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Crisantemo por Zils

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XVII

 

Yagari Toga se consideraba una persona curtida en la virtud de la paciencia. Era un requisito mínimo para ser cazador, y también para su tarea como maestro donde luchaba contra mocosos hormonales impulsivos, normalmente, llenos de traumas.

Sí, Yagari, contrario a la opinión pública, era una persona paciente y tolerante.

Pero Cross Kaien, el mejor cazador de la historia, su maestro y amigo, era el único que podía reducir su preciada paciencia a cero.

— ¡Son tan lindos! Te dije que eran el uno para el otro. ¡Los hubieras visto! Oh, espera. Si te quedas a cenar los verás. Desde que comenzaron las vacaciones Kaname viene a cenar. ¡Cocinan juntos! Fue un gran esfuerzo pero pude tomar varias fotos, ¿Quieres verlas? Las tengo por aquí.

Kaien rebuscaba feliz en los cajones del escritorio, ajeno a la ira de su acompañante. Llevaban en eso unos 10 minutos y Toga ya había llegado a su límite. Debería estar acostumbrado, se repetía una y otra vez; después de todo trataba con Cross desde que era un niño. Pero si algo había aprendido de Kaien, es que siempre podía superarse a sí mismo.

Con su última pizca de tolerancia, gruñó entre dientes. —No me interesan tus fantasías amorosas sobre Zero y Kuran.

Al escucharlo, Kaien dejó de rebuscar en sus cajones e hizo un puchero. A fin de cuentas, la única persona que lo entendía era Yuuki. Suspiró, tomó un sorbo de té y miró a Yagari, esperando a que continuara.

—Ahora que estas concentrado, ¿Recuerdas a Sugito?

Kaien asintió. Inoue Sugito fue un cazador clase A, compañero de Kiryuu Satoru, el padre de Ichiru y Zero. Mantenía una estrecha relación con el matrimonio Kiryuu, y, debido a su rostro infantil, solían molestarlo diciendo que era un hijo más de ellos. Sugito era un tipo leal, confiable y honesto, uno de los mejores cazadores en su generación. Lamentablemente tuvo un final trágico.

Pocos días antes de la muerte de los Kiryuu, Sugito fue reportado como desaparecido en acción. Un mes después, apareció transformado en nivel E. En su estado de descontrol intentó atacar al presidente, siendo eliminado de inmediato.

Para la Asociación, el incidente quedó hasta allí: una  lamentable tragedia.

Pero, Yagari y él conocían otro lado de la historia. Lo cierto es que, Sugito era amigo Kaien. El muchacho, tras varias misiones donde le pidieron eliminar a supuestos niveles E, que no lo eran, comenzó a sospechar de la Asociación. Tras unos meses se investigación, confirmó sus sospechas: el presidente de la Asociación se reunía con miembros del Consejo vampírico, y no sólo eso, sino que varios fondos privados de los altos mandos estaban relacionados a empresas que manejaba el Consejo. Al descubrir esto, Sugito recurrió a Kaien y a los Kiryuu para que le ayudasen a investigar más a fondo.

Pero finalmente, todo terminó en la muerte de los Kiryuu.

Sin pruebas concretas Kaien no podía hacer contra la Asociación, por lo que no le quedó más opción que esperar su oportunidad.

— ¿Descubriste algo?

Yagari asintió y dio dos golpecitos a la carpeta que había dejado en el escritorio de Cross. — El Consejo comenzó a moverse, y la asociación también. Algo grande están planeando.

—Entonces, ya es el momento.

—Tendremos nuestra oportunidad.

La oportunidad de descubrir al responsable de las muertes de sus amigos.

 

 

 

 

 

*

 

*

 

*

 

 

 

Era la primera vez que veía un paisaje tan hermoso. Ni siquiera el molesto dolor de cabeza le impidió deleitarse con esa maravillosa vista.

Zero se encontraba inmerso en un enorme bosque de pinos bañados por los cálidos rayos solares. Era un paisaje típico de cuentos de hadas, esos donde podrías encontrar un centauro o tímidas ninfas que guiaban a los viajeros por caminos desconocidos.

Quiso voltear en todas direcciones, impregnarse del aroma de los pinos y la magia de la naturaleza, pero su cuerpo no respondió a sus órdenes.

Otra vez.

— ¿El sol es muy fuerte, amor?—preguntó una melodiosa voz femenina a su lado.

