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Alma por aisaka-san

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En un enorme y espléndido castillo un príncipe de melena azul grisáceo yacía caminando con rapidez a través de los enormes pasillos, detrás suyo dos guardias reales lo acompañaban. Al acercarse a una de las paredes donde se encontraba un cuadro cuidadosamente pintado de su difunto padre, le pidió a los guardias que lo dejaran solo.


Una vez seguro de que nadie estaba cerca se decidió a tocar el cuadro con su delicado guante; la pared donde reposaba el cuadro se desvaneció ante él y cruzó a un oscuro pasillo donde solo podía guiarse con una lámpara de aceite que colgaba en la pared, toda cubierta de polvo y un extraño líquido verde y pegajoso que escurría de ella.


Atravesó el lugar con gran apuro pero siendo cuidadoso pues no deseaba que el zangoloteo de su andar provocarán que esa asquerosa lámpara ensuciasen su valiosa ropa. En el camino ignoro las múltiples ratas y las enormes arañas que colgaban de las sucias y descuidadas paredes, no deseaba saber de qué se alimentaban. Finalmente el príncipe llegó a una enorme puerta de madera maloliente y casi putrefacta, con cuidado intentó abrirla pero sintió un choque eléctrico recorrerle.


—Oye soy yo —susurró a lo bajo con la molestia contenida—, déjame entrar de una vez.


Después de pronunciar aquellas palabras, la puerta cedió por sí sola dando acceso completo al príncipe quien sacudió un poco sus ropas reales.


—Aiga, deberías limpiar un poco el pasillo, por piedad al menos —Se quejo el príncipe monarca del reino mientras buscaba con la mirada al mencionado en aquella habitación exageradamente amplia pero llena de hermosas plantas y uno que otro animal que se colaba por la ventana; el ambiente ahí era bastante diferente al pasillo que la precedía.


Finalmente pudo dar con el chico quien lo sorprendió colgando de cabeza del techo.


—¡¿Qué haces ahí?! —gritó el príncipe preocupado y muy asustado a lo que el castaño lo miró seriamente antes de dibujar una sonrisa amplia, luego solo salto cayendo limpiamente de pie frente al príncipe.


—¡Xavier! —exclamó feliz a la par que le enseñaba al nombrado una pequeña botella—. Ya tengo lista la fragancia de avellanas que tanto pediste, seguro que a los pueblerinos les gustaría probarla en sus tartas.


—Y-Yo —tartamudeo el príncipe a lo que Aiga se dio media vuelta buscando más cosas en un montón de trastos en el suelo.


—No me agradezcas, lo hice porque me encanta probar las exquisiteces que los humanos, digo, el pueblo inventa cuando les regalo un nuevo "preparado".


—Aiga no vine por eso —interrumpió el príncipe con voz seria deteniendo al nombrado de sus actos, luego miró al príncipe con una expresión seria, no tenía un buen presentimiento.


—¿Qué pasa Xavier? No me digas que de nuevo Phi...


—No, no se trata del hechicero oscuro —dijo Xavier con la misma seriedad, Aiga no entendía que podía ser peor que Phi.


El príncipe vaciló un poco antes de continuar.


—Se trata del reino Kurenai, el Rey Shu vendrá a visitarnos en pocos días.


Cuando escuchó el nombre del rey, el mago sintió la sangre congelarse, su respiración detenerse, el alma casi salirse del cuerpo y la emoción grata de hacer pócimas drenarse de su cuerpo. Miro al príncipe Xavier con furia y lo empujó hacia la pared, con las manos hechas puños y apretando los dientes en molestia.


—¿De qué hablas? ¿ Acaso... te atreviste a traerlo? —susurró con furia contenida, el príncipe no se perturbó a su amenaza y le regreso una mirada igual de fuerte que la del mago


—No te creas mucho Aiga, eres un simple mago y ya, un lacayo de mi reino. Seguirás mis órdenes.


Aiga lo soltó, con el rostro teñido de un sentimiento que rebasa la furia, un deseo de venganza que pronto llegaría a cumplirse. Se acercó a la ventana y con los pétalos moviéndose al compás de un terrible tornado salió de ahí, dejándose llevar hasta las cercanías del bosque Clavel


El príncipe Xavier se limitó a verlo irse de ahí, suspiró y sacudió sus ropas, sabía que hablar con Aiga sobre ese tema no solo sería muy difícil, sino que imposible. Solo esperaba que en el futuro lo escuchara pues tenían una oportunidad única ante ellos, una que si salía bien le traería a Aiga esa felicidad que tanto anhelaba.


O al menos eso es lo que el mago le decía.


Aiga descendió fugazmente de los cielos cuando llegó a un pequeño taller que colindaba con el bosque Clavel, pasó de largo de los saludos de sus más recientes amigos, Ranjiro y Fubuki quienes se miraron extrañados por su actitud.


Al entrar se dirigió rápidamente a su amplia mesa de trabajo, en la superficie de esta dibujó un círculo con su dedo y al cerrarlo el trazo realizado resplandeció en un hermoso brillo rojo; aquel hechizo lo utilizaba para encontrar las pócimas y demás artefactos que utilizaría en un nuevo encantamiento.


