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Los tres reinos: La concepción por Cat_Game

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Notas del capitulo:

¡Espero que lo disfruten!

:)

PARTE UNO


III


La lluvia caía con desmesura, golpeaba con fuerza los objetos variados en todo el terreno; el sonido era tal que permitía al joven demonio guardar su postura con calma. Frente a Samael se posan tres lápidas improvisadas; las rocas estaban talladas con los nombres de los difuntos y la fecha de su partida. La primera roca creaba una remembranza en el demonio que lo hacía llorar en silencio; a pesar de que Samael no había sido hijo legítimo de esa demonio, ella había sido su madre. Todavía era capaz de recapitular el horror de la escena.


Una noche, durante la última reunión de los líderes de la rebelión, la casona, donde su familia había habitado, había sido atacada por los guardias imperiales. Samael había luchado con ayuda de su padre y del otro líder de la rebelión; empero, habían perdido. Los soldados habían mutilado los cuerpos de los dos niños demonios y habían violentado a su madre con crueldad. Los gritos, espadazos y llantos habían acompañado a ese momento.


De pronto, el joven demonio se inclinó y tocó con cautela la lápida de su madre. Las lágrimas caían por su rostro y su expresión denotaba dolor y arrepentimiento. No era justo, su madre había sido una demonio amorosa y atenta con él y sus hermanos; nunca lo había tratado diferente a pesar de no estar relacionados por sangre.


Una vez Samael contempló las otras dos lápidas dejó al dolor recorrer su cuerpo. Se reprochaba en silencio y se prometía que vengaría la muerte de esos dos pequeños. Samael recordó algunos juegos que había disfrutado con sus hermanos; pero ahora todas esas imágenes estaban alteradas por la rebelión.


El adolescente agradeció en silencio a las tres almas que lo acompañaron en sus primeros años de vida; luego puso unas flores amarillas de pétalos gruesos junto a las tumbas y se despidió. Estaba listo para continuar por el nuevo camino que lo aguardaba.


Una vez había abandonado el Castillo de la Zona Alta del reino, había arribado de vuelta a la Zona Negra; una tierra de cultivos y grandes parcelas que se especializaba en la producción de alimentos vegetales. Samael había contactado al hijo del otro líder de la rebelión que había sido asesinado también; un demonio perteneciente a la Zona Roja, en el extremo noreste del mundo.


El camino que conducía al pantano de la Zona Negra era un pedazo de tierra elevada, cerca de las planicies de las parcelas. Samael conocía historias aterradoras sobre ese sitio, como que vivía una criatura poderosa que nadie era capaz de matar. Sin embargo, la mayoría de estas historias eran supersticiones de los pobladores, ya que dicha creatura habitaba, en realidad, en todo ese mundo. Aun así, Samael se adentró por los senderos mojados, llenos de plantas gruesas y árboles grandes.


Durante casi unas tres horas, el joven demonio se guió por algunas marcas en la tierra y otros caminos creados por las peregrinaciones que solían usar ese sito como una ruta de escape o un atajo. Samael usaba un paso sereno para continuar, pero su mente estaba concentrada en la imagen del príncipe; ¿por qué lo había ayudado?, todavía era incapaz de resolver esa duda.


El reino era dirigido por un archidemonio, un ser tan poderoso que era casi imposible de matar. Justo como los demonios como Samael, también los demonios-arcanos era una raza proveniente de los proto-demonios, unos de los primeros ancestros que habían habitado ese mundo por millones de años; empero, los demonios-arcanos habían sido tan destructivos e incontrolables que habían terminado por arrasar con ellos mismos. Los pocos sobrevivientes habían aprendido a controlar sus poderes y habían sometido a los pocos proto-demonios que aún quedaban con vida y a la evolución de éstos: los demonios.


A diferencia de los proto-demonios y los archidemonios, conocidos también como demonios-arcanos, los demonios tenían más peculiaridades genéticas que les proporcionaban habilidades excelentes para la adaptación progresiva en las tierras variadas del reino. Existían tres clasificaciones principales. Aquellos que no poseían alas, que eran de tamaños regulares de entre un metro y ochenta centímetros eran los denominados como: ‘demonios-bajos’. Los demonios con características como alas y cuernos ondulados o prominentes, eran los: ‘demonios-medios’. Samael pertenecía a otro tipo: los ‘demonios-altos’, los cuales no sólo mostraban características impresionantes, también poderes únicos; una clase de seres que eran considerados como los eslabones entre las tres razas demoniacas.


De pronto, la mirada del adolescente se quedó pasmada en una vieja cabaña abandonada. Samael se acercó hasta el sitio y abrió la puerta con cautela; entró y analizó el interior. Los muebles estaban casi todos destruidos, así como algunas paredes internas. El demonio suspiró y se intentó alentar para preparar el lugar.


