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Querido amigo por Cris fanfics

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En uno de los pasillos del orfanato Don Sol, el segundero de un reloj de pared sonaba ruidosamente a cada movimiento que hacía.


Jordan, sentado en una de las sillas de la salita de espera que llevaba a lo que antiguamente había sido el despacho de Schiller, se encontraba hipnotizado por aquel metódico sonido mientras sus ojos negros se clavaban en la foto que se encontraba delante de él, en una mesita de roble que contaba con un florero que acogía dentro suyo un par de margaritas de pétalos blancos, cuyos tallos estaban algo caídos por el peso de las flores, que tapaban levemente la parte superior del retrato que estaba debajo de ellas.


Una foto que para Jordan representaba su infancia y le hacía rememorar vívidamente todo lo ocurrido desde que aquellos tiempos tan inocentes habían acabado. En ella salían todos los niños del orfanato posando para el cámara que, aquel día de verano, Schiller había llamado para tener aquel recuerdo de todos juntos. Los protagonistas de aquella foto habían cambiado muchísimo desde aquel entonces, algunos ni siquiera se encontraban ya bajo el techo del lugar que les vio crecer.


Jordan dejó escapar un suspiro resignado al acordarse de aquellos meses de incertidumbre en los cuales el primer ministro japonés, por petición directa de Aquilina —que le había recordado el buen trabajo que había hecho al enfrentarse a la Alius y exigido que se le fuera recompensado de aquella forma—, había mandado a algunos de sus agentes a buscar a los chicos que en su momento fueron el alma del Épsilon, el Prominence y el Diamond.


El político cumplió encontrando a los esparcidos miembros del Épsilon, pero no pudo hacer lo mismo con los equipos que habían rivalizado con el Gaia por el título de Génesis; Claude, Bryce y sus respectivos compañeros estaban totalmente desaparecidos.


O así había sido hasta que, tres meses después de que Aquilina se hiciera cargo de su hermano y del resto de niños oficialmente, Prominence y Diamond volvieron por su propia cuenta a casa… pero sin sus capitanes.


Según lo que contaron los hasta ese entonces ausentes adolescentes, tras un difícil y encarnizado partido en el bosque del monte Fuji, que había acabado en un rotundo empate, Claude y Bryce les ordenaron volver a casa sin ellos bajo la promesa de que cuando hicieran lo propio serían muchísimo más fuertes y, posiblemente, habrían saldado de una vez sus diferencias.


Una vivencia que, aunque extraña, los chicos del Don Sol se creyeron sin dudar al no sonar tan rara viniendo de aquel par.


Justo en ese momento, una mujer abrió la puerta del despacho mientras aún hablaba con la persona que la acompañaba:


— Hoy has progresado mucho, Isabelle. Procura intentar a lo largo de esta semana lo que te dije antes y ya me contarás qué tal te ha ido en la próxima visita, ¿de acuerdo?


La joven de pelo azul asintió con la cabeza, sonriente.


— Muchas gracias, señorita María, siempre es un placer hablar con usted.


— No seas tan formal, no soy tan vieja como para que me traten de usted —puso los brazos en jarra, fingiéndose enfadada.


— ¡No lo hago por eso!


La adulta soltó una carcajada.


— Lo sé, tranquila —le dio una palmadita en la espalda—. Cualquier problema que tengas no dudes en consultarlo conmigo; si es algo muy grave coméntaselo a Aquilina; y si es uno de tus ataques de ansiedad procura hacer lo que te dije para calmarte pero, si ni con esas consigues tranquilizarte, sabes que tengo el móvil encima y que no me molesta que me mandes mensajes e incluso que me llames si es necesario.


— ¡De acuerdo!


Entonces, la mujer reparó en la presencia de Jordan.


— Hola, señorita María —la saludó este, consciente de que su amiga ya había terminado su consulta.


— Hola, Jordan, has llegado más temprano de lo normal, ¿te importaría esperar unos minutos para que pueda terminar de ordenar el desastre de papeles que tengo ahí dentro? —señaló al interior de la que era su consulta.


Él negó con la cabeza, recibiendo una amable sonrisa como respuesta.


Una vez la mujer cerró la puerta, los dos adolescentes se quedaron solos.


Isabelle no parecía decidirse sobre si decir algo y marcharse o charlar un rato con el chico moreno.


Jordan percibió su indecisión y tomó cartas en el asunto.


— ¿Te está yendo bien, entonces? —No era la forma más cordial de empezar una conversación, pero bastó para que ella se decidiera a hablar.


— Sí, la verdad es que me siento mucho mejor hablando con alguien de mis… —calló un momento, como temiendo decir la palabra exacta con la que deseaba terminar aquella frase— miedos.


— Te entiendo, a mí al principio me costó abrirme, pero la verdad es que la ayuda psicológica alivia mucho. Soltar lo que realmente piensas y sientes sin temor a ser juzgado es liberador.


A las pocas semanas de volver al orfanato, Aquilina los había sorprendido a todos una tarde en la que había presentado a la señorita María, una psicóloga que el gobierno le había facilitado a la nueva regente del orfanato Don Sol para que ayudara a los traumatizados adolescentes que habían sido una vez parte de un proyecto para sumir al mundo en una guerra.


La mujer se había mostrado cordial y comprensiva con todos desde el principio, ganándose con esta actitud y algo de tiempo un hueco en la gran familia que eran en el orfanato a pesar de que no viviera con ellos, sino en el pueblo que se encontraba en las medianías, dónde su trabajo le había ofrecido una casa dónde vivir que ella había aceptado encantada.


