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To the beautiful you por OldBear

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Capítulo 9

 

Sábado 16

 

—Nunca he sido suficiente— dijo Harry mientras daba vueltas a la botella entre sus manos— ni lo seré jamás.

 

Tomó de un solo sorbo lo poco que quedaba en la botella. Era la segunda.

 

No era suficiente, aun se sentía mal, aun le dolía el pecho. Siguió llorando, hacía  tanto que no lloraba sin intentar contener su llanto… su mente traía una larga película con todas las partes de sí mismo y de su vida que detestaba. Ni siquiera sabía en qué momento había empezado a llorar. Algo en su cabeza se empeñaba en recordarle la horrorosa forma de su cuerpo. Sentía la voz de Cedric taladrando en su cerebro, recriminándole por cada una de las cicatrices que cargaba en su cuerpo.

 

“Sobre todo esa deformidad”- la voz de su pareja gritándole era tan viva, que él pensó que se encontraba a su lado y sintió miedo. Se apretaba el pecho, justo donde estaba la cicatriz, deseando que desapareciera aquello que Diggory tanto detestaba.

 

Cerró los ojos y evocó la vez que volvió a encontrar al tejón en aquella fiesta del ministerio. Él no había querido ir, pero su amiga le había dicho que lo mejor era distraerse del trabajo de vez en cuando.

 

Para ser sincero consigo mismo, se  había decidido a ir porque Hermione le mencionó que Severus Snape también estaba invitado. No le había mencionado a sus amigos que se encontraba de vez en cuando con su profesor en una cafetería muggle, era algo que preferia mantener en privado. Pero  si él iba a estar allá, la noche quizás prometía algo bueno. La amistad con el hombre mayor se había vuelto bastante importante para él; así que decidió que esa fiesta no sonaba nada mal.

 

Pero Snape nunca llegó, esperó casi con ansias que apareciera por las puertas dobles del salón, pero nada. Era algo lógico que el pocionista rechazara ir a alguna de esas reuniones, y no admitiría lo decepcionado que estaba con eso.

 

Pero quien sí había ido a esa fiesta fue Cedric Diggory, el apuesto Hufflepuff que lo había abordado casi de inmediato. Para ese tiempo solo tenía las cicatrices que cubría con la ropa, y era un poco controlador con su comida. Aun no comenzaba a utilizar el Glamoure, le bastaba ocultar las marcas con su pelo y vestimenta. Quizás por eso su actitud era más atrayente, no se sentía tan retraído, era más confiado. Sonreía de forma más natural. No fue tan extraño que alguien como Cedric se le acercara.

 

El otro había sido bastante coqueto en la fiesta. Se había dedicado a hablar con él la noche entera y a invitarle un trago en algún bar para salir de ahí. Cedric le pareció tan encantador que no dudó en pasar esa noche con él. Claro, sin quitarse la camisa. Talvez habían ido muy rápido, pero las sonrisas que le dedicaba Diggory le hicieron sentir más seguro de su aspecto, le gustaba sentirse atractivo hacia alguien. O eso entendía, que traía a Cedric.

 

 Cuando volvió al presente, se dio cuenta que nunca volvió a ponerse la camisa luego de que Severus se fue, aunque no importaba, estaba solo, merecía estar solo. Repasó con sus dedos las cicatrices que mantenían más vivas en su mente. Había  una ligeramente oculta detrás de su oreja, que se le facilitaba esconder con un mechón de pelo. Tenía una textura horrorosa bajo sus dedos, y se perdía entre su pelo. Siguió con una pequeña, en forma de x justo en su hombro derecho, era una marca personal de un mortifago, aunque nunca recordaba cual. Bajó hasta su abdomen y surcó con sus dedos las que le habían hecho con un hechizo de látigo, así como también se las habían hecho en la espalda. El doctor quien lo atendió le dijo que estaban hechas con magia oscura, podían mejorar, pero no sanar. Nunca volverían a ser piel normal. Ni así las de sus piernas, ni las de sus brazos, que eran menores, menos grotesca. Pero estaban ahí.

 

Pero la que más le molestaba era la que surcaba su clavícula hasta el esternón. Esa no fue hecha para herirlo, había sido hecha para marcarlo. Voldemort la iba a extender de no haber sido porque una explosión a lo lejos lo distrajo y Harry se había podido escapar de su agarre y darle pelea mientras la guerra seguía a su alrededor.