Cuando volteó, lo primero que vio fue la mirada azulada de una bella mujer que se agachaba a su altura. Zero la estudió a detalle; su rostro conservaba rasgos infantiles, de dulces ojos redondos, labios pequeños y mejillas sonrojadas; rebeldes rizos negros caían libres hasta su cintura, dándole un aire inocente y vivaz. Reconoció en ella el aroma de un humano.

Zero no supo por qué, pero la amaba.

—Estoy bien, mamá. —respondió una suave voz infantil. Su voz.

Mentiroso.

Su cabeza retumbaba, tenía la garganta seca y estaba hambriento; lo cual era bastante lejos de “estar bien”. Aun así, sonrió a su madre, y Zero sintió su corazón estrujarse en ternura.

Ella se volteó, dándole la espalda en cuclillas y estiró sus brazos hacia él, invitándole a subir a su espalda. Al parecer, no había creído su mentira.

—Sube.

— ¡P-puedo ir solo, mamá!

—Vamos, me voy a hacer vieja esperando.

Tras unos segundos de debate interno, con renuencia subió a la espalda de su madre y emprendieron, de nueva cuenta, el camino hacía quién sabe dónde. Zero ingenuamente creyó que tendría un descanso, que podría apreciar el bello paisaje a su alrededor, pero la sed cerró dolorosamente su garganta, asustándolo. Lo único que pudo pensar fue: “no a ella”.

Zero sintió pena por el pequeño niño dueño de ese cuerpo. Él conocía mejor que nadie los síntomas de abstinencia; el hambre, la necesidad y el miedo a perder el control. Zero lo comprendía perfectamente y por ello, le angustiaba que un niño pasara por esa situación.

No supo cuánto tiempo pasó en esa tensa posición, hasta que su madre se agachó, permitiéndole bajar y respirar un poco más tranquilo.

—Ya casi llegamos, amor. —ella anunció suavemente, mientras tomaba su mano derecha con firmeza—Iris y tu padre nos están esperando. ¡A ella le encantará verte!

Él asintió lentamente, siguiéndole el paso a través del último tramo de bosque. Sin embargo, tras unos cuantos pasos, se detuvo abruptamente.

— ¿Ocurre algo?

Su pequeño cuerpo boqueó, removiéndose inquieto en su lugar.

—M-Mamá… ¿S-soy un monstruo?

Zero escuchó una parte de él romperse al escuchar ese susurro lastimero.

Su madre inmediatamente se agachó a su altura, tomando sus pequeñas manos entre las de ella.

— ¡No, claro que no! Eres el niño más inteligente y hermoso que he conocido. ¿Cómo podrías ser un monstruo?

—L-los niños de la aldea dicen que soy un monstruo porque soy pequeño y mis ojos son rojos.

Son unos idiotas.

Muchas veces se dijo a sí mismo que era un monstruo, incluso a otros vampiros los trató como tal. Pero estando ese cuerpo, Zero no pudo evitar sentir empatía por ese niño, porque ese pequeño, al igual que él, no tuvo elección.

Así como muchos otros…

—No eres un monstruo, eres una persona. Y como toda persona, eres diferente a otros. —su madre acarició sus mejillas con amor.— Lo que pasa, cariño, es que hay personas que piensan que todos deben ser idénticos a ellos: tener el mismo color de piel, de ojos o de cabello; tener dos brazos, dos piernas, manos y pies; compartir el mismo pensamiento y gustos…Pero el mundo no es así. Existe una infinita variedad de personas. Todos somos diferentes, pero merecemos el mismo respeto pues todos somos valiosos.

El mensaje, a pesar de no ser para él, caló profundamente en Zero. ¿Cuántas veces no se vio a sí mismo como un monstruo, como una simple bestia sedienta de sangre? Aun cuando había aceptado su condición como vampiro, en el fondo, seguía sintiéndose miserable por ello.

—Pero ¿Por qué ellos no entienden eso?

—Porque nadie se los ha dicho, o porque tienen miedo de descubrirlo. —ella lo envolvió en un cálido abrazo— Mamá y papá te protegerán, siempre. Te amamos muchísimo, mi niño.

 

Zero despertó con un agradable sentimiento en el pecho. Aún podía sentir los cálidos brazos de esa bella mujer alrededor de su cuerpo, dándole una seguridad que sólo había sentido junto a Kuran.

Repasó en su mente cada detalle de aquel sueño: la belleza del paisaje, el malestar en su cuerpo infantil, la dulzura de “su madre” y ese sentimiento de amor que se coló en él al verla.

Era la tercera vez que soñaba siendo un mero espectador.

