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Las Alas de la Condenación por uroborosnake

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VII. TIEMPO

 

 

            Los tres primeros días de la convalecencia de Malfoy fueron iguales; como si su alma no se encontrara con él sino en otra parte muy lejana, en un lugar donde él no podía ni quería encontrarla, en un refugio tranquilo donde rumiar sus penas en soledad, en un lugar más tibio y más obscuro que la cama donde yacía.

 

            Hermione se quedó con Harry el primer día, ayudándole, sin embargo, cuando intentó darle a Malfoy la poción, el chico, en lugar de beber, se atragantó y fue necesario golpear su espalda suavemente como si fuese un crío, y tuvo que ser Harry, quien llamándolo por su nombre, le hizo finalmente tomarse el contenido de la tacita enlozada. Ella entendió entonces que podía ser mucho más útil en otra parte, fuera del cuarto (cosa que por lo demás, le agradaba bastante poco), y dejó en manos de su amigo el cuidado del enfermo (que tampoco le agradaba), para dedicarse a contactar a los miembros de la orden a fin de que hallaran un nuevo lugar donde reunirse, so pretexto de que Harry quería estar solo un tiempo, para reflexionar y sobrellevar la muerte de Dumbledore con tranquilidad, ya que el muchacho sentía un gran cariño por el fallecido director (lo que en su mayor parte era verdad). De cierta manera, Malfoy ni siquiera medio muerto la quería cerca, pero se daba bastante bien con Harry, bueno, porque no sabía que era Harry o porque era su voz la única que había escuchado cuando todavía estaba un poco más consciente; además, también era cierto que su amigo tenía más paciencia y más tacto que ella, y para su sorpresa, daba la impresión de que había olvidado todas las molestias que el hijo de Lucius le provocara en el pasado. Bien, quizá se debía a que Harry en realidad tenía el corazón demasiado grande, o tal vez a que el estado de Malfoy cuando lo encontró era tan lamentable que ella no podía ni siquiera imaginárselo. En algún sentido, Harry estaba siendo más paciente que una madre y más cuidadoso de lo que ella era capaz de sospechar.

 

            Hermione se marchó de Grimauld Palace y tuvo la misión de mantener a Ron alejado y al resto de las personas que quisieran acercarse a la mansión, prevenidos de que su ocupante no tenía intenciones de recibir visitantes, pero que se encontraba perfectamente bien. Ambos concordaron que aún era demasiado pronto para poner a Ron y al resto de los Weasley al corriente de la situación, y tal vez nunca sería prudente mencionar que Malfoy estaba con vida, mucho menos en esta circunstancia. No podían dejar que la verdad saliera de ellos porque eso haría aún más cercano el peligro, que ya estaba más que cerca, por cierto.

 

            Todo desembocaba en una realidad incómoda pero necesaria: sería Harry quien quedaría al cuidado de Malfoy.

 

            Gracias a la forma en la que lo educaron sus tíos, Harry podía arreglárselas perfectamente con las labores de la casa, y no era común en él usar magia para alivianarlas, no obstante, esta vez tuvo que recurrir incluso a esos métodos porque Malfoy requería de mucho cuidado, más del que una persona sola podía brindarle. El chico tenía que tomar su poción cada seis horas, y hacérsela tragar consistía en una operación que fácilmente duraba tres cuartos de hora; había que llevarlo al baño, vestirlo y cambiarle las vendas que había sobre sus magulladuras. Él se dejaba hacer, sin moverse, sin replicar y casi sin cooperar, su debilidad física y su falta de conciencia lo convertían en un ser tan delicado como un niño de pecho...un niño que él no se atrevía a abandonar porque, a fin de cuentas era él quien lo había encontrado y quien le había salvado la vida a pesar de que le rogaron lo contrario, y como si fuera poco, tenía una especie de incómodo sentimiento de culpa por haber sentido tanto desprecio hacia él y ahora verlo reducido a este estado, indefenso en sus propias manos.

 

            Quizá también comprendía un poco el dolor que sentía ante la muerte de su madre y el resto de las atrocidades que hicieron con él.

 

            Lo cierto es que Harry se dispuso a cuidarlo y lo hizo con un profesionalismo tal que le hizo pensar seriamente en la posibilidad se convertirse en medimago si Voldemort no acababa antes con él.