 

Se frotó la cara, incapaz de seguir tocando su propio cuerpo. Levantó la vista y vio el desastre que tenía en la sala. Cristales rotos en el suelo tintados con sangre. Su sangre. Había arrojado la primera botella contra el piso cuando esta se acabó, y sin importarle pisar los cristales, fue directo a tomar otra del minibar. Tomaba el alcohol rápido, queriendo que hiciera efecto, no se sentía suficiente mareado para olvidar, aun no perdía la conciencia.

 

Ya no sentía ningún dolor por las cortadas en sus pies, ni se fijaba en que la sangre aún seguía saliendo manchando la costosa alfombra.

 

Sabía que alguien había estado tocando su puerta, su magia había estado  vibrando indicándole que alguien quería entrar. Pero el escudo que había colocado anulaba cualquier sonido, incluso las voces. Se imaginó que por el tiempo que había transcurrido, doce horas, quizás más, quizás menos, habrían venido todos a buscarlo y a intentar derrumbar su puerta. No podrían. Lo único bueno que le había dejado Voldemort había sido su capacidad mágica. Quizás Dumbledore podría, pero él estaba muerto, igual que muchos otros que habían muerto por salvarlo. Cuando nunca debieron hacerlo. Quizás habían mandado alguna lechuza. O intentado entrar por el balcón en una escoba, pero con el escudo le sería imposible entrar o ver hacia el interior del departamento.

 

El pensamiento del balcón lo paralizó por un momento. Recordaba lo feliz que era cada vez que se asomaba y sentía el viento, sentía paz.

 

En ese momento quería sentir paz, aunque solo fuera por un segundo. Aun entre lágrimas se puso de pie sujetándose de lo que tenía a su alcance. Caminó lo más rápido que podía, chocando con los muebles a su paso, y suspiró cuando el helado viento comenzó a azotar su rostro, intentando llevarse las lágrimas a su paso. No sabía qué hora era, pero el cielo nocturno lo reconfortó bastante. Incluso en sus labios asomó una tímida sonrisa. Aquel lugar siempre le producía la paz y la tranquilidad que necesitaba. Llegó hasta la baranda sin titubear. El paisaje era tan especial como siempre había sido para él, tan acogedor. Sabía que podía asomarse sin temor, el hechizo que había colocado evitaría que alguien viera su balcón, y por consiguiente, no podrían verlo a él. Adoraba ese lugar, quizás era el único sitio donde se sentía libre de pensamientos tormentosos, libre de problemas, libre…A su mente llegó un pensamiento fugaz que pronto se hizo imposible de obviar, quizás, si eso era lo que le hacía feliz, merecía tenerlo para siempre. No lo dudó mucho.

 

Con la suficiente agilidad a pesar de su estado, logró cruzar al otro lado, quedando a expensas del abismo, se apoyó del pequeño muro que quedaba bajo sus pies, y con una sola mano se sujetó con fuerza a la baranda que ahora quedaba a sus espaldas.

 

 

Nunca se había sentido tan feliz en toda su vida.

 

-Tan libre…

 

En ese instante, cuando estaba a punto de soltarse y caer desde el piso dieciséis, pensó en todas aquellas personas a las que él quería. Pensó en Hermione y en Ron, tal vez podrían extrañarlo un poco, pero estando en pareja y esperando otro hijo de seguro no le darían importancia más allá de un par de días. Molly y Arthur tenían más hijos, “hijos verdaderos” como para llorarle demasiado a él. ¿Y Minerva, Remus?

 

-Ellos tienen demasiado por lo que preocuparse como para extrañarme

 

“Tal vez” pensó “tal vez mi padrino me extrañe. Pero Remus podría hacerle sentir mejor”.

 

¿Y Cedric? Tenía toda la certeza de que Cedric estaría mejor sin él. Incluso así podría estar con alguien que estuviese a su altura, que no le hiciera pasar vergüenza.

 

Miró el cielo por última vez antes de soltar su agarre. Mientras caía, las comisuras de sus labios se elevaron, y el último pensamiento coherente que tuvo fue que de entre todos, lamentaba no haber podido despedirse de Severus.

 


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