Se hizo un silencio incómodo en el que Jordan no supo qué más decir e Isabelle se limitaba a observarle como si quisiera comentarle algo pero no se atreviera a hacerlo.


Finalmente, la chica de ojos azules preguntó:


— Jordan, recuerdas la noche en la que nos secuestraron, ¿verdad?


En el pasado, tras marcharse del orfanato y empezar a asociar aquel suceso con su supuesta inutilidad, esa pregunta le hubiera dolido demasiado como para poder contestarla tranquilamente.


Pero, en aquella ocasión, aunque le siguiera doliendo lo ocurrido, sí que era capaz de recordarla sin sentirse ahogado en un mar de sentimientos oscuros y confusos.


— Sí, me sería imposible olvidarla.


— Entonces… ¿tú también tienes pesadillas?


Él asintió.


— Son menos frecuentes que antes, pero de vez en cuando las tengo. Cuando empezaron deseaba compartirlas con Bryce y contigo, también me hubiera gustado contar con la ayuda profesional que tenemos ahora pero que padre no puso a nuestra mano —dijo sin atisbo de rencor, solo sincerándose sobre lo que pensaba de aquel hecho.


— Te entiendo. Yo también tenía miedo, además de que cuando aquel hombre intentó hacerme daño (y encima delante de Bryce y de ti) sentí mi orgullo muy herido. Deseaba hablarlo, pero me lo callé para mí misma… como casi todo lo que sentía en aquella época.


— ¿Y ahora? ¿Quieres seguir callándotelo para ti sola? —preguntó con amabilidad.


Isabelle zarandeó la cabeza.


— ¿Te gustaría… que hablásemos en otro momento sobre todo esto? Ahora mismo tienes tu cita, y yo también necesito ordenar mis pensamientos antes de compartirlos con nadie.


— La paciencia es amarga, pero su fruta dulce —citó—. Por supuesto que no me importa esperar, pero no te olvides de que yo también tengo muchas ganas a esa conversación.


— Ojalá Bryce estuviera también aquí, me gustaría que pudiéramos hablarlo los tres juntos —bajó la cabeza, algo desanimada.


— Todo será en su momento, pero recuerda que cuando él vuelva muy probablemente se haya hecho más fuerte tanto física como mentalmente. Nosotros debemos esforzarnos para demostrarle que no nos hemos quedado atrás.


Ella pareció recuperar la entereza con aquellas palabras.


— ¡Jordan! —llamó la mujer desde el interior de la consulta—. ¡Entra en cuanto quieras!


El antiguo capitán del Tormenta de Géminis se levantó del asiento y, antes de apoyar su mano sobre el pomo para abrir la puerta, se volteó hacia Isabelle una última vez.


Se notaba que todo lo ocurrido la había hecho más adulta y seria, y eso no iba a cambiar, pero tenía algo diferente a cuando habían empezado a hablar; algo que no cuadraba con la Isabelle con la que había convivido los últimos meses y que había empezado a mostrase así desde que de pequeña se había percatado de la envidia y el sentimiento de inferioridad que la corroían por dentro.


— Me alegro de volver a verte tan feliz y liberada por fin. Te añoraba así.


A Isabelle la tomó por sorpresa aquel comentario pero, cuando lo procesó bien, sus ojos azules turquesa se llenaron de lágrimas que no llegaron a caer.


— Nadie se alegra más que yo —añadió tras un instante de silencio—, pero muchas gracias, Jordan.


Se dieron la espalda y cada uno continuó su camino sin mirar atrás.


La puerta se cerró tras Jordan, dándole la intimidad que tanto ayudaba a todos los pacientes de la psicóloga a acabar sincerándose ante la mirada tranquila y comprensiva de la misma.


La mujer había hecho suya aquella habitación que Schiller había usado tiempo atrás como despacho, vaciando el lugar de las carpetas en las que el anciano guardaba sus documentos —que fueron requisados por la policía para no ser devueltos— y metiendo las suyas propias, que tenían toda la documentación que necesitaba de los adolescentes con los que trabajaba, pero con la diferencia de que ella tenía ordenado todo en un solo estante y él había tenido los papeles tirados en un orden que nadie salvo el mismo anciano entendía.


La nueva organización de la habitación ya hacía a la misma muy diferente a como era antes, pero el toque que terminaba de marcar la diferencia era un retrato en la pared que se encontraba frente la entrada al lugar, en el cual salía Aquilina poniendo el nuevo cartel que marcaba el nombre del orfanato —hecho a mano por ella misma y con una madera nuevecita— en la entrada. Aquella foto era un gesto del cambio de director que había tenido el Don Sol: de Astram a Aquilina; de padre a hija; del pasado al futuro.


— Siento mucho haberte hecho esperar —interrumpió sus pensamientos la psicóloga.


— No pasa nada, señorita María, la verdad es que hoy tenía muchas ganas de hablar con ust… contigo —se corrigió en el último momento, tras recibir una mirada de advertencia de ella; en su última reunión habían acordado que empezaría a tutearla de ese momento en adelante.


La mirada de ella fue piadosa, suponía que al principio le costaría quitarse esa costumbre.


— Si tantas ganas tenías no me hubiera importado quedarme una rato hablando contigo.


— No te preocupes —le quitó importancia con un gesto de la mano mientras procedía a tomar asiento frente al escritorio que se interponía entre ellos.


