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El camino de las leyendas por Kaiku_kun

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Roxy seguía enfadada cuando decidió ir a ver a Gloria de nuevo. No tanto como durante la noche, quizás. Y con una pizca de arrepentimiento, quizás también, pero no hacia Gloria, sino hacia ella misma: por haber sido tan débil y visceral de escupir todas sus emociones sin ningún tipo de control. Había asustado a Gloria y a sus pobres Pokémon. Por la noche no se había dado cuenta, pero nunca olvidaría el rostro lloroso de Sobble, a salvo entre los brazos de Cinderace.


Pero ahora se sentía mucho más aliviada.


Nerio no estaba en casa cuando ella salió. No esperaba encontrarlo tampoco, aunque le hubiera gustado hacer las paces. Supuso que algo había hecho él en favor de Roxy en su ausencia, porque Jazz Loza se presentó ante ella a medio camino de la salida del pueblo.


—Tía, estás fatal.


—Lo sé —dijo, bajando la cabeza.


—¿Qué ha pasado?


Boqueó un par de veces, pero no consiguió decir nada. La miró con un toque de súplica. Jazz interpretó eso como «abrazar ahora» y hundió la cabeza de su amiga en su hombro izquierdo (el que no tenía melena que hiciera estornudar a nadie, según Roxy). Tembló un poco, una forma que tenía de controlar sus emociones, y luego simplemente apagó su cerebro por unos instantes. Jazz era la mejor persona con la que contar para un momento de debilidad.


Entonces ¿por qué no le daba el mote cariñoso de su abuelo a ella? Sería lógico. Práctico.


E incorrecto. Si no lo había pensado hasta entonces, era que no tenía que ser. En cambio, con Gloria era distinto. Había dado muchas vueltas a las cosas, incluso si no había pensado en su nombre, se había hecho muchas preguntas ya. Nunca había pasado con Jazz.


—Te gusta la chica, ¿no?


—Te lo ha dicho —renegó Roxy de su hermano, alejándose de su amiga.


—No, tú me lo acabas de decir ahora, atontada —se rio—. Además, hacía mucho tiempo que esperaba que pasara.


Roxy intentó digerir eso.


—¿Qué? —alcanzó a decir. Muy elocuente.


—Oh, vamos, hace mucho que sé que te gustan las tías. —Roxy notó la sangre subirle a la cabeza de la vergüenza—. Y sí, eres la última en enterarte de tus marrones.


Roxy decidió seguir caminando, para evitar que los punitivos ojos de Jazz se clavaran en ella.


—Ayer discutimos. Fue muy insensible.


—Oímos los gritos. Si no hubieras pegado ese puñetazo a la persiana probablemente medio pueblo se hubiera lanzado a apoyarte.


—Joder, no se puede tener intimidad en este tugurio —soltó, mirando mal el suelo adoquinado, como si tuviera toda la culpa.


—En fin, primera discusión de pareja, y ni siquiera lo sois. ¿Qué vas a hacer?


—No lo sé —dijo—. Tirarme de la torre de Ciudad Artejo, a ver si así se me cura la estupidez.


Jazz se rio de buena gana y le dio un coscorrón suave en la cabeza de su amiga, que también se lo tomó a broma. La parte no rapada del pelo de Jazz se metió en la nariz de Roxy y ella estornudó, lo que hizo aún más graciosa la estampa.


—¡Eres una gafe, tía!


—¡Pues haberte rapado el lado de la cabeza que no quiere pasearse por mi cara, joder!


Jazz siempre conseguía crear situaciones inverosímiles llenas de tacos y bromas que destensaban a Roxy un poquito. Lo malo era que solían durar poco. Se detuvieron delante del Centro Pokémon.


—Voy a ver a Morpeko —dijo, sin poder aguantarse esta vez.


—Vale. Dame un toque si pasa algo. ¡Chao!


—Chao.


El «chao» que la había hecho famosa entre los aspirantes también era cosa de Jazz.


Roxy entró en el edificio con la pequeña esperanza de que Morpeko la viera y le saltara a los brazos. No ocurrió. El resto de ocupantes tenían mejores cosas que hacer, pasaba desapercibida.


—¿Cómo se encuentra Morpeko? —preguntó a la enfermera.


