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MELPOMENE por Kitana

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Notas del capitulo: Hola a todo el mundo!! aqui les dejo el segundo capi de este fic, bye!!!

El día comenzó como cualquier otro, en la oficina, no se hacía más que hablar del nuevo socio, un sueco muy afamado por su sagacidad al momento de cerrar tratos. No entendía porque hacían tanto alboroto, simplemente era alguien que sabía hacer su trabajo y no había más que decir. Todos a su alrededor no dejaban de envidiar su suerte por haber sido designado como el asistente del nuevo socio. A él le tenía sin cuidado estar bajo las ordenes de él o de otro, simplemente tenía que cumplir su trabajo de la mejor manera posible, ¿qué más daba si era guapo o no?

 

Ordenó los papeles que debía entregar a su nuevo jefe. Además tenía que darle un resumen del estado que guardaban cada uno de los asuntos de los que se encargaría personalmente. Todo estaba listo y ordenado en una sencilla carpeta que podía manejar a ojos cerrados. Eso significaba que también estaba listo.

 

Alrededor de las diez, Death Mask le llamó a su privado. Tomó la carpeta y se dirigió allá haciendo oídos sordos de las murmuraciones del resto de los empleados de la firma. Entró cerrando la puerta tras de sí. Pudo ver a un hombre rubio que le estudiaba de los pies a la cabeza. Ese debía ser su nuevo jefe.

 

-Vamos Milo, no te quedes ahí parado, ven a sentarte. -le dijo Death Mask con su habitual desenfado. En silencio, se dirigió al asiento vacante al lado del impresionante rubio al que ni por un momento se dignó a ver. - Él es Afrodita Zlatan, tu nuevo jefe.

- Milo Scouros. - dijo con la fría cortesía que solía emplear dentro de su lugar de trabajo.

- Un placer. - dijo Afrodita mirando fijamente los ojos turquesas del otro. No halló ni un asomo de turbación, solo esa fría amabilidad.

- Milo lleva a Afrodita a su oficina, encárgate de que se sienta cómodo.

- Si señor. - dijo el ojiazul. Afrodita no dejaba de mirarlo, había llamado su atención.

 

Afrodita no dejaba de mirar a ese joven, su apariencia, en extremo pulcra, le mostraba que era alguien decidido, amante de la sencillez y a quien obviamente las complicaciones resultaban sin sentido. Se preguntó sobre las razones por las que ese joven le trataba de esa manera. Era una especie de regla no escrita en su existir el que el resto del mundo simplemente se rindiera ante él, pero este joven, ni siquiera parecía sentirse turbado por su belleza o su personalidad, simplemente le mostraba esa fría cortesía con la que no sabía como lidiar.

 

El sueco contempló su privado con gesto serio, no le gustaba. Simplemente no lo hacía sentir cómodo.

 

- Dime una cosa Milo. - dijo dirigiéndose al escritorio. - ¿Tienes que obedecer a todo lo que te pida?

- En tanto se relacione con el trabajo y no vaya en contra de mis principios, si, eso es correcto. - dijo el griego mirándolo con serenidad.

- Bien, entonces, tendrás que hacer algunas cosas por mí. - dijo girándose a mirarlo, sonreía con goloso encanto en tanto que Milo simplemente le miraba sujetando aquella carpeta que había preparado una semana atrás. - Necesito cambiar la decoración de este lugar, no me gusta, quiero que llames al que se haya encargado de hacer esto y prepares una cita con él o ella, ¿he sido claro?

- Completamente. - dijo Milo y le miró sin inmutarse, aunque en el fondo estaba molesto.

- ¿Hay algo que deba saber sobre el trabajo?- dijo el sueco sentándose ante el escritorio, Milo se acercó y le entregó la carpeta. Afrodita recibió aquella carpeta y comenzó a revisar su contenido, todo estaba en orden, todo lo que hubiera podido preguntar acerca de las cuentas que tendría a su cargo estaba en esa carpeta. Milo se había ocupado de plasmar en ella un resumen lo bastante detallado para que no surgieran confusiones. - Vaya, te felicito, eres muy eficiente. - dijo sonriendo.