Una vez con ello empezó a trabajar, Fubuki y Ranjiro miraban un tanto confundidos las acciones de Aiga por lo que entraron a cuestionar el actuar tan extraño del chico, pues este no llevaba en el rostro su ya bien conocida sonrisa y no trabajaba con alegría, todo lo contrario, el ceño fruncido y la boca en una mueca de odio lo delataba por completo.


—¡Es el rey Shu! —respondió Aiga exasperado antes de que sus amigos pudieran preguntar lo que sucedía.


—¿Qué pasa con el rey Shu? —preguntó Ranjiro mirando nervioso a Fubuki, pues sabía que él era originario del reino Kurenai y fiel devoto a la corona.


—Vendrá —murmuró Aiga dolido y enojado mientras apretaba con furia una daga que anteriormente utilizaba para el misterioso trabajo que hacía, cortando su frágil piel y derramando su sangre plateada en la mesa.


—¡Deja eso! —exclamó Fubuki quitándole a Aiga la daga, luego lo miró seriamente—. ¿Cómo que vendrá?


—Xavier le dio nuestra ubicación y vendrá pronto —dijo Aiga indignado dejando a los dos enmudecidos por la incertidumbre, luego le quitó a Fubuki la daga y la lanzó junto a su sangre a un pequeño caldero lleno de quien sabe que tipo de pociones—. Ese traidor...


—¿Qué es todo esto? —pregunto Fubuki mirando el caldero que después de que el castaño lanzará en él un conjuro, se llenó de luz.


Humo de colores rojos y oscuros salió como borbotones de ahí. Al terminar de todo aquello en el caldero unicamente quedó la daga que ahora yacía pintada de un color negro, profundamente oscuro como una noche sin estrellas.


—La daga de la noche eterna —susurró Ranjiro impresionado al ver ese objeto mortal, mucho más allá de ser una simple arma blanca era como una maldición para el ser vivo que fuera atravesada con ella.


Aiga la envolvió en un pañuelo que tanto Fubuki como Ranjiro sabían, usaba únicamente al transportar pócimas de peligro máximo debido a sus propiedades especiales.


Y el castaño salió corriendo en dirección al bosque Clavel, fue demasiado rápido que ninguno de los presentes pudo seguirle el paso. Sin perder el tiempo persiguiendolo optaron por apresurarse en llegar al castillo para contarle al príncipe Xavier lo que sucedía, éste al enterarse le ordenó a su guardia real que llamaran al mago del bosque a una audiencia con el.


Después de una corta búsqueda encontraron al mago saliendo del bosque, no llevaba arma alguna entre sus manos. Aiga fue llevado con el príncipe sin necesidad de resistirse pues no le temía en absoluto.


—Desiste de tus planes mago del bosque —ordenó Xavier al ver llegar a un Aiga que lo miraba con enojo.


—No planeo hacerlo —respondió el castaño—, me has traicionado al traer a estas tierras al asesino del mago lunar. ¡Tú sabes lo que significaba para mí! La ofensa en todo caso viene de la corona real.


Y señaló con un dedo acusador al príncipe, la guardia real se puso en defensa total al percibir la amenaza que el mago había lanzado.


Xavier afiló su mirada y su tono se tornó más serio y autoritario.


—No lastimaras al rey Kurenai y levantaras tú barrera mágica del bosque.


Aiga empezó a respirar agitadamente, el viento a su alrededor avisó la llegada de un un nuevo torbellino agresivo, pero antes de que eso sucediera Xavier golpeó el suelo con su pie a la vez que mostraba entre sus manos que sostenía a la espada legendaria de su reino, Excalibur.


—¡No pretendas atacarme! Sabes lo que Excalibur es capaz de hacerle a los magos, incluso a alguien tan fuerte como tú Aiga.


Aiga desistió ante la amenaza, miró a Xavier con enojo y resignado salió de ahí, por supuesto sin ceder la daga de la noche eterna que escondió en el bosque.


—¿Por qué no le pidió el arma, príncipe Xavier? —cuestionó Fubuki cuando vio salir a Aiga con calma, el príncipe colocó una mano en el hombro del rubio.


—Porque conozco a Aiga, no será capaz de usarla contra nadie. Ni siquiera contra la persona que le arrebató lo que más amaba.


El mago del bosque se desplazó entre las ramas de los árboles colosales que componían su hogar original, el bosque Clavel. Pronto llegó a un sitio estratégico donde esperaría la llegada del monarca del reino Kurenai.


Varias horas pasaron en las que no había ningún rastro ni sonido que le advirtiera de la llegada del rey pero a pesar de esas arduas horas de espera, el mago no sentía ninguna clase de agotamiento.


No fue hasta la medianoche que pudo escuchar algunas ramas quebrarse a una distancia considerable seguido de una gran alboroto, el rechinar de al menos cuatro caballos no se hizo esperar.


Pudo visualizar a la lejanía a dos carrozas jaladas por un par de caballos cada una acercándose con rapidez a su ubicación; rápidamente sacó del interior de su túnica un bolsillo lleno de un misterioso polvo rojo brillante y lo esparció de su mano con un soplido delicado, dejando que se lo llevara el viento.


