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Como la virgen (One-Shot) [Yuuvic] por Arikel

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Notas del fanfic:

[Ganador de los Premios #AcidMotin2019 en la Categoría PWP (PornWithoutPlot) en wattpad]

[Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, le pertenecen a Sayo Yamamoto y Mitsur? Kubo, pero la historia sí es totalmente mía. No se admiten plagios ni re-publicaciones]

 

Cuando mis padres fallecieron escuché con claridad las palabras que el sacerdote repetía una y otra vez mientras mis familiares gimoteaban y lloraban.

 

«Están en el paraíso ahora».

 

Y pues… si había que morir para estar en el paraíso, entonces yo no planeaba estar ahí pronto.

Eso pensé a la tierna edad de trece años, y actualmente a mis veintisiete años no creí que lo conocería, y más aún, que mi corazón más que detenerse, palpitaría desbocado en mi pecho.

¿Su nombre?

Padre Victor.

¿Su edad?

Dios sabe cuál.

¿Su estatura?

Le calculo 5cm menos que yo.

¿Cómo lo conocí?

En mis vacaciones.

¿Cómo me conoció?

Pues…

El médico me dijo que mis constantes dolores de cabeza eran producto del estrés y nada más, que afortunadamente no había otra explicación y que gracias a los análisis podía asegurar sin temor a equivocarse que mi problema era… que era un hombre amargado, rabioso, amante del trabajo, de hecho casi obsesivo con el trabajo, y que mi medicina era una buena dosis de sueño y otra buena dosis de relajación.

—Señor Katsuki, ¿Cuántas veces tiene relaciones sexuales a la semana?

—¿Disculpe? —le pregunto al doctor, completamente incrédulo de sus palabras—. Por qué me…

—Necesita relajarse, ése es mi diagnóstico. Además, a su edad y sin pareja necesita tomar más en cuenta a sus necesidades más básicas, ¿Sabe?

—Me alimento una vez al día, sí, es cierto, pero es un alimento nutritivo, ¿Sabe? —le digo, y es que el dolor de cabeza ha vuelto y sus preguntas y su tema es algo que…

—Me refiero al sexo señor  Katsuki. Los seres vivos tienen necesidades, comer, dormir…

—¿Fornicar?

—Sí… —me dice el doctor, y yo lo miro con cara de pocos amigos—. No creo que usted tenga problemas en conseguir descargar esa energía en una bonita pareja dispuesta, o en todo caso en alguna señorita que ofrezca esos servicios.

—O masturbarme… ¿Verdad?

—¿Es homosexual?

—No lo sé…

A éstas alturas de la conversación el doctor parecía impacientarse más que yo.

—Bien… —me dice el doctor, escribiendo un par de cosas en su recetario—. Le daré un relajante muscular… y mi consejo es tomar vacaciones lo más pronto posible y disfrutarlas apaciblemente en algún lugar lejano en el que no tenga que pensar en trabajo.

Y así fue como fui a parar a la oficina de mi jefe a pedirle que me adelante las vacaciones debido a mi delicada salud.

En las susodichas vacaciones me fui a casa, visité a mis tíos, escuché sus sermones de que mis primas tenían esposos e hijos y yo no tenía ni un perrito que me ladre.

Después de quedarme un par de días con ellos y prometerles ir pronto a una tienda de mascotas, tomé el primer vuelo a… a mi destino.

El viaje duró unas diez horas, y contrario a lo que hubiera creído, dormí como una roca hasta que la aeromoza me dijo que ya estábamos por aterrizar.

Después busqué un pequeño hostal alejado del centro en el que poder quedarme, y dados mis incómodos malestares, cumplir al pie de la letra y obedientemente con las recomendaciones del doctor.

Mi idea de vacaciones era salir de la habitación del hostal «Canario Dorado» y caminar por la playa, desayunar en algún pequeño puesto de comida, seguir caminando por las calles, por el mercado, de nuevo por la playa y luego comprar comida para llevar, comer en la habitación y dormir, despertar y ver televisión, dormir de nuevo… y así.

