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Juntos por Liss83

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Cayo chasqueó los dedos. La vampira avanzó con paso vacilante desde el límite de la formación Vulturis para presentarse de nuevo ante el anciano caudillo.

 

 

 

-          Has cometido un grave error en tus acusaciones, o eso parece — comenzó Cayo. Tanya y Kate se adelantaron, presas de la ansiedad.

-          Lo siento — respondió la interpelada en voz baja  —. Quizá debería haberme asegurado de lo que vi, pero no tenía ni idea... — hizo un gesto de indefensión hacia su familia.

-          Mi querido Cayo — terció Aro  —, ¿cómo puedes esperar que ella adivinara en un instante algo tan extraño e improbable? Cualquiera de nosotros habría supuesto lo mismo

 

 

 

Cayo removió los dedos para silenciar a su homólogo.

 

 

 

-          Todos estamos al tanto de tu error — continuó con brusquedad  —. Yo me refiero a tus motivos.

 

 

 

Irina estaba hecha un manojo de nervios; esperó a que continuara, pero al final repitió:

 

 

 

-          ¿Mis motivos?

-          Sí, para empezar, ¿por qué viniste a espiarlos?

 

 

 

La vampira respingó al oír el verbo «espiar».

 

 

 

-          Estabas molesta con los Cullen. ¿Me equivoco?

-          No, estaba enojada — admitió la vampira.

-          ¿Y por qué...? — la urgió Cayo.

-          Porque los licántropos mataron a mi amigo y los Cullen no se hicieron a un lado y no me dejaron vengarle.

-          Licántropos, no, metamorfos — le corrigió Aro.

-          Así pues, los Cullen se pusieron de parte de los metamorfos en contra de nuestra propia especie, incluso cuando se trataba del amigo de un amigo — resumió Cayo.

 

 

 

Edward profirió por lo bajo un gruñido de disgusto mientras el Vulturis iba repasando una por una las entradas de su lista en busca de una acusación que encajara.

 

 

 

-          Yo lo veo así — replicó Irina, muy envarada.

 

 

 

Cayo se tomó su tiempo.

 

 

 

-          Si deseas formular alguna queja contra los metamorfos y los Cullen por apoyar ese comportamiento, ahora es el momento.

 

 

 

El anciano esbozó una sonrisa apenas perceptible llena de crueldad, a la espera de que Irina le facilitara la siguiente excusa. Con ello demostraba que no entendía a las familias de verdad, cuyas relaciones se basaban en el amor y no en el amor al poder. Tal vez había sobreestimado la fuerza de la venganza.

Irina apretó los dientes, alzó el mentón y cuadró los hombros.

 

 

 

-          No deseo formular queja alguna contra los lobos ni los Cullen. Ustedes han venido aquí para destruir al niño inmortal y no existe ninguno. Mío es el error y asumo por completo la responsabilidad. Los Cullen son inocentes y ustedes no tienen motivo alguno para permanecer aquí. Lo lamento mucho — dijo, volviéndose hacia los Cullen, y luego se encaró con los testigos Vulturis  —. No se ha cometido ningún delito, ya no hay razón válida para que continúen aquí.

 

 

 

Aún no había terminado de hablar la vampira y Cayo ya había alzado una mano, sostenía en ella un extraño objeto metálico tallado y ornamentado. Se trataba de una señal, y la reacción llegó tan deprisa que todos se quedaron atónitos y sin dar crédito a sus ojos mientras sucedía. Todo terminó antes de que alguien tuviera tiempo para reaccionar.

 

 

 

Tres soldados Vulturis se adelantaron de un salto y cayeron sobre Irina, cuya figura quedó oculta por las capas grises. En ese mismo instante, un horrísono chirrido metálico rasgó el velo de quietud del claro. Cayo serpenteó sobre la nieve hasta llegar al centro de la melé grisácea. El estridente sonido se convirtió en un geiser de centellas y lenguas de fuego. Los soldados se apartaron de aquel repentino infierno de llamaradas y regresaron a sus posiciones en la línea perfectamente formada.

 

 

 

El anciano líder se quedó solo junto a los restos en llamas de Irina. El objeto metálico de su mano todavía chorreaba lenguas de fuego sobre la pira. Se oyó un débil chasquido y el surtidor de fuego dejó de vomitar fogonazos. Un jadeo de horror recorrió la masa de testigos congregada detrás de los Vulturis.

Todos estaban demasiado consternados para proferir algún sonido. Una cosa era saber que la muerte se avecinaba a feroz e imparable velocidad y otra muy diferente ver cómo tenía lugar.

 

 

 

-          Ahora sí ha asumido por completo la responsabilidad de sus acciones — aseguró Cayo con una fría sonrisa.

 

 

 

Lanzó una mirada a la primera línea contraria, deteniéndose brevemente sobre las formas heladas de Tanya y Kate.

