Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Luz de luna por BocaDeSerpiente

[Reviews - 24]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Capítulo setenta y seis: De cuando Severus se está vengando, Draco intenta ser un buen amigo, y Ron se queja de que su mejor amigo y su novio se besen en la puerta del apartamento

—Puedes bajar ahora.

El gorro puntiagudo del Alfi se sacudió en el extremo, doblándose hacia adelante y luego hacia atrás, cuando este asintió. Saltó de la mesa a una de las sillas, y de la misma al suelo, después permaneció rondando en torno a los pies de Draco.

—¿Qué crees que pase si mezclo Amortentia, veritaserum y bocazas?

Arrugó el entrecejo cuando escuchó la pregunta. Con ambas manos cubiertas por guantes antimagia, reforzados con piel de dragón, sostuvo la esfera de magia maleable, y la colocó en el cuadrado blanco, lleno de compartimientos más pequeños. Su lugar vacío era el único que aún le quedaba, hasta que la puso.

—La Amortentia seguirá cumpliendo su función de crearle un enamoramiento obsesivo y falso, y esa se convertirá en su verdad, así que el veritaserum hará que el bocazas hable de más acerca del motivo de su obsesión, el mago o bruja que le dio la Amortentia, y supongo que no revelaría secretos como tal, a menos que alguien le hiciese muy, muy buenas preguntas —Draco dio un vistazo rápido por encima del hombro. Al percatarse de cierto detalle, lo volvió a hacer, luego se dio la vuelta y se cruzó de brazos, apoyando la cadera contra el borde de la mesa—. Harry James Potter, dime que no acabas de hacerme una pregunta de tus cuestionarios de la Academia.

Su novio le sonrió con aparente inocencia, gesto que se convirtió en una carcajada cuando Draco estrechó los ojos.

—¡La había contestado antes de preguntar, lo juro! Sólo estaba- ya sabes, comparando resultados —Harry asintió varias veces, con una solemnidad tan bien fingida que podría habérselo creído, tratándose de alguien más.

Volvían a encontrarse dentro de la biblioteca de la Mansión. El lugar estaba sumido en un silencio tranquilo, apenas interrumpido por sus voces cuando intercambiaban murmullos, y alguna que otra risa ocasional que provenía del jardín y se colaba por la ventana, allá donde Teddy Black-Lupin disfrutaba de la primavera en su auge, persiguiendo a los pavos albinos como en su día hicieron ellos. A Harry se le acumularon las tareas por pasar más tiempo con él de lo que debía en los últimos días, Sirius le rogó que cuidase del niño; aquel era el resultado de un día ajetreado.

El estudiante de Inefable estaba tendido en el alféizar de la ventana, desde donde tenía un panorama completo de esa zona del jardín y una vista perfecta de Teddy y sus aventuras de cazador de pavos. Con una pierna ligeramente flexionada hacia el pecho, el cuestionario de varios metros de pergamino apoyado contra esta; lo doblaba y estiraba a medida que lo completaba, para que no estorbase, así que era imposible predecir cuánto le faltaba para terminar.

Draco, en cambio, intentaba resolver el mayor dilema de su investigación, antes de que tuviese que reunirse con su compañera. Los documentos apilados, los libros abiertos que levitaban a su alrededor, en espera de una indicación para acercarse y revelarle el contenido de sus páginas, las vuelaplumas listas para anotar, que llevase los lentes de laboratorio y los guantes, lo demostraban.

—¿Y qué fue lo que contestaste ? —replicó, sin dejar de observarlo de manera reprobatoria. Harry esbozó otra sonrisa, más vacilante.

—¿Lo mismo? —probó suerte. Cuando estaba por reprenderlo, él soltó la pluma y empezó a gesticular para explicarse:—. ¡Es lógico, Draco! El veritaserum puede ser sorteado cuando el mago o bruja piensa que un hecho ocurrió de cierta manera, aunque no haya sido así, porque es la verdad que tiene dentro de su cabeza, ¿cierto? Entonces- si hay algo en su cabeza que cambie esa verdad, el veritaserum tendría que tomarla como la real, y el bocazas no hace más que obligarlos a soltar todo lo que les pase por la cabeza, que en ese caso, sería sobre la persona que- ¿por qué me miras así? —se interrumpió para fruncirle el ceño. Fue el turno de Draco de sonreír.

—Adoro cuando te comportas como un futuro Inefable —recordó, guiñándole. Harry boqueó, indignado, y sólo atinó a girar la muñeca, lo que envió uno de los cojines del alféizar contra su novio; por supuesto que lo esquivó sin dificultad, pero la protesta fue llevada a cabo, de cualquier modo.

—Tu futuro Inefable está por terminar dos metros completos de preguntas extrañas por aquí, ¿sabes? Deberías estar prometiéndome una recompensa en besos por cada minuto que he desperdiciado sentado con este pergamino...

Draco se echó a reír y él rodó los ojos, pero su expresión estaba relajada.

—Te llevas mejor con la parte práctica, pero la teoría es importante, lo sabes.

Harry soltó un dramático quejido, sosteniéndose el rostro e inclinándose hacia adelante, como si se retorciese por el dolor de una fuerza invisible aplicada sobre su cabeza.

—Los Inefables cruzan la línea —juró, en tono bajo. Sólo para probarle el punto, recogió su cuestionario y le dio un vistazo, hasta dar con algo que debió convencerlo. Draco se preparó para oír cualquier locura que pudiese salir de su boca—. Escucha esto: situación hipotética número 123-C. En una habitación de 4x4, con paredes antiaparición, no hay una puerta, no hay ventanas. No hay ningún objeto, ni una forma en que un mago pueda entrar o salir. Es a prueba de hechizos, no puede ser derribada ni atravesada, y sin embargo, contiene una pequeña masa de agua que se arremolina —Harry elevó las cejas, como diciéndole "arremolina, ¿oíste eso? Se arremolina, pff"— en el centro, y por el que un kelpie se ha colado. Cuando la habitación fue construida, la criatura no estuvo ahí dentro, y su estado de salud demuestra que ha comido y se ha ejercitado de acuerdo a sus necesidades, a pesar de que el espacio es demasiado reducido para que pueda estirarse y es el único ser viviente allí. Haz una teoría al respecto y justifica.

Draco emitió un breve "hm", mientras veía al Alfi jugar con el borde de su pantalón.

—¿Qué pusiste ahí? —quiso asegurarse de que no escribiría lo que le decía. Harry rodó los ojos al notarlo.

—El kelpie no está ahí —leyó del pergamino, después procedió a explicarle con más detalle:—. Por su tamaño y condición, no cabría si no es encogido al pasar, pero el lugar lo impide porque es a prueba de magia y no hay quien lo haga; los kelpies no poseen esas propiedades mágicas. Mi teoría es que- bueno, ¿recuerdas el cuarto secreto del espejo de Oesed? —Draco asintió—. Hay una conexión entre la superficie del agua y un espacio que está por fuera del cuarto. El kelpie se encuentra allí dentro. En determinadas circunstancias, puede observarse y pareciera que se halla en la habitación, cuando no es así.

