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MERMELADA por De La Rosa

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Notas del capitulo:

Tardé bastante en actualizar, espero les guste.

La campana de la escuela sonó para indicar el final del día. Los alumnos felices guardaban libros y notas para tomar sus mochilas e irse a toda prisa. Solamente Alejandro no dedicaba tanta premura a irse, deseaba que el día en la escuela fuera más largo pues era donde más disfrutaba estar. El sr. Derek al levantar su mirada antes de dejar su escritorio vio a Alejandro que apenas y con pesar colgaba su mochila en su hombro.

     -¿hoy trabajas verdad? – le preguntó con un suspiro ligero denotando algo de tristeza por él.

     -sí, aún tengo algo de tiempo antes de llegar, por eso no estoy tan apurado. – respondió tratando de sonreír.

     -¿sabes? Yo aún no me voy, debo hacer unas cosas en la sala de maestros, ¿quieres ir y descansar unos minutos antes de irte?

     -¿en serio, está bien?

     -seguro, además es mi turno de limpiar la cafetera, puedes beber una taza de té si gustas. – Muy agradecido Alejandro caminó detrás de su profesor para seguirle a la sala de maestros. Que ya estaba vacía; los viernes los maestros siempre se apresuraban a salir para alargar su fin de semana.

     Había unos cuantos escritorios, computadoras, una mesita para café, las ventanas abiertas tenían vista al patio de receso, y, en una puerta al fondo, la oficina del director; un sofá de descanso sencillo pero bastante cómodo. Y olía a café y galletas.

     El profesor abrió la puerta permitiendo el paso a Alejandro.

     -Siéntate y descansa en el sofá unos minutos, te daré un té antes de limpiar la cafetera. – le dijo amable.

     -Gracias maestro, disculpe la molestia. – Alejandro dejó su mochila en el suelo y sacó una libreta y su bolígrafo.

     -Te traje para que descanses unos minutos antes de irte, no para que hagas la tarea del fin de semana – le dijo el Sr. Derek al verle mientras preparaba el té. Alejandro esbozó una ligera sonrisa y respondió que le gustaba hacer la tarea en la escuela más que en casa, además de que en casa casi no tenía tiempo de hacerla debidamente. El profesor dio a Alejandro una taza de té caliente y unas cuantas galletas que habían quedado.

     -¿no hay problema que las coma? – preguntó.

     -Si se quedan aquí el fin de semana no estarán buenas el lunes, mejor que alguien se las coma. – Con esos gestos de gentileza y amabilidad, Alejandro a veces sentía cómo su corazón se ahogaba en lágrimas de alegría y tristeza a la vez. Ojala en casa su abuela fuera así de amable, o al menos que el sr. Epstein no fuera tan desagradable en el trabajo. Siempre que tenía esta sensación, Alejandro apretaba los dedos de sus pies como conteniendo fuerza o el aliento para no dejar que esas lágrimas brotaran. El profesor fue y se sentó en uno de los escritorios y se dispuso a hacer sus pendientes.

     A medida que terminaba las galletas y bebía el té, comenzaba a sentir algo de sueño, lentamente recargó su cabeza hacia atrás y poco a poco cerraba los ojos, el silencio era relajante y le agradaba esa sensación de paz que muy pocas veces había sentido. El profesor tuvo que tocar ligeramente su hombro para hacerle despertar ya que sólo llamarle no había funcionado. Con un poco de vergüenza por quedarse dormido, Alejandro se disculpó, el maestro le retiró la taza y el plato de galletas.

     -Le agradezco mucho profesor Derek. – le dijo frotando sus ojos y luego tomó su mochila.

     -Por nada, me gusta ayudarte a sentirte bien. – respondió sonriente.

     Caminaron por el pasillo en medio de los salones hasta llegar a la salida, donde Alejandro contempló por cortos segundos el exterior antes de tomar camino al trabajo.

     -Ojalá no tuvieras que trabajar y pudieras disfrutar tu vida como los niños de tu edad. – deseó para él el maestro.

     -Si me preocupara por eso, estaría más cansado de lo que estoy. Es mejor afrontar nuestras responsabilidades.

     -Ojala todos los adultos pensaran como tú.

