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Before you go por Little Bully

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Notas del capitulo:

Estás fechas me han tenido ocupada, y aunque no celebraremos como en mi familia estamos acostumbrados, eso no evitó que me tuvieran del tingo al tango preparando lo que haríamos para celebrar el haber llegado a una Navidad más. Aun así, no pude evitar no darme una escapadita y dejarles este capítulo como mi regalo de Navidad hacía ustedes.

¡Gracias a todas las personitas que leyeron!

Disfruten el capítulo.

Necesitaba calmarse o no llegaría a ningún lado de ese modo.

 

Entre lágrimas, Ron solo pensaba en lo que ocupaba salir con urgencia de la cocina e irse a esconder para no ser visto. No sabía cuánto tiempo había estado tumbado en el suelo lamentándose, pero fue el tiempo suficiente para que alguien pudiera bajar y encontrarlo. Se negaba a permitirlo. Intentó moverse con cuidado sintiendo el dolor moverse con él, solamente logrando separar su torso del piso. Gimió de manera lastimera mientras impulsaba sus brazos en un vago intento de sentarse, pero sintió una fuerte punzada en su estómago y espalda que lo hizo a su respiración acelerarse entrecortada.

 

Movió las piernas para buscar mejor el impulso en ellas, pero estás le temblaban. Por un momento, pensó que no podría levantarse, entonces continuó impulsándose con sus brazos luchando por sentarse. Le costó demasiado, todo le dolía de sobremanera queriéndole impedirle el incorporarse, más logró hacerlo; luchó con todas sus fuerzas de arrastrarse y llegar a la barra para recargarse e intentar controlar el llanto que no lo había abandonado. Una vez que lo hizo, agachó su cabeza e intentó inhalar y exhalar buscando tranquilizarse, sintiéndose frustrado al no lograrlo. Lo hacía peor el que su cuerpo no había dejado de temblarle en ningún momento. Hasta parecía que lo hacía cada vez con más fuerza, como se tratase de una simple hoja soplada por la potencia del viento.

 

Su día no había empezado mal, hasta le habían dado una oportunidad que nunca creyó poder llegar a tener, se había sentido tan en paz, ¿a qué se debía ese drástico giro?

 

Entonces, por alguna razón, todo a su alrededor comenzó a oscurecerse lentamente, tomando una forma totalmente diferente a aquella aleñada cocina. Sintió una extraña atmosfera, una atmosfera que tenía tan grabada en la memoria tanto como sus ganas de querer olvidarla por todo el dolor que le trajo consigo y todos esos malos ratos llenos de incomparable sufrimiento. Levantó la cabeza para observar que era lo que estaba sucediendo y su respiración comenzó a fallarle totalmente, le parecía más complicado cada vez que el aire entrara a su cuerpo al verse encerrado de nuevo en aquel húmedo lugar.

 

Su cerebro no registraba que era lo que sucedía. Estaba recargado en una de aquellas gélidas paredes, tenía aquellos malditos barrotes enfrente de nuevo encerrándolo por completo, el suelo debajo de él se sentía demasiado frío, justo como recordaba que era y, entonces, el corazón parecía que se le iba a salir del pecho de sus fuertes latidos al verse atrapado otra vez. Él había salido de ese inmundo sitio, lo habían sacado, por lo que no tenía que estar aprisionado; no era posible que de un momento a otro haya regresado dentro de esa asquerosa celda, así como sí nada. No entendía que estaba haciendo metido ahí nuevamente, no capaz de comprender que había pasado, en que había fallado, para regresar a esa clase de tortura.

 

Se impulsó con las fuerzas que tenía para levantarse de ahí, pero el dolor fue tan intenso, tan fuerte, tanto como tenía tiempo que no lo sentía que, al ponerse de pie, simplemente perdió el equilibrio y cayó al helado suelo sin siquiera tener tiempo de meter las manos para amortiguar el peso de su caída, sollozando fuertemente ante el dolor que le pasó por todo el cuerpo debido al duro golpe. Se sentó de nuevo casi de un brinco, el terror estaba apoderándose de él que le dio un pequeño impulso, gracias a la adrenalina que corría por sus venas, debido a eso. Al observar todo el lugar para comprobar que su mente no estaba jugando con él y, al verlo justo como aquel día que lo había dejado atrás, fue justo que su vista comenzó a hacerse borrosa.

 

Todo su cuerpo se tensó, dejando de moverse para quedarse tan quieto que no hiciera ruido, al escuchar ruidos acercándose a él. Pero no fue hasta que comenzó a escuchar su nombre en susurros persistentes que su estado empeoró; justo en ese preciso momento supo que sus verdugos personales estaban yendo a maldecirlo y golpearlo hasta que se cansaran de hacerlo.

 

Ron había comenzado a hiperventilar.

 

Cerró sus ojos con fuerza y llevó sus temblorosas manos a su pecho, apretándolas firmemente en este; de manera insignificante podía sentir como su pecho subía y bajaba con dificultad. Tenía que darles frente como siempre lo hacía, debilidad era lo único que no se permitía mostrar delante de esa gente, y trató de respirar por la boca para ver si, de ese modo, podía llegar aire directo a sus pulmones y dejar de ahogarse. Pero estaba demasiado asustado, inclusive más que otras veces, que parecía que no lo lograba y comenzó a sentirse mareado. De un momento, sintió una fuerte presión en el pecho, iba a colapsar, estaba a solo momentos de desmayarse por la falta de oxígeno en su cuerpo y se preguntaba qué era lo peor de toda esa horrible situación o si esa era la manera en la que iba a morir.

 

Lo habían salvado.

 

Entonces, ¿qué estaba haciendo ahí?

 

Otra vez.

 

¿En qué había fallado?

 

Otra vez.

 

¿En qué se había equivocado?

 

Otra vez.

 

¿Por qué?

 

¿Por qué?

 

¿Por qué?

 

¿Por qué?