Draco le aplaudió el esfuerzo. Él sonrió, un poco avergonzado.

—Yo diría algo más simple —mencionó, encogiéndose de hombros. Harry mordisqueó su pluma y elevó una ceja, pidiendo detalles en silencio—. Hay una teoría en que trabaja uno de los Inventores, nos la presentó en la reunión del jueves por holoilusores; asegura que todas las masas de agua del mundo, mientras tengan propiedades mágicas, están conectadas, y las criaturas pueden viajar a través de ellas.

—Así el kelpie sería real y estaría allí, pero no siempre —Harry asintió al captar el punto y dio otra ojeada a su cuestionario—. Lo tendré en cuenta. ¿Ya probó la teoría?

—La probó con ayuda de una sirena irlandesa, las que son bonitas, sí, esas —Draco le restó importancia con un gesto—, pero ahora intenta un hechizo que logre que un mago pueda utilizar esos túneles interconectados por el mundo. Eliminaría el uso de trasladores, sería gratis, cada quien podría hacerlo y reduciría el tiempo de viaje.

—Suena a algo muy bien pensado.

—Hacen cosas fantásticas a veces.

Al girarse para revisar que las esferas continuasen estables, no se percató de que Harry sonreía mirándolo.

—Tú también estás haciendo algo bastante genial. ¿Cómo vas con eso?

Hubo un sonido de arrastre, luego su voz se oía mucho más cerca.

Draco volvió el rostro justo cuando Harry se inclinaba por encima de su hombro, con un ligero sobresalto. Aún no se había acostumbrado a esa táctica de acercamiento sigiloso que los Inefables practicaban poco antes de llegar a la mitad del entrenamiento completo en La Torre; a él se le daba bien hacerlo, sus pasos ya no sonaban jamás.

Suspiró y negó.

—No tenemos la solución todavía, si eso preguntas.

—¿Ninguna idea?

Cuando lo envolvió con un brazo, por reflejo, Draco se recargó en su pecho, sin dejar de observar las esferas.

—El funcionamiento de la magia ancestral es lo más raro que he visto. Estas reaccionan bien a mí porque encuentran una conexión entre el Museo, los Potter y yo —para demostrárselo, tendió una mano con la palma hacia arriba, casi a modo de invitación. Una de las esferas surgió del cubo para levitar sobre su guante, y se dejó encerrar entre sus dedos—. Los Alfis son recipientes de magia pura y todos me han dado pequeñas muestras de energía que condensar para las pruebas; son útiles aquí, pero cuando ella las lleva al laboratorio e intenta conseguir una solución, una poción, algún polvo, algo que contrarreste la maldición Greengrass…

Volvió a sacudir la cabeza.

 que vas a conseguir algo —Harry le besó la parte de atrás del cuello. Él se encogió un poco, con un débil y falso quejido.

—Creo que tendré que gastarme dos horas de libertad para acercarme al Legado Greengrass y ver si podemos conseguir alguna pista más acertada de ahí. Esto tampoco dice mucho sobre el proceso, sólo las formas en que podría quitarse con el hechizo correcto, medimagia; teorías, en resumen —abarcó los pergaminos que rodeaban la mesa con un gesto y dejó caer los hombros.

—Y si- —lo vio de reojo, él titubeó—, no sé, es sólo una opción —Draco le hizo un gesto para que continuase—. ¿Y si…en lugar de quitarla, la reemplazan?

Reemplazar.

Reemplazar una maldición. Draco arrugó el entrecejo y se dio la vuelta entre sus brazos.

—A ver, querido Inefable, cuéntame qué teoría tienes sobre eso —lo alentó, pasándole los brazos sobre los hombros.

—No tengo nada preciso —aclaró, vacilante— y no sé si sea posible ni siquiera, Draco, apenas conozco lo que hacen-

—Intenta. Confío en tus ideas.

Harry se mordió el labio inferior y frunció el ceño durante varios segundos. Él le acarició las mejillas, repasándole la línea de la mandíbula con especial cuidado.

—Bien —Harry liberó una pesada exhalación, dio un nervioso vistazo alrededor, y se tomó un instante más para empezar—. La maldición Greengrass afecta a las mujeres de la familia. El Legado toma a estas mujeres, porque tiene preferencia sobre los hombres, y considera que deben atarse a ciertos deberes, ¿sí? —Draco asintió para hacerle saber que iba bien en su interpretación—. ¿Cómo funciona?

—Todas las mujeres Greengrass nacen siendo infértiles y el Legado les da la posibilidad de tener herederos, a cambio de que su cuerpo se deteriore y enferme, hasta que mueren.

Aquello lo tenían claro Daphne y él, incluso antes de comprobar ciertos aspectos entre las notas de su difunta tía.

—Así que el Legado elige quién tiene hijos y quién no, y cuándo mueren por eso. Y puedes curarlas cuando enferman al tenerlos, o prevenir la enfermedad, ¿pero puedes quitarles su Legado? —Draco arrugó el entrecejo al oírlo, lo que lo hizo carraspear—. Digo, es- por ejemplo, tu Legado atrasó el momento de tomarte porque lo arreglaste así, pero entonces te iba a arrastrar aquí, desde el otro lado del mundo, si era necesario. Es una magia demasiado vieja y poderosa. Puedes hacer algo ahora, pero en otro momento, su Legado va a deterior a cualquier mujer Greengrass igual, ¿no es cierto?

—A menos que hayan pagado su precio de otro modo —, Draco podía ver el panorama que le presentaba—. Pero cuál, ese es-

—¿Por qué se enferman? —inquirió Harry, dando un paso lejos. Tenía esa expresión que solía poner cuando trazaba un plan para el siguiente juego de Quidditch Slytherin-Gryffindor. Draco no pudo hacer más que verlo invocar otro pergamino y una vuelapluma, que flotaron junto a él, a medida que ladeaba la cabeza y parecía tener un debate consigo mismo—. Algo así, creo- no- podría funcionar, es- mira esto.

De pronto, estaba detrás de él, las manos sobre sus hombros, y lo hizo posicionarse frente al pergamino flotante.

—Esta es una de las primeras cosas que te hacen memorizar en La Torre —indicó, un poco avergonzado—. Plateado —se refería a la esfera de la que brotaba la voz del profesor de turno; así le llamaban, a falta de nombre de los magos o brujas— dice que es la fórmula del por qué. Qué hace, cuándo lo hace, cómo lo hace. El triángulo perfecto, bien contestado, te da el por qué en el centro.

La vuelapluma todavía escribía, mientras él hablaba. La cúspide del triángulo tenía un "Qué hace: Deteriora el cuerpo y enferma". "Cuándo: después de que tienen a sus hijos" estaba a la izquierda, y a la derecha, "Cómo: maldición de sangre + Legado familiar. Magia ancestral".