La primera, fue esa horrible pesadilla donde Kaname enloquecía. La segunda vez, soñó que jugaba con una dulce niña de cabellos castaños y mirada azulada; ella le mostró entusiasmada una flor que había creado y, para su gran sorpresa, le llamó “padre”. Sin embargo, lo más sorprendente de ese sueño fue que otra vez estaba en el cuerpo de Kaname.

Zero no sabía qué era más extraño, si verse en el cuerpo de Kuran o esas escenas que no lograba asociar al sangre pura, porque, ¿Desde cuándo Kaname tenía una hija, o su madre tenía el cabello negro y ojos azules? Según lo poco que sabía de Kaname, él no tenía hijos y su madre, Kuran Juuri, era muy diferente a la mujer de sus sueños.  

La situación se tornaba cada vez más confusa.

— ¡Auch! —exclamó ante el feroz jalón de cabello que le dio Lily— ¿Qué te ocurre?

En ese momento se arrepintió de haber ido a dormir al establo. Lily insistió, jalando su pelo hasta que se levantó sin ganas.

— ¡Bien, bien! Ya me levanté, ¿contenta?—su compañera relinchó y comenzó a empujarlo fuera del establo. No era la primera que Lily lo echaba descaradamente de su cómodo lugar, así que se dejó hacer dócilmente— ¿Nos vemos?

Ella bufó en respuesta, golpeando el piso con su casco izquierdo, como diciendo: “sí, sí. Ya lárgate.”

El sol de mediodía le aturdió unos segundos, haciéndole fruncir el ceño. Era un caluroso día de verano, uno de esos que él detestaba.

Como se le había hecho costumbre, emprendió el camino hacia el dormitorio de la luna. Desde que comenzaron las vacaciones, hace una semana, la rutina del día consistía en: entrenar durante la mañana, tomar la siesta junto a Lily hasta medio día, cuando Yuuki lo iba a buscar para ir a sus clases de alemán, y pasar hasta las cuatro de la tarde junto a Kaname, a las 7 Kaname llegaba para ayudarle a preparar la cena y cenaban los cuatro juntos.

Era una rutina agradable, que le permitió conocer un poco más de su destinado.

Zero se descubrió viéndolo fijamente en varias ocasiones, observando esos discretos cambios en sus gestos, junto a esa bomba de emociones que le acompañaban. Cuando Kaname estaba concentrado en algo, su respiración se tornaba suave y profunda, como si estuviera dormido; si se sorprendía, sus orejas enrojecían y parpadeaba un poco más rápido; si estaba avergonzado se sonrojaba y tenía el adorable impulso de esconderse tras lo que fuera; cuando estaba asustado fijaba la mirada en algún punto del suelo, evitando todo contacto visual…A Zero no le avergonzaba admitir que en esa semana el único en su mente fue Kaname.

Tal vez, por ello tenía esos sueños tan raros.

Inmerso en sus pensamientos, el camino hacia el dormitorio de la luna se le hizo muy corto. Alzó la mano hacia el pomo de la puerta para abrirla, pero antes de que pudiera tocar la manilla su garganta ardió por la sed y sus sentidos se aturdieron por un momento. Zero estaba acostumbrado a esos ataques repentinos, durante varios años su condición como nivel E le curtió en ello, sin embargo, esta vez esa sed no le pertenecía.

Era Kaname quien estaba sediento.

Zero entró al dormitorio, recorriendo los pasillos que ya conocía de memoria hasta la oficina de Kuran, donde sentía su presencia. Tocó dos veces y esperó una respuesta.

Kaname, abrió la puerta y se hizo a un lado para dejarle entrar. Le miraba curioso, como si fuera extraño que estuviera allí.

—Hola. —Kaname le saludó—No pensé que vendrías sin Yuuki.

Zero se dio un golpe mental.

Cierto. Yuuki esa mañana había salido con Cross, por lo que las clases de ese día fueron canceladas. Él llegó allí por costumbre, tan distraído que incluso olvidó que su ruidosa amiga no estaba en la academia.

— ¿Sorpresa?—Zero se encogió de hombros, sin saber qué decir. ¿Sería muy extraño si le dijera que por culpa de un sueño donde era un espectador desde su cuerpo, terminó pensando en él?—Lily me echó del establo así que, aquí estoy. Puedo irme, si estás ocupado.

Kaname negó con la cabeza. El hecho de que Zero fuera a verlo por su cuenta, ya le tenía más que contento. Era una actitud que veía tan lejana, que no pudo evitar sorprenderse. Una agradable sorpresa. Aunque era bastante imprudente de su parte dejarle quedarse; en ese momento, cuando la sed se presentaba, tener a Zero muy cerca era dolorosamente tentador.