Los polvos se perdieron unos a los otros en el aire pero todos ellos llegaron a las fosas nasales de los corceles más no a los de los cocheros que yacían guiando el camino.


Fue así como repentinamente los caballos empezaron a actuar erráticos, chocando unos contra los otros desviando el camino de ambos carruajes. Mientras uno de ellos se adentraba al bosque Clavel, el otro cedió a la fuerza de los caballos que se liberaron a sus ataduras y salieron galopando a la lejanía.


Esto no era parte de los planes de Aiga pero aun así bajó del árbol para ver quien se hallaba en el carruaje varado, con mucha suerte podría tratarse del rey Kurenai.


La puerta estaba atascada así que tuvo que usar una rama para abrirla, cuando lo logró rápidamente miró al interior encontrándose con tres sujetos que no conocía.


Ese era otro detalle, Aiga no conocía ni en pintura al rey Kurenai, lo repudiaba lo suficiente para nunca haber visto su rostro.


Así que no le quedó de otra más que usar un hechizo, dibujo hábilmente un patrón de flor frente suyo y lanzó el trazo de brillo rosa a los presentes, de ellos solo uno brilló brevemente tras recibir el hechizo; el que yacía en la otra esquina del carruaje detrás de los dos hombres, usaba túnica similar a la suya cubriendole el rostro.


<<Te tengo>>, pensó Aiga mientras una sonrisa maliciosa se dibujó en sus labios, los dos sujetos lo miraron asustados pero pronto se tornaron molestos a su intromisión a lo que Aiga posó una mano en el hombro de cada uno de ellos.


—Ustedes me estorban —dijo a la vez que ambos sujetos desaparecían, el cochero que presenció todo corrió asustado sumergiéndose en el bosque, dejando atrás al mago y al rey solos.


El mago esperó a que el rey lo mirara, más este seguía observando a la nada, como si se hallara en otro plano terrenal. Aiga indignado por su indiferencia ante su abrupta intromisión se presentó así mismo como a sus planes.


—Rey Kurenai —dijo en el tono más amenazante que pudo componer de su garganta con notas juveniles que delataban su forma física—. Yo soy el mago del bosque de claveles, vendrás conmigo a aceptar tu inminente final.


Más el rey guardó silencio, mirando siempre hacia un punto perdido en la nada.


—¡Qué falta de respeto ante un mago! —exclamó el castaño, furioso por la insolencia del rey Kurenai.


Harto de su silencio actuó guiado por la rabia y se lanzó al rey, abriendo por la fuerza del impacto la puerta contraria donde este reposaba, rodaron unos cuantos metros en el suelo antes de detenerse.


Aiga miró enojado y triunfante al rey debajo suyo, sin embargo no esperó lo que vino después.


La imagen del rey Kurenai debajo suyo era simplemente hipnotizante, la luz de la luna rebotaba en su piel pálida, sus ojos intensamente rojos yacían adornados por su cabellera blanca como las plumas de un cisne, sus rasgos eran delicados y los mechones de cabello que caían traviesamente sobre su rostro simplemente complementaban la imagen casi perfecta frente a él.


Las puntas de los pétalos pertenecientes a los claveles amarillos que los rodeaban se pintaron ligeramente de blanco a la par que un pequeño y casi invisible sonrojo aparecía en el rostro de Aiga y sus pupilas se dilataban, sorprendiendo silenciosamente al Rey Shu que presenció todo aquello.


Más al recordar lo que el ser frente suyo había hecho, esos claveles se pintaron completamente de amarillo con rapidez y la ira creció como pólvora en el pecho de Aiga.


Rápidamente tomó una flor y la convirtió en una navaja entre sus manos, instrumento con el cual amenazó al rey.


—Ahora eres mi prisionero —dijo con veneno en la voz e ira en la mirada, Shu lo miró casi indiferente más no se iba a oponer a su petición.


Se levantaron de ahí y Aiga usó una cuerda que escondía en su túnica para someter a Shu, sus manos fueron atadas a la espalda y el mago empezó a caminar con él detrás suyo.


En efecto, se volvió en su prisionero.


Caminaron por un largo rato, un par de horas a decir verdad, Aiga ya estaba agotado pues recordaba que antes tuvo que permanecer mucho tiempo de pie, esperando al albino discretamente en aquel árbol. Por su lado el rey parecía poder continuar un poco más y se percató del notable cansancio del mago.


—Deberíamos detenernos —sugirió el albino con voz seria a lo que Aiga le regresó una mirada casi mortal.


—¡No me digas que hacer! —reclamó el menor con la furia raspando su garganta, Shu no se vio intimidado por el.


—Hemos pasado aquí tres veces seguidas —dijo el rey con seriedad molestando al mago quien contuvo un grito en un berrinche bastante curioso.


—¡Nadie te pregunto, anciano decrépito! —gritó tornando los claveles que lo rodeaban de un sutil rosa, Shu los miró disimuladamente.


—Está bien, está bien —respondió intentando calmar al mago quien regresó su mirada al bosque.


