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Cuentos de amor, locura y muerte. por Agus y Moony

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Notas del capitulo: ¡Hola! Volvimos ^^
Despues de una visita al Borda (Uno de los Hospitales Psiquiatricos argentinos mas importantes) y despues de muchos finales les traemos esto.
Esperamos que les guste.
Desde el incidente en el comedor, Mu había estado sedado. Cosa que no le agradó demasiado a su psiquiatra, ya que no podía hacer muchos avances con el chico.

Giovanni salió enojado de la habitación. Había pasado una mañanita maravillosa y esto lo había puesto del mal humor.
Ordenó inmediatamente que dejaran de pasarle lo que fuera que lo estaba haciendo dormir como gatito a Mu. La enfermera del sector obedeció enseguida.

Volvería mas tarde, cuando el chico estuviera despierto. Mientras visitaría otros pacientes para sentirse útil.
Como siempre que iba a empezar una ronda, empezó por Afrodita. No entró a la habitación, solo lo observó desde el vidrio/espejo. El chico estaba dibujando, cuando no.
Giovanni observó que mientras lo hacia, movía levemente su cuerpo hacia delante y hacia atrás. Un comportamiento muy común en los autistas, que Afrodita hacia cuando tenia un alto grado de excitabilidad.

El pediatra frunció el entrecejo. ¿Qué lo había puesto así? Salió del observatorio y se metió en la habitación del chico.

-¡Gino!-dijo Afrodita contento al verlo.

Y dejó de lado los lápices para llegar junto a él.

El aludido lo recibió cariñoso.

-¿Qué dibujabas Afro?- le preguntó, pensando que quizá era eso lo que lo tenia ansioso.

-Dibujabas- repitió el chico. Y corrió a buscar las hojas.

Giovanni las observó con atención. Era obvio que su paciente se había esforzado mucho en aquel dibujo, ya tenía mejor calidad que los que hacia para divertirse.

El pediatra recordó cuando lo había tratado por primera vez. Le había resultado imposible comunicarse con él, ya que no hablaba, ni siquiera repitiendo. Había probado con música, con gestos, hasta con películas y nada. Afrodita no salía de su compulsivo vaivén y sus gritos, desesperado por decir algo.
Giovanni se había enfrascado en una cruzada por ayudar a ese chico, y había consultado con diversos psiquiatras especializados en el tema. Finalmente el Dr. Hades, para al que recientemente trabajaba, le comentó que su hermana, a pesar de su autismo era una excelente pintora.
A pesar de que primero lo había descartado, ya que las cosas nuevas y coloridas alteraban a Afrodita, lo intentó como ultima opción.
Con dudas y miedos al principio, Giovanni vió con alegría como el chico se expresaba en esas hojas y le decía todo lo que no podía con palabras.

Aun hoy le costaba bastante hablar, pero Gino sabía que cuando quería decirle algo, lo hacia a través de sus dibujos.

-Es Aioria-dijo mas bien para sí mismo el médico asombrado.

-Aioria –repitió Afrodita contento por el correcto entendimiento.

-¿Eso quiere decir que te cae bien Aioria?-le preguntó el medico con una sonrisa.

-Cae bien Aioria -respondió el chico.

El Dr. Cáncer dio un suspiro de alivio. Había empezado una relación con un hombre mucho mas joven que él, que resultaba ser un residente, que a su vez era el hermano de un colega, (con el que había tenido una especie de historia, pero eso no venía al caso ahora), y si no hubiese sido por la súplica de mantenerlo en secreto que había expresado su amante lo habría gritado a los cuatro vientos.
A los 38 años no le importaban las opiniones de nadie.

De nadie salvo las de Afrodita, su paciente autista de diecisiete años.
Y que acabara de aceptar a su novio en sus vidas lo llenaba de alegría. Giovanni sabía que su comportamiento respecto a esto era totalmente inapropiado, para pasar muchos años en un diván, pero simplemente no podía evitarlo.
Había conocido a Afrodita seis años atrás, prácticamente abandonado por sus padres en un hospital de niños, donde no disponían del entorno, ni el personal necesario para tratarlo.
Con mucha búsqueda, y contactos en los sectores de inmigración, había dado con la madre. Una suequita de veintitrés años, bellísima como su hijo, que vivía en una especie de conventillo donde chicas de diferentes países se ganaban la vida de maneras poco convencionales. Le había dicho, en un tosco griego, que su hijo lastimaba a los otros niños del lugar y hasta a veces a ella. Giovanni sabia, que, a pesar de la edad del niño, estos eran totalmente capaces de hacerlo.
Y aunque sabía que esa no era la verdadera razón, el doctor no podía recriminarle nada, así que optó por pedirle que autorizara el traslado del chico a la clínica en donde trabajaba, y que él se haría cargo de los gastos de internación. La chica accedió, y unos años después, cuando Hades ya le había dado el permiso, le pidió la tutoría de Afrodita y la mujer se la cedió.
Era como un hijo para él.