Y con ese horario programado pasaron apenas tres días, y es que el cuarto día llegó el sagrado domingo.

Aquel glorioso domingo noté que las calles estaban anormalmente concurridas por señoras, debo aclarar que yo salía antes de las siete de la mañana de la habitación, y, curioso como siempre, las seguí.

Llegamos a la iglesia que había unas calles más allá del hostal y entramos.

Recordé a mis padres y a la biblia que leían cada día antes de dormir, como un libro para conciliar el sueño.

Recordé a mis tíos y a su manía de obligarme a ir a misa todos los domingos para rezar por todo y pedirle a dios que cuidara de mis padres.

Recordaba mi infancia con mis padres, mi adolescencia con mis tíos, y otras tantas cosas que tenían algo que ver con una iglesia, con dios, con los santos en las paredes y con tantas otras cosas… hasta que escuché tu voz.

Tu voz era suave, profunda pero al mismo tiempo delicada.

Tu voz envolvía a todos y los hacía sentirse acurrucados, abrigados y calmados.

Así que dejé de vagar por ahí y me acerqué un poco para ver de quién era aquella voz, y entonces te vi y…

Dios…

Eras hermoso.

Jamás había visto algo tan hermoso como tú, jamás.

Eras tan dulce, tan cálido, tan delicado y tan frágil.

Eras bellísimo.

La misa avanzó sin que yo me percatara de ello, terminó y yo me declaré rotundamente enamorado.

¿El doctor quería pareja para mí?

Pues acababa de encontrarla.

¿Que si yo era gay?

Pues sí, obvio, tú me hacías gay.

Y es que tus labios son…

Son de cereza, sí, están hechos de cereza fresca y dulce, un poco amarga cuando me muerdes, pero sonríes y me besas de nuevo… así que se hacen de frambuesa.

Te amo tanto.

Ahora mismo te veo salir despreocupadamente del baño y noto, como siempre, que tu presencia en ésta habitación tan sencilla la hace tan seductora, tan cálida, tan fina y tan elegante.

Caminas de puntillas intentando no ensuciar tus pies descalzos, mi camisa baila en tu cuerpo y tengo celos de ella.

Te amo tanto.

Necesito de ti, siempre necesito de ti.

Ven y acércate a mí ¿Quieres?

Seguramente dios me ama, de otra forma no me habría concedido el placer, el inmenso placer, de conocerte.

Te acercas a mí al percatarte de mi mirada en tus esbeltas piernas desnudas y yo podría deshacerme en infinitos «gracias» al tiempo y al espacio.

Eres una bendición en todo sentido.

Eres mi bendición, aquella que transforma todo a su alrededor y lo convierte en el paraíso.

Afuera está lloviendo, sin embargo tenemos el ventilador encendido por todo el calor del verano al que tú ya estás tan acostumbrado.

Yo noto a ése destartalado pero funcional ventilador girar y girar en el centro de la habitación mientras tú frotas descaradamente tu desnudez sobre la mía.

Amo ésta posición.

Te amo a ti.

Amo que estés encima de mí y que, con tus bonitos dedos finos que no conocen otra cosa que no sean los libros, busques mi hombría y la guíes al altar entre tus piernas.

Te amo tanto y me excitas tanto.

Eres todo lo que amo, todo lo que me gusta.

Eres la combinación perfecta para mí.

Eres un amanecer hermoso, eres mi amanecer, aquel que me hace querer vivir el día lentamente, con calma, disfrutando incluso de un pan sin mermelada o de un café sin leche, y es que tus labios son la mermelada y tu piel es la leche mi amor.

Y yo solo quiero devorarte más y más cada día.

Estoy obsesionado y lo sé muy bien.

Te mueves sobre mí con desesperación, buscas tu propio punto de placer, lo buscas sobre mí y lo encuentras demasiado pronto, tanto que debo detenerte y tumbarte rápidamente sobre la cama.

