cartas de Severus diciéndome que el tiempo conmigo te está convirtiendo en un pequeño Abraxas Malfoy.

Draco boqueó, incrédulo. Luego soltó un bufido de risa y meneó la cabeza.

—Sabía que se hablaban todavía —lo señaló, de forma tan acusadora como podía, con el sobre.

—No son temas para tratar con niños —repitió, instándolo a abrir el sobre con un gesto. Él resopló y lo hizo.

Dentro, contenía un par de rollos de pergamino con letra de imprenta. Leyó el primero con un rápido vistazo, pero se detuvo a la mitad, levantó la cabeza hacia su primo, que lo observaba con una débil sonrisa, volvió a revisarlo desde el comienzo. Después abrió el otro e hizo lo mismo.

—¿Por qué…?

—Bien, voy a admitir que sí he intercambiado algo de correspondencia con Severus los últimos años. Estos meses, en especial, conversamos bastante sobre ti —Draco no podía hacer más que mirarlo con la boca abierta, en una postura muy poco digna, pero no podría haberle importado menos—. Me estuvo hablando de lo que era tu…habilidad, que luego discutí con Andrómeda y su hija, del programa de dragones, y me envió una copia de tus calificaciones.

No pudo evitar soltar una exhalación incrédula.

—Eres peor que mi madre.

—Así que se me ocurrió que esto sería un detalle —siguió, como si no lo hubiese oído, titubeando en la última palabra— que podía compensar las horas que dedicas a esto, y tu casi-encierro en la Mansión en el futuro.

—Sabes que no lo necesito, ninguna de ellas —fue lo único que se le ocurrió decir, porque los agradecimientos no le saldrían, y las demás palabras se le atascaban por el aturdimiento.

Regulus le sonrió con el suficiente afecto para que se sintiese mal por no haber pensado en otra respuesta.

—Me hubiese gustado que alguien hiciera una cosa así por mí cuando era joven. Y tú te lo mereces.

Volvió la mirada hacia el par de pergaminos extendidos frente a él.

El primero era el documento, tramitado por el Ministerio mismo, que dejaba la Casa de los Gritos a su nombre y disposición; era tan absurdo que podría haberse reído, porque no podía creer que se la diese luego de haberle contado sobre el club de duelos en varias oportunidades. El segundo era una notificación de Gringotts sobre la nueva cámara que había sido abierta para él, con una simple nota, en la caligrafía cursiva de su primo, al pie de página:

"Sal de Gran Bretaña mientras puedas; no quiero que dejes de viajar hasta que el dinero de esta cámara se haya acabado, o tu Legado te llame a volver.

-R. A. B."

Por el monto que aparecía en un costado del papel, podría haberse pasado cinco años de lujos por el mundo, sin tener que reunir un solo knut, y aún le quedaría.

—Severus me dijo que presentaste tus TIMO's como cualquiera, pero no estabas seguro de qué hacer para los EXTASIS, porque sabes que entregarte al Legado significará una pausa en tu vida, en general —Regulus se recargó en la orilla de la mesa, con los codos flexionados—. Sólo pretendo que no te sea tan difícil y-

Pero Draco no sabría qué lo motivaba, porque eligió ese momento para empujar la silla hacia atrás y levantarse. Rodeó la mesa, bajo la mirada sorprendida de su primo, y lo abrazó.

Regulus se tardó medio segundo en reaccionar. Se rio. Cuando hizo ademán de apartarse, su primo lo estrechó con fuerza suficiente para arrancarle un quejido y hacer que se balancease hacia los lados.

—Sigues siendo un horrible escarbato —murmuró contra su cabello, al ver que era inútil quejarse para ser liberado.

—Y tú eres un gusarajo, que no te quede duda.

—Regulus —le contestó un "¿hm?" cuando lo sujetó de los hombros—, demasiado afecto por un día. No seas Puff.

Su primo, en cambio, decidió probar suerte respecto a si podía alzarlo, haciéndolo gritar, retorcerse, hasta que los dos se cayeron y golpearon la mesa. Draco le lanzó una maldición piernas de gelatina, se puso de pie, se alisó los pliegues de la ropa, luego volvió a sentarse para comer otra galleta, dejándolo ahí, a pesar de sus falsas quejas. Regulus se reía en medio de los fingidos lamentos.

0—

Cuando volviese a Hogwarts esa noche, lo primero que haría sería dirigirse al Gran Comedor durante la cena, hacerse un espacio en la mesa de Slytherin, y tirar de uno de los brazos de su novio para que le prestase atención.

—¿Por qué no atrasas tus estudios unos meses y vamos a viajar por el mundo cuando nos graduemos?

Al oírlo, Harry se ahogó con el jugo de calabaza y empezó a toser.

—¿Qué? —fue lo único que atinó a balbucear después de recuperarse, todavía obligado a carraspear para que la voz le saliese. Notó que Lep estaba en su regazo, porque lo dejó a su cuidado esa mañana; el conejo asomaba la cabeza por debajo de la mesa para saludarlo.

—Piénsalo —Draco se encogió de hombros. Procedió a cenar, como si no acabase de sorprenderlo con esa propuesta. Bajo el nivel de la mesa y sobre los bancos, unió una de sus manos a la de Harry y entrelazó los dedos—. Sería lindo —argumentó, en un susurro.

Harry no hizo más que boquear por unos segundos, para después recargar el rostro en su palma libre, y observarlo comer, como si se preguntase si había perdido la cabeza o hablaba en serio. En respuesta, Draco le guiñó y dio un leve apretón a sus manos unidas.

Lo escuchó soltar un repentino bufido de risa. Luego sintió que le devolvía el apretón.


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