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Celestial por Niji_Takagawa

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Notas del capitulo:

Buenas noches mis queridos lectores~ esta noche les traigo el segundo capítulo de esta nueva historia, que espero que les esté gustando; así que por el momento no tengo más comentarios, lean y disfruten:

La ciudad de Tokio es sumamente extensa, y aloja una amplia variedad con respecto a su población, pues no alberga sólo a personas acaudaladas que viven en casas grandes y lujosas, sino que existen otros barrios con diferentes niveles económicos bastante más modestos, en los cuales habitan personas que requieren del arduo trabajo día a día para ganarse un sustento más moderado que, a pesar de no ser suficiente para suministrarles los lujos exagerados que para los millonarios representan algo tan indispensable, por lo menos les puede proveer con lo más esencial para una buena vida. Koto es uno de esos barrios, el cual, a pesar de no ser la zona más humilde dentro de esta gran ciudad, está compuesta por casas más sencillas, además de edificios de apartamentos económicos, ocupados en su mayoría por solteros que optan por cuidar de su dinero, con el propósito de ahorrar para el futuro, a pesar de no tener el deber de sostener a una familia. El joven Tora Kobayashi era uno de los residentes de dicho barrio de la capital japonesa, ya que rentaba un apartamento en el último piso de uno de los edificios más altos, ubicado muy cerca de un bonito parque, por lo que su hogar gozaba de una preciosa vista compuesta por un lago artificial, rodeado por un grupo de árboles de cerezo que le ofrecían todo un espectáculo de delicados pétalos rosados arrastrados por el viento durante la primavera. Sin embargo, Tora no solía darse el tiempo suficiente para admirar aquella vista que su balcón le ofrecía, pues solía trabajar bastantes horas al día, y las horas que le quedaban libres las utilizaba apenas para comer y dormir.

El edificio donde Tora residía constaba de diecisiete pisos, cada uno de los cuales tenía tres departamentos con exactamente las mismas dimensiones; el que pertenecía a Tora era el que se localizaba en la parte posterior del último piso, de manera que el Sol no lo iluminaba de forma directa al amanecer. Conforme amanecía, su hogar iba iluminándose progresiva y sutilmente; por ello, en el instante que el sonido del despertador llenaba su habitación, el lugar aún lucía sumido en una tenue oscuridad, aunque esto se debía más a la hora temprana en que se veía obligado a levantarse para ir a trabajar. Apenas dieron las siete en punto cuando el despertador digital, colocado sobre un sencillo buró de color negro junto a la cama de su dueño, hacía resonar por todo el apartamento la transmisión de una estación de radio con música tradicional japonesa. Apenas transcurrió un par de segundos para que una larga mano con finos dedos se asomara por entre unas sábanas de algodón color beige, para aproximarse a los botones del despertador con la intención de apagar dicha música, y después remover por completo las sábanas que lo envolvían; fue así como la figura que anteriormente reposaba entre éstas se puso de pie, revelando que portaba un pijama de dos piezas fabricada en franela color azul marino y con franjas azul cielo hasta formar un patrón de cuadros que decoraban la tela, color que igualmente se hallaba presente en sus ojos, a pesar de que este rasgo resultaba sumamente inusual para un japonés, ya que el resto de sus características físicas denotaban claramente su ascendencia nipona. Esto incluía, por ejemplo, su cabello color azabache y la apariencia rasgada de sus pequeños ojos.

