—Cada mañana encuentro una flor violeta en mi escritorio.
No lo hubiese notado si no fuese ya tan evidente. El improvisado florero hace días que fue reemplazado por un bonito adorno de cristal y acunaba cada flor que adquiría, todas encima de su escritorio, siempre en la misma posición y del mismo color.
El florero siempre estaba lleno, porque cada flor que moría era reemplazada por una más bonita.
—Tienes un admirador secreto, Tsuna —sonrió Haru, palmeando suavemente el brazo de su compañero.
—Quién sea, debe tener un alma muy bonita.
—¿Por qué lo dices?
—Por las flores que me deja. Porque están bien cuidadas y colocadas siempre en medio de todo mi caos.
Haru sonrió mientras su mente fabricaba una fantasía mayor a la que era en realidad.
—Suena muy romántico.
Y lo era, Tsuna lo admitía.
Parecía ser parte de esas historias fantasiosas que se contaban en la adolescencia y que amenizaban el ambiente escolar. Había alguien interesado en él, podría ser una mujer o un hombre, y le daría exactamente igual, porque se fijaba en el gesto por sobre la identidad.
Era un romántico, lo heredó de su madre.
Por eso ya no le costaba levantarse en las mañanas, ya no tenía dolor de cabeza o desánimo. Ahora sonreía al salir de su hogar y mantenía su buen humor hasta llegar a la oficina.
No importaba si el día fue un desastre, si los clientes eran groseros, si sus planes en la empresa no rendían los frutos que quería. Todo se volvía menos agobiante si miraba las flores en su escritorio y se sentía especial para alguien en ese mundo.
No menospreciaba su trabajo, se esforzaba el doble que los demás porque debía hacerlo debido a sus pequeños fallos que después carcomían su conciencia. Pero ahora, al tener algo más en que concentrarse, algo más allá de ser un buen empleado, le generó las energías que en algún punto empezó a perder.
Se sentía vivo.
—Los rumores dicen que son algo así como recaudadores de impuestos.
—¿Qué?
Pero siempre se mantuvo atento a su alrededor, y es que no se iba a perder el chisme de la oficina, obviamente, porque era de esas cosas que compartes con el resto y que te hacen igual de feliz que tener un admirador secreto.
Y era divertido también.
Cada uno tenía su propia conjetura o hipótesis, incluso él tenía alguna vaga teoría que hace tiempo olvidó, prefería escuchar la conspiración de Haru y seguirle el juego.
—Personalmente no creo que sea eso —Haru negó suavemente—. Creo que son investigadores privados.
—Suena más coherente —sonrió animado.
—Su mirada es muy penetrante y su forma de caminar es intimidante, así que podría ser posible.
Tsuna asintió.
—Y hoy vendrán a hablar con el jefe.
—¿Quieres esperar y espiar por el pasillo?
—No creo que... Bueno sí.
Haru rio bajito porque todos en esa oficina tenían curiosidad sobre los hombres de traje que visitaban a sus jefes una vez a la semana. Todos sabían que esos señores trabajaban directamente para los altos cargos, pero no sabían sus labores.
Eso significaba que debían conspirar.
Mientras algunos seguían las labores y suplían tareas alternas, los otros iban a recolectar información para dar un buen reporte después. Tareas que rotaban equitativamente, todo con tal de distribuir información.
No sería la primera vez que espiaran escondidos en las esquinas o las paredes que dividían las oficinas de los pasillos, pero era la segunda vez que sus miradas se encontraban con la de uno de esos hombres que a paso tranquilo se dirigían al ascensor. En ese punto ellos abandonaban el edificio pues habrían terminado la reunión con el presidente de la empresa. La puntualidad del hecho era casi hasta ridícula, pero ventajosa para no perderse detalle alguno.
Tsuna notó esos pozos negros y sintió un escalofrío que lo hizo escapar tras jalar a Haru para irse de ahí. Era vergüenza mezclada con palpitaciones frenéticas por ser descubiertos en algo tan infantil como espiar a unos desconocidos. Por dios, eran adultos asalariados, qué pensarían esos hombres imponentes de ellos.
—No hay que volver a espiar.
—Sí —Haru también estaba avergonzada—. Deben creer que somos unos chismosos o algo. ¡Qué pena!
Lo que no sabían era que esos tres hombres ya sabían de ellos desde hace mucho tiempo, incluso sin haberlos descubierto espiando, porque ellos sabían todo de esa empresa, cada detalle y fecha, porque era parte de su trabajo.
Y por eso el azabache servidor conocía la hermosa persona a la que le dejaba una flor todas las mañanas como un detalle silente hasta tener la oportunidad de conocerlo directamente.