Frustrado, Aiga miró a los alrededores notando que lo que el rey Shu decía era cierto pues ya habían pasado por ese camino antes, se detuvo y jaloneo frustrado las ataduras del rey quien intentó repeler el tirón.


—¡Agh, todo es tú culpa rey "tonto"! —exclamó Aiga mirando a Shu quien se alzó de hombros confundido.


—¿Por qué sería mi culpa? Tú me secuestraste.


—Es tú culpa porque el bosque Clavel está encantado —explicó el mago del bosque con rapidez y enojo—. Nadie con malas intenciones puede salir de aquí, y esa persona que nos retiene eres tú.


Lo señaló, acusador de todos los hechos a lo que Shu lo miró apático.


—Yo no tengo malas intenciones —dijo mostrando sus ataduras, luego Aiga refunfuño—. Y aunque así fuera, ¿por qué no rompes el hechizo?


—Porque debo estar fuera del bosque para hacerlo, desde dentro el rango que alcanzo es muy bajo y el contra-hechizo no cubriría todo el bosque para lograr salir —explicó el castaño cansado por todo.


Suspiró y bajó los hombros, después de unos momentos de silencio el mago sabía que no podrían salir de ahí esa misma noche, lo mejor sería descansar.


Tomó el extremo de la cuerda que aprisionaba al rey y lo ató ágilmente a una rama alta de un árbol mientras que con un chasquido logró transportar por medio de un hechizo la carroza abandonada donde había tomado prisionero al monarca Kurenai.


Shu miraba impresionado todo el poder de este mago marcado, sabía que para un hechicero o un mago de sangre transportar un simple objeto de una habitación a otra era una hazaña que requería años de entrenamiento y sin embargo, este chico lo logró como si no costara ningún esfuerzo.


Aiga poco después notó la mirada maravillada que le ofrecía el rey y nuevamente volvió a sentir algo extraño en su estómago, rápidamente se hizo el desentendido y empezó a rebuscar entre las cosas del carruaje.


Sacó mantas y uno que otro alimento resguardado, luego convirtió el carruaje en una modesta pero útil casa de campaña en donde notoriamente, solo se refugiaría el mago.


—Listo, descansemos por está noche —dijo el castaño lanzándole una manta al rey sin importarle que le cayera en el rostro, luego entró él solo a su campaña y se recostó.


Después de un par de horas ninguno de los dos podía conciliar el sueño, ambos mirando desde sus posiciones el mismo punto, el único satélite que orbitaba la Tierra. Brillante y pacifico, observándolos a los dos en silencio.


—Oye.


El rey Shu escuchó el murmullo provenir de la campaña, era extraño el tono de voz con el que le dirigía la palabra así que decidió responder.


—¿Qué sucede?


Aiga guardó silencio un pequeño momento, no sabía si debía preguntar lo que estaba a punto de hacer.


—¿Lo conociste, verdad?


Shu estaba muy confundido, Aiga lo sabía así que continuo.


—Al mago marcado, al que vivía en la luna.


El rey Kurenai sintió una punzada en el pecho, fue incapaz de responder con palabras así que simplemente emitió un sonido ahogado como respuesta afirmativa.


—¿Co-Cómo era él?


La pregunta desconcertó a Shu quien miró confundido en dirección a la campaña, luego regresó su mirada a la luna. ¿Así que de eso se trataba? ¿Quería saber más del mago lunar? No sabía si era capaz de responder sus preguntas, todo ese capítulo del pasado aún le dolía.


—Era... —Se detuvo un momento lo cual aceleró el corazón de Aiga, al poco tiempo desistió de continuar.


Aiga miraba fijamente a la Luna, recordando todo lo que podía.


—¿Por qué me tienes prisionero? —preguntó el rey al mago, este último se abrazó en posición fetal con tristeza.


—Porque él era mío —respondió en voz baja pero audible para Shu, con su dedo el mago hizo un pequeño hoyo en la tierra y de ella brotó un magnífico clavel blanco.


—¿Se conocían? —preguntó el albino intrigado por las palabras de Aiga, escucho su suspiro escapar de sus pulmones.


—Hace tiempo... un niño nació enfermo —relató el mago, Shu guardó silencio—. Los padres del niño buscaron la mejor ayuda en el reino pero nadie les daba respuestas, decían que su corazón latía lentamente y el niño no emitía ningún ruido desde que nació, no había esperanza. Un poco antes de que el padre de ese pequeño empezará a armar un ataúd para su hijo, decidió junto a su esposa y el niño enfermo adentrarse en el bosque prohibido con el riesgo de ser devorados por alguna bestia salvaje. Llegaron hasta un claro en medio del bosque y vieron a la luna.


Shu miró hacia aquel hermoso astro notando que ellos mismos se hallaban en un claro también, el clavel de Aiga crecía mientras relataba la historia.


—Alzaron al niño y le pidieron al mago lunar que los ayudará, pues aunque nadie creía en el misterioso ser que habitaba la luna, ambos padres se aferraron a ese mito como último recurso. Del cielo cayó un pétalo, era de una rosa de color rojo e intenso que fue a parar a la frente de aquel niño, en ese momento abrió los ojos y empezó a llorar además de recibir una marca, una "A" en la mejilla derecha.