Lo primero que hizo tras levantarse de la cama, sin perder más tiempo ahí por supuesto, fue realizar ligeros estiramientos con brazos, piernas y torso con la intención de terminar de desperezar su cuerpo; inmediatamente después de terminar con la primera parte de su rutina, se dispuso a arreglar su cama para dejarla preparada. Debido a que se trataba de una de tamaño individual, no le tomó más que un minuto terminar: tan sólo necesitaba reacomodar las sábanas y la manta color azul petróleo que las cubría, además de volver a colocar su cojín negro en su sitio encima de aquella ropa de cama, el cual incluía sólo para tratar de que su cama no luciera demasiado vacía. En cuanto su primera tarea fue completada, dirigió sus pasos hasta el clóset, del cual sustrajo el traje elegido para aquel día: un traje liso de color negro, con una camisa azul marino y una corbata gris decorada con rayas diagonales del mismo tono de azul que la camisa, además de los zapatos que desde la noche anterior se había encargado de pintar y cepillar hasta dejarlos brillantes, finalizando el conjunto con las prendas interiores. Una vez con todo el atuendo en mano, volvió a su cama para colocar todo encima de ésta, según el orden en que debía ponerse cada una de las prendas, antes de encaminarse al cuarto de baño, en donde tomaría su acostumbrada ducha de cinco minutos.

Mientras se hallaba debajo del chorro de agua tibia, ocupándose de enjabonar hasta el último centímetro de su piel, numerosos pensamientos empezaron a atravesar su mente a una velocidad impresionante, aunque por fortuna no se trataba del tipo de sentimientos que provocaban tristeza o algo semejante, sino satisfacción. Durante un instante recordó la época en que inició su vida laboral, en la clase de lugares donde otros muchachos de su edad solían hacerlo: como cajero en algún restaurante de comida rápida, mesero en algún bar, o empleado de limpieza en alguna tienda. En cambio, ahora, después de todo su esfuerzo, se había convertido en un excelente abogado titulado que contaba con tres años de experiencia ejerciendo en derecho penal, lo cual le permitió conseguir un puesto en uno de los despachos de abogados más prestigiosos del país, el cual incluso tal vez también contaba con la misma buena reputación en otros países de Asia, hecho que le llenaba de orgullo, ya que finalmente había llegado el momento de disfrutar los frutos de su arduo trabajo. Tan pensativo se hallaba, que no se dio cuenta de haberse sumido en ese sopor tan profundo, el cual causó que permaneciera totalmente inmóvil bajo el agua, sumido entre sus recuerdos, por lo que en cuanto fue capaz de reaccionar, simplemente agitó la cabeza ligeramente a los lados, justo antes de terminarse de enjuagar la espuma que le quedaba en el cabello y el torso. De esa forma, al terminar con su rutina de aseo no perdió más tiempo para cerrar la llave, y tomó la toalla que previamente había dejado colgada en el gancho que se ubicaba junto a la ducha para así secar su cuerpo, mientras que en sus labios se dibujaba una pacífica sonrisa, como la de quien está seguro de su próspero y brillante futuro.

Por alguna razón que no se sabía explicar, ese día estaba de un excelente humor: sentía una ligereza y una serenidad que pocas veces experimentaba, lo cual resultaba inusual, ya que se trataba de un día laboral, por lo que estaría cargado de responsabilidades por cumplir, al igual que mucho estrés con el cual lidiar. No obstante, rápidamente dejó a un lado sus pensamientos y se dispuso a vestirse con cuidado, pues deseaba mantener la apariencia impecable de su ropa. Al terminar repasó detalladamente su apariencia en el espejo, prestando más atención al arreglo de su cabello en esta ocasión; después, como última parte de su preparación matutina, se dispuso a desayunar: su desayuno consistía en dos tazas de café negro bastante cargado, dos tostadas simples y un plato con fruta. Siempre había preferido consumir algo ligero para el desayuno, ya que así mantenía su cuerpo con esa sensación de ligereza. Los minutos que requería para comer se pasaron un tanto más rápido de lo usual, hecho que le resultaba muy desagradable debido a que no le gustaba experimentar pesadez por haber comido rápido; sin embargo, fue cuestión de unos segundos para verse obligado a superar dicho malestar, pues debía levantarse del banco que siempre ocupaba cuando comía en la barra, y disponerse a lavar todo lo que había utilizado, pues detestaba llegar a casa por la tarde y encontrar desorden.

