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Venecia contigo por PinkuBurakku

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Notas del capitulo:

 

Nota: * il mio ragazzo mi stava aspettando, Qualche problema?... - Mi novio estaba esperandome, ¿algun problema? -... Dammi la tua tavola migliore - Dame tu mejor mesa.

** Il miglior tavolo... Signore...? - La mejor mesa... Señor...? 

 

Gracias a Riona_Sagita, por comentar el capítulo, bienvenidx a mi loca historia. <3 

 

5/17

 

Cascare nei tuoi occhi - ULTIMO

 

     Se dice que los adultos conscientes son seres pensantes, mismos que ataviados de instinto de supervivencia, pueden reconocer a la perfección el peligro y cómo evitar dicha cosa, solventando así las situaciones dónde su cuerpo o mente queden comprometidas a la desdicha. Debe ser así, se supone que debe ser así. Sin embargo, retornando sobre mis pasos, puedo contar más de una vez con ambas manos, todas las malas decisiones que he cometido en la vida, entre ellas por supuesto va punteando un pelirrojo pálido que me insulta cada hora, amenazando con confiscar mi casa para recuperar parte de su patrimonio, mismo que me he llevado al romperle el corazón y dejarlo en el altar. Sólo puedo rodar los ojos recordando las palabras casi siempre polarizadas de Ronald, me ama y me ruega que comparta mi ubicación, luego, me insulta e intimida. Su ciclo es tan vicioso cómo el hombre en sí, una realidad que con cada respiro helado en Venecia, se va asentando en el subconsciente. La peor decisión que he tomado, ha sido sin duda creer podía ser feliz a su lado, un paronarama tan oscuro como mí propio cabello; he sido un idiota. Sin embargo, la realidad de tal idea, apenas me puede tocar, por extraño que parezca estoy de buen humor, uno mucho más sólido que el día anterior, todo gracias a mi última mala decisión.

No tengo certeza cómo volví a la habitación ni en qué lamentable estado, sólo recuerdo no andar sólo; de hecho si me concentro lo suficiente, solventando la jaqueca y serpenteando las sombras distorsionadas del alcohol residual en mi cuerpo, aún puedo sentir los dedos de Tom contra los propios, indicando el camino conjunto; también puedo corretear la sensación electrizante de su despedida en la piel. Es un poco patético que esto sea lo más claro de la noche anterior, pero me consuelo con saber qué fue lo último vivido, la última conciencia que mi mente pudo tomar antes de caer en la oscuridad. No recuerdo mucho más, debí tener calor a pesar de los bajos grados en Venecia, pues abrí las puertas del balcón de lado a lado, dejando que el aroma húmedo de la ciudad me bañase no sólo los sentidos, sino la racionalidad. ¡Estamos en invierno!. Afortunadamente, a pesar del poco sentido de conservación y el chapuzón improvisado el día de ayer, no me he enfermado; no en demasía al menos. El ligero mareo por tanto alcohol aún no diluido en mi organismo y el dolor de cabeza por la resaca, componen nimiedades para la indómita ciudad que se alza, bajo mi balcón concienzudamente cerrado. Sólo puedo agradecer a los buenos Hot toddy's que tomé antes de llegar Tom, me han salvado de una luna de miel llena de mocos. 

Ingiriendo con cuidado un par de aspirinas, doy un paso hacia la puerta; aún puedo andar, Venecia me espera. Al salir de la estancia, tomo un par de segundos para admirar la madera semejante a mi lado. Una figura altiva, desprolija y despeinada se transfigura contra la puerta; Tom en su máxima expresión parece dibujado en mi mente. Sólo lo he conocido por un día, sin embargo, esto ha sido suficiente para ir por vertientes diferentes en pocas horas, yendo de polo a polo con el hombre. Irritación, seducción, seriedad y euforia, todo lo he probado de la mano del pelinegro; siento la ligera sensación de que no será la primera vez que pueda ver una faceta discordante del hombre, después de todo hemos prometido olvidar juntos, aunque fuera en medio de la locura del alcohol. Al tomar el ascensor, tengo en lo que parecen días, una razón válida para recorrer el mundo, dejando la oscuridad del fantasma de Ronald, encerrado junto a su recuerdo en la suite. En algún lugar de Venecia, Tom está quizás maldiciendo en su perfecto italiano a otro turista imprudente o embriagando a los mismos con buenos cócteles decadentes y exquisitos. Esa debe ser su marca registrada. Ando por el vestíbulo animado, surcando con cierta palidez el bar; el sabor amargo de la Ginebra aún me perturba el paladar. Sólo al llenar los pulmones del helado y viciado aire Veneciano, se que estoy listo para un buen día, la noche por supuesto, ha sido fantástica.