 

            Malfoy se quejaba débilmente a veces cuando el efecto de la poción empezaba a abandonarlo, pero no hablaba, no pronunciaba ni una sola palabra ni se movía salvo los movimientos de su párpados, sus labios y su garganta. Estaba muy delgado cuando lo encontró y continuaba adelgazando como si intentara desaparecer; jamás llamaba para que le acompañaran al baño, sino que esperaba hasta que Harry pensaba que lo necesitaba y lo cargaba hasta allí tratando de hacerlo con delicadeza, y como Usher le indicó que no lo perdiera de vista, tuvo que presenciarlo absolutamente todo, vio como le corrían las lágrimas sentado en el inodoro y cómo sus intestinos vomitaban horribles porciones de algo que creyó no eran más que coágulos, lo vio abrazarse las rodillas ante lo imposible del sufrimiento que sentía, lo vio temblar y palidecer y temió verlo desvanecerse de nuevo; de pronto se vio reconfortándolo aunque el otro chico no parara de temer todo el tiempo, y terminó llenando la bañera con agua caliente para ver si eso podía ayudarlo. Quizá Malfoy creyó en un principio que intentaba ahogarlo, pero debió recurrir a su tono de voz más amable y a llamarlo por su nombre un millón de veces para que comprendiera que no quería sino que entrara en la bañera; el contacto con el agua tibia lo volvió un poco a la realidad e intentó, torpemente, de bañarse él mismo mientras Harry le lavaba el cabello.

 

            Así fue como las cosas se fueron haciéndose más fáciles.

 

            Malfoy comenzó a salir se su trance horrible al cuarto día, cuando vacilante, bebió por sí mismo por medio de la pajita, el contenido de la taza enlozada que contenía siempre su poción verde, por la tarde se sentó, confundido y volvió a llorar, pero cuando Harry entró en la habitación, le habló:

 

            -¿Eres James? ¿Cierto? -le preguntó con la voz trémula.

 

            Harry asintió, acercándose; Malfoy parecía muy confundido todavía, tenía el ceño fruncido y quizá estaba tratando de acostumbrarse a sus ojos inútiles.

 

            -¿Qué fue lo que me pasó? -le preguntó, sin saber cómo abordar el tema- Es decir...recuerdo lo que me hicieron ellos...pero...yo no era así...

 

            Y como para dejar en claro a qué se refería, se movieron un poco sus alas, lentamente, sin que supiera la fórmula para dominarlas.

 

            Harry suspiró y se acercó un poco más, hasta quedar frente a la cama.

 

            -El médico dice que es una especie de compensación por el dolor que tuviste que pasar -le dijo, con un tono dulce que lo extrañó aún a él mismo-. Ahora eres especial.

 

            -Soy extraño...-masculló- Yo...no sé qué voy a hacer así...

 

            -No te preocupes por eso todavía -le contestó Harry-. Falta mucho para que salgas de la convalecencia.

 

            Notó cómo Malfoy trataba de esforzarse en aceptar lo que le decía sin replicar, sin pensar siquiera.

 

            Por la tarde le llevó un consomé y él pudo bebérselo solo, aunque con dificultad, y por la noche, mientras dormía, comenzó a gritar de forma incontrolable, perdido en sus pesadillas y Harry tuvo que sentarse a su lado en la oscuridad y hacerlo comprender que estaba despierto, aunque la luz no existiera en su mundo para poder consolarlo.

 

            -Mi noche es eterna -sollozó-; no hay luz ni siquiera en mis sueños.

 

            Y por primera vez Harry se vio a sí mismo estrechándolo en un abrazo, como si hubiesen sido amigos de toda la vida.

 

            Sus sueños siempre estaban plagados de pasadillas, los de Draco y los de Harry también, cubiertos de oscuridad para uno, y de las monstruosidades perpetradas por el Lord las del otro. Harry sabía ahora que no había maldad suficiente para Voldemort y Draco entendía que él tal vez había vivido demasiado como para continuar con una existencia inmóvil y vacía.

 

            Por la mañana del séptimo día, cuando Draco desayunaba su avena caliente, se detuvo tratando de mirar a Harry.

 

            -Eres una persona muy buena -le dijo.