Así, experimentando una total satisfacción por haber dejado todo en perfecto orden, se colocó apropiadamente sus gafas con armazón negro, y tomó su portafolio, además de sus objetos personales más importantes, antes de salir del departamento. Justo enfrente de su puerta podía observar al ascensor que esperaba por él para trasladarlo a la planta baja, y que lo habría llevado hasta ahí en cuestión de tan sólo unos cuantos minutos; no obstante, Tora siempre optaba por las escaleras debido a que detestaba los ascensores, y todos los lugares de un tamaño reducido que lo dejaban aprisionado durante lo que él percibía como una eternidad. Por otra parte, a pesar de que bajar o subir diecisiete pisos de escaleras diariamente podía agotarlo en ocasiones, seguía teniendo la posibilidad de correr en caso de que algo malo sucediera, mientras que en el elevador perdía esa ruta de escape. Pensar en todo esto le hacía sentirse aún más seguro de su decisión, por lo que cuando llegó hasta la planta baja, no tardó en mostrar una sonrisa tranquila justo al escuchar sus propios pasos resonando sobre el suelo de madera presente en ese pasillo y en la recepción, dirigiéndose hacia la puerta principal, razón por la cual se tomó un par de segundos durante dicho trayecto para saludar amablemente al encargado del edificio, quien de inmediato se puso de pie de la silla que anteriormente ocupaba tras el escritorio para seguirle hasta la puerta, y abrirla al mismo tiempo que correspondía el saludo. Una vez afuera, el joven de cabellos oscuros avanzó otro poco para llegar al estacionamiento del edificio, donde abordó su automóvil de color gris azulado de cuatro puertas, bastante modesto al igual que su departamento; empero, él se sentía orgulloso de tenerlo porque lo había comprado con el dinero obtenido por su duro trabajo, además, si bien no era un último modelo, seguía funcionando sin dificultades, y eso le parecía suficiente. Faltaban diez minutos para las ocho en el mismo instante en que encendió su auto, por lo que no tenía necesidad de apresurarse demasiado, teniendo en cuenta que disponía del tiempo requerido para llegar al bufete, incluso con algunos minutos sobrantes para cubrirse de cualquier tipo de contratiempo que se pudiera presentar.

Una de las características más notables de Tora era, indisputablemente, su puntualidad impecable, lo cual obviamente no se conseguía por casualidad, ya que para conseguirlo debía ser sumamente cuidadoso con sus tiempos en su rutina: debía asignar un periodo de tiempo para cada actividad y apegarse a él estrictamente. Otro punto importante para ello era, como cualquier buen nipón solía hacer, salir de casa algunos minutos antes de lo necesario, adelantándose a tener en cuenta cualquier posibilidad antes de que alguna de ellas se volviera realidad. Después de todo, una de las cosas que él más le molestaba era llegar tarde a cualquier compromiso, en especial cuando se trataba del trabajo, pues éste le resultaba tan importante, y le había costado tanto conseguirlo a pesar de ser tan joven a comparación de los colegas con quienes laboraba. Aunque por fortuna para su impecable récord de puntualidad, arribó al bufete quince minutos antes de las nueve en punto, la cual era su hora de entrada; saludó cordialmente a la recepcionista, sin detener sus pasos hasta que hubo alcanzado las escaleras para realizar su trayecto a través de éstas. En esa ocasión no tendría que subir tantos pisos como ocurría en el edificio donde vivía, sino solamente cuatro debido a que ahí se ubicaba su oficina; ésta era una de las razones por las que prefería llegar con tanta anticipación: subir esas escaleras le tomaba más tiempo que usar el elevador como los demás, así que debía prevenir cualquier tipo de retraso causado por dicha situación. Con esto en mente, se apresuró a dirigirse a su oficina, no sin detenerse un instante frente al escritorio de su asistente, para saludarla y preguntar por sus pendientes para las próximas horas.

—Buenos días Natsumi-san, ¿sabes si el señor Ishiguro ya llegó? —Preguntó en cuanto se encontró frente a su asistente, al mismo tiempo que se ajustaba las gafas, mostrando una expresión seria pero cortés en todo momento.

