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Tierra. por nezalxuchitl

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Notas del capitulo: Pues bueno, aqui estoy con la segunda mitad. Muchas gracias por leer, y los comentarios los contestare a la brevedad posible, una disculpota por mi descortesia.
 

Siraj sacudió su melena con ímpetu y se arqueó hacia atrás, apretando sus nalgas contra el bajo vientre de Fâdel. Tomó su miembro con su diestra y comenzó a frotárselo, de arriba abajo, intensamente, mientras jadeaba y ruidos sensuales escapaban de sus labios entreabiertos. Los ojos negros acompañaban a la otra mano del efebo en los recorridos que hacia por sus mandíbulas y su cuello, tocándoselo con golpecitos de dedos como si de un instrumento musical se tratara.

Los dedos del mejor citarista no se moverían con más gracia que los de Siraj sobre su propio cuello, pasando sobre sus clavículas como si de tensas cuerdas se tratara. Los músculos de Fâdel también se tensaban, sin que el soldado se diese cuenta. Quería intervenir, quería ayudar a Siraj en su tarea, pero no sabia que hacer, como tocarlo. Era increíble a sus años, pero nunca antes había estado con un efebo.

La dulce timidez con que Fâdel unió su mano a la que se movía sobre su pene, la brusca torpeza de sus besos-chupadas sobre su pecho convencieron al de los ojos de gacela de que se las había con un novato en las artes del amor. Sonrió complacido y se arqueó mas para ofrecerle su vientre de ombligo perfecto: tenía tanto que enseñarle...

Dejó que la mano de Fâdel entrara en contacto directo con la sensible piel de su pene, y luego, cubriéndosela con la propia le enseñó como manejarlo. Inclinó el rostro y le mordió los cabellos, tirando suavemente cuando mas grande era su placer, y entre los dedos del hombre guiados por él y sus toscos besos sobre sus hombros, sobre su cuello su cuerpo se desbocaba como un caballo suelto por el desierto, sin jinete, corriendo libre sin ataduras.

Siraj montaba sobre Fâdel y en el vaivén de su estrecho abrazo había descendido a lo largo de él y desde hacia rato lo que sus nalgas masajeaban era el vigoroso miembro del soldado, que presto volvía a alistarse para amoroso combate. Siraj procuró apretarlo, estimularlo: sentir aquel gran trozo de carne entre sus nalgas lo excitaba. Con su mano tiró de los cabellos de Fâdel para levantarle el rostro y besarlo con hambre: chupó su lengua y chupó sus labios en su ansia por saciar su apetito. Mas el efecto contraproducente era: cuanto mas tomaba de los labios de Fâdel mas parecía desear. El hombre lo acariciaba y lo atraía y era como un profundo pozo donde Siraj quería hundirse.

Sus expertas caricias, proporcionadas por la mano de Fâdel, lo hicieron eyacular y el líquido perlado destelló a la luz ocre y a la luz plata. El hermoso joven soltó a su amante y se dejo caer para atrás, apoyándose en ambas manos mientras jadeaba y miraba mas allá de los rectángulos de terracota que formaban dibujos geométricos en el techo.

Fâdel solo tenía ojos para su ángel y sólo existía para aquel momento de amor. Llevó sus dedos mojados a sus labios resecos de tanto besar y los humectó con el elixir, saboreándolo. Por primera vez sintió estar saboreando la vida en toda su intensidad. Acariciando los muslos doblados de Siraj disfrutó conscientemente de la sensación de hacer lo que quería y no lo que debía, y vaya si le estaba gustando. A su ángel cogió por la cadera y la vuelta dióle, dejándolo postrado sobre los mullidos cojines como si orara a la Meca, mas lo que iba a proceder no era nada pío, pero lo deseaba.