—¿Tu Pokémon es de acero? —contestó, animada, lo que animó a Roxy también—. En serio, ya se está peleando para quitarse los vendajes.


—¿Qué hay de sus heridas? ¿Sigue en estado saciado?


—Le duelen, pero le da igual. —Roxy bufó con falsa irritación y una repentina calma. Sí, esa era Morpeko, la de siempre—. Y no ha entrado en modo hambriento. Es muy bueno. Creo que hacia la noche ya podrá irse.


—Bien.


La enfermera no tuvo que preguntar: guio a la entrenadora hasta una sala donde había varios Pokémon de tamaño pequeño descansando. Morpeko se encontraba en un rincón, rascándose las heridas y las vendas, con la pequeña pega de tener unas manoplas que le impedían hacerlo como ella quería.


Pero no recibió a su entrenadora cuando la vio. Siempre lo había hecho.


—Qué extraño —dijo la enfermera—. Estoy segura de que te ha reconocido…


—Déjame a solas con ella.


—Vale.


Roxy se sentó ante Morpeko, a un par o tres de metros de distancia. Ella la empezó a mirar alternativamente, definitivamente enfadada y esforzándose para liberarse de sus manoplas por su cuenta.


—Lo siento —empezó, intentando encontrar cómo continuar—. No he visto lo que te estaba pasando. Estabas tan frustrada como yo, y no me he dado cuenta.


Morpeko la miró con algo de consistencia, como evaluando si podía abrazarla o darle un guantazo con la manopla en su lugar.


—¿Seguimos siendo amigas? —La ratoncita caminó a regañadientes hasta ella, poniendo un moflete encima de la rodilla de la humana. La miraba con una sonrisita, mientras se seguía rascando. Roxy la acarició un poco en las orejas—. Siento no haber sido lo suficientemente fuerte para ti. Eso tiene que cambiar. Nos hicimos amigas porque éramos fuertes, y yo no lo he demostrado esta vez.


Consideró que no tenía nada más que decir, así que simplemente pasó un rato con ella, acariciándola, o regañándola para que no se rascara. También le dio unas cuantas de sus chucherías favoritas, que Morpeko tenía que comerse esperando a que se las dieran, porque era imposible tomarlas por ella sola, pobrecita. Rabiaba constantemente por esas manoplas.


Roxy se dio cuenta, al cabo de un rato, de que, pese a ser feliz, se notaba postergando algo inevitable.


—Te pasaré a ver en un rato. Pórtate bien y no seas borde con la enfermera. Que nos conocemos, tía. —Le rascó la cabeza una vez más y se levantó—. ¡Chao!


Se alejó saludándola con la mano, mientras Morpeko se volvía a su rincón a pelearse con las manoplas y sus heridas.


Nada más salir del Centro Pokémon, toda la calma se fue al garete. Sintió que su mundo se le echaba encima una vez más, incapaz de saber por qué camino seguir, olvidando todo lo que había pasado el día anterior. ¿Y si Morpeko no quería seguir combatiendo a su lado? Podría pasar. Y era su mejor amiga, no sabía si podría soportarlo. ¿Y qué pasaba con su abuelo? ¿Y qué hacer con Gloria, la experta en reventarle el mundo?


Necesitaba aire. Fue recta hacia la persiana para despejarse. Sabía que Gloria seguiría allí, no era del tipo de dejar una conversación a medias (aunque, ¿qué diablos tenía ella que hacer ahí, ya? La crisis había terminado con la campeona dejada de lado).


Aspiró aire en cuanto pasó de la persiana. Dejó que su piel notara el sol.


Luego se dirigió a la tienda de Gloria, la cual seguía allí, tal como había pensado. Si había que hacer algo para seguir con su vida, que empezara a hacerlo ya. Se dirigió a ella, toda decidida, mientras se pensaba en un buen inicio de conversación.


Gloria salió de su tienda en ese instante y echó todo su plan mental a la basura:


—¿Qué? ¿Ya te has preparado?


—¿Cómo dices?


—¡Para el viaje, tonta! Te dije que nos íbamos a investigar lo del Dynamax de ayer por nuestra cuenta, ¿recuerdas?