- Solo hago lo que se espera que haga. - dijo Milo con seriedad.

- Pues lo haces bien, y créeme, he tenido muchos asistentes y ninguno ha sido ni la mitad de bueno de lo que eres tú. - el chico se quedó callado, no le gustaban los elogios, en especial si venían de alguien a quien recién conocía.

- Si no tiene otra instrucción que darme, me retiro. - dijo y se alejo sin esperar respuesta. Afrodita simplemente lo contempló salir, le miro fijamente y pensó que era el juguete perfecto para matar el aburrimiento, parecía tan orgulloso... estaría encantado de doblegarle.

 

Se pasó el resto de la mañana estudiando cada uno de sus nuevos clientes, a algunos ya les conocía, a otros, solo por referencias, tenía mucho que hacer, y eso le satisfizo, ya era tiempo de un cambio.

 

Aún así, no paraba de sentirse absurdamente vacío. Era como si simplemente aquello hubiera sido un mero cambio de ubicación, un cambio de forma más no de fondo.

 

Decidió apartar el pensamiento y concentrarse en lo que hacía, más tarde intentaría borrar esos pensamientos haciendo algo más.

 

Tuvo que reconocer que su asistente hacía bien su trabajo, no le había tomado más que medio día ponerse al corriente del movimiento de la firma, era realmente eficiente... y atractivo. No entendía por que le llamaba tanto la atención, es decir, el conocía a hombres mucho más apuestos, mucho más interesantes...

 

Cerca de las cuatro de la tarde, Milo se apareció por su privado trayendo un enorme legajo de papeles que parecían no tener pies ni cabeza.

 

- ¿Qué demonios es eso? -  preguntó Afrodita incómodo al ver que los dejaba sobre su escritorio.

- Los antecedentes de una nueva adquisición que Death Mask quiere que revise.

- ¿De verdad cree que voy a asomarme a descifrar ese galimatías? ¡Debe estar soñando! Devuélveselo, no pienso leer ni siquiera una línea si no se me presenta de una manera coherente. - dijo ofendido. Milo no dijo nada, simplemente recogió los papeles.

- Le he conseguido una cita con el decorador, vendrá a verle mañana a las diez.

- Perfecto. - respondió Afrodita con una sonrisa en los labios. Ese chico le estaba gustando más y más.

 

Minutos después, Death Mask entró en su oficina sin tocar, estaba molesto.

 

- Creí que tenías buenos modales Alessandro. - dijo Afrodita sin apartar la mirada del libro que leía en esos momentos.

- Los tengo, bien guardados pero los tengo, ¿me quieres decir que demonios significa eso de que no vas a leer ni una línea si no organizo los malditos papeles?

- Eso precisamente, no pienso leer ni un párrafo si no organizas ese desastre.

- Te estás pasando Afrodita...

- Solo te pido que hagas tu parte del trabajo, no creerás que lo voy a hacer yo mismo, ¿o sí?

- Se supone que para eso tienes un asistente. - Death Mask estaba realmente molesto.

- No voy a distraerlo de sus deberes solo porque tú no sabes hacer tu parte del trabajo.

- Afrodita... él te gusta, ¿no es cierto? - dijo el italiano entrecerrando los ojos.

- Eso no tiene que ver nada con lo que estamos discutiendo Death. - dijo Afrodita clavando esos ojos casi transparentes en el rostro del otro, no le gustaba ser cuestionado. - Sí vas a hablar de trabajo adelante, que mis gustos son solo míos y no te incumben.

- Me incumben porque trabajas conmigo, y él trabaja para mí, no puedes esperar que no afecte su desempeño el hecho de que lo trates como un niño mimado.

- ¿Es mi primer día y ya me cuestionas?

- No te cuestiono... él no te conviene.

- ¿Por qué? Solo quiero probar, no voy a casarme con él. - dijo Afrodita con sarcasmo.

- Él no te conviene. Te lo puedo garantizar.

- De nuevo te pregunto, ¿por qué? Dame una buena razón.

- Solo te diré que no te conviene, y cuando lo conozcas mejor, te darás cuenta de que es la verdad, alguien como él y alguien como tú... simplemente no resultaría, y será mejor que te pongas a trabajar en esa maldita compra ya. - dijo el italiano realmente molesto.

