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Juntos por Liss83

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Las carreteras estaban resbaladizas y oscuras. Sus reflejos estaban más que preparados para hacer el trabajo por él y apenas le prestó atención a la carretera. El problema era más bien evitar que su velocidad atrajera la atención de nadie cuando llevaba compañía, pero quería terminar la misión de ese día y resolver el misterio para volver a su tarea vital. Proteger a unos y matar a otros.

 

 

 

A Bella cada vez le iba mejor con su escudo. Kate ya no sentía la necesidad de motivarla, y no le resultaba difícil encontrar motivos de enojo ahora que sabía que ésa era la clave; así que generalmente trabajaba con Zafrina. Ella estaba encantada con la extensión que había alcanzado, ya era capaz de cubrir un área de más de tres metros durante más de un minuto, aunque eso la dejaba exhausta. Esa mañana, Bella había intentado encontrar la forma de empujar el escudo totalmente fuera de su mente. No veía la utilidad de aquello, pero ella pensaba que la ayudaría a fortalecerse, como cuando se ejercitan músculos del estómago y de la espalda además de los de los brazos. La verdad es que se puede levantar más peso cuando todos los músculos están fortalecidos.

 

 

 

Había otras muchas maneras de prepararse para lo que se les avecinaba, y como únicamente quedaban dos semanas, a Jacob le preocupaba que pudiera estar dejando de lado la más importante. Así que ahora estaba dispuesto a corregir ese descuido.

Había memorizado los mapas apropiados, y no tuvo problema en encontrar el camino hacia la dirección que no existía en Internet, la única que tenía de J. Jenks. Su siguiente paso sería encontrar a Jasón Jenks en la otra dirección, la que Alice no le había dado.

 

 

 

Decir que aquél no era un buen vecindario habría sido quedarse corto. El más insulso de los automóviles de los Cullen hubiera tenido un aspecto estrafalario en aquella calle, aunque su vieja moto hubiera encajado la mar de bien. Estaba seguro que cualquier otro mortal, habría cerrado todas las puertas y habría huido de allí tan rápido como hubiera podido. Fuera como fuera, estaba un poco fascinado. Intentó imaginarse a Alice en este sitio por alguna razón y no lo consiguió.

 

 

 

Los edificios, todos de tres plantas, todos estrechos y todos inclinándose ligeramente como si los aplastara la lluvia que caía a cántaros, eran por lo general casas viejas divididas en múltiples apartamentos. Resultaba difícil decir de qué color era la pintura de cada fachada, porque todas habían terminado por adoptar alguno de los matices del gris. Unos cuantos edificios tenían oficinas en la primera planta: un bar mugriento con las cristaleras pintadas de negro, una tienda de objetos parapsicológicos con manos de neón y cartas de tarot brillando en la puerta, un estudio de tatuajes, y una guardería, cuya ventana de la fachada estaba sujeta con cinta adhesiva plateada. No había lámparas en el interior de ninguna de las habitaciones, aunque el exterior estaba tan en penumbra que se necesitaba luz. Jacob escuchó un murmullo bajo de voces en la distancia, que sonaban como un televisor.

 

 

 

Había unas cuantas personas por ahí, dos vagabundeaban a través de la lluvia en direcciones opuestas y otra permanecía sentada en el porche poco hondo de una oficina de abogados de ocasión cerrada con tablas, leyendo un periódico mojado y silbando. El sonido resultaba demasiado alegre en aquel escenario.

Jacob estaba tan desconcertado por el descuidado silbador que no se dio cuenta al principio de que el edificio abandonado se hallaba justo en la dirección que estaba buscando, por si existiera. No había ningún número en aquel lugar abandonado, pero el salón de tatuajes situado a su lado marcaba precisamente dos números más.

 

 

 

Estaciono y dejó el motor en marcha durante unos segundos. Debía entrar en aquel basurero de un modo u otro pero, ¿cómo hacerlo sin que lo notara el hombre que silbaba? Podría aparcar en la calle paralela e introducirse a través de la parte trasera. Habría más testigos en aquel sitio. ¿Quizá por los tejados? ¿Estaba lo suficientemente oscuro para ello?

