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Querido amigo por Cris fanfics

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A Schiller le había tomado por sorpresa encontrar al Raimon en Fukuoka, pero algo que le descolocó por completo fue ver también a su hija (a pesar de que ya sabía que era entrenadora del equipo capitaneado por Mark Evans).


Habían pasado solo dos años —casi tres—, desde la última vez que la había visto en persona, pero en aquel tiempo había madurado bastante. No lo suficiente para que la presencia de su padre dejase de intimidarla, pero lo había hecho.


Wyles y el anciano salían del Fauxhore, dispuestos a marcharse de aquel lugar e ir hasta Nagoya para después dirigirse a sus afueras; al orfanato Don Sol, más concretamente.


El orfelinato era el lugar en el que guardaban buena parte del papeleo relacionado con la Academia Alius —desde facturas por los gastos que había supuesto todo aquel proyecto, hasta contratos con negocios y políticos que se habían comprometido por adelantado a colaborar con ellos— y en el que se reunían con sus socios.


— Wyles —Schiller llamó a su aliado antes de que subiera al coche—, esos son el mismo Raimon que derrotó al Tormenta de Géminis y al Épsilon ¿verdad?


— Sí, señor. No me esperaba encontrarlos en este sitio.


— Mmm. No parecen tan duros de pelar, la verdad —sacudió la cabeza, quitándose al Raimon de la mente por el momento—. En cualquier caso, Wyles, ya sabes lo que hay que hacer.


— Sí, señor. Ordenaré al Génesis que se haga con ese cuaderno sin falta.


— Excelente. Y en cuanto al Fauxhore… El informe indicaba que en él se encuentra un jugador excepcionalmente prometedor… Pero no he visto nada especial en ninguno de esos niños. Me temo que esto no ha sido sino una pérdida de tiempo.


— Le pido disculpas, señor. Pero descuide. Ya nos hemos ocupado del incompetente responsable de ese informe.


El anciano pareció satisfecho con su respuesta.


— Perfecto. Aunque este viaje nos ha dejado una propina inesperada. Si nos hacemos con el cuaderno de David Evans el Génesis se volverá imparable.


El cuaderno de técnicas definitivas que el entrenador del antiguo equipo del Raimon había dejado a cargo de su amigo —el director del Fauxhore— cuarenta años atrás: saber de su existencia justo en aquel momento era como un milagro que ni Schiller terminaba de creerse. Había tenido suerte de estar en el momento oportuno en el sitio oportuno.


— Entendido. —Le abrió al anciano la puerta trasera del vehículo.


— Oh, y una cosa más: hay que deshacerse del Raimon. Están empezando a ser un verdadero incordio.


Wyles asintió con la cabeza.


— Me aseguraré de que sus órdenes se cumplan al pie de la letra.


Tras subir ambos en el coche, el hombre larguirucho sacó el móvil de su chaqueta, dispuesto a obedecer a su superior.


**********


Había dejado a Jordan dormido. No quería despertarle, ya le había contado la tarde anterior que por la mañana ya no estaría a su lado y sería redundante y doloroso volver a despedirse. Así que, tras darle un sutil beso en la frente, se había marchado del hostal.


Había recibido por el móvil un mensaje de Wyles con instrucciones de volver a la base de inmediato, pero había decidido ignorarlas momentáneamente. No solo porque hubiese querido pasar unas horas más con Jordan, sino porque antes de cumplir con sus obligaciones había una cosa que deseaba hacer.


Desde un rincón en las sombras, observaba como el Raimon estaba ayudando al equipo del Fauxhore a entrenar, ya que horas antes habían recibido una carta de desafío del que ellos conocían como equipo “G”, es decir, el Génesis.


Mark llevaba desde antes del amanecer entrenando con el portero del equipo local, y solo en aquellos momentos se había separado de él para hablar con algunos de sus compañeros de equipo.


Era el momento de salir de su escondite y acercarse.