Draco lo releyó un par de veces, para sí mismo y en voz alta. La idea fue un destello fugaz, instantáneo, un clic para el que no estaba preparado y lo hizo saltar.

—Es nacer. No es concebir, es nacer. Es cuando nacen- ¡Merlín! —Draco ahogó un grito y se dio la vuelta, para atrapar las mejillas de su novio y besarlo. Se rio ante su cara de desconcierto—. Harry James Potter, estoy jodidamente orgulloso de ti. Voy a pasarme el resto de mi vida diciendo que tengo al Inefable más increíble de todos.

El rostro de Harry se tiñó de un sutil rosa al escucharlo, lo que lo llenó de ternura y fue causante de que le besase ambas mejillas.

—¿Ahora qué dije? —Harry rehuía de su mirada desde que el término "orgulloso" salió a colación. Draco le estampó un último beso y se volvió hacia sus pergaminos, sacando uno para repetir el triángulo, con una ligera diferencia.

—Concebir, biológicamente, implica el momento en que el niño está dentro del vientre de su madre, el primer instante, con la fecundación. Ellas no enferman durante el embarazo, sino después, puede que incluso años después, ¿comprendes? Es su precio. Son los niños, no son ellas. Daphne se equivocó, su tía se equivocó, los Greengrass- —soltó una exhalación temblorosa y lo apuntó con una de sus plumas. Harry elevó las cejas—. Todas las mujeres Greengrass son infértiles de nacimiento, ¿lo captas?

—Sí —Harry hizo un esfuerzo por no lucir tan desorientado—, ya me lo dijiste.

—Pero son completamente sanas durante el embarazo, ¿no entiendes? Las Greengrass siguen siendo infértiles. No pueden pedir hijos a su Legado porque un trato no es aceptable, porque su Legado no las afecta a ellas directamente. El Legado toma al niño que llevan en el vientre, el Legado provoca que sea posible que alguien infértil lo tenga, pero este, al salir, siempre será una persona independiente y la magia ancestral cambia de dirección; entonces no afecta al niño recién nacido, lo utiliza de detonante —habló demasiado rápido y se forzó a hacer una pausa al llegar a ese punto, para tomar una bocanada de aire y asegurarse de que la vuelapluma anotó cada palabra de lo que decía—. Es tan obvio que no sé cómo no lo vi. Son los niños los que causan la maldición. Ellos son la clave, sus madres no enferman hasta después de que los tienen en brazos.

—Es un poco…duro pensar que un niño enferma a su madre, apenas nace.

Draco sacudió una mano para restarle importancia.

—Hay que ser prácticos, no tener cuidado con sentimentalismos. Ellos son su detonante, la maldición jamás cae sobre ellas si no tienen al menos un hijo a lo largo de su vida; esto quiere decir que, si hubiese una manera de cambiarlo, de reemplazarlo, de que no las afecte al momento de tenerlos…

Bajó la voz, despacio, conforme percibió una vibración inusual en las barreras, que le hizo buscar con la mirada alrededor de la biblioteca, hasta que la puerta principal se abrió y una pequeña cabeza negra y despeinada, que imitaba a la de Harry, se asomó. Teddy les sonrió al saber que fue descubierto; corrió hacia ellos, abrazándose a las piernas de uno, luego del otro, llamándolos "tío" a ambos, a Harry porque Sirius le enseñó a decirle así, y a Draco, porque el mismo Teddy decidió que era su tío, desde que vio que besaba a Harry, igual que dadfoot y moomy, según él.

—¡Tío Daco, tío Daco!

No, todavía las 'r' eran una tarea insuperable para el Teddy de tres años, pero se trataba de una misión en progreso. Él intentaba corregirlo cada vez que lo escuchaba, porque sólo Remus lo hacía; Sirius y Harry lo encontraban adorable y ninguno le explicaba cómo debían sonar las palabras en realidad.

Esa vez, sin embargo, no fue capaz de decirle lo que tenía en mente, porque el niño tiró de su mano y señaló con ojos enormes hacia el pasillo por el que venía.

—¡Amigos del tío Daco! Estaba- estaba con los pavitos y los vi, venían buscándote —Draco le revolvió el cabello cuando le "avisó", lo que lo hizo sonreír. Luego le pidió que fuese con Harry. Estaba por sacar la varita para ver quién estaba allí y no se le ocurría pasar, cuando otra cabeza se asomó.

A pesar de que el chico tenía una sonrisa de disculpa, Draco le frunció el ceño y arrojó un libro en su dirección, con un movimiento de varita. Harry dio un brinco y puso a Teddy detrás de él, por reflejo.

—¿Qué…?

—Si te volviste a escapar de Hogwarts-

—¡Tengo permiso! —juró el adolescente, sacándose un pergamino doblado de la túnica y agitándolo en el aire con desesperación. Mientras lo hacía, una chica corrió hacia adentro para lanzarse sobre Draco, obligándolo a trastabillar para que no cayesen ambos—. Tengo permiso- el profesor Snape quería que…

—¡Guardián Malfoy! —Amber le chilló justo en el oído, aturdiéndolo, y plantó un sonoro beso en su mejilla. Cuando notó a Harry, el rostro se le iluminó por completo; al instante, era un torbellino de movimiento y color que se abalanzaba sobre él, colgándose de su cuello, riendo. Se notaba que le llevó unos segundos reconocer en la adolescente de dieciséis años a la niña de doce que tuvo bajo su cuidado— ¡están los dos, me preguntaba cuándo ibas a estar aquí también! ¡No los había visto juntos en años! ¡Harry, Harry, Harry, dime sobre la Academia y sobre…!

Dándole tirones a uno de los brazos de un sorprendido Harry, comenzó una lista interminable de preguntas, sin dejarle tiempo suficiente entre una y la otra para darle una respuesta decente. A ella no parecía importarle que no lo hiciese.

Draco se apretó el puente de la nariz.

—Tú —señaló a la chica. Amber cerró la boca de inmediato, dio un paso hacia atrás y relajó su expresión, adoptando una postura que sí era apta para una heredera sangrepura—, te sientas. Hablaré contigo después sobre por qué viniste también. Y tú —cambió de dirección. Sterling se encogió un poco, todavía desde el umbral de la puerta—, ven aquí y muéstrame ese permiso, y si Amber y tú volvieron a falsificar firmas, yo mismo los voy a llevar por flu a la oficina de Snape para que Filch los cuelgue de los tobillos, como tanto ha querido hacer desde que explotan cosas en cada clase.

El par de adolescentes empalideció ante la mención de su Jefe de Casa y el castigo. Obedientes y tan tranquilos que resultaba impensable que fuesen los mismos de un momento atrás, ambos siguieron las indicaciones.

Para su mala suerte, , la firma era real. Ni siquiera ellos sabían cómo hacer una falsificación que superase sus revelios. Todavía no.

Apuntó a una de las sillas y Sterling también se sentó, en silencio. Draco permaneció un instante con los brazos cruzados, después resopló y negó.