Aiga tocó con delicadeza su mejilla, donde la marca reposaba desde que tenía memoria.


—El tiempo pasó y el niño creció descubriendo que fue bendecido con el don de la magia, cuando el tiempo reclamó la vida de sus padres y hermana se quedó solo y fue acogido por el rey en turno a vivir en su palacio. Pero igualmente se sintió solo, el único contacto familiar que reconocía era el de aquel ser que le salvó la vida, ambos se comunicaban por medio de su flor madre, el mago lunar le enviaba mensajes en sus rosas... y el mago del bosque le enviaba mensajes por claveles.


—Se la pasaban bien juntos, ¿verdad? —preguntó Shu a Aiga, recordando el don espectacular del mago lunar de crear las hermosas rosas de sus lágrimas.


—Si —respondió Aiga con nostalgia, luego continuó—. Descubrí su nombre y su maldición, le dije que investigaría y entrenaría lo suficiente con mi magia para poder ayudarlo, nos la pasamos muchas décadas divirtiéndonos, y aun así, sin siquiera poder mirarlo o escucharlo se ganó algo mucho más grande que mi lealtad. Un día le conté que descubrí un libro interesante que quizás nos podría ayudar, debía venir aquí a descifrarlo conmigo, p-pero luego...


La voz de Aiga se quebro y detuvo un lamento de salir, Shu ya se hacia una idea de lo que había pasado y no pudo evitar sentirse miserable, el clavel blanco de Aiga empezó a tornarse amarillo.


—Llegó un último pétalo del mago lunar, me pedía perdón, no podríamos conocernos nunca. En ese pequeño e insignificante pétalo yacían cenizas y lo reconocí, eran sus cenizas.


Shu sintió la boca amarga mientras lágrimas surcaban lentamente de sus ojos, podía recordar aquella noche perfectamente, aquella noche que vio nacer a una rosa blanca que seguía con vida hasta este día, diez años después de todo lo que pasó esa rosa no se había marchitado ni un poco.


Aiga apretó puños y dientes, la carpa explotó por obra de los pétalos del clavel que se desprendieron de la flor y giraron con rapidez, cortándolo todo a su paso. Shu miró todos los acontecimientos con incredulidad, se asustó al ver que Aiga flotaba en medio del agresivo torbellino mientras lo observaba, con los ojos brillando en un terrible pero a la vez hermoso azul turquesa.


La sensación extraña que nació en su corazón se vio desplazada por el mago quien sacó de su túnica una daga oscura cuyo filo brillaba ante la luz de la luna.


—Tú me lo quitaste —murmuró Aiga con el dolor impregnado en cada palabra—. Todos lo supimos, la noticia de que el traidor de la magia, el entonces príncipe Shu Kurenai, asesinó a sangre fría junto a todo su pueblo al mago más poderoso que ha existido.


Los pies de Aiga tocaron el suelo, no era típico de magos usar calzado y mucho menos para el mago del bosque quien se conectaba con su bosque de aquella manera. Se acercó a paso lento y amenazante con el albino quien a pesar de lucir impresionado, ya había deducido las intenciones del mago.


—¿Qué tienes por decir, rey asesino? ¿Qué palabras exhumaran tus crímenes? ¡¿Con qué mentiras convenciste al mago lunar de dejarse morir a tus manos, de no defenderse ante ti?! —preguntó Aiga con la voz rota a la par que lo apuntaba con la daga oscura, un solo corte y sería el fin de todo, por más pequeño y superficial que fuera terminaría con la vida del ser vivo que cortara.


Shu lo miró seriamente, el torbellino alrededor de Aiga seguía en un movimiento agresivo pero aun así los pétalos no lo tocaban. El albino abrió ligeramente sus prendas, justo las que estaban encima del corazón y tomó la muñeca de Aiga que sostenía la daga y lo acercó al sitio.


—Quiero que mi muerte sea dolorosa —dijo sorprendiendo al mago, en ese momento el torbellino disminuyo de velocidad.


—¿Qué dices? —preguntó Aiga aun con enojo impregnado en su voz, más la sorpresa también se dejó escuchar en ella.


—La muerte es lo que más he ansiado desde aquel día —respondió Shu mientras lagrimas relucientes resbalaban de su rostro—. Nunca he cometido un acto más cobarde como el de ese, estar bajo un hechizo es una excusa cruel y vil. Como parte de la familia real no puedo terminar con mi vida sin traer deshonor a mi reino, por eso tú, mago del bosque, termina con esta vida que no sabe más que traer sufrimiento a la Tierra y a sus seres queridos. No hay razones para seguir con vida de todas formas, él —miró a la luna antes de continuar—, él era toda mi razón para vivir.


La sinceridad impregnada en cada palabra del rey hizo que el mago bajará la guardia, su torbellino se volvió más lento, tanto que casi se desvanecía a su alrededor. La daga en su mano empezó a tambalear debido a que su agarre firme desapareció.