 

Afrodita se preguntó porque le había dicho aquello, ¿Qué sabía Death que no supiera él? ¿Qué tenía de especial ese chico como para que su mejor amigo le aconsejara apartarse de él? Todas esas preguntas no hicieron más que encender las alarmas de su curiosidad, tenía que descubrirlo.

 

Con el paso de los días, Afrodita se dedicó a observar, a analizar y estudiar cada una de las reacciones y hábitos de su asistente. Se dio cuenta de que era, hasta cierto punto, predecible y aislado en si mismo, parecía no compartir el entusiasmo del resto por situaciones tales como el fin de semana, para ese chico, los viernes parecían ser un día más simplemente.

 

El joven asistente parecía obviar todos los intentos que su jefe hacía para acercarse a él fuera el aspecto laboral, simplemente evadía las preguntas personales y mantenía la más profunda discreción al respecto.

 

Se dijo que era el tiempo de empezar a averiguar por otros medios, la observación ya no le bastaba.

 

Se acercaba la hora de salir, se sentía cansado, el día había sido particularmente agitado. No había tenido tiempo prácticamente ni siquiera de comer. Estaba realmente cansado, tenía ganas de tumbarse en la cama y dormir al menos unas doce horas. Pero bien sabía que eso no era posible, ni siquiera durante sus vacaciones.

 

Hizo girar la llave en la diminuta cerradura de su cajón y se dispuso a salir, no quería estar ahí más de lo necesario, en especial porque sabía que su jefe estaba rondando por ahí, quería tenerlo lo más lejos posible, simplemente no terminaba de agradarle toda esa atención que él le brindaba, ni todos esos intentos de cercanía física que tanto le inquietaban. Y no se debía a que su jefe fuera extremadamente guapo, simplemente se debía a que no le agradaba la cercanía con prácticamente nadie del trabajo. Milo creía que trabajo y amoríos no se mezclaban jamás.

 

Finalmente tomo sus cosas y se dispuso a salir. Había terminado casi con todo, había algunos pendientes que atender al día siguiente, sin embargo, no era nada que no pudiera esperar.

 

Afuera, llovía. Lamento el olvido del paraguas en casa y, metiendo las manos en los bolsillos, se alejó en dirección a la estación del metro. En cuanto llegara a casa se daría un baño tibio, bebería un buen café y se metería en la cama, vaya que le dolía la espalda...

Un par de ojos lo vigilaban sin que se diera cuenta, era su jefe, Afrodita. El sueco contemplaba la espigada figura de su subordinado bajo la tupida lluvia. Los rubios cabellos de Milo formaban gruesos listones que se pegaban a su rostro y a su espalda gritando sensualidad. Afrodita se imaginó aquella figura humedecida libre de toda ropa y sintió un cosquilleo de placer.

 

Consideró que esa era su oportunidad de acercarse sin que el joven sospechara nada. El chico había sido muy hábil al evadir sus avances y eso comenzaba a desesperarle.

 

Le dio alcance e hizo sonar el claxon, Milo ni siquiera se dignó a mirarlo.

 

- ¡Hey! ¡Milo! - gritó para hacerse notar, el chico giró el rostro al escuchar su nombre, Afrodita pensó que esos ojos eran sencillamente espectaculares. - ¡Vamos, no te mojes, sube! - dijo haciéndole señas para que se acercara. Milo no supo que hacer, no podía negarse abiertamente y era tarde para fingir que no lo había visto ni escuchado. Apresuró el paso para llegar al auto. - Vamos, sube, te llevaré a donde vayas. - dijo Afrodita con amabilidad.

- No es necesario señor Zlatan, de verdad, además, estoy tan mojado que podría estropear las vestiduras de su auto.

- No pasará nada, y por favor, llámame Afrodita, soy solo unos años mayor que tú, preferiría que me tutearas.

- De acuerdo... Afrodita. - respondió el muchacho como si aquello supusiera un esfuerzo sobre humano.