— Mark…


— ¿Xavier? ¿Qué estás haciendo aquí? —el portero del Raimon parecía haber visto un fantasma.


Todas las miradas se centraron en el recién llegado.


— ¡Xavier! ¡Ahí va! ¡Hace siglos que no te vemos!


— Perdona, Tori —dijo nervioso— ¿Te importa si hablo con Mark a solas un momento?


— ¿Eh? —a la chica le había chocado lo poco delicado que había sido—. Oh… C-claro, adelante.


Mark, al percibir la inquietud de Tori y Jude, les dirigió una gran sonrisa y alzó el pulgar: no tenían de qué preocuparse.


Se giró hacia Xavier, prestándole toda su atención, y se dejó guiar hasta la entrada del instituto.


Tras unos segundos de indecisión, el pelirrojo llegó a la conclusión de que era mejor terminar rápido con aquello.


— Mark… He venido a despedirme.


— ¿Cómo? ¿Ha despedirte?


Xavier cogió aire antes de soltar todo lo que quería decirle a aquel chico al cual estaba haciendo la zancadilla sin que este se diera cuenta si quiera:


— Os he llegado a coger mucho aprecio… No sabes lo feliz que me hace veros jugar al fútbol. El amor que sentís por este deporte es indescriptible —bajó la cabeza para que no viera la culpabilidad en sus ojos—. No suelo sentirme así a menudo… De hecho es la primera vez que me pasa —dudaba que nunca volviera a admirar a alguien de la misma manera que al Raimon y, sobre todo, a Mark—. No obstante, no puedo oponerme a mi padre. Así que… adiós. Lo siento.


Antes de que el chico de la bandana naranja tuviera la oportunidad de contestarle, empezó a caminar a paso rápido, alejándose, huyendo de la posible situación de no poder aguantar más y contarle todo lo que sabía sobre los “aliens” a los que tanto ahínco se estaba enfrentando.


— ¡O-oye! ¡Xavier!


Hizo el amago de correr tras él, pero justo entonces pudo escuchar a Silvia llamándole en la lejanía.


Dudó un poco sobre que hacer, pero al final se decidió por ir con su amiga y, después, seguir ayudando a Darren.


Con un poco de suerte no tardaría demasiado en encontrarse de nuevo con Xavier.


**********


Pasaron dos días desde entonces.


A la vuelta de Xavier al equipo todos habían tenido que adaptarse de nuevo a trabajar en conjunto, así que decidieron estar un día entero practicando antes de ir a Fukuoka.


El capitán intentó no pensar en que tendría que derrotar de forma humillante a aquellos a los que había visto esforzarse con mucha dedicación… Pero Bellatrix se encargaba de recordárselo con pullas y bromas sarcásticas.


A ella nunca le había gustado que confraternizara con el enemigo, y por ello no tenía la más mínima piedad a la hora de restregarle en la cara la situación que él solito, y sin necesidad ninguna, había creado. Y aunque el pelirrojo era consciente de que ella tenía gran parte de razón —nunca tuvo porqué relacionarse en persona con Mark y compañía; solo observarlos desde las sombras— no podía evitar desear con toda su alma no tener que pisotear los esfuerzos y las esperanzas de sus enemigos.


Así que antes de salir de la base decidió apartar a la vicecapitana del grupo y confiarle sus pensamientos, en un intento de que ella se pusiera en su lugar. Pero en vez de conseguir su propósito lo que obtuvo fue un mohín de desagrado por su parte.


— No sé para qué me cuentas esto si sabes perfectamente lo que opino: si te hubieras limitado a hacer tu trabajo y no meter las narices donde no te llamaban no te verías en este compromiso.


— Lo sé, lo sé. —Ya no tenía esperanzas de hablar con ella; cuando se ponía a la defensiva era imposible hacerla cambiar de opinión—. Pero aún con todo… creo que volvería a actuar igual.


— ¿Qué quieres decir? —frunció el ceño.