 

 

 

-          Hola, señor — gritó el silbador.

 

 

 

Jacob bajó la ventana del lado del copiloto como si no pudiera oírle bien.

El hombre apartó el papel y sus ropas lo sorprendieron, ahora que podía verlas. Parecía demasiado bien vestido debajo de ese largo guardapolvos andrajoso, el brillo de su camisa rojo oscuro parecía seda. Su negro pelo rizado estaba enmarañado y desordenado, pero su piel morena tenía un aspecto suave y perfecto y sus dientes lucían blancos y derechos. Una contradicción.

 

 

 

-          Quizá no debería aparcar ahí ese automóvil, señor — dijo el desconocido  —. No estará aquí cuando regrese.

-          Gracias por el aviso — repuso el lobo.

 

 

 

Apago el motor y bajo. Quizás el extraño podía darle las respuestas que necesitaba sin necesidad de forzar la entrada. Debía fingir que había vagabundeado por ahí

 

 

 

-          Estoy buscando a alguien — comenzó Jacob.

-          Yo soy alguien — me ofreció con una sonrisa  —. ¿Qué puedo hacer por usted, amigo?

-          ¿Es usted J. Jenks? — le preguntó.

-          Oh — exclamó él y su rostro cambió de la anticipación a la comprensión. Se puso en pie y lo examinó con los ojos entrecerrados  —. ¿Por qué está buscando a J?

-          Eso es asunto mío — además no tenía ninguna pista  —. ¿Es usted?

-          No.

 

 

 

Se encararon el uno al otro durante un buen rato mientras sus ojos agudos recorrían de arriba abajo la ropa sport de marca que Jacob llevaba puesta. Su mirada al fin regresó a su rostro.

 

 

 

-          No tiene usted la pinta del cliente habitual.

-          Probablemente es porque no lo soy — admitió el lobo  —, pero necesito verle tan pronto como sea posible.

-          No estoy muy seguro de cómo hacerlo — admitió él a su vez.

-          ¿Por qué no me dice usted su nombre? — Él sonrió.

-          Max.

-          Encantado de conocerle, Max — estrechándole la mano  —. Y ahora, ¿por qué no me dice qué es lo que hace por los habituales?

 

 

 

Su sonrisa se convirtió en un ceño fruncido.

 

 

 

-          Bueno, los clientes habituales de J no tienen su pinta. Los de su clase no se molestan en venir a la oficina de este barrio, se dirigen a la oficina de diseño que tiene en el rascacielos.

 

 

 

Repetí la otra dirección disponible, convirtiendo la lista de los números de la dirección en una pregunta.

 

 

 

-          Ah, sí, ése es el sitio — le contestó, de nuevo suspicaz  —. ¿Y cómo es que usted ha venido hasta aquí?

-          Porque ésta fue la dirección que me facilitó... una fuente de mucha confianza.

-          Si viniera por algo bueno, no estaría aquí.

 

 

 

Jacob frunció los labios. En la vida se le había dado bien eso de mentir, pero tal y como le había dejado la cosa Alice, tal vez debería pulir más ese arte.

 

 

 

-          Quizá no estoy aquí para algo bueno — dijo y el rostro de Max adoptó una expresión de disculpa.

-          Mire, señor...

-          Jacob.

-          De acuerdo, Jacob. Mire, yo necesito este trabajo. J me paga la mar de bien por andar por aquí todo el día. Quiero ayudarlo, claro que sí, pero bueno... y claro, estoy hablando de forma hipotética, ¿no?, fuera del record o lo que le vaya bien a usted, pero si dejo pasar a alguien que pueda causarle líos, me echa. ¿Ve cuál es mi problema?

 

 

 

Jacob pensó durante un minuto, respirando hondo.

 

 

 

-          ¿No ha visto a nadie como yo por aquí antes? Bueno, o algo parecido a mí, pero en versión blanca y femenina. Mi cuñada es un poco más baja que yo y tiene el pelo erizado y oscuro, negro, en realidad.