 

Se sobresaltó tanto cuando sintió unas frías manos sobre su rostro, tocando sus mejillas para acunarlas casi al mismo instante. Ya habían llegado con él. Quiso gritar, pero la falta de aire no permitió que algo más que jadeos fuera lo único que saliese por su boca haciéndolo sentir patético. Más aún cuando no abrió los ojos, no pudo ni intentarlo, su temor se lo impidió y lo mejor que logró hacer fue apartarse con las pocas fuerzas que le quedaban. Pero no podía hacerlo, tenía aquella pared pegada a sus espaldas imposibilitándole cualquier movimiento para retroceder y, al no poder moverse como así lo deseaba, la desesperación atravesó con potencia todo su cuerpo como si de dagas se tratasen. Realmente no sabía que más podía hacer, sin embargo, algo mínimo había logrado distraerlo de la miseria que estaba pasando.

 

«Ronald… Ronald…»

 

Seguía escuchando su nombre una y otra vez sin parar, lo percibía, llegaban a él por alguna parte entre susurros y gritos lejanos. De igual modo, las manos que sostenían su rostro no hacían otra cosa más que eso, acariciar sus mejillas con suma delicadeza; parecía que no quería propinarle más daño hacía su cuerpo. No parecía hacerlo con malas intenciones, las leves caricias que podía sentir en su rostro le decían todo lo contrario, más bien, parecían el querer buscar calmarlo de algún modo. Le reconfortaban.  Pero aún tenía miedo y no estaba seguro en si podía confiar en aquella persona.

 

«Ronald…»

 

Se concentró en recuperar su respiración. Inhalar profundamente por la boca, reteniendo todo lo que podía en sus pulmones, uno, dos, tres, cuatro, y exhalar lentamente por la misma; repetía el mismo proceso sin detenerse, ensimismándose de igual modo en sentir como en cada bocanada de aire se llenaba por completo su pecho y su abdomen. Sus manos, poco a poco, comenzaron a relajarse, los músculos de sus brazos se destensaron al momento en que bajó sus manos y las puso en sus piernas, masajeándolas de arriba-abajo y sintiendo la tela del pantalón moviéndose debido a la fricción ejercida.

 

El potente terror había menguado bastante con el pasar de los minutos, respirando cada vez con mayor facilidad y alejándose cualquier sensación de desmayo o colapso por la falta que le estaba haciendo a su cuerpo. Ya no se resistía en nada a las manos sobre sus mejillas las cuales, aparte de no haberlo dejado de acariciarlo con delicadez en ese transcurso, le transmitían ahora el confort que deseaba hacerlo sentir. No estaba bajo ningún peligro, podía estar tranquilo en eso, no iban a matarlo ni morir en ningún momento bajo ninguna circunstancia. El cuerpo se soltaba con más alivio en cada favorable pensar y, con su cuerpo más relajado, puso su atención en aquella voz que pronunciaba su nombre.

 

Se percató que no era una sola voz la que distinguía. No se trataba de una únicamente, capto al escuchar, en cada segundo, y con más claridad, el cómo dichas voces que llamaban por él, lo hacían en evidente desespero. Entonces las reconoció casi de inmediato. Se dio la orden mental de abrir sus ojos para verlos para asegurarse que se trataba de ellos, que estaba totalmente a salvo y, sobre todo y más importante para él, que no se encontraba dentro de aquel asqueroso sitio.

 

Su vista estaba borrosa, desenfocada, pero aun así logró distinguir el su entorno, el lugar en el que estaba. Su mandíbula tembló con fuerza cuando una débil se formó en su rostro. Seguía dentro de aquella rústica cocina, pero contaba con compañía en esos momentos. Los elfos se encontraban con él, con la preocupación reflejada totalmente en sus rostros, Seemey era la que se encontraba repartiendo caricias, inclinada ligeramente a su altura y dándole alivio, mientras que Boorey y Vadkey estaban a las espaldas de la elfina, cada uno viendo desde su persona hasta la puerta de manera simultánea.  

 

—  Joven Ronald, por favor, Seemey le pide que respire con tranquilidad. —suplicó la elfina viéndolo intranquila sin apartar sus manos de él. Ron no dudo en hacerle caso, aunque ya su respiración había mejorado, seguía con el pulso acelerado y con un nudo en la garganta. Necesitaba terminar de relajarse para poder hablar y calmar a los alarmados elfos, moverse e irse a la habitación que le habían asignado.

 

Pensó por un instante en ese suceso que le acaba de pasar, siendo totalmente nuevo para él un ataque de ese modo. Tal parecía ser que todo fue producto de su misma mente, llevándolo directamente a los recuerdos que, según él, tenía muy bien resguardados en algún rincón de su mente donde no podían hacerle más daño. Para él, estaba más que claro que se equivocó. Una golpiza fue capaz de proyectarlo y descontrolar lo que, pensó, tuvo todo el tiempo bajo control.

 

— ¿Hay un intruso en la casa?

 

— ¿Boorey tiene que llamar a los amos?

 

Los dos elfos preguntaron al mismo tiempo entre balbuceos nerviosos. Cualquier otra persona no hubiera sido capaz de entenderles a ninguno de los dos por haber cubierto una pregunta con la otra, sin embargo, Ron entendió perfectamente a ambos cuestionamientos de inmediato.

 

— ¡No! —negó con prisa, a ambas preguntas, cuando vio a los elfos caminar, torpemente, hacía la puerta. Seemey por su repentino sobresalto, alejó sus manos de su rostro—. No hay nadie, no tienen que ir, se los pido. —rogó mirando a los elfos, los cuales, se detuvieron sin más—. Lucius no puede verme así.

 

Los elfos se miraban entre sí, contrariados, no sabiendo su sucumbir a su súplica desesperada. Hubiera deseado retener que lanzarles ese último susurro, se suponía que ellos no sabían de la situación entre su amo y él, pero no lo pudo retener al verse abrumado, importándole poco el dejarse en evidencia ante ellos; si bien, aún no sabía que hacer exactamente con lo que acababa de pasar, lo que sí era no empeorar la situación en la que estaba, por lo que tenía que tomarse todas las medidas cautelosamente, necesarias, para mantener todo en un margen aceptable.

