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Hombre bajo la lluvia por Doki Amare Pecccavi

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Cap. 14: sábado - domingo.

 

He descubierto que lo más cansado que hay en la vida en no ser sincero.

 

.*.

 

 Muy temprano, había dejado al “perro enano” en casa de su tía, después un bus que lo llevaría a su cita. Le resultó extraño estar en aquella zona de la ciudad, en sábado, pero enseguida recordaba que, a partir de ese día, empezaría a vivir en ese sitio. Llevaba el dinero, estaba alerta para el momento en el que tuviese que firmar el contrato. Llegó, tocó el timbre y enseguida un ligero sonido en la puerta le indicó que estaba abierta.

 

— Sube. — Se escuchó por el interfono y así lo hizo, Mathew sabía el camino así que apenas llegó se encontró con que la puerta estaba abierta, a diferencia de la vez anterior el lugar estaba completamente vacío, no había nada en la cocina, no había muebles en la estancia. — Llegas tarde.

 

Pero no era cierto, Mathew revisó su móvil antes de tocar, iba diez minutos temprano.

 

— ¿Sí? — Preguntó curioso, alzó una ceja y observó a Edward alejarse de él, entró a la habitación.

 

— Como sea, ven. — Cruzó la estancia y llegó hasta la puerta de la que sería su habitación, estaba las ventanas abiertas, la luz entraba, el lugar sin muebles lucía mucho mejor, alfombra limpia y paredes blancas. Del lado contrario a la ventana estaba un ropero de piso a techo empotrado a la pared. — Bueno, dame el dinero y te doy las llaves, estarás solo hasta mañana. ¿Tienes alguna duda?

 

Mathew negó, incomodo como estaba le dio el dinero a Edward, pero ¿No había pasado todo el día de ayer revisando la importancia de las cláusulas y contratos?

 

— Sí, ¿Vamos a firmar algo? ¿Un contrato? — El chico pareció meditarlo, pero negó enseguida.

 

— No, el contrato se hizo hace cinco meses, así que aún te quedan siete, todo está a nombre de mi Roomie, ya le avisé que desde hoy te quedarías en casa, lo que me des de renta es por el mes que ya empezó, ya lo pagué yo y el depósito que di te lo dará a ti en cuanto firmé el contrato. — Estiró su brazo y ofreció las llaves, tomó su maleta y salió de la habitación dejando Mathew ahí, pero sólo por unos segundos porque apenas observó sus intenciones, salió detrás de él.

 

— ¿Te vas?

 

— Sí, me está esperando mi taxi.  Nos vemos… o no. — Bromeó, presionó el botón de acceso de la puerta de la calle, junto al auricular del interfono. — Esta zona me quedará lejos, así que seguramente no nos veamos, cualquier duda que tengas, sólo mándame un mensaje. Ahora sí, nos vemos, Mathew, disfruta tu estancia.

 

— Oye, esto es muy deprisa.

 

— Mi taxi espera, ya te dije… por cierto, mejor baja conmigo. Sirve que pruebas las llaves, para que no haya ningún malentendido. — Ni tiempo había dado a Mathew a decir algo, cuando ya ambos se encontraban bajando las escaleras, en efecto, por las rejas del edificio veía un taxi estacionado. Sin demasiada celebración, se despidieron y Mathew le despidió esperando en el marco de la puerta. Leyó los anuncios vecinales en el pizarrón detrás de la entrada y una desesperación inmensa lo embargó.

 

“Respetar áreas comunes”

“No dejar la puerta exterior, abierta”

“Respetar los espacios de estacionamiento”

 

¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué tenía tan mala sensación de pronto? ¿Tenía miedo?

Sí, completamente, tenía miedo de arrepentirse o de que las cosas no fuesen como las había planeado, se sentía inseguro y con algo de temor regresó al departamento, apagó las luces y salió huyendo de ahí, cerró con llave y dejó el edificio para regresar a casa.

 

Su casa estaba completamente vacía, en un día se había encargado de vaciar todo, desconectar electrodomésticos, ya hacía semanas que no tenía nada de comida así que por eso no había tenido que preocuparse; Su equipaje le había esperado en la estancia, lo observó por largos minutos antes de decidir que era momento de retirarse, no tuvo intensión de regresar a su recamara, mucho menos a la de su madre.