Lo miró, el joven había abandonado los lápices, ya había logrado expresar lo que quería, y ahora se divertía alineando los juguetes que tenía esparcidos por la habitación. A esta altura de su vida, a Gino empezaba a preocuparle el hecho de que Afrodita apenas sabía escribir y se mostraba muy irritable a la hora de aprender a hacerlo. Odiaba a todas las maestras que la clínica contrataba para estimular a los chicos internados y a las particulares que el mismo había contratado.

Garabateó en sus hojas las observaciones de las visitas y las indicaciones para enfermería, pensando que quizá tendría que buscar una mejor maestra, una con más paciencia.
Antes de salir de la habitación, tomó el dibujo de Aioria y de dió un beso en la cabeza a su pacientito.

* * *

Aioria esperaba contento en el recibidor, luego de la reunión que habían tenido el día anterior, se había quedado pensando seriamente en las mejorías de los pacientes de las que hablaban sus compañeros, dándose cuenta de que, mas allá de la terapia común y farmacológica, no había intentado hacer nada mas por Shion, y quizás fuera eso lo que le impedía mejorar.
Luego de debatir mentalmente sobre a quien quería copiar, se dijo que debía seguir su propio camino y experimentaría un poco de todo.
Así que había tenido una idea, había hablado con Aioros y éste le había dado su bendición.
Ahora esperaba pacientemente a Hakurei Seira, padre de Shion.

A Aioria le había resultado difícil contactar con él, porque nunca antes había pasado por la clínica y era un hombre bastante mayor, que, según su hijo, vivía muy lejos. Pero luego de varios llamados telefónicos, había logrado hablar con otra de la hijas, según sabía, una medio hermana de su paciente, y esta le había asegurado que su padre asistiría a la reunión.

La primera media hora de retraso se la atribuyó al transito.
A la hora pensó que podría haberse perdido.
Y a las dos horas concluyó que el hombre nunca vendría.

El residente dejó el recibidor y se internó en la sala de médicos, refunfuñando.
Se tomaría un café y luego seguiría su labor como si nada hubiera pasado.
Sabía que Shion no era un niño pequeño al cual sus padres deben cuidar, pero aun así no podía creer que a su padre no le importara. ¡Era su hijo!

…l había crecido sin padres, conciente de lo que le costaba a su hermano cumplir tantos roles a la vez. Aioros había intentado ser padre en cada momento que fuese necesario, había asistido a todas las reuniones escolares, incluso si debía dejar sus propias clases de lado para poder estar presente. Había sido mejor padre que cualquiera.

Terminó su café con amargura, sintiendo que estaba equivocado cada vez que le debatía a cualquiera que la familia no era la culpable de todo, que aunque sus padres lo habían dejado solo y con un hermanito a cuestas, Aioros había hecho una vida totalmente decente y trabajadora, era amable con todos y un excelente profesional.
Quizá después de todo su hermano era único.
Ya que el resto de las personas, y sobretodo los pacientes, eran como eran por el trato que habían tenido en su infancia.

* * *

El doctor Sagitario golpeó la puerta con suavidad. Quería hablar con Shaka de lo sucedido días atrás. Había intentado dialogar con él, pero el rubio había estado totalmente cerrado.
Esperaba que no sucediera lo mismo esta vez.

-Hola Shaka –dijo mientras entraba a la habitación a pesar de que nadie había respondido a su llamado.
No respondió.
Estaba sentado en una pequeña esquina con los ojos cerrados. Cualquiera pensaría que se había quedado durmiendo, pero Aioros sabía que no era así.
Shaka recurría a la meditación para aislarse completamente del mundo y sentirse tranquilo. Habiéndola practicado desde niño, poseía una concentración total y era bastante difícil sacarlo de ese estado.

