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Fuego y miel por 1827kratSN

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Nadie era ajeno a las alianzas por beneficio, el propio Portugal ya pasó por algo así tiempo atrás, de lo cual se liberó por pura suerte y antes de que se concretara realmente. Por eso, y aunque sintió una puñalada en su ilusionada alma, no fue capaz de protestar o maldecir aquella treta amarga.

Por el contrario.

Se quedó cerca de aquel gran reino, charlando de aquello que no querían saber, y enfrentando la realidad de ser el adorno de sus monarcas. Porque para evitar enemigos poderosos, un matrimonio sin amor se llevaría a cabo sin opción. Ninguno podría ser tan egoísta como para luchar por la felicidad propia mientras ponían en riesgo la de muchos otros.

Se tomaron de la mano una última vez.

Y aun así, por mero capricho, prometieron que apenas acabara aquello… se volverían a buscar para retomar aquel paseo y concretar los deseos secretos que ahogaron entre sus labios.

Pero fue duro.

—Debe comer, mi señor.

—No tengo ganas —Portugal suspiraba sin ánimo mientras atravesaba su salón—. Lo haré después.

—Estaré atenta a sus órdenes.

Su mente procesó el suceso como un amor obstaculizado y pospuesto, pero su alma, su esencia, lo tomó como un luto, una pérdida. Su instinto rogaba salir de aquella casa e ir en busca de aquel amor que creyó suyo para seducirlo… o morir por él. El fuego animal que envolvía su existencia le gritaba porque peleara contra todos para ser feliz.

No pudo dormir por el cimbrar de sus oídos que escuchaban aullidos fantasmales e irreales, se pasó días enteros admirando las nubes y suspirando sin cesar. Se deprimió tanto que perdió las ganas hasta de disfrutar de sus salidas furtivas para mezclarse con los plebeyos. Pero no podía dejarse morir, aunque su instinto quisiera matarlo de dolor y tristeza, no era tan imbécil como para dejarse llevar por aquel devastador deseo.

Tal vez por eso empezó a escribir cartas con la letra más bonita que pudo desarrollar y tomó valor para describirse a sí mismo como un amigo, y solo un amigo, que no deseaba perder contacto con el reino que le prometió compartir sus victorias. Cuánta dicha tuvo cuando recibió la primera respuesta, fue tan satisfactorio para su alma quebrada que durmió plácidamente con aquel papel debajo de su almohada.

“¿Por qué no tomas la oportunidad y te embarcas en un nuevo viaje también? Sigue tu instinto y cumple el sueño de atravesar los mares como me relatabas cada que paseábamos juntos.”

Eso dictaban esas letras cursivas perfectas y Portugal sonrió divertido porque imaginaba ese rostro serio que hablaba con total convicción tal que terminaría por convencerlo. Su alma renació entonces, y a pesar de que aun sentía el dolor de la pérdida y las ganas de correr hacia un sueño junto a su igual, decidió escapar un tiempo.

Asistió a la boda de Britain porque lo invitaron, vio con tristeza como aquel reino de hermosa sonrisa permanecía sereno y neutral mientras unía su alma con un francés escueto que sonreía victorioso, presumiendo de la vida robada de alguien más. Portugal nunca simpatizó con aquella representación, y ahora mucho menos. Aun así, se presentó como cualquier buen amigo y felicitó al matrimonio.

—Seguiré tu consejo —le dijo en susurros tras abrazarlo por segundos apenas.

—Te convertirás en hombre de mares —bromeó el británico.

—Y cuando te liberes de tus cadenas, te invitaré a viajar conmigo —le sonrió.

—Siempre me han gustado los barcos.

—Te dará envidia el mío —aseguró.

—Buen viaje, querido.

—No me llames así o tu esposo se encelará.

—No nos conviene.

—Nada nos conviene en este momento —le golpeó amigablemente el hombro.

—No dejes de escribir, Portugal.

—No dejes de sonreír, Gran Reino.

Su despedida fue como un mal augurio y mal chiste.

Porque nada permanecía igual, el tiempo cambiaba las cosas y a los seres, desfigurando lo que alguna vez fue la sonrisa soñadora de uno y la mirada ilusionada del otro.

Los años que llegaron fueron duros.


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