 

Salió por un momento de casa, para comprar cosas en el negocio a unos metros, le atendió la señora de siempre, ella había sido testigo de todo lo ocurrido con su madre y aunque jamás le preguntó nada, pero poco a poco se había vuelto mucho más amable. Mathew tomó comida chatarra por montones, agua y bebida energética; pagó, la mujer le sonrió, ella no lo sabía, pero tal vez no volverían a verse.

 

Regresó a casa. Estaba listo para empezar de cero, otra vida, en un nuevo lugar, con nuevas personas. Estaba poco a poco saliendo de la tormenta de arena, pero definitivamente no se sentía otra persona, no se sentía ni más fuerte, ni más seguro, tal vez era porque sus últimas decisiones eran más reacción que acción.

 

Mathew se reusó, un poco más, en tocar sus maletas, rodeó un montón de veces el sillón sin sentarse. Caminó por el pasillo, pero no entró a su habitación, mucho menos a la de su madre.

 

Estaba titubeante, le hubiese gustado dar un último respiro y que el aroma a vainilla inundara sus sentidos, pero en aquel lugar sólo olía a medicamento y limpiador de casa. En fin; no siempre había querido lo que deseaba, tal vez porque tampoco había dado siempre lo mejor de sí.

 

Adiós, me alejo de ti.

 

Mathew salió de casa una última vez, subió a un taxi y se alejó en completo silencio. Le había tomado no más de media hora llegar a su nuevo departamento, cuando llegó había un vecino esperando en la puerta, apenas si había prestado atención a Mathew simplemente saludó y se hizo a un lado para dejarle pasar.

 

El pasillo hacia las escaleras de caracol le pareció más largo y había tenido que subir los escalones a oscuras en varias ocasiones hasta tener todo el equipaje arriba. Una vez listo para entrar, tocó a la puerta con cautela y no hubo respuesta, pero con el mismo cuidado se había encargado de entrar y prender una a una las luces del departamento.

 

Lucía solo y el aroma impregnado de cigarro no le pareció menos incomodo que el último aroma de su casa. Había dejado un lugar solitario a cambio de otro:  Vaya tontería.

 

“La gente es vulnerable y necesita a los demás, pero muchos se obcecan y niegan esta realidad humana”

 

No le quedaba más que ir directo a su habitación, dejó las maletas en el recibidor e ingresó al baño, aquel había sido el único lugar que no había visitado, había una regadera y una puerta corrediza rodeándola, la taza a un lado, cubierta con una horrorosa decoración de terciopelo color vino, estaba el lavabo, y unos cajones debajo. Un baño bastante común, se lavó las manos y regresó a lo importante.

 

De la maleta sacó su ropa, la ordenó con cuidado, con exceso de ganchos, limpió cajones, acomodó algunos libros, su computadora personal. Llevaba también una pequeña bolsa llena de artículos de limpieza, y anduvo del cajón al baño para acomodar algunas cosas, de vuelta a la recamara tomó algunas cosas de cocina y las colocó en la estufa, ya después vería en dónde podía guardarlas.

 

De la caja de cartón sacó algunas mantas, llevaba en su estuche una ligera colchoneta que extendió en el suelo, junto a la ventana, colocó sabanas, mantas y por el momento ocuparía su toalla como almohada, el lugar poco a poco iba quedando más “decente” aunque algo que definitivamente le disgustaba era el olor a cigarro, sacó su móvil y en una nota añadió (a la ya existente lista de pendientes) el aromatizante que tenía que comprar.

 

Eran casi dos de la mañana cuando todo estuvo acomodado, guardó las maletas en el ropero, la caja de cartón la dejó como su provisional mesa de noche y después tomó lo necesario para tomar una ducha, porque por mucho que se hubiesen esforzado por dejar ese sitio limpio, Mathew no habría sentido comodidad, de no ser él quién limpiara todo, con mayor profundidad.