     -Gracias por el té y las galletas profesor, lo veré el lunes – le dijo animado por esperar el día lunes. Y tomó su camino al muelle.

 

     El olor a sal marina, madera mojada, pescados, mariscos, aceite quemado y humo se hacía más penetrante a medida que se acercaba a los muelles. Cada paso más cerca hacía que sus pies los sintiera más pesados, eran sus deseos de no estar ahí las siguientes 5 horas.

     Había una fila de bodegas guardando todo tipo de cosas, cajas, vagones, materiales, alimentos. En el interior de la bodega 6 en una esquina, Alejandro puso sus mochila y sobre ella el su abrigo de la escuela, su camisa y zapatos. Se puso unas viejas botas de hule caminó hacia una oficina en el fondo de la bodega.

     Al interior de la oficina, detrás de un escritorio estaba sentado el viejo sr. Epstein, un hombre en sus cincuentas, de cuerpo obeso y con barba gruesa descuidada y gris. Todo el tiempo olía a tabaco y, ocasionalmente, ese pesado aroma se mezclaba con el olor a ron. Alejandro abrió la puerta lentamente y asomó su cabeza. Se reportó con un débil y temeroso “buenas tardes”. Con un gesto de desagrado y apenas moviendo el rostro, el Sr. Epstein le miró de reojo y dijo: - Lo de la bodega 9 se enviará al carguero que está en el muelle 12 – Su voz era ronca y sonora y al hablar se le veían los dientes amarillos y con manchas marrón entre ellos. Alejandro, con cuidado y en silencio, cerró la puerta y dando un hondo suspiro caminó a la bodega 9.

     Había cajas y costales con quién sabe qué cosas en su interior; todo lo que sabía es que debía ser cuidadoso de no dejar caer ninguna caja o rasgar ningún costal y acomodarlos en los cargueros que anclaban en los muelles. En la bodega 9 todo olía a humedad, y el piso siempre estaba mojado o húmedo, además que de no estaba en buenas condiciones, había grietas y trozos faltantes de loseta que a veces hacía tropezar a quienes caminaban dentro. Los trabajadores, en su mayoría menores y adolescentes, principalmente debían llevar cargas a los barcos, o bien, bajarlas y guardarlas en bodegas.

    -¿es mucho? – preguntó Alejandro a uno de los chicos unos años más grande que él, quien acomodaba sacos de azúcar y harina de modo que fuese más fácil tomarlos para el resto.

     -pues, como faltaron varios hoy, sí hay bastante qué cargar antes de poder irnos. – Respondió con pesadez. Antonio era por mucho su único amigo, aunque sólo lo veía trabajando en los muelles ya que nunca se le encontraba en otro lado. Tenía 15 años y desde los 11 trabajaba como cargador en el muelle por lo que su cuerpo era fuerte y, aunque no se comía bien, él siempre se veía con buena salud. Siempre se le miraba sucio, con el cabello rojizo y desaliñado, ropa gastada y cuando tenía zapatos, siempre estaban rotos o viejos. - ¿qué tal la escuela?

     -Estuvo bien, lo mejor fue la taza de té y galletas que me dio el sr. Derek ya que no había desayunado mucho. – Tomó con habilidad un bulto y se lo llevó. El muelle 12 no estaba muy cerca de la bodega 9, afortunadamente tampoco estaba lejos. El señor Epstein a veces enviaba a los cargueros a muelles lejos de las bodegas por el retorcido gusto de hacer trabajar más a la gente. Subiendo escalones debían llevar los costales a una galera en el barco de carga. Hacían fila para subir y llegar a esa galera, si alguno se atrasaba, o se detenía para recobrar el aliento que el bulto de 35 a 40 kilos sobre su espalda les arrebataba, atrasaría y cansaría a los demás. Afortunadamente Alejandro ya estaba acostumbrado a ello a pesar de su cuerpo delgado.

     -Debes tener cuidado con las cortesías que aceptas de extraños – le sugirió Antonio cuando Alejandro volvió por otro costal.