 

Tenían que aceptar. Y si eso implicaba decirles todo a ellos dos, lo haría decidido. No iba a dejar que se fueran.

 

— Boorey y Vadkey preparan los alimentos… —dijo Vadkey finalmente en un agobiado susurro, en cambio, Boorey no dijo nada y solamente asintió. Ron los miró agradecidos antes de que ambos se pusieran a moverse en la cocina, buscando y preparando los utensilios que iban a necesitar para la preparación de los alimentos.

 

— Seemey cuidará del joven Ronald. —habló Seemey llamando su atención. Ron observó que todavía no se había apartado de su lado—. Lo llevará al baño de los elfos para curar su herida y dejar que se duché.

 

— Me duele todo el cuerpo, no sé si pueda levantarme, Seemey. —confesó al mismo tiempo que intentó mover las piernas buscando el apoyo necesario para poder levantarse. Torciendo la boca en una mueca lastimera y apretó los puños, clavando las uñas en sus palmas.

 

El dolor no dejaba de ser espantoso por más que el tiempo pasara, definitivamente fue una golpiza como pocas; más bien, fue una de esas que no se olvidaban por nada y que siempre se recordaban. El ardor en todo su cuerpo se iba a quedar con él como recordatorio durante semanas, estaba seguro de ello, no importando lo que hiciera.

 

— No se mueva —pidió Seemey apresurada, tomándolo de los hombros—, está elfina sabe qué hacer con su dolor. —se acercó a él palpando el área de su estómago, pecho y costillas con ambas manos. Se quejó quedamente no queriendo alarmar a la elfina, pero esta presionó una zona precisa, cerca de su costado, que lo hizo encogerse del dolor.

 

Volteó a ver a Seemey en un ruego silencioso para que se detuviera, pero la elfina se miraba tan en si misma que no le prestaba atención; al contrario, parecía victoriosa, como si hubiese encontrado lo que buscaba. Detuvo sus manos en su pecho y, antes de que pudiera hablar, miró como de sus palmas se desprendía una brillante luz, entre blanquecina y azulada.

 

Magia.

 

Casi al instante, sintió un tremendo alivio a sus dolencias musculares. Suspiró complacido ante la mitigación de todo ese ardor en su cuerpo, entendiendo entonces que Seemey le estaba quitando el dolor que le habían provocado los golpes propinados hacía él; obviamente con su magia, una magia que lo dejaba impactado con lo poderosa que podía llegar a ser bajo todo el control que se requería para realizarse.

 

» No quitará las marcas de su cuerpo, Seemey no sabe cómo, pero si le ha quitado el dolor. —prosiguió con esa actitud laureada una vez que terminó con su tarea, provocando que se riera al verla, de cierto modo, dichosa. Ron quiso comprobar que todo el dolor había dejado su cuerpo al levantarse de un solo salto, se tambaleó un poco por el brinco que dio, pero no lo paró de ver a la elfina gratificante.

 

— Gracias, en verdad. 

 

— Vamos, joven Ronald. Los amos pueden bajar. —lo apresuró la elfina. Ron le dio la razón de inmediato, pensó que lo mejor sería salir por la puerta en total sigilo para no levantar sospechas y que lo viesen malherido. Justo cuando estaba a punto de caminar a la puerta, sintió la mano de Seemey sobre su brazo.

 

La presión en todo su cuerpo fue instantánea. Maldijo cuando sus pies tocaron piso, le pareció injusto como había acabado de recuperar el aliento solo para volverlo a perder por la repentina aparición que Seemey había optado por hacer. Esa fue la mejor idea que se le pudo ocurrir, nadie pudo verlos de esa manera, pero por más que hiciera ese tipo de transportación, no terminaba de acostumbrarse a lo que le provocaba y a todo el sofocamiento. Más contempló, entre su agonía, que ambos estaban parados dentro del baño, estando de espaldas hacía la puerta.

 

El lugar era relativamente pequeño, igualmente decorado como el resto de la casa, aunque contando con todo lo necesario para cubrir las necesidades esenciales de cualquiera. Tina, lavamos, retrete, un espejo, y aunque le pareció curioso que hubiera dos puertas, no había algo más de lo justo y necesario en ese lugar.

 

— ¿Puede el joven Ronald preparar la tina? Hay agua caliente, parece que se manejan de manera Muggle, puede que usted sepa. —dijo la elfina curiosa. Ron asintió sin poder responderle verbalmente—. Seemey regresa en un parpadeo. —avisó mientras él continuaba tratando de recuperar el aire—. Ira a su habitación a buscarle ropa.

 

— Sí… —logró decir. Pero Seemey no había sido capaz de escucharlo, se había marchado en el momento que el pudo soltar aquella monosílaba. Aún tambaleante, Ron caminó directamente hacía la tina, ignorando totalmente el espejo que tenía enfrente; no deseaba ver su imagen y observar cómo había quedado de mallugado. Por el momento, solo quería ducharse y quitar la sangre seca que sentía en su boca y rostro.

 

Adivinó cuál de las llaves podría pertenecer a las dos regulaciones que tenía, enjuagó su boca y preparó la tina lo más rápido que pudo; con más agua caliente que fría claro está. Y, una vez que estuvo en la temperatura que él deseaba, se desnudó tirando en un arrebato toda la sucia ropa al suelo. Entró a la tina, sintiendo de inmediato la agradable temperatura bajo sus pies y se recostó de tal modo que solamente dejó su cabeza de fuera para poder respirar. Estuvo un par de minutos en esa posición, fue demasiado estimulante el sentir como todos sus músculos se destensaban de una vez por todos mientras el alivio corría por cada una de sus extremidades después de ese espantoso ataque que tuvo.