¿Quién lo mandó a contestar la primera carta, casi tres años atrás? De nuevo, estaba bastante seguro de que ciertas funciones de Guardián sólo debían durar un año. Si no les hubiese dado recomendaciones para encantamientos y pociones, Snape no los habría enviado con él cuando los hechizos de Amber fallaron, y todos los calderos de Sterling en Pociones Avanzadas estallaban. Decía no tener paciencia para más idioteces. No era como si Draco  la tuviese.

—Creo que Teddy y yo sobramos —Harry, al caer en cuenta de quiénes eran y qué hacían ahí, levantó al niño, le pidió que se despidiese de él agitando una mano, y se aproximó para besarle la mejilla—. Respira profundo y no lances maldiciones, son sólo niños —susurró, de manera que ni siquiera su ahijado podía escucharlo. Draco bufó.

—Quédate aquí si crees que es tan fácil soportarlos.

Su novio le mostró una amplia sonrisa, desde la puerta de la biblioteca. El pergamino de dos metros de su cuestionario, al igual que el resto de las pertenencias con que llegó, se metían al maletín que le colgaba del hombro, por sí solos.

—Yo no dije que  a ser su mentor.

Mentor era un término divertido, un eufemismo; la manera en que le guiñó le advertía que Harry lo sabía bien. Prometió regresar después y se marchó, llevándose al parlanchín Teddy con él.

La tranquilidad no le duró más de media fracción de segundo. Fue entonces cuando el par de adolescentes estallaron.

—¡Sterling se peleó con Peyton otra vez!

—¡Eso no tiene nada que ver con esto! ¡Yo no le conté que me colgaste del techo de la Sala Común!

—¡Él no tenía que saber eso!

—¡Pues tampoco tenía que saber sobre lo- lo de Peyton y- Peyton- eso!

—¡Es para que entres en razón!

—¡Entra en razón tú primero, con respecto a Nora y Brielle!

—¡Eso tampoco tiene nada que ver con esto!

—¡Tú empezaste…!

Cada día, comprendía más por qué la mala cara de Severus cuando él se metía a su oficina y le hablaba de sus dramas adolescentes. A veces, pensaba que esa era la forma de su padrino de vengarse.

Lanzó un silencio no verbal y se dispuso a acomodar sus papeles. Organizó los documentos de la investigación, de acuerdo a la nueva idea que se formaba dentro de su cabeza, puso a un lado los que ya podía descartar por inútiles, abrió una nueva carpeta, para los resultados que pensaba obtener de algunas pruebas con las esferas de magia, en el Museo, y una lista de libros que buscaría para darle consistencia al esquema mental que recién creaba.

Lep tiró del borde de su pantalón para capturar su atención; cuando lo miró, el conejo cabeceó hacia los chicos. Al darse la vuelta, descubrió que Amber no dejaba de protestar, aunque su voz no lo alcanzaba por el hechizo. Sterling tenía la cara enrojecida y los labios apretados. El candelabro del techo se sacudía.

Bendito Merlín.

Él no era así a su edad, ¿cierto?

—Suficiente —Draco arrojó un silencio, otro silencio. Los dos volvían a fijarse en él. Retiró el encantamiento que no le permitía oír, les indicó que se acomodasen en las sillas, luego les frunció el ceño hasta que los dos vacilaron un poco y pararon de observarse como si fuesen a comenzar un duelo sin sentido—, controlen sus emociones, esto no es un salón de duelos. ¿Se van a comportar o tengo que ser yo quien los cuelgue de los tobillos?

Hubo dos promesas simultáneas de comportarse en forma de cabeceos, pero él decidió relajar los músculos y dejarlos un poco más así, para que no volviesen a explotar en cuanto les retirase el hechizo.

0—

Draco percibió la vibración de la barrera de la biblioteca cuando los pasos todavía no se escuchaban cerca. Sin darse la vuelta, levitó la túnica dejada sobre el respaldar de una de las sillas, hasta la puerta.

Sterling se asomó, atrapó su prenda entre las manos, y se la pasó sobre los hombros, sin ajustarla encima de la ropa.

—Gracias —musitó. Draco siguió escribiendo cuando los pasos volvieron a alejarse; tras unos segundos, caminaron de vuelta. En esa ocasión, hizo levitar hasta él un pergamino doblado, el dichoso permiso para salir y entrar—. Gracias —repitió, más avergonzado.

—Te he dicho que estés más pendiente de tus cosas.

El chico emitió un vago sonido afirmativo, se despidió, quizás por quinta vez, y se marchó. Alrededor de un minuto después, en que Draco no hizo más que tachar posibles soluciones en un papel, los pasos volvían a sonar.

Arrugó el entrecejo. La vibración de la barrera le había indicado dos movimientos por flu y estaba seguro de que ya no le quedaba nada allí.

—¿Ahora qué…? —Draco se giró, pero se quedó con la palabra en la boca, porque no era la persona que esperaba quien se detenía bajo el umbral de la puerta.

Daphne estaba empapada de pies a cabeza; de donde fuese que hubiese tomado el flu o se hubiese Aparecido, tendría que haber llovido de forma torrencial, para que la tela del vestido se le pegase al cuerpo, transparentada, el cabello le cayese del todo lacio, escurriendo gotas sobre su alfombra. Tenía los brazos cruzados sobre el estómago, se arañaba uno con la otra mano, su expresión lastimera encendió alarmas dentro de su cabeza que hicieron que estuviese de pie en un segundo, preguntándole qué pasaba, pidiendo toallas y bebidas caliente a los elfos, intentando secarla con un hechizo.

Ella retuvo su muñeca cuando hizo ademán de lanzarle un poco de vapor para que su temperatura no continuase en descenso. Sacudió la cabeza. Apretaba los labios para contenerse.

—¿Qué? ¿Qué fue?

Ella tomó una brusca inhalación, y exhaló, temblorosa.

—Fui- descuidada, yo…yo…—balbuceó. Nunca había visto a Daphne Greengrass balbucear, mucho menos sosteniéndose la cabeza de ese modo—. La maldición va a venir primero por mí que por Tori.

No. Bajó la mirada hacia su vientre por reflejo, luego de vuelta a su rostro. Daphne presionó los labios en una línea recta, con más fuerza, y dio un asentimiento.

Aún no tenían la solución.

0—

—…técnicamente, tenemos unos siete meses para encontrar una forma de que la maldición Greengrass no surja.

—Llevamos casi un año investigando esto y no-

Daphne no podría terminar de expresar su punto, porque le habría arrojado un silencio, y sus labios se movieron sin emitir sonido alguno. Ella le frunció el ceño en señal de reprimenda, pero acurrucada en su sillón, con las piernas flexionadas contra el pecho, envuelta en una manta, la taza de chocolate caliente en mano, era poco lo que podía hacer por intimidarlo.

—No quiero oírte diciendo nada como eso —la señaló de forma acusatoria. Ella rodó los ojos—. Se puede hacer en siete meses.

La bruja se pasó una mano por la boca y el encantamiento se retiró con la misma facilidad con que lo habría hecho de tratarse de un objeto tangible.

