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La canción del pecado. por YoloSwag

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Sin ti

      el sol cae como un muerto abandonado.

 

     Sin ti

     me torno en mis brazos

     y me llevo la vida

     a mendigar fervor.

      Alejandra Pizarnik.

 

 

 

 

 

 

 

   Había pasado un año completo creyéndose el poseedor de la llave del cielo, pensando que podía volar y tocar cada estrella del firmamento. Un año alimentando su corazón de sueños. Y en un instante todo se había tornado oscuro.

   ¿Cómo podía un sentimiento tan puro como el amor ser corrompido de tal manera?

    El oráculo de Delfos le había mostrado un futuro atroz y cruel, de un manera diferente al que había visto en los recuerdos de Avenir:

    Su amor por Albafica —corrompido por los celos, el odio y el rencor— al no verse correspondido lo llevaría a cometer un acto inhumano; lo tomaría a la fuerza, obsesionado por su belleza. Lo obligaría a compartir su lecho aprovechándose de un poder usurpado. Deshonraría el suelo santo del santuario, la vestimenta del patriarca y lo que ésta significaba.

   Una patriarca corrompido por la oscuridad, que hundiría a la tierra en las tinieblas del infierno. Una imagen que nunca olvidaría.

    Ese era su futuro.

 Un futuro que no dejaría que se volviera realidad. Había sido su error, confundió el trato amable del santo de piscis por amor cuando solo era amistad lo que sentía por él.

   Albafica no compartía sus sentimientos ni llegaría a hacerlo. Esa era la realidad y tenía que aceptarla. Haría desaparecer ese amor que sentía por él, y entonces no podría corromperse.

    Evitaría ese futuro.

    No quería ver de nuevo ese "otro yo". No quería encontrarse con esa mirada donde no había ni una sola brizna de cordura, tampoco escuchar su voz fría y vacía incitándolo.

    Sacudió la cabeza. Tenía que acabar con esto antes de que alguien se diera cuenta del infierno que se había instalado en su cabeza.

    Era fácil decirlo, pero no había logrado disminuir ni si quiera un poco su amor por Albafica. Había intentado por todos los medios hacerlo desaparecer, lo único que le quedaba era hacer que éste lo odiara.

    Sin embargo no se veía capaz de hacerlo. Quería conservar esa porción de amor genuino que le tenía el santo de piscis. Quería conservar su amistad, pero sobretodo cumpliría su promesa; permanecería al lado de Albafica sin importar como fuera su final.

 

 

 

   Finalmente después de tanto caminar logró vislumbrar el primer templo del santuario y a su guardián. Shion se veía distinto, había perdido ese aire infantil, ahora su rostro estaba tallado por la experiencia, misma que le otorgaba un aspecto serio y maduro.

    Había pasado un año y medio desde que se embarcara en esa misión. Era natural que las cosas cambiaran. De hecho ahora él tenía un alumno; Tenma.

    —¡Hey Shion, ¿cómo va todo?

    —Dohko, cuánto me alegro de verte. —Aunque estaba sonriendo, parecía triste. Seguramente por algún intrigado conflicto interno.

    —¿Estás bien, Shion? —preguntó Dohko examinando sus ojos. Se preocupó al notar que ese brillo que los caracterizaba había desaparecido.

    —Lo estoy Dohko. Solo fue una mala noche.

    —A mi no me engañas, Shion. ¿Qué está pasando?—respondió el santo de libra en un tono serio.

   —No quiero hablar de ello, Dohko.

   Fue la corta y fría respuesta de su amigo y hermano. Su preocupación aumentó. Algo no estaba bien. Sin embargo, no podía obligarlo a hablar. Solo le quedaba ofrecerle su apoyo.

   —Bien, como tú quieras Shion. Estaré ahí cuando quieras hablar, y sabes que cuentas conmigo.

   —Lo sé, gracias.

   —Sé que te animará —exclamó Dohko—. ¿Por qué no vamos a esa taberna en Rodorio como en los viejos tiempos?

    Shion pareció meditarlo por unos instantes —que al caballero de libra le parecieron una eternidad—, hasta que finalmente dijo:

   —Esta bien. Esta noche no me toca guardia.

   —¡Excelente! Vendré por ti en cuanto…

    No llegó a terminar la frase, súbitamente el ambiente se tornó opresivo, Shion estaba tenso. El santo de piscis estaba ahí, su aroma era inconfundible. Vestía una traje negro, abrochado hasta el cuello y de mangas largas, tan impecable, y tan hermosamente elegante como lo recordaba.

    —Bienvenido Dohko, espero que no hayas tenido contratiempos en tu misión.

   —Ah... hola Albafica. Afortunadamente solo tuve pequeños inconvenientes —respondió intentando no mostrar su sorpresa. El siempre serio y poco amistoso santo de piscis había iniciado la conversación, y además con una sonrisa en el rostro. "¿Qué estaba pasando aquí?"

    —Es bueno escuchar eso, ¿no es así Shion?

    —Ah… claro.

    —¿Estás bien, Shion?

    —Sí, no te preocupes —respondió fingiendo una sonrisa—. ¿Vas a salir del santuario?

   —Así es —suspiró—. Voy a solucionar unos problemas que causó Regulus en un poblado cercano a Rodorio. Aún no controla del todo su fuerza, y ha destrozado varias casas.

   —Sísifo no va estar feliz cuando se entere —intervino Dohko.

   —En definitiva el patriarca no lo estaba. Bueno, me marcho. Con su permiso.