Pero Kaname era masoquista por elección y ya estaba acostumbrado a la sed, no así a las repentinas visitas de su destinado.

—Estaba ordenando unos libros. — Kaname señaló las pilas de libros antiguos frente a la enorme estantería que ocupaba la pared a su derecha.

—No parece que ordenar sea lo tuyo. —comentó divertido. Las veces que visitó esa oficina vio un montón de carpetas, archivadores y libros apilados en cualquier rincón, menos en sus estantes correspondientes.

—No lo es. —Kaname admitió abochornado. Jamás se había avergonzado por ese hábito; quienes lo conocían sabían que habitación donde se quedara más de dos días terminaría hecha un desastre. Era como si el exterior representará su caos interno. — Pero me tropecé con ellos, así que…

Zero suspiró conteniendo la risa. Definitivamente esa faceta no combinaba con el título de “rey de los vampiros”. Si las chicas de la clase diurna vieran que su ídolo tiene esas imperfecciones…Bueno, probablemente irían ellas mismas a limpiar.

—Entonces, te ayudo. —tomó uno de los tantos libros que estaban descuidadamente apilados—¿Hay algún orden específico? ¿Por autor o género?

—Gracias. Las novelas van en ese estante—Kaname señaló el estante de la esquina— Los ensayos al lado, y los documentos por allá. —señaló cada uno—Eso es todo.

Zero tomó los libros y se dispuso a trabajar. En realidad estaba haciendo tiempo, preparándose mentalmente para lo que pensaba decirle a Kuran. Cuando sintió la sed de su destinado, supo que debía hacer algo al respecto. Kaname le daba su sangre constantemente, así que sintió que debería hacer lo mismo por él, al menos hasta que llegaran los nobles de la clase nocturna y tuviera nuevamente su fuente de alimento.

Estaba dispuesto a hacerlo, pero debía mentalizarse para eso.

La última vez que alguien bebió de él, fue Shizuka. Esa mordedura seguía fresca en su memoria, trayendo consigo muchos recuerdos dolorosos que prefería olvidar. No quería abrir esa caja de pandora, y mucho menos transmitir esos sentimientos a Kaname. 

Tras unos minutos de guardar libros, uno en particular le llamó la atención por su portada. En la carátula había una imagen de unas ruinas antiguas sobre las cuales rezaba “Las memorias de Adriano”; comenzó a pasar las páginas una a una, deteniéndose en algunos pasajes interesantes.

—Puedes llevártelo si quieres. —comentó Kaname a su lado, asustándolo. —Lo siento.

—Descuida. —Zero le restó importancia y apuntó el libro—¿De qué trata exactamente?

—Es una novela que recopila las cartas del emperador Adriano, del Imperio Romano. Toma la forma de una carta para su sucesor, Marco Aurelio, escrita en su lecho de muerte. Es una larga reflexión sobre su vida. —Kaname explicó con nostalgia. La primera vez que leyó ese libro, le fue imposible no sentirse identificado con ese humano que hizo todo lo que estuvo a su alcance para entender mejor el mundo en el que vivía,  acumulando cientos de experiencias que le servirían para su reinado.

Zero se vio atraído hacia el libro, más por el sentimiento que le transmitió su vínculo que por la sinopsis. Él no era amante de las letras, su área fuerte eran las matemáticas, pero tuvo el impulso de llevárselo y leerlo.

Si hace un año atrás, alguien le hubiese dicho que estaría leyendo un libro de 350 páginas para comprender mejor a Kuran Kaname, derechamente le habría apuntado con Bloody Rose.

Pero allí estaba…

—Aceptaré la oferta. —Kaname asintió y continuó guardando libros en el estante, mientras él buscaba las palabras adecuadas para decirle lo que quería. Zero, despeinó su cabello, en un intento de ordenar sus ideas.

¡Al diablo!

—Kuran. —lo llamó. Kaname volteó su mirada hacia él, observándolo con atención. Zero se dio un último empujón mental para hablar—Así como tú me das tu sangre, yo puedo darte la mía si la necesitas…Sentí tu sed a través del vínculo así que, puedes beber de mí.

Kuran le miró confundido.

¿Qué?