Me gusta cuando tomas el control, pero me gusta más tener yo el control, y justo ahora, y aún a sabiendas de que de todas formas terminaré haciéndote aquello que cristo predicó, aún así quiero tomarme mi tiempo.

Quiero sacar de tus labios de rosa y manjar todos los gemidos habidos y por haber, incluso aquellos que denotan dolor y sobretodo aquellos que denotan placer.

Me muerdes con fuerza para obligarme a dejar de tomarme mi tiempo, sonríes y me susurras…

 

«Dame duro».

 

La forma en la que mordisqueas tus labios.

La forma en la que arañas mis brazos.

La forma en la que acaricias mi cintura con tus bonitas piernas y…

 

«¡Vamos, vamos! ¡Dámelo duro!».

 

Tu voz diciéndome eso es lo único por lo que mataría…

—Despacio primor… —te susurro, apresando tus manos sobre las sábanas, deleitándome con tus jadeos—. Tómalo con calma, ¿Sí?

Y es que primero quiero que me sientas.

Quiero que me sientas salir lentamente de ti y quiero que me sientas entrar.

Quiero que sientas mis venas, su palpitar.

Quiero que sientas cómo se abre paso en tu paraíso.

Quiero que lo veas en tu mente, goteante, duro, y que cuando esté dentro por completo sientas también la caricia de mis testículos que están llenos de todo el amor que vaciaré en tu delicioso agujero mi amor.

Quiero durar el mayor tiempo posible contigo, algo imposible dada tu insistencia sexual.

Y es que tú eres un imán.

Un imán que me seduce, me atrapa, me embriaga, me obsesiona… me apasiona.

Eres un imán y yo soy ese metal fuerte, duro (tú lo sabes), que se deja arrastrar por tu lujuria carnal.

De pronto, te siento vibrar.

Hay un jadeo ahí.

¿Toqué ése punto?

Perdón amor, pero aún no es el final. Así que me acerco a tus labios abiertos y te doy una caricia con mi lengua.

Tú no lo sabes, pero voy armando un plan para pasar de lo lento y suave a lo que más te gusta, y hacer que tu pulso se acelere y que la respiración te falle. Hacer que me dejes marcas en la espalda. Hacer que me pidas por un segundo para poder tomar aire.

Pero por ahora no amor.

Ahora mismo esto me está gustando demasiado.

Me gusta hacértelo lento, con calma. Tomarme mi tiempo.

Y sé bien que todos mis sentidos me piden violarte con desenfreno, pero dada tu fragilidad, esto hay que tomarlo sin ningún apuro mi amor.

Despacio.

Así es como me gusta.

Me gusta verte aprender el ritmo suave de mis caderas contra las tuyas.

Me gusta ver tus caderas moviéndose a ese ritmo lento y profundo.

Me gusta oír esos jadeos suaves, esa respiración profunda.

Me gusta que me mires mientras observo la forma en la que salgo y entro con calma de ti.

Despacio, así me gusta hacértelo.

Me gusta poder acariciar tus piernas sin dejar esa rítmica suavidad húmeda.

Me gusta acercarme a ti y respirar el aroma de tu cuello, ese aroma de colonia afrutadamente profunda mezclada con sudor y con el aroma del shampoo.

Me gusta susurrarte lo mucho que me excitas, lo mucho que quiero violarte.

Me gusta tomarme mi tiempo para que luego no se te olvide, para que luego, cuando no estés conmigo y estés en tu iglesia, te acuerdes de esto, de lo nuestro… de mi sexo.

Quiero que recuerdes siempre ésta mirada mía, ésta mirada que te desnuda a besos, despacio y con calma.

Quiero que recuerdes que éste hombre entre tus piernas que se hunde en el altar entre ellas, ha firmado tu piel con sus besos y con su lengua.

Quiero que recuerdes que solo yo, escúchame bien, solo yo… he grabado con mis propias manos mi nombre en tu cuerpo, en tu sexo y en tus labios.

De pronto, te cansas de esa posición, te enderezas y te subes sobre mí.