En ese instante Bella y Jacob entendieron que el Vulturis jamás había minimizado los lazos de una verdadera familia. Ésa era la táctica. Nunca tuvo interés en las reclamaciones de Irina, buscaba su desafío, un pretexto para poder destruirla y prender fuego al inflamable vaho de violencia que se condensaba en el ambiente. Había arrojado una cerilla.

 

 

 

Aquella tensa conferencia de paz se tambaleaba ahora con más vaivenes que un elefante en la cuerda floja. Nadie iba a ser capaz de detener el combate una vez que se desatara. La espiral de violencia no dejaría de crecer hasta que un bando resultara totalmente aniquilado. El que protegía a los niños. Cayo lo sabía.

Y también Edward.

Por eso, estaba atento y gritó:

 

 

 

-          ¡Deténganlas!

 

 

 

Saltó de la fila a tiempo de agarrar por el brazo a Tanya, que se lanzaba vociferando como una poseída hacia el sonriente Cayo. No fue capaz de zafarse de la presa de Edward antes de que Carlisle la sujetara por la cintura. Al mismo tiempo dos lobos se interpusieron en el camino de cada vampira

 

 

 

-          Es demasiado tarde para ayudarla — intentó razonar Carlisle a toda prisa mientras forcejeaba con ella  —. ¡No le des lo que quiere!

 

 

 

Fue más difícil contener a Kate. Lanzó un aullido inarticulado similar al de Tanya y dio la primera zancada de una acometida que iba a saldarse con la muerte de todos. La más próxima a ella era Rosalie, pero ésta recibió semejante porrazo que cayó al suelo antes de tener tiempo de hacerle una llave de cabeza. Por suerte, Emmett la aferró por el brazo y le impidió continuar; luego, la devolvió a la fila a codazo limpio, pero Kate se escabulló y rodó sobre sí misma. Parecía imparable.

 

 

 

Garrett se abalanzó sobre Kate y volvió a tirarla al suelo; luego, le rodeó el tórax y los brazos en un abrazo y engarfió los dedos alrededor de sus propias muñecas a fin de completar la presa de inmovilización. El cuerpo de Garrett se estremeció cuando la vampira empezó a lanzarle descargas. Puso los ojos en blanco, pero se mantuvo firme y no la soltó.

 

 

 

-          Zafrina — gritó Edward. Kate puso los ojos en blanco y sus gritos se convirtieron en gemidos. Tanya dejó de forcejear.

-          Devuélveme la vista — siseó Tanya.

 

 

 

De modo desesperado, pero con toda la delicadeza de la que fue capaz, Bella estiró el escudo hasta cubrir las llamas de sus amigos. Intentó retirarlo de Kate al mismo tiempo que envolvía a Garrett a fin de que, al menos, hubiera una fina capa entre ellos.

Para cuando terminó, Garrett había recuperado el control de sí mismo y la retenía en el suelo cubierto de nieve.

 

 

 

-          ¿Vas a tumbarme otra vez si dejo que te levantes, Katie? — susurró él. Ella soltó un refunfuño por toda respuesta y no cesó de repartir golpes a diestro y siniestro.

-          Escúchenme, Tanya, Kate — pidió Carlisle en voz baja pero con vehemencia  —. La venganza ya no va a ayudarla. Irina no habría deseado que despilfarrarais la vida de esa manera. Mediten las consecuencias de sus actos. Si atacan ahora, moriremos todos.

 

 

 

Los hombros de Tanya se encorvaron bajo el peso del sufrimiento y se echó hacia atrás, sobre Carlisle, en busca de apoyo. Kate dejó de debatirse al fin. Garrett y Carlisle continuaron consolando a las hermanas con palabras demasiado precipitadas para reconfortarlas de verdad. Bella centró otra vez su atención en la fuerza de las miradas cuya intensidad había menguado durante aquellos momentos de caos. Por el rabillo del ojo comprobó que Edward y todos los demás, incluidos Carlisle y Garrett, se habían puesto en guardia de nuevo.

 

 

 

La mirada más penetrante era la de Cayo, que contemplaba a Kate y Garrett en el suelo nevado con rabia e incredulidad. También Aro, sabedor de las habilidades y el potencial de Kate tras haber visto los recuerdos de Edward, observaba a la pareja con el desconcierto grabado en sus facciones.

 

 

 

¿Aro comprendía lo sucedido? ¿Se daba cuenta de que su escudo había crecido en resistencia y sutileza más allá de lo que Edward la sabía capaz? ¿O pensaba acaso que Garrett había aprendido a generar una fuerza de inmunidad por su cuenta?

 

 

 

La guardia Vulturis había dejado a un lado la contención marcial y todos se inclinaban hacia delante, prestos para saltar y lanzar un contraataque en cuanto los Cullen iniciaran la ofensiva.