Los ojos de Xavier adoptaron un brillo soñador.


— Si con todo lo que sé ahora pudiera viajar en el tiempo y volver al principio de toda esta historia, no cambiaría mi decisión de relacionarme con el Raimon. Son unos chicos geniales.


En cuanto dijo aquello, Bellatrix pasó de mirarle con cierto desagrado a observarle como quien encontraba una mancha de grasa en un suelo totalmente limpio.


— No puedes estar hablando en serio —su tono era acusador; aunque Xavier hubiese planteado una situación hipotética no dejaba de resultarle horrendo que no hubiese aprendido nada de sus errores.


La actitud de la chica estaba empezando a dar cierto miedo a Xavier, que decidió acabar rápido con aquella conversación.


— Tampoco es que importe demasiado, ¿no? Olvida lo que he dicho —sonrió con nerviosismo antes de alejarse lo más rápido posible, yendo de nuevo con sus compañeros.


— Irresponsable —farfulló la chica antes de seguir sus pasos.


Pero a ninguno de los dos les dio tiempo de hablar con algún otro de los chicos, porque Wyles apareció en la sala donde se encontraban llevando una bolsa negra y pequeña consigo.


Tiempo atrás hubieran hecho una reverencia al verle, pero tras todo aquel tiempo ya le habían perdido gran parte del respeto inicial, por lo que nadie se movió, solo esperaron a que les dijera lo que tuviera que decir.


— Ya se os ha comunicado lo que tenéis que hacer —ignoró la falta de respeto de los adolescentes—. El viejales del Fauxhore le dio a Evans el cuaderno de su abuelo; quitádselo y derrotad a ambos equipos… No necesariamente en ese orden.


— ¡Entendido!


— Como bien sabéis, ahora sois el Génesis, así que no podéis simplemente campar a vuestras anchas. Siempre que salgáis como equipo llevaréis con vosotros esto —sacó de la bolsa un auricular diminuto y, por ello, bastante modesto—. Estaréis siempre en contacto conmigo. Mis órdenes son indiscutibles, así que cualquier cosa que os diga debe ser obedecida sin rechistar, ¿queda claro?


— ¡Sí, señor! —se acercaron a la mesa dónde los había dejado y se los colocaron.


Xavier no pudo dejar de notar que era simples auriculares, no contaban con micrófono con el que ellos pudieran comunicarse con Wyles en caso de problemas. Tendría que decírselo a su padre para que les diera otros más útiles.


Sin despedirse si quiera, Wyles fue el primero en entrar en el transportador; Schiller le esperaba en el orfanato y no podía permitirse el lujo de recorrer todo el camino, era mucho más cómodo ir hasta Nagoya y, una vez allí, seguir el itinerario normal en coche.


Los chicos tampoco perdieron el tiempo. Teclearon su destino y fueron pasando de uno en uno. Bellatrix y Xavier fueron los últimos.


La chica lo agarró del brazo antes de que se marchase.


— ¿Ocurre algo?


— Si no estás seguro de querer ir contra al Raimon deberías quedarte aquí.


— ¿Qué?


— Si cuando nos enfrentemos a ellos demuestras algún tipo de debilidad estarás dando oportunidad a nuestros enemigos a vencernos, por no decir que la moral de nuestro equipo se verá por los suelos.


El chico negó con la cabeza.


— Son órdenes de padre que vaya.


— Y él me dio permiso para darte instrucciones si lo veía necesario. Y creo que este es el momento de que use esa baza.


— ¿Me vas a obligar a quedarme? Me niego —declaró, tajante.


— No te voy a obligar, es una sugerencia. Razona qué es lo que realmente deseas hacer y entonces actúa en consecuencia: las dudas solo te hacen débil.


Xavier dudó, sabiendo que no quería en absoluto pelear contra el Raimon.


Bellatrix, viendo que se había tomado bien su consejo e iba a ponerlo en práctica, decidió que no era justo hacer esperar más al resto de su equipo. Subió al transportador y dejó atrás la oscura y claustrofóbica habitación.