Aunque días atrás tuvo muchísimas ganas de hacer lo que ella le había ofrecido momento antes, consiguió contenerse para no hacerlo, ya que sabía lo ocupada que estaba atendiendo a diferentes chicos cada día, organizándose como podía de lunes a lunes, para atender a la no poca cantidad de pacientes que tenía. Y lo suyo no era tan grave como para quitarle atención a otros compañeros que, aún tras todo el tiempo que había pasado, seguían teniendo demasiado reciente a la Alius y todo lo que había venido con ella.


— Bueno, cuéntame, ¿qué tal has estado? Sé que esta semana ha sido muy dura para ti sin Dylan por aquí.


Jordan tragó saliva, la ausencia de su mejor amigo le había pesado como una loza todo aquel tiempo.


Como María había dicho, Dylan se había marchado hacía ya siete días, y aún faltaban otro tres para que volviera a casa.


Tras mucho rebuscar entre papeles y preguntar a la familia del chico tartamudo, Aquilina había conseguido encontrar el paradero de la abuela del joven, de la cual este no había podido despedirse antes de ser abandonado y había tenido que conformarse con recordarla solo gracias a la caja de música que ella le había regalado. La anciana se encontraba en aquellos momentos en un geriátrico, debido a que su familia no había podido —ni querido— hacerse cargo de ella tras sufrir un infarto cerebral.


La hija de Astram Schiller había hablado con una amiga suya que, casualmente, vivía cerca del centro para ancianos dónde la señora estaba ingresada para que permitiera al tímido adolescente quedarse con ella durante unos días. Y al enterarse Dylan de todo esto, no se había ni planteado el decir que no a aquella oferta.


— Le echo de menos, pero no tenía ni pies ni cabeza pedirle que se quedara —afirmó con la cabeza gacha—, mucho menos teniendo en cuenta el poco tiempo que va a estar allí, que no va a estar solo contando con que está con una adulta responsable y con Rhona y que visitar a su abuela es algo muy importante para él. Pero no niego que su compañía estos días me hubiera sido de mucha ayuda.


La mujer apoyó los codos sobre la mesa y arqueó una de sus cejas castañas.


— No sabía que Rhona se ha ido con él, tenía consulta dos turnos después de ti y nadie me ha avisado de su ausencia.


— Aquilina ha estado ocupada estos días, no le tengas en cuenta que se haya olvidado.


Dejó escapar un suspiro exasperado.


— ¿Y qué opinas tú de que se hayan ido juntos? Me extraña que no lo hayas mencionado antes.


La psicóloga sabía de lo que hablaba. Tras que Rhona y Dylan empezaran una relación de pareja, Jordan no había podido evitar notar el distanciamiento de su amigo y sentir celos de la chica por acaparar tanto de su tiempo.


Aunque, por otra parte, también era consciente de que aquel pensamiento era egoísta y que era lógico que Dylan quisiese pasar tanto tiempo con su novia teniendo en cuenta que habían empezado a salir hacía poco tiempo y estaba ilusionado… igual que le pasó a él con su pareja en su momento. Por lo cual, había procurado contener sus celos bajo el razonamiento de que aquello era normal y que su amistad se estabilizaría en cuanto la novedad de la relación entre sus dos amigos dejase de serlo.


Y haber podido aprovechar aquel tiempo solo para organizar sus ideas y estar con Xavier había ayudado a no pensar de más sobe aquella situación.


— No opino nada malo, creo que está bien que se hayan ido juntos, me da la seguridad de que se cuidarán el uno al otro y que todo les irá bien.


— Vaya, me alegro de que te lo tomes con tanta calma.


— Es lo lógico, sería o bien de egoísta o bien de estúpido tomarme a mal que se haya ido, ya sea solo o con Rhona. Si Aquilina no tuvo nada en contra, yo no tenía nada que añadir salvo el demostrarle mi apoyo.


La psicóloga sabía que aquella era una reacción lógica, pero cada vez se le hacían más ajenos los comportamientos y pensamientos lógicos, ya que tratar con unos adolescentes con unas mentes tan intrincadas no le había dejado otra opción que dejar en un segundo plano cualquier tipo de moralidad o sentido común para alcanzar a comprenderlos bien.


Hizo aquellos pensamientos a un lado para seguir preguntándole.


— ¿Y qué me dices de…? —se detuvo antes de continuar la pregunta: el chico la miraba asustado.


— Pregúntalo sin miedo —dijo a pesar de todo—. ¿Que qué digo del regreso de Dave? No sé que pensar, creo que aún le tengo demasiado miedo como para llevarme bien con él.


El excapitán del Épsilon había vuelto a casa diez meses atrás con su nueva tutora legal y con los equipos Génesis y Tormenta de Géminis, y de veras que había estado feliz por volver. Pero con el pasar del tiempo el reconcome de no estar haciendo nada para resarcirse de lo que había hecho le consumía por dentro, incluso a pesar de que Lina le agradecía a menudo que fuera de tanta ayuda cuidando del resto de chicos mientras ella se encargaba de estabilizar y legalizar el orfanato de nuevo.


Pero cuando Aquilina superó la avalancha de papeleo y todos los desaparecidos volvieron —o, en el caso de Claude y Bryce, dieron a entender que estarían bien por su cuenta— ya nada consiguió atarle a aquel lugar.


Al cuarto mes, Dave no fue capaz de aguantar más viviendo en el orfanato y, sin que nadie se enterase, una noche desapareció sin dejar rastro.


Su marcha dejó un regusto amargo en boca de todos, especialmente en Jordan, que antes de que el de melena negra se fuese había estado rehuyéndole al ser incapaz de olvidar aún todo lo ocurrido frente a los pedazos de la última —y ya extinta— falsificación del meteorito, y de Aquilina, que sabía el daño que le provocaba al joven los sentimientos que tenía por ella y no sabía cómo ayudarlo con todo lo que tenía encima sin provocar una herida aún mayor en el intento.