Siraj estaba demasiado absorto para prepararse y, además, deseaba conocer mas a ese hombre, y desnudo en un lecho, haciendo el amor, es el único momento en el que los hombres no pueden mentir: se muestran tal como son, tan brutales o tímidos o mediocres como en realidad son. Ni siquiera Siraj, ni siquiera Mahmut, ni siquiera Seçure, sus más talentosos colegas eran capaces de fingir en el momento del máximo goce.

Siraj hubiera querido mirarle la cara al soldado cuando este lo penetró, pero no podía: su mejilla yacía sobre el mullido cojín, su cabeza ladeada reposaba. Gimió y se puso flojito al sentirlo entrar con alguna violencia... sus manos separaban sus nalgas, las apretaban con rudeza, mejor dicho, con tosquedad. No creía que Fâdel quisiera dañarlo, y así era, pero el soldado no había tenido oportunidad de aprender a ser tierno, de tomar sibaritas lecciones... No cuando las únicas mujeres que había poseído eran las de los vencidos en batalla, reacio botín que había que doblegar a la fuerza.

Pero no importaba, sonrió Siraj. De hecho lo prefería así: un diamante en bruto que el tallaría a su gusto, lo enseñaría a complacerlo a el y solo a el... Porque un plan maduraba en la pequeña cabecita, a la par que un deseo y un sentimiento se expandían por su pecho. Meneó las caderas en coordinación con Fâdel, lo apretó dentro de si, succionándolo: no quería dejarlo ir. Quería quedarse con el como no había querido nunca nada tanto en su vida entera. Lo quería, y lo tendría, pues él era Siraj, el de los ojos de gacela.

Fâdel lo poseía con violencia, y temía estar siendo demasiado rudo, pero no podía parar. Cada embestida era más deliciosa que la anterior, si seguía gozando tanto así iba a terminar demasiado rápido. Los dientes apretó y bien sujetó la cadera de Siraj, a ir mas despacio obligándose. Su disciplina militar vino en su auxilio y los movimientos frenéticos de su cadera se sustituyeron por movimientos mas lentos y profundos que eran igualmente gozados por el y por Siraj. Se movía lento, y hondo, una y otra y otra vez, con enloquecedora precisión, tocando algo en el interior de Siraj que lo hacia desear mas y mas... Deseaba que lo hiciera mas rápido, y así se lo pidió, pero Fâdel no lo obedeció sino poco a poco, con exasperante lentitud aumentaba el ritmo que hacia gritar a Siraj de placer y frustración, aunque, como no era un niño, reconocía que era por su bien.

Cuando Fâdel apenas empezaba a moverse rápido Siraj tuvo uno de los mejores éxtasis de su vida, corta en años y larga en experiencias. Y el miembro rígido como una roca de Fâdel seguía en lo suyo, penetrando como un arriete, rápido, duro, dándole mas  y mas placer, tanto que el pequeño cuerpo de Siraj casi no podía soportarlo, sentía su culo a  punto de arder en llamas y casi se desvaneció de placer junto con Fâdel, cuando este se vacio en sus entrañas.

Cayó el uno sobre el otro y el otro se dio la vuelta y bajo la luz creciente de la luna y menguante de la lámpara, a punto de extinguirse, se besaron en la boca y en el rostro y en el cuello y lamieron sus pieles cubiertas de sudor gozando mas de mil noches de placer en una sola.

ريبيلدي

Era joven la mañana cuando, por costumbre, Fâdel despertóse. Se incorporó de un brinco, tirando a su ocasional amante de su pecho, donde recostaba su cabeza, y lo habría despertado de no estar el jovencito rendido de amor. Los músculos le dolían a Fâdel como después de un combate, aunque los recuerdos eran mucho mas bellos. Contemplo al ángel a la luz del día y le alegró que su existencia no fuera una visión.

Pero visión o no seria fugaz, pues el era un soldado del emir Al-Rashid, y tenia una misión que cumplir: ya se había deshonrado mucho perdiendo una noche en un burdel, cuando su deber era irse derecho a solicitar audiencia con el emir de Al Khawr para entregarle la carta sellada que contenía un mensaje de vida o muerte, un secreto entre reyes de tremenda importancia.