Xavier se sentó en el suelo, mirando fijamente el interior del aparato que lo llevaría en cuestión de segundos hasta Fukuoka si así lo deseaba, dudando sobre qué hacer. La decisión que tomase sería clave para saber si podría seguir siendo fiel a su padre —y por tanto capaz de llevar hasta el final todas sus decisiones— o si la situación le superaba y lo mejor para todos sería que se retirase a tiempo.


**********


Schiller había mandado a uno de sus hombres a grabar en directo todo lo que ocurriría aquel día en el Fauxhore. Y por eso pudo ver de primera mano la espectacular llegada de Bellatrix que, con su porte orgulloso, intimidaba a todos los presentes en la escena.


— ¡Humanos! —exclamó, metiéndose de lleno en su papel de alien—. Somos el equipo número uno de la Academia Alius. Nuestro nombre en clave es “G”… ¡”G” de Génesis! Iré directa al grano: entregadnos el cuaderno oculto.


— ¿¡Cómo!?


— Tenemos dos objetivos: derrotar al Raimon y hacernos con ese cuaderno. Cuando hayamos cumplido esa misión, dejaremos de destruir escuelas —sonrió con altanería.


— Pero ¡¿qué…?! ¿Cómo sabéis lo del cuaderno oculto? —Mark le hizo frente.


— No vamos a acceder a vuestras demandas —exclamó el otro portero— ¡Si queréis el cuaderno, venid vosotros a por él!


Bellatrix no se cortó en mirarlo abiertamente con odio.


— Patético mameluco…


— ¿Qué me ha llamado? —Darren no sabía si sentirse ofendido, no tenía idea de qué demonios le acababan de llamar.


— Si os resistís, será peor para vosotros. No podéis escapar de vuestro destino… ¿Por qué a los humanos os cuesta tanto aceptarlo? De verdad que no lo entiendo —suspiró y dejó que su pelo le tapara la cara antes de volver a alzar la cabeza—. ¿Sabéis? Casi me dais pena y todo, Instituto Fauxhore. ¡Preparaos para arrodillaros ante el poder de nuestras supertécnicas!


— ¡Bellatrix! Ya has dicho bastante.


Todos se giraron para ver como el recién llegado se incorporaba al Génesis… Todos salvo la joven de pelo azul, que había estado esperando a que apareciera.


— Debería haberme hecho callar antes si pensabas que iba a hablar demasiado, Xene. Es decir, si es que tienes algo mejor que hacer que sentir lástima por estos patéticos terrícolas.


Él sonrió levemente ante su comentario, sin tomárselo demasiado a pecho.


— Lo que tengo que hacer es cumplir con mi deber. Eso es lo que mi padre querría —se puso a su altura y la miró a los ojos fijamente mientras se lo decía, dejándole en claro su decisión, para después volver a prestar atención a los “terrícolas”—. Aceptamos vuestro desafío, Instituto Fauxhore.


«No me importa lo que tenga que hacer, padre va a conseguir hacerse con el control de todo Japón» dijo para sus adentros, cerciorándose de si Mark o alguno de los miembros del Raimon se daba cuenta de quien era él… Cosa que, muy extrañamente, no sucedió en ningún momento; ni siquiera a lo largo del enfrentamiento contra el Fauxhore. Con un poco de suerte su deseo de no descubrirse podría concederse sin entrar en un conflicto de intereses.


El pitido final sorprendió a Xavier, que no había estado centrado en el partido y no había dado importancia si quiera al comienzo ni al descanso del mismo.


— Veinte a cero… —susurró sin que nadie lo escuchase.


Comentarios denigrantes por parte de sus compañeros a los chicos del equipo local llenaron el campo hasta que Bellatrix los detuvo de un gesto tras permitirles desahogarse a gusto.