-          ¿J conoce a su hermana?

-          Eso creo.

 

 

 

Max reflexionó durante un rato. Jacob le sonrío

 

 

 

-          Le diré lo que vamos a hacer. Voy a llamar a J. Le describiré cómo es usted. Dejemos que él tome la decisión. — ¿Qué era lo que sabía J. Jenks? ¿Significaría algo su descripción para él? Era un pensamiento preocupante.

-          El apellido de mi cuñada es Cullen — le dijo a Max, preguntándose si no era ésa demasiada información. Empezaba a sentirme irritado con Alice. ¿Resultaba necesario que lo hubiera dejado a ciegas de esa manera? Podría haberle escrito una o dos palabras más...

-          Cullen, ya lo tengo.

 

 

 

Jacob lo observo mientras marcaba y capto con facilidad el número. Bueno, podría llamar él mismo a J. Jenks si eso no funcionaba.

 

 

 

-          Hola, aquí Max. Ya sé que no debo llamarle a este número, salvo en caso de emergencia...

-          ¿Hay una emergencia? — dijeron desde el otro extremo de la línea.

-          Bueno, exactamente no. Es que hay un hombre que quiere verle...

-          No veo ninguna emergencia en eso. ¿Por qué no sigues el procedimiento habitual?

-          No sigo el procedimiento habitual porque él no tiene un aspecto habitual para nada...

-          ¿Lleva placa?

-          No.

-          No puedes estar seguro de eso. ¿Tiene pinta de ser uno de los hombres de Kubarev?

-          No, déjeme hablar, ¿vale? Dice que usted conoce a su cuñada o algo así.

-          No es probable. ¿Qué aspecto tiene?

-          Él es... — sus ojos recorrieron desde el rostro hasta sus zapatos con expresión apreciativa  —. Bueno, parece una «cacho modelo», eso es lo que parece — sonrió y después continuó  —. Tiene un cuerpo muy bien trabajado, moreno, el pelo negro muy corto, y necesita una buena noche de sueño... ¿Algo de esto le resulta familiar?

-          No, para nada. Aprende a seguir una simple orden...

-          Vale, ya sé que me comporto como un imbécil todo el tiempo. Siento haberle molestado, hombre. Olvídelo.

-          Dígale el nombre — le susurré.

-          Ah, vale. Espere — añadió Max  —. Se llama Jacob. Dice que es cuñado de Alice Cullen, ¿ayuda eso?

 

 

 

Hubo un momento de profundo silencio y entonces la voz al otro lado comenzó a gritar repentinamente, usando un montón de palabras que no se escuchan con frecuencia fuera de los lugares habituales de los camioneros. La expresión de Max cambió, se desvanecieron todas sus ganas de broma y se le pusieron los labios pálidos.

 

 

 

-          ¡Porque usted no me lo preguntó! — gritó Max en respuesta, lleno de pánico. Hubo otra pausa mientras J se tranquilizaba.

-          ¿apuesto y moreno? — preguntó, algo más calmado.

-          ¿No es eso lo que he dicho?

 

 

 

¿Apuesto y moreno? ¿Qué era lo que sabía ese hombre sobre vampiros y lobos? ¿Era él uno de ellos? No estaba preparado para esa clase de encuentro, así que apretó los dientes. ¿En qué lío lo había metido Alice?

Max esperó durante un minuto a través de otra descarga cerrada de insultos e instrucciones a voces y después lo miró con unos ojos que parecían casi asustados.

 

 

 

-          Pero usted sólo ve a los clientes de los barrios bajos los jueves... ¡Vale, vale! Ya está — y cerró su teléfono.

-          ¿Quiere verme? — preguntó Jacob con alegría y Max lo fulminó con la mirada.

-          Debía usted haberme dicho que era un cliente de los importantes.

-          No sabía que lo era.

-          Pensé que era usted policía — admitió él  —. Quiero decir, que no tiene aspecto de eso, pero actúa de una manera muy rara — Jacob se encogió de hombros.

-          ¿Narcotraficantes? — intentó adivinar.

-          ¿Quién, yo? — preguntó.