-Hola Shaka, soy Aioros- repitió el medico un poco mas alto.

Tampoco obtuvo respuesta.
Se sintió frustrado y rabioso, Shaka estaba por irse de alta y luego del estúpido de Minos, que se había defendido diciendo que si el paciente no estaba preparado para conocer gente nueva, no estaba ni cerca de irse, había vuelto a sus miedos. Ni siquiera parecía querer hablar con él.
Aioros se sentó en la cama dispuesto a esperar que D’Virgo volviera a la realidad.

Mientras lo hacía, su mente divagó hacia Saga, cuatro habitaciones más allá. No había podido contener el impulso de revisar las anotaciones de Marin y estas lo habían puesto en alerta. Al parecer, su novio podía estar volviendo a la realidad.
Se moría por visitarlo, pero no quería interrumpir el tratamiento de Milo, ni el suyo propio. Necesitaba separar sus obligaciones laborales y su vida cotidiana del estado del gemelo, o terminaría internado en una cama junto a él.
Se rió al pensar que estaba arriba de la cama ahora mismo.

Le echó un vistazo a su paciente que seguía meditando. Al parecer tendría que hacer algo mas que esperar o se pasaría toda la tarde allí.
Salió del cuarto y corrió por los pasillos, casi chocándose con Seiya, hasta su consultorio.

Cuando, tiempo atrás, Shaka había ingresado, prácticamente no salía de su estado “espiritual”, y Aioros había probado varias cosas para captar su atención. Ninguna había funcionado.
Hasta que, el día del amigo, Shura había aparecido con una hermosa cajita de sahumerios de exóticas fragancias, interpretando erróneamente, el casual encuentro que ambos habían tenido en una regalaría que vendía cosas extranjeras, donde Aioros compraba un cd titulado: “Cantos de la India”.
Sin haber pensado antes en el olfato como incentivo sensorial, Aioros lo probó como ultima esperanza. Sin querer herir los sentimientos del español, nunca le había agradecido que sus sahumerios habían ayudado a Shaka a salir de su coraza.
Aun guardaba algunos para casos especiales.
Volvió a la habitación con algunos encendidos, lo que provocó una sonrisa en Pharao que pasaba por allí. Ya estaban acostumbrados a sus inusuales métodos.

Una vez en la habitación, se dispuso a esperar que Shaka abriera los ojos.

* * *

La llamada de Kanon sorprendió a Milo que sabía que no le había dado su teléfono.
Atendió rápido, ansioso:

-Dr. Milo Escorpio –siempre que hablaba con alguien que no conocía iniciaba así las conversaciones, lo hacía sentirse muy profesional.

-Hola, soy Kanon Géminis, el hermano—contestaron del otro lado.

Milo asintió, desperezándose en su cama y reprimiendo un bostezo.

-de Saga, sí. –lo cortó.

Se escucharon unas risas suaves de parte de Kanon, que enseguida agregó:

-Aioros me pasó tu teléfono, por si necesitaba algo.

Milo ya se lo había imaginado. Miró la hora en el reloj de la mesita, eran las 11. Las guardias nocturnas lo mataban, seguía teniendo mucho sueño a pesar que era casi mediodía. Bostezó ahora sí, procurando no hacer ruido y recordó que tenía alguien al teléfono.

-Disculpame, no te escuche…

Imaginó la cara de Kanon, (que según Aioros era igual a la de Saga) preguntándose que clase de idiota estaba a cargo de su hermano. Se avergonzó de esto y se sentó ahora en la cama, intentando despejarse.

-No hay problema –contestó Kanon tranquilamente. –Te decía cuando querías que nos encontremos para hablar de Saga.

Milo meditó, no podía seguir posponiendo la reunión, además no sabía muy bien porqué lo hacía.

-Hoy puedo. –largó. –Si querés almorzar…

Respiró un par de veces profundas, esperando la respuesta. No entendía que lo ponía tan nervioso de aquel hombre que ni siquiera conocía.

-Sí, por supuesto. Te paso a buscar.

No era una pregunta.
Milo se sintió vagamente ofendido, aunque decidió dejarlo pasar por la comodidad de un viaje en auto.

-No sabes donde vivo. –replicó, sonriendo.

-En el mismo edificio de Aioros, dos pisos más arriba. –contestó Kanon rápidamente.