Pero, para alivio general, Dave había vuelto apenas dos días atrás tras seis meses colaborando con el Servicio Secreto en trabajos confidenciales. A parte de eso, el antiguo capitán del Épsilon no contó nada más de lo que había estado haciendo exactamente todo aquel tiempo.


El chico reapareció con su confianza alta de nuevo, casi con un orgullo como el de Dvalin pero que —para alivio de casi todos— no era tan desmedido ni incontrolable como el de este… Aunque sí que resultaba igual de amenazador a los ojos de Jordan.


— Le has estado evitando —adivinó María.


— No puedo no hacerlo, siempre que le veo tengo ataques de pánico, y creo que él también se ha dado cuenta; desde que volvió parece que tiene fichadas las horas a las que suelo hacer cosas para coincidir conmigo lo menos posible.


— Rehuyéndoos no hacéis más que hacer más profunda la herida para ambos. Comprendo que tú aún le tengas respeto después de lo que te hizo y que él sienta remordimientos, pero ya no es un peligro ni para ti ni para nadie —resopló.


— ¿Y qué debo hacer? ¿Actuar como que nada ha pasado? ¿Como que no me dejó en ridículo en numerosas ocasiones, que no fue él quien me echó de la Alius con sus propias manos y que no me intentó matar dos veces distintas? —preguntó con todo el rencor de su corazón. No estaba orgulloso de pensar y sentir de aquella forma, pero no podía evitarlo.


Ella, lejos de amilanarse, se cuadró en su sitio y le contestó con seguridad:


— No, no te estoy pidiendo nada de eso. Sé que es imposible que le llegues a perdonar todo, pero sí que puedes dejar de escudarte en tu resentimiento para no afrontar el miedo que le tienes.


— No te sigo.


— No te estoy pidiendo que seáis amigos si tú no quieres, te estoy diciendo que no huyas de él. Actúa normal en su presencia y acostumbraos de nuevo a convivir. —Jordan palideció—. Es lo mejor que te puedo aconsejar, él solo tiene dieciséis y hasta los veinte (que cumpla la mayoría de edad) tiene que vivir aquí. ¿Pretendéis estar cuatro años esquivándoos?


Jordan rió con sorna.


— Bueno, si de esos cuatro años puedo evitarle dos, yo ya me doy por satisfecho… —La mujer le taladró con la mirada—. Vale, vale, lo pillo, no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy y a quién madruga dios le ayuda; no hace falta que me cites esos refranes para hacerme entrar en razón, ya está.


María sonrió, satisfecha.


— Pero, ¿qué puedo hacer? Ahora mismo no me siento capaz de hablar con él.


— Aprovecha una ocasión en la que haya más gente con vosotros, si quieres pídele a alguien que te acompañe si te da más seguridad, y proponle que deje de evitarte en al menos una de las actividades que hacéis en el día. Te recomendaría que fuese cuando jugáis al fútbol en el patio: con la diversión del momento os resultará más fácil sentiros cómodos.


Jordan hizo una mueca de disgusto con la boca.


— Lo intentaré…


— Haz lo que quieras. Se supone que vienes a mis citas no solo para desahogarte, sino también para escuchar los consejos que te dé, pero al final la decisión de seguirlos o no recae solamente en ti.


Y, en ese momento, el chico no pudo aguantar más.


— Lo sé, y de veras que casi siempre te escucho y actúo en consecuencia, pero en esta ocasión me cuesta. No sé qué me pasa, yo fui quien ayudó a Dave a librarse de la influencia de la imitación del meteorito, y en ese momento sentí que le comprendía mejor que a nadie y que, teniendo en cuenta que lo pasó tan mal como yo o incluso peor, podría perdonarle algún día. Incluso le prometí que le ayudaría siempre que lo necesitase. Pero… no puedo. Le tengo miedo, le odio y cuando pienso en él solo me llegan imágenes de los males que me ha hecho.


Ella le dejó desahogarse a pesar de que ya era más que consciente de todo aquello; sabía que expresar lo que sentía con más detalle le ayudaría.


— Lo tienes demasiado reciente, aunque tal vez ni siquiera con el tiempos esos sentimientos se vayan nunca —dijo, ganándose una mirada de auténtica pena por parte del menor.


— Pero no quiero odiarle.


— Por eso te estoy dando esta solución. Nunca volveréis a tener una relación como la de antes, olvídate de eso, es imposible, pero podéis cimentar una nueva. Que sea mejor o peor solo depende de vosotros pero, en cualquier caso, lo que no puedes hacer es vivir estancado en el miedo y el rencor—hizo una pequeña pausa—. Y de esto tú sabes mucho más que yo: es lo mismo que hiciste con Xavier cuando te reencontraste con él tras que te expulsaran, y también cuando te decidiste a ayudar al Servicio Secreto para poder volver vivir otra vez con todos los que te había criado.


Jordan pensó sobre ello.


— Tienes razón, y por intentarlo no se pierde nada.


No añadió nada más ni tenía pinta de querer hacerlo, pero la psicóloga sabía que tras ponerle aquel ejemplo era mucho más probable que cumpliera el plan que le había propuesto para con Dave.


— Hablando de Xavier —continuó hablando él—, quería comentarte algo que espero que no te moleste…


— Claro que no, cuéntame, ¿habéis tenido algún problema después de lo ocurrido la última vez?