—Draco, no estoy segura- —se calló por voluntad propia esa vez, cuando él volvió a apuntarla, entrecerrando los ojos. Pareció sopesar sus palabras durante unos instantes—. Tal vez así es cómo debe se-

Draco le mostró la varita, en una clara advertencia de lo que estaba a punto de hacer. Daphne soltó un débil bufido de risa y se distrajo observando la superficie líquida de su chocolate, por varios segundos.

—Tendríamos que trabajar rápido —murmuró, tras un momento.

—Trabajaremos tan rápido que ni siquiera sabrás cuándo hicimos todo eso.

Ella levantó la cabeza. Sonrió. Era una sonrisa frágil, pequeña, pero todavía contaba como una.

—Pero necesitaré los detalles sobre el padre —indicó, con falsa solemnidad. Daphne comenzó a negar, ocultándose detrás de su taza—, es para la investigación, tú sabes-

—¡No lo es! —Draco asintió, adoptando su mejor expresión seria. Ella se rio por lo bajo.

0—

Por supuesto que decirlo era más fácil que hacerlo.

Las noches en vela, los pergaminos que levitaban de un lado a otro cuando los convocaba, el ardor fastidioso en los ojos cuando había leído por demasiado tiempo. Sin descuidar sus funciones, acaparó el laboratorio provisional de su padrino dentro de la Mansión, utilizó su Sala de Requerimientos, repasó Teoría de la Magia, Encantamientos, Pociones, porque debía existir un modo, porque debía ser posible.

Y si no lo era, ellos lo tenían que hacer posible.

Las vuelaplumas escribían, escribían, escribían, escribían, los libros en una pila, las notas en pequeños trozos de papel que colgaban del borde de la mesa, atados entre sí cuando tenían relación alguna, pegados, tachados, manchados, marcados. Contactó a una medimaga conocida de los Malfoy y se pasó una noche entera frente a la chimenea, conversando por flu con ella, acerca de las maldiciones de sangre y familiares, luego habló con Regulus por horas sobre hechizos y magia ancestral, pero el Legado Black era diferente al de los Greengrass. Después tuvo que tomar esas dos preciadas horas de libertad que le daban cada cierto tiempo, para acompañar a Daphne a la casa antigua de su familia, en la que ya no vivía nadie pero se mantenía bien cuidada.

El Legado tenía la forma física de un árbol. Se ubicaba en el patio interno de una casa-fortaleza que aparentaba tener varios siglos, justo en el centro de la amplia estructura, dando lugar a un espacio de césped de algunos metros, donde la planta se erguía, nudosa, ancha, imponente, de espeso follaje en la copa; sus hojas eran plateadas, apenas brillantes, y unas pocas más de un tono similar al dorado, que le devolvían su reflejo.

Tomaron muestras, examinaron. Y escribieron, escribieron, escribieron. Analizaron resultados, lo hablaron. Se pasaron días sentados en la biblioteca, discutiendo sobre simples fórmulas y líneas, conjugación de verbos en latín, pruebas falsas que no daban con lo que ellos necesitaban saber.

¿Funcionaría?

¿Funcionaría, sin poner en peligro la vida del bebé?

Ella había rechazado la oportunidad de perderlo y conservar su salud, a cambio; decía que le parecía horrible. No tuvo más opción que aceptar que eran ambos o ninguno.

Daphne rondaba los seis meses. El tiempo era una cuerda cerrándose en torno a su garganta. Según sus teorías, estaría a salvo sólo hasta el momento de dar a luz.

Entonces no podría predecir nada y los resultados posibles se les escaparían de las manos. La simple idea asentaba un peso frío en el fondo de su estómago.

No, no, no.

Una noche, cuando ambos estaban agotados en la biblioteca, y Daphne masticaba una barra de chocolate blanco, su más reciente antojo cumplido por los serviciales elfos de la Mansión, dejó caer la cabeza sobre la mesa, de lado, y apretó los párpados, reteniendo a duras penas sus protestas. La sensibilidad de la bruja, combinada a los despliegues de magia que causaba el tener a otro ser con esta en el vientre, la hicieron llorar y romper la pata de una de las sillas, la última vez que Draco se quejó sobre la situación. No pensaba dejar que se repitiese.

Pero entonces ella había estirado el brazo sobre la superficie de madera que los separaba, para sostener su muñeca, y le había dado un suave apretón.

—No tienes que sentirte culpable si no lo conseguimos. Aún queda Tori. Puede que tengamos más suerte para cuando su momento llegue.

Draco la había escuchado, sin musitar una respuesta. Su voz se oía serena, clara, propia de una bruja sangrepura a la que se le inculcó cómo actuar en las mayores crisis desde muy joven y que no quería más grietas en su comportamiento, como la del día lluvioso en que le dio la noticia.

La garganta se le cerró cuando intentó tragar en seco.

Lo único que pensó fue que no quería ver a alguien morir. No de nuevo. No más.

Y no a ella. Daphne se pasaba días enteros en la Mansión, incluso cuando no era necesario, porque quería acompañarlo mientras los demás estaban ocupados. Intentaba ser una buena amiga, y aunque no era Pansy, Draco la apreciaba por eso.

Esa misma noche, cuando Daphne se marchó por flu, Draco se puso de pie y dio vueltas por la biblioteca, pensando. Considerando. Planeando.

Obtuvo una conclusión interesante; por la mañana, cuando Harry pasó a visitarlo y desayunaron, le avisó que tenían que cambiar su cita de ese día porque debía usar las siguientes horas de libertad para otra cosa. Su novio arqueó las cejas al oírlo, sonrió con diversión, y le comentó que bien podían hacer un picnic para la próxima en el jardín, que era lo bastante grande como para que pudiesen imaginar que estaban en un parque real. Escuchó con atención cuando él le explicó lo que haría en esas horas y por qué necesitaba que fuese entonces, que era el único motivo de que pospusiese una cita. Draco lo amaba aún más por comprender.

Los Inventores eran claros en dos aspectos para aquellos que no fuesen miembros oficiales. Uno, era que todas las reuniones se llevarían a cabo bajo el letrero de Prisma Invertido en el barrio mágico, para los ingleses, y en otros puntos, dispersos por aquí y por allá, para el resto de Europa, que eran los nexos mágicos que daban hacia los túneles secretos de la sociedad.

El segundo punto era la ayuda. El Jefe, como le llamaban todos, podía ser contactado por cualquier Inventor a través de una piedra comunicadora que cada uno llevaba consigo, en algún objeto o compartimiento de la ropa, y que vibraba para anunciar a la otra parte que necesitaban hablar.

Para los que no lo eran, una carta bastaba. No una carta común, claro.

Draco escribió un "necesito ayuda" en medio del pergamino. De acuerdo a las instrucciones que había recibido de Elizabeth el día de la primera reunión a la que asistió, antes de conseguir permiso e invitación para las sucesivas, dobló el papel dos veces, escribió Jefe en una de las caras, la dejó justo en medio de su mesa. Dio un par de pasos hacia atrás, varita en mano, y aguardó.

