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Fiesta de Navidad por Sh1m1

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Callejón Diagon, Londres: 2 días para la fiesta de Navidad.


 


 


Draco había salido del Ministerio antes de lo normal, con todo aquel alboroto de la fiesta, que tampoco era una fecha que a él le entusiasmara y los  encontronazos con Potter, había olvidado comprarle algo a su madre.


 


 


Ese día había tratado de no encontrarse con Potter, había usado directamente la chimenea de su departamento. Y se había reunido con Blaise para realizar las compras navideñas.


 


 


Había tenido éxito o eso creía él. 


 


Recorrieron varias tiendas, perfumerías, las tiendas de túnicas más lujosas. Pero no encontraba nada que casara a la perfección con su madre, y siendo la única persona que le haría un regalo, tenía que ser especial.


 


 


Y ese día estaba especialmente quisquilloso, más de lo normal, y no le faltaban motivos a su entender, la gente en el Ministerio estaba realmente molesta y no paraban de hacérselo notar.


 


Se dirigieron a una joyería, ese era su último local por explorar, no tenía tiempo para una escapada a París y se maldecía por haberlo dejado para el último momento.


 


Tradicionalmente era su padre quien le regalaba joyas a su madre, pero Draco estaba desesperado y Blaise no ayudaba en lo absoluto.


 


 


—¿Has visto que culito tiene ese dependiente?—le preguntó su amigo, un auténtico fetichista en culos, ciertamente.


 


—Blaise, o me ayudas o te vas—le dijo al borde del ataque de nervios, no quería ver culos, no quería ver más dependientes vestidos de elfos navideños.


 


—No me hables así—le amenazó su amigo—. Deberías levantar la vista alguna vez y mirar lo que te estás perdiendo.


 


Esa era la sempiterna cantinela de su amigo, una que le sacaba de quicio.


 


“Folla” era como el leitmotiv de su vida. Él había tenido aventuras, pero era complicado, su trabajo, su pasado, Potter. ¿Es que era tan difícil de comprender que Draco necesitaba su tiempo?


 


 


Daba vueltas por los mostradores y escaparates, pero nada le convencía, por eso el codazo que le dio Blaise le puso aún de peor humor, aunque nada para lo que se venía.


 


 


—Ese culito sí que va a gustarte—le dijo con sorna, Draco iba a blasfemar, algo raro en él, pero se mordió la lengua.


 


Era Potter, en vaqueros, ajustadísimos, no debería ir así, todos le miraban, él le miraba. Malditos pantalones, maldito culo y maldito Potter. 


 


Pero a sí mismo no se engañaba, el siguiente día libre iba a ser ese recuerdo el que iba a revisionar una y otra vez hasta que dijera el maldito nombre del Salvador.


 


 


Para su completo disgusto, este no iba solo, ¿es que siempre tenía que llevar a una maldita escolta naranja?


 


Si había alguien que le cayera peor que Ronald Weasley era Ginevra Weasley, y allí iba, a su lado.


 


—El culo de Potter no está nada mal, pero el de la pequeña Weasley es simplemente perfecto.


 


Su querido, promiscuo y bisexual amigo le produjo una de las sensaciones más desagradables de los últimos tiempo, ni la marca oscura que llevaba en el brazo le resultó tan nauseabunda como mirarle el culo a la comadreja.


 


—¿Crees que también tendrá pecas en él?—Por su bien, Draco esperaba que no necesitara una respuesta por su parte o vomitaría allí mismo.


 


Esa vez no pudo evitar la exclamación de asco, y su amigo se rió de él.


 


Como la odiaba, como la envidiaba.


 


Se decía que ya no estaban juntos, pero allí estaban en una joyería, todavía tendría la mala suerte de verle comprar el anillo de compromiso.


 


Tenía ganas de irse de allí.


 


 


Pero los malditos ojos verdes le atraparon, y la sonrisa, la misma de siempre, la que le atormentaba de día y de noche estaba allí.


 


El colmo fue la risita estúpida de la zanahoria, y un sudor frío recorrió su espalda. Se lo había contado, le había contado lo del beso. ¿Qué otra explicación podría haber sino?


 


 


Era patético, había presupuesto que si Potter no lo había olvidado al menos estaría tan avergonzado-asqueado como para no contarlo.


 


Se equivocó.


 


Draco decidió que aquel era un buen momento para salir todo lo dignamente que pudiera, lo sentía por su madre, ese año iba a recibir una suntuosa fragancia con los mejores bombones que pudiera adquirir en los próximos minutos.


 


Era un mal hijo, un pésimo hijo.


 


Cuando se fue, sin mirarlo, azorado y abochornado no se le escapó como el joyero saludaba a Potter y le aseguraba que tenía preparado su encargo. 


 


Draco sabía que nunca, nunca, había tenido posibilidades con Potter y que muy probablemente iba a estar saturado de las noticias del enlace de esos dos por todos los medios de comunicación mágicos posible.


 


Quizás su plan de hablar del estúpido beso nunca se diera, había un límite para todo, hasta para hacer el ridículo.


 


 


Un par de horas después en la mansión con perfume y bombones bien ocultos en su túnica y con varios contactos que Blaise le había dado, Draco había decido tomar cartas en el asunto.


 


 


Él no era dado al reciclaje, pero estaba desesperado, así que tomó en serio concertar una cita con uno de esos antiguos ligues de su amigo. 


 


“Compartir es vivir” le había dicho Blaise antes de despedirse con una sonrisa triste, él era el único que sabía de su absurda obsesión con Potter.


 


No debería deprimirse, eran las fiestas, solo eso. Nunca le sentaban bien las fiestas de Navidad desde la guerra.


 


No tenía nada que ver con Potter, la comadreja y aquel maravilloso anillo que le habría comprado.


 


Solo era lunes, pero la semana había despuntado como una completa mierda.

Notas finales:

Ays mi Draquito


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