¡La carta! El corazón de Fâdel se acelero en pánico y buscó desesperado sus ropas. No recordaba llevarlas cuando despertó, y la visión del bello  Siraj borró de su memoria la urgencia de su misión. Pero no más. Levantó los cojines y movió los muebles, cada vez mas descuidado en su prisa.

Los ojos de gacela se abrieron, soñolientos, molestos.

-¿Qué te ocurre, dueño mío, que metes semejante barullo en vez de dormir?

-¡Mis ropas, donde están mis ropas! - requirió a gritos Fâdel, que ya se imaginaba decapitado por la cimitarra del verdugo, por incumplimiento del deber.

-No lo sé. - respondió Siraj, bostezando - Vuelve al lecho amado mío, y déjame yacer entre tus brazos o yace tu entre los míos.- ofreció dualmente, estirando sus brazos hacia el hombre que amaba.

Pero este tenia una sola cosa en la cabeza: la carta de su señor. Una cosa que podía ser la causante de que su cabeza dejara de estar en su lugar. Fâdel se tranquilizo, pues sabia que quien pierde la cabeza en sentido metafórico suele perderla en sentido literal.

Una idea cruzó por su mente. ¿Y si Siraj era un espía al servicio de los enemigos de su señor? ¿Y si aquella noche de leyenda no era sino una trampa? Estaba desnudo y desarmado en un lugar desconocido. Si tan solo tuviera una daga en la mano no se sentiría tan vulnerable. Era físicamente capaz de dominar al efebo. Confinado en que no hubiera guardias escondidos en la habitación, ni mirando por algún escondrijo se llego al ángel que bien podría ser el ángel malo, y con una sola mano le apretó el cuello.

-¡Confiesa, donde está la carta de mi señor!

Siraj no tenia ni idea de que le hablaba Fâdel, y al verlo así, con los ojos inyectados en sangre, tan súbitamente violento temió que fuera un loco del que se había enamorado.

-Señor mío, no se de que hablas.

-¡De nada te servirá mentir, engañosa serpiente! Sé que tu tienes la carta de mi señor, sé que tu eres su enemigo, y si no me la das ahora mismo te estrangulo!

La mano de Fâdel apretó mas sobre su cuello y Siraj lo creyó perfectamente capaz de cumplir con su amenaza: tal y como estaban las cosas no quedaba sino gritar pidiendo el auxilio de:

-¡Abdallas!

Gritó el jovencito, con una potencia difícil de imaginar en alguien a quien están apretando el pescuezo a medias, mas la ocasión lo ameritaba.

Y como si del genio conjurado de una botella se tratase el gordo y canoso padrote irrumpió en la habitación, soltando un grito de terror al ver como ese sujeto con pinta de criminal estrangulaba a su más bello pupilo.  Y con una agilidad difícil de imaginar en tan abundantes carnes Abdallas, todo el vestido con llamativos y brillantes rojos y amarillos, llegóse a quitar a Fâdel de encima de su efebo a patadas en el culo, y las puntas retorcidas y duras de sus babuchas hicieron mucho daño a las nalgas desnudas del soldado.

Y antes de que este pudiese pararse o reaccionar, los esclavos, los efebos, las odaliscas y los guardias entraron a puños por la ojivalada puerta, y todo fue gritos, y que pasa: la comidilla a todo lo que daba.

-¡Esta mala bestia que acogimos, este forajido criminal estaba asesinando a Siraj, el de los ojos de gacela!

Exclamaciones de sorpresa y de indignación brotaron de todas las gargantas, incluso de las de Mahmut y Seçure, que envidiaban el éxito, la belleza y la gracia de Siraj. En honor a la verdad, al hermoso efebo y a la seductora odalisca les hubiera sido más agradable escuchar que aquella mala bestia ya había asesinado, en tiempo pretérito, al de los ojos de gacela.