—Aún no Kobayashi-san, pero considerando la hora, ya no debe tardar, ¿desea que le avise cuando llegue? —Mientras le respondía, revisó entre los papeles localizados sobre su escritorio para encontrar los que debía entregarle a su joven jefe.

—Por favor, aunque en caso de que vaya a ocuparse demasiado a estas horas, avíseme cuando disponga de un momento menos atareado, pues no deseo importunarlo, todavía no se trata de algo urgente —en cuanto le fue entregada, se dedicó también a revisar la correspondencia que acababa de recibir de manos de su asistente, quien se apresuró a escribir una nota de las instrucciones de su jefe— ¡ah!, y una cosa más: estoy esperando un sobre muy importante que aparentemente no ha llegado todavía, por favor hágamelo saber en cuando esté aquí…eso es todo.

Una vez que terminaron su conversación, retomó su camino para llegar hasta su oficina, la cual se localizaba justo detrás del lugar que ocupaba su secretaria, quien apenas vio a su jefe alejándose por completo, para así atravesar el umbral de la puerta de la oficina, exhaló un suspiro profundo, casi cargado de alivio. A pesar de la amabilidad que él solía irradiar, su mirada era tan oscura y difícil de descifrar, que le resultaba un enigma lo que él pudiera estar pensando realmente. Después de todo, aún por encima de sus modales cargados de cortesía y respeto, Tora Kobayashi nunca sonreía; quizás esto se debía al hecho de que prefería demostrar un perfil meramente profesional dentro del bufete, eso lo podía comprender; no obstante, a veces le daba la impresión de que incluso fuera de la oficina, él prefería no demostrar ningún tipo de emoción.

Algunas horas transcurrieron tras la llegada de Tora a su trabajo, tiempo durante el cual las actividades siguieron su curso habitual en el interior de aquel prestigioso bufete, por lo menos hasta la una de la tarde en punto, pues en ese momento recibieron un visitante inesperado; todos aquellos que se lo toparon en algún punto de su trayecto lo saludaron con absoluto respeto a pesar de tratarse de un muchacho bastante joven, aunque nadie se atrevió a decirle nada más. Apenas hubo cruzado el área de recepción, dicho visitante se dirigió directamente a abordar uno de los elevadores, el cual le permitieron tomar él solo como siempre ocurría cuando se presentaba ahí; una vez dentro de la cabina, pulsó el botón que indicaba el último piso, hacia el cual se dirigió sin interrupción. Cuando las puertas del ascensor volvieron a abrirse, indicándole que había llegado a su destino, no tardó en salir de éste para volver a avanzar; por ese motivo, nuevamente recibió una ola de saludos formales durante esa siguiente parte de su trayecto, devolviéndoles todos y cada uno a pesar de evitar el contacto visual. Fue así como llegó ante el escritorio central de aquella zona, detrás del cual se encontraba sentada una mujer de aproximadamente cuarenta años, corto cabello castaño oscuro y expresión apacible.

—Buenas tardes Momoko, quiero ver a papá, ¿está en su oficina? —Cuestionó de forma casi automática, pues éstas eran las mismas palabras que le decía siempre.

—Buenas tardes, joven Sorato; lamentablemente no se encuentra, tuvo que salir debido a una junta, pero…—estuvo a punto de dar una explicación que detuviera al joven, pues en esa ocasión no sabía si realmente era buena idea dejarlo pasar.

—Gracias Momoko, entraré a esperarlo ahí entonces —sin embargo, éste ni siquiera le dio tiempo de terminar la oración.