 

Le dio un escalofrío de solo volverlo a recordar. Ron esperaba no volver a experimentar algo así de nuevo.

 

Escuchó cuando Seemey apareció en la habitación. Bien lo había dicho. Se avergonzó por su desnudez y se levantó un poco en su sitio, encogiendo sus piernas abrazándose a ellas para, de ese modo, cubrirse un poco de la elfina. La siguió con la mirada, observando como ponía la ropa que había escogido para él encima de la tapa del retrete, pero dejando una diminuta toalla en una de sus manos y en la otra traía lo que necesitaba para asear su cuerpo y secarse después. Mientras se preguntaba para que necesitaría Seemey aquella toalla, la elfina se acercó a él, dejó lo de aseo a su lado para después remojar dicha toalla y la exprimió en su cabeza mojándole el cabello; continuó con ese mismo procedimiento hasta que su cabello quedó totalmente empapado.

 

Ron notaba como el agua caliente escurría por su rostro y cuello hasta que se terminaba fundiendo con el agua de la tina, tiñéndola ligeramente con tonos rojizos que se disolvían casi en cuanto tocaban el agua. Cerraba y abría sus ojos de manera perezosa al sentirse tan tranquilo, cuidado, purificado, plácido, que no deseaba pensar en nada más que no fuera disfrutar ese tris.

 

Pero, tristemente, sabía que solo se trababa de ese instante.

 

— Draco descubrió mi secreto, Seemey. —susurró Ron con la voz rasposa cuando Seemey comenzó a palpar la herida que Draco le había hecho al estrellar su cabeza contra el suelo. Se sorprendió el que la herida estuviera solo en su cien, pues él recordaba haber sentido todo su lado derecho haber golpeado. Lo único que agradecida de todo aquello era la falta de dolor que Seemey le había regalado.

 

— ¿El amito Draco le ha hecho esto a usted? —más que pregunta, se escuchó como una total afirmación por parte de la elfina.

 

— Sí. —suspiró derrotado—. Aunque, en realidad, no me sorprende.

 

Ron no le podía mentir en ese aspecto. Era cierto. La reacción que Draco tuvo ante el descubrimiento de lo que sucedía entre su padre y él era, de cierto modo, razonable; si hubiese estado en su posición, él no sabe cómo hubiera reaccionado realmente. Era capaz de entender lo delicada de la situación y era justo esa razón por la que no pensaba molestarse con él, aunque todos sus salvajes instintos le estuvieran diciendo en ese crucial momento que se lo moliera a golpes en la primera oportunidad que tuviera y lo dejara peor que a como lo había dejado a él.

 

— Todo estará bien —terminó de limpiar la sangrante herida, limpió por última vez la toalla en el agua y, la exprimió, dejándola en el borde de la tina—, Seemey está segura que no fue la intención del amito Draco hacerle daño.

 

— Lo hizo con toda la intención, Seemey. —negó—. Me atacó por la espalda y me golpeó con todo su odio.

 

— El amo Lucius no estará tan feliz… —comentó Seemey asustada. Ron no supo cómo responderle al principio. Hasta ahora era que veía las consecuencias ocasionadas por la relación en la que decidió envolverse y no contaba con una manera de solucionarlas; si se era sincero, nunca lo pensó.

 

— Es por eso que diremos que me caí. —miró a la elfina decidido—. A lo que a ti te concierne, Seemey, me caí en la cocina y no alcance ni a meter las manos.

 

— Seemey no miente-

 

— Hazlo por mí. —interrumpió Ron suplicante—. Y, aunque yo no quiera, por el idiota de Draco también. —dijo entre dientes con cierta molestia—. No sabemos cómo vaya a reaccionar así que, para evitar algo mayor, tú solo me encontraste en la cocina tirado en el piso y me ayudaste con mis heridas, es todo lo que sabes.

 

Deseaba haberla convencido. Sabía que la lealtad que tenían los elfos para con sus amos y eso incluía el no mentirles en absolutamente nada. No obstante, Seemey era fácil de convencer cuando se trataba de Draco o su bienestar, lo había observado en todo ese tiempo que estuvo en la mansión, era testigo de ese vínculo que la elfina había desarrollado hacía su pequeño amo.

 

Por eso, al verla indecisa, rogaba que recapacitara y aceptara el mentir por su bien. Debía de buscar el tiempo necesario para pensar con claridad en lo que había pasado, en cómo podría arreglar toda esa situación y que no se terminara de descarrilar, más no iba a poder ser capaz de hacerlo si Seemey decidía hablar.

 

— Está elfina hará lo mejor que pueda. —al final, Seemey susurró débilmente. Asintió aliviado—. Esa puerta da a la habitación de los elfos —señaló con una de sus manos la segunda puerta que estaba al otro extremo de la tina y, después, tomó la ropa que había tirado al piso levantándola—, puede sentarse un momento en la cama de alguno en lo que Seemey va por un poco de comida, para usted, a la cocina. Más tarde, va a prepararle una infusión de hierbas para que sus golpes se desinflamen y pueda dormir. Quisiera poder darle alguna poción, pero todas sus cosas se quedaron en la mansión.

 

— No tienes de que preocuparte, con eso es suficiente. —dijo conmovido restándole importancia—. Gracias de nuevo, Seemey. Solo no digas donde estoy, puedes inventar lo que sea.

 

— Lo que usted diga, joven Ronald. —asintió al mismo tiempo que retrocedía un par de pasos y desaparecer de un solo chasquido del cuarto de baño. Ron se quedó un momento más observando a la nada sin pensar, sin moverse, solo quedándose debajo del agua un tiempo más, terminando de relajarse y deseando que el agua lo arrastrara en una vaga oportunidad de desaparecer hasta que supiera que hacer.