-¡Matémoslo y arrojemos su cuerpo a los chacales, para que así aprenda a morder la mano de su benefactor!

Mas Fâdel tenía cojones, y no solo los que estaban a la vista de todos, deleitando los ojos de mas de un efebo, y sin amedrentarse por el hecho de estar desnudo se irguió cual alto era, orgulloso y desafiante, y dijo con voz fuerte y firme, enamorando mas a Siraj:

-Yo soy Fâdel, el emisario del emir Al-Rashid, y exijo la devolución de la carta que mi señor manda al señor de esta ciudad. ¡Devolvédmela ya o ateneos a las consecuencias! - amenazó, señalándolos con el dedo.

Abdallas se rascó la barba entrecana, y todos los de su casa lo imitaron poniendo gesto pensativo. De que leches va este tío, era mas o menos el pensamiento del digno padrote, que encuerado y solo amenaza y da ultimatums a una multitud que lo supera en numero a docenas. Bien pudiera ser que sea un tío importante. Y el emir Al-Rashid es un noble y poderoso rey.

-Ten calma, viajero que cruzas osado el desierto. Tranquiliza tu furia, no vaya a ser que nos mates a todos. - tronó los dedos y una esclava dio un paso al frente- Trae las vestiduras del señor, para que se cubra y...

-¡Si, traed mis vestiduras, entregadme la carta!

Abdallas batió las palmas, ordenando a todos salir de ahí, y cuando la esclava regresó con las ropas de Fâdel este buscó y rebuscó desesperadamente entre ellas, y al no encontrar la carta se volvió furioso al padrote.

-¡Viejo alcahuete! - le gritó- ¡O me entregas ahora mismo la carta de mi señor o te degüello y le prendo fuego a tu casa!

-¡Pero señor!- exclamó Abdallas abatido- ¿Cómo voy a darte lo que no poseo? ¡No es posible!

-¡Vosotros la habéis robado, la carta sellada con cera roja, sellada con el anillo de mi señor!

En medio de sus mohines de abatimiento, Abdallas se detuvo en seco, recordando... Recordando la basura aguada y sucia, como manchada de negro, que extrajo de la bolsa de viaje del emisario, empapada y rellena de agua luego de que lo sacaran del ojo de agua que daba vida al oasis. Y recordó el trocito de cera roja, redonda y dibujada, que flotaba encima de todo aquel, ahora lo reconocía, pergamino hecho sopa.

باياسا

Fâdel, ya vestido, daba vueltas de un lado a otro de la habitación como un animal enjaulado. Abdallas le había explicado lo sucedido y tras un violento arrebato de ira, en el que intento matar al buen padrote, y lo habría logrado de no mediar los gigantescos esclavos negros encargados de mantener el orden.

Pero luego de ver el temible blanco de sus ojos y el aun mas temible destello de sus cimitarras, se calmó, y dando por perdida la carta y su suerte, se hechó a llorar. Siraj se acercó a consolarlo, y el soldado se dejo abrazar como un niño, y llenar de arrullos y mimos por el hermoso ángel consolador.

Y una vez secas sus lagrimas Fâdel levantóse, y mesábase los cabellos cuestionándose con que cara iba a presentarse ante su señor, ante el gran emir Omar Al-Rashid, a decirle que había perdido la carta enviada con tanta urgencia al emir de Al Khawr. Que vergüenza, por Alá, que deshonor. Morir después era lo de menos, pero morir escarnecido era intolerable. Hablaba en voz alta, y balbuceaba, sin dirigirse a nadie, pero Siraj lo escuchaba atento, y tras un par de horas había comprendido bien como estaba la cuestión.

Y había encontrado también el modo de salvar a su amado y ser feliz con él.

- Fâdel, dueño mío, escúchame, atiende a mis razones.

La suplica de aquellos hermosos ojos, el roce de sus manos, volvieron dócil a Fâdel, dejándose conducir unos mullidos cojines, recostándose en ellos para escuchar con calma.