Uno de los atractivos de Venecia, además de su obviedad cómo paraje del amor es la belleza de sus calles y canales, siempre ribeteados de misterios e historias por contar entre la sobriedad de un buen paisaje. Por ello, he reservado uno de los tours más costosos de la ciudad, con el único objetivo de resolver sus misterios, hasta perderme en la fantasía de sus calles. Dicha experiencia, ha empezado con un pie tambaleante; aunque apenas empezaba el recorrido, después de la caída en el canal, poco fue lo que pude vislumbrar en medio de mi irritación con cierto azabache. Por lo cual, empezando de nueva cuenta, espero ponerme al día. A pesar de no tener la cámara en mano por la obviedad de la situación, no dejó nada que desear cómo el estereotipo de turista enamorado de Venecia; ando con garbo y diccionario en mano, mientras voy traduciendo lo mejor posible los nombres de las calles y las pocas palabras que alcanzó a sostener del guia. Este hace una perfecta interpretación en italiano e inglés cuando parezco perdido; disfruto cómo un verdadero nerd de las primeras paradas del día. El viento sopla ligeramente erizando la piel y las nubes amenazan con soltar toda su furia sobre la ciudad, aún así, avanzó con una sonrisa, olvidándome del mundo mismo mientras me pierdo en la fantasía de la ciudad. La mañana pasa tan deprisa que cuando tomo el primer respiro del día, ya estamos a la mitad de este. La resaca ha desaparecido al igual que el mareo; el estómago en sintonía con mi buen humor, decide rugir al llegar a la Piazza San Marco, la única plaza en Venecia según el guía. 

Aunque este se extiende en explicar los edificios colindantes y la historia de la piazza, me alejo del animado grupo para tomar un respiro; ya los alcanzaré después de descansar, aún tengo seis días en Venecia, no hay prisa. Ando despacio sin saber muy bien a dónde ir, vagando de derecha a izquierda hasta hallar un lugar que parece bueno, el mismo está abarrotado en su frente de mesas y sillas perfectamente colocadas, formando pequeños conjuntos íntimos de dos o cuatro sillas, estás en sus tonalidades crema y blancas, me llaman cómo una abeja al panal; es tan elegante, instintivamente una figura se dibuja en mi cabeza al pensar en dicha cualidad; no lo he visto en el día. Quizás está en otro grupo o tour me consuelo. Acepto dicho consuelo, sin querer ahondar en el pensamiento que he nombrado al pelinegro al menos un puñado de veces en toda la mañana, lo cual, puede llegar a ser perturbador depende de la perspectiva; sólo lo he conocido por un día, una tarde de hecho. No debo perder la cabeza. Conforme con la solución rápida y tajante que me he impuesto, desechando el asunto de Tom cómo un mero recuerdo, me apresuro a tomar asiento fuera del gran café. Al instante un camarero con toda la pinta de querer vaciar mis bolsillos, se precipita a mi mesa. Me detengo a admirar un momento su perfecto traje blanco con pajarita incluida. ¿Cuánto cuesta este lugar?

La respuesta me llega al instante cuando el camarero, me tiende la carta, murmurando un par de palabras en un exquisito italiano; guardó silencio no sólo por la ignorancia de lo que dice, sino por lo exorbitantes precios que se plasman en la carta. ¿Todo eso por un café?. Nunca he escatimado en gastos a la hora de comer, pero esto es simplemente absurdo. Aunque no sepa italiano, sé perfectamente la conversión de un Euro. No gracias, dejó los cafés elegantes para otra luna de miel. Amablemente entregó la carta devuelta al camarero, mientras apuro el paso, echando un vistazo al letrero del lugar. Florian. Incluso el nombre suena demasiado elegante para mí, excesivamente pomposo. Debí echar un vistazo mucho más sensato a las pesadas cortinas pálidas, mismas que adornan los grandes ventanales por el exterior. De pie, intento retroceder, buscando un lugar menos extravagante para un simple almuerzo y un café. Justo lo que necesito para seguir el día. Aún así, mi rápida escapatoria queda truncada por el camarero que al correr la silla hacia un lado, atrapa mi muñeca murmurando un par de palabras en italiano, mismas que por obviedad no entiendo. Intento comunicarme en inglés, repasando de igual manera las pocas palabras que he aprendido en italiano, sin embargo el hombre sólo afianza los dedos en mi piel con más energía, hasta que el agarre se torna doloroso. ¿Que filosofe en la mañana?, ah sí, instinto de conservación y supervivencia. 