 

Tomó una bocanada de aire mientras se levantaba con cuidado de no caerse, destapó el agujero de la tubería para que el agua se fuera y abrió los grifos templando el agua para terminar con su ducha. Dejó que el agua cayera por todo su cuerpo. Se preguntó si fuese prudente el averiguar cómo Draco los había descubierto, porque no tenía ni la más remota idea siendo así, tal vez, más sencillo el tranquilizar ese asunto sin involucrar a otras partes. Sin embargo, por más que le quisiera dar vueltas a esa cuestión, estaba perdido. Todo había sido tan repentino que no le daba para pensar en cuando habían bajado la guardia.

 

Suspiró. Un descuido de ambos, lo sabía, pero en ese momento solo él se sentía culpable, incluso más que antes, lo sentía como si aquello hubiera sido únicamente su desliz, clavándole la culpa totalmente él haciéndola suya, solo suya. Bastó para que la culpa hiciera que Ron llegara a tener el sentimiento como si ese no fuera su lugar, las palabras de Draco haciendo eco en su cabeza una y otra vez, albergando repentinos de pesares de sentirse intruso, como un ultrajador, traicionero, sucio…, como si todo se hubiese malogrado en esa simpleza, fácil, así tan fácil como había llegado a su vida.

 

Entonces, pensó en que pudiera suceder, en lo que tuviera que dejar atrás si Lucius se enteraba de lo que había sucedido. Seguramente se alejaría de él si Draco se lo pedía o, lo haría, al ver la manera en la que su único hijo había reaccionado, porque estaba claro que fue un rechazo total a la idea. Su corazón dio un salto ante la idea, latiendo doloroso, más al saber que no podría hacer nada. Él solamente era un simple joven de casi veinte años y Lucius, a fin de cuentas, era su padre que, como tal, haría lo que fuese mejor por el amor hacía su primogénito y mantener la voluntad intacta de su difunta esposa; y si en todo eso era dejarlo a él, aún con el alma destrozada, ¿cómo podría oponerse? 

 

Ron sacudió la cabeza y dejó que esos negativos pensamientos se perdieran con la fuerza del feroz viento. 

 

Cerró el grifo y salió de la ducha. Ya no le estaba funcionando en relajarse, necesitaba alejar todos esos malos pensares que no le iban a llevar a nada favorable y era para estar ahogándose, ocupaba soluciones y no todo lo contrario. Por lo que, mientras se vestía con los jeans y la camiseta blanca que Seemey le había llevado, pensaba en cómo había cambiado su vida en un par de minutos, en cómo iba a ser su vida de ahora en adelante, si había alguna manera de adaptarse a que ese secreto -que fue guardado con recelo desde el primer instante- haya sido descubierto de un momento a otro y, justamente, en el menos oportuno.

 

Pero, a lo mejor, fue el indicado.

 

Si llegaba a pensarlo mejor, Draco pudo haber hecho algo mil veces peor que solo golpearlo; pudo haberlo maldecido hasta dejarlo sin razón, pudo haberle roto cada hueso de su cuerpo, pudo haberlo entregado, pudo haberlo echado, pudo hacer tantas cosas que no hizo. Pero solamente había optado por golpearlo y advertirle con que, si le hacía un daño a su padre, iba a matarlo. Para Ron, eso solo quería decir una cosa y, por más que quisiese regresarle cada patada por el mal rato que le hizo pasar -tanto por los golpes había dado como lo que derivó-, su juicio le decía que no todo estaba tan estropeado como se lo imaginaba.

 

Después de todo, Draco había tomado lo que tenía con su padre como una especie de venganza hacía ellos que, si bien al principio no había sido más que un mero intento por ganarse su confianza, ahora no se trataba de nada de eso sino lo opuesto. Entre ellos ya no había simples encuentros furtivos, en algún punto, su relación avanzó hasta que se transformó en algo más, en algo significativo, en algo tan íntimo como lo era la entrega, compañía, complicidad, afecto, comprensión, confianza, seguridad, esperanza, amor. Sin embargo, Draco no había sido capaz de verlo así.

 

Ron creía entonces que solamente debía de meditar muy bien en lo que iba a decirle cuando lo volviera a ver. Tenía que buscar una manera de hacerle entender que lo que había entre ellos no era de la manera en la que, cegado por la ira, le insinuó y encontrar la manera de solucionar eso, quedándose en ambos la disputa. De alguna manera, aseguraba, podía salvar la relación de amistad que había entre ellos dos.

 

No obstante, para eso, debía hacerle frente a Draco y no dejarse llevar por los insultos que este fuera a decirle. No debía sucumbir ante su propia indignación y coraje, porque reaccionar de la misma manera solo iba a empeorar las cosas y no sería lo más correcto de su parte, sobre todo por la posición en la que estaba. Por lo cual, se tragaría todo su orgullo, demostrando serenidad por los dos.

 

Respiró dándose valor y caminó hacía la puerta del baño, decidido abrió la puerta de un rápido movimiento, salió de ahí cerrando la puerta tras de él antes de arrepentirse y subir las escaleras para irse a encerrar a la habitación. Caminó al mismo tiempo que pensaba en comer en la cocina lo que Seemey iba a llevarle, aunque el hambre ya se le hubiese quitado, su cuerpo requería algo ligero para funcionar en lo que restara de ese día.

 

Cuando Ron llegó al comedor, todo su cuerpo se paralizó de golpe al ver que los Malfoy estaban ahí sentados. Lucius hablaba con Draco y Astoria, los últimos sentados uno junto al otro mientras que el mayor se encontraba enfrente de ellos; los tres parecían estar cómodos, consumidos en aquella amena platica, hasta que voltearon a su dirección. Los tres lo observaron casi al mismo tiempo, poniéndose demasiado nervioso cuando las facciones de Lucius cambiaron de relajadas a desconcertadas en cuestión de segundos.

 

Escuchó un jadeó sorprendido por parte de Astoria y ahí fue cuando no supo cómo reaccionar o que hacer. Él no se había visto en un espejo, pero no creía que su apariencia se viera como para tener esas reacciones pasmadas por parte de los Malfoy; exceptuando a Draco que lo observaba con el mismo enojo con el que lo vio antes de propinarle la primera patada.