     -El sr. Derek ha sido mi profesor todo el año, es una buena persona, no siento que deba preocuparme por él. – respondió mientras echaba en su espalda otro costal. – Además, ¿tú por qué te preocuparías? – se fue cargando el costal en esa fila de hormigas trabajadoras. Antonio le vio caminar soportando el peso, dando pasos fuertes, lo miraba, al ingenuo, inocente, amable y dulce Alejandro. “Toda tu vida viviendo en un mundo cruel y carnívoro y no te das cuenta que aún puede ser peor” pensó mientras le veía.

 

Para cuando Alejandro regresó, Antonio ya había terminado de bajar los costales y ahora ayudaría a llevarlos al carguero, caminó detrás de Alejandro cargando no uno, sino dos costales sobre sus hombros.

     -¿cómo está tu abuela? – Preguntó Antonio.

     -Tan bien como puede, últimamente duerme mucho por el alcohol, despierta, come, bebe y vuelve a dormir.

     -Qué bueno oír eso – dijo con seriedad y algo de sarcasmo.

     -¿Qué?

     -Bueno, ya sabes, supongo que así te golpea menos. – Alejandro respondió con silencio ante tal comentario, caminaba agachando la cabeza para vigilar sus pasos y no tropezar, aunque también para confirmar con su expresión que él pensaba del mismo modo.

     Cuando el sol ya casi se ocultaba, terminaron de cargar todos los costales. En fila cobraban su salario en la oficina del Sr. Epstein. Pasó Antonio, y después fue turno de Alejandro. Antonio le esperaría fuera de la bodega  y después le acompañaría parte del camino a casa.

     Alejandro recibió su paga de la mano con gruesos dedos y uñas sucias del sr. Epstein, tan sólo con mirar de reojo pudo notar que no era la cantidad habitual.

     -Disculpe sr. Epstein, no es lo que siempre paga. – dijo tratando de no sonar tímido. Antonio siempre le decía que ante adultos como la gente del muelle y en especial el sr. Epstein, no era bueno ser un niño de 12 años. El desagradable hombre esbozó una sonrisa sarcástica en su rostro obeso y con barba saliente canosa y gruesa.

     -Tu abuela me pidió un préstamo hace semanas y no se ha aparecido para pagar, comenzaré a descontarlo de tu paga.

     -Sr. Epstein si no llego con todo mi sueldo ella…

     -¡¿crees acaso que eso me importa?! Tu vieja abuela no debería pedir prestado si no tendrá para pagar. ¿O acaso se te ocurre otra manera de pagarme el dinero que le presté? – inquirió con una sonrisa grotesca y malvada. Alejandro sólo pudo agachar la cabeza y negar con un ligero movimiento. – Entonces lárgate de aquí. - Alejandro salió en silencio y cuidando de que el rechinido de la puerta al cerrar fuera apenas audible. Respiró hondamente cuando cerró y caminó a la salida de la bodega donde Antonio le esperaba sentado sobre unas cajas.

     -Caramba, te prestaría el dinero que te descontó Epstein, pero no tendría suficiente para…

     -Descuida, mi abuela tendrá que entender que es por el dinero que pidió prestado – le interrumpió Alejandro mientras caminaban por calles casi oscuras.

     -Sí, pero si no entiende o incluso, si no se acuerda, a quien le irá mal es a ti.

     Antonio siempre trababa de platicar sobre otras cosas con Alejandro, cualquier tema que no le recordara los detalles tristes y amargos de su día a día, sin embargo, no siempre podía ocultar su preocupación por él.

     Entre unos de los callejones por donde iban pasando, tres hombres jóvenes de aspecto descuidado y maleante atrajeron la atención de Antonio, quien al reconocerlos, entendió que debía despedirse.

     -Ve con cuidado a tu casa ¿ok? Te veré mañana. – le dijo sonriente mientras caminaba hacia esa calleja con esos tipos extraños y siniestros.

     -Cuídate Antonio. – Respondió con tono preocupado. Tranquila princesa, él estará bien, ¿por qué no te quedas también y nos haces compañía? Dijo uno de ellos.

     -Tranquilo, él se va a su casa, y mejor déjenlo tranquilo – Antonio, aunque no era muy alto, su tono de voy y presencia siempre daba la impresión de ser rudo, además de que mucho tiempo cargando cajas, costales y demás cosas en los muelles, le había hecho unos brazos fuertes.