Maldito Aioros bocón, pensó Milo. Luego se preguntó porqué Aioros y Kanon tendrían semejante relación y si sus reuniones eran puramente profesionales. Decidió que lo averiguaría hoy mismo.

-Está bien. En una hora estate acá. –ordenó. Y para quedarse con la última palabra, cortó.

* * *

Cuando una hora después Kanon tocó el timbre del departamento, esperaba encontrar a Milo con la toalla en la cabeza, mojado y con una media puesta y la otra no. No supo porqué pero la había dado la sensación de que era ese tipo de persona, impuntual e inmadura. Se asustó de que eso lo atraía.


-Ya voy. –dijo Milo innecesariamente mientras abría la puerta.

Ya estaba cambiado, peinado y golpeteaba uno de sus pies contra el suelo en un gesto de impaciencia. Cuando se vieron dejó de hacerlo.
Kanon era realmente muy parecido a Saga, pero Milo no pudo dejar de notar que se veía mucho mas fuerte y sano. Su pelo brillaba de una manera irreal y su piel bronceada se perdía en su chomba verde oscura. Era como ver una versión muy mejorada de Saga. Y era hipnotizante.

Milo había dicho que no lo conocía, pero no era totalmente cierto.
En una Navidad de hacía como siete años se habían visto. Claro que él tenía 18 años y lo que menos le importaba era el cuñado de su hermano. Se quedó pensando si habría alguna manera de denominar a los hermanos de los cuñados.
Ese 24 de diciembre, Kanon había llegado muy tarde, casi para los festejos, y a Saga le había agarrado un pequeño ataque en contra de los irrespetuosos, habían discutido largo rato afuera de la casa que tenían ellos tres y después habían entrado, fingiendo tranquilidad. Aioros los había prácticamente echado para que salieran a bailar con sus amigos y se había quedado con los conflictivos hermanos.
Milo recordaba muy poco o casi nada de ese gemelo pero estaba seguro que se llevaba bastante mal con su paciente, o por lo menos, en aquella época.
El Kanon de hoy parecía muy diferente. Serio, responsable y con un toque depresivo que parecía querer sobresalir entre su sonrisa perfecta y sus ojos a juego con la ropa.

-Qué puntual. –halagó entonces Escorpio.

-Me gusta cumplir con mis palabras. –dijo el otro, siguiendo un poco el juego.

-Vamos de una vez. –sin entender muy bien porqué Milo se había puesto nervioso de repente.

El auto de Kanon era un viejo Impala, pero estaba impecable. Milo no entendía mucho de coches pero sabía que ese era uno muy bueno y el estado en que estaba debía llevarle a su dueño horas de trabajo. Se lo imaginó un sábado a la mañana con una musculosa blanca engrasada trabajando bajo su coche.
Ese tipo lo estaba sacando de quicio.
Se sentaron en un restaurant cerca de la Clínica, Milo enojado de que lo haya llevado justo para ese lado, y Kanon pensando que en un lugar conocido el otro se sentiría mas tranquilo y después de pedir la comida, el gemelo cruzó sus grandes manos delante de su plato y mirándolo a los ojos, con los suyos azules verdosos penetrantes y profundos dijo:

-Bueno, hablame de Saga.

* * *

Cuando Shura Capricornio vió que en la camilla de la ambulancia que acababa de ingresar al sector de Emergencias había un enfermero del hospital realmente se sorprendió.
Se acercó corriendo a ver que pasaba y se quedó estático al notar las muchas gasas que envolvían las muñecas del paciente que se encontraba inconsciente.

-Intento de suicidio –dijo un médico de voz grave por el handy. Shura no lo conocía y se imaginó que era de los que trabajaban en la calle.

-¿Intento de suicidio? –uno de los enfermeros de guardia venía despacio acercándose al paciente. Tenía la voz cansada y hasta aburrida, notó el doctor con bastante fastidio.

-¿Otro mas? –Aiacos, el cirujano acababa de terminar de darle unos puntos a un nenito que se había caído y también estaba en la habitación. Su voz al menos sonaba sorprendida.

-Sí, es el segundo de la semana. El otro terminó con los chicos de Hades.