Los cuarenta y tres testigos permanecían detrás de ellos con una expresión diferente a la del comienzo, pues se había pasado de la confusión a la sospecha. La destrucción fulminante de Irina los había conmovido a todos. Se preguntaban cuál había sido el crimen de la vampira y cuál sería el curso de los acontecimientos ahora que no iba a producirse el ataque inmediato previsto por Cayo para distraer la atención de la brutal ejecución.

 

 

 

Aro miró a sus espaldas. Sus facciones lo delataban y dejaban entrever durante unos instantes su exasperación. Le gustaba tener público, y ahora le había salido el tiro por la culata. Stefan y Vladimir hablaban sin cesar y con alegría, para descontento de Aro.

Era evidente el interés del anciano líder por no desprenderse de la aureola de integridad de la que se habían investido los Vulturis hasta ahora, aunque a Edward no se le ocurría pensar que fueran a dejarlos en paz únicamente para salvar la reputación. Lo más probable es que, con ese fin, aniquilaran al público después de haber terminado con toda la familia. Jacob noto una repentina punzada de piedad por esa masa de desconocidos reunida por los vampiros italianos para presenciar su muerte. Demetri les daría caza hasta acabar también con todos ellos.

 

 

 

Demetri debía morir. Por Seth y Elijah, por Bella Renesmee, por Alice y Jasper, por Alistair, y también por todos esos desconocidos, ignorantes del precio que habrían de pagar por este día.

Aro rozó el hombro de su compañero.

 

 

 

-          Irina ha sido castigada por levantar falsos testimonios contra esos niños — de acuerdo, ésa era su excusa; luego, prosiguió — : ¿No deberíamos volver al asunto principal, Cayo?

 

 

 

El interpelado se envaró y endureció la expresión hasta resultar inescrutable. Miró hacia delante con la vista puesta en el infinito. Era extraño, pero su semblante recordaba al de una persona que acabara de tomar conciencia de haber sido degradado.

Aro se adelantó. Renata, Felix y Demetri le siguieron de inmediato.

 

 

 

-          Me gustaría hablar con unos cuantos testigos, por simple perfeccionismo — anunció  —. Ya sabes, puro trámite — agregó mientras le restaba importancia al asunto con un ademán de la mano.

 

 

 

Acaecieron a la vez dos hechos. Cayo recuperó ese punto cruel del rictus y Edward siseó y cerró los puños con tantísima fuerza que se le marcaron los nudillos en esa piel suya dura como el diamante. Jacob moría de ganas porque le dijera qué iba a pasar, pero Aro se hallaba lo bastante cerca como para escuchar la más leve voz. Carlisle lanzó una mirada cargada de ansiedad al rostro de Edward antes de endurecer el semblante.

 

 

 

Mientras Cayo había ido dando traspiés con acusaciones injustificadas e imprudentes intentos de provocar una lucha, Aro parecía haber encontrado una estrategia de mayor eficacia. Cruzó el claro nevado con el sigilo de un espectro hasta llegar al extremo oeste de nuestra línea, deteniéndose a unos diez metros de Amun y Kebi. Los lobos más cercanos erizaron la pelambrera, pero no abandonaron sus posiciones.

 

 

 

-          Amun, mi vecino del sur... ¡Cuánto tiempo ha pasado desde tu última visita! — dijo Aro con voz cálida.

 

 

 

El egipcio se quedó inmóvil a causa de la ansiedad. Kebi permanecía hierática como una estatua a su lado.

 

 

 

-          Poco significa el tiempo para mí. Apenas noto su tránsito — murmuró el aludido sin mover casi los labios.

-           Muy cierto — convino el Vulturis  —, pero ¿no hay tal vez otro motivo para ese alejamiento? — Amun no respondió, por lo que el anciano prosiguió — : Organizar a los advenedizos en un aquelarre consume muchísimo tiempo, bien que lo sé yo. Por suerte, cuento con otros para hacerse cargo de esa tarea tan tediosa. No sabes cuánto me congratula que tus nuevas incorporaciones hayan encajado tan bien. Me encantaría que me los presentaras. Estoy convencido de que tu propósito es visitarme pronto.

-          Por descontado — contestó el egipcio con un tono de voz tan carente de emoción que resultaba imposible saber si había miedo o sarcasmo en la respuesta.

-          Bueno, de todos modos, ahora estamos todos reunidos... ¿No es maravilloso? — el interrogado asintió con semblante inexpresivo  —. Por desgracia, el motivo de tu presencia aquí no es grato. ¿Te ha llamado Carlisle para que oficies como testigos?

-          Sí.

-          ¿Y qué vas a atestiguar a favor de él?

-          He observado a los niños en cuestión — Amun no dejó de hablar con esa fría inexpresividad en todo momento  —. Fue evidente casi desde un principio que no eran niños inmortales...