     Alejandro evitó seguir cruzando mirada con esas personas y continuó caminando. Metros más adelante, escuchó voces al fondo de otro callejón. Vio a dos hombres entre la oscuridad frente a una pared acorralando a una niña quien evidentemente trataba de alejarse. Una de las reglas para sobrevivir en esos barrios, era no meterte en asuntos que no son tuyos y ponerte a salvo a ti mismo, sin embargo, Alejandro no iba a dejar a esa niña sola en esa calle.

     -Déjenla en paz, sólo es una niña. – dijo Alejandro tratando de sonar como su amigo Antonio, pero su estatura y delgado cuerpo no ayudaron a darle presencia o intimidad a esos dos brabucones.

     -¡metete en tus asuntos! – vociferó uno de ellos.

     -Sí, esta es nuestra presa. – Armándose del valor que pocas veces conseguía tener, Alejandro tomó del piso una roca casi del tamaño de su mano dispuesto a golpear con ella a alguno de esos dos. Dio unos tres pasos decidido a defenderla, los dos rufianes inmediatamente se acercaron a él, uno lo tomó por el brazo que sostenía la roca e inmediatamente, por la fuerza que le aplicó, Alejandro la dejó caer, el otro, a puño cerrado, le dio un golpe que le derribó y cortó el labio; Alejandro al sentir el punzante dolor, llevó su mano a boca y la vio manchada en su sangre, aquí se dio cuenta que tal vez se habría equivocado. Cuando los dos hombres se aproximaban más a él para continuar con su abuso, esa niña a quien al principio tenían intenciones de ultrajar, se acercó a ellos muy veloz mente y demostrando destreza y conocimiento en el tema, con dos golpes a cada uno en manera simultánea en puntos frágiles de presión, los hizo caer inconscientes. Al asegurarse de que no despertarían pronto, ayudó a Alejandro ofreciendo su mano para que se pusiera de pie.

     -¿Pudiste hacer eso desde el principio? – preguntó Alejandro mientras se incorporaba y limpiaba con su playera sucia la sangre en su boca. Reparó con más atención en lo que pensó era una niña indefensa; su cabello largo y gris, y su extraño atuendo blanco llamarón su atención.

     -No podría hacerles daño si no estaba seguro de que iban a agredirme – respondió con voz serena. Al escucharle con atención, notó que no se trababa de una niña, sino de un niño con un cabello inusualmente largo y ropa extraña.

     -Lo siento, pensé que eras una niña.

     -De haberte dado cuenta que no era una niña ¿habrías seguido tu camino? – Alejandro sonrió ligeramente y suspiró.

     -No, igual habría interferido, aunque igual me hubieran golpeado. Supongo que debo agradecerte.

     -También te agradezco. – Le dijo mirándole fijamente con sus ojos dorados casi como el oro o dos soles. – Me llamo Ariel.

     -Yo Alejandro, mucho gusto. Bien… debo irme, así que cuídate y no camines por esas calles tu solo. – Alejandro apenas podía esconder su vergüenza ante alguien que le mirara tan fijamente y con unos ojos de un color así de inusual. Continuó con su camino, y, tras avanzar unos metros, Ariel comenzó a seguirle. Alejandro al notarlo, trató de ignorar que le siguiera un niño extraño, y al sentirse lo suficientemente incómodo finalmente se dio vuelta hacia él.

     -¿Puedo ayudarte con algo?

     -Obviamente notas que no soy de aquí, y debo permanecer en este lugar por un tiempo, ¿podrías darme algunas indicaciones para evitar situaciones como la anterior?

     -No hables con extraños, ten cuidado al cruzar las calles, no camines tú solo de noche, y no sigas a desconocidos si no sabes dónde estás ni dónde van – Alejandro no era así de tajante con alguien que necesitara ayuda, pero obviamente ese niño era extraño y para Alejandro ya era tarde, no podía demorar en llegar a su casa. Continuó su camino dejando al raro Ariel detrás. No obstante, su conciencia le hizo detener su camino y regresar hasta donde estaba parado Ariel. – ¿Tienes dónde pasar la noche? – le preguntó con un pesado suspiro. Ariel negó con la cabeza. – Bueno, no tengo mucho qué ofrecerte, pero al menos no pasarás la noche en las calles. Acompáñame.