— ¡Vamos, equipo del Raimon! Os ha llegado el turno. Hemos venido expresamente a por vosotros —los señaló desde el centro del campo.


Estos se acercaron al área con expresiones que variaban desde la más absoluta seguridad hasta un terror profundo.


— Ya nos sabemos la copla, equipo Génesis. Pero os diré una cosa: ¡os vamos a derrotar!


Y así empezaron a colocarse en sus puestos, sin dirigir a la Alius la más mínima palabra pero lanzándoles miradas de rencor ocasionalmente. En una de esas miradas Mark se dio cuenta de que Xavier le observaba fijamente.


Xavier, viéndose descubierto, cruzó todo el campo para acercarse a la portería ante la atenta mirada de todo su equipo rival.


— Mark Evans… Por fin nos enfrentamos en el terreno de juego.


— ¿Sabes cómo me llamo?


Asintió.


— He estado pendiente de ti desde que empezó todo. Tu evolución como futbolista y como persona ha sido admirable.


— G-gracias —se sonrojó, sin saber que más decir.


El grito de una de las gerentes del Raimon desde fuera del área les sacó de la conversación:


— ¡No es momento de andar confraternizando con el enemigo, Mark!


— Sin embargo —continuó el pelirrojo, ignorando el último comentario—, me temo que no me va a quedar más remedio que vencerte. Debemos educar a la gente de este planeta y convertirlo en un lugar mejor. Enseñar lo que está bien y lo que está mal —se apartó de Mark, situándose en medio del campo y recibiendo un pase de uno de sus defensas—. Empecemos. ¡Nosotros somos el Génesis, el equipo más fuerte de la Academia Alius!


Tras el pitido inicial, Xavier empezó pasando el balón al otro delantero… y desde ese momento todo fue a favor del equipo de la Alius. Nadie era capaz de quitarles el balón, y los goles se sucedieron una tras otro sin mayores problemas.


Pero había algo extraño en todo aquel partido. Aunque la victoria del Génesis era obvia, resultaba extraño lo que estaba pasando en el Raimon; no se estaban esforzando tanto como solían, es más, se notaba que varios jugadores que usualmente eran pilares indiscutibles del equipo no estaban rindiendo bien.


Shawn Froste —el antiguo delantero del Alpino,— se derrumbó sobre sí mismo, poniendo la frente contra el suelo y acunando su cabeza entre los brazos, farfullando incoherencias.


— ¡Shawn! ¿Qué te ocurre? —el defensa de melena azul fue hasta la delantera del campo a socorrer a su amigo.


Nadie se lo impidió, mientras todo esto ocurría el Génesis se lo pasaba bien mofándose de la defensa y el guardameta contrarios.


Xavier no estaba actuando igual que sus compañeros, él estaba apartado del resto observando por el rabillo del ojo toda la escena entre los dos jugadores del Raimon; preguntándose qué ocurría con el talentoso delantero que había derrotado al Tormenta de Géminis y al Épsilon.


Pudo ver cómo hablaban entre ellos, pero no entendió nada de lo que se decían. El chico de pelo grisáceo parecía estar desahogándose, y su compañero le escuchaba con paciencia. Precisamente por la tranquilidad con la que el segundo se estaba tomando todo, a Xavier le sorprendió la repentina decisión que brillaba en sus ojos marrones al forzar a su amigo a levantarse de nuevo.


Cuando se dio cuenta de lo que pretendía hacer, era demasiado tarde para avisar a Wittz, que era quien tenía el balón en aquellos momentos.


El chico de la melena le arrebató el esférico con una velocidad sobrehumana; aún con la vista agudizada de todos los del Génesis ninguno pudo ver del todo bien el movimiento.


— ¡Muy bien hecho, Nathan! —exclamó el magullado portero.


Desde ese momento el rumbo del partido cambió.


Con tan solo el sonido de su risa cargada de adrenalina y emoción delatando su posición exacta, Nathan recorrió el campo de tierra con agilidad y sin que nadie pudiera quitarle el balón de los pies; directo a la portería contraria.