Jordan soltó una risa acre.


Aunque era algo lejano, aún recordaba con tristeza aquellos días en el que el miedo excesivo y la confusión estuvieron a punto de romper su relación con Xavier.


Algo que nunca se hubiera perdonado, razonó mientras un escalofrío le recorría la espalda.


En la consulta de aquella semana, la psicóloga —ya más que enterada de sus preferencias sexuales y su relación con Xavier— les había planteado el para ellos horrible reto de dejar de ocultar su relación.


Reto al que no se habían negado tajantemente pero con el que sí habían peleado con uñas y dientes para lograr evadirlo o retrasarlo… sin éxito.


Llevaban mucho tiempo posponiendo el contar la verdad. Si no era por una cosa era por otra, pero siempre se apañaban para no hablar del tema con nadie y ni siquiera habían comentado nada entre ellos, en el fondo no podían evitarlo, era más cómodo callarse su relación que tomarse la molestia de explicar nada a nadie. Y así hubiera seguido la situación, incluso aunque al psicóloga les había recomendado decirlo, si no fuese porque Xavier estaba harto y, finalmente, había decidido que sí que quería confesar su relación a sus hermanos por mucho miedo que tuviera.


Tras una breve discusión sobre el tema, en la cual Jordan le había explicado al pelirrojo, a duras penas y sin estar para nada convencido de lo que decía, que no se sentía avergonzado de estar con él pero sí de que le gustasen los hombres y no quería decirlo a sus conocidos, Xavier —que se sintió dolido ante las palabras de Jordan— se había enfadado y le había retirado la palabra durante días, y no sin antes amenazarle con romper la relación entre ambos si él no dejaba de demostrar y decir ser lo que no era.


Aquel tiempo en soledad temiendo que aquel fuera el fin de su relación le había sentado a Jordan como una puñalada en el corazón, aquella frialdad por parte del de ojos verdes era espantosamente similar a la que había demostrado años atrás antes de que abandonasen el Don Sol, pero había acabado asimilando que en el fondo lo hacía precisamente porque le quería: de los dos al que más le dolía afirmar una y otra vez que su relación era solo de amigos era al propio Jordan, y el único que tenía que fingir compenetrarse con otros chicos cuando hablaban de chicas, sexo o el futuro, era él también (que en el primer tema se sentía bastante excluido y en las otras dos no se imaginaba compartiendo aquellas cosas con una fémina).


Y tras razonarlo todo —además de recordar cómo le había contado a Dylan la verdad y, tras el momento de confusión inicial, el más bajito le aceptó tal y como era sin cambiar nunca su trato para con él— el de melena verde había llegado a la conclusión de que, aunque no pensaba ir por ahí gritando sus gustos ni su relación con Xavier, sí que debía sincerarse con sus allegados y dejar de actuar en contra de sí mismo. Además, con aquella decisión, Xavier había aceptado de muy buena gana seguir con él y ser su apoyo en el caso de que la peor situación en la que podía acabar todo aquello llegase a ocurrir… algo que, por suerte, no había sido así.


Visto desde el momento, el disgusto de haberse peleado con Xavier le parecía algo totalmente innecesario que hubiese preferido evitar.


Durante aquellos segundos de silencio en los que Jordan había estado recordando todo esto, la psicóloga le miraba atentamente, esperando una respuesta pero sin querer apurarle a darla.


Y el adolescente se acabó dando cuenta de esto.


— No —tragó saliva—, no hemos tenido ningún problema desde entonces. Solo quería preguntarte si no te importaría… que hoy saliera antes de consulta. Xavier y yo hemos planeado pasar la tarde juntos en el bosque si me dejabas irme pronto.


— Si no tienes nada que consultarme, por esta vez, tienes mi permiso.


Por algún motivo, a Jordan le sorprendió que se lo permitiera.


Tras agradecerle el gesto y que ella le diera un par de consejos más (además de recordarle que podía contar con ella si algo malo le ocurría o surcaba su mente), el adolescente salió de la consulta a los pocos minutos.


Recorrió el pasillo que le llevaría al recibidor dónde debería estarle esperando su novio, y solo en aquel tramo ya se podía respirar todo el cariño que los chicos habían puesto haciendo habitable otra vez a su apenas unos meses atrás maltrecho hogar.


En las primeras semanas tras su regreso, los adolescentes se dedicaron a volver a asentarse en sus antiguos cuartos; a hacer suyos los pasillos y habitaciones del lugar recolocando fotos, poniendo a punto las partes del caserón que habían sido abandonadas por el desuso e instalando de nuevo todos los juguetes de la sala de juegos —aunque la mayoría de ellos no fuera a hacer uso de ella—; y, en definitiva, a volver a sus rutinas pasadas.


Y Jordan se alegraba de que gracias a todo esto pudiera volver a sentirse en un hogar… aunque en el caso de muchos de sus compañeros esto aún no fuese así: todos intentaban vivir felices, agradecidos por la vida que se les había devuelto, pero todos tenían sus pequeños fantasmas susurrándoles al oído que no olvidaran lo que había ocurrido.


Cuando pensamientos oscuros se arremolinaban en su mente, un sonriente Xavier saludándole con la mano desde la entrada consiguió que se le volvieran a subir los ánimos.


Adoraba la capacidad de Xavier para salir adelante con una sonrisa por difícil que fueran las circunstancias. Él era de los que peor lo había pasado tras terminar con la Alius, no solo todo por lo que había luchado se había venido abajo (y en gran parte por su culpa), sino que, todavía más importante, había perdido a su padre.


