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La canción del pecado. por YoloSwag

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Cuando sí venga mis ojos brillarán

                         de la luz de quien yo lloró

                 mas ahora alienta un rumor de fuga

                       en el corazón de toda cosa.

                                                                       Alejandra Pizarnik.

 

 

 

 

    Los segundos pasan, recordándole, uno por uno, que Shion está más cerca de la muerte. Ha sido su culpa. Bajó la guardia ante su pura y sincera mirada. Se permitió una excepción —la rosa que no se clava en la diana— y, ahora Shion estaba sufriendo las consecuencias.

    Conocía la agonía que estaba experimentando; el dolor, ese ardor que carcome la sangre, la falta de aire y el sentido de irrealidad...

   Solo era una pequeña porción de veneno de basilisco, para la resistencia de un caballero dorado, pero esa podía ser suficiente.

   Maldijo para sus adentros, ¿cómo habían llegado a esto? ¿por qué nadie se dio cuenta a tiempo? ¿por qué las hadas del inframundo habían elegido exactamente a la doncella que servía en el templo de Aries? ¿por qué su objetivo tenía que ser Shion?

        ¿Por qué…? ¿por qué…? cuántas veces más se preguntaría esos inútiles porqués.

      El mundo súbitamente se había quedado silencioso y en cámara lenta. A pesar de que hoy era luna menguante, Shion no vendría. Shion no volvería…

   Estaba acostumbrado a la soledad, pero la idea de no volver a conversar con él hizo que su corazón se estrujara. Odiaba sentirse así; desesperado, frustrado y anhelante de algo que no podía ser.

    No podían ser más amigos. Él no podía seguir permitiéndolo. Aunque odiaba darle la razón, ese espectro la tenía; "nuestro camino es la soledad, y esto ha pasado porque te permitiste abandonarlo. Shion de Aries morirá y seré recompensado. Todo gracias a ti, Albafica de piscis".

    Necesitaba cometer un acto de violencia, contra lo que fuera. Apretó los puños y salió de su templo.

    Rojo. Estaba harto del rojo. Estaba harto de ellas, de su aroma, de su hipocresía.

   —¡Ustedes tuvieron que enterarse! —les gritó y añadió con rencor— ¡¿Por qué no hicieron nada?! ¡¿De que me sirven si no pueden proteger lo que me importa?!

   Las rosas no respondieron, estaban inmóviles casi como si estuvieran muertas. Comenzaba a caer la tarde, y el aire se sentía cada vez más frío. Del cielo pendían solo constelaciones marchitas.

   Albafica dio media vuelta y se internó en su templo, quería recluirse en si mismo y no sentir nada en absoluto. Sin embargo, a mitad de éste, se encontró con Dokho. Sus puños convertidos en nudos, y su rostro mostraba una rabia contenida.

   —Shion quiere verte.

   Albafica lo miró en sus oscuros ojos azules y respondió:

   —Vete, Dokho. —Su voz sonaba fría, pero por dentro estaba deshecho. No podía creer que Shion aún quisiera verlo. A pesar de que, por su culpa se encontraba en su actual situación.

   Dokho no se movió. Seguía de pie, muy serio, observándolo. Albafica le sostuvo la mirada, y tuvo la certeza de que esta "conversación" terminaría irremediablemente en una guerra de mil días.

   —No sé si compartes los sentimientos que Shion tiene por ti, pero al menos como compañero deberías ir a verlo —pronunció Dohko con una exquisita ferocidad, y sus palabras, como agudas flechas se clavaron en su corazón.

   —No puedo.

   —¿Qué te lo impide? ¿Tu sentimiento de culpa?

   —Si lo entiendes, ¿a qué has venido? —respondió Albafica. Su rostro se convirtió en una máscara.

   —Porque Shion es como mi hermano, y quiere verte. —En sus ojos hay una mirada franca y triste—. Es más probable que muera de tristeza por no tenerte a su lado, que por el veneno del basilisco.

   Albafica sintió que algo vertiginoso bullía en él mientras escuchaba a Dokho. ¿Era su presencia tan importante para Shion?

   —No lo entiendo.

   —¿No entiendes el amor, Albafica? —replicó Dohko consternado.

   —Es suficiente. Vete de mi templo.

   —¡No me iré! —gritó y añadió elevando su cosmo—. Te llevaré ante Shion, incluso si tiene que ser a la fuerza.

   —Inténtalo, Dohko.

   El silencio se instaló en el templo de piscis a tal punto que Dohko podía escuchar la sangre recorriendo sus venas, y los alrededores comenzaron a difuminarse mientras un aroma dulzón se clavaba en su cuerpo.

   —¡Basta! —intervino Sísifo—. Lo duelos por disputas personales están prohibidos en el santuario. Deberían avergonzarse, como santos dorados debemos poner el ejemplo.

    —Lo siento Sísifo, pero yo solo…

    —Entiendo tus motivos, Dohko —le interrumpió Sísifo—. Sin embargo, no puedes obligar a Albafica a ir con Shion.— La mirada de Sagitario era neutra, lo cual no permitía saber lo que pensaba—. Vamos Dokho, Dégel debe volver a su templo.

   Dokho asintió, y ambos caminaron hacia la salida.

   —Aunque sería de gran ayuda para su recuperación, que Shion no tuviera que luchar en dos frentes —dijo Sísifo deteniendo sus pasos, y añadió antes de reanudarlos—. No estoy tratando nada, simplemente se trata de la mera constatación de un hecho.

   Albafica suspiró, pero no respondió. Sísifo sonrió, se veía con claridad que Albafica le tenía un gran y sincero afecto a Shion. Solo era cuestión de tiempo. Albafica terminaría cediendo.

 

 

 

 

 

 

    No puede ir. Se ha jurado no ceder, pero una terrible sensación de soledad y anhelo se ha instalado en él. Los recuerdos son lo peor, crueles y sin misericordia lo atacan con momentos felices. Pero lo más importante, si su presencia ayudaba aunque sea un poco a Shion…

   Quería ir con él, pero también necesitaba alejarse para mantenerlo a salvo. Deseaba al mismo tiempo dos cosas opuestas. Tenía que decidir.

    Siguió el fluir de su corazón.

   Llegó al templo de aries utilizando el pasadizo secreto que le había mostrado Defteros en su infancia.

   Estudió los alrededores, extrañamente no había nadie, y solo detectó el cosmo debilitado de Shion. Sí, no había duda, había caído en la trampa de Sísifo.

   Sonrió.

    En ese caso, ya no importaba. Salió de la oscuridad y se internó en el templo de aries. La luz de la velas le otorgaba a la habitación un ambiente cálido y tenue.

   Shion, quién la convalecencia mantenía postrado; al sentir su presencia, con un mirada opaca, sonriendo apenas, dijo:

   —¿Albafica?

   —Sí, soy yo, Shion —respondió con una expresión de inefable tristeza y ternura.

  Shion tomó su mano. La presión de sus manos era cálida. Debería dejarlo ir. ¿No era a lo que había venido?. Un último adiós. Pero en vez de eso, no solo sostuvo su mano sino que la apretó. No podía. No quería dejarlo ir.

   Se inclinó hacia él. Notó el olor de su piel, y su débil respiración. Sus labios buscaron su frente y la besaron levemente. Y como si las palabras fueran nuevas para él dijo:

   —Te quiero, Shion.

 


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