Jadeo bajo ante la fuerza inminente del agarre, subiendo estrepitosamente el tono cuando el camarero también lo hace; intentando retenerme a toda cosa, despotricando tan rápido que el ligero mareo por el alcohol vuelve, pero esta vez de plena irritación. Ambos gritamos en el calmado medio día Veneciano; todos comienzan a vernos con demasiada fijeza. Aún así, esto no amedrenta mi espíritu, insultando al camarero en mi lengua materna cuando tengo certeza que lo hace en la suya, forcejeamos hasta que la carta en sus manos cae sobre la mesa y me toma a dos manos para zarandearme con fiereza. Le devuelvo el gesto, intentando apartarme, forcejeando tanto que las uñas se aferran al otro y un ligero ardor me recorre la piel, mismo que sirve cómo fuego para tirar con mucha más energía, hasta que ambos cuerpos se tambalean en diferentes direcciones. El camarero cae hacia atrás, hasta que debe sostenerse de las chirriantes sillas para no caer sobre su trasero; lo imito perdiendo el equilibrio, sin embargo no puedo sostenerme de una silla cómo el sujeto, trastabilló burdamente hasta detenerme en seco; una poderosa pared me recibe hasta que reboto oscuramente contra esta, el sonido de un hueso tentando sus límites se escucha en el repentinamente calmo medio día. Nuevamente jadeo, pero esta vez sólo por la sorpresa de sentir, un antebrazo rodearme por completo la cintura, aferrándome aunque el cuerpo conectado al miembro, convulsiona con un quejido ahogado.

- Siempre que te veo, termino lastimandome... - Se queja en medio de un gemido doloroso, salto por la mera impresión de escucharlo tan cerca; el rugido de un hueso resuena nuevamente, rápidamente me giro para dar de frente con el hombre -... ¿Debo preocuparme? - Inquiere con una mano sobre su nariz, la misma bombea sangre cómo una fuente rota, sin que el pelinegro pueda contenerla. ¡Mierda, le he roto la nariz!.

- ¡Tom! - Jadeo espantado, tomando la manga de mi propia camisa cómo tapón para el caudal incesante de carmín; presiono con fuerza, recordando a toda prisa cómo detener un sangrado nasal. Vamos nerd, recuerda.

- Al menos me recuerdas... que dicha - Ironiza el hombre, sacando un pañuelo del bolsillo superior de su saco con la mano libre. Aún haciendo presión casi le arranco la tela con la otra mano, reemplazando el tapón; poco me importa la mancha cruenta sobre mi muñeca.

- Maldición - Me quejo aturdido, empujando con vehemencia el pañuelo inundado en carmín. Tom, echa la cabeza hacia atrás hasta que me es difícil igualar su estatura. Tampoco me permite el movimiento al tenerme atado de la cintura. Sin embargo, no es su estatura la que me devuelve a la realidad, sino el incesante parloteo tras mi espalda.

- Vete al demonio - Insulto al camarero aún despotricando en italiano, lo ignoró deliberadamente, serpenteando las fosas nasales lastimadas de Tom. Este me dedica una curiosa mirada detrás de sus largas pestañas. Echa un corto vistazo al idiota vestido de blanco a mi espalda.

- ¿Todo bien? Aunque seas bastante caótico, él suena irritado - Señala al tipo que avanza hacia nuestro extravagante encuentro, empujo con un poco de sorna el pañuelo contra la nariz ajena, sólo para escuchar su siseo adolorido; mucho mejor. No soy caótico.

Tom sin embargo, no suelta otra de sus astutas palabras; se dedica a contener los jadeos ahogados mientras contengo su pequeña hemorragia. Me siento peor con cada mueca contenida que compone, es obvio lo doloroso que le resulta; sus dedos encajandose de vez en cuenta a mi piel, es solo un recordatorio constante. Tengo que incluso desviar la vista de su rostro, su guardaespalda tras su retaguardia, me observa con una mezcla de indiferencia e irritación, una ligera vergüenza me escala por el cuello y las mejillas, tornando caliente la piel. Sólo hago más difícil su trabajo. En mi humilde defensa, Tom a pesar del poco tiempo conviviendo a mi lado, siempre ha estado en el momento justo para que el desastre que es mi vida, lo consuma a la par. Técnicamente, no es mi culpa. Echo un vistazo a su rostro ligeramente moteado de carmín, parece un poco pálido, pero por lo demás; parece estar bien. Puedo respirar profundo ante dicha certeza. Sin embargo, la felicidad no es completa, la mía por supuesto mucho menos que eso, a pesar de que Tom está bien, el caos aún no acaba. El camarero por fin nos alcanza. El hombre al tener minima idea que no puedo entenderle, intenta con Tom, una respuesta mucho más vocal lo recibe. Es un poco vergonzosa la ignorancia, sobre todo al estar cómo un idiota, empujando un pañuelo sobre la nariz magullada del elegante hombre, sostenido por su mano,  mientras este discute entre siseos con el tercero en discordia

- ¿Qué te dice? - Preguntó bajito, frotando ligeramente la piel ajena, con la hemorragia contenida, esto sólo cómo un entretenimiento para diluir la vergüenza. Debo dar una gran espectáculo en medio de los dos hombres.

