Epílogo
Dos años habían pasado desde que Joey despertara de su largo sueño.
Poco a poco se había adaptado a la vida en la mansión, ahora que todos estaban ahí.
Seis meses después de que Yami y los demás regresaran de sus vacaciones, Serenity empezó el tratamiento para recuperar el habla. Un año después de eso, empezó a poder hablar por si misma.
El día en que Joey escuchó de nuevo la voz de su hermanita fue uno de los más felices de su vida. Y Seto estuvo junto a él todo el tiempo, dándole apoyo y amor como solo él sabía hacerlo.
Estos meses que habían pasado después de eso le habían ayudado a Serenity y recuperarse por completo, pudiendo ahora llevar una vida enteramente normal.
Asistía a la preparatoria junto con chicos de su edad, como siempre había soñado en su mente.
Al final de todo, Seto veía que era una chica feliz, y eso pagaba todo lo que hizo por ella. La consideraba su hermanita también, y era correspondido.
Claro que Mokuba, Noah y ella eran inseparables. Eran un trio de chiquillos revoltosos que gustaban de pasársela bien. Y mientras lo hicieran con responsabilidad, ni Seto ni Joey tenían la más mínima queja ante eso.
Mokuba y Noah por su parte, se habían acercado aún más. Una vez que llevaron su relación a un nivel íntimo en aquel viaje, se hicieron más cercanos de lo que ya de por si eran. Amaban estar juntos, haciendo lo que fuera pero disfrutando de la compañía del otro.
Mokuba asistía también a la preparatoria con Serenity, y en ese tiempo Noah seguía trabajando con Seto, mejorando su eficiencia y dedicación, sabiendo que si trabajaba bien podría tener las tardes libres de trabajo, dedicándose solo a su amado Mokuba.
Hacia meses que había abandonado la búsqueda de su familia biológica. Llegó a la comprensión de que gracias a esa motivación había conocido a los hermanos Kaiba, y se había enamorado del menor de ellos; algo de lo que estaba profundamente agradecido. Decidió entonces dejar las cosas como estaban, y fluir.
Yugi había hecho lo mismo. Vivía con Yami, y compartían una hermosa relación. Estaba por terminar la carrera de diseño gráfico, y ya tenía trabajo asegurado en KC.
Al principio, Atemu se había opuesto. No porque no quisiera que estuviera ahí, sino porque sabía como ea Yugi, impulsivo y sugestivo, y no quería tener que lidiar con sus insinuaciones. Fue entonces que Yugi le aseguró que no lo provocaría en la empresa, y Yami se lo tomó con más calma.
Habían acordado tener un par de días de no salir de la cama, para que Yugi no le quisiera brincar a cada momento. Claro que al egipcio le encantaba como era su amante, pero no quería arriesgar su trabajo por eso. Seto no dejaba de ser estricto y frío, y bastante exigente en lo que a la empresa se refería.
Aunque a decir verdad, el castaño se había suavizado bastante en estos últimos años.
Obviamente la razón era un rubio alegre y desastroso que había puesto su vida de cabeza.
Amaba a Joey como nunca había hecho con nadie.
Había experimentado las más hermosas sensaciones y emociones a su lado, y no se arrepentía en lo más mínimo todo lo que hizo por tenerlo a su lado.
Jamás le diría a Joey el trato que hizo con su padre para que lo dejara a él y a Serenity en paz. Sabía que era un hombre problemático, y que por más que la ley le diera la razón, no dejaría de aparecerse por ahí, molestando o tratando de sacar algo para su propio beneficio.
Entonces le compró una nueva vida en un pueblito de Europa, en donde pudo vivir bien y sin limitaciones. A estas alturas no sabía si seguía con vida o si se había arrepentido de la decisión tomada con respecto a sus hijos, pero mientras la paz de los Wheeler no se viera perturbada, él estaría satisfecho.
Estaba total y perdidamente enamorado de Joey, y se lo hacía saber en cada momento que pasaban juntos. Si bien no era el más expresivo cuando había más gente, cuando estaban solos podía ser casi meloso.
Y Joey...
Joey era un sol. Había llegado a esa familia pidiendo ayuda, y los había ayudado a todos más que nadie. Sus sonrisas iluminaban los días grises, y sus risas eran contagiosas, llevando alegría por donde iba.
Había sido un salvavidas, literalmente, para los hermanos Kaiba.
Todo por tener una buena acción con Mokuba, y eso le había cambiado la vida.
Dicen que lo que uno da, uno recibe.
Multiplicado.
Joey podía aseverar que era cierto.
Él solo había rescatado a Mokuba de un accidente, y acabó siendo rescatado de toda una vida de maltratos y abusos. La verdad era que no podía ser más feliz.
-Gracias cachorro, por ser la luz de mis días y la risa que me alegra.
La pasión que me prende y la excitación que me desborda.
Eres todo en mi vida, y me encanta compartir todo contigo.
Me has salvado de maneras que no puedes ver o siquiera comprender.
Has hecho más por mí que nadie en este mundo.
Me has enseñado el amor incondicional y generoso, ese que me das en cada beso, en cada abrazo, en cada caricia y cada palabra. Ese que exudas por los poros sin ni siquiera quererlo, porque eres un ser de luz, eres un ser de amor.
Gracias por ser el amor en mi vida. Por motivarme a ser una mejor versión de mi mismo, para darte todo lo que tu mereces.
Gracias por tu amor cachorro.
Puede que yo sea posesivo, pero la verdad es que tú me atrapaste primero-