No se acordaba. El día anterior había sido tan intenso y lleno de emociones que había olvidado que sí había un plan, y que sí que había una razón por la que Gloria seguía delante de Crampón. Qué estúpida. Ya podía empezar a escalar la torre de Artejo, que no se le había quitado la tontería aún.


—Yo pensaba…


—¿Qué? Que por cuatro gritos ¿me iría? Compa, no sé si te has dado cuenta, pero yo no soy de las que se rinde —renegó, sonriendo. Luego se sentó e invitó a Roxy a hacer lo mismo—. Además, tenías razón.


—¿En qué?


—En prácticamente todo. No sé nada de ti. No hemos tenido oportunidad de charlar con calma, siempre ha sido «corre hacia allí, que hay problemas». ¿O no? —Roxy asintió, algo incómoda—. No digo ahora, pero algún día me gustaría saber de todo lo que me gritaste ayer. He crecido en mi pueblo tranquilito lleno de Wooloos apacibles. Es muy distinto. Nada interesante pasa allí.


Roxy esperó unos instantes. Disculparse era algo que le costaba mucho hacer.


—Perdón por los gritos. Me querías ayudar y…


—Pero tenías razón. No es que el camino a campeona me haya salido por la cara, los gimnasios de Cathy, Naboru y Roy fueron una pesadilla. Pero desde luego no es lo que me contaste de ti.


A Roxy le resultó algo anticlimático el resultado de su disculpa. Las peleas con su hermano eran muy distintas, siempre había broncas, reprimendas y malas caras, y estaba acostumbrada a ello. Gloria se lo tomaba todo a la ligera y le echaba peros a cada punto que Roxy consideraba importante. Además, ella no se había disculpado por insensible: en su lugar le había pedido que le contara cosas de ella cuando sintiera que fuera un buen momento. Algunas personas se quejarían de que no decía «perdón» específicamente (como su abuelo le había enseñado), pero a ella le valía con eso.


—Mi pueblo esperaba grandes cosas de mí —dijo—. Esperaba a una campeona. O que consiguiera centrar la atención en Crampón, y así podríamos reformarlo un poco. Mi hermano lo intentó convirtiéndose en líder, y no pudo. Tuvimos suerte de que consiguiera crear su propio gimnasio, porque Rose se lo propuso. Y en este pueblo tienes que seguir haciendo méritos. Es la ley del más fuerte, y si no lo soy… Me siento una fracasada, hasta mi Pokémon ha huido de mí por frustración. Ni siquiera sé sonreír.


Gloria se puso de cara a ella, con semblante serio. Roxy sentía su mirada, analizándola, así que la miró para hacerlo ella también y que parase. En su lugar, Gloria le dio dos cachetes con ambas manos al mismo tiempo y le sujetó así las mejillas. Roxy, enrojecida por varios motivos, estuvo a punto de echarle cuatro gritos, pero su rival se avanzó a ella:


—¡Tú estás tonta! —le meneó la cara, para irritarla aún más. Roxy se desprendió de un manotazo al fin—. ¡Tía! ¿No te acuerdas de qué pasó cuando entramos en la ruta 7? Estaba medio Team Yell dando el callo para encontrar a Morpeko. ¡Ellos te apoyan! Además, y si no lo hicieran, ¿qué? Y si pierdes fans, ¿qué?


—Son los que me han apoyado todo este tiempo, sin ellos…


—No, los que te han apoyado son tu hermano, y esos dos que parece que se rapen partes de la cabeza a juego. Ellos te apoyan.


—¿Los Loza?


—Esos, les vi ayer —confirmó rápidamente—. Los demás, sí, son importantes, pero si dejan de animarte solo por un bache, joder chavala, qué fans tienes. —Roxy no las tenía todas consigo aún, porque miró a un lado—. Yo solo soy una cría, pero sé qué es la presión, y sé qué son las expectativas. ¡Te crees menos de lo que eres! Y crees que tienes que ser «la campeona» para cumplir con sus expectativas y con las tuyas. Y hay más. ¿Cuándo vas a hacer algo que te haga feliz a ti? Hasta ahora me has dicho dos cosas: que no eres feliz, y que trabajas para Pueblo Crampón como una esclava. ¡Tía, vive tu vida! ¡Puedes hacerlo sin dejar de ayudarles! Y si te dejan de apoyar por eso, pues mira, que se aten de orejas a las colas de Barraskewda y se vayan a salpicar veneno al otro lado del océano.