Los Inventores de Hechizos son una asociación de magos sangrepura que buscan otras formas de magia, otros usos, otros métodos, para mejorar la vida de cada mago y bruja del mundo.

Los Inventores de Hechizos responden al llamado que se hace entre ellos. Cooperan para investigaciones, hacen trabajos y pruebas en conjunto, se comparten los resultados.

Los Inventores de Hechizos siempre pueden contar con el Jefe.

Los Inventores de Hechizos, sin embargo, están obligados a guardar en secreto sus actividades hasta que el Jefe considere oportuno, y ninguna de sus investigaciones, creaciones ni pruebas realizadas con su ayuda, puede ver la luz sin aprobación.

A Draco ya lo sofocaba la aprobación, la necesidad de aprobación, de la entidad de los Malfoy. No tenía ganas de someterse a otro ojo crítico que le dijese lo que podía o no hacer.

Y al mismo tiempo, sólo un Inventor recibiría la ayuda que necesitaba para terminar su investigación. Estaba tan, tan cerca. Quizás con unos meses, un año, la habría completado por sí mismo.

Pero no podían esperar ya. No más.

El Jefe era un mago, eso estaba claro; siempre que lo había visto, vestía una túnica de un azul grisáceo, que le cubría hasta las manos enguantadas, y no dejaba ver más que la punta de sus zapatos. Tenía un broche con el símbolo de alguna antigua Casa sangrepura que no creía que perteneciese a Gran Bretaña, para cerrar la prenda, y apenas se divisaban sus labios, la barbilla puntiaguda, por debajo de la capucha amplia y las sombras mágicas.

Lo percibió en las barreras cuando entraba. No supo de dónde, no supo cómo. Fue igual que estar quieto y recibir un leve pinchazo en el costado, de advertencia. Draco no podría decir que sintió más, porque fue un simple presentimiento por el que giró la cabeza.

Se apareció justo detrás de él.

Tuvo que contener un grito y abstenerse de saltar, por pura fuerza de voluntad. Apretó las manos en puños y se dio la vuelta, despacio, cuidadoso. Lep estaba cerca, olisqueando al recién llegado. Su madre no se hallaba en la Mansión. Si algo le pasaba…

No, se dijo. No iba a pensar en ello. Sólo tenía una petición que hacer, un trato. Llegarían a un acuerdo.

Él no lo dejó ni abrir la boca. Lo apuntó con un dedo. Draco tragó en seco, presionándose contra la orilla de la mesa, de forma inconsciente, para mantenerse tan lejos como le fuese posible.

—Tú —el hechizo traductor, de nuevo, le zumbaba un poco en los oídos al final de cada palabra, lo que comprobaba su teoría de que no debía ser inglés—, ¿qué necesitas?

Tomó una profunda bocanada de aire y se obligó a soltarlo despacio, relajando los músculos tensos.

—Quiero una…pequeña orientación —Draco eligió las palabras con cuidado. El Jefe pareció sopesarlas durante unos instantes.

Los Inventores de Hechizos tienen acceso a sus propias fuentes, libros, laboratorios, que otros magos desconocen por completo.

Los Inventores de Hechizos pueden conseguir un pase a las zonas restringidas en los principales centros de investigación mágica de sus naciones.

—¿Te unirás a los Inventores? —dijo el Jefe, en cambio. Y era justo lo que esperaba.

Pero, también, los Inventores de Hechizos tienen que cumplir con algo que dicta el Jefe cuando se unen. Nadie sabía qué. Variaba.

Asintió.

—Sí. Yo me uno y usted me ayuda a salvar a una amiga.

Creyó ver una sombra de sonrisa en la franja que la túnica dejaba de su rostro. El Jefe asintió después.

—Draco Lucius Malfoy, nieto de Abraxas Malfoy, eres un Inventor de Hechizos —decidió, uniendo las manos por delante del cuerpo. Cuando le tendió el brazo, se percató de que sostenía una de las piedras comunicadoras hacia él—. Ahora, ¿qué podemos hacer por ti?

0—

Dos días más tarde, Draco tenía una solución para la maldición familiar de las Greengrass, una orden de una investigación que debía hacer para los Inventores, y una teoría sobre cómo lo hacía y por qué todos esos magos seguían al Jefe.

No era porque supiese más que ellos. Era porque podía enseñarles lo que cada uno sabía.

Cuando le mostró los documentos que tenía sobre la investigación y le explicó sus ideas, paso a paso, él no lo interrumpió ni una vez y apenas asintió en una ocasión. Luego dejó los pergaminos de regreso en la mesa y chasqueó los dedos.

Se sintió como si Snape practicase una ligera legeremancia en él. No era invasivo, no era doloroso; se trataba de un contacto flojo en la cabeza, un poco frío, acompañado de una sensación inevitable de absorción, de un tirón, de algo que se iba lejos, para resurgir en esa línea plateada y dorada que salió desde su cráneo y envolvió la biblioteca, en un perímetro redondo.

Los distintos escenarios se reproducían frente a él.

Daphne moría por la maldición a los meses de tener a su bebé.

Daphne sobrevivía. El bebé no.

Daphne sobrevivía. El bebé podía quedar infectado de algún modo. No superaría sus primeros años de vida.

Daphne moría. El bebé se salvaba.

Daphne moría.

Daphne moría.

Daphne sobrevivía.

Las decisiones, las opciones. Podía verse a sí mismo agregando una dosis de semillas de fuego a un caldero, la receta, luego el resultado. Podía verse practicando una floritura de varita, la ejecución del hechizo, a Daphne retorciéndose en respuesta.

Veía y conocía, de antemano, lo que ocurriría.

Draco convocó papel y una vuelapluma. Comenzó a escribir, otra vez.

Cuando terminó, hizo una breve nota acerca del método del Jefe para ayudar, y le preguntó al respecto, consumido por la curiosidad. Entonces la sonrisa  fue un poco más notable.

—Yo sólo te mostré lo que ya sabías, no predije ni me inventé nada —contestaría él, en tono suave, tranquilo. Debía ser una pregunta que había sido contestada mil veces antes y mil veces más lo sería en los próximos años—; todo estaba ahí —apuntó a su cabeza—, sólo tuve que sacarlo por ti.

Lo agregó a la nota también, en la parte de atrás del pergamino de la solución.

Antes de irse, le habló de un proyecto, perteneciente a una bruja francesa, que pretendía revolucionar el telescopio y la Astronomía como ciencia, que necesitaba apoyo. Draco no cuestionó si sabía de su interés por la materia, o que hablase francés, y lo tomó. Luego el Jefe simplemente se desvaneció sin dejar más rastros que la apenas perceptible vibración de las barreras Malfoy en respuesta.

Pero, de nuevo, Draco tenía una solución, una orden y una teoría.

Y tras un instante de consideración, también una resolución interesante y un objetivo personal. Él haría eso.

Él quería hacerlo.

