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La canción del pecado. por YoloSwag

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Anteros, el dios del amor correspondido. Hijo de la diosa Afrodita, y del dios de la guerra, Ares. Concebido para complementar a su hermano, y quién después se convertiría en su rival; Cupido.

Y mientras que su hermano, causaba estragos con sus "enamoramientos fatídicos", Anteros bendecía a aquellos amantes que demostraban un fuerte compromiso y madurez en su relación. Al tiempo que también vengaba a los que habían sido desdeñados.

Naturalmente su relación se fragmentó, pero lo que terminó por romperla fueron los celos de Cupido al enterarse que todos en el Olimpo pensaban que Anteros poseía más belleza que él. Así que —conociendo la aversión que sentía su hermano por los dioses gemelos— flechó a éstos para que se enamorarán irremediablemente de Anteros. Causando la desgracia, que lo atormentaría por siempre...

Fragmento de "la leyenda de Anteros, el dios del amor que descendió del Olimpo". — Colección privada del patriarca.

 

 

 

***

 

 

   Despertó de un sueño del que no recordaba casi nada: solo sangre, y una sensación de temor, de la cual no sabía explicar la razón. Olvidó el tema al percatarse que el sol ya estaba en lo alto del cielo, y que reposaba en una cama ajena. Se levantó apresurado y casi chocó contra el dueño de ésta.

    —Buenos días, Albafica —saludó Shion. Su voz era dulce y estaba llena de cariño, pese a que su mirada expresaba cierto abatimiento—. Me tomé la libertad de trasladarte a mi cama, no podía permitir que durmieras en una silla, y menos por mi culpa.

    —No debiste preocuparte, Shion. No fue tu culpa, yo decidí quedarme.

   Albafica notó que Shion no lo miraba a la cara. Hacía tiempo que esto sucedía, solo lo miraba cuando era imprescindible. Lo había ignorado, pero después de lo sucedido anoche, ya no podía hacerlo más.

    Quería que Shion lo mirara, y no como antes, sino con esa ternura, con ese amor, y con ese deseo de cuando intentó besarlo.

    Alargó la mano para tocar su mejilla, pero éste rehuyó de su toque.

    —¿Qué pasa, Shion? —preguntó Albafica sintiendo que su corazón comenzaba a hacerse añicos.

    —Albafica... yo... me arrepiento de lo que sucedió anoche. No quise causarte problemas —respondió manteniendo la mirada en el suelo, y agregó finalmente mirándolo a la cara—: No recuerdo mucho, pero he rogado desde que desperté no haber hecho nada que te incomodara.

    —En lo absoluto. Solo me vomitaste encima —respondió Albafica disfrutando del impacto que causaron sus palabras: el rostro de Shion se trastornó de horror y vergüenza.

    Albafica pensó que Shion era simplemente adorable. Estaba enamorado. No había duda, sino, ¿cómo explicar que amara casi todo de él?

    Sin apenas notarlo, se había internado en un mundo donde todo era torpeza y confusión. Un lugar, donde podía suceder cualquier cosa.

     —Ah... yo...

     —Es una broma, Shion —lo tranquilizó Albafica con una sonrisa—. Caíste dormido apenas tocaste la cama.

     —Gracias Atenea.

     —¿Pero te sientes bien? justo ahora deberías odiar tu vida —preguntó Albafica observándolo detenidamente. Las mejillas de Shion se tornaron rojas.

     —Eh... sí, me siento bien.

     —Eres la envidia de muchos, Shion.

     —Solo tuve suerte, supongo...

     —Debo volver —Albafica suspiró—, ellas deben estar preocupadas.

     —Me disculpo por haberte retenido tanto tiempo, Albafica —respondió Shion—. Gracias por todo, y entrégales mi saludos. Iré a verlas en cuanto pueda.

    —Así lo haré, Shion —dijo, y buscó en sus ojos un resquicio de aquellos sentimientos que mostraron anoche, pero no encontró nada.

     Era frustrante.

 

 

***

 

 

   Una vez en su templo Albafica se dejó caer abatido en su cama. Anoche, Shion había puesto su mundo de cabeza al casi besarlo, pero está mañana actuaba como si nada hubiera pasado entre ellos. "Obviamente, Shion no lo recuerda", se dijo así mismo en tono de reproche.

   El amor lo estaba sofocando al igual que una cuerda apretada en el cuello, y como una ola ahogaba todos sus pensamientos.

     La mayoría del tiempo pensaba en Shion: preguntándose qué estaría haciendo, y si él también pensaba en él.