—Qué gráfico —susurró, riéndose un poquito.


Roxy sintió enseguida que Gloria tenía razón, y no podía dejar de pensar en que ese discurso era muy parecido a los que le echaba Jazz cuando le veía decaída, o las indirectas que le echaba Nerio para que se largara de una vez. ¿Cómo nunca lo había visto tan claro como en ese instante? Se lo habían repetido hasta la saciedad. Era como que su cerebro no había admitido hasta entonces esa parte de la verdad, que tenía que seguir como estaba porque era así como conseguía sus metas.


Si no había conseguido cumplir sus últimas metas, como recuperar a Morpeko o ser la campeona, quizás era por eso: porque no tenía su vida como propia.


—Supongo que también tienes razón en eso.


—Además, a mí no me engañas.


—¿Qué? —replicó, mirándola extrañada.


—Tú eres un cielo de persona, no me cuela tanta cara fría y tanta autocrítica y tanto «no sé sonreír» —dijo, señalándole la cara, como si fuera una obra de arte que no está bien acabada. Roxy se quedó muda de la sorpresa, con ojos como platos, y esa brecha en su corazón resquebrajándose más—. Podrías haberte convertido en una persona orgullosa y vanidosa, sabiendo que tiene una legión de fans detrás, y en su lugar les aprecias y te comportas como una buena líder. Eres competitiva, buscas mejorar siempre ¡e intentas sonreír sólo por ellos! Te presionas demasiado, joder.


—Supongo… —repitió.


—La verdad es que a veces sí que sonríes en momentos extraños y das miedito, porque sonríes de esa forma tétrica que también tiene tu hermano, como si dijerais «primero te venceré y luego lo festejaré bebiendo de los cráneos de mis enemigos».


—Más o menos eso es lo que pasó en Crampón cuando por fin fui suficientemente fuerte —bromeó, usando precisamente esa sonrisa vampírica, por fin animada a soltar algo más que una duda. Gloria rio del susto—. Que es broma, tía.


Gloria negó con la cabeza, suspirando. Y luego sonrió.


—Prepara tus cosas, que nos vamos a investigar.


Roxy asintió y se levantó para volver a entrar a Pueblo Crampón. Maldita sea la personalidad tirada para adelante de Gloria. Un día esa chica saldría volando como un cohete. Era capaz de hacerla dudar de todo, hacer que enrojeciera de rabia, irritarla, incomodarla, avergonzarla y animarla lo máximo, todo en un espacio de cinco minutos. ¡Qué Impidimps!


Caminó a buen ritmo, de mejor humor, hasta llegar a pocos metros de la persiana. Justo entonces, se alzó revuelo en el Centro Pokémon y un montón de gritos y ruido precedió a su Morpeko saliendo a todo trote del edificio, que tenía toda la intención de largarse del pueblo.


Pokémon y entrenadora se encontraron cara a cara. Roxy se fijó que Morpeko se había liberado de las manoplas.


—¿Te vas? —le preguntó. El personal del Centro Pokémon salió, esperando que alguien detuviera al Pokémon herido. Morpeko miró a esas personas, y luego a Roxy de nuevo—. Te encontraré. Me ganaré de nuevo tu confianza.


Morpeko dio unos pasos para abrazar a Roxy y ella bajó a su nivel para recibirla. En cuanto acabó, Morpeko salió como un cohete y los del Centro Pokémon, que se habían relajado, empezaron a gritar.


—¡Está herida!


—¡Que se escapa!


—¡¿Pero qué haces?!


—Está bien. Conozco a Morpeko mejor que nadie. Sabe cuidarse solita.


Dejó de hacer caso a esas personas y se giró, mirando a su espalda. Morpeko ya se estaba escurriendo por las montañas, por pasajes que llevaban al Área Salvaje por los que ni ella ni ningún humano podrían circular.


Gloria estaba a unos metros de ella, impresionada. Cuando encontraron sus miradas, Gloria le dio un pulgar hacia arriba, sonriendo con confianza.


—Nos vamos al mediodía —le prometió Roxy.


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