-          Claro, o tu novia o quien sea.

-          No, lo siento. Realmente no es que me gusten mucho y tampoco a mi pareja. «Di no a las drogas» y esas cosas.

 

 

 

Max maldijo para sus adentros.

 

 

 

-          Casado, y no podrá darse un descanso — y Jacob sonrió — ¿La mafia?

-          No.

-          ¿Contrabando de diamantes?

-          ¡Basta! ¿Esa es la clase de gente con la que trata Max de modo habitual? Quizá necesita un nuevo trabajo.

 

 

 

El Alfa tenía que admitirlo, se lo estaba pasando bastante bien. No se había relacionado mucho con fuera de la reserva. Era divertido ver cómo ese hombre se quedaba sin palabras

 

 

 

-          Pues ha de estar metido en algo gordo. Y malo — musitó él.

-          En realidad, no es así.

-          Sí, eso es lo que dicen todos, pero ¿quién necesita papeles o se puede pagar los precios de J por ellos? Nadie que se dedique a lo mío, eso está claro — comentó él, y después masculló «no a las drogas» otra vez.

 

 

 

Le dio una dirección completamente nueva con instrucciones básicas para llegar y después vio a Jacob alejarse al volante con ojos suspicaces y llenos de intriga.

Llegados a este punto, Jacob estaba ya preparado para casi cualquier cosa, alguna especie de madriguera de alta tecnología, al estilo de los malos de una película de James Bond. Así que al principio pensó que Max le había dado una dirección equivocada en plan de prueba. O quizás el escondite era subterráneo, bajo aquel centro comercial de las afueras de lo más corriente, anidado en lo alto de una colina con árboles y en un encantador vecindario familiar.

 

 

 

Aparcó en una plaza libre y miró hacia la discreta y elegante placa donde se leía: JASON SCOTT, ABOGADO.

La oficina que había dentro era beis con algunos toques en verde apio, apenas perceptibles y que no desentonaban. No percibía ningún olor a vampiro por allí y eso le ayudó a relajarse. Sólo el olor de un desconocido. Había una pecera contra una pared y una insulsa y bonita recepcionista sentada detrás de un escritorio.

 

 

 

-          Hola — lo saludó con una sonrisa coqueta  —. ¿Cómo puedo ayudarlo?

-          Estoy aquí para ver al señor Scott.

-          ¿Tiene cita?

-          No, no exactamente.

-          Entonces puede que tarde un rato — poniendo una sonrisita de suficiencia — ¿Por qué no toma asiento mientras yo...?

-          ¡April! — gritó una exigente voz masculina por el interfono  —, estoy esperando que venga el cuñado de la señora Cullen — Jacob sonrío y se señaló a sí mismo — Hazlo entrar de inmediato, ¿entiendes? No me importa lo que haya que interrumpir.

 

 

 

Podía detectar algo más en su voz además de la impaciencia. Tensión. Nervios.

 

 

 

-          Acaba de llegar — dijo April tan pronto como la dejó hablar.

-          ¿Qué? ¡Hazlo entrar! ¿qué estás esperando?

-          ¡Ahora mismo, señor Scott! — se puso en pie, revoloteando con las manos mientras encabezaba la marcha por un corto pasillo, ofreciéndole al Alfa una taza de café o de té o lo que quisiera.

-          Aquí es — dijo la chica cuando lo condujo hacia la puerta de una oficina que mostraba poderío en todo, desde su pesado escritorio de madera hasta su pared llena de títulos.

-          Cierra la puerta cuando salgas — ordenó una rasposa voz de tenor.

 

 

 

Jacob examinó al hombre situado detrás del escritorio mientras April hacía una pronta retirada. Era bajito y calvo, probablemente en torno a los cincuenta y cinco, con una buena barriga. Llevaba una corbata de seda roja, una camisa a rayas azules y blancas y un blazer de color azul marino colgaba del respaldo del sillón. Estaba temblando y tan blanco que rozaba el tono enfermizo de la pasta, y el sudor le goteaba de la frente. Jacob imaginó que había de tener una buena úlcera debajo de los michelines.