<<No puedes dejarte engañar>>, pensó no muy convencido pues, aunque lo deseara o no aquellas palabras del rey Shu habían calado fuertemente en su corazón.


Lo miró una última vez, la mirada rojiza pero muerta, aquellos ojos que adornaban unas enormes ojeras, signo de que el rey nunca descansaba, la piel pálida y delgada, obvio indicio de que no se alimentaba bien desde hace años, al igual que el cabello fino y frágil que no brillaba ante la luz de la luna, ¿entonces porque le importaba? ¿porque no podía matarlo? ¿cómo logró meterse así a su cabeza tan rápido?


<<¡¡Hazlo!!>>, gritó la parte más interna de su ser, aquella que seguía lastimada por lo que le pasó al mago lunar, ¡por lo que le pasó a su Valt!


Regresó su agarre firme en el arma, el torbellino nuevamente a su alrededor se levantó con más furia de la que anteriormente fue y embistió con fuerza hacia el rey quien parecía aceptar su destino.


Un golpe se escuchó sonar en el bosque.


Shu no sintió la daga en ningún momento, abrió los ojos para verificar qué había pasado y miró como Aiga había clavado el arma a sus espaldas, justo en el árbol donde estaba atado. El mago respiraba erráticamente mientras aún empuñaba la daga, la soltó después de un par de segundos.


Ambos miraron al árbol que se empezó a pudrir donde yacía el arma clavada, el veneno oscuro del arma se traspasó al árbol, coloreándolo de aquel tono, en cuestión de segundos se pudrió y se desbarató por completo como un montón de cenizas.


Shu miró confundido a Aiga, no entendía qué pasó, ¿acaso falló... a propósito?, ¿Por qué haría algo así?


El mago le daba la espalda, señaló en dirección a una parte profunda del bosque.


—Eres libre, vete —dijo en un tono bajo pero audible para el rey quien miro confundido la situación.


—¿P-Por qué?


—¡Solo hazlo! —gritó Aiga con desespero, el rey notó aquello y se acerco lentamente a él, pues al morir aquel árbol sus ataduras también quedaron desechas en el proceso.


No se atrevió a tocar al mago quien gimoteaba cual niño en medio de un berrinche, solo se posicionó frente a él y se agacho un poco, lo suficiente para que sus rostros quedaran a la misma altura. Impresionado miró como las lágrimas se contenían en los orbes del mago, quien no resistió mucho a la tensión y las dejó morir, estas al caer al suelo fértil del bosque dieron a nacer claveles rosas.


El rey Shu no dijo nada pero tampoco se quedó de brazos cruzados al ver el espectáculo completo, sacó de su túnica un pañuelo y en él recibió las lágrimas del mago, pintando aquel objeto de un sutil rosa. Aiga no replicó ante ello pero se sentía patético, se mostró así de vulnerable frente a quien se supone era su enemigo.


Quizás pasaron minutos o un par de horas antes de que Aiga detuviera el llanto, no dijeron nada en absoluto pero sus miradas hablaban por ellos mismos, aunque ninguno de los dos entendió del todo aquel mensaje mudo, si supieron que no pelearían más, que algo cambió para bien.


En silencio total Shu se recostó en el suelo, debajo de unas mantas que Aiga había creado de las flores que crecieron; mientras que el mago nuevamente volvió a crear una casa de campaña lo suficientemente grande para los dos.


La noche pasó en silencio, pacífica y hermosa los acurruco bajo la luz de la luna brillante y plateada, como si alguien lejano pero amado por los dos los bendijera.


A la mañana siguiente se despertaron por el trinar de las aves que habitaban el bosque, Aiga fue el primero en despertar al sentir toda la actividad de los animales matutinos gracias a sus poderes, por eso no le gustaba dormir en el bosque, sentía todo y a todos. Aun con el cansancio encima miró al rey quien seguía profundamente dormido a su lado, no comprendía del todo qué fue lo que le impidió deshacerse de ese sujeto el día anterior, desperdicio un hechizo oscuro y poderoso en uno de sus amados árboles y dejó vivir a ese asesino.


Pero extrañamente ya no lo veía así, era tan frágil y débil, mostrando ante él una faceta sincera y honesta, de verdad deseaba morir.


Inconscientemente llevo una de sus manos al rostro del rey, tocando con la yema de sus dedos delicadamente una de sus mejillas, sintiendo la piel pálida, fina y frágil. Preguntándose más de una vez si alguien así como él podía ser tan malvado, reconsiderando nuevamente la poderosa influencia del hechizo de Valt sobre las personas, aterrándose de pensar en que hubiera pasado si él, el mago del bosque, hubiese caído ante la maldición que portaba el mago lunar.


Al instante se aterró, amaba a Valt más que a cualquier persona en el mundo, y si sentía todo lo contrario por él... quizás hubiera actuado de forma similar a lo que hizo el rey Shu en el pasado, incluso pudo hacerle algo peor.


Quizás no fue culpa del rey, tal vez eso lo detuvo la noche anterior de manchar sus manos de sangre inocente.


No supo cuánto tiempo pasó acariciando el rostro del rey, solo noto repentinamente la mirada rojiza que este le dirigía.


