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Oh Sehun y la Piedra Filosofal (Adaptacion HunHan) por Maci

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Notas del capitulo:

Los ultimos por hoy

Habían pasado aproximadamente diez años desde el día en que los Dursley se despertaron y encontraron a su sobrino en la puerta de entrada, pero Privet Drive no había cambiado en absoluto. El sol se elevaba en los mismos jardincitos, iluminaba el número 4 de latón sobre la puerta de los Dursley y avanzaba en su salón, que era casi exactamente el mismo que aquél donde el señor Dursley había oído las ominosas noticias sobre las lechuzas, una noche de hacía diez años. Sólo las fotos de la repisa de la chimenea eran testimonio del tiempo que había pasado. Diez años antes, había una gran cantidad de retratos de un niño delgado de ojos grandes con gorros de diferentes colores, pero Jin Dursley ya no era un niño pequeño, y en aquel momento las fotos mostraban a un chico grande y castaño montando su primera bicicleta, en un tiovivo en la feria, jugando con su padre en el ordenador, besado y abrazado por su madre... La habitación no ofrecía señales de que allí viviera otro niño.

Sin embargo, Oh Sehun estaba todavía allí, durmiendo en aquel momento, aunque no por mucho tiempo. Su tía YeSeul se había despertado y su voz chillona era el primer ruido del día.

—¡Arriba! ¡A levantarse! ¡Ahora!

Sehun se despertó con un sobresalto. Su tía llamó otra vez a la puerta.

—¡Arriba! —chilló de nuevo. Sehun oyó sus pasos en dirección a la cocina, y después el roce de la sartén contra el fogón. El niño se dio la vuelta y trató de recordar el sueño que había tenido. Había sido bonito. Había una moto que volaba. Tenía la curiosa sensación de que había soñado lo mismo anteriormente.

Su tía volvió a la puerta.

—¿Ya estás levantado? —quiso saber.

—Casi —respondió Sehun

—Bueno, date prisa, quiero que vigiles el beicon. Y no te atrevas a dejar que se queme. Quiero que todo sea perfecto el día del cumpleaños de Jin.

Sehun gimió.

—¿Qué has dicho? —gritó con ira desde el otro lado de la puerta.

—Nada, nada...

El cumpleaños de Jin... ¿cómo había podido olvidarlo? Sehun se levantó lentamente y comenzó a buscar sus calcetines. Encontró un par debajo de la cama y, después de sacar una araña de uno, se los puso. Sehun estaba acostumbrado a las arañas, porque la alacena que había debajo de las escaleras estaba llena de ellas, y allí era donde dormía.

Cuando estuvo vestido salió al recibidor y entró en la cocina. La mesa estaba casi cubierta por los regalos de cumpleaños de Jin. Parecía que éste había conseguido el ordenador nuevo que quería, por no mencionar el segundo televisor y la bicicleta de carreras. La razón exacta por la que Jin podía querer una bicicleta era un misterio para Sehun, ya que Jin era muy ocioso y aborrecía el ejercicio, excepto si conllevaba pegar a alguien, por supuesto. El saco de boxeo favorito de Jin era Sehun, pero no podía atraparlo muy a menudo. Aunque no lo parecía, Sehun era muy rápido.

Tal vez tenía algo que ver con eso de vivir en una oscura alacena, pero Sehun había sido siempre flaco y muy bajo para su edad. Además, parecía más pequeño de lo que realmente era, porque toda la ropa que llevaba eran prendas viejas de Jin, y su primo era cuatro veces más grande que él. Harry tenía un rostro delgado, rodillas huesudas, pelo negro y ojos de color negro brillante. Llevaba gafas redondas siempre pegadas con cinta adhesiva, consecuencia de todas las veces que Jin le había pegado en la nariz. La única cosa que a Sehun le gustaba de su apariencia era aquella pequeña cicatriz en la frente, con la forma de un relámpago. La tenía desde que podía acordarse, y lo primero que recordaba haber preguntado a su tía YeSeul era cómo se la había hecho.

—En el accidente de coche donde tus padres murieron —había dicho—. Y no hagas preguntas.

«No hagas preguntas»: ésa era la primera regla que se debía observar si se quería vivir una vida tranquila con los Dursley.

Tío Vernon entró a la cocina cuando Sehun estaba dando la vuelta al tocino.

—¡Péinate! —bramó como saludo matinal.

Una vez por semana, tío Vernon miraba por encima de su periódico y gritaba que Sehun necesitaba un corte de pelo. A Sehun le habían cortado más veces el pelo que al resto de los niños de su clase todos juntos, pero no servía para nada, pues su pelo seguía creciendo de aquella manera, por todos lados.