 

— Miren a quien tenemos aquí. — Draco fue el primero en hablar, haciéndolo en un tono de burla—. Te atreviste a bajar.

 

— ¿Qué te pasó? —demandó Lucius después entre molesto y sorprendido. Ron no supo que hacer, se encogió un poco cuando miró que tres pares de ojos lo observaban, cada uno con diferente emoción cargada en ellos.

 

Rápidamente, pensó en meterse a la cocina y esconderse ahí hasta que los tres se fueran a sus habitaciones, pero esa no era su idea al querer hacerle frente a Draco. Sabía que estaba enojado y que era ese mismo enojo lo que hablaba por él, así que, no iba a huir, no cuando había estado tan decidido. Suspiró suprimiendo su enojo, debía de estar tranquilo sin importar lo que saliera de los labios de Draco. Por lo tanto, optó por ignorar a Lucius y, con la mejor seriedad que pudo aparentar, recuperó su postura y encaró al menor de los Malfoy.

 

— ¿No tengo derecho a hacerlo, Malfoy? —preguntó Ron severo, pero de una manera que no sonara tan a la defensiva para que no lo terminara de enfadar.

 

— Pero que retroceso hemos tenido. —dijo Draco entre carcajadas, negó un par de veces y luego lo miró con el mentón alzado, dando aires de presunción—. Ahora que estás aquí… —alargó la última palabra mientras husmeaba entre sus ropas—, ten.

 

La mesa retumbó ante la fuerza que Draco aplicó al dejar un largo objeto en ella. Al principio, Ron no supo de que se trataba exactamente, tuvo que verla con más atención para saber que aquel objeto era nada más y nada menos que la varita, esa varita que el creyó haber dejado escondida en la habitación de la mansión. Contempló a Draco en total confusión, preguntándose inútilmente que era lo que hacía con ella y cómo la había obtenido si no había regresado a su antiguo hogar; es más, cómo fue posible que estuviera con él si nunca le había dicho donde la tenía escondida.

 

— ¿Qué haces con la varita de ese? —preguntó Lucius viendo a su hijo extrañado, sacándolo de su estupefacción.

 

— Es la varita de Ron, padre, por si no lo sabía. —informó con descaro—. Es curioso, parece que entre asquerosos traidores se entienden, ¿no es así?

 

— ¡Draco! —regañó Astoria escandalizada. Le sobresaltó el grito de la chica que no pudo evitar desviar su mirada hacía Lucius, no gustándole lo que miraba. Tenía el ceño totalmente fruncido, había empuñado sus manos arriba de la mesa, parecía en un estado de tensión total.

 

Apenas y logró percibir el temblor que le recorrió su cuerpo, de no haber sido porque temió por la seguridad del estúpido de Draco y por la suya, ni lo hubiera notado. En ese instante, él estaba en blanco, ni siquiera sabía que podría decir con respecto a lo que estaba sucediendo.

 

— ¿Qué está sucediendo con ustedes dos? —siseó Lucius entre dientes.

 

— Pon atención, idiota —le llamó Draco apuntándolo con un dedo y sin prestarle atención a la pregunta de su padre—, entrenarás a Astoria todos los días con hechizos eficaces de manera que pueda defenderse de la magia negra, no quiero que le enseñes tonterías, tienen que ser los mejores que hayas aprendido con el inútil de Potter.

 

Ron se mordió la lengua para controlar su furia que cada vez creía con una fuerza descomunal. La podía sentir en el calor que iba subiendo desde su cuello hasta sus mejillas, asentándose en sus orejas, pero se repetía tantas veces que no debía dejarse llevar por la acalorada situación ni aún por más que se quisiera lanzarse a darle de puñetazos a Draco y partirle la cara.

 

Respiró y contó hasta diez repetidas veces, tratando de calmar el sentimiento de traición que lo inundó al no defender a su mejor amigo de las palabras de Draco, concentrándose también en como logró escuchar el leve odio en la voz de Draco al mencionar el apellido de su mejor amigo.

 

Ron era consciente de ese odio. Un sentimiento tan puro. Draco era una persona rencorosa y nunca dejó de odiarlo ni un poco. En su tiempo, fue un sentimiento que, tanto él como Harry, compartieron hacía la rubia persona sentada enfrente de él. Pero más que eso, Ron sabía de sobra que el odio entre Harry y Draco fue real, tan real que casi fue palpable. Para Draco, Harry siempre fue la persona que más detestó por no haberle aceptado su saludo sincero de amistad, por haberlo rechazado y nunca lo pudo perdonar por eso.

 

A veces se preguntaba si él nunca se hubiera acercado a Harry y Draco no se hubiera expresado mal de él: ¿qué hubiera sido de Draco? Probablemente hubiese tenido una oportunidad y no se hubiese convertido en lo que es ahora.

 

Tal vez si Harry le hubiera brindado su amistad, lo hubiera podido salvar como a todos los que acogió debajo de su ala.

 

Tal vez si Harry no lo hubiera escuchado, Draco hubiera podido tener una salvación.

 

Tal vez si Harry hubiese tomado su mano…

 

Pero no valía la pena pensar en lo que hubiese podido pasar cuando las cosas ya estaban escritas. Era la manera en la que debían de suceder las cosas para llegar hasta donde estaban ahora y, para bien o para mal, así era como funcionaba el destino.

 

— ¿Entendiste? —le preguntó Draco impaciente al no obtener una respuesta de su parte.

 

— Draco, te estás pasando-

 

— ¿Algo más, Malfoy? —interrumpió Ron a Astoria, no queriendo alargar más su estancia en ese lugar. No podría continuar por ese día, el enojo no había menguado ni un poco y solamente empeoraría las cosas si no se iba cuanto antes.