0—

Daphne le pidió un momento a solas cuando se lo dijo. Él, siguiendo la norma de cortesía básica de darle su espacio a las brujas sangrepura en sus segundos de fragilidad, le dio la espalda hasta que dejó de oír los débiles sorbidos de su nariz.

Luego ella lo rodeó con los brazos y murmuró, haciéndole preguntas, emocionada. Draco pensó que no estaba mal aquello de hacer cosas buenas por la gente, de vez en cuando.

0—

La Maldición Greengrass podía ser reemplazada con una poción durante la etapa de gestación, de una receta tan complicada que abarcaba un pergamino de treinta centímetros, y un encantamiento sobre el vientre, poco antes de dar a luz. La madre no enfermería, porque el niño no sería un detonante; la enfermedad, cambiada de dirección, se transformaba.

Draco ya sabía que algo así podía ocurrir, mas no lo tenía por seguro.

Cuando Delphini nació, se le dio un nombre de constelación en honor a su padrino Draco, y el apellido de su madre, porque Daphne pensaba que no había ningún motivo por el que una criatura tenía que llevar el del padre primero y no el de ella; Draco le dio la razón después de oírla hablar sobre que era la madre quien portaba al bebé, no el padre. Suponía que ella tenía derecho a elegir ese tipo de cosas.

Tenía el cabello rizado, negro, y ojos que cambiaban de color. Su frente y sus manos contaban con pequeñas cicatrices en forma de estrellas. Era una niña sana, que no lloraba. Daphne le contó que el Legado Greengrass la recibió como a ningún otro, según los registros de la familia. El árbol se sacudió para ella, una hoja le cayó justo encima de la manta en que la envolvía, un punto de luz brillante bajó desde la copa de este y le tocó la frente, las manos, justo sobre las marcas de nacimiento.

El Legado Greengrass había cambiado con Delphini. Sólo que no supieron de qué modo hasta unas semanas más tarde, cuando una resfriada Astoria entró al cuarto de su sobrina; de pronto, se sintió curada, y Delphini empezó a estornudar en su lugar. Pero eso es otra historia.

0—

Draco también recordaría el día en que sucedió. Comenzó como cualquier otro en sus últimos dos años. Llevó a cabo el recorrido usual después del desayuno, se presentó ante el Legado. Las barreras, ajustadas a él, respondían con su pensamiento, los objetos en la Mansión cobraban vida para seguir sus órdenes, los retratos de sus antepasados le comunicaban sus inquietudes sobre lo que fuese que ocurría dentro de la casa y lo llamaban para saludarlo con idénticos gestos de aprobación.

Ni siquiera los mensajes más recientes de los Inventores, cada vez más comunes desde que ayudó a la bruja francesa y el Jefe le asignó otro proyecto al terminar, antes de que él decidiese que quería unirse a uno de unos estudiantes de medimagia que buscaban información sobre Marcas como la que la piedra de la luna le dio por siete años, superaban las barreras sin que él las notase. Sabía quién se aproximaba sólo cuando pronunciaban el nombre de la Mansión en la chimenea y arrojaban los polvos flu, cuándo había una presencia afuera de la reja del patio y de qué o quién se trataba.

Su habitación era la alcoba principal, modificada a su gusto y acorde a la versión más madura del cuarto anterior, lo que daba como resultado que ni las dimensiones, ni las decoraciones, ni el ambiente en sí, le hiciesen pensar en lo que fue la habitación de sus padres cuando era un niño. El despacho también estaba cambiado; la nueva distribución le recordaba, de una forma más elegante y sin el característico toque rustico de las mazmorras, a la oficina de Snape en Hogwarts. Más Malfoyesca, por supuesto.

Por Merlín, la magia de la casa incluso lo hacía consciente de que , durante todos esos años, en realidad hubo un kelpie en la maldita laguna, aunque jamás salió ni ser dejó ser visto por él cuando era un niño. Su presencia era clara al fondo del agua, reconocible cuando se movía como una leve vibración en el cuerpo. Draco estaba más que sólo indignado al respecto.

Entonces, en uno de esos momentos en que cumplía su rutina de ir a la cocina con Lep correteando a sus pies, a pesar de que era más rápido y sencillo llamar a los elfos para que supliesen sus necesidades, un pergamino con la información de un hechizo que Daphne y él probaban para poner un escudo en torno a la cuna de Delphini, flotaba ante su rostro y se mantenía a la vista cuando giraba la cabeza. Ahí lo sintió.

Fue un simple estremecimiento, una sensación indescriptible que anidaba en su pecho, se extendía por las extremidades, volvía al punto de inicio, y permanecía allí. El cosquilleo que eran las barreras, igual que un segundo cuerpo, una armadura permanente encima de él, el hormigueo de las puntas de los dedos, el peso instalado en su estómago dejándolo ir. Apenas recordaba la última vez que se sintió tan liviano, tan libre.

Y él sabía que la adaptación había llegado a su fin.

0—

—¡…compañero, esto es inútil! ¡Accio, accio! ¡Accio par de zapatos! ¡Creo que están atascados con algo!

—¡Sólo mira bajo la cama y sácalos con las manos! —le replicó Harry, desde el único sillón del apartamento, donde estaba tendido de lado a lado, jugando con Antártida, en su forma diminuta, que se frotaba contra sus dedos y simulaba morderle los nudillos.

—¡No lo…! —de pronto, Ron se callaba. Él estaba por suspirar de alivio, cuando escuchó un sonido extraño—. Amigo, ¿qué es eso que tienes bajo la cama?

Harry arrugó el entrecejo al hacer memoria. Estaba seguro de haber limpiado un poco unos días atrás, no debía haber nada más que…

Mierda.

La caja. Su caja.

Atrapó a Antártida entre los dedos, notando que el familiar se fusionaba con la piel de su palma hasta ser un dibujo de pinceladas blancas en esta, y se levantó de un salto, para correr hacia el cuarto. Ron era ruidoso, caótico, en su desesperación por verse presentable para llevar a Hermione a una obra de teatro que la bruja tanto quería ver y por la que compró boletos meses antes; él decía que no era una cita, y su amiga no les había comentado lo contrario, pero la ropa estaba dispersa por el suelo, las camas desatendidas, el armario del segundo cuarto abierto de par en par, el pasillo olía a una colonia embriagante. Ron nunca usaba colonias.

Si no era una cita, al menos estaba bastante cerca de serlo.

Ron incluso le había preguntado si le prestaba esos zapatos negros y relucientes que llevaba sólo para las cenas en la Mansión con Narcissa, la renovación de votos de Remus y Sirius, o eventos similares, porque insistía en que los suyos no tenían arreglo, ni con la mejor magia. Así que ahí estaba él cuando llegó a la puerta de su cuarto, arrodillado en el suelo, con uno solo de los dichosos zapatos a un lado, y sosteniendo la caja.

Harry reaccionó sin pensar cuando se dio cuenta de que movía la tapa. La atrajo hacia él con un encantamiento y la abrazó contra su pecho. Frente a la mirada sorprendida de su amigo, invocó el otro zapato, que voló a la mano recién desocupada de Ron.

