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Hombre bajo la lluvia por Doki Amare Pecccavi

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Notas del capitulo:

 

 

Cap. 12: jueves.   

 

Hace meses que la cama donde me reinventaba por las noches para darte los buenos días no me deja dormir, me maltrata, me grita tanto como me gritaste tú aquella noche. Se burla de mí y de mis ganas, se revuelca con mis ilusiones.

 

Cuando despierto ya no recorto mañanas para enviarlas en un sobre, las guardo en mi cajonera. Ocultos pesares y limpio con papel el resto de los recuerdos embarrados en las mejillas; un poco de agua en el rostro para darle vida a la intensidad de mi alma y recuperarme, algo de rojo en besos quemados de palabras que ya no buscan eco; intento que el viento frío me adivine para que cuando te toque la cara algún recuerdo mío te cale en el gesto

 

¿Cuándo leas a Murakami, recordarás que es mi favorito? Yo me acuerdo de Girondo o veo ateos por todos lados y…dejo que la nostalgia me recorra el cuerpo y el alma hasta los puños y los aprieto, retuerzo con las ganas las preguntas y las ganas y las preguntas y el dolor, me calzo los zapatos de todos los días y dejo que ellos me sostengan[1].

 

.*.

 

— ¿Mathew, no quieres que te acompañe? — Robert observó a Mathew meter su cartera a los pantalones y su móvil también.

 

— No, sólo me tardaré una hora a lo mucho. Si viene Alex ¿Puedes decirle que acabo de irme?

 

— ¿No le avisaste? — Mathew sonrió.

 

— Por supuesto que sí, pero no quiero que piense que me tomo muchas libertades.

 

Y por respuesta obtuvo sólo un suspiro. Sí que lo estaba haciendo, se tomaba la libertad de salir aún si no había terminado su trabajo, aunque intentaba reponer el tiempo perdido por las tardes, después de que todos se marchaban.

 

Así que ahora, aprovechaba sin remordimiento la hora de comida para citas premeditadas. Desde hacía algunos meses que la idea de salir de esa casa había empezado a rondarle. Empezó visitando páginas de renta y los precios eran una locura, tenía apenas pequeños ahorros para dar un depósito, pero todo lo que las agencias solicitaban eran una locura.

 

Empezó a entender términos como póliza jurídica, avales. En poco se sintió un experto y se introdujo en las páginas de trato directo. Por supuesto que los precios cambiaban, se sintió con mayores posibilidades de rentar algo e imaginó que las cosas mejorarían con ese pequeño cambio.

 

Un día, por casualidad, encontró un anuncio: “Departamento compartido” y aunque en las fotografías todo lucía un poco reducido el lugar, el precio era casi perfecto.

 

Había un depósito de renta compartida. La reta del mes que corría y nada de mantenimiento ni pólizas. Apenas vio la publicación, se comunicó con el anunciante por mensaje, pero las respuestas eran tardadas, acordaron más de dos veces encontrarse en el departamento y siempre cancelaban.

 

Había visitado otros lugares, pero nada parecía tan bueno como aquella oferta y entonces, después de muchos intentos, la reunión se dio, salió apenas pudo de la oficina, caminó hacia la avenida, cruzó, caminó una calle, dos calles y en menos de cinco minutos había llegado a los viejos departamento, era cierto que no eran nada llamativos por fuera y tenía la sensación de que las calles apestaban a cigarro.

 

Una reja negra con garaje para nueve autos en la planta baja, un edificio con loza catalana por fuera y completamente blanco por dentro. Tocó el timbre 102. Esperó, tocó de nuevo y nada.

 

Después un “Ya bajo” por el interfono.

 

— Buena tarde. — Saludo, pero no estaba seguro de haber sido escuchado, esperó frente a la puerta. Mordía su labio inferior. Escuchó los pasos bajando por las escaleras y en sonido de un montón de llaves quitando el seguro. — Hola, buena tarde.

 

Apenas se abrió la puerta pudo ver a un chico unos centímetros más bajo que él, mucho más delgado, completamente a rapa, con enormes ojeras y lentes de armazón negro. Toda una curiosidad, pensó de la nada, pero se encontró intimidado ante lo borde de aquel sujeto.

 

— Mathew, subamos, tengo diez minutos para enseñarte el departamento. Hoy trabajo y voy algo tarde, estaba a punto de cancelarte.

 

— Ok, subamos. — Era curioso y encontró dos torres, subieron en espiral por las gordas escaleras de concreto y el primer departamento que daba de frente era el 102. La puerta estaba abierta, aquel sujeto entró y dejó la puerta abierta para que Mathew ingresara.

 

Había un pasillo de medio metro antes de encontrar la primera puerta, ahí estaba la cocina; Un calentador hasta el fondo, una lavaplatos en frente y junto una estufa, había un espacio de un metro para colocar cualquier mueble. No indagó demasiado por el comentario del tiempo.

Después salían del pasillo y una estancia de aproximadamente ocho metros. Había enormes ventanales con persianas y al fondo dos puertas de frente y una de costado, el baño, imaginó.

 

— Te explico. La habitación de la derecha es la de mi Roomie, no llega hasta el domingo. La que está en renta es la mía. Ven. — Mathew se acercó sin preguntar y observó el interior de la recámara. Alfombra café, paredes blancas, había una cama Queen size y un tambor africano que era usado como mesa de noche. Olía a quemado y no podía asegurar que se trataba de nicotina. — Lo voy a dejar bien antes de que me vaya, me voy a llevar todo el cuarto estará completamente vacío.

 

— Sí, está bien, es justo como se veía en las fotos. — Mathew mintió, lucía horrorosamente desordenado el lugar, apestaba, pero… todo lo demás estaba bien. — Sabes qué, me gusta el lugar, quiero rentarlo. ¿Qué hay que hacer?

 

— Ok, perfecto, el sábado te entrego las llaves, trae el dinero y es todo tuyo.

 

Mathew sabía el total a pagar, sintió un mal presentimiento, pero acordó la cita el siguiente sábado.

 

Después regresó al trabajo y aunque Robert se había mostrado interesado en saber cómo había ido en su cita, Mathew se mostró tan hermético como siempre.

 

Y cambió los desvelos en vano por una revisión general de sus cosas, vació en una caja de cartón, llevaría sólo lo necesario, una maleta llena con su ropa y otra con cosas personales. No llevaría casi nada de esa casa por dos motivos: Las mudanzas eran demasiado costosas y sentía que, si llevaba algo de más, terminaría cargando la nostalgia a donde a donde fuese que llegara.

 

 

 

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«. ·°·~*~' Quédate '~*~·°·. »
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[1] XII. YA NO RECORTO MAÑANAS - Leer poemario completo AQUÍ


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