   —Adelante, y te deseo mucha suerte. No es que no confíe en tus habilidades, yo solo…

    —Entiendo lo que quieres decir Shion. —Albafica sonrió. —Gracias. Nos veremos luego.

   Éste le dirigió una leve inclinación de cabeza, y una sonrisa casi imperceptible. Entonces, Dohko supo que el problema de Shion —como siempre— seguía siendo Albafica de piscis.

 

 

 

 

   Le estaba costando seguirle la conversación a Dohko. Solo escuchaba fragmentos, palabras sueltas, y en momentos tan solo sonidos carentes de significado.

    Quería regresar al santuario y encerrarse en su templo. Sin embargo, ahí no podría olvidar.

    En otros tiempos hubiera disfrutado de la velada, pero ahora, la luz, las voces, la música e incluso las risas lo asfixiaban.

   Alzó otro tarro y brindó con Dohko. Bebió hasta terminar el líquido amargo de un solo trago.

    Por un momento deseo ser como aquellos aldeanos que festejaban con grandes risotadas. Una vida simple, con preocupaciones y alegrías normales. No ser el santo de aries, no ser el primer escudo del santuario, no ser aquel que lo hundirá en las tinieblas.

   Bebió el tarro que Dohko dejó intacto en la mesa. Lo observó bailar con una chica completamente despreocupado y feliz. Él rechazó todas la tímidas invitaciones. Nadie podría sustituir a Albafica, y mientras bebía otro trago dejó que sus pensamientos divagaran. Se imaginó a Albafica y él bailando; una vuelta y otra al compás de la música, sus cuerpos juntos sin la protección de una armadura…

    "Tú futuro está manchado de pecado, ¿qué es lo que harás santo de aries, lucharás por cambiarlo o es mejor que mueras aquí?".

      Había elegido luchar, y eso lo que haría. No podía seguir lamentándose. Avenir le había confiado el futuro, su maestro, sus compañeros creían en él para luchar en la guerra santa que se aproximaba. No podía fallar.

   Dejó el pago de lo que habían consumido en la mesa y después arrastró a Dohko fuera de la taberna. Era hora de volver al santuario.

 

    Quizás había tomado más de lo debido, o, podía ser también el aire caliente del verano de Grecia. Tenía dificultad para respirar, su mente estaba nublada y pesada. Como santo dorado podía moverse a la velocidad de la luz, pero ahora, su coordinación era tan mala —y agregando el peso de Dohko— que se veía obligado a avanzar con una lentitud exasperante.

    No volvería a tomar. Eso era seguro.

    A pesar de su voluntad terminó por derrumbarse en las escalinatas que llevaban al santuario. Dohko se rió, murmuró cosas sin sentido y luego se durmió.

   Shion se resignó a tener que dormir ahí también. No tenía sentido intentar llegar al santuario.

    —Pero mira que tenemos aquí, dos borrachos que se dicen ser santos dorados. Estoy seguro que al viejo no le hará gracia.

    —Silencio Manigoldo, te he visto en condiciones peores.

    —No voy a discutir eso, Alba.

    Shion se incorporó de golpe al escuchar ese nombre. El mundo le dio vueltas y estuvo a punto de caer de no ser por Albafica que lo sostuvo.

    —No hagas movimientos bruscos, Shion o te sentirás peor. —El tono en que lo dijo era amable y reconfortante.

    Shion lo miró directamente a los ojos. El corazón le dio un vuelco. Sus ojos brillaban más que las estrellas, y su voz era angelical.

    —Me encargaré de llevar a Dohko —dijo Manigoldo—, tú encárgate de tu novio.

    Las mejillas del santo de piscis se tiñeron de un ligero rubor pero no lo negó.

       —Mañana aprenderás la lección, Shion. —Sus ojos no traslucieron el menor signo de aprobación o de decepción al decirlo. Lo cargó en sus brazos e inició el ascenso hacia el templo de aries.

    Durante todo el camino Shion contuvo la respiración hasta que el pecho empezó a dolerle y el pulso le martilló los oídos, aún cuando ansiaba embriagarse del aroma que desprendía el santo de piscis.

    —Shion, ¿has olvidado como respirar? —preguntó Albafica mientras lo depositaba en la cama.

    —No, yo…

    —Ah, entiendo mi aroma te causa náuseas. No te preocupes ya me voy.

    Se dio media vuelta dispuesto a irse.

    —¡Espera, Albafica! —gritó Shion poniéndose de pie. Albafica tuvo que volverse y sostenerlo para que no cayera.

   —Shion, te dije que no hicieras eso —le recriminó.

   "¿Qué estaba haciendo?", se preguntó Shion, sin embargo es algo tan natural que, aunque lo intenta, no puede resistirse. Además eran sus manos las que lo traicionaban, las que acariciaban ese cabello suave, perfecto, las que se deslizaban por ese rostro de tez blanca y perfectamente esculpido de hermosos ojos, las que delineaban esos labios donde pendían su vida y su muerte.

   Cedió al deseo, a los de su propio corazón, y con suavidad acercó sus labios a los contrarios, hipnotizado, anonadado y embriagado de su belleza.

   Albafica lo detuvo.

    —No —habló con una voz cálida en dulce susurro—. No en estas condiciones. Quiero que lo recuerdes, Shion.

   Albafica lo abrazó, y durante unos segundos sintió su cuerpo contra el suyo. Luego el sueño lo venció.

 

 


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