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Fiesta de Navidad por Sh1m1

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Ministerio de Magia, Londres: 4 días para la fiesta.


 


 


Las noticias volaban en el Ministerio, sobre todo las malas, y a Draco nadie le miraba con buenos ojos. Podían pasar por otras medidas, pero aquella le había convertido en la persona menos querida a aquellas profundidades.


 


Él no era el culpable, solo trabaja en el departamento que gestionaba las cuentas, y a su entender lo hacía estupendamente para lo que tenían.


 


Si la gente no sabía apretarse el cinturón no era su problema, tampoco los estaban despidiendo, era tan solo una maldita fiesta.


 


Pero parecía que hubiera sacrificado al último elegido, por lo que trataba de salir de su despacho lo menos posible.


 


Al parecer eso no había sido un gran remedio para recibir visitas indeseadas, vociferadoras, y cientos de memorándum, pidiéndole, exigiéndole, amenazándole con no cancelar la fiesta.


 


Sabía que solo era cuestión de días que aquello se les pasase y encontraran otra fuente de entretenimiento. Tendrían la Navidad, fiestas con sus familias, regalos, y sobre todo un puesto de trabajo que les acogería tras el periodo festivo.


 


Cuando la puerta se abrió y una cabeza pelirroja entró, ya sabía que iba a tener que contener mucho su carácter, era complicado superar la costumbre de guerrear con el trío de oro. 


 


Granger era insufrible, siempre había leído más, sabía más, y complicaba todo hasta la extenuación. Al menos sus departamentos casi no tenían que tratarse. Y para sorpresa de Draco era la menos problemática de los tres, aunque rígida era una buena empleada que se ceñía a los presupuestos y las normas.


 


Luego estaba Ronald Weasley, recientemente graduado  como auror. Le sacaba de sus casillas con sus maneras poco educadas, mirándolo mal hiciera lo que hiciera, era de esos que pensaban que solo estaba esperando el momento para convertirse en el nuevo señor oscuro. 


 


Con Weasley era complicado no discutir, y tenía tantos frentes por los que podría atacarle que a veces sentía que era como quitarle la piruleta a un niño. Pero el muy cabrón tenía siempre su arma secreta preparada, y no era más que Potter a su lado, que por una vez no sonreía con aquella cara suya de yo os salvé a todos, adoradme.


 


Este era el que más le molestaba, pero con el que menos encontronazos tenía.


 


Ahora los tenía a ambos en su despacho.


 


—No está bien esto que haces, Malfoy—le espetó Weasley. ¿Cuándo entenderían que él no estaba haciendo nada malo?—. Has destruido la Navidad.


 


—¿Tu familia no va a celebrar una multitudinaria comida en Navidad en la casucha esa que se sostiene por pura fuerza de voluntad?—dijo Malfoy sin elevar el tono de voz mientras seguía con sus cuentas intentando ignorar a ambos aurores.


 


El pelirrojo lo miró con esa mirada que tenía reservada en especial para él, no comprendía cómo había podido superar las pruebas de auror, y sabía que no eran fáciles. Aquello olía al típico tufillo de privilegios por ser héroe de guerra.


 


—No me refiero a eso, Malfoy.


 


—Pues que yo sepa eso es la Navidad y no una fiesta que el Ministerio no puede pagar.


 


No quería mirar a Potter, porque cuando lo hacía sufría el efecto consabido y le costaba tener tan afilada su lengua.


 


—¿Lo haces por despecho, porque tú no puedes tener algo así y tienes que fastidiar al resto?


 


 


Draco no comprendía bien a qué se refería, pero cuando vio como era Potter el que mandaba a callar a su amigo, supo que se estaba refiriendo a su propia familia.


 


Las Navidades no eran lo mismo, pero hacía bastante que habían dejado de serlo, para ser sincero. Antiguamente, el día 25 de diciembre en su casa era un día muy grande, ahora, solo él y su madre se reunían para festejar; al día siguiente irían a visitar a su padre a Azkaban. No, sus navidades no eran las mejores, pero no era el motivo por el que había suspendido la fiesta.


 


—Si es todo lo que habéis venido a decir, será mejor que os vayáis, tengo trabajo—dijo Draco volviendo a sus números intentando contener su ira.


 


—Seamus tenía razón, es el puñetero grunch—dijo Weasley no sin que Draco no se enterara.


 


—¿Qué me has llamado?—Esos tres eran su punto débil, no había otra explicación para explicar el estúpido gesto que tuvo al levantar su varita apuntando al auror.


 


Este parecía que había estado esperando ese momento todo esos años, pero fue Potter el que se colocó entre ellos.


 


—Vete, Ron.—El pelirrojo no miraba a su amigo, sino que le traspasaba también con su varita en alto—No lo compliques más.


 


Si era Potter el que tenía que poner mesura en la situación es que la cosa se le estaba yendo a Draco de las manos, así que fue él el que primero bajó la varita.


 


El otro auror se fue hecho una furia.


 


—Te pido disculpas, Malfoy, es que iba a ser su primera fiesta en el Ministerio.


 


—¿Por qué todo el mundo da por sentado que soy yo el responsable de que no haya fiesta, solo digo lo que hay, y no hay dinero?


 


—¿Tan mal estamos?


 


—Nadie quiere verlo, y menos en estas fechas, pero o nos contenemos y nos ceñimos al plan de gastos, o el año que viene en vez de fiesta tendremos despidos.


 


—Vaya, resulta que Hermione no estaba tan equivocada.


 


Estuvo a punto de elogiar a su ex compañera, pero por suerte se contuvo. Potter se quedó mirándolo, de esa manera que le ponía tan nervioso, y en ese momento se daba cuenta de que estaban los dos solos en su despacho.


 


Nunca, nunca, habían estado así, hablando, en un sitio cerrado, solos.


 


 


Y el efecto Potter comenzó a surtir efecto en Draco, que eligió ese momento como el mejor para colocar bien su túnica, la cual no se había movido ni un pelo en cualquier caso, pero le valía con tal de no tener que mirarle.


 


 


Pero el susodicho no se marchaba de su oficina, sino que allí seguía mirándole.


 


—No eres ningún grinch.—De nuevo con aquel estúpido insulto que no sabía qué significaba, pero no iba a entrar a discutir, ni a nada, con Potter.


 


—No sé tú, Potter, pero a mí me pagan por trabajar, así que márchate....—aquello pareció ser una buena señal para que Potter se moviera. A pesar de sus palabras hoscas, el moreno seguía con su sonrisita en los labios. 


 


Aquella sonrisa, aquello que parecía callar con esa sonrisa siempre que le miraba era lo que más le desestabilizaba. Porque significaba algo, por supuesto.


 


Significaba que sabía su secreto, que lo sabía, callaba y sonreía. Y prefería más mil peleas con él que esa sonrisa petulante.


 


Porque después de esa sonrisa siempre se iba y le dejaba con los consabidos efectos que le provocaba.


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