- Que debes comprar un mejor diccionario de italiano - Explica con burla el pelinegro, con la misma maldad, siseo ejerciendo más presión sobre su lastimado órgano, lo escucho rechistar; mucho mejor. Al parecer Tom vuelve a ser irritable cuando no tiene negronis en las venas.

- Tom - Advierto despacio, el ojiverde recibe el mensaje, aún así no se inmuta componiendo una extraña sonrisa. Sus labios llenos de sangre se curvan con diversión, la vergüenza sólo aumenta.

- Deja... terminarás de romperme la nariz - Acusa, retirando mis dedos pringados de sangre de su piel; sólo cómo medida preventiva para no terminar de estropear su afilada nariz, ahora un poco hinchada. Él mismo se hace cargo del poco caos que aún queda, limpiando a conciencia incluso sus labios. Al soltarme, retrocedo en su espacio personal.

- ¿Entonces? - Inquiero al verlo acicalarse celoso cómo un gato, aún en media disputa verbal con el camarero, el mismo que al ver por completo el porte de Tom sin mi intromisión en medio, modula su voz. Vuelve el meloso sujeto ansioso por dinero.

- Es una ofensa intentar huir de un sitio que ya has ocupado - Acusa con algo de malicia el ojiverde, entrecerrando sus ojos en diversión. Abro la boca indignado para refutar, pero el hombre es más rápido, aún enfrascando su atención en otro ser.

- il mio ragazzo mi stava aspettando, Qualche problema?... - Aspecta, deshaciéndose de su pañuelo ya por completo rojizo, tendiendoselo sin mirar siquiera a su guardaespalda, mismo que se apresura a sostenerlo; el pelinegro no desvía su mirada al frente, frunzo ligeramente la boca sin entender su verborrea, sólo sé que el silencio consume toda la tarde -... Dammi la tua tavola migliore* - Ordena Tom, no se lo que pide; pero el camarero repentinamente quieto, se mueve con soltura después de echarme un significativo vistazo. ¿Qué le dijo?

No profundizo en la inquietud, el camarero aparentando impecables modales, vaga entre las mesas apostadas afuera, serpenteando las mismas con gracia, mientras nos conduce dentro del café. Le echo un vistazo a Tom, preguntando sin hacerlo a dónde vamos, he visto los precios de un simple expresso en el lugar, sin embargo esto no parece molestar en lo más mínimo a Tom quién anda tan altivo cómo siempre, a pesar que su traje ahora está salpicado de sangre y sus dedos, están por completo llenos de carmín. El estirado hombre, penetra la puerta de entrada cómo esperé, a pesar del ligero desorden en su apariencia, encaja por completo en la estancia; perfectamente elegante. El hombre expele gracia, calma y clase mientras surca los cortos pasillos, llenos de mesas individuales y sofás de terciopelo rojo. Plazas íntimas, ataviadas de ornamentos y destellante dorado, por poco me lastima la vista mientras andamos. Casi al extremo del gran café nos detemos por fin, en una de las tantas lujosas estancias. El exquisito dorado y rojizo, me cubren por todos lados. Un gran ventanal, da un ligero vistazo de la tarde oscureciendo ante la inminente lluvia; las nubes se han cansado de sostener su pesada carga, hasta que la expulsan sobre los incautos a sus pies. Agradezco estar dentro, incluso se siente un tibio calor, que sin duda es a causa de tanto pomposo aditamento.

Tom permite que el camarero ingrese primero, deteniéndose en el umbral de la ínfima habitación; analizándola con frío escrutinio. La estancia, está repleta de espejos con marcos dorados y gruesos, lámparas de luz amarillas ancladas a las paredes, pisos de madera pulida, techos impregnados de pinturas, marcos justamente decorados y cómo si fuese poco, un candelabro con aún más luz dorada; por si hacía falta un poco de brillo en el lugar. Respirar en el lugar, incluso cuesta ante tanto desborde de dinero; todo está en tal estado de perfección que temo andar con demasiada fuerza y romper el ligero murmullo de las pocas parejas en el recinto, Tom por otro lado, carece de dicho miedo, incluso parece satisfecho con la elección. Avanza decidido, ignorando los pocos comensales y sus miradas de soslayo, ante el estado rojizo de sus vestimentas se acerca hasta la impoluta mesa que el camarero, limpia hasta sacarle exagerado brillo. Es una hermosa posición, justo contra el ventanal; se puede ver la piazza desde el interior, aunque esté un poco empañado por el tormentoso clima. Imito a Tom al tomar asiento, la mesa hermosamente ornamentada, hace conjunto con un par de sillas, tintadas del mismo tono crema de las exteriores, sin embargo, tengo la ligera sensación que estas son muchísimo más preciadas. Una vez apostados, el camarero desaparece.