Schiller, en su despacho del orfanato, analizaba todo lo que estaba ocurriendo en la pantalla sobre la marcha, con la frialdad de un general acostumbrado a la muerte y la destrucción dando órdenes a sus soldados de sembrar la semilla del dolor una vez más.


— El chico de pelo azul va cada vez más rápido. No me gusta… Wyles…


— Sí, señor. Entendido. —Cogió el micrófono—. ¡Xene!


En el Fauxhore, el capitán del Génesis saltó en el sitio.


— ¿¡Eh!?


— Traigo una orden de parte del señor Schiller…


Oyó las instrucciones sin escucharlas del todo, incapaz de creerse que le estuvieran mandando a hacer algo tan horrible.


Pero consciente de que debía obedecer.


— De acuerdo. Si eso es lo que padre quiere… lo… machacaremos. —A pesar de que el hombre no podía escucharlo se sintió más a gusto diciendo aquello en voz alta.


Se giró hacia sus compañeros, encontrándose con que se asentían entre ellos sin necesidad de que él les dijera nada: lo habían escuchado todo.


Una sonrisa tétrica iluminó la cara de Bellatrix, que parecía encantada por lo que estaba a punto de ocurrir. No podían quitarle el balón a Nathan, pero eso no quería decir que no fueran capaces de darle alcance.


Los defensas le rodearon haciendo apenas un poco de esfuerzo. Una vez el chico del Raimon se dio cuenta de que no tenía escapatoria pasó el balón a otro de sus compañeros; pero eso no importaba ya a los miembros del Génesis, que le golpearon en las canillas para hacerle caer y empezar a darle una paliza.


Pronto se escucharon gritos de horror y súplica, tanto del pobre que estaba siendo apaleado como del resto de sus compañeros.


Xavier se quedó clavado en el sitio, impactado por la brutalidad de la escena, preguntándose en qué momento aquellos con los que había compartido la infancia se habían convertido en unos animales salvajes sin ningún tipo de piedad… Y desde cuando él se bloqueaba ante una situación así y no intervenía para proteger al más débil como siempre había hecho.


— ¡Por favor, basta! —sollozaba la hija del primer ministro, soltando el balón que tenía en su poder e intentando acercarse al círculo dónde Nathan estaba recibiendo patadas y pisotones, siendo detenida por el antiguo capitán de la Royal Academy.


— ¡Dejadlo en paz!


— ¿Eh? Mark… Sí… Esto es...—le costaba hablar, toda la situación lo estaba superando, pero debía sobreponerse—. ¡Escuchadme todos! ¡Dejadlo inmediatamente! ¡Ya está bien de tácticas cobardes!


La suave e impersonal voz de Bellatrix sobre su oreja le congeló la sangre en las venas.


— ¿Pretendes desobedecer una orden directa de padre, Xene?


— Yo… —no continuó la frase.


— Bueno, puede que tú no tengas agallas para acabar lo que has empezado, pero ¡yo sí! —cogió la pelota que había sido abandonada poco antes— Mira.


— ¡No! —aunque intento retenerla a su lado no pudo pararla.


El joven defensa se había levantado tras que le dieran algo de tregua para encontrarse con que algo volaba a toda velocidad hacia su estómago. En cuestión de segundos una fuerte golpe lo lanzó hacia atrás y le arrancó el aire de los pulmones, vaciándolo como a un simple globo.


— Ya está —los preciosos ojos azules de la chica tenían un brillo febril —. Se acabó.


Literalmente. La joven que había estado pitando los cambios de tiempo y el inicio y final de cada partido había soltado el silbato y salido corriendo lo más rápido que sus piernas se lo permitían. Sin la persona que había estado haciendo estas funcionas básicas en un partido de fútbol no había mucho más que añadir a aquel encuentro.