   Se levantó, —y desobedeciendo las reglas de su maestro—, quitó la manta que cubría el espejo abandonado de la habitación:

  —Todo el mundo dice que soy hermoso, pero sino se lo parezco a la persona que amo. No me sirve de nada.*

   —Por supuesto que lo eres—contestó Manigoldo ingresando en la habitación—. " El más hermoso de los 88 santos de Atenea. Aquel que posee la belleza y elegancia de un dios. Incluso las estrellas palidecen a tu lado".

   —¿Qué quieres, Manigoldo? —respondió Albafica molesto por la repentina intromisión.

   —Parece que a alguien no le fue bien anoche. ¿Shion, te vomitó encima?

   Albafica lo ignoró para no estrangularlo. Sin embargo, Manigoldo no se dio por vencido, e insistió:

    —¿Acaso te llamó por otro nombre cuando estaban en medio de...?

    —¡Silencio, Manigoldo!

    —No me digas que Lugonis no te explicó.

    —¿El patriarca Sage si lo hizo? —replicó Albafica con genuina curiosidad.

    —El viejo fue muy explícito. Dijo algo como, "ya no tengo fuerza ni paciencia para tratar con niños. Así que cuida tus pasos, Manigoldo".

    —¿Eso dijo el patriarca?

    —Sí. Según él, yo acabé con toda su paciencia.

    Albafica sonrió; Manigoldo aun conservaba aquel cariño infantil y veneración hacía su maestro.

    —Entonces, ¿cuál fue el problema? —insistió el santo de cáncer en un tono más serio.

    —Hace tiempo que he notado que mi presencia incómoda a Shion, tanto, que evita mirarme a la cara. —Su sonrisa se desvaneció—. Anoche, trató de besarme y pensé que al menos sentía cierta atracción hacía mí... —Hizo un pausa, y volvió a mirarse en el espejo—: Pero, esta mañana Shion no lo recordaba, y volvió a su comportamiento de los últimos meses.

    —Albafica necesitas tomar un enfoque más directo, o como dicen las chicas de Corinto*, "vuélvete un demonio".

    —No estoy entendiendo.

    —En otras palabras; usa ese hermoso rostro que tienes en conjunto con tu cuerpo tallado por los dioses, e implanta el deseo en Shion.

    —¿Estás hablando enserio, Manigoldo?

    —Totalmente —respondió con seguridad—. Además, creo que es justo. Shion ya te ha trastornado la cabeza, ¿por qué no deberías hacer lo mismo?

     —No voy a seguir ese consejo.

    Manigoldo le dio un empujón cariñoso, y dijo:

     —Dime Albafica —le sonrió. Una sonrisa cómplice—, ¿no te provoca curiosidad saber cómo reaccionaría Shion si te viera desnudo?

    Sin poder evitarlo las palabras del santo de cáncer cobraron vida en su cabeza. Y descubrió que sus expectativas era algo pesimistas. Lo más seguro era que a Shion no le importara en lo absoluto.

    —Es suficiente, Manigoldo —respondió Albafica desanimado.

    —No somos humanos normales; nacimos bajo una constelación con un destino que cumplir —. Su rostro mostraba aquella resignación solemne, la misma que solía adornar la sonrisa del patriarca—. La guerra santa ya está sobre nosotros, Albafica. No tienes —tenemos— mucho tiempo, quizás mañana estemos muertos.

    —Entiendo lo que quieres decirme, Manigoldo. Sin embargo...

   —Solo es un consejo de amigo, pero hablas ahora o callas para siempre, Alba. No eres la única persona que tiene interés en Shion.

    —Lo sé.

 

 

***

 

 

    No iba a poder dormir. Eso estaba claro incluso antes de que Manigoldo se fuera, y él se acostara después de un baño. Las palabras de Manigoldo no dejaban de repetirse en su cabeza. Eso lo sabía de sobra; Shion poseía la rara cualidad de encandilar a las personas con solo sonreírles. Además con su carácter luminoso como el sol, su honorabilidad, su destreza y fuerza…

    Claro que su corazón no era el único que Shion había robado. No sabía que debía hacer. "¿Hablar ahora o callar para siempre?".

   Necesitaba conciliar su corazón con su cabeza, tenía que ir a ese lugar...

    Salió del templo de piscis con nada más que su ropa de dormir; una sencilla túnica blanca, y tomó el atajo que evitaría las miradas interrogativas de sus compañeros.