Kaname, simplemente, no sabía cómo reaccionar. Había sentido su vínculo inquieto, así que prefirió dejar a Zero con sus pensamientos mientras ordenaban. Para él era suficiente pasar el rato junto a su destinado, aun cuando no entablaran mayor conversación. Pero, ciertamente, no esperó que Zero de un momento a otro le ofreciera su sangre ¿Qué debería hacer? ¿Aceptar o rechazar? Kaname estaba en un intenso debate consigo mismo. Sabía lo difícil que debió ser para Zero proponerle eso cuando el recuerdo de Shizuka seguía fresco en su memoria. No quería despreciar ese esfuerzo, pero le avergonzaba que Zero le viera en un estado tan vulnerable. 

Además, el beber su sangre significaba profundizar el vínculo y Zero, tal vez, no estaba preparado para eso.

Se vio en la necesidad de advertirle. — ¿Estás seguro de esto? Porque una vez pruebas la sangre de tu destinado, no puedes beber de otra persona.

—Con que así funciona…—Zero murmuró. Eso explicaba muchas cosas, como el por qué no atacó a Yuuki esa noche que perdió el control, o porqué sangre de otros no le parecía atractiva—¿Sueles tomar de muchas personas?

Kaname negó con la cabeza. Él vivía en la inanición. La última vez que bebió la sangre de otro fue en el incidente de Hio y, siendo honestos, fue bastante desagradable. Una experiencia que no quería repetir.

—Entonces, no hay problema. Te detendré de ser necesario. —Zero se quitó la delgada sudadera negra que llevaba y la tiró a un lado. El corazón de Kaname dio un salto ante la escena ¡Él no estaba preparado para esa imagen! 

Zero totalmente ajeno a sus pensamientos, desabrochó los dos botoncitos del cuello de su camiseta, dejando expuesta parte de su clavícula, y se acercó a él.

Sólo unos centímetros les separaban y Kaname no tenía dónde esconderse. ¡Zero se lo estaba poniendo muy difícil! Que pudiera sentir sus emociones, le avergonzaba aún más.

Su sed despertó con renovado vigor, incitándolo a acercarse a esa suave piel expuesta. Kaname realmente esperaba que Zero pudiera detenerlo, porque él no estaba seguro de poder hacerlo. No cuando la punta de su nariz rozó el costado derecho de su cuello, ese donde no estaba la marca, y el fresco aroma a pino le inundó.

— ¿Estás seguro de esto?—preguntó en un hilo de voz.

—Sólo hazlo de una vez. — Zero gruñó avergonzado mientras su mano derecha se hundía entre las hebras castañas.

Kaname sintió un escalofrío recorrer su cuerpo cuando los dedos de Zero se enredaron en su cabello. No podía creer lo que estaba a punto de hacer. ¿Cuántas veces fantaseó con ese momento? Miles, pero jamás creyó que podrían concretarse.

¿Si quiera estaba sucediendo realmente o era otro sueño?

Con el máximo cuidado posible, hundió sus colmillos en la piel ajena. El sabor dulce de la sangre explotó en su boca y sus piernas temblaron por un momento. Un agradable sentimiento de seguridad y confort le embargó. Kaname olvidó todas sus preocupaciones, todas esas dudas y miedos, se aferró a su destinado como si fuera un salvavidas. Era la misma sensación que tuvo cuando Zero bebió de él la primera vez; esa que le separó del mundo mientras su destinado bebía.

Zero, por su parte, estaba en blanco, completamente embriagado por la paz que sentía. Todo pensamiento se esfumó cuando Kaname lo mordió; simplemente estaba esa sensación de seguridad, de cariño y protección. Zero se sentía completo, como si esa fuera la última pieza que faltaba del rompecabezas. No había manera de explicar esa bomba de sentimientos acogedores en su pecho.

¿Se arrepentía? En absoluto. Aun cuando sus piernas flaquearan y sus brazos se aferraran al cuerpo de Kaname, no sintió que fue un error. Al contrario, era como si una parte de él le dijera: “¡Por fin!”.

Ambos perdieron el sentido del tiempo y el espacio. Eran simplemente ellos dos en su propio mundo. En ese momento, ni los temores del pasado, ni las preocupaciones sobre el futuro podían alcanzarlos. Era una conexión mágica.

Por primera vez, ambos estaban en la misma sintonía.

Kaname dejó de beber tras unos pocos minutos, pero se mantuvo entre esos fuertes brazos que le envolvían, demasiado tembloroso y feliz como para apartarse. Permanecieron en la misma posición unos minutos más, disfrutando esas confortables emociones, hasta que poco a poco se separaron. Bastó una mirada para saber que el otro estaba bien.

Zero, por primera vez se preguntó si podrían permanecer así por el resto de sus vidas.

 

 


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