 

— Mira lo dócil que te has vuelto, quien iba a imaginar que eso sucede cuando te premian bien. —dijo Draco mordaz—. No, y ya lárgate que no quiero verte. —sacudió una de sus manos en su dirección, en ademan para que se fuera—. Empezarán mañana, no tienes ninguna excusa y si fallas… ya sabes lo que te pasará.

 

— Suficiente, Draco-

 

— No, padre, no tiene por qué defenderlo. —dijo furioso sin voltear a ver a su padre, por contrario, viéndolo asqueado a él—. Usted me dijo que si no acataba mis órdenes podía hacerle lo que quisiera, ¿no? Ya es tiempo de que este ingrato recuerde la posición a la que pertenece.

 

— ¡Draco! —volvió a regañarlo Astoria, pero ahora con molestia—. ¡Ya basta!

 

Ron apretó los puños mientras se incrustaban, en cada poro de su ser, aquellas sañosas palabras. De pronto se sintió tan vulnerable, más aún cuando desvió unos segundos su mirada hacía Lucius y solo eso basto para darse cuenta como estaba completamente concentrado en él; su mirada era tan intensa, confundida, molesta, tan llena de preguntas que lo dejaron con un mal sabor de boca haciéndolo, de paso, apartar la mirada totalmente apenado.

 

— Me voy. —avisó Ron con la mayor calma que le fue posible, ni siquiera volteando a verlos ni mucho menos tomando la varita, no tenía cabeza para eso ahora, simplemente se dio media vuelta y abandonó el comedor.

 

— Insolente, ¿te crees muy gracioso? ¿Qué es lo que te está pasando ahora? ¿Eh?

 

Escuchó las réplicas de Lucius al mismo tiempo que se alejaba, pero eso haciéndolo caminar con más prisa hacía las escaleras. Se esperó un arrebato como ese, pero nunca imaginó que el que fuera a dejarlo tan aturdido, menos que Draco le fuera a hablar de la manera en la que lo hizo y escupirle como si fuera el ser más despreciable sobre la Tierra. Se sintió, de cierta manera, vencido. Si Draco había deseado humillarlo enfrente de su familia, lo había logrado, más su insistencia en dejarlo pasar y en querer arreglar todo de la mejor manera posible, solo le hicieron desear irse de ahí cuanto antes, encerrarse en la habitación y ya no salir en lo que restaba de ese fatídico día.

 

Recorría con lentitud el pasillo cuando una idea pasó por su mente. Tal vez el encerrarse fuese una mala idea, probablemente le atraería los malos pensamientos, por lo que, necesitaba aire fresco para poder analizar a más detalle lo que había sucedido y en si debía realmente esforzarse por buscar una solución viable de manera inmediata o dejar que las cosas se apaciguaran por sí solas en unos días. Saldría por un par de horas entonces, iría a la habitación a buscar algo con lo que abrigarse por si le ganaba la noche en el bosque.

 

Justo antes de llegar a la última puerta del pasillo, alguien lo tomó del brazo deteniéndolo, pero al tomarlo desprevenido lo había hecho perder el equilibrio y terminó estampándose contra el pecho Lucius.

 

— ¿A dónde vas? —preguntó el mayor de manera autoritaria. Ron se apartó un poco y lo miró directamente al rostro, pudiendo ver el enfado reflejado en el mismo. Se sintió un poco intimidado e intentó alejarse un poco más, sin embargo, Lucius no se lo permitió.

 

— Tomaré algo de la habitación. —carraspeó—. Voy a buscar algo de ropa y me iré-

 

— No. —gruñó interrumpiéndolo, apretando más su agarre—. No te irás a ninguna parte.

 

Alguna protesta murió en sus labios cuando fue arrastrado por Lucius y se detuvieron en, lo que creyó, la puerta de su habitación. Giró la perilla y, con prisa, se colaron dentro de la misma. Ron se jaloneó para soltarse, lográndolo debido a la fuerza que empleó, pero su liberación no duro demasiado. Lucius se acercó demasiado a él que su cuerpo quedó atrapado entre el mayor y la puerta, no dejando casi nada de espacio uno con el otro; lo único que estaba meramente separado eran sus rostros.

 

A Ron se le cortó la respiración cuando vio los ojos de Lucius destellar por el enfado.

 

— ¿Qué pasó?

 

— ¿De qué hablas? —intentó hacerse el confundido, aun sabiendo que no le iba a funcionar.

 

— No te hagas el desentendido conmigo que sabes perfectamente de lo que estoy hablando.

 

Ron suspiró. Quiso imaginar en lo que pudiera suceder si le confesaba a Lucius el percance que había tenido con su hijo, pero no sabía si era por el agotamiento que nada era capaz de venirle a la mente; nada bueno ni nada malo, simplemente no lograba pensar en las consecuencias de una confesión por parte suya. Ya había tenido demasiado en todo ese día que estaba tan exhausto como para poder siquiera pensar en algo tan primordial y con urgencia.

 

— En realidad, no lo sé-

 

— ¿Qué te sucedió en la cara? —cortó Lucius alguna mediocre excusa que estuvo por decirle.

 

— Nada. —mintió pensando en si funcionaría lo que le había dicho a Seemey como pretexto ante su herida en el rostro—. Me caí en la cocina y me golpeé con la barra.

 

— ¿Esperas a que crea eso? —cuestionó entre dientes.

 

— Si no me vas a creer, entonces ¿para qué preguntas? —habló con cierto enojo esta vez, esperando que de ese modo Lucius lo fuera a dejar ese asunto de lado o lo dejara marcharse de su habitación—. Lucius, tengo demasiado sueño, te pido que me dejes ir-

 

— Dime que te sucedió. —insistió en el mismo tono que había empleado anteriormente.

 

— Ya te respondí.

 

— ¿Te hizo algo Draco?

 

— No. —mintió de nuevo, pero atropelladamente esta vez. Maldijo su torpeza en el momento en que Lucius lo vio para nada convencido y se sintió totalmente acorralado, ahora sabiendo que el mayor no iba a descansar hasta saber la verdad detrás de todo ese particular desastre.