Por no tener en cuenta que el Raimon en peso parecía incapaz de moverse, como si les hubieran quitado su energía característica; aquella que a Xavier tanto le gustaba.


Con una espina clavada en el corazón, el pelirrojo se dio cuenta que lo mejor sería terminar con aquello lo antes posible.


— Todo lo que nos queda por hacer es destruir este instituto y llevarnos el cuaderno. Así mi padre estará satisfecho —se repitió, intentando excusar una vez más su propia actitud.


A pesar de que había hablado para sí mismo, Mark —que se encontraba intentando socorrer al defensa cruelmente golpeado— le escuchó.


— El instituto de mi abuelo... —Sentía como el corazón se le partía en pedazos solo de imaginarse que al Fauxshore le ocurriese lo mismo que al Raimon— ¡No, detente!


— Mark… ¿Por qué demonios tienes que poner esa cara tan triste? —Inmediatamente después de decir esto comprobó que el resto de los chicos del equipo de su amigo no estaban mejor que este.


Sus propias lágrimas le ofrecieron la oportunidad de crear una cortina que le permitiera dejar de ver tanto sufrimiento.


— ¿Vas a ponerte sentimentaloide, Xene? Mira que te dije que no te mezclaras con el enemigo.


— ¿Mezclarse… con nosotros? —balbuceó Mark.


— ¡¿Cómo se puede ser tan imbécil?! ¡¿Es que no te has dado cuenta aún?! Xene es…


— ¡Silencio, Bellatrix! —gritó en un arrebato de ira y desesperación— ¡Ni se te ocurra decírselo a Mark!


— No puede ser. ¡N-no! ¡¡Es imposible!! —su cara se había puesto enfermizamente blanca.


— ¡Exacto humano! —se acercó a él y le cogió del mentón para ponerlo a su altura—. ¡El capitán del Génesis no es otro que tu amiguito del alma, Xavier Foster!


— ¡Cállate ya! —Xavier se tapó los oídos y cerró los ojos con fuerza, deseando de todo corazón aislarse del mundo o, mejor, que todo aquello fuese solo una pesadilla de la que despertaría en cualquier momento, encontrándose en su cama del orfanato, en la que se daría cuenta de que todo lo ocurrido desde la noche del festival era solo una gran locura nacida de su subconsciente.


Pero las palabras de Bellatrix le perforaban los tímpanos, dejándole en claro que todo aquella era la genuina y dura realidad.


— Hizo una interpretación de primera al hacerse pasar por amigo tuyo, ¿no crees?


— X-Xavier… ¿Es cierto eso?


— Me lo figuraba… —masculló el chico de la capa.


Quiso chillarle al mundo que todo aquello era mentira, que de verdad los apreciaba, pero en lugar de eso solo un grito incoherente salió de su garganta, dejándola al rojo vivo:


— ¡¡Aaaaaargh! —salió corriendo fuera del campo incapaz de aguantar las miradas acusadoras que todos le dirigían, incluyendo sus propios compañeros.


— ¡Xene! ¿¡Adónde vas!?


— ¡Retirada! ¡¡Retirada!! —contestó entre gritos a la pregunta que el gigantesco delantero de pelo blanco le había hecho, aún dando la espalda a los presentes.


— Pero, capitán…


— ¡¿Es que no me habéis oído? ¡He dicho que nos retiramos! ¡Es una orden!


Paulatinamente, todos obedecieron. Sin que nadie los detuviera salieron de las instalaciones para después perder a cualquier espía interesado en saber a dónde iban saltando de tejado en tejado sin ton ni son; sabiendo que más tarde todos se reunirían en un mismo sitio.


— Imbécil —susurró Bellatrix antes de despedirse de sus rivales y seguir a sus aliados—. Habéis tenido suerte, humanos.


No obtuvo respuesta, el Raimon tenía algo más importarse de lo que ocuparse en aquellos momentos.


**********


La fuente de bambú subía y bajaba de manera constante, provocando un sonido monótono que a Schiller le había parecido perfecto para tener de fondo cuando se tomaba el té.