Shura evaluó desde afuera las características de las heridas. Sin duda había perdido mucha sangre, habría que infundirlo, y administrarle oxígeno hasta que estuviera despierto.
No podía meterse ya que no estaba de guardia.
Se movió inquieto de un lado a otro, intentando no pensar en el hecho que nadie le daba importancia a un colega tirado en una camilla.

La médica de turno era la doctora Behemont. Venía tan despeinada que a Shura le hirvió la sangre de la rabia de imaginarla durmiendo, tan poco profesional. No pudo con su genio y se acercó. Las luces blancas del sector no dejaban que se proyectaran sombras pero la oscuridad que emanaba el chico en la camilla era aterradora.

-¿Cómo se llama? – pregunto Violatte al enfermero que ya comenzaba a prepararle los elementos para suturarlo.

…ste tardó unos minutos en responder.

-Papillon, algo. –contestó Shura. –¿No lo conocen? ¡Es un compañero del hospital! –de la rabia que tenía se acrecentaba su acento español.

-Es cierto. –agregó Aiacos. –Trabaja para Radamanthys.

Shura quiso aclarar que en todo caso trabajaba para el sector de Radamanthys, pero lo pensó mejor.

El enfermero lo miró de vuelta.

-Bueno, está tan pálido y demacrado que no lo había reconocido. –confesó.

Al cabo de unos interminables minutos las muñecas de Myu estaban suturadas y éste despertaba poco a poco.

-¿Qué? –fue lo primero que dijo con voz débil.

-Tranquilo Papillon, estás en la Clínica, soy la Doctora Behemont.

-Ya sé quién es. –le contestó Myu fastidiado. –Trabajé como seis semanas para usted.

La médica se sonrojó, Shura sonrió.

-¿Qué hiciste, nene? –le inquirió el enfermero a Myu mientras lo ayudaba a enderezarse ajustando la cama.

Myu no contestó. Era obvio que no quería hablar del tema y que se sentía bastante abrumado por la situación.
Necesitaban a un psiquiatra, cómo mínimo.
Obviamente Shura pensó en Aioros. Y salió a buscarlo.

* * *

No era la primera vez que Aioros lo hacía quedar mal delante de un paciente, pero sí sería la última.
Radamanthys estaba enojadísimo pensando en la humillación que le había propinado Sagitario, iba caminando, casi corriendo, de la rabia que tenía, hasta el despacho del director.
Pero unos segundos antes de entrar, se detuvo.
Ya había hablado del tema con Hades y este lo había ignorado. De hecho lo había ignorado en todas las cosas que le había pedido últimamente.
Parecía que su relación no era tan paternal como antes, o quizás sí, pensó con rabia, consciente de que las relaciones con los padres casi llenaban las salas de la clínica.

Se quedó quieto unos minutos, pensando. Se acomodó su cabello rubio y se arremangó la camisa. Había intentado detener a Sagitario desde el primer día que lo había visto, sabía que iba a traerle problemas.
Era de esas personas que nunca pasan desapercibidas, que siempre llaman la atención, para bien o para mal. Bueno, para Radamanthys era para mal, para el resto del mundo era para bien. Maldito creído.
Mas de una vez su amigo Aiacos, otro mas en la fila de admiradores, le había pedido que no lo denuncie por sus prácticas poco ortodoxas y que lo deje tranquilo.
Lo había dejado por mucho tiempo, pero esto había sido demasiado.
¡Había sido demasiado! A Radamanthys le dieron ganas de darle una patada al piso como un niño pequeño, caprichoso y enojado.
El reloj le sonó suavemente en la muñeca y lo sacó un poco del ensimismamiento en el que había caído.
Debía resolver las cosas rápidamente, antes de ir a ver al dichoso Kido y su dichosa patología dual.
Se encaminó hacia el consultorio del medico, abrió la puerta pero estaba vacío. Preguntó a uno de los enfermeros que estaban cerca y este le dijo que lo había visto pasar hacia la habitación de D’Virgo.
Asintió, lo esperaría.
Entró como si nada al despacho y se sentó. Maldijo la falta de escritorio y le dieron nauseas al recordar la explicación: “así no nos distanciamos tanto de los pacientes” había dicho.
¡Estúpido, iluso Sagitario! Todavía no se daba cuenta de lo mal que estaba de la cabeza. Arrogante, se creía omnipotente.
Pero no mas, hoy lo haría caer.
Sentado en la silla giratoria, Wyvern recorrió un poco el lugar. Cuadros, un par de estatuas pequeñas. Siempre tan orgullosamente griego, pensó con asco. Ya no sabía lo que mas odiaba de él.
Al cabo de un rato llegó, sonriendo, al parecer había tenido suerte.
Bueno, se le acabaría.