    La noche estaba cálida y tranquila, pero también algo opresiva. Salió de las sombras, y al instante deseo no haberlo hecho; Shion subía las escalinatas hacia el templo de aries en compañía de una joven, compartiendo una estrecha complicidad de miradas y sonrisas.

    Debería ocultarse pero no lo hizo. Se mantuvo firme en su lugar hasta que la mirada de la joven se encontró con la suya. Ella desvió la mirada casi de inmediato y escondió el rostro tras el brazo de Shion.

    —No voy a negar lo evidente, Albafica —dijo Shion—. Aceptaré el castigo por faltar a mis deberes.

    —¡Por favor, no lo castigue! —gritó la joven interponiéndose entre él y Shion —. He sido yo quién...

    "Un bonito acto de valentía. Sin embargo inservible, podría tomar tu vida en este instante, y tú ni siquiera te darías cuenta", pensó Albafica sintiendo algo que no comprendía, una oscura reprobación, y se recriminó de inmediato. "¿Pero qué demonios estoy pensando?"

    Respiró hondo, y levantó la mano ordenando silencio.

   —Eso no es asunto mío, sino del patriarca —respondió, y manteniendo una expresión de estudiada indiferencia, continúo su descenso.

 

 

***

 

 

      El desánimo, la amargura, el rencor se instalaron en su corazón oprimiéndolo. Sí, celos, eso era lo que sentía.

     "Maldición", pensó, y luego se enfadó consigo mismo. Si no hubiera permitido que sus propios anhelos le ocultaran la verdad, se hubiera dado cuenta:

     Shion ya tenía a una persona especial para él.

     Era imposible que estuviera llorando. No lo había hecho desde la muerte de su maestro, pero ahí estaba él; un santo dorado, el más "bello", orgulloso y letal de los 88 que servían a Atenea, llorando sin poder detenerse.

    Tuvo, de pronto, la sensación de que estar ahí era una fatalidad. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano y se levantó. A la distancia observó a alguien acercarse. Su paso era lento, y su porte grave, augusto, solemne.

    Cuando estuvo lo suficiente cerca notó que se trataba de un sacerdote. O al menos vestía ropa de uno.

    Albafica se preparó para defenderse y atacar, su instinto le decía que era un enemigo. El "sacerdote" permaneció unos minutos sin decir nada, sin apartar los ojos de él. Unos ojos que parecían atravesar el alma.

    —Los rumores son ciertos —Algo en su sonrisa le ponía de los nervios—. Te vi en sus sueños, pero debo admitir que no te hacen justicia, Albafica de piscis.

    —¿Quién eres?

    —Aunque hay algo que enturbia tu corazón —dijo ignorando su pregunta—: "Miedo de que la persona que amas no esté destinado a ti". Que tú primer amor sea una historia abocada al fracaso y sin final feliz.

     —Acabo de confirmar ese miedo. —Las palabras salieron de su boca sin poder evitarlo. Algo estaba mal.

    El sacerdote sonrió. Albafica no sabía cómo, pero sabía que ese semblante risueño solo significaba una infausta noticia. Su corazón comenzó a latir más rápido en advertencia.

   —¿No te has dado cuenta, Albafica de piscis? —dijo acercándose más—. Este mundo lo has creado tú, esto que ves, son tus sueños. Aunque yo me he tomado la libertad de trastornarlos con tus miedos.

   —Sueños... Hypnos...

   —Los humanos siempre me han parecido interesantes, pero los santos de piscis tienen algo que han llamado más mi atención desde la era del mito—respondió examinándolo con la mirada —; son simples mortales, pero poseen algo divino, algo más allá de su inefable belleza... ¿quién son en realidad?

   Albafica trató de moverse y atacar, pero no fue capaz. Su cuerpo no le respondía.

    —Aunque tú en especial, me causas una mayor intriga. Eres una copia idéntica de él. Anteros, mi amado Anteros.

    —No soy él. Soy Albafica, santo dorado de piscis —exclamó, sin embargo tenía la extraña sensación de estar mintiendo.

    —Lo sé —respondió Hypnos con algo parecido a la tristeza. —Pero aún así, quiero tenerte, Albafica de piscis. Ven...

    Sus palabras tenían un hechizo irresistible. Su cuerpo avanzó hacia el dios del sueño irremediablemente, y sus brazos lo estrecharon con fuerza, al punto de no dejarlo respirar.

    —Nadie ha sufrido con tanta belleza como tú. No te preocupes, pronto convertiré tu esqueleto en una rosa blanca —dijo antes de sumirlo en un trance profundo, tan parecido a la muerte.

 

 

     Shion... Lo siento...

 


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