J se recuperó un poco y se alzó presuroso de su asiento. Me ofreció la mano a través de la mesa.

 

 

 

-          Señor Cullen, qué maravilla verlo.

 

 

 

Jack cruzo la habitación hasta llegar frente a él y le dio la mano. Él se encogió un poco al contacto de su piel ardiente, pero no pareció muy sorprendido por ella.

 

 

 

-          Señor Jenks... ¿O prefiere usted que le llame Scott? — Él se estremeció de nuevo.

-          Lo que usted desee, desde luego.

-          ¿Qué tal si usted me llama Jacke y yo J?

-          Como viejos amigos — acordó él, pasándose un pañuelo de seda por la frente. hizo el gesto para que su cliente se sentara y él lo hizo a su vez  —. Debo preguntar, ¿finalmente tengo el placer de encontrarme con la pareja del señor Jasper?

 

 

 

Sopesó la idea durante un segundo. Así que este hombre conocía a Jasper, no a Alice. Lo conocía y parecía temerlo también.

 

 

 

-          En realidad, soy su cuñado.

 

 

 

Frunció los labios, como si estuviera buscando información de un modo tan desesperado como yo.

 

 

 

-          ¿Confío en que el señor Jasper goza de buena salud? — le preguntó con cautela.

-          Estoy seguro de que es así. De hecho, en estos momentos está disfrutando de unas largas vacaciones — dijo Jacob y esto pareció aclarar parte de la confusión de J, que asintió como para sí mismo y tabaleó sobre la mesa con los dedos.

-          Estupendo, pero debería haber venido directamente a la oficina principal. Mis asistentes lo habrían traído hasta mí, sin necesidad de pasar por canales... menos hospitalarios — el moreno asintío una sola vez. No estaba seguro de por qué Alice le había dado la dirección del otro lado  —. Ah, bueno, pero ya está aquí... ¿Qué puedo hacer por usted?

-          Papeles — le dije, intentando hacer sonar mi voz como si supiera de lo que estaba hablando.

-          Muy bien — replicó J, diligente  —. ¿Hablamos de certificados de nacimiento, de muerte, permisos de conducir, pasaportes, tarjetas de la seguridad social...?

 

 

 

Jacob inhaló un gran trago de aire y sonrío. Le debía a Max el éxito en este asunto. Y después su sonrisa se desvaneció. Alice lo había enviado allí por algún motivo, y estaba seguro de que era para proteger a los gemelos. Su último regalo para ellos. Aquello que sabía que necesitaría.

La única razón por la cual sus hijos necesitarían un falsificador sería si tenían que huir. Y la única razón por la cual tendrían que huir sería si perdían.

 

 

 

Si Edward y él huían con los niños, no necesitarían esos documentos para nada. Estaba segura de que Edward sabía cómo echar mano de papeles para identificarlos o bien cómo hacerlos él mismo y estaba convencido de que conocía maneras de escapar sin ellos. Incluso podrían correr miles de kilómetros o nadar a través del océano con Renesmee y Elijah.

Eso si estaban allí para salvarlos...

Y además estaba el secretismo para mantener esto fuera de la cabeza de Edward, porque había una gran probabilidad de que Aro pudiera acceder a todo lo que él supiera. Si perdían, seguramente Aro obtendría la información que codiciaba antes de destruir a Edward.

 

 

 

Era justo lo que había sospechado: no podían ganar, pero se apuntarían un buen tanto si mataban a Demetri antes de perder, ya que de este modo le darían a los gemelos la oportunidad de escapar.

Sintió el corazón como una gran losa sobre su pecho, un peso aplastante. Todas sus esperanzas se desvanecieron como la niebla bajo la luz del sol. Le escocieron los ojos. ¿A quién debía poner en esos documentos? ¿A Billy? No, estaba del todo indefenso al ser un humano. Además, ¿cómo iba a entregarle a sus hijos? No iba a estar cerca de la lucha cuando se produjera. Así que sólo quedaba una persona. En realidad, nunca había existido ninguna otra. Aunque tal vez…

 

 

 

 


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