     Ariel veía su entorno con curiosidad. Casas pequeñas, caminos de tierra y rocas, ya había oscurecido. Había unas personas fuera de sus casas, refrescándose en el aire de la noche. Nadie hablaba, simplemente dirigían miradas despectivas e indiferentes. Al llegar a casa, Alejandro pidió a Ariel permanecer atrás suyo y no hacer ruido. Abrió la puerta de aluminio poco a poco para no hacer mucho ruido y asomó su cabeza ligeramente. Dio un suspiro de alivio al notar a su abuela durmiendo en un catre de metal y cubriéndola parcialmente una vieja manta. En el brazo caído a la altura de su mano, una botella de ron casi vacía. Alejandro abrió la puerta para permitir el paso a Ariel y con una seña le pidió no hacer ruido. Lo llevó a un pequeño cuarto al fondo de la casa, había un colchón en el suelo, unas cajas de cartón y otras de plástico apiladas y en orden en una de las esquinas. Encendió una pequeña lámpara que apenas iluminada ese cuartito.

     -No tenemos teléfono, pero mañana puedo llevarte a un teléfono público para que llames a quien debas llamar.

     -¿A quién llamaría?

     -¿algún familiar? – Ariel negó con la cabeza. Alejandro dejó con cuidado su mochila con cuadernos y libros de la escuela sobre el piso junto a la cama. – Ariel, ¿de dónde vienes y qué hacías en ese callejón acorralado por esos sujetos? – finalmente preguntó intrigado.

     -Vengo de un mundo que se llama Mermelada, al venir a tu mundo, el portal me dejó en un calle oscura y al no saber qué hacer comencé a caminar, entonces esos dos salieron de otra calle y me pidieron darles dinero poro no tengo el dinero que usan aquí y se los dije pero insistieron entonces me tenían contra la pared hasta que les diera dinero. De haber sabido que el portal me traería a este mundo, habría conseguido dinero de aquí de haber sabido que la gente lo pide. Después tú apareciste. – Ante tal relato, Alejandro sólo pudo poner una mirada escéptica y temiendo por la salud del niño al que había decidido llevar  a su casa.

     -¿Mermelada? – Sólo pudo preguntar.

     -Sí, así se llama el mundo de dónde vengo.

     -¿seguro no es el nombre de algún pueblo? O… ¿algún hospital?

     -No, es mi mundo, así como Tierra es el tuyo.

     -¿entonces vienes de otro mundo? O sea, ¿del espacio?

     -Podrías decir que de una dimensión alterna.

     -¿sabes? Trabajé mucho hoy, y mañana debo ir a la biblioteca de la escuela, seguramente también estás cansado, entonces, duerme y yo estaré afuera terminando mi tarea. Mañana camino a la escuela pasaremos por la estación de policía y podrán ayudarte a encontrar tu domicilio.

     -Gracias por tu ayuda. – Le dijo Ariel con una despreocupada sonrisa. Pero Alejandro no podía ver más allá de un niño de extraña vestimenta, largo cabello gris y ojos resplandecientes como oro que hablaba incoherencias sobre un mundo en otra dimensión. Salió por una ventana y con unos cuadernos en mano mientras Ariel se recostaba en el viejo colchón del piso.

     