El rostro del mago se pintó de escarlata y alejó su mano de ahí, sin embargo el rey la atrapó en medio del movimiento con una de sus manos pálidas, entrelazando el toque de sus dedos.


Aiga sentía que el corazón se le saldría del pecho, bajo la mirada avergonzado, ¿de que se trataba todo esto?


Repentinamente el rey deshizo el agarre lo cual confundió pero a la vez alivio al castaño. Rápidamente se prepararon para continuar con su camino, Aiga de un movimiento invocó un hechizo que desapareció los objetos ahora innecesarios en la nada.


Caminaron lado a lado por lo que quizás fueron diez minutos antes de encontrar el camino que los llevó directo al reino perdido del Este.


Shu se impresionó por aquello pero Aiga no tanto, después de todo el hechizo perdía en el bosque a las personas con malas intenciones y después de lo que ocurrió ayer... ya no había una mala intención que detener.


Rápidamente fueron recibidos por la guardia real del rey Shu y del príncipe Xavier, siendo guiados (o quizás vigilados) al palacio real. Los guardias del rey Kurenai que Aiga desapareció el día anterior ya estaban ahí, en realidad solo los transportó a otro lado del bosque y salieron pulcramente de ahí, llegando al palacio sanos y salvos, incluso su cochero que corrió con cobardía, dejando al rey a su suerte estaba ahí..


Aiga fue recibido en medio de fuertes regaños del príncipe Xavier y las miradas molestas y amenazantes de la guardia del reino Kurenai, sin embargo al mago no podía importarle menos, sus regaños o amenazas no eran nada contra él, después de todo los magos tenían mayor jerarquía que la realeza mundial.


Solo se quedó a pedirle disculpas al rey Shu por la pequeña "broma" que le jugó, obviamente ambos omitieron ese incidente de la daga de la noche eterna y el deseo de morir del rey.


Los caminos del rey y el mago se separaron; el mago se retiró a su alcoba, oculta en el castillo por si en algún momento un ataque los tomaba desprevenidos, así él podría salir sin problemas a pelear o escapar, según lo ameritara la situación. El rey se quedó a tratar asuntos importantes con Xavier, asuntos que a Aiga no le interesaban del todo.


El mago del bosque, o mejor dicho, de la naturaleza, un título tan inmenso que prefería no utilizar por lo ridículo que a veces sonaba; llegó a sus aposentos y se dejó caer en la cama, exhausto por el viaje, con mil pensamientos en la mente que, sin encontrar explicación alguna, se dirigen directamente al rey Kurenai.


Enterró la cara en su almohada mientras soltaba un grito frustrado, ¿que pasaba con él? Se suponía que había dejado de lado los pensamientos destructivos hacia el rey así que no lo entendía, ¿porque no dejaba de darle vueltas a lo que sucedió la noche anterior?


Quizás solo se estaba obsesionando un poco con el cambio que decidió dar, con perdonar al rey porque alguien tan arrepentido como él ya pagaba con su propio dolor y odio los errores del pasado.


Si, debía ser eso y no la estúpida mirada triste que cargaba, que de alguna forma deseaba ver brillar. No se trataba en absoluto del extraño sentimiento que nació en su pecho y le pedía estar cerca del rey. De ese sentimiento que incluso fue el factor clave para perdonarle la vida.


—¡No! ¡¿Qué?! —gritó alarmado y sorprendido por su propio pensamiento, el rojo cubrió sus mejillas y los claveles alrededor suyo se pintaron del mismo color.


Hecho un manojo de nervios decidió salir de ahí, no supo en qué momento la noche llegó, no aceptó el hecho de que se quedó en su habitación pensando en el rey todo el día.


Miró al cielo donde la luna brillaba de forma espectacular, como pocas veces se le había visto en cada año, cubriendo con su brillo plateado a todo el reino y mucho más allá.


El mago salió por el balcón y trepó por las enredaderas que rodeaban esa pared del castillo hasta la habitación más alta, no se hallaba a gran distancia de su propia habitación así que fue cuestión de segundos cumplir su tarea.


Sabía que la habitación yacía vacía debido a que quedaba expuesta frente a posibles ataques, el príncipe Xavier no se fiaba de alojar a nadie allí por el riesgo. Aiga rodó los ojos recordando tan tonta suposición pues ningún enemigo nunca había cruzado su bosque de claveles, la defensa definitiva del reino.


En fin, llegó ahí y se sentó en la barandilla del balcón para admirar así a la luna. Recordaba que cuando no podía entrar al bosque debido a su deber de atender los deseos del reino subía a aquel lugar y platicaba con Valt, por medio de sus respectivos pétalos por supuesto.


Soltó un triste suspiro al recordar que ya no había nadie allí, nadie que recibiera los pétalos que seguía enviando inútilmente con amor y cariño.


Un estruendoso sonido lo asustó tanto que saltó de la barandilla por la sorpresa como un gato, resbaló y pronto el pánico de caer en el vacío lo invadió, miró congelado el inevitable destino que lo aguardaba.