- Sube de una vez o te enfermarás. - dijo Afrodita contemplando el espléndido rostro de su asistente. Milo cruzó frente a sus ojos para subir al vehículo. No podía dejar de mirarlo, lucía tremendamente sensual con el cabello y las ropas mojadas.

- Gracias. - dijo una vez que estuvo dentro del auto.

- No tienes que agradecerme, ¿por donde?

- Solo lléveme a la estación del metro, no quiero desviarlo.

- No importa, no tengo nada mejor que hacer que llevarte a casa, podríamos conversar un poco, conocernos más. - dijo Afrodita esperando que el chico mordiera el anzuelo. - Recuerda que te pedí que me tutearas.

- De verdad, no es necesario.

- Insisto, permite que te lleve a casa. - dijo el sueco, no iba a perder la oportunidad.

- Es en la avenida 15, pasando el Raleigh's. - dijo sin mirarlo. Afrodita tuvo la impresión de que ese muchacho saltaría por la ventana a la menor provocación. ¿Qué estaba pasando? ¿Había perdido el encanto acaso?

 

Durante el trayecto, Milo se limitó a responder con monosílabos a las preguntas que le hacía Afrodita, sentía que el interés de su jefe iba mucho más allá de lo profesional o de la simple simpatía. Eso le incomodaba.

 

- No eres muy conversador, ¿cierto? - dijo Afrodita algo molesto por el constante silencio del chico.

- Lamento si eso le disgusta, pero es la verdad.

- ¿Por qué no me tuteas?

- No estoy acostumbrado a comportarme de esa manera con mis superiores.

- Pues si vamos a trabajar juntos será mejor que comiences a tutearme y a confiar un poco más en mí.

- Nunca dije que dudara de su... tu capacidad, simplemente no estoy habituado a que mi jefe me trate en la forma en que tú lo haces.

- Las cosas tienen que cambiar algún día, ¿no lo crees? - dijo Afrodita con una sonrisa francamente seductora.

- Supongo que sí. - dijo Milo mirándolo con cierta frialdad.

- Estamos cerca... - dijo Afrodita tomando la avenida que Milo le había indicado. Pronto pudo ver el restaurante que Milo había mencionado. No entendía que era lo que se proponía ese muchacho, ¿a qué jugaba?

 

Detuvo el auto frente al edificio que Milo le indicó. Se trataba de un minúsculo edificio que parecía estar a punto de ser devorado por los dos enormes complejos de apartamentos que lo flanqueaban.

 

- Así que aquí vives.

- Sí, te agradezco haberme traído. Te veré el lunes. - dijo Milo dispuesto a retirarse lo antes posible. Afrodita lo contempló, no iba a perderse esa oportunidad.

- Te acompaño a la puerta al menos. - dijo disponiéndose a bajar. Milo no tuvo oportunidad de negarse, su jefe ya estaba apostado en la acera esperándole.

 

Con un gesto nervioso, el joven griego se apartó un húmedo mechón del rostro  y rebuscó la llave en su bolsillo. Afrodita contempló aquel rostro con dedicación. Era masculino, fino y elegante, todo lo que él buscaba en un amante. Adivinaba bajo la tela húmeda de la camisa, que Milo dedicaba algo de tiempo a mantenerse en forma. Sintió que podría disfrutar de él, que podía olvidar en sus brazos, al menos momentáneamente, esa sensación de vacío que de ordinario subyacía en él.

 

No lo pensó dos veces, descifraría ese misterio de cabellos rubios, pero, por el momento, no podría ir más allá, el griego no parecía del tipo que lo da todo a  la primera ni tampoco de los que gustaban de hacerse los difíciles para ceder a la menor provocación. Era el momento de cambiar de estrategia.

 

- Bien, ya estás en casa, te veré el lunes. - dijo con una sonrisa y le tendió la mano.

- Hasta el lunes. - dijo Milo con esa fría cortesía de siempre y estrechó su mano solo por un momento para después desaparecer detrás de la puerta. Afrodita sonrió, las cosas comenzaban a ponerse interesantes, él nunca había desdeñado un reto semejante. Lo tendría, como que se llamaba Afrodita Zlatan que tendría a ese muchacho.


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