Como ya era costumbre para el joven heredero, no requirió argumentos para concluir lo que haría si se veía obligado a esperar por la persona a quien deseaba ver; después de todo, no le importaba ninguna explicación que tuvieran que darle, o cualquier argumento que pudiera escuchar para no hacer su voluntad, pues él estaba decidido a esperar por su padre dentro de su oficina: siempre lo había hecho y en esa ocasión no tenía por qué cambiarlo. No obstante, en el instante que pisó la oficina de su padre, y dueño del bufete, no pudo ocultar una expresión de genuino asombro al darse cuenta de que había alguien más ahí. Decidió no decir nada, por lo que se limitó a avanzar en dirección a la silla que éste ocupaba, pues ahora sentía curiosidad por ver de quién se trataba, de manera que siguió avanzando a pasos ligeros y silenciosos, que fueron percibidos por aquel visitante sólo hasta que el joven heredero llegó a su lado, apenas a un par de metros de distancia de su persona, por lo cual se puso de pie de un salto, pues pensó que se trataba de su jefe, a quien llevaba veinte minutos esperando. Aunque en el momento que se dio vuelta para mirar de frente a la persona que había entrado segundos atrás para invadir aquella oficina, inmediatamente fue contagiado por la sorpresa que el muchacho pelirrojo seguía presente en su expresión, pues ahora corroboraba que definitivamente no se trataba era la persona que estaba esperando.

—Disculpe joven, ¿qué está usted haciendo aquí?, al señor Ishiguro le disgusta bastante que vengan a verlo sin haber hecho una cita, sin mencionar que detesta aún más cuando entran a su oficina sin ser anunciados… cosa que Momoko-san no hizo con respecto a usted en ningún momento.

—¿Perdón?, ¡ah!, supongo que no sabes quién soy yo…—justo antes de que continuara con su acostumbrado discurso para mostrar superioridad ante todos a su alrededor, fue abruptamente interrumpido por su interlocutor, que a diferencia del resto de las personas que se encontraban dentro de ese mismo edificio, no parecía sentirse intimidado por su presencia: eso le indicó que aquel extraño no conocía su identidad.

—Evidentemente no tengo ni idea, así como usted tampoco sabe quién soy yo: yo estoy cerca de convertirme en un abogado prestigioso, por lo que el señor Ishiguro en persona me pidió trabajar para él hace algunas semanas, lo cual es una señal inequívoca de mi capacidad; eso me da el derecho de estar en esta oficina, ya que estoy esperando a mi jefe. Así que le pido que salga de aquí, y pida ser anunciado como es debido…

—Así que han contratado a un abogado nuevo… me sorprende, porque no eres un viejo igual al resto de los abogados que trabajan aquí; eres muy joven y guapo, y eso significa que tienes suerte, ya que sólo por eso olvidaré tu interrupción y tus groserías. —Decidió tomar su turno de interrumpirlo, por lo que mientras seguía hablando, llegó hasta la silla del otro lado del escritorio: el lugar que le pertenecía a su padre, para tomar asiento ahí, mirando con absoluta diversión esa expresión entre ofendida y confundida que mostraba el mayor—. Ya sé lo que estás pensando: “¿por qué este chiquillo entra de ese modo a la oficina de un hombre tan importante, y se apropia de su silla con toda la confianza del mundo?” Supongo que es normal, ya que eres nuevo aquí y no sabes quién soy yo; sin embargo, me parece que es algo que deberás tener en mente desde hoy: mi nombre es Ishiguro Sorato, primogénito del señor Ishiguro Takumi. Por lo tanto, soy el heredero de todos los bienes de mi padre, incluyendo este bufete; así que ésta es mi futura silla, por eso es que la puedo ocupar si papá no se encuentra aquí.

—¿Qué?, ¿usted realmente es el heredero de la familia Ishiguro? —Se mostró aún más pasmado con sólo escucharlo; después de todo, pudo imaginarse cualquier cosa, menos que se tratara precisamente del heredero de su jefe, y por lo tanto, su futuro jefe— vaya, entonces permítame que le ofrezca una disculpa… Cualquier persona que viene a visitar a su padre debe ser anunciada, y sólo le permiten pasar cuando él lo autoriza… por eso me sorprendió que con usted no se hubieran cumplido los protocolos.