Sehun estaba friendo los huevos cuando Jin llegó a la cocina con su madre. Jin se parecía mucho a tía Yeseul. Tenía una cara alargada y pálida, cuello largo, ojos grandes cafés, y abundante pelo castaño que cubría casi toda su cabeza. Tía YeSeul decía a menudo que Jin parecía un angelito. Sehun decía a menudo que Jin parecía un cerdo con peluca. Sehun puso sobre la mesa los platos con huevos y beicon, lo que era difícil porque había poco espacio. Entre tanto, Jin contaba sus regalos. Su cara se ensombreció.

—Treinta y seis —dijo, mirando a su madre y a su padre—. Dos menos que el año pasado.

—Querido, no has contado el regalo de tía Marge. Mira, está debajo de este grande de mamá y papá.

—Muy bien, treinta y siete entonces —dijo Jin, poniéndose rojo.

Sehun podía ver venir un gran berrinche de Jin, comenzó a comerse el beicon lo más rápido posible, por si volcaba la mesa.

Tía YeSeul también sintió el peligro, porque dijo rápidamente:

—Y vamos a comprarte dos regalos más cuando salgamos hoy. ¿Qué te parece, pichoncito? Dos regalos más. ¿Está todo bien? Jin pensó durante un momento. Parecía un trabajo difícil para él. Por último, dijo lentamente. —Entonces tendré treinta y.. treinta y.. —Treinta y nueve, dulzura —dijo tía YeSeul. —Oh —Jin se dejó caer pesadamente en su silla y cogió el regalo más cercano—. Entonces está bien. Tío Vernon rió entre dientes. —El pequeño tunante quiere que le den lo que vale, igual que su padre. ¡Bravo, Jin! —dijo, y revolvió el pelo de su hijo. En aquel momento sonó el teléfono y tía YeSeul fue a cogerlo, mientras Sehun y tío Vernon miraban a Jin, que estaba desembalando la bicicleta de carreras, la filmadora, el avión con control remoto, dieciséis juegos nuevos para el ordenador y un vídeo. Estaba rompiendo el envoltorio de un reloj de oro, cuando tía YeSeul volvió, enfadada y preocupada a la vez. —Malas noticias, Vernon —dijo—. La señora Figg se ha fracturado una pierna. No puede cuidarlo. —Volvió la cabeza en dirección a Sehun. La boca de Jin se abrió con horror, pero el corazón de Sehun dio un salto. Cada año, el día del cumpleaños de Jin, sus padres lo llevaban con un amigo a pasar el día a un parque de atracciones, a comer hamburguesas o al cine. Cada año, Sehun se quedaba con la señora Figg, una anciana loca que vivía a dos manzanas. Sehun no podía soportar ir allí. Toda la casa olía a repollo y la señora Figg le hacía mirar las fotos de todos los gatos que había tenido. —¿Y ahora qué hacemos? —preguntó tía YeSeul, mirando con ira a Sehun como si él lo hubiera planeado todo. Sehun sabía que debería sentir pena por la pierna de la señora Figg, pero no era fácil cuando recordaba que pasaría un año antes de tener que ver otra vez a Tibbles, Snowy, el Señor Paws o Tufty. —Podemos llamar a Marge —sugirió tío Vernon. —No seas tonto, Vernon, ella no aguanta al chico. Los Dursley hablaban a menudo sobre Sehun de aquella manera, como si no estuviera allí, o más bien como si pensaran que era tan tonto que no podía entenderlos, algo así como un gusano. —¿Y qué me dices de... tu amiga... cómo se llama... Yvonne? —Está de vacaciones en Mallorca —respondió enfadada tía YeSeul. —Podéis dejarme aquí —sugirió esperanzado Sehun. Podría ver lo que  quisiera en la televisión, para variar, y tal vez incluso hasta jugaría con el ordenador de Jin.

Tía YeSeul lo miró como si se hubiera tragado un limón.

—¿Y volver y encontrar la casa en ruinas? —rezongó.

—No voy a quemar la casa —dijo Sehun, pero no le escucharon.

—Supongo que podemos llevarlo al zoológico —dijo en voz baja tía YeSeul—... y dejarlo en el coche...

—El coche es nuevo, no se quedará allí solo...

Jin comenzó a llorar a gritos. En realidad no lloraba, hacía años que no lloraba de verdad, pero sabía que, si retorcía la cara y gritaba, su madre le daría cualquier cosa que quisiera.