 

— ¿Cuál es el motivo porque este enojado contigo?

 

— Ninguno.

 

— ¿Qué te hizo? —cuestionó con brusquedad.

 

— Nada.

 

— ¿Qué te hizo? —volvió a cuestionar.

 

— Nada. —Ron repitió.

 

— ¿Qué te hizo?

 

Ron bufó exasperado ante la persistencia de aquella pregunta—. Ya te dije que nada.

 

— ¿Entones por qué estás a punto de llorar? —le preguntó esta vez en un susurro, ahora sin ningún rastro de rudeza en su voz, sino lleno de incertidumbre logrando que él lo viera con el ceño fruncido.

 

— No estoy… —Ron no fue capaz de terminar la defensiva frase al sentir como una lágrima resbalaba por su mejilla. Sus ojos viajaron a donde estuvieran sus pies, le descompuso por completo el darse cuenta que había estado reteniendo las lágrimas todo ese tiempo sin que se diera cuenta.

 

Una sonrisa se le escapó. Odió estar tan sensible en un momento que no lo ameritaba, que no lo deseaba estar; de igual modo, deseaba con todas sus fuerzas que las lágrimas que se estaban formando en sus ojos no salieran, pero no lo logró, después de la primera vino la segunda, la tercera, una cuarta, hasta que se encontraba sumido en un silencioso llanto. Supuso que todo su cuerpo solamente se quería liberarse de toda la carga emocional de una manera u otra.

 

No se explicaba porque, tan de repente, sintió una soledad abrumadora. Entonces lo entendió cuando, sin querer, lo visualizo alejándose de él de manera definitiva y el vacío era producto de no querer que eso sucediera. Se sentía solo y, por unos segundos, le hubiese gustado no haber amado o seguir haciéndolo por todo el dolor que este provocaba, pero inmediatamente lo descartó al saber que el dolor era tan parte de este cómo la dicha que dejaba.

 

Se rio de sí mismo.

 

Quiso apartarse nuevamente de Lucius, puso ambas manos en su pecho en un intento de empujarlo. No lo logró. Lucius tomó sus manos entre las suyas, apretándolas, cubriéndolas, entrelazándolas.

 

— ¿Por qué te golpeó? —murmuró viéndolo con tanta aflicción que lo terminó conmoviendo.

 

— Descubrió lo que había entre nosotros. —contestó después de un silencio, suspirando rendido. Ya no tenía caso ocultárselo más, de todos modos, lo iba a averiguar por otro medio y era mejor que no se lo escondiera y lo supiera por él.

 

— Lo hay o no entre nosotros, no es su problema. —soltó una de sus manos para tomar su rostro con ella, limpiando el resto de lágrimas que había en una de sus mejillas—. No tuvo por qué haberte tocado.

 

— Me estoy metiendo con su papá,¿esperabas que reaccionara mejor? —habló intentando sonar burlesco. Pero, tal parecía, que a Lucius no le hizo nada de gracia su comentario.

 

Lo miraba ahora con una seriedad que le erizó la piel. Iba a decirle algo más para aligerar aquel silencio en el que se habían envuelto cuando todas sus intenciones quedaron solo en eso al Lucius mover sus brazos y lo envolvió en un abrazo. Ron al principio no se movió, pero al sentir como lo arropaba entre sus brazos le fue inevitable no envolverlo del mismo modo, pegándole más a él y dejándose acunar contra su pecho. Lucius lo estaba abrazando de una manera que le brindo inmediatamente de una tranquilidad que solo sus brazos le podían transmitir.

 

— Dije que nadie te lastimaría de nuevo. —Lucius rompió aquel silencio mientras que le acariciaba su cabello, Ron cerró sus ojos agradeciendo las reconfortantes caricias que le daba—. Y justo eso pasó.

 

— No fue nada.

 

— ¿Cómo dices que no fue nada-?

 

— Lucius —cortó su pregunta, apretándose más a su pecho—, no quiero hablar sobre eso. Al menos hoy no.

 

— Pensaremos en algo después entonces. —susurró contra su cabello—. Estamos juntos en esto y no pienso dejarte solo.

 

No, no lo estoy, pensó. En ese momento fue que se dio cuenta que realmente estaban juntos. Entre ellos dos nada se había roto, todo seguía teniendo su curso y sus corazones seguían latiendo sincronizados.

 

Lo único que importaba en ese momento era que quería quedarse ahí, con él, quería estar con él y, aparentemente, Lucius deseaba lo mismo. La necesidad y el anhelo era mutuo, por lo que, daba igual quien supiera de ellos, daba igual lo que le hicieran para evitar que estuvieran juntos, daba todo igual; ellos compartían una vida ahora, le gustase a quien le gustase, y no iba a tirar eso por la borda.

 

No iba a rendirse, pasara lo que pasara, no iba a soltarle. No se alejaría. No iría a ningún lado que no sea ese. No lo iba a permitir. Se aferraría a lo que tenían, aunque se le fuese la vida en ello.

 

Entonces, se quedó allí entre sus brazos, respirando profundamente, amando, perdiéndose y dejándose arrastrar por los embriagadores aromas de limón y lavanda que tanto tenía marcados en su memoria.

Notas finales:

Sé que este año ha sido el más difícil debido a todo lo que un virus arrastró. Pero me gustaría desearles unas felices fiestas, con o sin faltas, están aquí, siguen aquí y hay que agradecerlo. Celebren, festejen con Susana Distancia y usando cubrebocas, lávense seguido sus manitas ¡y que la fiesta continúe! Espero, de todo corazón, que lo que hayan pedido para Navidad, Santa Claus se los conceda :)

¡Espero les haya gustado el capítulo!

¡Díganme que les pareció! Estaría muy agradecida y me motivaría a subir el resto de la historia. Si hay alguna falta de ortografía, una disculpa de antemano.

¡Nos leemos! ♥


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