-Amado mío - comenzó Siraj- la carta esta perdida y ya nada puede hacerse al respecto.

Fâdel asintió, como si necesitara que se lo recordaran...

-Pero la tuya no es una causa perdida, dulce bien mío. No tienes porque morir a causa de ese accidente. No vayas a tu señor, no regreses mas con él, que sus ojos jamás te vuelvan a mirar, y salvaras la vida, Fâdel, amor.

Pero Fâdel negaba con la cabeza.

-No lo entiendes, palomillo mío. El deber me llama, el honor lo demanda. - y miro tiernamente los ojos como de gacela.

-¡Y un cuerno! - exclamó Siraj, en un arrebato de su vivo genio- Al diablo con el honor, al diablo con el deber. ¿No es más importante el amor? ¿No es más dulce yacer en mis brazos que en los de la muerte?

El recuerdo de la intensa noche, vivida como nunca antes, en brazos de Siraj removió los entresijos de Fâdel. El silbante sonido de la cimitarra del verdugo, cortando rápida el aire mientras caía sobre el cuello del condenado le erizó los vellos al recordarla. Y mas ahora que estaba en las babuchas del condenado.

-Yo solo sé ser soldado. ¿Qué seria de mi si desertara de las filas de mi señor?

-Hay más señores a quienes servir, hay más países que Bahréin y Qatar. - Siraj se acercaba a él y lo tocaba en las mejillas y en las manos- Hay reinos que están lejos y a los que el brazo de un emir, por mas poderoso que sea, no llega.

-¡No estarás hablando de los reinos de los infieles, de los reinos de los perros cristianos!

-No, el Misericordioso me libre. Hablaba de huir a otros reinos, como el de Egipto, donde la tierra es negra y es roja. O el de la China, donde la tierra es amarilla.

-Pero huir es huir, amor mío.- Fâdel tomaba entre sus manos el rostro al borde del llanto de Siraj, y pegaba su frente a la suya.

-¿No huyó acaso el Profeta de aquellos que lo perseguían? ¿No fue la Hégira una huida digna y necesaria?

Algo en el fondo de Fâdel lo advertía de que las palabras untuosas de Siraj contenían engaño, aquel diabólico juego de palabras que los infieles llamaban silogismo, extrayendo mentiras de las verdades. Pero los labios de Siraj se posaron sobre los suyos, mas dulces que la miel, y de pronto la vida se le antojo demasiado hermosa, e inexplorada, como para dejarla. Se abandonó en los expertos brazos de Siraj para dejarse convencer.

Abdallas, que había estado escuchando detrás de la puerta, o mejor dicho, del grueso velo que cubría la entrada ojivalada, cuyo perímetro estaba adornado con mosaicos de colores, alternando, rojo y amarillo, por si las moscas y ese emisario se volvía a poner loco, se paró y se alejó cuando los enamorados comenzaron a hacer el amor.

No por pudor, pues a menudo observaba, desapasionado ya, los encuentros entre sus clientes y sus efebos y odaliscas, para supervisar que la calidad fuera la adecuada a la reputación de la casa. No, se alejó porque a pesar de ahora ser un alcahuete viejo, gordo y canoso no siempre había sido así. Hacia muchos años había sido un hermoso efebo, uno que se enamoró de un capitán, o de un soldado que en su fantasía había convertido en capitán. Pero el capitán, o lo que fuera, no había tenido el valor de robárselo, ni el lo había tenido de proponérselo.

Suspiró. Si tan solo hubiera sido como Siraj, tan lleno de coraje, tan rebelde... lo amaba como si fuera su hijo, era la pura verdad, y habría sido el consentido aunque no le hubiese hecho ganar el dinero que ganaba. Y prueba de la veracidad de sus palabras era que se alejaba para no tener que presenciar la fuga de su adorado Siraj, el de los ojos de gacela.