—Lo sé, no te angusties: el día de hoy me siento de un inexplicable buen humor, además se puede decir que puedo perdonar fácilmente a las personas bellas como tú, pero con la pequeña condición de que me digas tu nombre.

—Mi nombre es Kobayashi Tora, tengo veintiocho años y he estado trabajando para su padre desde hace casi cuatro meses —al mismo tiempo que enunciaba su presentación dirigida al joven, se puso de pie para hacer una marcada reverencia, con la intención de mostrarle todo su respeto.

—Kobayashi Tora…—repitió únicamente el nombre del contario, como una forma de no olvidarlo, mientras se inclinaba sobre el escritorio para apoyar los codos sobre él, en un evidente intento para mirarlo mejor— tienes bonitos ojos; eso, junto con tu cabello negro, me recuerdan a los tigres blancos de Siberia.

—¿Tigres blancos de Siberia? Sinceramente esa comparación es nueva para mí, y creo que no me desagrada, pero usted debería ser más formal, joven Ishiguro: recuerde que, además de que acabamos de conocernos, usted es el hijo mayor de mi jefe; por lo tanto, es probable que sea mi jefe en un futuro.

—Pero aún no lo soy, y no le veo el caso a ser tan formales ahora; por lo tanto, te voy a llamar simplemente “tigre” —el aludido estuvo a punto de expresar la inconformidad que le causaba aquel mote, el cual le parecía tan inapropiado. Pero el chico pelirrojo fue más rápido y prosiguió antes de que lo interrumpiera: odiaba ser interrumpido, especialmente cuando la interrupción en cuestión era sólo un intento para llevarle la contra— por cierto, dime una cosa, ¿mi padre se va a tardar mucho? Es que la verdad yo sólo venía a traerle unos documentos que necesita.

—Me parece que sí va a tardar… así que, considerando que yo debo esperar aquí, si lo desea yo podría entregarle esos documentos y avisarle que estuvo aquí —no se trataba únicamente de un gesto de amabilidad, sino de un intento para lograr que se fuera, pues empezaba a sentirse incómodo en su presencia.

—¿En serio? Te lo agradecería mucho, porque tengo un compromiso ahora… y se nota que puedo confiar en ti —con una sonrisa traviesa dibujada en los labios se puso de pie para rodear completamente el escritorio, y así dejar un folder negro entre las manos del mayor—. Tú sólo entrégale esto, y dile que son los papeles que le pidió a su esposa que le trajera; mientras tanto yo necesito retirarme ahora, pero realmente espero poder verte más seguido por aquí, tigre.

Después de dedicarle un guiño al pelinegro, salió por completo de la oficina sin darle el tiempo suficiente para responderle, hecho que causó un resoplo de parte del hombre de ojos azules en una demostración de absoluto alivio al encontrarse a solas de nuevo: ésa había sido la primera conversación menos ortodoxa que había tenido en su vida. Su jefe era un hombre sumamente formal, correcto, que bajo ninguna circunstancia dejaba a un lado sus modales; ése era el motivo por el que le había sorprendido en demasía conocer los modales que mostraba su hijo, tan opuestos a lo que se hubiera podido imaginar con respecto a él en el momento en que se enteró de que el respetable señor Ishiguro tenía un vástago. Por un momento, trató de atribuirle semejante comportamiento a la juventud del muchacho; no obstante, casi de inmediato se dio cuenta de que ésa no era suficiente excusa para tal comportamiento. Y claro, aquella primera impresión tan poco amable no significaba que le hubiera desagradado por completo, pues habían charlado demasiado poco como para formarse una opinión concreta de él. Además, el hecho de que fuera el hijo de su jefe, no significaba que debía verlo y conversar con él de nuevo… ¿o sí?

Notas finales:

¿Qué les ha parecido?, espero que les haya gustado para que sigan al pendiente de las actualizaciones; esperaré sus comentarios y ustedes por favor esperen el siguiente capítulo. Muchas gracias y dulces Lunas ♥


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