-¡Radamanthys! ¿Qué haces acá? ¡Me asustaste! –dijo al entrar Aioros. Todavía tenía la caja de fósforos en la mano.

El mayor se paró, el cabello rubio se le había vuelto a desacomodar y ahora le caía sobre los ojos, dándole un aspecto de niño pequeño.
De un paso se acercó a Aioros y lo aprisionó contra la pared, derribando uno de esos adornos con imánes en el camino. Las bolitas cayeron sin nada que las sostenga y rodaron por el suelo, como en una película.

Cuando Radamanthys lo tuvo muy cerca le apretó el cuello con su fornido brazo.
Se le acercó tanto que casi podía sentir como parpadeaba.

-No quiero que te vuelvas a meter con mis pacientes. ¿Escuchaste? –preguntó en un susurro. Se sentía un héroe de acción. O un villano.

Aioros no dijo nada, sabía que Wyvern solo quería asustarlo, dado que no estaba apretando muy fuerte. Pero igual la cercanía y la presión lo incomodaban.

-Dejame en paz. –murmuró, como pudo.

Radamanthys pareció enojarse aún mas.

-¡Dejame en paz vos! Si alguna vez te volvés a meter en mis cosas, voy a entrar a la habitación de Géminis y pasarle potasio endovenoso. –amenazó.

Y lo soltó.

Aioros quedó poco menos que temblando. El potasio endovenoso era la muerte misma de la persona. Nada de las fantasías de los familiares y de las películas del aire en la guía de suero. El potasio era un poderosísimo coagulante, directamente congelaba la sangre en la venas. No supo si Radamanthys lo decía en serio o no, pero no quiso averiguarlo.

* * *

Ahora mucho más tranquilo y relajado, Radamanthys se dirigió a la habitación de Shun Kido. Previamente agarró de su oficina un par de imágenes para realizarle algunos test y determinar su verdadera patología.
Entró al lugar prácticamente sonriendo. Los policías no le afectaron en lo más mínimo, aunque también se le había ocurrido una solución para liberarse de ellos.

Estaba feliz, había logrado varias cosas en un par de horas, mentalmente anotó volver a hablar con Minos sobre el control de su ira y luego llamo por teléfono a Hades.

-Hola Director. –saludó, calmado.

-Hola Rada, ¿necesitas algo?

-Si señor, quería trasladar de habitación a Kido.

-¿Ya? ¿Qué problema tiene? –preguntó Hades interesando y sorprendido de la propuesta.

-No necesita una habitación para sí solo, ya que efectivamente es pirómano y no incendiario. No hay riesgo de que prenda fuego algo por maldad, solo hay que tomar las precauciones –

-Sé la diferencia entre pirómano e incendiario, hijo. –lo cortó Hades, cansado. -¿Cuál es tu sugerencia entonces?

-Hay que tratarlo a la vieja usanza y un compañero seria muy útil en estos momentos. –finalizó Radamanthys.

-Está bien, ¿queres una autorización o algo? –Hades seguía sin entender para que lo necesitaba pero estaba feliz que lo haya consultado, como cuando era mas joven.

-No, nada mas quería comentárselo. –explicó el otro, sabiendo cuanto le gustaba al Director ese tipo de gestos.

-Tenes total libertad de acción Rada. –concluyó, cortando el teléfono interno.

El medico sonrió. Abrió uno de los cajones del escritorio y agarró los papeles que estaba buscando.
Caminó hasta la sala de Kido nuevamente, y antes de entrar llamó con un gesto a Marin Aguila, que se acababa de sentar en el Office.

-Shun, hola de vuelta. Junta tus cosas, nos vamos a otra habitación. Acá la enfermera te ayuda.

Los policías gemelos se quedaron estáticos. Luego de unos segundos, el que tenía el pelo plateado reaccionó:

-A donde él vaya, lo seguimos. No creas que con esa jugada te librás de nosotros.