-          Quizá convendría redefinir nuestra terminología — le interrumpió el anciano  —, ahora que parece haber nuevas clasificaciones. Por supuesto, con «niños inmortales» te refieres a unos chiquillos humanos transformados en vampiros tras ser mordidos.

-          Sí, a eso me refiero.

-          ¿Y qué más has observado en ellos?

-          Las mismas cosas que seguramente habrás apreciado tú en la mente de Edward. Los pequeños sus hijos biológicos. Crecen. Aprenden.

-          Sí, sí — repuso Aro con una nota de impaciencia en la voz por otra parte amistosa  —, pero en las pocas semanas de estancia aquí, ¿qué has visto?

-          Crecen muy... deprisa — replicó Amun con el ceño fruncido.

-          ¿Crees que deberían permitírseles vivir? — pregunto Aro sonriendo.

 

 

 

A Edward se le escapó un siseo, y no fue el único. La mitad de los vampiros de su grupo se hizo eco de la protesta y los testigos Vulturis hicieron otro tanto al otro lado del prado. El rumor flotó en el aire como un tenue chisporroteo. Jacob echó un paso atrás y se le bloqueo el paso a fin de contenerlo.

El runrún no hizo darse la vuelta al Vulturis, pero Amun miró a su alrededor con manifiesta incomodidad.

 

 

 

-          No he acudido para emitir juicios — arguyó, saliéndose por la tangente.

-          Dame sólo una opinión — dijo Aro soltando una risilla.

-          No veo peligro alguno en los niños — dijo el testigo alzando el mentón — Aprenden más deprisa de lo que crecen.

 

 

 

El líder Vulturis asintió, como si sopesara la cuestión, y echó a andar, pero el vampiro egipcio le llamó.

 

 

 

-          ¿Aro?

-          Dime, amigo mío.

-          He dado mi testimonio y nada más me retiene aquí. A mi compañera y a mí nos gustaría marcharnos ahora mismo.

 

 

 

Aro le dedicó la más amable de las sonrisas.

 

 

 

-          Por supuesto. Me alegra haber tenido la ocasión de conversar contigo, aunque sea sólo un poco, y estoy seguro de que volveremos a vernos pronto.

 

 

 

Amun frunció los labios con fuerza hasta formar una línea mientras digería la amenaza apenas disimulada de esas palabras. Tocó el brazo de Kebi y luego ambos echaron a correr por el confín meridional de la pradera y desaparecieron entre los árboles. Jacob estaba seguro de que no iban a dejar de correr durante mucho, mucho tiempo.

Aro se deslizó a lo largo de la línea de testigos en dirección este, rodeado por unos guardaespaldas muy nerviosos. Se detuvo a la altura de la enorme silueta de Siobhan.

 

 

 

-          Hola, Siobhan, estás tan hermosa como de costumbre — la vampira hizo una inclinación de cabeza y permaneció a la espera  —. Dime, ¿respondes a mis preguntas en el mismo sentido que Amun?

-          Sí, pero tal vez añadiría algo — replicó ella  —. Renesmee y Elijah comprenden los límites y no pone en peligro a los humanos, ni como lobos ni como semivampiros. Es una mezcla de más calidad que nosotros, y no supone amenaza alguna para nuestra cobertura.

-          ¿No se te ocurre ninguna? — inquirió Aro, sombríamente.

 

 

 

Edward gruñó, un bajo y desgarrado sonido que surgió de lo más hondo de su garganta. Los velados ojos carmesíes de Cayo refulgieron. Renata tendió los brazos hacia su señor en ademán protector. Garrett soltó a Kate para dar un paso hacia delante, ignorando la mano de ésta, que ahora pretendía refrenarle a él.

 

 

 

-          Creo que no te sigo — contestó Siobhan con lentitud.

 

 

 

Aro se deslizó hacia atrás como si tal cosa, pero acabó más cerca de la guardia y con Renata, Felix y Demetri pegados a su sombra.

 

 

 

-          No se ha quebrantado ley alguna — dijo Aro con tono conciliador, pero todos los asistentes intuyeron que la salvedad estaba al caer. Jacob y Seth necesitaron hacer un gran esfuerzo para contener la rabia que estaba a punto de subir por su garganta y salir para gruñir un desafío. Bella aplico esa ira a su escudo, haciéndolo más grueso, y se aseguró de que todos estuvieran protegidos  —. No se ha quebrantado ley alguna — repitió  —. Ahora bien, ¿podemos deducir de eso la ausencia de peligro? No — sacudió la cabeza con suavidad  —. Son asuntos diferentes.

 

 

 

No hubo más reacción que una mayor tirantez en unos nervios ya tensos de por sí. Maggie, ubicada en los límites del grupo de luchadores, meneó la cabeza para sacarse la rabia de encima.

 

 

 

 


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