Fue a donde se guardaban los animales y coloco un bello corcel blanco al lado del negro del emisario, y lleno alforjas y odres y los coloco sobre las grupas de los animales. Puso también cobijas y mando a los negros que custodiaban el recinto a dormir, y dejo abierta la puerta.

-Buena suerte, Siraj. - le deseó enviando un beso en dirección a la ventana del efebo- Que tengas una buena vida. - murmuró, antes de bostezar e irse a dormir. Eran casi las tres de la tarde y estaba cansadísimo. Y presentía que mañana iba a arrepentirse mucho de su buena acción de hoy.

لونا

Los aromas salobres del mar traían consigo el grito de las aves marinas y el eco de las olas, un llamado que nunca se marchitaría. El capitán del navío que iba hasta China, por la vía de la India, permitió a los pasajeros abordar el navío: un hombre, y su esposa, que iban, como tantos otros, a buscar una mejor vida lejos de las guerras entre emires y venecianos. Siraj, envuelto en su traje de novia, titubeó, demorándose a dar el paso entre tierra firme y la endeble madera del navío.

Muchos eran los que morían en el trayecto, muchos eran los que terminaban siendo esclavos, muchos eran los navíos que jamás llegaban a su destino...

Fâdel le cogió la mano, imprimiéndole afecto y valor y juntos dieron el paso. Metieron su equipaje en el camarotito húmedo y hediondo, de primera clase. A Siraj aun le daban remordimientos al recordar como había robado a Abdallas, su buen padrote, para comenzar una nueva vida, pues, ¿Quién ha oído jamás que se comienze una nueva vida sin un soltaní en el bolsillo?

Luego, siempre cogidos de la mano, salieron a la cubierta del navío, a mirar como los esclavos y los marinos se afanaban con la inminente partida del barco. Por sobre los mástiles y el bullicio del muelle Siraj miraba con ternura, con nostalgia, las arenas del desierto que lo había visto nacer: iba a extrañar aquella tierra caliente y polvosa, las palmeras, las datileras...

En cuanto a Fâdel, todo lo que necesitaba estaba a su lado, cogido de su mano. Aquel día los besos de Siraj lo habían hecho decidir que podía vivir sin honor. Había quien se aferraba a este, o a la virtud, o a cualquier otra palabra para vivir: el se había aferrado al amor, y le parecía que su elección, si bien no era la mas digna, si era la mas satisfactoria.

El navío levó anclas y se alejó, con la marea vespertina de la tierra de las dunas, y los ojos de Siraj se humedecían a medida que la costa se convertía en una rayita en el horizonte, y luego, nada. Cuando, anegado en llanto, se volvió a Fâdel, encontró los ojos de este fijos en el, y supo que todo el tiempo habían estado fijos en él. Lo abrazo, firme en su decisión, sin arrepentirse.

-Voy a añorar esta tierra. - le dijo.

Fâdel asintió, lo comprendía. El también había sacrificado por amor.

نيغرو

Unos días mas tarde, el emir Omar Al-Rashid recibia la visita de estado de su homologo de Qatar, y al verlo llegar con su comitiva, sin Fâdel entre los hombres de su escolta le preguntó muy sorprendido, luego de besarlo en señal de bienvenida:

-¿No os entregó Fâdel el recado de que me trajerais unos dátiles de vuestros oasis? ¡Si le dije que era cuestión de vida o muerte!

 

نيسال
   Nezal, 2009

 

Notas finales:

Las palabras arabes, a lo largo del texto (el capi anterior y este) son: Fâdel, Siraj, rebelde, Luna, negro y belleza. y la que esta sobre mi firma es mi firma en arabe, Nezal.

El siguiente elemento sera Fuego, y si ven por ahi algo titulado Romance de oficina, sepanse que la arriba firmante lo presenta.

Un beso enorme a todas mis lectoras, que no se de donde sacan la paciencia para leer mis putos cuentos. Serà que hay gente masoquista ;) jajaja!


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