 


 


El resto del día se pasó rápido, por la noche Samael ya tenía limpia la sala, el pasillo y dos de las tres habitaciones. Había puesto en un lugar los escombros de madera que estaban inservibles y había reparado los otros muebles que todavía estaban en buen estado. Con ayuda de algunas maderas del exterior había restaurado las imperfecciones de las paredes y había dejado un poco más presentable el edificio entero.


De acuerdo al calendario, Samael debía esperar un día más para la llegada del otro joven demonio, y dos días extras para la visita del príncipe.


El príncipe era un demonio-arcano muy peculiar; Samael lo había notado en el último encuentro con él. No sólo poseía poderes diferentes a los de su especie, sino que su energía estaba envuelta en un aura de misticismo. Además, recordaba el demonio adolescente, le había entregado las dos bolas negras. Samael conocía de un mineral que los proto-demonios habían utilizado para la construcción de reliquias y artefactos sagrados; empero, habían sido robados en su mayoría por otras naciones como el Cielo, los Nefilinos, los Muertos y los Forjadores. Samael era capaz de presentir las propiedades arcaicas de ese material; no sólo podía modificarse en apariencia física, también se podía transmutar con otros metales, y sus propiedades se amplificaban de acuerdo al tipo de energía que absorbía.


Quizás no había sido tan extraño que el príncipe poseyera esos objetos, ya que la familia real debía mantener bajo su control objetos arcanos de los proto-demonios. Sin embargo, la verdadera cuestionó era por qué Samael había recibido dos esféricos sin ninguna explicación. ¿Qué planeaba el príncipe?, sí, era obvio que deseaba unirse a la rebelión; pero, ¿era acaso una estrategia para apoderarse del reino?


—No —dijo Samael en voz alta—, no, no. Él dijo algo así como que la vida es sagrada.


Samael también lo creía. Creía que toda la vida, en todas sus formas, era sagrada; más allá del concepto que los ángeles y arcángeles comprendían. La vida era un ciclo, Samael lo sabía, y ese ciclo estaba dotado de una energía única que cada individuo poseía. Era un demonio que prefería respetar ese tipo de conceptos, ya que sus padres le habían mostrado la delicadeza entre la vida y la muerte.


Toda la madrugada la lluvia no cesó su actividad, por lo que creó un ambiente de relajación para el joven demonio. A pesar de que había podido descansar unas horas, todavía se sentía pesado por su llanto continuo. Samael sabía que no podía darse el lujo de quedarse estático, pues deseaba acabar con la opresión y liberar a los demonios del control de los archidemonios y los pocos proto-demonios que todavía seguían con vida. No había tenido más tiempo para guardar el luto que su familia había merecido, pero deseaba que toda esa pesadilla terminara cuanto antes.


De forma repentina, se escuchó una voz  gruesa en la cercanía. Había llamado al demonio y también se había quejado de la lluvia y el pantano. Samael se apresuró y abrió la puerta. Un joven demonio lo encaró. Samael reconoció el rostro duro del otro muchacho; tenía los ojos de un tono naranja resplandeciente que contrastaba con su piel negra. También tenía cuernos de base triple y muy pronunciados con una curvatura hacia el exterior; así como las alas de color marrón invertidas y con unos detalles de picos en el hueso. Su cuerpo era grueso, incluso más musculoso que el de Samael; así como de una estatura un poco superior.


—Belphegor, por fin llegaste.


—Pensé que te habían matado —informó Belphegor con un tono consternado. Aunque también era un adolescente de la misma edad que Samael, él denotaba una voz más profunda.


Sin previo aviso, Belphegor entró a la cabaña y contempló el lugar entero como si lo analizara. Su cara mostró una cierta desilusión.


—¿No pudiste elegir algo mejor? —recalcó el demonio de ojos naranjas; luego se acercó a un sillón rústico y se sentó con pesadez—. ¿Cómo lograste escapar?


—Alguien me ayudó —reveló Samael; después cerró la puerta y se acercó al otro demonio.


—¿Alguien te ayudó? —dudó Belphegor con desinterés fingido.


—Sí.


—¿Quién? —insistió Belphegor.


—El príncipe.


De pronto, Belphegor soltó una risa cínica. Ni aunque Samael lo hubiera dicho de broma él lo habría creído. Empero, una vez notó la seriedad en el rostro del otro joven, comprendió que no había sido una burla.


—Es un demonio-arcano, ¿por qué te ayudaría?


Samael dio unos pasos hacia la ventana y contempló el exterior con melancolía; aunque él no lo comprendía del todo, ese muchacho había sido su única oportunidad de seguir con vida.


—Quiere unirse a la rebelión. Además, me ha pedido que sea el nuevo líder y que tome el puesto de mi padre.


—No es una mala idea. El Consejo de Capitanes de la Rebelión ya te conoce; estarían dispuestos a seguirte.