Yo me recuesto y te acomodo bien, te ayudo a marcar un nuevo ritmo, pero tú me sigues el anterior juego y sigues hundiéndome lentamente en ti.

Ahora lo estás sintiendo, ahora tú también lo quieres así, despacio y con calma.

Me gusta eso.

Me gusta ver tu cabello hecho de luna y plata bailando sobre tu frente y pegándose a tu cuello.

Me gusta ver tu ritmo.

Me gusta que apartes la tela de mi camisa que traes puesta, y acaricies tus pezones, enseñándole a mi boca el lugar en el que te gusta tenerla.

Ése, tu lugar favorito, tu lugar bendito que ahora mi lengua acaricia y mis labios saborean para complacerte.

Lo que sea por complacerte primor.

Lo que sea para que me permitas sobrepasarme contigo.

Lo que sea para que me dejes pasar una y otra vez por esas zonas tuyas, erógenas, sí, peligrosas, también.

Lo que sea por ser yo quien te haga vibrar y gritar y retorcerte de placer, de excitación, de agitación, de lujuria… hasta hacer que olvides tu nombre, tu apellido, tu profesión y tu dios.

Tú sigues allí, en mi juego que ahora es tuyo.

Tu concentración en sentirme dentro de ti es seductora. Necesito un beso con urgencia, ¿Si te lo pidiera me lo darías? ¿O debo exigírtelo?

Tus ojos de cielo despejado se posan sobre mí.

Sé que lo estás pensando.

Pero a diferencia mía que llevo unos segundos calculándolo, tú te acercas valientemente y sin rodeos y suspiras en mis labios, los acaricias con tu lengua, enredas tus dedos en mi cabello y me atraes para que reaccione y te exija más profundidad, más humedad, MÁS.

Mientras te beso con toda ésta embriaguez apasionada, puedo sentir tu corazón desbocado en tu pecho pálido.

Tú sabes lo que yo provoco en ti.

Tú sabes lo que buscas en mí.

Tú sabes que te amo, que te respeto, que te venero… pero por sobre todas las cosas, tú sabes que te deseo.

Sabes que siempre quiero que pruebes mi boca.

Sabes que siempre quiero que relamas tus labios después de un beso.

Sabes que siempre quiero que me saborees en tu paladar mientras te alejas a seguir con lo tuyo.

Sabes que siempre quiero experimentar cuánto aguantas, cuánto quieres, cuánto necesitas, cuánto amor te cabe.

Y si antes no tenía prisa, ahora sí mi amor.

Ahora quiero completar el viaje. Empezamos lento, ahora voy a violarte.

Ahora vamos a ir salvaje, así como te gusta, violento, impulsivo, despiadado, cruel y agresivo. Fuerte y brusco.

Tú ya lo pediste al principio.

 

«Duro, mi amor, duro».

 

Y ahora lo repites al sentir mi renovado entusiasmo.

Así también te quiero.

Y es que es cierto que me gusta lento, profundo y húmedo.

Es cierto que me gusta ir despacio y suave contigo, ir paso a paso sin saltarme nada para disfrutar absolutamente de todos tus suspiros.

Me gusta pegarme poco a poco a ti y susurrarte obscenidades, susurrarte sacrilegios contra tu cuerpo e ir provocándote y exaltándote.

Me gusta cuando me besas con maestría y destreza, exigiendo que cumpla mis promesas sexuales.

Me gusta ver ése brillo malicioso en tus delicados ojos de dulce zafiro suave.

Y es que eres perfecto en todo, eres sexual, carnal, eres una fatal deidad lujuriosa, un rompecabezas bellísimo que solo se arma conmigo, con la pieza entre mis piernas.

Y después de tomarnos nuestro tiempo jugando aquel juego lento, después de hacerlo así como lo hacemos en ésta gloriosa cama bajo éste glorioso techo, ahora… solo quiero oírte gritar.

Ahora solo quiero oírte nombrar a tu dios.

Ahora quiero oírte recordarlo sabiendo que lo que te doy es comparable a su venerada majestuosidad.