- ¿Qué le dijiste? - Murmullo contenido, sobreponiéndome en la mesa hasta alcanzar un poco del espacio personal de Tom. Intento retomar la conversación anterior, misma que el hombre sólo ha ignorado hasta ahora.

- Que eres un caos andante - Expresa Tom, ondulando su voz un poco más alta de lo qué me he permitido; el pelinegro me indica el tono en que podemos dialogar, con sólo esa acción me incita a dejar los ligeros nervios de lado, al estar en un lugar tan costoso. Tengo dinero, pero esto es un otro nivel. 

- Mientes - Acuso entrecerrando los ojos, admirando su espesa sonrisa; no espere verla tan seguido después de nuestro inicio, pero parece qué el hombre también puede componer una mueca diferente a la apatía y la irritación; aun con la nariz lastimada. 

- Por supuesto - Acepta sin pena alguna, me indigno al instante. ¡Quiero saber qué le ha dicho!. Ciertamente debe ser algo interesante, si me lo oculta con tanta insistencia. Eso sólo me carcome la curiosidad, un rasgo no muy apreciado de mi personalidad desbordante.

- Tom - Siseo en advertencia, sintiendo el camarero volver; esta vez con un pequeño recipiente con agua tibia y una toalla limpia. Al parecer, sí se puede comportar.

Tom no parece apurado en tomar lo traído; sólo me mira burlón desde el otro lado de la mesa. Me tomo un par de minutos para admirarlo, hasta ahora dicha cosa ha sido imposible, demasiado caos en pocos minutos, aunque no lo acepte de buena gana. Tom va tan impoluto cómo la noche anterior, sino es que más, lleva nuevamente un traje de tres piezas por completo en negro, sin embargo, esta vez le ha añadido un pesado abrigo sobre la chaqueta del traje y una bien anudada corbata. Monocromático nuevamente. Se ve incluso aún más formal que el día anterior, pero con un aire ligeramente diferente; si me aventuro a definirlo sería cómo atrayente, seductor incluso. Sabe cómo portar un buen traje. Su cabello va suelto, apenas peinado si me atrevo adivinar, casi el mismo aspecto que la noche anterior después de nuestro exceso de alcohol, aunque lo recuerde difuso, puedo aceptar con sensatez que le sienta mucho mejor. Todo va coronado como no, por una sonrisa curiosa de mi escrutinio y una nariz hinchada; aunque ahora por fin limpia puedo observar que el golpe, no ha sido tan extravagante, sólo escandaloso; la sangre siempre parece serlo. Nos debemos admirar por largo rato, el camarero carraspea contenido a nuestro lado, le dedico una mirada un poco brumosa, aún enganchado de la imagen de Tom. El hombre por otro lado, parece admirarme con la mayor de las claridades, incluso resulta un poco incómodo tanta fijación. 

- il miglior tavolo... Signore...?** - Modula con calma el camarero aún sin dejar de verme. Tom, también ejerce el mismo patrón, sin dedicarle ni un par de segundos al hombre. Ambas atenciones son mías,  no resulta cómoda ninguna premisa. 

- Riddle - Acota Tom, respondiendo una pregunta que hasta ahora, no concebía cómo tal, sin embargo dicha cosa sirve para que el camarero deje de mirarme y se enderece con mucha más pasión, analizando al pelinegro. Encarno una ceja curioso. Así que Riddle. ¿No era sólo Tom?.

Me limito a observar al aparente Señor Riddle y el cambio en el ambiente; el camarero resulta incluso lambiscon ahora reconociendo a Tom, sobre todo el apellido del hombre, mismo que apenas contemplo, repitiendolo en voz baja, hasta enredarlo en la lengua; tan refinado cómo el hombre ordenando en perfecto italiano. Hasta ahora retomo el rumbo de mis necesidades. Quería comer. Con la atención a medias de ambos hombres, puedo tener un poco más de movilidad; vago los dedos con parsimonia sobre la carta que ha traído el camarero, admirando cada bocadillo ofrecido, no compone por completo un almuerzo, pero cualquier cosa servirá; aún hay un tour esperándome a pesar de este pequeño interludio. Al repasar el apartado de cócteles, sonrío divertido al dar con uno conocido; nos volvemos a ver. Sobre la carta busco los ojos cómplices de Tom, mismos que se estrechan sin reconocer mi diversión por completo, pero tal como la noche anterior, me acompañan en la ligereza de mi carácter; recitando casi en automático nuestra orden. No me molesto en ordenar más allá de tentativo negroni, Tom ha decidido el resto por ambos. Una vez más, me dejó guiar por el hombre, en plena expectativa. Una vez solos, Tom en un acto de poco decoro para el lugar, sube los codos a la mesa, entrelazando sus manos entre sí, descansando su rostro magullado sobre los dedos, me observa con demencia. 