Pero sintió que fue tomado de sus ropajes, rápidamente su cuerpo fue jalado hacia el balcón donde, con seguridad, se dejó caer en el suelo.


Respiró errático por lo acontecido, miró a su salvador encontrándose con el rey Shu.


—T-Tú... ¿Qué haces aquí? —preguntó apenas asimilando lo que sucedió a lo que el rey lo observó serio.


—Esta es mi habitación —respondió sin más, lo cual sorprendió al mago—, en todo caso yo debería preguntar qué haces aquí.


El de cabellos castaños lo miró detenidamente, sin embargo y dados los acontecimientos en el bosque, no le veía sentido a guardarle más secretos; rechistó con la lengua y alzó la mirada hacia el cielo, precisamente hacia la luna. Shu no necesito más para saber porqué estaba ahí el mago.


En silencio se recargaron en el balcón, uno al lado del otro pero con una distancia prudente; miraron al cielo admirando la belleza del único satélite natural de la Tierra.


En medio del armonioso silencio el albino soltó un suspiro largo y pesado llamando la atención de Aiga, miró al rey disimuladamente quien parecía tan triste admirando la luna pero a la vez tan hermoso. Sin saberlo un sentimiento cálido terminó de instalarse en el corazón del mago, uno que jamás iba a abandonar.


Más no dijo nada, por simple instinto el mago de la naturaleza tomó la mano del albino y la envolvió en un cálido toque. Aquel gesto sorprendió al albino quien miró a Aiga, al ser un poco más bajo que él alzaba un poco el rostro y la mirada que le dirigía lo sorprendió aún más.


Quizás Aiga no se daba cuenta, pero sus ojos brillaban de una manera hermosa bajo la luz de la luna y una sonrisa cálida acompañaba perfectamente aquel gesto.


Y Shu también le sonrió de regreso, una sonrisa triste pero sincera, para Aiga, su mirada parecía un poco más viva que antes.


Sin decir nada más, ambos se sentaron en el suelo del balcón, uno al lado del otro, mirando al cielo, la luna y las estrellas. La noche no se sentía fría, la calidez del contrario era suficiente para cobijarlos.


No necesitaban más.


Sin darse cuenta cedieron al cansancio y se sumergieron en la tierra de los sueños, un lugar donde ambos soñaron que jamás volverían a estar solos, soñaron con un futuro lleno de luz, sin más lamentos, sin dolor.


El canto constante de una avecilla fue el despertador del mago, bueno después de todo esa era la misión que el castaño le encargó al pequeño animal alado.


El castaño abrió lentamente los ojos, un tanto confundido por ver tanta luz alrededor no se movió de su sitio; el ave al ver su misión cumplida se fue volando de ahí, dejando en paz al mago.


Por su parte, Aiga intentó asimilar donde estaba, no se sentía nada incómodo a decir verdad, de hecho añoraba quedarse así un rato más. Pues era tan cálido el sitio donde yacía recostado, sentía una extraña atracción hacia aquello que lo arropaba.


Con curiosidad pero sin moverse mucho, miro sobre lo que se hallaba reconociendo que se trataba de alguien; un poco asustado siguió sin moverse, solo alzó más la mirada encontrándose a pocos centímetros del rostro del rey.


Su respiración se aceleró a la par que el rostro se le pintó de escarlata, más no se movió ni un milímetro. Sintió las acompasadas exhalaciones de Shu golpearle en el rostro, una sensación que lejos de desagradarle, terminó por encantarlo de una forma singular.


Tal vez fue por los mareos que la respiración del rey le causaban, o tal vez fue aquel sentimiento inexplicable que cada segundo crecía más y más en el corazón del mago, pero algo lo llevó a encaminar una de sus manos al rostro del monarca. Acarició con delicadeza sus hermosos y frágiles cabellos blancos que traviesamente adornaban el rostro del rey; se perdió en la imagen tan pacífica que Shu le regalaba, con los ojos cerrados, sumergido en un sueño cálido.


Sin darse cuenta, el mago se acercó un poco más, no demasiado, solo lo suficiente para que sus labios tocaran los del rey.


Embriagado en un extraño sentimiento al que no le encontraba la forma exacta, se sumergió en aquel roce perdiendo de a poco la noción del tiempo transcurrido o de las consecuencias.


Cuando sintió un abrumador calor repentino invadir sus mejillas fue que despertó de aquella ensoñación y se separó con lentitud, pues no deseaba despertar al rey.


Su interior era una nube de emociones combinadas, chocando una con la otra. Tomó la poca cordura que le quedaba para salir de ahí, bajando rápidamente a través de las lianas en el muro hasta su habitación. Al llegar cerró las ventanas y se acobijo en sus aposentos hasta la cabeza, envolviéndose como si de esa forma pudiera escapar de la realidad.


Sin darse cuenta que los claveles alrededor empezaban a pintarse de rosa y rojo, los colores del amor.


Por otro lado, un rubio de mirada roja como la sangre cerraba la puerta de la habitación del rey, pasaba por el pasillo cuando la vio abierta y al acercarse a cerrarla también vio algo que hubiera preferido no presenciar.


Obviamente afrontaría aquello con el mago más tarde.


 


 


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