 

«¡Sí! ¡Ahí! ¡Ahí, mi amor! ¡Justo ahí!».

 

Con eso me conformo primor.

Con eso puedo moverme dentro de ti por siempre hasta que ruegues para que te dé un respiro.

Ahí es cuando te veo ondularte en la cama.

Ahí es cuando te veo acariciar y estrujar las sábanas y la almohada.

Ahí es cuando te escucho un gemido similar al sollozo y al canto, un gemido agudo que me indica que estás por llegar a las estrellas.

Ahí es cuando vuelves a acariciar tus pezones, ahí vuelves a mostrarle a mis labios el camino a tu lugar favorito.

Ahí llegas. Y llegas junto conmigo.

Ahí tocas las estrellas, las estrujas, las quiebras y las pulverizas en tus puños cerrados mientras mis labios succionan tu pezón sacrosanto.

Y después de una muerte lenta… regresas a mí con una sonrisa llena de satisfacción.

Recuerda eso siempre.

Recuerda que solo yo te satisfago así, que solo yo soy suficientemente hombre como para llenarte de placer, de lujuria, de deseo… y envolver todo ése sacrilegio con éste amor sublime, con ésta veneración que mis ojos te dan cada vez que te miran, con ésta reverencia que mi piel te da cada vez que te toca.

Recuérdame Vitya.

Recuérdame amándote.

Recuérdame siempre.

 

* * * * * * * * * *

 

Al final, hoy es mi último día de vacaciones.

Voy a la iglesia para escuchar paso a paso la primera misa.

Observo a Victor rezar, cantar, leer, hablar y reflexionar, lo veo rezar otra vez, lo veo pedir, lo veo convocar a aquellos confesados que quieran el cuerpo de cristo y yo me acerco y me formo con los demás esperando mi turno.

—Cuerpo de cristo… —dice él.

—Amén… —contesto yo, sin apartar la vista de sus bonitos labios de cereza que desearía poder besar con profunda devoción.

Pero él apenas me mira mientras pone sobre mi lengua aquel objeto que acaba de consagrar a su dios.

¡Y en el nombre de su santísimo cristo!

Si toda ésta gente no estuviera aquí, esos labios de cereza gritarían mi nombre sobre el altar.

Y es que sin importar que él sea un hombre, y sin importar que yo también sea uno, sin importar nada más… ante mis ojos él es como la virgen.

Así de dulce.

Así de puro.

Así de cálido, amoroso y virginal.

Y yo muero.

¡De verdad muero!

Por ser su espíritu santo.

Pero es que ésta virgen ni me mira.

Y sencillamente no me mira porque no me conoce.

No sabe mi nombre, ni mi apellido.

Jamás lo he tocado, jamás he probado sus labios afrutados, jamás he profanado su agujero caliente y húmedo, JAMÁS.

Por lo menos no fuera de mi cabeza que está llena de una imaginación lujuriosa y amorosa en la que él es una virgen a la que yo hago concebir pasión, deseo y amor.

Mi virgen, mi sacrosanta, pura y, en mi imaginación, lujuriosa virgen… mi Vitya…

Adiós.

 

 

 

 

Fin.

 

Notas finales:

 

* * * * * * * * * * * * * * * * * * * *

Hola~ 

Llegaste hasta aquí!!! Yei~

Cuando escribí éste fic confieso que estaba escuchando (sí, es tan obvio que ya lo habrán adivinado, y si no pues se los digo) la afamada aunque no tan apreciada canción de Luis Fonsi… me refiero a Despacito xD

Ni idea de cómo estaba escuchando una canción que se aleja tanto de mis gustos (confieso que me gustan más las canciones en inglés) y la versión que fue la… ¿base? (analicé la canción letra por letra :’v) para éste fic fue aquella en la que colabora el joven Bieber…

Como sea, la canción notoriamente tiene tintes bastante sexuales así que solo di rienda suelta a mi imaginación xD

Muchas gracias por leer~

* * * * * * * * * * * * * * * * * * * *

 


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