Su sonrisa, ni siquiera flaquea al encarnar con más energía una ceja, preguntando lo obvio sin susurrar media palabra; no me permite la amnistía de entenderlo, sólo permanece impávido. Imito su movimiento, penetrando el espacio ajeno, hasta que nuestros codos pueden rozarse si empujamos un poco más. Admiro al hombre relajado frente a mí. Al conocerlo parecía el perfecto arquetipo de villano de comedias románticas; atractivo, convincentemente adinerado, cruelmente coqueto y con una habilidad oratoria envidiable, todo cuando no está gruñendo, maldiciendo y siendo en general; un ser irritable, su segunda personalidad. A pesar del poco tiempo y la indignación por su burdo temperamento, esta lentamente se ha diluido con la divertida faceta que he podido excavar en el hombre; no es del todo gruñón, sólo fácilmente irritable. Nos observamos por largo rato en silencio, siendo arrullados por las conversaciones bajas en la estancia. El hombre debe escrutar mi personalidad con ahínco, pues sonríe de vez en cuando, sin compartir el motivo de su gracia, sin embargo, al no ser del todo burlona su sonrisa, no profundizó en sus acciones. Es extraño compartir dicho momento de quietud íntima, con un completo desconocido, no obstante, nuestro encuentro no resulta incómodo ni forzado; sólo calmo que en ambas personalidades, es todo un logro, Tom tiene el concepto que soy un caótico, aún así, el compone un perfecto huracán a mi lado. Uno atrayente.

Aunque reconozco los motivos que me han traído a Venecia, mismos que aún me persiguen si se lo permito; es estupido no apreciar el atractivo del hombre al frente, es simplemente atrayente por diferentes motivos. No debería sentir dicha atracción, aún así el alcohol o quizás la buena compañia, han abierto un nuevo panorama delante de mis ojos. ¿Qué hay de malo en disfrutar una charla interesante, con un medianamente coherente sujeto?. Después de todo, sólo es una charla simple y casi ociosa. He venido a Venecia a olvidarme del caos de mi vida, dejar de lado a la helada Inglaterra, Ronald, Draco y la fallida boda; he venido a entregar mi corazón al arte. Por ello, no debe haber remordimiento cuando he encontrado una gran pintura. Misma que me abduce entre sus pinceladas, mostrandome de a poco, los perfectos tonos y matices que la componen; aunque Tom puede llegar a ser meticuloso, se que también lo ha sentido, la extraña conexión que nos empuja sobre el otro, de manera bastante literal. Su nariz, es la prueba de ello. La sonrisa indeleble, sólo se acrecienta ante dicha verdad. Debo disfrutar Venecia y sus obras de arte, aunque esta sea el perfecto arquetipo de un atractivo renacentista, mismo que a la menor posibilidad, puede romper miles de corazones con sólo pestañear. No sucumbire a sus bamboleos de pestañas, por supuesto. Ni sus dimensiones arquetipicamente esculturales. Todo está bajo control. La debilidad de la tentación, aún está muy lejana. Al traer nuestros bocadillos, he recobrado por completo el apetito. Me permito un poco de recatada frivolidad. 

- ¿Riddle? - Inquiero con el primer bocado del sencillo risotto que ha pedido Tom, toda una proeza para el ostentoso hombre. Sin embargo, al degustar el bocado puedo entender su elección; está delicioso.

- Llámame Tom - Establece, hincando el diente en su propia comida, sin embargo, no pierdo de vista que a pesar de estar comiendo, su mirada está sobre mí. Un cómodo calor, se hace dueño del estómago. Quizás sea el hambre.

- Señor Tom, ¿puedo saber en qué trabaja?... - Interrogo a medio bocado, aceptando la bebida que el camarero entrega; el sabor de la Ginebra por extraño que parezca me reconforta -... No creo que seas un catedrático con una boca demasiado hábil, cómo pensé - Reconozco sin dejar de mirar a Tom; es obvio que por más sencillo que parezca el risotto a medio digerir sobre los platos, no es barato en absoluto. El dorado rodeandome es una prueba constante del tipo de lugar dónde estamos.

- Entonces me has pensado - Acota Tom, serpenteando con gracia entre mis palabras, ignorando deliberadamente la pregunta. Tiene una habilidad creo que innata para sopesar de manera natural los asuntos que no le causan placer alguno. Sabe cómo jugar con las personas.

- ¿Por un momento, puedes dejar de ser el rey del mundo? - Ironizo sin verdadera irritación, rodando con poca decencia los ojos ante la espléndida sonrisa que expone el hombre. Egocéntrico recuerdo. Casi el centro del mundo.