-Escuchame una cosita. –Radamanthys lo miró, con sus profundos ojos miel, brillando. –Como dice esta ley, -le puso la fotocopia delante de los ojos- …no será posible la presencia de personal que no sea de la Clínica, dentro de las habitaciones, a menos que este autorizado por un Juez teniendo a bien…

-¡Pero tenemos la orden del juez para Shun Kido! –exclamó Thanatos enojándose.

-Si, pero no la tienen para Hyoga Cisne.

Radamanthys sonrió, muy complacido.

-Dr. Ya estamos listos. –anunció Marin. Wyvern no le caía del todo bien, pero lo prefería antes de esos policías babosos.

-No hay nada más que hablar. Vamos Shun. –dijo el psiquiatra.

Y haciendo gala de su humor y modales ingleses, inclinó la cabeza delante de la gemelos:

-Caballeros.


* * *

Luego de terminar la ronda, el doctor Cáncer decidió que Mu ya debía estar despierto, después de todo, había estado con varios pacientes y se había tomado un café negro de por medio.
Se acercó a la habitación de Aries y miró por la ventana, se sorprendió al no encontrarlo. La puerta estaba cerrada y el no había autorizado que saliera a ningún lado.
¿Dónde se había metido ese chico ahora? ¿Y como demonios había escapado de allí?
Rápidamente abrió la puerta.
Luego del temor inicial, Giovanni se dio cuenta de que Mu no había ido a ningún lado.

-Se que estas acá.-le dijo al aire. Estaba seguro que el chico se escondía debajo de la cama. –A menos que sepas teletransportarte, no hay manera de salir.
Esperó unos segundos. Luego se puso en cuatro patas para mirar en el único escondite posible.

Cuando se encontró con los ojos verdes de Mu se quedó estático.
Brillaban de excitación y picardía. Al verlo soltó un grito nervioso pero alegre, como un niñito que juega a las escondidas con un adulto y espera nerviosamente que lo encuentren, para volver a esconderse.

-¿Mu?-le dijo dubitativo. No parecía el chico suicida de su última visita.

-¿Doctor Cáncer?-respondió imitando su voz.

A pesar de tener 16 años Mu se puso a actuar como si tuviera 5. Salió de su escondite como una ráfaga y se puso a hablar sin parar. Luego a saltar en la cama, y finalmente usó su sabana como una especie de manto.

-Dr. Cáncer, Dr. Cáncer, Dr. Cáncer…-repetía con voz cantarina.

-¿Qué pasa Mu?-le preguntó el médico, todavía un poco obnubilado.

-¿Podemos salir al comedor? ¿O al patio? Este lugar es muy chico, no puedo hacer nada acá.

-¿Y que te gustaría hacer?-le siguió la corriente Giovanni, empezando a entender la situación.

-Mmm, no se, jugar, correr, escribir, pintar…-el adolescente hablaba rápidamente, como si la cantidad de cosas que tenía para hacer no le entraran en la oración.-podría hacer cualquier cosa-

El médico hubiera querido anotar en su libreta, pero el chico ya se la había arrebatado y escribía cosas sin parar.



-No es depresivo, es maniaco depresivo- le explicaba a Aioria horas mas tarde mientras cenaban en un bonito restaurant japonés del que Giovanni era habitué.

-Estaba tratándolo mal, creía que tenía problemas familiares, que tenía una neurosis depresiva sin tratar, que había recurrido al suicidio en un intento de llamar la atención de sus padres…-le explicaba mientras su amante lo miraba extasiado.

-Pero no, este chico tiene psicosis, con todas las letras. Recién hoy vimos su fase maníaca, y espero que estuviera en la fase de furor maníaco, porque si esto es lo más leve, no quiero imaginarme lo que viene.

-¿Pero puede ser que los padres no supieran?-preguntó Aioria recordando que él había hablado con ellos, mientras suturaban Mu.

-La personalidad previa puede ser una persona ciclotímica…pero si, como había pensado antes de darme cuenta de que tenía un diagnóstico equivocado, los padres no le prestan atención y lo desatienden, es posible que no notaran los cambios de humor de su hijo, o que no lo comentaran en la entrevista.

Aioria asintió pesadamente. No quería volver a pensar en los padres por ese día. Calló a su novio con un beso incitador, que hizo que el italiano pidiera la cuenta inmediatamente.
Notas finales: Ojala lo hayan disfrutado y muchisimas gracias por sus reviews, saben que nos dan la fuerza necesaria para ponernos a escribir de nuevo.

Besitos

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