—Debió haberse atorado con esa caja —mencionó, agitando la prenda en el aire. Harry asintió. Él continuó observando la caja durante unos segundos, los mismos que le llevó ponerse de pie, calzarse, y salir de la habitación, pero no le dio ninguna explicación.

En cuanto estuvo fuera, se permitió relajar los hombros y caminó hacia la cama. Se agachó, se aseguró de que ninguna de las notas, cartas y fotos que Draco le había enviado desde las vacaciones de primer año de Hogwarts, hasta las que intercambiaba a diario con él por el encierro, fuesen a salirse de la caja, le acomodó bien la tapa, y la devolvió a su respectivo lugar, bajo un encantamiento desilusionador, por si acaso.

No era que no confiase en su mejor amigo, sólo había ciertos aspectos de su relación que quería mantener privados. Su colección de notas por supuesto que tenía que ser uno de ellos. Ni siquiera el propio Draco sabía que las tenía todas, absolutamente todas. Tenía que utilizar magia para que entrasen en una sola caja.

Regresó a la sala, preguntándose si no tendría que aprovechar su rato libre para practicar algunos de los encantamientos que los Inefables querían que aprendiese antes de asignarle las primeras misiones de campo con un grupo investigador que quería que algunos novatos, esos que tenían recomendaciones de profesores o eran conocidos por alguien del Departamento de Misterios, los acompañasen. Fuese lo que fuese que hacía Ron en ese momento, producía un conjunto de ruidos sordos provenientes desde el cuarto al otro lado del corredor, y él decidió, por su bien, no inmiscuirse. Ya tendría tiempo de saber sobre la cita-no-cita cuando su mejor amigo volviese.

Acababa de sentarse en el sillón, cuando escuchó dos toques a la puerta del apartamento. Antártida se retorció sobre su piel, causándole un leve hormigueo, que era su señal usual cuando una de las personas que conocía y en que confiaba se aproximaban sin que las viese. Siempre lo hacía, aunque no podía decir de dónde había adoptado la curiosa costumbre.

De camino a la entrada, porque Ron ni siquiera lo habría escuchado de pedirle que abriese él, se dijo que no podía ser Hermione, porque su mejor amigo le aseguró que la iba a buscar a casa de sus padres, en el lado muggle de la ciudad.

Apenas pudo tirar de la puerta. No llegó a abrirla por completo, el pomo se le resbaló cuando trastabilló hacia atrás, empujado por un repentino peso que colisionaba contra él. Lo siguiente que sabría es que unos brazos le rodeaban el cuello y debía mantener el equilibrio por dos personas, en lugar de una, lo que causaba que su espalda chocase con la pared junto a la entrada.

Tampoco era una queja. No, al menos, cuando Draco atacaba sus labios en lugar de saludar con palabras, sentía la sonrisa que se le formaba durante el beso, los dedos que buscaban y se enroscaban en los mechones de su cabello.

Un chillido de Ron, seguido de un quejido, los sobresaltó a ambos. Le faltaba el aire y la cabeza le daba vueltas cuando se separó lo justo para tomar una bocanada; su amigo, en cambio, protestaba por lo bajo sobre exhibiciones en donde él podía verlas y tener que hacerse un espacio para salir por la misma puerta que ellos bloqueaban. Draco le enseñó el dedo del medio cuando les pasó por un lado. Ron le devolvió el gesto desde el pasillo, a medida que se alejaba.

—¡Y trátala bien, Weasley! —soltó, tan consciente como cualquiera del grupo de que iba a ver a Hermione. Cuando se encontraban esos dos, a solas, era casi un evento que celebrar para el resto. Pequeños y lentos progresos, les llamaba Pansy, emocionada.

—¡No usen la alfombra ni el sofá, de nuevo! —espetó Ron, desde la distancia. Harry sintió que el rostro le ardía un poco por el recuerdo y carraspeó para disimularlo.

Una vez seguros de haberse quedado a solas, Draco cerró la puerta con un giro de varita, la guardó en su cinturón, y volvió a colgarse de él. Los ojos grises le brillaban. Tenía una de esas sonrisas amplias, genuinas, que no solía mostrar, aunque estuviese de buen humor.

Harry también sonrió al besarle la punta de la nariz, lo que lo hizo reír por lo bajo. Ambos se balancearon lejos de la entrada, sin prisas, él sosteniéndole la cadera y alzándolo unos centímetros del suelo de a momentos, en ese vaivén extraño y gracioso que llevaban, Draco buscando sus labios para besos suaves, fugaces.

—Viniste sin avisar —observó. No era un reclamo, pero dado que su tiempo era limitado, Harry estaba acostumbrado a aprovechar al máximo cada segundo que tuviese para estar con él, dentro o fuera de la Mansión.

Draco se enderezó para encararlo. Todavía sonreía.

—Pero puedo quedarme hasta mañana, si quiero —argumentó. Él elevó las cejas. Draco asintió a su pregunta silenciosa—. Terminó —fue lo único que musitó, al abrazarlo otra vez, con fuerza. Harry sólo respondió estrechándolo más y levantándolo para hacerlo girar en el aire, lo que le arrancó más carcajadas a su novio.

0—

Draco no dejó el apartamento hasta el mediodía del día siguiente. Ron arrugó la nariz cuando salió del cuarto y los encontró en el sofá, compartiendo unas tazas de chocolate caliente y envueltos en una manta, pero le restó importancia con un gesto; al rato, conjuró una taza también y se sentó en uno de los reposabrazos (el del lado de Harry), para contar la experiencia de su cita-no-cita.

Lo segundo que Draco hizo con su renovada libertad, fue pasarse un día completo de compras con Pansy, y arrastrar a Harry con ellos, para que cargase bolsas cuando estaban en el lado muggle de la ciudad o las levitase cuando pasaban por tiendas de brujas. Obtuvo una buena recompensa por ello también, en uno de los probadores, y se reirían durante varias semanas de la cara de la dependienta que los vio salir, juntos.

Luego le dedicó una tarde entera a su ahijada Delphini, con sonajeros mágicos y cajas musicales de bailarinas que cobraban vida, que él mismo había diseñado para la pequeña. Para el final de la primera semana de libertad, Harry estaba en la mesa de La Madriguera, disfrutando de la tarta de melaza que nadie más que Molly podía hacer e intentando seguir la diatriba de turno de Ron, y veía a su novio, en el asiento de al frente, sumido en una conversación con Hermione y Pansy, que a juzgar por su expresión, era de vital importancia. Al menos para él.

Cuando Draco se percató de su mirada, lo observó. Harry le guiñó. Ambos sonrieron y continuaron con sus respectivas conversaciones.

Por debajo de la mesa, sus zapatos se tocaban cada cierto tiempo en una sucesión sin sentido por la que contenían la risa, hasta que Draco enroscó los tobillos de los dos.


Fin del último libro.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).