—Pero —Samael interrumpió; suspiró con pesadez y aguardó unos minutos. Continuó—: no puedo hacerlo yo solo. Es por eso que te he llamado. Necesito que tomes el segundo mando, que seas mi Subcomandante.


—¿Y el príncipe?


No hubo respuesta. Samael era honesto y prefería no opinar sin antes conocer las intenciones del archidemonio.


—No lo sé.


—Bien, estoy dispuesto a ayudarte —Belphegor habló con rapidez al percatarse del tono consternado del otro adolescente.


—No sé cuál sea el plan de él; pero dijo que nos veríamos aquí. Yo escapé pero él se quedó enfrentando a los otros guardias de turno.


—Eso quiere decir que él también tuvo la oportunidad de dejar el castillo contigo. La verdadera pregunta es: ¿por qué no se fue?


—No sé qué es lo que busca hacer.


—Samael —Belphegor se apresuró a explicar—, ¿no has considerado que quiere usar ventaja con la rebelión y después tomar el trono él?


Sí, pensó Samael. Por supuesto que lo había considerado. Esa parecía ser la razón más lógica por la que el príncipe lo había ayudado a escapar; convertirlo en líder de la rebelión era, tal vez, sólo un paso más de su plan.


—Si es así —prosiguió Belphegor—, creo que nos están utilizando como piezas por el poder. ¿No estás harto de ello? Vamos, no creo que debamos confiar tan fácilmente en un demonio-arcano.


—Prefiero esperarlo y confrontarlo aquí de manera pacífica. Te pido que no actúes con insensatez y que me dejes a mí hacer las preguntas.


—Bien, si así lo prefieres, yo guardaré mi distancia.


 


 


Para la mañana siguiente, los demonios salieron a recolectar alimentos y pasaron el resto de la tarde expectantes. Durante la noche tuvieron una discusión sobre una posible trampa ya que el príncipe no se había presentado, pero lograron mantener la calma y seguir con su espera. La madrugada llegó pasiva con una llovizna suave y casi imposible de escuchar. La incertidumbre carcomía al joven Samael y lo hacía llenar su cabeza de teorías una tan negativa como la otra. Ambos demonios decidieron dormir y dejar las preguntas para el siguiente día.


Sin embargo, un sonido despertó a Samael. Había sido una especie de objeto pesado al caer en un charco y se había percibido al agua ser movida. El demonio se levantó de su lugar y se acercó a la ventana, revisó con cuidado el exterior ya que tampoco quería ser descubierto. Su mirada recorrió los alrededores con sumo detalle, intentaba ver de entre la oscuridad. Por unos momentos no fue capaz de encontrar nada.


Otra vez escuchó al agua moverse; pero esta vez había sonado como si algo se levantara del charco con brutalidad. Samael divisó a una figura delgada con cuernos  enroscados que se ponía de pie con lentitud. ¿Era el príncipe? El demonio aguardó un poco más y descubrió que la figura había tropezado de nuevo casi como si no viera los obstáculos más cercanos.


La desesperación hizo a Samael salir de la cabaña y acercarse a la persona. Efectivamente era el príncipe, aunque ahora portaba una máscara teatral en su rostro y lucía algunas heridas en sus brazos. De forma pronta, Samael ayudó al muchacho a ponerse de pie y lo llevó al interior de la cabaña.


Una vez adentro, Samael permitió a Astaroth quedarse en el sillón rústico; había encendido una lámpara de cera líquida y había llamado a Belphegor.


—Eh, él es Belphegor, —Samael señaló al otro adolescente—, hijo del segundo líder de la rebelión. Su padre también fue asesinado.


Astaroth no movió su mirada, solamente aguardó como si estuviera distante.


—Un gusto —finalmente dijo el príncipe—, pueden llamarme Astaroth.


—Pensé que llegarías antes.


—Yo también —aseguró el rubio—, pero tuve unos inconvenientes. Así que les pido una disculpa.


—Y… —Samael sentía incertidumbre—. ¿Cuál es tu objetivo?


—Ya te había dicho, niño —respondió Astaroth con seriedad—, no pienso seguir solapando los actos tiránicos del rey y sus gobernantes corruptos. La rebelión es nuestra mejor opción si queremos liberarnos de este viejo reinado.


—¿Y qué, tú te quedarás con el puesto? —cuestionó Belphegor sin poder controlar sus ansias.


—No.


Aquella respuesta sorprendió a Samael, debido a que le había parecido sumamente real. Por otra parte, Belphegor dudó si creer o no; no conocía mucho del príncipe a excepción de su poca fama en todo el reino.


—Yo quiero ser parte de la rebelión y ayudarles a ustedes. Mi propuesta es que ustedes comanden las fuerzas rebeldes mientras yo me encargo de matar al rey, al Máximo Canciller y al Segundo Príncipe.


¿Por qué?, se cuestionó una y otra vez Samael en silencio.


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