 

            Harry lo miró tratando de ocultar estúpidamente su vergüenza, como si él pudiese verlo. El silencio se hizo incómodo hasta que Draco acabó de comer y le dio las gracias.

 

            -¿Puedes acercarte? -le pidió, oyendo como Harry dejaba el plato en la mesita- Siéntate cerca de mí.

 

            Un poco confundido, accedió, sentándose en la cama frente a él. Malfoy, para su absoluta sorpresa, se acercó a tientas en la cama hasta que sintió que sus rodillas se tocaban y ante el embarazo de Harry, levantó sus manos y las llevó a su cara. Lentamente, con las yemas de los dedos le fue recorriendo el rostro, la barbilla, los labios, tuvo que cerrar los ojos cuando rozó sus párpados y se estremeció cuando llegó a las cejas "Allí no", pensó Harry, "ya has llegado demasiado lejos para tu conveniencia".

 

            -¿Qué sucede? -preguntó Draco, con un acento de culpa y retiró sus manos- Lo siento si te molesté, pero necesitaba conocerte, quería saber cómo eres...

 

            -De acuerdo -asintió Harry-; sólo hiciste que me abochornara un poco. No te preocupes.

 

            Malfoy movió la cabeza de forma afirmativa, también avergonzado.

 

            -Igual yo -le dijo-; me siento extraño haciendo esto. Se supone que mis manos son como mis ojos ahora, pero creo que no sirvieron contigo porque ya te conocía.

 

            Harry se atragantó: -¿Qué quieres decir?

 

            -Qua ya sabía que eres una persona buena -le respondió-. Si algún día puedo recompensarte por lo que haces por mí, no dudaré en hacerlo. Eres demasiado amable.

 

            Llegó el día en que Malfoy pudo levantarse y se mantuvo en pie porque Harry le sostuvo por la cintura hasta que sintió que sus piernas resistían; con cuidado fueron bajando los escalones hasta llegar al primer piso mientras él tocaba con las yemas de los dedos cada cosa a su alcance a fin de memorizarse el camino, y cuando Harry le dejó sentado en la sala para marcharse a la cocina, él fue, callado, paso por paso, siguiendo el ruido, hasta que acabó sentado cerca suyo, aterrado de quedarse solo.

 

            Malfoy se detuvo ante todo lo que podía tocar, oyó cada sonido que fue capaz de oír y trazó un mapa mental de Grimauld Palace que le sirvió para moverse, primero con una espantosa lentitud, y luego, casi con libertad, por toda la casa. Llegó un momento en que podía levantarse solo y sentarse con tranquilidad en la sala en espera del desayuno; luego se sentaba en el sofá, cubierto de pies a cabeza con una frazada, ya que no había nada más que pudiese cubrir su espalda, y aguardaba frente a la chimenea, como si oyera algo o como si soñara, recordando los días en que sí veía con claridad, cuando era diferente, cuando el dolor no lo había cambiado tanto que ni él podía reconocerse.

 

            Porque había cambiado...   

 

            Su personalidad se había vuelto dócil y calmada, ahora ocultaba su dolor y su tristeza debajo de una gruesa capa de tranquilidad, había desaparecido su altivez, jamás mencionaba nada del pasado, sus conversaciones eran de cosas sencillas, como del canto de un ave junto a la ventana o del sabor de una comida, no pronunciaba su apellido ni el nombre de su familia, no se atrevía a reconocerse como un Malfoy y sólo respondía ante su nombre de pila; llevaba con gratitud la ropa barata que Harry le había dado y comía con apetito cualquier alimento, por humilde que fuese. Su cuerpo también había cambiado y al parecer su magia hacía otro tanto, se habían curado por completo sus heridas, dejando cicatrices apenas visibles, su cabello estaba crecido y enmarcaba su rostro porque no lo peinaba sino con los dedos,  estaba delgado, pero se había fortalecido gracias a las comidas que ya no rechazaba, sus rasgos parecían de pronto afinados y claros, e incluso su voz se había dulcificado, y su poder, una fuerza nueva y tibia, se podía percibir en cada rincón de la casa, como la luz dorada del sol que por la tarde se colaba a través de la ventana.

 

 

            Y cuando una tarde, Harry sintió que le tomaba cariñosamente la mano para darle gracias, como hacía siempre, entendió que también algo en él había cambiado.

 

 


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