Pero, a pesar de ello, solía afirmar que con haber vuelto a su casa le bastaba para querer mirar al frente: había muchas cosas que quería hacer y ya no tenía trabas que se lo prohibieran. Además, cómo solía decir a menudo para animar a Jordan, la vida seguía adelante, y él no quería quedarse atascado en aquel bache con tanto que le quedaba por vivir.


Se reunió con su pareja y salieron juntos del caserón, felices de pasar la tarde juntos tras toda la mañana separados —simplemente encontrándose para acordar aquel plan—.


A Jordan le costaba pensar en algo que no fuesen ellos dos cuando tenía a Xavier a su lado, pero tampoco le desagradaba entregarse a aquel sentimiento íntimo teniendo en cuenta que era lo único que le hacía ser plenamente libre de sus propias fantasmas, que salían a flote más a menudo de lo que a él le gustaría aunque, por suerte, poco a poco los estuviera superando.


**********


Caminando entre los árboles del bosque que rodeaba al orfanato y les protegían de los calurosos rayos del sol de verano, ambos chicos hacían lo que podían para no tropezarse con las raíces o las piedras repletas de hongos y humedad.


Llevaban rato caminando para llegar al refugio secreto de Xavier, pero aquel día el pelirrojo no estaba muy hablador, el único que hacía pie por tener una conversación era Jordan y se había dado cuenta bastante rato antes de lo sombrío que estaba su compañero en comparación a cuando habían hablado la noche anterior; llevaba todo el día algo raro.


Y hubo un momento en el que no pudo seguir fingiendo que no pasaba nada.


— Xavier —interrumpió abruptamente la marcha—, ¿ha ocurrido algo?


El otro chico también se detuvo para voltearse a mirarle.


Se mantuvo un rato en silencio, mirando con seriedad a su compañero.


— Hoyvino el correo, y entre las cartas había una que era para mí. Es de padre —se decidió a decir, sin mayores miramientos y sin titubear.


Jordan se quedó petrificado. Desde que el anciano fue detenido lo único que habían sabido de él era que había firmado para que su hija tuviera poder sobre su fortuna y la manejara con el fin de mantener en pie el orfanato, ni siquiera se les comentó nada sobre la pena que tendría que pagar, tal vez para que no se entristecieran con el resultado aunque ya todos lo intuyeran.


— ¿La tienes contigo?


— No, la dejé en mi escritorio, pensé en romperla, pero no me veo capaz.


— ¿Por qué querrías hacer eso? ¿Qué pone?


— Que lo sentía mucho. —Se sentó encima de una raíz especialmente prominente—. Se disculpó especialmente conmigo… pero en ningún momento comenta nada de lo de mi madre. No sospecha que ya sé la verdad ni piensa contármela él mismo, por lo que parece. Prefiere llevársela a la tumba.


— Supongo que es difícil para él también. ¿Cómo te sientes tú?


— Cansado. Siempre que pienso en padre me siento perdido, comprendo lo que quería hacer: vengarse por perder a su hijo, el odio pudo con él y fue mayor a cualquier otra cosa, pero no entiendo por qué tenía que ser yo quien comandara el Génesis sabiendo él lo que pasaría con ese equipo, después de que él mismo decidiera adoptarme, ya no sé si me quiere, me odia o el algo más confuso que eso, ¿tal vez un poco de ambas? Como he dicho, no lo sé. Hace mucho que dejé de entenderlo.


Jordan se sentó a su lado.


— Yo tampoco lo entiendo, pero también creo que no es algo tan simple como para poder describirlo en pocas palabras… Pero ahora debes quedarte con lo importante.


— ¿Lo importante?


— Se lamenta por lo que nos hizo. Incluso cuando los del Génesis perdisteis contra el Raimon lo dijo, ¿no? Eso no excusa todo lo que ha hecho, obviamente, y sigue cometiendo errores como no contarte tus orígenes de primera mano, pero tampoco deberíamos tenérselo en cuenta, como dice en un libro de autoayuda que me recomendó la señorita María: «hemos de dejar marchar el pasado y perdonar a todo el mundo. Somos nosotros quienes sufrimos cuando nos aferramos a agravios pasados».


— Lo sé… pero a veces es complicado.


Jordan le rodeó los hombros con el brazo.


— Cuando se te haga difícil puedes contar con nosotros, para eso está la familia, ¿no? Y no olvides tampoco lo que siempre me dices de continuar adelante pese a todo, nos queda mucho por vivir y no vamos a amargarnos por algo que no está en nuestras manos cambiar —sonrió.


Xavier le devolvió el gesto, forzándose a pensar una y otra vez en lo que acababa de escuchar para no volver a caer en el hilo enmarañado de pensamiento que era ponerse a elucubrar sobre Schiller.


El chico moreno se levantó de un salto, con las energías cargadas.


— Bueno, sigamos, si nos entretenemos mucho más apenas vamos a poder estar un rato fuera de casa —le tendió la mano.


Xavier aceptó su ayuda, pero antes de emprender la marcha comentó:


— También me pidió una cosa, por eso quería que hoy me acompañaras.


El otro arqueó la ceja, que su padre le pidiese algo a Xavier era motivo de sobra para alarmarse teniendo en cuenta todo lo ya ocurrido.


— ¿El qué?


El pelirrojo registró en el bolsillo delantero de su pantalón para, finalmente, sacar un anillo de plata con una aguamarina incrustada.


— Quería que enterrara esto debajo de mi árbol, me dijo que era algo que siempre quiso hacer pero nunca se armó de valor para ello.