—Mi pequeñito Jin no llores, mamá no dejará que él te estropee tu día especial —exclamó, abrazándolo.

—¡Yo... no... quiero... que... él venga! —exclamó Jin entre fingidos sollozos—. ¡Siempre lo estropea todo! —Le hizo una mueca burlona a Sehun, desde los brazos de su madre.

Justo entonces, sonó el timbre de la puerta.

—¡Oh, Dios, ya están aquí! —dijo tía YeSeul en tono desesperado y, un momento más tarde, el mejor amigo de Jin, Jeon JungKook, entró con su madre. JungKook era un chico flacucho con cara de rata. Era el que, habitualmente, sujetaba los brazos de los chicos detrás de la espalda mientras Jin les pegaba. Jin suspendió su fingido llanto de inmediato.

Media hora más tarde, Sehun, que no podía creer en su suerte, estaba sentado en la parte de atrás del coche de los Dursley, junto con JungKook y Jin, camino del zoológico por primera vez en su vida. A sus tíos no se les había ocurrido una idea mejor, pero antes de salir tío Vernon se llevó aparte a Sehun.

—Te lo advierto —dijo, acercando su rostro grande y rojo al de Sehun—. Te estoy avisando ahora, chico: cualquier cosa rara, lo que sea, y te quedarás en la alacena hasta la Navidad.

—No voy a hacer nada —dijo Sehun—. De verdad...

Pero tío Vernon no le creía. Nadie lo hacía.

El problema era que, a menudo, ocurrían cosas extrañas cerca de Sehun y no conseguía nada con decir a los Dursley que él no las causaba.

En una ocasión, tía YeSeul, cansada de que Sehun volviera de la peluquería como si no hubiera ido, cogió unas tijeras de la cocina y le cortó el pelo casi al rape, exceptuando el flequillo, que le dejó «para ocultar la horrible cicatriz». Jin se rió como un tonto, burlándose de Sehun, que pasó la noche sin dormir imaginando lo que pasaría en el colegio al día siguiente, donde ya se reían de su ropa holgada y sus gafas remendadas. Sin embargo, a la mañana siguiente, descubrió al levantarse que su pelo estaba exactamente igual que antes de que su tía lo cortara. Como castigo, lo encerraron en la alacena durante una semana, aunque intentó decirles que no podía explicar cómo le había crecido tan deprisa el pelo.

Otra vez, tía YeSeul había tratado de meterlo dentro de un repugnante jersey viejo de Jin (marrón, con manchas anaranjadas). Cuanto más intentaba pasárselo por la cabeza, más pequeña se volvía la prenda, hasta que finalmente le habría sentado como un guante a una muñeca, pero no a Sehun.

Tía YeSeul creyó que debía de haberse encogido al lavarlo y, para su gran alivio, Sehun no fue castigado.

Por otra parte, había tenido un problema terrible cuando lo encontraron en el techo de la cocina del colegio. El grupo de Jin lo perseguía como de costumbre cuando, tanto para sorpresa de Sehun como de los demás, se encontró sentado en la chimenea. Los Dursley recibieron una carta amenazadora de la directora del colegio, diciéndoles que Sehun andaba trepando por los techos del colegio. Pero lo único que trataba de hacer (como le gritó a tío Vernon a través de la puerta cerrada de la alacena) fue saltar los grandes cubos que estaban detrás de la puerta de la cocina. Sehun suponía que el viento lo había levantado en medio de su salto.

Pero aquel día nada iba a salir mal. Incluso estaba bien pasar el día con Jin y JungKook si eso significaba no tener que estar en el colegio, en su alacena, o en el salón de la señora Figg, con su olor a repollo.

Mientras conducía, tío Vernon se quejaba a tía YeSeul. Le gustaba quejarse de muchas cosas. Sehun, el ayuntamiento, Sehun, el banco y Sehun eran algunos de sus temas favoritos. Aquella mañana le tocó a los motoristas.

—... haciendo ruido como locos esos gamberros —dijo, mientras una moto los adelantaba.

—Tuve un sueño sobre una moto —dijo Sehun recordando de pronto—. Estaba volando.

Tío Vernon casi chocó con el coche que iba delante del suyo. Se dio la vuelta en el asiento y gritó a Sehun:

—¡LAS MOTOS NO VUELAN!

Su rostro era como una gigantesca remolacha con bigotes.

Jin y JungKook se rieron disimuladamente.

—Ya sé que no lo hacen —dijo Sehun—. Fue sólo un sueño.

Notas finales:

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