- ¿Por qué debería hacerlo? - Inquiere de vuelta, desde ya comprendo que contemplar una conversación con el hombre, es toda una proeza. Calcula cada una de sus palabras. Todo esto, lo corona por una elegancia innata y una seguridad envidiable. Narciso sin duda, ha encontrado un oponente en el ojiverde.

- Estoy intentando mantener una conversación - Farfullo dando los últimos bocados al risotto, tan delicioso hasta el final. El cóctel también se ha consumido con rapidez. El organismo lo tolera mucho mejor que la noche anterior, todo un gusto adquirido.

- ¿Te interesa?... - Inquiere dejando su postura juguetona e indiferente; incluso parece un poco sorprendido. Asiento con la cabeza, indicando que prosiga; Tom da un cuantioso sorbo a su propio cóctel -... Digamos que la vida es fácil para mí - Es la única respuesta que proporciona, entiendo que aún tiene sus reservas, lo cual es bastante respetable. Dejo el tema por el momento.

- Tan fácil que vienes a olvidar a Venecia - Susurro cambiando el tema, recordando nuestra escueta conversación la noche anterior, y la promesa que hemos realizado en la ebriedad.

- Si mal no recuerdo, tu también vienes a olvidar - Puntualiza con malicia, devolviendo la treta que hemos nombrado como conversación. Touché. Al retirar ambos platos de la mesa y renovar el cóctel, la complicidad entre ambos es por poco abrumadora. La comodidad se asienta agradablemente en las entrañas.

- ¿Hagámoslo juntos, en ese caso? - Interrogo divertido buscando una vertiente por la cual escaparme de Tom. Este se detiene un momento en el nuevo pedido al camarero, carcajeandose levemente. Apenas un murmullo afable.

- ¿Qué quiere hacer conmigo, señor Potter? - Demanda con una oscura dualidad que le cubre con intensidad las pupilas, hasta seducirme con sus verduzcos pozos. Me atraganto espantosamente con el nuevo cóctel. Riendo con menos soltura que Tom, al instante, tengo los ojos de toda la sala sobre el cuerpo.

- Todo es tu culpa, me siento cómo un bicho raro - Me quejo con las mejillas tintadas del profundo bochorno. Tom lo encuentra lo más de divertido. Riendo con mucha más elegancia sobre su propio cóctel. 

- Lo cual no eres... - Ironiza, dando el profundo sorbo a su bebida, lo imito terminando por completo la propia, una excusa para humedecer la garganta repentinamente seca; entrecejo los ojos maldiciendolo bajo. ¡No soy un bicho raro, él lo es! -... Es decir, este lugar tiene poco de personalidad, mucha clase... Lo usual. Ha servido de sede de grandes personalidades... - Explica con vehemencia, aunque se lo que ha insinuado. Aún así, sigo su sucio juego, interesado en la nueva descripción del lugar. Apenas se su nombre -... Personas importantes - Acota en un susurro, recibiendo el café que el camarero ha traído bajo su pedido, también deja con elegancia un par de galletas ovaladas frente a ambos. Tom apura su coctel hasta acabarlo. El camarero desaparece nuevamente. 

- ¿Sabes su historia? - Preguntó con duda, no por la capacidad de Tom; sólo la sorpresa de que el hombre sepa algo tan banal. Aunque por la iluminación que le gobierna las facciones, el lugar no parece tan sencillo.

- Por supuesto - Acepta casi con orgullo, dando un sorbo a su café. Lo imito. Otra cosa que está increíble.

Dando cuantiosos sorbos al café, dejando que se asiente en el estómago encantado; presto mucha atención a las palabras de Tom, resulta que sabe mucho más que un poco del café; Tom me relata su historia al completo, entre sus palabras entiendo porque lo costoso de sus precios. Es el café más antiguo de todo el mundo y el más importante de Venecia; tal cómo el catedrático que lo he acusado antes, Tom despliega un interesante conocimiento por el lugar, Venecia y la plaza dónde nos encontramos. Sin embargo, a medida que pasa el relato y el café se diluye en mi organismo, consumiendose por completo; no puedo prestar atención a otra cosa que no sea, sus labios al moverse. Tal cómo la noche anterior, quedo preso de esas dos pequeñas protuberancias que coronan su boca, la misma que se mueve con energía al salir del Florian; casi parece mi guia turística, señalando las edificaciones que se alzan frente a nosotros, bajo el ligero sereno que ha quedado después de la espesa lluvia. No obstante, un guía turístico, no sostendría a sus clientes por la muñeca cómo lo hace Tom. El hombre ajusta los dedos con debida firmenza a mi muñeca, tirando de esta cuando quiere cambiar de rumbo en su parsimonioso recorrido. 