Por esto había ubicado aquella sala —la habitación más decorada de forma tradicional del orfanato— al lado del jardín.


Pero aquella tarde no se iba a reunir con uno de sus clientes, ni tampoco disfrutar de la tranquilidad que concede la soledad.


— Padre… —alguien le llamó con timidez desde el marco de la puerta.


Él le hizo una señal con la mano para que entrase y se sentase a su lado, en el pequeño pasillo interior que daba a todo el espectáculo natural que con tasto esmero había cuidado.


— ¿Qué ocurre, Xavier? ¿No entendiste mis órdenes? —No lo había hecho ninguna gracia que la misión de apenas unas horas antes hubiera acabado tan horriblemente mal, pero aquel chico tenía un hueco en su corazón y por ello le iba a dar una nueva oportunidad si su excusa era lo suficiente convincente.


— Perdóname, padre. Es solo que… —dudó antes de decir lo que realmente pensaba con desesperación—. Los del Raimon no son nuestros enemigos. ¡No pueden serlo! ¿Por qué tenemos que enfrentarnos a ellos?


— Je… Esta es la primera vez que te veo dando tu opinión sobre algo, Xavier.


El chico se tomó aquello como una señal de que tenía vía libre para seguir hablando. No recordaba si la afirmación de su padre era verdad, aunque tampoco le importaba.


— ¿No se supone que nuestros enemigos son los extranjeros? Eso es lo que me dices siempre —le echó en cara, intentado que se diera cuenta de que no estaba actuando bien, que lo que estaba haciendo a Japón era innecesario.


— Y es cierto. Por eso precisamente tenemos que meter en cintura al hatajo de pusilánimes que dirige este país.


— Yo… Yo lo que quería era enfrentarme a Mark en el terreno de juego —se vino abajo—. Pensaba que sería divertido. Pero cuando vi la expresión de dolor en el rostro de Mark y sus compañeros… vi que no tenía nada de divertido.


— No te pega nada expresar tus opiniones, Xavier. No digas más y haz lo que te digo.


El dolor de estómago que había empezado a sentir desde el final del encuentro con el Raimon se hizo mayor.


— Pero, padre…


— Esta conversación ha terminado. —El anciano se levantó de su sitio, dejando la taza en el suelo, y se marchó del lugar.


Xavier le observó irse, con pena, deseando echarse a llorar y desahogarse de una vez.


Sin embargo, alguien le interrumpió.


— ¿Qué te esperabas, Xavier?


— Isabelle… ¿Qué haces aquí?


La joven entró en la habitación y se sentó a su lado.


— Quería hablar con padre acerca de la estupidez que cometiste hoy, pero se me han quitado las ganas.


— ¿Has recorrido todo el camino desde Nagoya para arrepentirte ahora que estás aquí? No suena típico de ti perder el tiempo así.


— Tampoco es típico de ti comunicarte como un niño de nueve años con limitadas capacidades de expresión, y con padre lo estabas haciendo.


Xavier se sintió ofendido por su comentario innecesariamente cruel y por su falta de respeto por escuchar una conversación ajena a escondidas.


— Piensa lo que quieras —se dirigió hasta la puerta, dispuesto a recorrer el camino de vuelta hasta la gran ciudad solo.


— Para ayudar a padre tenemos que perder nuestra humanidad, Xavier, hazte a la idea.


— No es justo —se le escaparon un par de lágrimas.


— Tú lo sabías y decidiste participar. No te hagas la víctima ahora.


El chico se controló para no dar la vuelta y empezar una discusión que muy probablemente ganaría ella porque, en aquello, opinaban igual.


Totalmente abatido y sintiendo náuseas a causa de los nervios, se arrastró tristemente fuera del edificio, donde una gota de agua cayó sobre su nariz.


Pocos minutos después, la lluvia camufló totalmente el rastro de sus lágrimas.


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