Jordan no supo reaccionar a aquello, estaba analizando por qué su padre querría algo así, pero tampoco le dio tiempo a exteriorizar su forma de pensar al respecto porque Xavier empezó a caminar obligándole a él a hacer lo propio.


— Aún hoy me encanta pasar el día en mi refugio —empezó a comentar casualmente durante el camino—, el Árbol de Fuego no es solo precioso, sino que me hace sentir protegido; siempre que de pequeño estaba triste iba allí y me sentía acunado y arropado, incluso más que cuando padre o Aquilina me prestaban atención. Es raro, ¿verdad?


— A mí también me ha hecho sentirme a gusto siempre que he ido contigo, es como una especie de Edén que solo conocemos nosotros dos… de hecho me sorprende que le comentaras su existencia a padre; creía que yo era el único a quien se lo habías confiado. Cuando nos escapábamos y nos pillaban siempre decíamos que habíamos estado en el bosque, nunca concretábamos dónde exactamente.


— Te aseguro que solo te he llevado a ti, y tú eres el único que sabe que existe.


— Yo no he dicho nada a nadie —se apresuró a decir, temeroso de que le estuviera culpando de algo que no había hecho.


— Lo sé.


Jordan se detuvo de nuevo, momentáneamente confuso.


Si el secreto estaba entre los dos, ¿cómo sabía su padre la existencia de la guarida de Xavier? ¿Habría estado allí antes que ellos?


Entonces algo dentro de su cabeza hizo click.


Xavier y él siempre habían tenido la sospecha de que el Árbol de Fuego había sido plantado allí a propósito, después de todo, no era un tipo de árbol que fuera natural en Japón; mucho menos en aquel bosque en lo que casi todo lo que había eran pinos.


Observó la mano en la que Xavier apretaba el anillo que le había mandado su padre, empezando a sospechar.


— ¿Padre te dijo de quién es? —lo señaló.


— No, pero lo sé de todas formas.


Jordan cogió carrerilla para adelantarle y obligarle a mirarle a la cara.


Estaba cabizbajo, pero con el fleco más corto que cómo lo había tenido meses atrás no podía camuflar los ojos llenos de lágrimas que se resistían a salir de allí.


Y entonces la sospecha se hizo real.


— Xavier…


El susodicho no le dejó continuar, le agarró con fuerza del antebrazo.


— No digas nada, por favor. Solo necesito que estés conmigo.


El de pelo verde abrió la boca para contestar, pero se detuvo. En su lugar, cogió la mano que le había detenido momentos antes y entrecruzó sus dedos con los de él.


— Está bien.


Avanzaron en silencio por la ruta de tierra y hojas, y no se metieron prisa; el hijo de Schiller no parecía querer llegar rápido al lugar y cada vez que Jordan intentaba acelerar él ejercía fuerza para frenarle.


Finalmente, cuando la luz del día se había tornado anaranjada, llegaron a su destino.


El enorme árbol que había sido testigo de algunos momentos significativos de su amistad y posterior noviazgo se presentó ante ellos con sus hojas siendo mecidas por el fresco viento de verano, que también zarandeó la ropa y el pelo de los chicos. Las pequeñas hierbas verdes salpicadas de las hojas rojas y naranjas del Árbol de Fuego que el viento había arrancado de sus ramas, y aún hacía moverse, daban al terreno una gama de colores inusual que junto con el color del cielo y los pinos que cada vez se apreciaban más oscuros daban a aquella vista un aire irreal.


Ambos se quedaron quietos en el sitio, enternecidos por lo que se presentaba antes ellos, pero sobre todo por el gran árbol que con sus ramas moviéndose al son de la brisa parecía darles la bienvenida con entusiasmo, como si les hubiera echado de menos.


Xavier sintió un nudo en la garganta, herido por aquella casualidad que hacía que el árbol pareciera tener consciencia propia.


Jordan apretó más su mano, sin llegar a hacerle daño, y se acercó un poco a él con la intención de calmarlo.


— Vamos.


— No puedo —empezó a temblar.


— Pues dejémoslo para otro momento, tampoco es necesario que te fuerces.


Aquella opción rompió el corazón de Xavier en dos… pero también le ayudó a tomar una decisión.


— No. Debo hacerlo. Ya ha esperado demasiado, no se merece tener que aguantar más.


Con decisión, empezó a caminar hasta la mole de madera oscura y ramas voluminosas plagadas de color que más de una vez había sido su bálsamo y mayor confidente.


Una vez frente al tronco, con Jordan a su lado, metió el anillo de nuevo en su bolsillo, se dejó caer de rodillas entre dos raíces con bastante espacio entre ellas y metió las manos en la húmedatierra para empezar a retirarla y hacer un pequeño sitio para la joya que había estado velando durante aquel día.


Jordan se acuclilló a su lado, pero no le ayudó en aquella labor, sentía que sería una falta de respeto; que debía ser su compañero quien se encargara de ello.


Y Xavier tampoco le sacó de su impresión.


Cuando el agujero estuvo terminado, Xavier pareció dudar sobre si seguir adelante.


El moreno, pensando que iba a echarse atrás en el último momento, dejó escapar un suspiro y le puso la mano en el hombro.


— ¿No debería hacer algo antes de enterrarlo? —le sorprendió.


— Supongo que siempre puedes decir unas palabras.


— No sé, nunca la conocí, y a lo mejor mi impresión es errónea y ni siquiera está aquí.


Jordan negó con la cabeza.


— ¿Y si sí que lo está? Las señales así lo indican.