     A la mañana siguiente, muy temprano, ya estaba de pie Alejandro dando pasos con sigilo, buscando su uniforme limpio para vestirse. Ariel, al sentir movimiento, se incorporó frotando sus ojos y dando un bostezo. Alejandro le pidió a señas que evitara hacer ruido para no despertar a su abuela que aún dormía. Puso a su lado un poco de ropa, aunque Ariel era un poco más alto, Alejandro supuso que esa ropa le quedaría; toda la ropa de Alejandro era obtenida en caridades o en los vertederos, así que siempre tenía ropa más grande que su talla. Ariel hizo una expresión de extrañeza ante el hecho que tuviera que cambiar sus prendas. La rutina matutina de Alejandro se interrumpió unos segundos al quedar paspado en el cuerpo semidesnudo de Ariel, quien al parecer no conocía el término vergüenza. Ciertamente no tenía el cuerpo de cualquier niño de 12 años, pues tenía los músculos de un adolecente que es casi un adulto, le recordó a Antonio, quien al quitarse la camisa hacía que Alejandro deseara un día lucir como él aún a pesar de no tener una correcta alimentación. Al ver su espalda, sintió un escalofrío en su columna de esos que sientes cuando la empatía te envuelve. La espalda de Ariel, desde el cuello hasta la parte posterior de sus piernas, estaba llena de cicatrices, algunas parecían se azotes, de esos que a veces le toca soportar a Alejandro de parte de su abuela y el Sr. Epstein, sin embargo, en el caso de Ariel, eran tantas las cicatrices que le hacía tratar de adivinar desde cuándo habría podido recibir esas heridas. Finalmente Ariel terminó de vestirse y Alejandro retiró su mirada de él antes de que se diera cuenta de que le observaba. –Puedes poner tu ropa debajo de la cama. -  le dijo con voz baja. Ariel iba hacerlo, sin embargo al notar el moho por la humedad, prefirió guardar sus prendas en una alforja de piel y suave tela que colgaba de su hombro. – Voy a pedirte que en silencio esperes afuera, no más de 30 minutos mientras termino de preparar el desayuno de mi abuela, después saldré por la puerta de enfrente y vendré por ti, por favor, no entres de nuevo. No te vayas ni hagas ruido. Ariel simplemente hizo caso y salió por la misma portezuela por donde Alejandro había salido en la noche cuando dijo que aún debía terminar sus tareas.

Ariel se sentó en el suelo junto a la casa, el piso sólo era tierra y grava, de día, su alrededor se veía muy diferente a en la noche. Las casas ciertamente se veían más lastimadas con la luz del día. No lejos podía ver las montañas de basura de los vertederos, y cuando el aire soplaba con un poco más de fuerza, traía consigo el aroma rancio y podrido de todo lo que se descomponía en esas feas montañas de desperdicios. Su atención fue atraída por unos niños pequeños que jugaban pateando una pelota que seguramente estaría hecha de papel y cinta adhesiva desde donde él la lograba apreciar. Jugaban entre la tierra y el polvo que se levantaba con el viento y sus movimientos, era temprano, pero ya sentía bastante calor, no se veía ningún árbol a la vista como para mitigar los rayos en su sombra. Podía ver  a los recolectores subiendo a grandes y sucios camiones recolectores de basura y a otras personas caminando o andando en triciclos oxidados con bolsas o cajas vacías tomando dirección a las montañas de basura del vertedero seguramente para buscar cosas útiles entre tanto desperdicio. Su corazón sintió un hueco. “Aunque somos de diferentes mundos, tenemos muchos paralelismos” pensó con tristeza. De pronto el ruido de cosas cayendo dentro de la casa de Alejandro le puso alerta, su primer instinto fue de entrar y ver que estuviera bien, pero, recordó que Alejandro le pidió no volver a entrar, y lo hizo con una expresión seria y casi suplicante, así que mejor se quedó sentado donde estaba pero aguzó el oído en caso de que en serio necesitara su ayuda. Escuchó entonces la voz de una anciana. Su abuela.

     -¡Tendrías que haber insistido en tu paga completa! – le exigía la anciana a Alejandro mientras le azotaba con una vara de madera. Alejandro se cubría el rostro y la cabeza con sus brazos y éstos recibían los golpes.

     -Abuela, el sr. Epstein dijo que lo que le pediste prestado lo descontaría de mi sueldo porque no le has pagado. – intentaba responder él en medio de los azotes.

    -¡No le pedí nada a ese hombre! ¡Seguramente estás guardando el dinero! ¿Verdad? ¿Quieres abandonar a la única persona que ha puesto un techo en tu cabeza y te ha soportado estos años?

