Harry estaba mordiéndose las uñas, un mal hábito que era incapaz de frenar cuando se ponía nervioso, muy nervioso.
Y la situación no era para menos.
Era su primer año en la academia de aurores, no habían pasado ni tres meses desde que estaba dentro, y por una vez pensaba que su vida iba a ser relativamente normal. Craso error, no lo era, él debía saber que en su vida, la desgracia, era como una mala compañera.
Se había decretado una cuarentena de 30 días por un brote tremendamente agresivo de Viruela de Dragón. Cuando Harry escuchó la noticia, no le dio mayor importancia. Sin embargo, la cara de su amigo y compañero en la academia, Ron, mostraba puro pánico.
Dos días después, todos estaban encerrados en sus habitaciones del cuartel, y la sociedad mágica inglesa en sus propias casas.
Era malo, muy malo, aquella extraña cepa estaba matando a brujas y magos por todo el continente, y el salto a las islas no había tardado en producirse, nadie había estado preparado para algo así.
La viruela de Dragón común era peligrosa, aún hoy magos y brujas morían por ella, pero eran casos aislados y con el tratamiento adecuado podían salvarse. Esta, sin embargo, de momento no tenía cura. Y atacaba directamente a la magia, a la raíz, al núcleo de la magia misma. Por ello, solo afectaba a la comunidad mágica.
El Ministro y las autoridades mágicas les habían pedido a todos quedarse en casa, evitar el contacto con infectados y esperar nuevas noticias. El tema de los suministros estaba siendo muy delicado, porque todas las criaturas mágicas se veían afectadas, y en este caso no podían hacer uso de la magia. Al final, la única solución habían sido las lechuzas.
Desde las ventanas de toda Gran Bretaña, cientos de lechuzas cargaban bolsas de un lado para otro, el Ministro había tenido una reunión con el Primer Ministro muggle y habían llegado al acuerdo de hacerlo pasar como un nuevo espectáculo de un circo muggle. Desde luego iba a ser complicado de manejar, pero lo primero era pasar ese tiempo recluidos y más adelante, tendrían que llevar a cabo algún show con las aves como tapadera.
La situación era mala, realmente mala, y el mundo mágico estaba tan acostumbrado a usar la magia para todo, que muchos estaban muriendo por error.
Harry estaba acostumbrado a hacer las cosas al modo muggle, tenía harta experiencia aunque ya no viviera con sus tíos. Sin embargo, su compañero de habitación, no. Era todo lo contrario a lo muggle que uno pudiera imaginar. Le miró mientras este estaba sobre la cama leyendo un libro, como si la peor pandemia que el mundo mágico hubiera vivido en su historia no estuviera ocurriendo.
Harry tenía atrapado entre los dientes un buen trozo de padrastro, sabía que aquello iba a doler y dejaría unas feas marcas, pero la angustia le estaba carcomiendo.
—Deja de hacer eso, Potter, es muy molesto.—Harry hubiera respondido que su voz era mucho más molesta, pero si tenía que pasar los próximos 30 días con Draco Malfoy encerrados en una habitación; con dos camas, una pequeña cocina y un cuarto de baño escuálido, tendría que armarse de paciencia. Mucha, mucha paciencia.