— Tienes razón, si no padre no me mandaría a enterrar su anillo de compromiso aquí, pero aún con esas no sé qué decir; lo poco que sé sobre ella no hace que la tenga en muy buena estima…


— ¡Xavier! ¡Es tu madre! ¡Y, además, es horrible de tu parte tenerle en cuenta eso sin saber por lo que pasaba ella! Por no decir que sin ese desliz tú ni siquiera estarías aquí… no puedes odiarla.


Al pelirrojo le tentó echarle en cara que, aún con todo, lo que había hecho estaba mal, pero al centrar su mirada en él no pudo hacerlo.


— Lo mismo que te dije para padre va para tu madre, aunque te sea difícil perdónala, por favor.


— Jordan, ¿por qué lloras?


Él se limitó a sorber por la nariz y ponerse el brazo bajo los ojos para contener las lágrimas con la manga de su camisa.


— No se merece que la odies, me da pena, y no me gusta tampoco ver cómo te haces daño tú solo pensando mal de ella —dijo entre sollozos.


Xavier pasó su brazo detrás de la cabeza de Jordan para forzarle a ponerla en su hombro.


— Vale, lo siento, tienes razón —apoyó el mentón sobre el moreno y le acarició la melena que tenía atada en la coleta—. En el fondo no pienso así —giró levemente la cabeza hacia el árbol— perdonadme los dos por decir eso.


Jordan se apartó de él con brusquedad y terminó de limpiarse la cara.


— Disculpa por esa reacción, esto me está tocando más de lo que debería…


— Tranquilo, ¿quieres esperarme un poco más lejos? No tendría problema.


Negó con la cabeza.


— Me quedo contigo.


Xavier le dedicó una media sonrisa, sinceramente agradecido.


Miró de nuevo el pequeño hoyo que había cavado, pensando qué decir… Para llegar a la conclusión de que en aquellos momentos no tenía inspiración para dedicar unas palabras.


Volvió a sacar el anillo y lo depositó en el agujero para empezar a recoger la tierra que había quitado en un principio y ponérsela encima.


Cuando terminó, se giró hacia un entristecido Jordan.


— Me temo que mejor que nos vayamos olvidando de la guarida secreta, tendremos que decirle a Aquilina dónde está este sitio para que pueda venir también a verla —forzó una torcida sonrisa—. Y deberíamos ponerle una lápida o algo que simbolice que está enterrada aquí…


Se le cortó la voz, le resultaba extraño pensar que la madre a la que había creído desaparecida toda su vida no solo estuviera muerta, sino que hubiera estado siempre tan cerca suya, sin que nadie salvo su marido supiera dónde estaba, olvidada por todos.


Jordan lo abrazó contra sí.


— Me siento mal por no saber qué decir —confesó Xavier.


— No te preocupes, ahora tienes tiempo de sobra para venir a verla cuando quieras. Ojalá yo pudiera decir lo mismo con mis padres.


Por primera vez, el de ojos verdes se percató de que su novio nunca había tenido la oportunidad que a él se le presentaba delante de sus narices.


El moreno chasqueó la lengua, se había dado cuenta de que aquel comentario estaba fuera de lugar teniendo en cuenta que aquel momento debería ser para Xavier.


— No sé qué me pasa hoy, olvida lo que he dicho.


— Podemos hablar con Aquilina para que te deje ir a visitarlos, yo te acompañaría para que no estuvieras solo.


Los ojos de Jordan se iluminaron con una chispa de ilusión. Aunque tenía el ejemplo de Dylan yendo a visitar a su abuela, no había pensado que él pudiera hacer lo propio para ver las tumbas de sus padres.


— Eso… estaría bien —bajó la cabeza, indicando que no quería seguir con el tema al menos de momento.


Xavier levantó la mirada hacia la cúpula celeste: estaba empezando a anochecer.


Jordan se dio cuenta de su movimiento, y llegó a la misma conclusión que él:


— Es hora de que nos marchemos.


Tras unos segundos de silencio presentando sus respetos al árbol, emprendieron la marcha de regreso a casa.


Cuando el pelirrojo abandonó el cobijo de la copa del árbol, siguiendo al otro joven, una de las hojas de las ramas más sueltas y cercana al suelo le rozó el pelo casi con mimo, como pidiéndole que no se fuera o estuviera despidiéndose de él.


El chico, ante aquel tacto tan íntimo que le había transmitido un cálido sentimiento en el pecho, no pudo evitar fijarse una vez más en lo que dejaba atrás.


— Volveré —levantó la mirada, con el pelo siendo zarandeado por el viento y una sonrisa decidida.


Como respuesta, las ramas se mecieron con dulzura.


Jordan lo esperaba frente a la primera línea de árboles que los llevaría de nuevo al bosque, mirándole fijamente, así que se decidió a no alargar más aquella visita.


Se revolvió el bolsillo del pantalón, asegurándose que la segunda carta —cuyo remitente era el entrenador del Raimon, y que había llevado consigo con la esperanza de compartir lo que había en su interior con el resto de chicos tan pronto regresaran al orfanato— no se le hubiera perdido y, con una reverencia, salió corriendo hasta alcanzar a Jordan y perderse juntos en el follaje.


El Árbol de Fuego pareció elevar sus hojas y flores para mirar aún por encima de las copas de los pinos cómo los dos chicos se alejaban de él.


Con el único sonido de la naturaleza resonando en el claro, el árbol se marchitó un poco, como si lo que hasta momentos antes hacía que aparentase tener algo de inteligencia hubiese decidido descansar…


Hasta recibir su próxima visita.


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