A pesar que siento la sombra muda de su guardaespalda cerca, le permito que me sostenga la muñeca e incluso un poco más abajo, cuando el hombre no ve rechazo alguno; entrelaza ligeramente los dedos con los propios, empujándome de un lugar a otro mientras andamos. A nuestro alrededor un par de ojos nos escrutan con poco tacto, no obstante al ver la sombra a nuestra espalda, todos siguen su camino. Tom no parece al tanto de dicha cosa, cómo tampoco de la mirada que le dedican algunos turistas; por completo encantados con su porte, mismo que aunque le he echado a perder, aun se ve increíblemente bien. Renacentismo, es lo unico que puedo pensar al recorrer su perfil. Me jacto con orgullo insanno al saber que por una vez más, he desordenado al impoluto hombre. Maravillosamente en medio de la plaza, damos con nuestro tour, también han tenido su descanso adecuado, ahora todos se alzan ante un gran edificio qué corona una gran parte de la plaza. El edificio está rodeado de pequeños ventanales, columnas y arcos de medio punto. Es imponente y atrayente. Un poco rezagados del grupo, sigo a Tom al interior.  

- Entonces estamos en... - Murmuro observando con aprehensión los finos cuadros apostados por todas partes, ribeteados cómo no puede ser de otra manera, de profundo dorado; los gigantescos marcos y ornamentos centran mi cabeza para hallar el nombre del lugar -... ¿El palacio Ducal? - Preguntó dudoso, aunque Tom me haya explicado todos los edificios; nunca he entrenado a alguno. Por el ligero apretón entre los dedos en consideración, he atinado al sitio. 

- El mismo - Concede con exquisitez. El hombre parece orgulloso de mi respuesta, mientras andamos por el reluciente piso encerado.

- ¿Alguna historia que contar, señor Tom, mi guía personal por Venecia? - Preguntó en un morboso jugueteo, teniendo la respuesta desde ya; sin embargo, Tom da otro ligero apretón a nuestros dedos unidos, comandando el camino lejos del tour. Parece encontrar una vertiente mucho más interesante para ambos.

- Mucho por relatar... - Acepta, acercándose un poco más, mientras nos escabullimos del tumultuoso grupo que entre preguntas y exclamaciones de asombro, avanzando por todo el palacio -... Incluso puedo jurarte que se más que la guía... - Promete con orgullo y como no, su dosis justa de narcisismo, misma que con las horas acepto que le queda de maravilla al hombre; siempre puedo encaminarlo si se eleva demasiado sobre nosotros, los mortales -... Te invito otro negroni, si es así - Murmura sobre mi oído, Tom ha avanzado con facilidad entre mi espacio personal, hasta que siento su cuerpo en la espalda, rodeandome oscuramente a pesar de no estar tocándome por completo.

Acepto el ligero reto que compone el conocimiento de Tom, sintiendo un cruento escalofrío cuando el hombre, empuja un poco más decidido contra mi espalda, susurrando un par de palabras inentendibles aún más cerca de mi oído, tanto, que su aliento me hace cosquillas sobre la piel. Apenas lo comprendo, no porque explique la historia del palacio en otro idioma, sino, porque su cercanía me funde por completo los sentidos. Sólo puedo centrarme cuando deja la sorpresiva tortura que compone su cercania. A pesar de ello, no me suelta los dedos, mientras nos empuja de un lado a otro, aparentemente tomando en serio el asunto cómo guía turística. No tiene caso, sé que me invitara ese dichoso negroni. Después de todo, sólo puedo enfocarme en su forma de modular; la gracia con la que se mueven sus aparentes suaves labios y la malicia que expresa en la comisura de su boca, al saberse con toda mi atención, aunque no por los motivos que él cree.

Vago por el encanto de sus facciones, redefiniendolas de nueva cuenta, siempre llegando al mismo punto; vilmente atractivo. Me pierdo en sus ojos cuando los pensamientos, se vuelven sutilmente escabrosos sobre sus labios y ansias que no creí capaz de sentir, burbujean en las entrañas. Sin embargo, la decisión es poco acertada y en un despliegue de mi poco instinto de supervivencia, quedó prendado del par de lagos verdosos. Tan enigmáticos y atrayentes que me consumen al instante; en un mero suspiro, estoy a su merced con sólo un pestañeo. El corazón da el primer latido ansioso desde hace mucho tiempo. El espécimen frente a mí, es un completo imán. Mierda, necesito ese negroni. Nuevamente la sensatez me ha dejado a la deriva de la locura, sólo que esta vez, me entrego con concienzudo gusto, en los brazos del huracán enigmático a mi lado. Sus ojos llenos de picardía, son mi guía. Me anclo a ellos, tanto cómo Tom lo hace con nuestros dedos unidos. He encontrado mi obra de arte personal en Venecia.

Sono caduto nei suoi occhi.

Notas finales:

Nos vemos pronto. PK. 


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