    -¡Abuela por favor! Nunca haría eso. – Alejandro  ya había aprendido a recibir esos golpes, sin embargo, en un descuido, la vara de su abuela alcanzó su rostro e hizo una marca junto a su labio. Alejandro cayó al suelo y contuvo el llanto. Con respiración cansada, su abuela dejó caer la vara y se sentó en su cama, acercó con sus manos una mesilla vieja de madera húmeda  y exigió su desayuno. Alejandro se puso de pie y dejó en la mesa una taza con café, y un plato con algo de comida. – De por sí lo que ganas no alcanza para nada, y ahora dejas que ese hombre te quite dinero – masculló la anciana. Alejandro sólo podía guardar silencio. Tomó su mochila y caminaba hacia la puerta. Antes de que saliera su abuela agregó con un tono amargo y malicioso – Ya es hora de que busques otras maneras de hacer dinero, a tu edad… mucha gente pagaría bien. – Dijo, y dio un largo trago a una botella de ron que sacó de debajo de su almohada. Alejandro, sin responder nada, sólo contuvo el enorme vacío en su pecho que esas palabras le hicieron sentir y salió cerrando la puerta lentamente y con el mayor silencio posible.

 

     Caminó unos pasos alrededor de su casa y se encontró con Ariel, quien le esperaba donde le dijo y trataba de disimular la incomodidad ante lo que inevitablemente había tenido que escuchar. Se puso de pie, y sacudió el polvo de los pantalones viejos y algo grandes que le había prestado Alejandro, quien conteniendo lágrimas en los ojos pasó su mano por su labio y revisó que no hubiera sangre, afortunadamente, apenas fue un raspón. Con las energías que apenas lograba conseguir, sonrió a Ariel para demostrarle que se encontraba bien, sin necesidad de que le preguntara, con un suspiro y una mirada le pidió caminar con él para ir a la estación de policía como había quedado con él anoche.

     -Te acompañaré a la estación de policía y ahí podrás dar tu dirección o el nombre de tus padres o un familiar para que les contacten y vengan a buscarte. – le iba diciendo en el camino.

     -No necesito ir a la estación, volveré a Mermelada cuando encuentre lo que vine a buscar. – le respondió con naturalidad. Alejandro no contuvo una ligera risa ante el disparate de mundo que le sonaba Mermelada.

     -¿es en serio? ¿Sigues con eso? – Ariel, no digas esas cosas en la estación o te llevarán a otro sitio.

     -¿Lo dices porque podrían pensar que perdí la cordura? Es en serio lo que te digo, he venido a buscar un tesoro y cuando lo encuentre, podré volver. ¿Ves este collar? – le dijo mostrando la gema que pendía de él. Alejandro admiró por segundos los colores madreperla que destellaban con la luz del día. – Cuando encuentre el tesoro de los Espíritus de la creación, esta gema se iluminará y podré abrir el portal a Mermelada para llevar el tesoro a los Espíritus. – Cosas que Alejandro simplemente no podía creer, y se notaba en su expresión escéptica.

     -¿Y qué es ese tesoro? – Sin embargo continuó preguntando como si le interesara el tema.

     -No lo sé, por eso debo buscar en todas partes hasta encontrarlo.

     -Entonces… los Espíritus de un mundo alterno te mandan a este mundo a buscar algo que no sabes qué es, cómo luce o dónde podrías encontrarlo y cuando por fin lo encuentres abrirás un portal a otra dimensión que te llevará a un mundo que se llama Mermelada ¿cierto?

     -¡Exactamente así es!

     -Bien, esta es la estación de policía. Sólo entra y diles que estás perdido, no les digas lo de tu fantástica aventura o sólo los vas a espantar. Y guarda tu collar, podrían intentar robarlo. – Alejandro le dio una última mirada deseando en serio que se encontrara bien y pudieran ayudarlo. Le dio una amable sonrisa opacada con ese golpe y tomó su camino hacia la biblioteca de la escuela. Ariel le vio marcharse sin más. Volteó y miró el edificio de la estación. Inhaló profundamente el aire de la mañana en ese mundo, olía a muchas cosas y a nada a la vez, dio media vuelta y vio su alrededor. Tantos caminos, ¿Cuál le llevaría a su sucesor? Simplemente comenzó a caminar con rumbo hacia cualquier lado esperando sólo toparse con la persona que hiciera resplandecer su gema.

Notas finales:

no tardaré mucho con el siguiente.


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