 

Después recordó que en la cocina estaba el calentador, buscó en internet y videos de como prenderlo; era sorprendente que en menos de diez minutos el agua caliente estuviese lista, apagó el calentador, se metió al baño y al desnudarse frente al espejo notó lo cansado que lucía su rostro. Había sido un día complicado. Aún le parecía increíble que todo eso le estuviese ocurriendo, incluso cuando estuvo bajo el agua, sintió que en cualquier momento diría “Es suficiente, me rindo, ya no puedo”. Apenas salió de la ducha, secó su cuerpo y con pijama puesto salió del baño con la toalla amarrada a su cabeza y es que era una burla la distancia de la puerta del baño a su recamara, llegaba en tres pasos, no más de cincuenta centímetros un lugar del otro.

 

Se metió entre las sábanas y dormitó con la luz prendida porque los lugares nuevos le generaban un poco de incomodidad. A medida que pasaban los minutos notaba que el piso alfombrado y una colchoneta con sabana no eran para nada comparables con la comodidad de una cama, un colchón.

 

— Idiota ¿Qué estás haciendo? — Se dijo enojado porque no se sentía cómodo, pero más allá del seguro dolor de espalda que tendría al día siguiente, lo que Mathew no podía era contener toda la maldita frustración que sentía, no por la alfombra, no por su arrebatada decisión, incluso no por haber tenido que abandonar al perro enano de su madre para poder rentar aquel lugar.

 

Mathew estaba frustrado, sí, pero la verdadera razón de todo aquello era el inmenso dolor que sentía en el corazón, porque se sentía tan solo, una soledad que hacía doler el estómago y arder la garganta, que le hacía autodestruirse, tenía hasta los puños llenos de emociones, pero de todas las cosas que pensaba, ninguna le daba para expresar realmente toda la tristeza que llevaba dentro y todo aquello lo estaba consumiendo.

 

Aquella primera noche recostado en el suelo, todo me daba vueltas, tenía los ojos llenos de lágrimas y unas enormes ganas de estar nuevamente entre mis sábanas, llegando del trabajo y preguntar a mi madre “¿Qué harás de cenar?”

 

De pronto sentía que el aire empezaba a ser mucho más difícil de ingresar a sus pulmones, la sensación de desesperación empezaba a marearle. Cerró los ojos y el claro deseo de salir de ahí le llegó de pronto, hizo a un lado las sábanas y se sentó de golpe en el suelo, la pared fría tocó su espalda. Cualquier movimiento le ahogaba, no estaba bien, como pudo gateó por la alfombra y se acercó al ropero, sacó sus maletas y empezó a meter algunas cosas, las indispensables.

 

— Esto ha sido una completa tontería, sí lo ha sido... — Y segado por la desesperación empezó a tener fija la idea de volver a casa, perdería el dinero, pero ¿Qué más daba? No iba a quedarse en aquel lugar a continuar con ese error. No iba a lograrlo, se había equivocado. Tenía que regresar. — Regresar ¿Regresar a qué? Eres un estúpido.

 

Ataque de ansiedad en su máximo esplendor.

Lo comprendió en el momento preciso que fue consciente de que no tenía ni como regresar a casa, de madrugada. No podía dejar sus cosas y conseguir un taxi en ese momento hubiese sido imposible, inseguro y… ¿a quién iba a dejarle las llaves?

 

Poco a poco empezó a regresar las cosas a su lugar y guardó de nuevo la maleta, y como en cámara lenta regresó a cubrirse con las sábanas completamente para ahogarse en un momento de derrota. Lloró hasta que los ojos se le hincharon, liberó un poco del peso que llevaba en hombros y se quedó completamente dormido.

 

Y a la mañana siguiente.

 

 

—Mathew, ¿Verdad?

 

— Ah... sí, mi nombre es Mathew ¿Y tú eres?

 

— ¿Edward no te dijo mi nombre? — Le vi bufar por lo bajo, como quién no se sorprende, pero sigue detestando algo. — No me extraña, salió corriendo ayer y no me avisó que llegarías, si no, hubiese estado aquí para recibirte, apenas escuché que salías del baño me desperté para presentarnos como se debe.  Me llamo André…

 

 

 

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